viernes, 15 de julio de 2011

REGINALD GIBBONS [4.182] Poeta de Estados Unidos



Reginald Gibbons

(Houston, Estados Unidos, 1947)
Es autor de una decena de poemarios, entre los que destaca Creatures of a Day (finalista del National Book Award 2008). Ha traducido a Sófocles, Eurípides, Cernuda y Jorge Guillén. En España ha aparecido recientemente la antología de su obra poética Desde una barca de papel (ed. Jordi Doce, Littera Libros, 2009).


TRADUCCIONES DE JORDI DOCE


MIGRACIONES DE AVES

1.

Pálidas gaviotas se yerguen en los oscuros campos arados igual que parlamentarios.

El aroma de la tierra removida satura el aire.

De pie entre las gaviotas, dos pequeños abrigos negros que graznan.

Dispuestos y apretados en una larga hilera, los cedros parecen haber llegado con la intención de esperar alguna revelación.

Macilento y barbado, el viajero camina junto a ellos por la senda polvorienta rumbo a una u otra civilización, con los ojos abatidos, fumando un cigarrillo, mientras en su mente las innúmeras palabras se han congregado y están a punto de volar hacia el sur sobre el humo de incendios forestales y ciudades.

5.

Había un interrogador que trabajaba para el prefecto jefe de la ciudad, un torturador con una intuición casi infalible de los límites mismos del martirio físico, la humillación y el terror impotente en los seres humanos, un hombre conocido entre sus colegas y superiores por su impecable silencio lo mismo en el trabajo (otros hacían las preguntas sin sentido) que luego, y que con otro nombre escribía poemas.

Estos poemas sobrevivieron a su época, aleteando sin cesar a través del tiempo como una pequeña bandada de pájaros, pero sin regresar nunca a su propio tiempo. Seiscientos o mil seiscientos años más tarde, cuando se redescubrieron fragmentos de poesía entre los escombros desenterrados de grandes edificios antiguos, se estimó que los poemas del interrogador eran de una belleza especialmente delicada y memorable, pero de su autor nada, ni siquiera su nombre falso, se llegó a saber.







OCTUBRE

La jornada flaquea y los campos
yacen reconciliados. Octubre.
El viejo sale y se sienta

al sol
al pie de su arce
y siente el esplendor sobre sí.

Su camino hacia la oscuridad
de gleba y de piedra:
por la estación llameante.

Confía en ella
como sus bestias confían
o esta lámpara encendida su árbol
castigado por la escarcha.












Invierno

Llega un cuervo y se posa en el árbol.
Me estudia.
Va a sacarme los ojos.
Mis vecinos me ofrecen todos
sus rifles. Le pego un tiro.

Herido, se desploma entre las ramas, muere,
buscando enderezarse, y aterriza en la nieve.

Pero ahora, aún vivo, empieza a caminar, se tambalea,
sus alas dejan marcas brillantes y encarnadas
como runas antiguas, signos de cantos y lamentos.

El cuervo que iba a sacarme los ojos,
predador, carroñero, ladrón
de vida.
No obstante es él, no yo, quien escribe con sangre el poema
que nadie ha de negarlo es bueno.












Oda: En una estación de servicio de 24 horas

En una estación de servicio con garaje y un tétrico Food Mart abierta las 24 horas en una esquina de la ciudad donde siempre hay tráfico, junto a un local de una cadena de restaurantes que sirve desayunos y pastel inerte y pesado día y noche,

En torno a medianoche, cuando hace frío, en torno a la parte delantera de mi coche con el capó levantado, cinco jóvenes mexicanos, no como yo, sus padres podrían vivir en granjas, se arremolinan para ver el mecanismo, y el que sabe del asunto, después de esperar hora y media la entrega de las piezas de recambio y después de trabajar en otros coches mientras enseña a los demás,

Cambia el radiador estropeado, más para su público que para mí, y recuerdo haber visto

Haber visto en México, no como aquí, un mercado donde junto a cada quiosco de flores atentas, expuestas para los que pasaban junto a ellas, y junto a cada pirámide de mangos, papayas, tomates, plátanos, naranjas y pimientos vigilantes, se sentaba el que los vendía, un representante humano de la abundancia y la privación, del comercio y el trabajo, esperando,

Pero aquí quien vende su trabajo no debe esperar,

Y mientras espero, yo a mi vez he salido para ver qué ocurre, he vuelto a entrar, he meado en el servicio mugriento, he vuelto a salir, he vuelto sobre mis propósitos y remordimientos, surgida de ningún sitio he sentido esa punzada de añoranza familiar por alguien muy querido que está en otro sitio, miro el reloj,

Los muchachos miran y bromean, no llevan ropa suficiente contra este mundo helador, y sin cobrar aprenden,

Yo aprendo cómo se transmite el saber para que otros jóvenes puedan ganar algo de dinero con sus manos,

Puedes ganar dinero con tus manos, tu velocidad, tu espalda o tu cerebro, y con lo que hay entre la verdad y una mentira, lo que tienes entre las piernas, puedes ganar dinero,

El dinero no era lo que primaba en mi mente hace tiempo

Cuando era joven, para mí aprender era algo que estaba en los libros, los libros no eran inertes sino que a veces parecía que fueran a batir como alas entre mis manos, quería todos los libros que fuera capaz de conseguir y pensaba que el dinero, en cantidad suficiente, acabaría por llegar de un modo u otro,

Aquí llega de manera constante a los dos dueños, socios, italianos, no como yo, presiden por turnos el garaje, la tienda medio vacía, el café recalentado, «Gratis» dice el letrero, en una jarra polvorienta y medio vacía sobre una bandeja que quema, sobre los baños mugrientos y el hueco entre ellos, una especie de sala de espera…

Tres butacas unidas y decrépitas que han sido transplantadas de algún teatro cerrado por falta de público.

~

Vuelvo a entrar y me siento un rato en una butaca, y en el otro extremo, un asiento vacío entre nosotros, hay un viejo, no como yo, le vi antes hablando con el italiano del turno de noche, descansa sus dos manos en un bastón tallado con un pomo de madera como una hoja de hacha roma, lleva una gorra negra de marinero ladeada con aire festivo o negligente,

Va usted elegante, me dice, pero no llevo puesto nada especial, y como suelo ponerme en guardia ante los demás, así es como aprendí a comportarme, había evitado adrede saludarle con los ojos mientras me miraba,

Ahora su acento me dice que es de aquí, porque

Éste es un lugar, aquí, con ochenta acentos diferentes, un barrio de ciudad con casas de dos y seis apartamentos, feas y baratas, casas de madera, casas de proyectos de futuro desiguales y de familias acabadas y dispersas, de viejos mundos que no encajan, de niños que aman a sus abuelos y se avergüenzan de ellos, de breves juergas y largas y duras horas de trabajo, de viviendas corroídas por el aliento y las corrientes de la ciudad,

Aquí, respirando con fuerza, algunos hombres y mujeres han escapado de la mortalidad en otro lugar –Little Rock o Sarajevo– o han sucumbido aquí a la mortalidad después de cruzar océanos desde Saigón o Beirut, los escaparates tienen

Don de lenguas, el aire está lleno de palabras, de mugre, creencias equivocadas, olor a comida comercial, gasolina, éste es el aire de la ciudad, y

Y el anciano, un ser de la ciudad, quiere conversación y

Y para salvar mi alma mortal unos minutos, me giro hacia él y doblego mis ojos,

Adivine de dónde soy, me dice, nunca lo adivinará.

~

Pruebo Polonia y se le ve sorprendido pero también satisfecho de que no ha logrado engañarme,

Golpea el suelo con el bastón y me cuenta su historia

(Parte de ella: Judío, sobrevivió, no me dice cómo, se quedó en Varsovia hasta la década de 1950, era sastre, vino a este país, a Chicago –como cruzar una puerta, dice, creo saber lo que quiere decir– y trabajó muchos años en el negocio textil, trajo su bastón consigo, lo lleva a todas partes, ahora tiene un buen puesto en el rastro, guarda el género ahí toda la semana, tiene ropa de calidad, Venga y la verá, vive a dos manzanas de aquí, cada noche se despide de su mujer, ella dejó de salir, él viene aquí, al garaje, se queda sentado una o dos horas y bebe el inmundo café gratis, incluso en mitad de la noche habla con quien esté esperando junto a él),

Este lugar es cuanto puede usar en esta parte del mundo

Como usó una vez los cafés de Varsovia

(En Varsovia, antes de escapar de aquellos sistemas burocráticos del miedo, no habría podido prever la negligencia de este sistema y sus estridentes voces transmitidas, sus productos fantásticos, sus incrustaciones de fantasía, pero le movió la esperanza de ganarse la vida y lo consiguió),

Cardin, Claiborne, Calvin Klein, Tommy, dice con orgullo, Ahorrará dinero, Es el rastro más grande que hay, cientos de puestos, Todo, Buena ropa el fin de semana, ¿Por qué no va?

Le cuento parte de mi historia: no de Varsovia sino de Lodz y antes aún, de Bialystok, vinieron mis abuelos maternos, judíos, hace cien años, tenía razón, dice con orgullo, ya decía yo que parece europeo,

Así que digo, Una mitad lo es,

Y veo el joven espectro de mi padre huyendo de nuevo de la granja de su padre irlandés y su madre medio choctaw, en el estado de Mississippi, y veo su viejo espectro retrocediendo y apartándose de esta conversación y le pregunto al viejo, ¿Cómo se llama?

Bill, dice, y sonríe, y un hombre despeinado de unos treinta años, no como Bill o yo, con paso ligero y una sección arrugada de periódico en la mano, cruza por delante de nosotros y sin tocar el pomo del servicio de caballeros entra directamente en el de señoras; Bill y yo oímos con claridad el clic de la cerradura

~

Y nos miramos el uno al otro, ahora vuelvo, le digo, y salgo al garaje y el quinto joven sigue trabajando en el radiador, explicando a los otros cuatro lo que hace, todos me miran con una sonrisa, tiemblan de frío y ríen y se dicen chorradas, de nuevo pienso en o soy pensado por alguien que está lejos, a quien echo de menos y que quisiera ver de nuevo, ahora mismo,

Cuando Bill me ve regresar ladea la cabeza hacia el servicio de señoras y levanta las cejas para decirme que el tipo sigue ahí, y nada más sentarme una joven cruza por delante de nosotros, hay angustia en su rostro, no como en el mío,

Lleva ropa barata pero fina, con zapatos elegantes, veo que Bill ha tasado su ropa, nadie podría negar que tiene una boca hermosa, cruza por delante de nosotros y entonces el pestillo cerrado del servicio de señoras la hace detenerse, nos mira con vergüenza, con urgencia, El de caballeros está libre, le digo amablemente y ella parece ofendida por que me haya dirigido a ella y abandona nuestro campo de visión

Y Bill suspira, se encoge de hombros ante mí, dice, ¿Se lo puede creer?

Antaño los hombres creían en dioses, le digo,

Es verdad, responde, pero cualquier cosa puede ser una puerta si la empujas: trabajar con las manos –¿ve estas manos?–; o la filosofía; o ver gente sufrir a tu alrededor; o un trozo de pastel de manzana; o vivir con tus propios pensamientos, día tras día donde ves que nadie tiene pensamientos así; o hasta la ropa…

¿O una boca hermosa de mujer? ¿O cinco muchachos hablando español junto a un radiador a medianoche?, pregunto,

Y Bill dice, ¡Sí, por supuesto! ¡O el bastón!, y levanta su objeto de madera oscura y gastada para hacerme ver que en el pomo, la cabeza, hay doce pequeños anillos deslustrados y tintineantes colgados de doce postes diminutos, el bastón parece casi capaz de saber, de ver, hasta de hablar,

Entonces oímos que alguien tira de la cadena y el tipo sale del servicio, ya no tiene el periódico en las manos, y sale tranquilamente,

Este polvo nocivo que hay sobre todas las cosas es como una hierba molida de abandono y dinero letal,

Puedo oler el café barato, espeso, recalentado,

La joven vuelve corriendo al servicio de señoras, la puerta cómplice ofrece la garantía del clic del pestillo, bibliotecas flotantes que debían llegar a lugares lejanos y sin libros se hunden por el camino, los medios de comunicación son un almacén de chatarra de coches nuevos, y los mineros yacen enfermos en sus cabañas, el dinero va siempre primero, todo es como siempre y distinto, cambiado, lirios o papayas o reparaciones a medianoche, tejanos azul marino o historias, y en este momento, como en cualquier otro momento, hay una posibilidad que el momento anterior no tenía, algún otro jalapeño u orquídea o tacón alto, alguna otra reparación de radiador, algún otro muchacho que se ha marchado de casa para encontrar trabajo,

Y Bill me mira, y cualquier hora mesiánica, apocalíptica u ordinaria de la noche y del día, como esta hora, parece infinita,

Le pregunto, ¿Qué haces aquí esta noche, Bill, tan tarde? ¿No es hora de que vuelvas a casa?

El italiano del turno de noche cruza el suelo de cemento del Food Mart en dirección al garaje, aprieta el paso mientras llama a voces a uno de sus empleados, Bill y yo le observamos, Chicago no es como Italia o México o Polonia, pero Polonia, Italia y México están aquí en el garaje, lo sé y no lo comprendo,

Bill extiende su mano gruesa y arrugada

Para darme la mano, ofrecer y recibir honores y reconocimiento, tenemos almas mortales

Y nuestras almas necesitan reparación constante,

No sé por qué, dice Bill… La maquinaria del planeta, eso pienso, me despierta por la noche, la ropa, las facturas, lo que dicen los periódicos, y luego si duermo tengo pesadillas, no, mejor sentarme aquí un rato más, hablar, hasta que usted se vaya. Entonces me voy.



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