martes, 7 de diciembre de 2010

GASTÓN BAQUERO [2.353]



Gastón Baquero

(Banes, 4 de mayo de 1914 - Madrid, 15 de mayo de 1997) fue un importante escritor y poeta cubano del siglo XX, que después de la revolución vivió exiliado en España.


Baquero nació en Banes, pueblo perteneciente a la antigua provincia de Oriente, zona que hoy es parte de la provincia de Holguín. Estudió Agronomía, pero nunca ejerció la profesión: prefirió consagrarse a las actividades literarias y periodísticas.

En los años 40 se vincula con el grupo vanguardista de poetas e intelectuales que toma su nombre de la revista Orígenes (1944-1956), que funda y dirige José Lezama Lima y en la que colaboran, entre otros, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y Cintio Vitier. Baquero también colabora en la creación de las revistas literarias Verbum (1937), Espuela de plata (1939-1941) y Clavileño (1942-1944).

La publicación de Poemas, en 1942, al que le sigue el mismo año Saúl sobre su espada, lo colocan de inmediato en el grupo de poetas clave de la literatura cubana. En aquellos años su principal campo de acción es el periodismo, en el que destaca. Llega a ser jefe de redacción del influyente y conservador Diario de la Marina. En la década siguiente obtiene cargos oficiales -se relaciona con la dictadura de Fulgencio Batista- y prácticamente deja de escribir poesía, aunque sus reseñas periodísticas--políticas, culturales y literarias--son recibidas con gran aclamo y solidifican su reputación de intelectual eminente.
"Son los años del hombre ilustre y conservador, del refinado bon vivant que tiene chófer y cargos oficiales, y que continúa llevando su íntima homosexualidad con la discreción que siempre la llevó", escribe Luis Antonio de Villena en Gastón Baquero, magias de verso y cultura.

Contrario a la revolución de Fidel Castro, se ve obligado a irse del país: escoltado por tres embajadores acreditados en La Habana toma un vuelo con rumbo a Madrid, donde el régimen de Francisco Franco lo acoge y le proporciona empleo. Trabajó en el Instituto de Cultura Hispánica, en la Escuela de Periodismo y en Radio Exterior de España. Al mismo tiempo, escribió ensayos y artículos literarios para varias publicaciones, principalmente para la revista Mundo Hispánico.

El exilio convierte a Baquero, que en Cuba era una figura intelectual de poderosa influencia, en un hombre gris y aislado, ignorado por sus contemporáneos españoles y borrado por el gobierno de Castro de la historia intelectual cubana. Pero es en el exilio que Baquero regresa a la poesía. Poemas escritos en España aparece en 1960 y en 1966 se publica Memorial de un testigo, uno de sus libros más aclamados. En 1984 el poeta boliviano Pedro Shimose publica en Madrid (Instituto de Cooperación Iberoamericana) sus poemas completos hasta el momento bajo el título de Magias e invenciones. Desde entonces, los jóvenes poetas y estudiantes de literatura buscan su compañía y le rinden homenajes, a los cuales Baquero reacciona con su modestia habitual.

En 1988 fue candidato al Premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 1992, finalista del Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Poesía por su obra Poemas invisibles. Ese año también recibe el homenaje de la Universidad de Alcalá de Henares y es propuesto para el Premio Reina Sofía. Participa, junto a Octavio Paz y Luis Alberto de Cuenca, en las sesiones de lectura poética en el Palacio Real. En 1993 la Cátedra Poética Fray Luis de León de la Universidad Pontificia de Salamanca celebra una semana de homenaje a su obra y al año siguiente recoge en un volumen, Celebración de la existencia, las aportaciones de los participantes. En 1994, por primera vez desde 1959, se ofrece en la Universidad de La Habana una conferencia sobre su obra poética, y en 2001 se permite la publicación de una antología poética, La patria sonora de los frutos (Editorial Letras cubanas), editada por Efraín Rodríguez Santana. En mayo de 1997 el Círculo de Bellas Artes, la Residencia de Estudiantes y Radio Nacional de España convocan a un homenaje a Baquero, gesto que tal vez hubiera sido el comienzo del reconocimiento que tanto merecía. Pero ya Baquero había entrado en el hospital donde fallecería el 15 de mayo de un infarto cerebral.

Baquero mantuvo hasta su muerte un rechazo al gobierno totalitario de Fidel Castro. La manipulación por el régimen castrista de una de las figuras que más admiraba, José Martí, le llevó a escribir en una ocasión: "No hay comparación posible entre Martí y la realidad cubana actual. Es algo de pena que alguna persona se atreva a equiparar la personalidad de Martí o a poner a Martí como precursor de todo esto: de las colas, del hambre, de la dictadura". Sin embargo, Baquero deseaba la unión cultural de las dos Cubas (la de dentro y la de fuera) con la generosidad intelectual que lo caracterizaba. En la dedicatoria de su último libro escribió: "El orgullo común por la poesía nuestra de antaño, escrita en o lejos de Cuba, se alimenta cada día al menos en mí, por la poesía que hacen hoy --¡y seguirán haciendo mañana y siempre!-- los que viven en Cuba como los que viven fuera de ella. Hay en ambas riberas jóvenes maravillosos. ¡Benditos sean! Nada puede secar el árbol de la poesía".

Obras

Poemas 

Saúl sobre su espada (La Habana, 1942)
Ensayos' (La Habana, 1948)
Poemas escritos en España (Madrid, 1960)
Escritores hispanoamericanos de hoy' (Madrid, 1961)
Memorial de un testigo (Madrid, 1966)
La evolución del marxismo en Hispanoamérica (Madrid, 1966)
Darío, Cernuda y otros temas poéticos (Madrid, 1969)
Magias e invenciones (Madrid, 1984), poesías completas hasta la fecha, a cargo del poeta boliviano Pedro Shimose
Poemas invisibles (Madrid, 1991)
Indios, blancos y negros en el caldero de América (Madrid, 1991)
Acercamiento a Dulce María Loynaz (Madrid, 1993)
La fuente inagotable (Valencia, 1995).*Poesía (Salamanca, 1995)
Ensayo (Salamanca, 1995)
Poesía completa (Editorial Verbum, 1998), recogida por el poeta y editor cubano Pío Serrano
The Angel of Rain. Poems by Gastón Baquero (Eastern Washington University Press, 2006), translated by Greg Simon and Steven F. White
Geografía literaria. 1945-1996: crónicas y ensayos (Madrid, 2007), edición de Alberto Díaz-Díaz



Manuela Sáenz baila con Giuseppe Garibaldi
el rigodón final de la existencia

I

El mar ya estaba acostumbrado a adormecerse junto al puerto de Paita con la cantinela armoniosa de aquella voz de mujer hecha seguramente al mando y a la declaración impetuosa de sus pasiones.
Aquella voz entraba en el mar con la autoridad de quien está acostumbrado a dominar los cuerpos y las almas de los hombres, mujeres, caballos, arcabuces, espadas.
Párrafos enteros de Plutarco fascinaban desde aquel violoncelo los entresijos del mar; y los peces de Paita,
familiarizados con páginas de Tácito y cartas de Bolívar, iban y venían por el océano del Sur, como van y vienen llenos de orgullo por su belleza los leopardos de Kenia.
La mujer de voz de contralto decía poemas, repetía proclamas y ardientes textos de amor que le enviara un hombrecito endeble pero resistente a extinguirse,
un hombrecito fosforescente de quien ella había sido la esposa y el marido, la emperatriz y la esclava.
Atónito el mar le escucha decir:
“Porque diciéndole en una ocasión Temístocles a Arístides que la dote mayor de un general era prevenir y antever los designios enemigos”, respondíale
Arístides: “Bien es necesario esto, ¡oh Temístocles, pero lo esencial y loable en quien manda es conservar puras las manos!”

Y los ecos del mar
paseaban por el firmamento, desde el sillón de ruedas de la mujer de Paita, palabras de Alejandro o repetían: “El sol, suspenso en mitad del cielo aplaudirá esta pompa. ¡Oh sol, oh padre!” Y a veces, el mar se quedaba ensimismado, porque Manuela, vistiendo por gran gala su uniforme de coronel de Ayacucho congregaba con suave autoridad a los niños indios y negros y mulatos de Palta,
y acompañada a la quena por un ciego cantaba en voz de plata un grave himno, el que escribiera un viejo amigo suyo, un hombre como ella infortunado, golpeado, despreciado, quien sin embargo
sacaba de su pecho y retumbaba más que Píndaro un discurso, para cantar las Armas y las Letras de los siglos dichosos.








II

Una tarde ya casi anochecida callaron los conjuros sobre el mar. Fue empujada suavemente la puerta, la del solitario vacío de aquella alma de aleteante gaviota. Bellos ojos en llama, carbunclos con el mirar de otro, del Bolívar de fiebre la envolvieron, y el torbellino de la cabeza rubia vistió de oro las entrañas de la anciana, colgando en los salones de su alma recamadas cortinas, tapices con escenas de amor, vergeles de erotismo.
Diciendo un verso de Poliziano en su lengua nativa entró el Desconocido: Mi nombre es Garibaldi, dijo, vengo a besar su mano, vengo a suplicarle que me deje contemplarla desnuda, acariciar lo que Él adoró. Dante nos ha enseñado a desposarnos con lo inalcanzable, con todo lo prohibido.
Voy a desnudarme, señora, para yacer junto a usted. Quiero que su cuerpo pase al mío el calor de aquel Hombre, su furia infantil para hacer el amor,
su sed nunca saciada de poseerla a usted en cuerpo y alma y cubrirla de hijos.
La levanto, la arranco de esa silla de ruedas que es el trono de la viuda misma de Dios, la paseo en mis brazos, la llevo hasta la mar, la balanceo al compás de un rigodón. Sus senos vuelven a ser erectos como espuelas que elevan hasta el cielo el frenesí del deseo.

Voy a poseerla como nunca hombre alguno poseyera a Thais o a Ninon. Sólo le ruego, doña Manuela, doña Manuelita, que piense usted en Bolívar mientras tanto, que imagine hallarse entre sus brazos, sentirlo enloquecido por el fuego que tiene usted encendido para siempre. Aquí estoy desnudo ante usted,
me llamo Giuseppe, Giuseppe Garibaldi, quiero ser para usted únicamente el joven que bailaba como nadie el rigodón en las fiestas de Quito.

El joven
que sólo aherrojado por los brazos de usted alcanzó a descubrir el sabor y el perfume de la vida.




La mariposa




Teresa:
traía para ti, 
entre las manos,
una mariposa.

Era roja, era azul,
era oriblanca, 
era tan linda,
que al verla bajo el sol
esta mañana,
quise que la tuvieras 
o al menos la miraras.

Traía para ti,
lleno de contentura 
aquella mariposa
que aleteaba en mis manos
como un pajarito. 
¡Quería verte la cara
cuando vieras saltar
sobre tu falda 
aquella mariposa!

Pero ya junto a tu casa
vi otra mariposa 
sola, amarilla, y verde,
parecía estar triste
como un hombre sin novia, 
y pensé si sería
la novia de la mía:
y abriendo las mis manos 
dejé que se escapara
la oriblanca, la azul,
la roja mariposa; 
y las dos se volaron,
y juntas fueron a quererse
perdidas por el cielo.

De "Poemas escritos en España"









La casa en ruinas



Une rose dans les ténèbres
S. M.

Hoy he vuelto a la casa donde un día
mi infancia campesina conociera
el pavor y la extraña melodía
de encontrar otra vez lo que muriera.

Ya nada atemoriza, nada altera
el ritmo de la sangre. Aquí vivía
(cuando era mi vida primavera)
la que a los niños en dioses convertía.

Vacío el caserón, rotas las jarras
que las rosas colmaron de belleza,
en vano vine en busca de mí mismo:

todo es inútil ya, perdidas las amarras,
y vencedoras las ruinas, es la pobreza
la única rosa nacida en el abismo.










Las estrellas



¡Cuántas estrellas anoche! 
¡Yo las veía tan claras y cercanas
como higos de cristal, como frutillas azules! 
Me parecía, Teresa,
que todas las estrellas te miraban
con la misma alegría con que te miran 
los ojos de mi alma.

Bocarriba en el campo,
solos la tierra y yo con las estrellas, 
yo ponía mis ojos
en el pueblo de ojillos azulosos
que desde arriba podía contemplarte 
con tantos ojos como estrellas tiene
el cielo blanco.

¿O serán las estrellas 
las orejas del cielo,
por donde arriba oyen
tu cantar cuando hilas 
o tu risa en el baile?

¿O serán las estrellas
como un sarpullido 
que en la piel del cielo
provoca rasquiñas,
y comezón, y ansias, 
y por eso titilan
y brincan las estrellas?

No: son ojos las estrellas, 
son miradas, son fiestas.
Yo anoche bien veía
que estaban contentas y felices, 
como quien puede mirar desde un collado
a una moza llamada Teresa 
mientras va por la cabra
o recoge azucenas.

Y yo quería tener, yo deseaba 
tantos ojos como tiene el cielo
para verte con ellos. Yo me sentía 
el cuerpo hecho un acerico
de estrellas y de ojos.
Por la piel 
me picaban y corrían
todas las estrellas.
¡Pudiera yo ser cielo 
y eternamente verte
con los innumerables ojos
de mis estrellas! 

Sentados a los pies del profesor
preguntábamos: ¿y la eternidad?
Y el buen viejo nos miraba con enojo,
hasta que por fin decía, contemplándose las manos:
"La eternidad no ha sido definida, pues se necesita
una eternidad entera para que abarquemos
el concepto de la eternidad. ¿Habéis comprendido?"
Y nosotros, sentados a los pies del profesor,
nos reíamos tanto, reíamos con tan poco cansancio,
que nos llevaba una eternidad consumir la risa
producida por la definición exacta de la eternidad.






Jamás, con ese final

Si tomas entre los dedos
la palabra amor,
y la contemplas de derecho a revés,
y de arriba abajo,
verás que está hecha de algodón,
de niebla,
y de dulzura.

Si después aprisionas
la palabra música,
sentirás entre tus dedos
el crujir de una frágil
lámina de arena.

Si cae entre tus manos
la palabra jamás,
la terrible palabra
que pone punto final a la pasión
y al destino,
sentirás que está lleno de infinito,
y que la serpiente inmóvil de la S
es un eslabón entre el fuego y la nieve,
entre el infierno y el cielo,
entre el amor y la música.

La palabra jamás con ese al final
no termina nunca;
rodea la tierra y salta luego,
perdiéndose en el océano
de las estrellas.








Breve viaje nocturno

Mi madre no sabe que por la noche,
cuando ella mira mi cuerpo dormido
y sonríe feliz sintiéndome a su lado,
mi alma sale de mí, se va de viaje
guiada por elefantes blanquirrojos,
y toda la tierra queda abandonada,
y ya no pertenezco a la prisión del mundo,
pues llego hasta la luna, desciendo
en sus verdes ríos y en sus bosques de oro,
y pastoreo rebaños de tiernos elefantes,
y cabalgo los dóciles leopardos de la luna,
y me divierto en el teatro de los astros
contemplando a Júpiter danzar, reír a Hyleo.

Y mi madre no sabe que al otro día,
cuando toca en mi hombro y dulcemente llama,
yo no vengo del sueño: yo he regresado
pocos instantes antes, después de haber sido
el más feliz de los niños, y el viajero
que despaciosamente entra y sale del cielo,
cuando la madre llama y obedece el alma.







Olvido



¡Cómo el olvido ha ido destruyendo
el mundo aquel que edificamos juntos!
¡Las abejas sonoras, los pastos, el estruendo
del río bramador acorralado, los difuntos
ecos del viento que partió gimiendo
con tu enorme cadáver, y ardió los juncos
con llama tan veloz que aún está ardiendo,
con ceniza tan cruel que aún están truncos!

Donde hubo razón de frescos vinos,
de panes floreciendo en la alborada,
de reluciente fruto mantenido

en remotos estrados cristalinos,
hoy sólo queda una sombra desgarrada
y tus restos luchando con mi olvido.











El hombre habla de sus vidas anteriores



Cuando yo era un pequeño pez,
cuando sólo conocía las aguas del hermoso mar,
y recordaba muy vagamente haber sido
un árbol de alcanfor en las riberas del Caroní,
yo era feliz.

Después, cuando mi destino me hizo
reaparecer encarnada en la lentitud de un leopardo,
viví unos claros años de vigor y de júbilo,
conocí los paisajes perfumados por la flor del abedul,
y era feliz.

Y todo el tiempo que fui
cabalgadura de un guerrero en Etiopía,
luego de haber sido el tierno bisabuelo de un albatros,
y de venir de muy lejos diciendo adiós a mi envoltura
de sierpe de cascabel,
yo era feliz.

Mas sólo cuando un día
desperté gimoteando bajo la piel de un niño,
comencé a recordar con dolor los perdidos paisajes,
lloraba por algunos perfumes de mi selva, y por el humo
de las maderas balsámicas del Indostán.
Y bajo la piel de humano
ya llevo tanto sufrido, y tanto y tanto,
que sólo espero pasar, y disolverme de nuevo,
para reaparecer como un pequeño pez,
como un árbol en las riberas del Caroní,
como un leopardo que sube al abedul,
o como el antepasado de una arrogante ave,
o como el apacible dormitar de la serpiente junto al río,
o como esto o como lo otro ¿o por qué no?,
como una cuerda de la guitarra donde alguien,
sea quien sea,
toca interminablemente una danza que alegra de 
igual modo a la luna y al sol.






Génesis

Sus rodillas de piedra, sus mejillas 
frescas aún de la reciente alga;
sus manos enterradas en la arcilla 
que el cuerpo oscuro hacia la luz cabalga;

y su testa nonata todavía, blanda silla 
de recóndita luz, de espera larga,
fue ascendiendo detrás de la semilla 
ida del verbo a la región amarga.

Ciego era Adán cuando la augusta mano 
le impartió su humedad al rostro frío.
Por el verbo del agua se hizo humano, 

por el agua, que es llanto en desvarío,
se fue mudando hacia el jardín cercano 
e incendió con su luz el astro frío.





Testamento del pez
Yo te amo, ciudad, 
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible, 
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.

Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro numeroso, 
cuando hasta el silente cristal en que resido
las estrellas arrojan su esperanza, 
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos, 
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces, 
yo te amo, ciudad.

Yo te amo, ciudad,
cuando desciendes lívida y extática 
en el sepulcro breve de la noche,
cuando alzas los párpados fugaces 
ante el fervor castísimo,
cuando dejas que el sol se precipite 
como un río de abejas silenciosas,
como un rostro inocente de manzana, 
como un niño que dice acepto y pone su mejilla.

Yo te amo, ciudad, 
porque te veo lejos de la muerte,
porque la muerte pasa y tú la miras 
con tus ojos de pez, con tu radiante
rostro de un pez que se presiente libre; 
porque la muerte llega y tú la sientes
cómo mueve sus manos invisibles, 
cómo arrebata y pide, cómo muerde
y tú la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas, 
vistes la muerte de ropajes pétreos,
la vistes de ciudad, la desfiguras 
dándole el rostro múltiple que tienes,
vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio, 
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente milenario, 
volviéndola de piedra, volviéndola de noche
volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas, 
la vences, la reclinas,
como si fuese un perro disecado,
o el bastón de un difunto, 
o las palabras muertas de un difunto.

Yo te amo, ciudad
porque la muerte nunca te abandona, 
porque te sigue el perro de la muerte
y te dejas lamer desde los pies al rostro, 
porque la muerte es quien te hace el sueño,
te inventa lo nocturno en sus entrañas, 
hace callar los ruidos fingiendo que dormitas,
y tú la ves crecer en tus entrañas, 
pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola,
con su boca amorosa, su luz de estrella en los labios, 
la escuchas cómo roe y cómo lame,
cómo de pronto te arrebata un hijo, 
te arrebata una flor, te destruye un jardín,
y te golpea los ojos y la miras 
sacando tu sonrisa indiferente,
dejándola que sueñe con su imperio, 
soñándose tu nombre y tu destino.
Pero eres tú, ciudad, color del mundo, 
tú eres quien haces que la muerte exista;
la muerte está en tus manos prisionera, 
es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.

Yo soy un pez, un eco de la muerte, 
en mi cuerpo la muerte se aproxima
hacia los seres tiernos resonando, 
y ahora la siento en mí incorporada,
ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy muriendo, 
me estoy volviendo un pez de forma indestructible,
me estoy quedando a solas con mi alma, 
siento cómo la muerte me mira fijamente,
cómo ha iniciado un viaje extraño por mi alma, 
cómo habita mi estancia más callada,
mientras descansas, ciudad, mientras olvidas. 

Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño, 
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta; 
yo soy un pez, he sido niño y nube,
por tus calles, ciudad, yo fui geranio, 
bajo algún cielo fui la dulce lluvia,
luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de mujer, 
sombrero, fruta, estrépito, silencio,
la aurora, lo nocturno, lo imposible, 
el fruto que madura, el brillo de una espada,
yo soy un pez, ángel he sido, 
cielo, paraíso, escala, estruendo,
el salterio, la flauta, la guitarra, 
la carne, el esqueleto, la esperanza,
el tambor y la tumba.
Yo te amo, ciudad, 
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a contemplarte, 
porque alzas sin paz en cada instante
todo lo que destruye con sus ojos, 
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú resuenas, 
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna semejanza, 
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un muro, 
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu estructura 
de impalpable tejido y de esperanza.

Quisiera ser mañana entre tus calles 
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar, 
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia, 
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido, 
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto, 
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando, 
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera, 
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos, 
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte, 
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas. 







El caballero, el diablo y la muerte:
Versos para un grabado de Durero

1. El caballero

Un caballero es alguien 
que se opone al pecado.

Sale con paso de aventura
en busca del origen de su alma. 
Sale hacia el sol,
dialogando con el múltiple espejo
del rocío. 
Conoce la clara fisonomía
de cada estrella.
Ha sido huésped nemoroso 
de cada árbol.
Ha templado su arma bendecida
en cada amanecer. 

Un caballero es alguien
que se opone al pecado,
que requiere su espada 
y despliega sus armas,
ante el malicioso rostro,
ante la incitación perfumada 
de una doncella, cuyo pecho
resguarda los ámbitos del Paraíso. 

El caballero avanza
ceñido por las ramas.
Su mirada es más fría 
que su espada. Arde su corazón.
Su memoria persigue
los parajes extensos, 
las sombras que atestiguan
un pasado más puro que los cielos. 

El Caballero avanza por el bosque.
Los mirlos le siguen, le acompaña 
el silencio de las ramas, y el aire.
Busca el lugar que canta 
en el bosque remoto. Avanza
como un trémulo azor hacia el pecado. 

2. El diablo

Resuenan sus pensamientos. 
Combaten sus ojos cristalinos
con la más dura imagen del pecado. 
Algo tiende sus frutos y procura
arrebatar su alma bajo el bosque: 
es el diablo el que canta entre las ramas.

El diablo es la alegría 
que entrega llanto y ríe.
Es el perfume que alarga una rosa
cuyo centro está hecho de tinieblas. 
Es la campana que anda sola recorriendo el bosque,
y suena como un canto inocente, de llanto y risa. 

El caballero escucha,
requiere sus armas,
atraviesa veloz las ramas, 
ora.

El caballero sigue por el bosque.
Alguien lo llama aún con voz muy poderosa. 
Trina el diablo, retiñe su campana, su cascabel
persigue, su risa avanza. 

El caballero escucha: está lejos la sombra.
No hay música tan pura como el silencio. 
No hay palacio tan puro como las ramas.
Su caballo comienza a encantarse, el aire 
se viste de una serena música, corporal, cristalina:
el caballero avanza hacia la muerte. 

3. La muerte

La muerte es el soldado 
perpetuo del Señor.

Cuando alguien hiere
la mirada que nunca se fatiga 
ella viene a volverlo
ser único del mundo ante esos ojos.

Cuando alguien deja hundir su sueño
detrás del propio cuerpo, 
ella viene a golpearle
amorosa los hombros,
y descubre un viajero 
más despierto y profundo.

Cuando alguien olvida
su existencia, 
ella viene y desgrana
en lugar suyo
la melodía abierta del ascenso; 
esparce como el agua por el suelo
el lento descender,
el ir arriba. 

Cuando es llamada
por aquél que no puede con su alma,
se oculta entre la malla de los días; 
luego se cubre el pecho
con su coraza negra,
y armada de su lanza, 
su caballo y su escudo,
se arroja inesperada
entre la hueste erguida. 
Tala sin ruido
lo pesado y lo leve.
No pregunta ni escucha. 
Trabaja y parte
hacia otro ser,
único en el mundo,
que la espera aunque duerma, 
que la espera y despierta
para encontrarse solo
ante su cuerpo abierto, 
sin secreto y sin mundo
delante del Señor.

Ella atraviesa el tiempo 
como atraviesa el polvo los espacios.
Sus combates
renacen el instante en que los cielos 
sin peso fueron levantados
y fueron destruidos.
Para ella las flores, 
el adiós, la sonrisa,
la aflicción que no acierta,
lo hiriente y lo amoroso. 
Para ella el olvido,
el no mirarla nunca
destruir el espejo, 
devorar el silencio,
arrinconar el mundo.
Para ella los brazos, 
los metales más puros,
los signos, el lamento,
que todo esto alcanza 
a dejar que su canto
penetre hasta las hondas
claridades del cuerpo. 

La muerte es el soldado
perpetuo del Señor.

Cada muerto es de nuevo 
la plenitud del mundo.
Por cada muerto habla
la piedad del Señor. 
Aquella que nos busca
debajo de lo oscuro,
la que nos pone en llamas 
otra vez como el día
en que los cielos fueron
creados y deshechos, 
es la siempre perdida,
la siempre rechazada,
pero la siempre entera, 
corporal, cristalina,
memoria del Señor.

El Caballero rinde 
sus armas a la muerte.
Su corcel se arrodilla
lentamente en el aire. 
Las ramas tienden
hacia el cielo su alma,
cantan a su gloria, 
le entregan al Señor.







Silente compañero



(Pie para una foto de Rilke niño)

Parece que estoy solo,
diríase que soy una isla, un sordomudo, un estéril.
Parece que estoy solo, viudo de amor, errante,
pero llevo de la mano a un niño misterioso,
que a veces crece de repente, y es un soldado aherrojado,
o es un hombre mayor meditabundo, un huésped del reino de los lúcidos,
y se encoge luego, se recoge hasta devolverse a la niñez,
con sus ojos denominable arcano, con su látigo inútil con su estupor,
y este niño retráctil me acompaña, y se llama Rainiero en ocasiones,
y en otras el Presente, y el Caballero Huérfano, 
y el Soldado sin Dormir Posible,
y comulga con el comunicado mundo de ultratumba,
y conoce el lenguaje de los que abandonaron, condenados, el cuerpo,
y pelean a alma limpia por convencer a Dios de que se ha equivocado.

Parece que estoy solo en medio de esta fría trampa del universo,
donde el peso de las estrellas, el imponderable peso de Ariadna, 
es tan indiferente como el peso de la sangre,
o como el ciego fluir de la médula entre los huesos;
parece que estoy solo, viendo cómo a Dios le da lo mismo
que la vida tome en préstamo la envoltura de un hombre o la 
concha de un crustáceo,
viendo lleno de cólera que Pergolesi vive menos que la estólida tortuga, 
y que este rayo de luz no quiere iluminar nada,
y el sol no sospecha siquiera que es nuestro segundo padre.

Parece que estoy solo, y este niño del látigo fláccido está junto a mí,
derramando como compañía su mirada sagaz, temerosa porque 
ha reconocido
el vacío futuro que le espera;
parece que estoy solo, y golpeándome el hombro está este niño,
este aislado de la multitud, lleno de piedad por ella,
que se inclina sobre el centro del misterio, y golpea y maldice,
y hace estremecerse al barro y al arcángel,
porque es el Testimonio, el niño pródigo que trae la corona 
de espinas,
la verdad asfixiante del sordo y ciego cielo.

Cuando yo mismo sueño que estoy solo,
tiendo la mano para no ver el vacío,
y esta mano real, este concreto universo de la mano,
con destino en sí misma, inexorablemente creada para ser 
osamenta y ser polvo,
me rompe la soledad, y se aferra a la mano del niño, y partimos
hacía el bosque donde el Unicornio canta,
donde la pobre doncella se peina infinitamente,
mientras espera, y espera, y espera, y espera,
acompañada por las rotas soledades de otros seres,
conscientes del misterio, decididos a insistir en sus preguntas,
reacios a morir sin haber encontrado la clave de esta trampa.

Parece que estoy solo,
pero llevo en derredor un mundo de fantasmas,
de realidades enigmáticas como el pan y la silla,
y ya no siento asombro de llamarme Roberto o Antonio 
o Segismundo,
o de ser quizá un árbol a cuyo pie descansa un peregrino
en cuya mente vive como metáfora de su realidad la persona 
que soy;
pues sé que estoy aquí, realmente aquí, destruible pero ya
irrevocable,
y si soy sueño, soy un sueño que ya no puede ser borrado;
y una lejana voz confirma todas las anticipaciones,
y alguien dice -¡no sé, no quiero oírlo!-
que de esta trampa ni Dios mismo puede librarnos,
que Dios también está cogido en la trampa, y no puede dejar 
de ser Dios.
porque la Creación cayó de sus manos al vacío,
tan perfecta y completa que el Señor, satisfecho,
se dedicó a crear otras creaciones,
y va de jardín celeste en jardín celeste, dando cuerda al reloj, 
atizando los fuegos,
y nadie sabe por dónde anda ahora Dios, a esta hora 
del día o de la noche,
ni en cuál estrella se encuentra renovando su curioso experimento,
ni por qué no deja que veamos la clave de esta trampa,
la salida de este espejo sin marco,
donde de tarde en tarde parece que va a reflejarse la 
imagen de Dios,
y cuando nos acercamos trémulos, reconocemos el nítido 
rostro de la Nada

Con este niño del látigo en la mano voy hacia el amanecer o 
hacia el morir.
Comprendo que todo está ya escrito, y borrado, y vuelto a escribir,
porque la sucia piel del hombre es un palimpsesto donde emborrona 
y falla sus poemas el Demonio en persona;
comprendo que todo ya está escrito, y rechazo esa lluvia sin cielo 
que es el llanto;
comprendo que nacieron ya las mariposas
que obligarán a palmotear de alegría a un niño que inexorablemente 
nacerá esta noche.
y siento que todo está escrito desde hace milenios y para milenios, 
y yo dentro de ello:
escrita la desesperación de los desesperados y la conformidad de los conformes,
y echo a andar sin más, y me encojo de hombros, sin risa y sin llantos, 
sin lo inútil,
llevando de la mano a este niño, silente compañero,
o soñándole a Dios el sueño de llevar de la mano a un niño,
antes de que deje de ser ángel,
para que pueda con el arcano de sus ojos
iluminarnos el jardín de la muerte.

De "Memorial de un testigo" 1966








Rapsodia para el baile flamenco



Dialogar con la muerte es la hermosa imprudencia 
de quienes aprenden a cantar desde la cuna al borde del abismo.
El canto y la danza también pueden ser fervorosos rituales de la 
desesperanza,
escuelas de lo terrible pobladas de una infancia hipnotizadas por los ojos 
de la madre,
los ojos de una fascinada mujer que a su vez viene rodando por los siglos, 
con su encantamiento amarrado a la cintura, y quiere arrojarlo de sí, 
con palmas, con gemidos, con arranques de un fuego que prende
otro fuego más hondo, para evitar el imperio de la ceniza en el alma, 
y levantar la sangre hasta los rostros de los santos de papel.
La danza puede ser el idioma perdido de unos dioses, 
la señal arrojada a la noche desde un faro hundido en el infierno, 
la invitación a rugir de protesta y de odio contra el acabamiento humano, 
la llamada al disfrute de placeres absolutamente baldíos, pero gratos por ello, 
la plegaría burlona ante ídolos que perdieron todo su poder,
y son ahora piedrecillas azotadas por la danza. 
Ese canto que viene de más allá de las entrañas,
este canto aprendido junto al muro de los cementerios, 
este canto guardado entre sus vísceras por los errantes hijos de David, 
este disfraz del llanto de las sinagogas, que lleva siglos resonando, 
este canto hecho de milenios de mendicidad, de pavor y de adulterios, 
este lamento que es un río de belleza y de sangre vertida por el amor prohibido, 
este canto que es un hombre en fuga, un criminal acorralado,
un violador de niñas a la sombra del nardo, alguien 
a quien el destino persigue con sus perros más feroces,
este canto y esta danza, hermanos gemelos de la muerte, 
hijos de la calavera, sonidos del bailete que el diablo ensaya todos los días 
a las puertas del cielo,
esta danza y este canto, esta belleza golpeadora en el bajo vientre, estas 
victorias, elevan al hombre hasta más allá del glorioso desdén por la muerte, 
lo mantean.
como a un polichinela humanizado por el impuro amor a la hetairas, 
y esparcen y derraman la blanca sangre de la fecundación,
y al final lo entregan rendido a la orgullosa posesión del vacío; 
esta danza y este canto, estas alucinaciones, estos esqueletos de carnosas grupas, 
por los siglos, estos misteriosos gatos egipcios que saltan entre los brazos en arco 
y muerden la cintura
de los bailarines, estas agrias flechas de lascivia contra el San Sebastián 
que las contempla, este aquelarre ardiendo entre los muslos, y a la postre, 
después de los altos himnos paganos a la carne, después del rostro contraído por el 
miedo a la muerte, después de la pasión crispada y anhelante, del llanto denunciado 
en las tenebrosas guitarras, esta danza y este canto se pierden en el vientre 
de la noche, vuelan hacia los recónditos cementerios, y agazapados quedan; 
este canto
y esta danza, hasta mañana, hasta mañana otra vez, hasta siempre y más siempre, hasta mañana.







Nocturno luminoso



Music I beard with you was more than music, 
and bread I broke with you was more than bread.
Conrad Aiken

Como un mapa pintado de violento amarillo sobre una pared gris, 
como una mariposa aparecida de súbito en medio de los niños en el aula, 
inesperadamente así, cuando es más noche la noche de los ciegos extraviados 
en el laberinto,
puede aparecer de pronto una figura humana que sea como un cirio 
dulcemente encendido,
como el sol personal, o como el recuerdo de que hay también estrellas 
y hermosura,
y algo bello cantando todavía entre las viejas venas de la tierra. 
Como un mapa o como una mariposa que se queda adherida en un espejo, 
la dulce piel invade e ilumina las praderas oscuras del corazón;
inesperadamente así, como la centella o el árbol florecido, 
esa piel luminosa es de pronto el adorno más bello de una vida,
es la respuesta pedida largamente a la impenetrable noche: 
una llama de oro, un resplandor que vence a todo abismo,
un misterioso acompañamiento que impide la tristeza. 

Como un mapa o como una mariposa así de simple es amar.
¡Adiós a las sombras, a los días ahogados de hastío, al girovagar la Nada! 
Amar es ver en otra persona el cirio encendido, el sol manuable y personal 
que nos toma de la mano como a un ciego perdido entre lo oscuro,
y va iluminándonos por el largo y tormentoso túnel de los días, 
cada vez más radiante,
hasta que no vemos nada de lo tenebroso antiguo, 
y todo es una música asentada, y un deleite callado,
excepcionalmente feliz y doloroso a un tiempo, 
tan niño enajenado que no se atreve a abrir los ojos, ni a pronunciar una palabra, 
por miedo a que la luz desaparezca, y ruede a tierra el cirio,
y todo vuelva a ser noche en derredor 
la noche interminable de los ciegos.



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