viernes, 13 de agosto de 2010

JORGE AULICINO [423]


Jorge Aulicino

Jorge Ricardo Aulicino es un poeta y periodista argentino, nacido en 1949 en la ciudad de Buenos Aires.

Se formó en el taller literario Mario Jorge De Lellis junto con poetas y narradores como Daniel Freidemberg, Marcelo Cohen, Irene Gruss, Rubén Reches, Alicia Genovese, Leonor García Hernando, Lucina Alvarez y Jorge Asís.

Trabajó en el periodismo político de izquierda en los años '70.

Se desempeñó en agencias de noticias y en los diarios "La calle" y "La tarde" como cronista gremial, de noticias generales y de policiales, entre 1974 y 1976.
Fue director de la revista política "Generación 83" y editor político del semanario "El Ciudadano".
Trabajó como redactor jefe de las revistas "Conozca Más" y "Misterios".
Colaboró en las revistas literarias "18 Whiskys", "Hablar de Poesía" y "León en el Bidet".
Formó parte de la dirección y fue columnista de "Diario de poesía", influyente publicación en el ámbito poético de la década de 1980.

En Clarín

Ingresó en el diario Clarín a comienzos de la década de 1980 y se desempeñó allí hasta fines de esa década. Reingresó al diario a mediados de la década de 1990 y fue editor de las páginas de cultura, arte y ciencia y editor jefe de Espectáculos.
Fue subdirector y columnista de la Revista Ñ, suplemento cultural del mismo diario hasta 2012.

Académicas

Dio talleres de periodismo en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad del Centro de la provincia de Buenos Aires.

Tradujo numerosos poemas de autores italianos, norteamericanos e ingleses. Seleccionó y tradujo rimas de Guido Cavalcanti y poemas de John Keats para la editorial Selecciones de Amadeo Mandarino. Publicó en 2011 una traducción del Infierno, de Dante Alighieri. En 2015 publicó la traducción de los tres libros de "La Divina Comedia". En 2016 publicó una selección de traducciones de los poemas de Pier Paolo Pasolini.

Colabora en la versión digital de "Periódico de poesía" de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Como poeta

Poemas suyos fueron incluidos en antologías en América latina y España y traducidos al italiano y el inglés.

Creó el blog de poesía en castellano y poesía traducida "Otra Iglesia es Imposible".

Fue uno de los animadores del primer Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires, realizado en noviembre de 2008.

Recibió el Premio Nacional de Poesía en 2015.

Obra

"Vuelo bajo" (1974);
"Poeta antiguo" (1980);
"La caída de los cuerpos" (1983);
"Paisaje con autor (1988);
"Hombres en un restaurante" (1994);
"Almas en movimiento" (1995);
"La línea del coyote" (1999);
"La poesía era un bello país. Antología 1974-1999" (2000);
"Las Vegas" (2000);
"La luz checoslovaca" y "La nada" (2003);
"Hostias" (2004).
"Máquina de faro" (2006)
"Cierta dureza en la sintaxis" (2008)
"Estación Finlandia. Poesía reunida 1974-2011", (2012)
"Libro del engaño y del desengaño", (2011)
"El camino imperial. Escolios", (2012)
"El Cairo", (2015)
"Corredores en el parque", (2016)


de EL CAIRO (2015)
El Cairo, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015


Nubes en el día de Pascuas

Las nubes tenían esta tarde una forma trágica
y fría, ardiente solo en la profunda religión de las redes neuronales:
en esa tradición ambigua eran el rostro de Cristo
y eran su reino a la vez. Nubes grises
y de gris claro a negro-gris como un antiguo traje de alpaca
abotonado, el chaleco gris perla.

                  ¡Oh Dios entre las nubes en la hora consuetudinaria
en que muere el día, cada día, cada tarde! Y
oh lejanas fogatas de San Juan bajo las nubes otoñales.

¿Volver a Auerbach sólo para constatar que en lo esencial
el mito ha cambiado? Y con él la realidad, hace dos mil y tantos años...
Un drama que se ha instalado desde entonces, brillos en el tomate
que parto, como un hacha asesina una cabeza, en la cocina oscura.
Luz y aire en el aire-luz surcado de sombras brillantes, sombras
y luz porque aún hay redención en las cosas: las calles,
la película policial de la noche, el libro, el esponjoso trapo junto a la pileta.



Todos somos el último romántico

¡En esa compleja metáfora, agitando el fondo, 
estabas tú!, Bécquer me grita bajo las arcadas 
de un viejo mercado a oscuras y vacío. Que esto 
explique el uso del "tú" provenzal en el siguiente texto: 

Como una mantarraya, como una anguila,
te movías chupando y oscureciendo la sal, 
la arena, los restos, los viejos neumáticos hundidos. 
Manta birostris, 
elegante en aguas oscuras 
y narcisista fugitiva. 

-No es esa mi función -repuse-. 
Llevo en mi sangre un monumento gótico, 
alzado como esa lanza mora en tu linaje. 
De las mismas arenas, por distintos rumbos, 
llegamos a los hemistiquios godos. 
Y cuando rocen los siglos ululando 
nuestras sienes en un combate semi-trágico 
en Andrómeda o en los límites, al menos, del Sistema, 
seremos aún africanos, Gustavo Adolfo, tras el vidrio 
esmerilado y la radiación infrarroja de tu escudo.




El Cairo

¿Por qué no decir que estoy en la otra costa del Atlántico donde 
comienza esta respiración, donde está el centro de su pálpito? 
Más cerca imaginariamente del pecho emisor, pero no tan lejos, 
no demasiado lejos de la verdad, de la naturaleza de este respiro 
africano de la ciudad en que vivo. 

En El Cairo buscamos el café en la calle del mercado 
al que solía ir el Premio Nobel, un sitio detestable, la calle; un lugar 
provisorio y ligeramente fresco el café con mesas cubiertas de hule, creo. 
Un sitio detestable, provisorio y tan antiguo a la vez 
que todo parecía estar ocurriendo el día en que el hombre descubrió 
sorpresivamente 
la mercancía. ¡Oh cornucopias, pasteles, panes frutados, especias, 
vinos, telas, miel, ébano, madera, hojalata, esmalte, terracota, tabaco! 
Ah la abundancia y el ruido; el exceso y la plata, el dorado y el narguile lento. 
Sucios pies, sucias sandalias, sucias camisetas, turbantes, 
manos expertas en relojes de imitación, en vituallas, en cajas, como acá.

Oh el valor de cambio cubierto sin embargo de ese otro valor -no el número-: 
la variedad, la abundancia, el excedente. Nunca fue tan plena la realidad. 
Uno y todo: el pálpito africano, el dinero metálico, sonante, 
la textura del objeto, su color, la aceituna de sabor indescriptible, el dátil. 
He aquí el café pues, cómo no entenderlo. Un hombre no sería nada sin café y tabaco.





La firmeza de la soledad en los manubrios

No necesito los anchos campos para oír la soledad poblada –
oír o ver, oler o palpar, un sentido debe dar cuenta de esto.
Estás parada ahí,
tras un sillón, en un estrecho espacio, de espaldas a una ventana
de vidrios esmerilados –
no puedo evitar un escalofrío a lo Poe, pero recuerdo,
y el recuerdo hace tu sombra más amable.
La diafanidad de los campos y los espectros tienen un raro vínculo.

Sustancial es esta ancha soledad en las motocicletas estacionadas sobre la vereda.
Tarde de diciembre, 2013. Buenos Aires.
Sustancial en el agobio que siente hasta el sol estrellado
contra un cielo de celeste ardiente.

El desierto de gentes recorrido, de beduinos, de motociclistas sin raíces,
pero cuyas raíces portan el lejano partir de una embarcación cualquiera,
una chalupa guerrera, un barco al palio, un petrolero.
Raíces imantadas de desierto y de soledad y de palabras
que se recuerdan, que mitigan, que ahondan a la vez, el fantasma.

Nadie escribe en estas paredes Viva mi madre. Nadie escribe la verdad.





de El camino imperial. Escolios, 2012


Socialist site

En el sitio socialista, como matorrales entre las vías,
rojos
de tiempo y
de deseo político,
crecen, fermentan, se pudren y huelen
la rosas de la madera, las rosas del fierro,
las rosas del pensamiento
los pétalos robustos, con sus bordes carcomidos,
pues algo de madera y de hierro sirve aún en el mundo

a la obra material, a la obra cívica,
a la obra íntima.
Algo, aún, de madera y de fierro.




Ictus sustinere

after Ezra Pound

No 'como quién' sino qué.
Los restos de carne en la plancha de los bifes
resisten bajo la canilla,
aferrados al fierro que los ha quemado.
Algunos son altas estalagmitas de carbón,
otras achaparradas pampas. No de ahí quieren
que los saquen. A su dulce lamentar cual dos pastores,
mirás la ventana, oscura por completo,
presentís el vacío de la tormenta -no de agua sino de relámpagos y tierra-,
y pensás en la mujer a la que gustaba el epigrama
y se fue mientras dormías.
A su modo, seco, inconfesable,
no quería que la arrancaran de su lugar de mierda
al que llamaba patria.



Las malas políticas

Durante las grandes deportaciones,
Oyendo, Paco y Escuchando compraron un gran granero.
No nos tomarán de a pie, dijeron, en el cielo alba
trabajaron cuatro semanas acarreando.
Oyendo era adicto al bolero 'Vete de mí'.
Escuchando, cuya radio habían cancelado,
se anoticiaba constantemente por la BBC.
Sufría sin noticias, que remplazaba por plegarias.
'Al fin y al cabo', dijo Paco, 'llenaremos el granero,
pero eso no será suficiente'.
Escuchando comprendió que estaban en un error gigantesco.





El fracaso de Holmes en el natatorio

(Sherlock, primera temporada, capítulo 3, BBC)

Un tipo abandona el paraninfo del natatorio hablando por su celular,
con el traje gris correctamente abotonado.
Y como por acto de magia las acciones se suspenden.
La mira laser que buscaba tu garganta se apaga.
Bajás una pistola -una Glock de nueve milímetros quizá,
extrañamente precisa, moderna y austera para tu exquisita mente
barroca, talmúdica, contrarreformista-.
Tus ojos corren por los balcones de la piscina nocturna e incluyen
las estrellas. Estás auténticamente desconcertado.
En tus ojos late la idea, late y late la idea.
Ah este momento en el que nacen los teoremas, las caricias.
Comprendés al bajar tu arma matemática -la que siempre
fue más argumento que arma para vos-
que el misterio de cada época hace mutis de modo diferente.
Ahora debés encontrar resuello, una lógica fortuita
que se prende y se apaga. Ningún crimen está resuelto.
Qué novedad. Pero, en estos tiempos, se incrementa
la multiplicación especular. Las probabilidades se reparten
con la obsesión del sofisma de la liebre que no adelanta nunca a la tortuga.
Y es esto Dios: una cuestión de dimensión, de multiplicaciones,
de velocidad. 




Paradise Lost

Porque cuando te mira fijo, es
absolutamente, absolutamente,
Dios. Lo mirás con la maza y las escamas
de las que lo ha dotado el buen cine industrial.
Creen engañarte
-recuerda el viejo corriendo las lagartijas entre los tomates:
diablos menores entre latas de tierra y abandonados manubrios-,
y te dicen la diabólica verdad.
Es una guerra de titanes, de músculos y ángeles.
Una guerra, ah, decírtelo: de hermanos. Cielo de los reptiles,
tierra de los charcos con miradas de querubes.
Rasgada la túnica, Miguel muestra bíceps de gimnasio,
entrenado cuerpo, batiente tórax, pelos bestiales.



Kritik der politischen Ökonomie

Debo agradecer - dijo el poeta Fergusson
O'Connell - a todos estos señores
-años de Oxford detrás de sus palabras-.
Los árboles de la calle frente a su ventana
en Equis Street -Gordon Street digamos-
tal vez eran plumas, fueron plumas
para las mentes dispuestas, ágiles y sinceras
de los románticos. No para él. Para él sólidos eran.
Su movimiento, visible. Sólidos, y se preguntaba
por las arenas de las grandes fosas
marinas. A nueve a diez kilómetros de profundidad.
¿Ligeras? Se preguntaba por todo el contorno:
el martillo del herrero su padre resonaba en su cabeza.
Oh luchó en las garras del capital -Debo
agradecer a todos estos señores -dijo-.
Pues comprendía, pues luchó en las garras.
Conoció el chasquido del panfleto y la resonancia de los bosques.
A todos esos señores, en las garras.



De Libro del engaño y del desengaño, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2011



(Otra “Demanda contra el olvido”)

Recuerde al alma.
¿Cómo, qué, recuerde?
Recuerde el alma los consagrados machetes
los golpes de azar, los golpes malogrados,
recuerde cuando era pobre y creyente
y no mejorado y difícil de timar.
Recuerde, recuerde, recuerde,
los famosos cadáveres, recuerde.
No condene ni juzgue, recuerde.
Recuerde, niéguese a este claro vidrio,
niéguese a esta distancia no crepuscular.
Recuerde la exacción del tiempo,
recuerde la voz monótona del Partido,
recuerde a los parados sobre las mesas,
el balcón recuerde, el juego con la multitud,
la política de acción, la seguridad absoluta,
la generación espontánea de la revolución.
Recuerde: cuando empezamos
Pier Paolo ya había enterrado a Gramsci, al partido y al siglo.
Recuerde que fuimos más, urbanos y campesinos.
La patria recuerde.
Recuerde el candor del crimen.
Recuerde la palabra acción qué sonido lúgubre
Recuerde la palabra política, qué sonido de ábaco.
Recuerde qué instituciones mórbidas.
Recuerde la violencia que engendra.
Recuerde las cadenas. Recuerde, en fin, las travesías
por las pampas. -¿Habría allí lugar al polvo de montoneras?
 -Usted vio trigo y carreteras.
En la gótica ciudad recuerde el café.
Recuerde cómo ennegrecían las fachadas.
Recuerde que nada era la rabia sin el método
y el método sin rabia. Recuerde lo entumecido.

Recuerde el color biliar del Centro.
Recuerde los bandos. Recuerde las marchas.
Recuerde las palmeras y el ulular de sirenas.
Recuerde el son militar que no era ya de guerra.
Recuerde cómo combatimos el atraso con barbarie.
Recuerde esa guerra criminal. Recuerde la carne.
Recuerde la iluminación en la ceguera
y la ceguera en la iluminación.
Recuerde el esqueleto de la república feudal.
Recuerde los costurones de la república popular.
Recuerde la gestión sin intermediación.
Recuerde el triste olor de los laureles sin olor.
Y recuerde el sabor del laurel.
Ciudad sin eternidad. Ciudad sin irrealidad.
Ciudad con memoria de la achura y no del caldo.
Recuerde en la ciudad que no podría nada recordar.
Recuerde a Donato, a Salvador y a las cocinas.
Recuerde las nubes bajas. Recuerde la casa de enfrente.
Avive el seso y despierte.
Contemplando.
Cómo sucede la muerte,
cómo rodea la vida,
tan callando.
Pues le buscarán el costillar
y las fajinas.
Y le pedirán que hable, y aun llorando.




Ahora yo conduzco

Ahora yo conduzco un clavo hacia el ralo espejarse de los totorales
en las capas de vapor que se alzan más cercanas a la tierra –espejismo, oasis-;
un objeto
chiuso, afilado, nada notable, y sin embargo concreto, comprado
o adquirido, con consabidas vueltas e idas, con meneos de cabeza,
con indicaciones complejas e intraducibles –preguntándome cómo haría
tales indicaciones, acompañadas de gestos, en italiano, por ejemplo-,
de este tamaño, no: de acero, más o menos para colgar una pajarera,
para contener el contramarco, hinchado de humedad, usted bien sabe,
un clavo;
y el ferretero, cansado, orondo aún así, mostrando clavos, retenes,
ganchos, pluriformes metales, trabajadas piezas no únicas, sino repetidas
y orgullosas de su logro indefinidamente multiplicado en sus cajuelas;
opacas, incomparablemente superiores a la chatarra, pues conservan futuro y forma,
el ferretero diciendo, sin palabra: tal clavo existe para su innominada función:
no fue creado
pensando que con él alguien, usted, cualquiera, alguna vez, cierto día,
querría
atravesar el alto reflejo, digamos, de los totorales,
y para tal fin habría de sentarse –lo he visto- bajo la techumbre de un café en la calle,
tarde a tarde.
Buscando enclavar qué, ¿una palabra? ¿O espera atravesar las cosas de la patria?
¿Para qué?
Guarde el clavo, ahorre. Esto es un producto histórico de la industria metalúrgica.
Responde a su propósito. Pero guarde.
Tenga por cierto el clavo, deje aquellas abstracciones.
¿Qué más va a llevar? ¿Una bandurria?




[Para Guillermo Boido, o por Guillermo Boido, ahora]

29

Las cosas son distintas, dijo, no lo dijo
agachado, con voz cansina, lo dijo
afrontando, la frente despejada aunque manchada
conservando la necesidad del instante.
¿Cómo había unido lírica y elegancia y precisión, sin kitsch,
sin asomo de confesión, sino con una decidida matemática?
Lo hirieron las partículas de combustión del siglo
y era del gusto de los ardidos lugares celestes
la sustancia de sus lunares, de su tos.
El amigo, después de 25 años, había visto en el cosmos
una gramática, flexible como la kepleriana intuición de un aparato dorado.
Esto, en efecto, marcha así, como grandes fundiciones de oro.
Como el golpe del ala de un meteoro,
que, sabés, está hecha de ceniza,
de partículas de fundición y de heliotropos
que finalmente flotan sobre cenizas y vituallas,
movimientos en la red. "Al principio", me dijo,
"dos tipos confundieron la radiación de fondo con cagadas de palomas.
Tan en el aire la una como las otras, tan del universo aéreo aquel,
por encima de circunferencias malogradas y de viajes que hicimos
y de los que no hemos vuelto,

o hemos vuelto,

pero estamos sentados
en la plaza de un pueblo italiano,
como una partícula
y todas sus probabilidades
en la cuántica".



La señorita

El alma encapsulada lleva registro,
aumenta su haber el mundo, las circunstancias
infinitas; da palos a su hábitat,
resucita, mañosa de sí:
cae a la hora del café
por la cavernosa
pendiente de las almas.

Se ha inflamado de hechos y no excita
su corazón el tener, sino el comprender los pocos
o muchos que se arriman a su escudilla.

Los aparta como migas, los reúne,
los alisa entre los dedos, los contempla.
Y cuando bebe el café, medita
en las incontables mañanas,
en las antiguas mañas.
Oh araña,
matutino fantasma.
¿El ojo minúsculo observa?
Siempre mira el ojo, pero no mira
como el humano, el ojo de la araña
es sólo instinto, y el indistinto
color es lo que mira, el acechante fulgor
o la sombra serpentina
que puede destruirla en su sentina.
Mira el vuelo de la mosca,
se relame, hoza,
su peluda pata
cata
de antemano el manjar,
muere en su tela,
vive en su telar.
Infinito el mundo, infinita la araña,
en su repetición medular,
en su tejido estelar,
entre la mesada y la cocina.



Almas en movimiento
(Publicado en 1995 por Libros de Tierra Firme)



Sabe Júpiter que no es posible ni verosímil que la material corporal,
la cual es combinable, divisible, manejable, contráctil, formable,
móvil y consistente bajo el dominio imperio y virtud del alma, sea
aniquilable ni en punto alguno o átomo destruible...

Giordano Bruno, “La expulsión de la bestia triunfante”



1. Habitaciones para turistas

Química blanca

En el alba rancia, en la mañana, en la luz que amansa,
sin embargo llegan sonidos
incongruentes,
como rugidos,
relinchos,
quejidos,
y se diría abajo hay campo, un roquedal, el mar,
el patio de un cuartel.
El hombre parido de la noche intranquila al día
no se molesta en mirar por la ventana:
encontrará, sabe, la calle, los árboles de siempre.
Recita en voz baja, canta, se baña.
Filtrados por las cañerías, los conductos de aire,
sintetizados con otros más lejanos de trenes y gallinas,
estos ruidos sonarán a qué en otros cuartos.
Ha murmurado versos de Vallejo, entonado un bolero,
apretado el tubo de dentífrico, vaciado el depósito,
y tal vez en algún sitio alguien crea que escuchó
a su padre rugir bajo la ducha hace años.


Escrito bajo las aspas de un ventilador de techo detenido

A quien no respira habrá que dirigirse,
nadie que dure tiene soluciones
ni puede explicar de qué modo continúa.
Y si pudiera, es un modelo
quizá inapropiado
porque no habrás de recuperar la trama
que a estos días lo condujo
ni superar un nudo que en tus propios días
no te desvíe aunque sea poco
-y cada vez más en la medida que avances-
de ese camino que delineó él
como rastro de caracol,
tan tenue que no debería esperarse
ni siquiera la lluvia para que lo borre:
bastaría un cambio de luz y no se vería
sobre esa superficie por donde avanzó,
veloz o trabajoso,
y que no es la misma para él que para vos.


Jinete

Te juro que aunque hecho de retazos
hay algo de formas vagas pero propias
en alguna parte de mí.
Por eso sigo tus rastros.
Te dejaste un botón, escribiste cosas en un papel.


Calle rota

Qué decir de la luz que cae sobre esa casa
Situada al final de una calle rota.
Envuelta en ella, flota.
Pero nada, más allá hay edificios sólidos,
ninguna posibilidad de fantasear.
Un caballero es aquél que a solas
se sirve el hielo con las pinzas,
me dijo mi amigo que decía Saint Exupery.
Camino, me acompañan dos moscas.
Paso a paso, como quien deja caer
cubos de hielo dentro de un vaso


Páramos

Byron
no estuvo nunca tan solo
como esta anciana sentada en la farmacia,
un sábado a las cuatro de la tarde,
esperando la inyección.



Cierta dureza en la sintaxis
(Publicado en 2008 por Selecciones de Amadeo Mandarino)


1

Cierta dureza en la sintaxis indicaba la poca versatilidad
de aquellos cadáveres; el betún cuarteado de las botas
y ese decir desligado del verbo; verbos auxiliares,
modos verbales elegantemente suspendidos, elididos,
en la sabia equitación de una vieja práctica.
¿De qué hablás, de qué hablás? Pero si fue ayer...
Fue ayer... Estabas frente al lago de ese río:
qué lejana esa costa, qué neblinosa y mañanera.
Lo tenías todo, no te habías arrastrado en la escoria
de las batallas perdidas antes de empezadas,
no andabas en el orín de estos muertos...
Lo comprendo, no era el Danubio, era el Paraná
que marea porque viene del cielo cerebral, pero aun así...
¿Se justifica la alegre inacción, el pensamiento venteado?
Abeja: la más pequeña de las aves, nace de la carne del buey.
Araña: gusano que se alimenta del aire. Calandria: la que
canta la enfermedad y puede curarla. Perdiz: ave embustera.


2

Es buena esta ciudad. Podrías amarla. Cuando
el tictac de la ortografía, el trabajo incesante en la inflexión,
te permite respirar, la mirás. Lo saben tus vecinos:
salís al balcón en paños menores y miras el perfil industrial
de la vereda de enfrente, orlado por fresnos secos,
el polvo aceitoso pegado a los flancos de la estrategia.
Mapas mohosos en los revoques de este mundo de tres lados.
Euclides derrotado.
El blanco mediterráneo,
al fin, con la historia que tan bien conoces; quiero decir,
los edificios de los 60 ahora antiguos, viran todos al pardo,
al color gastado de las mismas palabras, frases sobre frases
en los talleres mecánicos,
en la arquitectura demolida,
en los huecos zaguanes que dan a los fragmentos:
sonidos fantasmales. Sabemos adonde van los muertos,
pero ¿adónde van las voces?
Esta ciudad no deja de hacer ruido,
es el sonido
el que muele el pavimento.


3

Me dijiste la otra noche que las grandes cosmogonías
no tienen dioses creadores. Casi siempre el mundo
ha nacido de la propia destrucción de los primeros titanes.
Y esto es que las rocas son los huesos de un gigante
o que los hombres gotearon de sus venas abiertas
o que el mar y los ríos son lo que queda de su disolución.
En esta transformación de los grandiosos cadáveres
reina casi siempre una pandilla con la que conviene aliarse.
No entienden la plegaria. Hay que hablarles claro.
Sobre todo, nos ayudan o desgracian según sea
la simpatía espontánea que inspiramos en sus raras cabezas.
Y la tarde es un león embalsamado. Y los semáforos,
huesos de enormes crustáceos macerados.
Y Odín nos acompaña en estos campamentos oxidados.
Y Zeus mira de costado; el más obtuso y el más sabio.


4

La comadreja representa a quienes estuvieron deseosos
de la palabra divina, pero que nada hacen con ella
cuando la han recibido. Y crían en las orejas.
La comadreja representa a quienes quisieron la gracia
y la gracia les fue dada, para nada.
No te muevas si encontrás a la comadreja
en la escalera o en el asiento de un taxi.
Reptará su pensamiento hacia lugares hollados,
porque, segura de la gracia y la palabra,
no se le ocurre qué hacer sino vagar
por donde hubo ciudades que los ejércitos
aplastaron con botas y llenaron de condones.
Más bien continúa construyendo el merecimiento
para que descienda la luz blanca o celeste sobre vos,
cuando realmente te distraigas en tu trabajo de desollar,
carpir, doblar, aventar, guardar o sacudir.
Aunque andes descalzo por los muelles ásperos
de tu propio pensamiento, habrás de distraerte profundamente
para no recibir en vano la amistad del reino,
para no deambular con la comadreja.


5

Es cierto que entre las aves medievales el árbol es libre.
Y aún hoy es libre entre la folletería de la abundancia.
Y es libre entre las piedras que suben y bajan a su alrededor.
Y libre entre las orlas de edificios que suben y bajan.
Y lo ves libre en los patios de los hospitales
y de los hospicios y tras los galpones y entre los techos.
A él va el gato. Astuto. Tenue. Y la musaraña va al árbol.
Y la hormiga. Y la tormenta y la luz que se esconde.
En el árbol hay trampas y gatos y botellas perdidas.
El árbol es amigo del bisel y de la penumbra.
Es más libre que el corsario.
El árbol
conserva la forma
tenuemente, sin rigidez.
Cada ciprés es un ciprés.
Y los miles de fresnos no son el fresno.
Si hubo dioses, amaron el árbol.
O combatieron por el árbol,
pero nunca gobernaron el árbol y nunca lo dijeron.




Hostias
(Publicado en 2004 por Ediciones del Dock)



1 - Dies irae


Pídeme, y te daré por heredad las naciones,
y por posesión tuya los confines de la tierra.
Tú los quebrantarás con vara de hierro;
como a vasija de alfarero los desmenuzarás.

Salmos, 2


Berserkers

No contabas los muertos entre aquellos
cuyos perfiles de tormenta daban siempre el par.
Pero de esas batallas y de aquellos inmortales no quedan,
en esta luz de cobre de tardes argentinas,
más que polvorientos reflejos.
Ya ves: cuánta furia entonces, cuántas las torres
desmoronadas en procura de un jardín incomprensible.
No era de viento tu lengua, ni de nube:
era del pedernal que ellos entendían.
¿Qué ley, qué disposición secreta,
qué alquimia o signo hubiesen contemplado?
Es cierto que te desafiaban con un grito
en los valles nublados del Orco.
Cierto que tomaban el pan y la mujer, el rocío o la sangre,
con aquel gesto aprendido en tu mesa y al pie de tus murallas.
¡Oh, que no comprendieran lo que aún decías;
la palabra que tañía,
la piedra blanca que dejaste ver entre tus manos!
Y sin embargo -¿recuerdas?-
los habías lanzado por el filo del abismo y a las comisuras del
diablo,
al raleado monte o a las ciénagas
donde las aves zancudas y el relámpago
hablan de tu reino.
Iban ellos, conquistadores de tu Elam, ceñudos.
Pensaban que no era la muerte sino una posibilidad entre las cosas
que todavía giraban en el azar de tu nombre.



Kyrie eléison

Era del sur, donde los abismos sonaban a platería,
que venía aquella serpiente encendida sobre el monte.
Pero más al sur, el de las cuestas ásperas y amarillas;
lejos, más lejos -campos de lava o de yodo,
plumas desprendidas de un sueño inhabitable
de tan vasto y pleno de ozono-,
la vida se parecía a lo que habías dicho, a la promesa
de un infinito en el que las formas no tenían intimidad con nosotros.
¿Qué sustancia era esa, qué sustancia, que te negabas a nombrarla
y que en verdad no hubieses podido nombrar, porque tu reino era aquél,
el de la absoluta falta de nombre?
Fuimos contra Midgardsormr, la serpiente,
y sabíamos que la prueba mayor de nuestras armas
sería hollar el lugar donde, previste, fallaría tu cálculo.
Pondríamos el pie donde se alzaba la voz sin alfabeto;
en la lava reseca de tu pensamiento difuso,
en el lagar de las vendimias estériles de la locura,
en el vértice de los caminos de tu orgullo,
en el sitio increado.

Fuimos, entre quebradas sulfurosas,
y a través del húmedo país de los muertos,
a revelar, para tu espíritu, tu propio designio.
Porque era nuestra obra para la gloria de Dios.



Isla de los lagartos

Grande es el pensamiento y prevalece.
Haberte visto en aquellas quebradas y ahora,
en la ceniza fría del campamento.
Ojos de rotas esferas en los restos del níquel
que recubrió las premisas, los alardes del hierro.
Ojos de final de callejón, de multiplicadas ciudades.
Ojos de miradas reptantes, ágiles y maníacas;
latigazos de lluvias y desolación;
imprevisto roce de la uña del diablo.
Espadas, pero con empuñadura de azogue.
Venablos con los dibujos de la estirpe.
Tumbas en las que escribimos porque ya nada detendría
los signos del incesante bramido en el que arraigaban las legiones.
Así pues, tus ojos sobre el mundo: haciéndolo, más que viéndolo.
La tropa detenida en el archipiélago, el ronroneo de la marejada:
tan vasto el centro, tan improbable la frontera.
De noche, tu respiración era ojos de quietas pupilas,
sabias o impasibles: cota de malla labrada en oro.
Tu pueblo, galaxia en delicada botella.
Se oían en los corredores tus pasos de metal pesado,
y en la estampida de las iguanas, en las bandadas,
en el insondable terror de las llanuras,
el espíritu presintió que habría de formarse
la evocación de un nombre que no tendría retorno.
Tu océano al fin construyó el recuerdo de un imperio.
La inquietud se instaló en el mundo abriendo vetas.
Despertó en las cavernas y en los riscos la intrincada geometría,
y adoramos tu propósito mientras escapaba tu imagen
en aquella ventana, en la escarcha, tras una puerta que se abriera de un golpe.



Fiordos

¿Domesticar nuestra propia imaginación que rabiaba?
No nos ofrecías sino la desbocada ansiedad o una ley
trabajada en aquel borde, el de las aves de presa.
Tu voz sorda no era acertijo ni diagrama:
era la percepción del bronce y su resonante apotegma.
El péndulo de tu sangre descubría el oleaje de la razón
sacudido por el maremoto de una verdad salvaje.
Y sin embargo el teorema magnífico se alzaba
sobre el agua en la que fluía un arte de gacela.
Ya sabías las notas, pero el instrumento cantaba algo más.
Pájaros descendieron a beber en orillas
donde humeaba una dulce noticia.
Vimos aquel natural e insondable dibujo
como el reflejo de tu mente que copiaba la nuestra.
Nos adivinaste como el impensado alquimista
que se agazapa en el fondo de una catedral de borrascas.
Cuando en la superficie de los dedos del mar
se reflejó el imperio del cielo, las rocas y los árboles,
vimos que lo hecho no era signo o sombra de signos.
Era, sí, el árbol de la música y el aura y quién sabe.
Nos prohibiste la historia y naufragamos,
pero cuando se apagaban las cocinas o la guerra
el camino de los tordos nos llevaba al resplandor
que, junto a las marmitas o en los abismos,
recordaba que un día habías hecho de nosotros
vellón, fortuna, un disparo que fue tu apuesta, genial y fulgurante.



Ituzaingó
Buenos Aires, 1990-1996
Edición electrónica: 2008


En el ángulo entre un pocillo y un zapato

Pero el invierno de todas maneras grita o se acurruca
en ese espacio que todos sabemos forma el ángulo
entre el asa de un pocillo y la punta del zapato
de un tipo con camisa de mangas cortas
y anacrónicos bordados.
El invierno nunca pasa. La estación caldeada
o las puntas verdes de los troncos
suelen desencadenar cataratas de elogios, respiros, insultos,
montañas de cajas de cartón y botellas de plástico
se intensifican en algunos meses transparentes.
Pero cuando el agua sobre las maderas
de un muelle dura poco
o alguien se corta al rebanar el pan
y su sangre tiene más ímpetu que las hojas
y el ruido del viento en los carteles y los cables,
justamente entre ese cableado sumergido
y los peces ilusorios de los charcos,
por la ciudad hirsuta y gesticulante,
junto a los que escapan a zancadas de los subterráneos,
el invierno anda furtivo como un perro,
desnudo y tenue, frío como una anguila.



Per me si va tra la perduta gente

A la salida de un pueblo,
el camino cegado por el humo.
Soy de la ciudad y no tengo herramientas.
Pero cruzo el espejismo
sin que me toque una gota de infierno.

Y en el espejo retrovisor
el camino está despejado.
Y frente al auto
veo el camino indiferente.

Y veo también tu mano
mientras sostiene tu cara
que mira el campo a la derecha.



Naranjas aplastadas por una rueda

Ver basura aplastada por una rueda, algo
que fue naranjas, en la calle húmeda,
recordando unos ojos pesarosos. Descubrir
entonces que ese pesar no es uno
y continuar la marcha, perderse en la ciudad.
¿Más vacío? ¿Más sombrío?
El antiguo poeta hubiese visto las señales:
el recuerdo de ojos pesarosos, el sentimiento
de un pesar que no es uno, serían avisos seguros
de un exilio de podridas naranjas.



Ituzaingó

La ruina de un auto casi humana
en una calle de empedrado oscuro
cuyo nombre recuerda ejércitos
polvorientos en la pampa
demasiado lejanos del poder
aunque todo en ellos el poder jugaba.
Un callejón se diría vecino de la pampa,
pero sus garajes y corredores
conducen a los barrios bajos
de todas las ciudades.
Un callejón y una lejana batalla.


Un estruendo que se convertía
en disparos de cebitas oído
desde la madriguera del zorro
los grandes esteros, el aire
de los halcones y los patos.



La cabina del operador de grúas

Puede llevarte la ansiedad a una zona irisada.
Gotas digamos en la ventana
O el viento aún, sonando en una lata.
El tigre de aire puede posarse
Sobre la estación de servicio
Como una propaganda.
Gráfica, simple, imponente a su modo
La ansiedad así no gana nada.
Retroalimentada camina
En la bobina de un motor sin transmisión
Delante o detrás como la sombra
Indicando que hagas lo que hagas
Siempre estás perdido de algo.
Ramillete del sur o escarcha
Sobre las chapas de un galpón.




La línea del coyote
(Editado en 1999 por Ediciones del Dock)


Libro primero/Confutatis

En la calle una sensación repentina de vértigo y grandeza,
¿la habrás probado, Wolfgang?
Todo este hálito que se alza desde bahías habitadas,
amaneceres tibios, ruidos de las selvas y las excavadoras.
Mire ese hombre en un bar desde una distancia neutra.
Ha comprendido entre un torbellino de frenadas,
de sirenas y gorjeos ásperos de motores
que se pueden olvidar las cuentas y el despertar dolido,
el retiro de la marea de las cosas, el instante histórico de la materia:
es eterno ahora; y teme.

¿Quién lo sabría? Así como cada hombre lleva su cáncer secreto,
cuando el delirio de la sabiduría lo absorbe, nadie se entera.
Wolfgang, a menudo asaltado por el vértigo, sin embargo
habría hecho relámpagos sosegados de violines, una coartada.
El hombre en el bar ha pagado su momento a solas con el espíritu.
Lo recuerdo: siempre hablaba de Roma. En particular,
de un café llamado Pérgamo. No hizo mención
a nada del café. Y describió sin nombrar
un camino de la luz hacia ciertas tazas
que parecían abandonadas en una mesa,
los restos de café duros en el fondo,
el borde de una de ellas cascado.

Hablo de otro. Otro hombre, otro café, la Puerta del Sol.
Y yo hablo de otro Pérgamo, un museo, en Berlín del Este,
con ciudades reconstruidas en salas artificiales.
totalmente refractario al sol. Un palacio adusto sin ventanas.
De todos modos hablamos de cosas que se parecen.
Hablamos de uomi chiusi. De figuras en cuyo interior
el mundo se abre como una fruta. Figuras.
Hombres en posición ausente.
Hay otro mundo en los mundos. De eso se habla.

¿Qué mano parece haber arrojado esto y todo?
Me refiero a las huellas de la excavadora bajo la lluvia
miradas al pasar frente a una ventana.
Imprima el Requiem sobre ellas. De esto hablo.

No hay nada que no suba hacia una planicie violenta
cuando el espíritu anda entre las cosas.
Las cosas muertas, las que fueron, las que parecen
haber quedado a medio hacer
-huellas de la excavadora, el resto duro de un café-,
es ese haber vivido que puede decirse en un acento soberano.
Sin embargo, Pérgamo, dijo él. O Mozart.
¿No hay también un espíritu desasido entre las cosas?
Un algo de muerte melancólica. Las pesas, el metro,
el ridículo cairel, los jarrones con llanto,
la Dama de Eliot que escuchaba a Chopin, tan íntimo.
¿No cree la sustancia de las cosas sea el abandono de un dios?
La basura industrial, los grandes depósitos, el centro
de cualquier ciudad de noche,
¿no lo llevan a ese fondo de raspaduras y cráneos molidos?
De huecos hollinados, de paciencia.
-Una mujer lo amaba de verdad. Fue un impacto el amor
como las primeras luces, el ruido indistinto, la confusión del plasma.

(En el monobloque, de noche, bajo una lamparita de baja potencia,
aferrado por extraña pasión a una uruguayita a la que no entendió,
escribió cuanto pudo en el reverso de los tickets,
en las portadillas de libros sobre dietas.
Exiliado, amante de la sombra de un exilio mayor,
tuvo siempre más que callar que algo que decir.
Cómo decir lo que no se sabe. Cómo decir las frutillas,
el plato del gato, la autonomía del marco de un cuadro malo.
Sonata para violín y piano en el traqueteado casete.
La noche disolvía la torre obtusa del monobloque.
Otra cosa es con guitarra, decía el payador. Otra cosa
es otra cosa. Pero es con guitarra. Y en tanto
sonara la sonata se permitía solamente escribir
la lista del supermercado, de una artificialidad
y una elementalidad profundas: yerba, carne, mayonesa
A los pajonales, a los totorales, deseaba volver.
Era la última en apagarse la bombita. Cuadro amarillo la ventana.
El rostro reflejado contra el vidrio abismal.
No los reconocería sin embargo. No porque estuviesen
ahogados en petróleo o sobre ellos las casas frívolas de fin de semana.
No los reconocería porque nunca los supo. Porque jamás los vio.
Y los ama por aquello, y escribe tras los tickets
algunos párrafos confusos sobre la materia).

Borravino el núcleo, espigado el sonido, de la materia final.
De este hombre en el bar la Puerta del Sol deberían traslucirse indicios.
No hablo del de Pérgamo, pero no hay tales esquirlas
en el rostro del tipo del bar.
El sonido amortiguado de una plancha de piedra que se hundiera.
Su total oclusión lo hace sospechoso.
Perfecto extraño. Criminal auténtico.
Nuestros sistemas de medición son discutibles.
Las cejas, contracciones de los músculos en la cara,
el modo de llamar al mozo.
Podría, en su torbellino de toberas, en su desequilibrio momentáneo,
cancelar las señales, un cielo que se nublara de nubes invisibles,
lluvia que no se viera, mundo estrictamente incomunicado
del espíritu en él.

(Ahora estamos frente a frente. Sin bibliotecas ni productos residuales.
Vine aquí para enfrentarte cara a cara, dijo el hombre del monobloque.
Pero no había abandonado los contrapesos en absoluto.
Su pasado entre los esteros. Las sorprendentes lomas.
El inapropiado mugido en la tarde que siempre fue última.
Y además, el celo, o lo que fuera que lo unía a la uruguaya.
La materia todavía más incomprensible de sus cremas humectantes).

Empeñarse en que un hombre tiene el secreto:
¿cuál es el tuyo?
Empeñarse en que está entre nosotros
viviendo un vértigo inabordable.
Este hombre del bar Puerta del Sol es solo un tipo.
Una figura en la tarde infectada.
Anónimo completamente. Esa sería la trampa.
En cuyo caso tampoco la comprendería.
Ni núcleo ni avistajes en su hueca profundidad.
El mal mugiendo en tu barriga. Restos del fruto mal digerido.
Uno solo y no todos mordieron allí.
De uno la costilla se hizo mujer.
No tenemos nada que hacer en estos sitios.
Aquí no está aquello.
Y lo que pongas aquí irá en tu contra.
La materia ni dios saben.
A eso se debe el silencio perfecto de todo.

(Hace diez años paga el alquiler y escribe.
Lo que escribe es el pus de una batalla que libra solo.
Nunca la placa radiográfica de la noche dice algo.
No acepta el combate. Es la misma.
Me voy a ir, se dijo. Como una protesta que pudiera abrir la grieta.
Cada noche lo dijo. Y escribió en un ticket el sorprendente resultado.
Otro apunte sobre la respiración de ella y una lata de atún sobre la mesa.
Era -comprobó- como si toda la filosofía lo rodeara. La biblioteca entera.
La multiplicación de las preguntas. El Kaiser. Un ejército.
Millones de suelas gastadas en propósitos más o menos magnos.
Y la sonata lo hacía al fin llorar sobre una lista precaria abismal).

¿Cómo, si es lo mismo Pérgamo o la Puerta, estaríamos vivos?
El hombre de extraña precisión en el relato
o el que es la mera figura del hombre.

Un juego intolerable en que el mar nos desafía
y nos tira a la playa como obenques vencidos.
Una polución insostenible de propuestas desoídas.
Moriríamos de una desesperación abyecta, congelada.
A nadie podríamos decirle que lo que no sabemos atormenta.
¿Qué es aquello que no sabe Pérgamo?
¿Qué es lo que la Puerta del Sol niega con rencor?

(Dicho de algún modo, reflexionó. En billetes sin interés.
En confusas frases. En el agitado olor de ella traducido
a ese código que nadie entenderá. Dicho así.
En el vivir aquí, en el monobloque.
En la existencia de abstractas viviendas industriales.
En la inexistencia de totorales y bandurrias.
En cualquier cosa donde haya rebotado el sello.
Está dicho).

Aunque te suene a resignación, olor de tumbas,
este es el filo de la vida.
Nada creciendo de bahías sin sueño.
Nada entrevisto por algunos gigantes prematuros.
Bardas en el Neuquén, zanjas secas, pozos de petróleo,
el veneno que riega las semillas de futuros monstruos.
Todo es tu abecedario. Y nada lo es.
Elegís siempre.
El documento se escribe con todo lo que puedas.
Y que polvo de cal que quede afuera
o las centurias que queden afuera
no obsedan lo que tu espíritu ilumina.

(La uruguaya duerme sobre la colcha de telar.
Huesitos de pájaro, pecas sobre los pechos,
el ronquido intransferible.
No me voy, repite él en silencio).


Libro segundo/Hacia el mal

La muerte de Satanás fue una tragedia
Para la imaginación. Una negación
Capital lo destruyó en su morada
Y, con él, muchos fenómenos celestes.
Wallace Stevens

...en un mundo que no aclara
y borra
de sus límites lo que a corazón desborda.
Darío Rojo

Warner:
No veo más que un negro perro de agua;
puede ser una ilusión óptica de vos. 
J.W.Goethe, Fausto

1.1
El peso del mal en cada gota
sobre las hojas de las enredaderas.
El pasto, el sábado, surcado por las huellas
de quien se postula como espíritu
sustentador de los árboles, el rocío.
Pero, y no es que este rocío esté contaminado
de hollines, restos, basura de combustión
que flota y con el agua mansa desciende sobre el pasto,
sino que el espacio con plantas
junto a las vías de un tren suburbano
es, básicamente, la herida,
y el espíritu sustentador no otra cosa
que lo que mantiene abierto este maná
del que nuestro mal se alimenta.
¿De qué se nutrirían nuestras raíces
si no de cualquier tajo de vegetación,
cualquier zumbido de panal en verano o lluvia
que no estuviese de verdad en los planes,
rotunda, absoluta, el golpe decisivo
del vacío natural en aquello que constituye
el día en el que navegamos sobre aguas inconscientes?

1.2
Aquellos que se acariciaban bruscamente
sobre la mesa del recreo junto al Río.
Habían llegado en una vieja moto,
era fácil confundirlos con el mal.
Pero no eran el mal por lo que aparentaban
con las camperas raídas y el amor a la nafta
en combustión y a los ruidos profundos de la máquina.
Si atravesaron toda la provincia en moto,
cualquiera hubiese apostado
que no se habían extasiado
ni intentado hacerlo con el vuelo de las garzas
a las orillas de la ruta,
ni con la vida del pantano,
ni con el movimiento del pasto bajo el viento.

Del mismo modo, tampoco los arroyos químicos
los inquietaron o mortificaron,
ni la basura en el bosque,
ni los neumáticos junto a los arroyos.
Esos ángeles insensibles partieron la naturaleza
por el asfalto. Fueron perfectamente equilibrados
sustentándose en su propia velocidad
y en la vida de sus cuerpos.
Y con lo que no habla no hablaron.

1.3
Tememos las ciudades, grandes escorpiones,
o inesperadas amebas gigantescas en la pampa.
Desciende el pájaro negro desde el árbol
y el chico en el parque se asusta y se fascina.
El pájaro sin duda le habló girando a veces su cabeza
hacia lo profundo del parque,
se diría desde lejos le indicaba cuánto de promesa
de bosque tenía la fronda ahí,
pero también en ese punto empezaba una fábula tenebrosa
de chicos y brujas, migas de pan y ogros (se sabe).
No hay salida, ¿no lo ven? Por todas partes
el miedo, el horror, el éxtasis, hicieron sonar
sus aturdidoras matracas. También nosotros
fuimos arrojados desde los cortinados del bien.
Y ahora nos excluyen las galerías de Occidente
que el capital construye como deidad sin deus
y más allá de él.
No fornicarás madre ni padre ni agustina hermana.
Darás al César.
Pero si leíste los libros, si leíste todos esos libros,
vago, fantasioso, inútil, en ese maldito cuarto en desorden
sin dedicarte a trabajar, si los leíste
leíste el único libro y no comprenderás.
La suma, la resta, la división, los logaritmos,
las fuerzas de la historia considerada como mecánica
de los cuerpos en el tiempo y ante la muerte
y todo aquello que pueda deducirse de esta palabra,
tienen por regla la inclusión.

2.1
(Me gustaría que entraras esta noche al cuarto de los biombos.
No podría dejar nada al César.
No podría dejar nada de este cuerpo desnudo al César.
Todo el cuerpo, hasta el último centímetro de piel.
es para que esta noche lo tomes en el cuarto.
Extendido blanco, junto a la ventana; te irías
de otro modo o nada tendría de vos si te fueras
sin haber tomado todo el cuerpo entre los biombos).

2.2
Así si el mal es lo que daña o perturba,
lo que sangra y escapa, lo que no puedo tomar
ni comprender y confundo.
Así si el mal es lo que no me contiene ni contengo,
entonces la belleza, entonces la belleza
es como el árbol encantado del mal, el hijo de la vida.
Si no hubiesen destruido hombres en esto,
y de algún modo también algo en cierto punto
del tejido del todo objetivo, entonces lo tendría
como el dolor de un lance,
una cruzada por la calavera personal,
por el pájaro que obsede desde el bosque,
el agua entre las manos, la arena
o el fetiche que de todo esto se haga.
Pero, por Dios, golpearon fuerte
en alguna zona fuera de nosotros.
Y ahora somos la playa que desdeña el libro
porque las escrituras fallaron en un punto.

2.3
Un planteo simple, según creo:
por haber expulsado a Satán y dar al César,
algo violó la ley del cálculo.
Hicieron de todo formas y dejaron el desierto,
los cardos, la taiga o el bosque,
las siluetas de los árboles
y los despeñaderos
librados a una imposible beatitud.



La nada
(Publicado en 2003 por Selecciones de Amadeo Mandarino)

I
1-¡Oh espíritus o ángeles caídos!

Mientras golpeaba la lluvia sobre los búnkers, Marisa,
yo no pensaba en vos ni en los chicos. La verdad,
tampoco pensaba si los rayos de aquel enemigo omnipresente
me alcanzarían esa noche o la noche siguiente o cuándo.
No pensaba en ustedes ni en mí, aunque puedas considerar
una forma de egoísmo que pasara las horas deslumbrado
por este fenómeno: los rayos, cuando atravesaban el cielo
o caían sobre un edificio cercano y lo reducían a ceniza,
iluminaban el paisaje con una claridad activa,
como la que pocas veces se vislumbra en el fondo
de un pensamiento; como la calidad del pensamiento
cuando contiene la verdad desnuda y parpadeante.


2-Diario

No tengo chance de convertirme en veterano de guerra.
No daré vueltas con dos perros y mi capote por el parque:
“Allá va aquél, el de las heridas, su cabeza una calabaza
en la que suenan los silbidos agudos de los rayos gamma.
Ahora tiene una antigua casa sobre el acantilado,
le gusta la madera vieja y las cañerías que resuenan.”
El paseo por el parque termina en el bar, toma
una grapa y lee la National Geographic,
los perros echados debajo de la mesa.

Nada de eso. La lucha no tendrá retorno.
No nos esperan la muerte de lustrosos bronces,
el panteón o la dulce vejez que reencanta el mundo.
Los ojos echan raíces y el aliento mecánico no falla.


3-Leyenda

Por la tarde, se tiran de espaldas sobre la tierra
suturada por vetas de titanio
y miran el cielo amarillo o violeta
sobre el que vuelan pelícanos y flamencos.
Las lagunas están repletas de líquidos pesados;
más allá, las chapas de los viveros se oxidan,
caídas unas sobre otras
como un mazo de barajas desordenado.
Es posible que la piedra del poder esté en la cabeza
de uno de ellos, pero han pasado la vida ignorándolo.
Por la noche, AZ14 sueña que desciende el ángel
y le dice: “El paladín duerme cerca
y despierta con el vientre hinchado;
oís sus pedos en el pastizal cuando evacua,
pero sería inútil que se lo dijeras; éste es el designio.
Intrincada red los puso en contacto con la divinidad.
Fueron dioses, y cuando ha llegado la Guerra del Libro
piensan en la vida del próximo segundo
e interrogan la oquedad del cielo.”


4-Fragmento de un evangelio

Y dijo:
Bienaventurados los que viven
en escenarios convencionales.
Los que miden sus vidas
con patrones convencionales:
dinero, éxito, frustraciones.

Dijo:
Los que llevan el sello en la frente
serán perseguidos por la desdicha,
antes que la paz conocerán el pánico.

Dijo:
Porque las simas de dios son del diablo
y las simas de dios son el desierto
y las pústulas
y la misericordia no se alcanza
si no se conoció el castigo.

Dijo:
Bienaventurados los que desconocen.
Los que no distinguen la buena pintura,
los que encuadran correctamente la vida
según mínimos patrones,
porque ellos tendrán el cielo
con relativa facilidad.

Dijo:
Desdichados los que Él selló,
los imperfectos, los justos,
porque el vacío se agitará en ellos
como sudoroso miasma
y no serán tenidos como ejemplos
si no que fueron elegidos
para que Él pruebe sus misteriosas armas
ante la general indiferencia.




Las Vegas
(Selecciones de Amadeo Mandarino, Buenos Aires, 2000; incluido en Estación Finlandia, Ediciones Bajo la Luna, Buenos Aires, 2012)
  

Boardwalk Casino

Las fantasías y los recuerdos
son, dice, la misma cosa.
¿Dirías que son materia?
¿Son materia los efectos eléctricos?
¿Es materia la luz tamizada
de un día sin sol en un departamento?
Si se pudiera sostener por varios segundos
ante la vista la estructura de la mente,
si con ella se pudiera hacer una foto
como de una montaña rusa iluminada,
sostenida a su vez por marquesinas
como guardas de resplandor amarillo,
qué cierto y rústico sería el desierto,
qué verdad la conquista de un proyecto,
qué real vos y los que pasan y hablan. 


  
Flamingo Hilton

Elevadas las rosas, secas las paredes.
Los pasos apurados por las habitaciones.
El celofán guardado en los placares.
Ahora, como si patearas masas de cables viejos en la calle,
exigirías respuestas a los problemas manufacturados
con que te engañaste a lo largo de muchos años.
Banalidad en la historia íntima de cada casa actual
Y de todas las casas ya desaparecidas: los regalos,
las enfermedades, las cenas, los patios, las cortinas.
Las rosas son elevadas, las paredes son secas
--mueren después, duran años con sus manchas,
pero no tienen el color de la rosa y su enervante delicadeza--.
Rosas o flamencos en las grandes mañanas
señalan un itinerario en el que nadie se confunde.
Esto es rojo, aquello es rosa, la materia es tenue.


  
La Concha Motel

Tu pensamiento es una dinastía destruida
de la que escapás con elegancia aceptable.
Tocaste la ágil guitarra de alguna filosofía
mientras no habías descubierto su tara hereditaria.
Fuiste sabio mirando paredes pintadas de rojo
o verde bajo la extraña latitud de unas lámparas de mostrador.
Amás la desierta certeza de un clima, la decoración
en la amplitud, los vientos que golpean el cemento
y las cañerías, las antenas sobre los pelados montes.
  


Riviera

El robot que se oxidara en el patio trasero
recordando sus fantasías más gloriosas.
La lluvia que crepitara en sus últimos circuitos.
Las alcantarillas hacia las que rodaran
los ácidos de herrumbradas baterías.
Estarían cumpliéndose las escrituras;
aquello que será fantasía abandonada fue real:
sobre la Tierra ardieron los paraísos liberados por la electricidad,
el edén de las imágenes ha viajado a través de cielos tormentosos
reiterando que el cuerpo fue siempre espíritu, virtualidad. 
  


MGM Grand Hotel, Casino and Theme Park

Tiranía del deseo, aún sin objeto:
el mero desierto, y sobre él
materia indescriptible de sueños rudos:
un hombre con cara de rueda de bicicleta,
el pánico de mil arañas en fuga,
la autorreproducción de máquinas
con copetes de helechos o podridas
plantas acuáticas,
la inenarrable acumulación de lo que drenan los sueños,
canaletas tapadas por trapos y fetos de ardillas,
fuegos artificiales y puros impulsos nerviosos;

la rígida opción entre el búnker monacal y el palacio,
un león de grifería en la entrada.

  

Circus Circus
  
Canutos en los que soplan marimbas,
haber oído el cuento y
buscar, ácida la garganta,
el cuerpo incómodo, la silueta que le corresponda.
Estacionado el auto, acechar unas horas nocturnas
que nunca suceden, es siempre
el día o momento de luz fabricado,
nunca el deslizarse felino de la hora,
el plano bramido del aire,
los pasos lentos, el golpe del mundo
al llegar al fondo.

  

Caesars Palace
  
Redoble de platillos y un metrónomo en el paisaje.
No hay vida natural tras las ventanas.
Como si todo hubiese sido levantado
por gitanos del espacio que no conocieran el fuego;
cuyas manos hubiesen estado entrenadas por siglos
en el manejo de rayos, en la fabricación industrial de cosmos.



Máquina de faro
(Publicado por Ediciones del Dock, 2006)



Máquina de faro


Nota: Aulicino

Folletería del viaje sobre la mesa
Porque ya sabés si vas a un viaje
Volvés con anotadores, folletos y lapiceras
Que por un tiempo descansan sobre una mesa
Junto a los antiácidos, una llave y las aspirinas.
Has dicho palabras formales e informales
En los encuentros de turismo cultural.
Pero, como sabés, tu trabajo consiste en
Acechar el destino del grillo que cayó
Sobre tu toalla y saltó detrás del canasto de mimbre.
Por este trabajo te obsequian viajes, blocs y
Direcciones de correo electrónico.


Nota: S. Hawking

¿Sabe algo en realidad sobre la disolución?
El comienzo y el fin los veo como explosiones
en la mente, cuyos restos organizamos
en el tiempo lineal que duran nuestras vidas.
En ciertas ocasiones sostenemos los tiempos simultáneos
de un objeto intelectual.
La mayor parte de las veces
solo logramos que existan en dos tiempos
una taza o un bolígrafo accidental.


Nota: Adúriz

Habrás visto a Kitano como samurai ciego.
Te recomiendo la escena del combate final.
El Apocalipsis sustituido por la quietud.
Porque ya sabés, entre los grandes guerreros
el combate es una eterna asechanza.
Ninguno es capaz de prever completamente
el movimiento del otro, que será mortal,
y por eso esperan, el sable detenido
en medio de una figura imaginaria.
¿El universo nos ofrece, entonces, esto, querido Javier?
¿Una única oportunidad y una larga reflexión?


Nota: Para S.

Que te vea yo, oscuro hijo de Leo,
rodeada de águilas dóciles
y de dinteles elevados, no es paño
tejido por la facilidad de palabra.
Aporto al Olimpo de dragones, fiesta
de rayos y diosas de cuidado,
la figura que creó la luz escasa
cuando tu mano de Atenea
se recortaba en la oscura sábana.
Era tu silueta lo que quisiera,
o era la mujer que en la medianoche
posaba su sien en las nieves de aquel arropado monte.


Teliká

1
En un sueño, ponías junto a una ventana
rosas cantábricas; tal vez rosas tártaras.
Digo que eran cantábricas,
pero podría decir tártaras o abisinias.
Eran simultáneamente rosas rojas y rosas amarillas,
y eran rosas o palabras.
Con tu gesto, todo tenía calidad de rosa.
La perceptible certeza del mundo se alejaba.
Ponías las rosas como una mirada.

2
He visto al dios de los perros,
y en general canté las pupilas, nos los párpados.
De esta pobreza de verdad recuerdo
cómo estallaban los malecones,
y toda avanzadilla o espiga sobre el mar.

3
Aguas de azotea. Cuando el pique en el cielo
abunda, la caña resulta indiferente.
Reinan los arpones de la lluvia. Espero en
el cielo ver el cielo, aguadas entre peñas
gris ahumado o violetas.
Qué radiante distancia. Qué otra cosa.
Esa esfera de objetos que el ojo intenta componer
es el círculo de tu majestad. Y salta el pez.




Paisaje con autor
(Publicado en 1988 por Ediciones Ultimo Reino)



MANIOBRAS DE DIVERSIÓN

  Porque no puedo ni quiero creer que tú hicieras nunca nada,
  ni aun lo más mínimo, sin contar con algún espectador.
                                         Günter Grass, "El gato y el ratón"


BAHÍA PELIGROSA
Alegre como el aire de los pinos 
saludaba las naves negras que anclaban en la rada. 
No fui un buen habitante de aquella playa de contrabandistas. 
Ay era una palomita en mi gabán apichonada. 
Ay era un músico de manos de plata. 
Saludaba siempre al almirante de mirada rancia. 
No terminé mi plato de lentejas: 
hubo plomo violentamente disparado 
más contra mi estupidez que contra mi inocencia. 
Ellos querían ser fantasmas transparentes 
y yo encontraba en sus capas óxido y grasa. 
Sus gestos eran del tenor de los pacíficos 
y yo era una música de ventura y de nada. 


MANIOBRAS DE DIVERSIÓN
La diversión es mi tema predilecto. 
No rechazo la vida en las grandes ciudades. 
Con un gabán, cualquiera se pierde en la llovizna. 
En los parques todos somos asesinos. 
No quiero pasar por inocente 
y me pinto ojeras con corcho quemado. 


CAÍDA DE SCOTLAND YARD
La requisa no daba resultados. 
Faltaba un brazo, había un muerto en la bañadera,
pero era hábil para exhibirlo todo.
Nada parecía en absoluto sospechoso.
También las tenazas estaban sobre la mesa.
Ni un dato íntimo.
Se quejaba del estruendo del tráfico. 
Declaraba su somnolencia sin rodeos. 
Un inocente perfecto, un asesino consumado. 


PESCA DE ALTURA
Es preocupante esta sigilosa gota
de sombra en la bañadera.
Mucho más golpea el abismo aquí 
que en la profundidad del mar donde 
la luz de los submarinos rasga la penumbra 
sólo para verificar el dominio absoluto 
de la noche. 
El abismo insondable asusta a los tripulantes 
pero la luz de la cabina los conforta. 
En la bañadera no hay refugio posible. 


TOMO CAFÉ
¿Estoy preso de mi dolor 
o miro un papel de diario en el balcón? 
¿Estoy muerto y miro absorto lo intranscendente? 
¿O estoy preso en mi papel y miro mi dolor? 


PAISAJE CON AUTOR
Vivió una escenografía de libros abandonados, 
un televisor encendido después de la transmisión 
y cigarrillos sin terminar.
Procuraba mirar de frente los objetos:
las roturas del asfalto o las plantas de un acuario.
Pensó en los objetos, soñó con objetos, 
vivió rodeado de objetos sin traducción. 
El mal y el bien no parecen distintos detrás 
de un vidrio tan nítido. 
Ahora piensa que el mundo está arreglado 
de acuerdo con ciertos propósitos. 
Y más allá de ellos los objetos se destiñen sin objeto. 
El mundo se rinde de esta manera y uno sonríe 
sin entender en qué consiste el triunfo, 
mientras el sol brilla sobre una botella en los techos 
o escucha los trenes o la lluvia 
que vuelve a caer donde había caído y agrega 
hongos, óxido, humedad, ciertos olores 
a un paisaje que sin embargo no termina de explicarse. 



Primera Junta 
(1995-1996)
Edición electrónica: 2009


Si algún hombre se percata de que puede vivir más cómodamente
colgado en el patíbulo que sentado frente a su mesa, actuaría como
un insensato si no se colgara.Baruch de Spinoza, correspondencia con Blyenbergh.



La rendición de Breda. El Prado, Madrid

¿No era de esperar que después de la batalla
hubiese en las miradas de estos hombres
una inteligencia estrábica y en sus ropas
pingajos de sangre? Y en las lanzas y en
las cabalgaduras, sangre también, y hasta vísceras.
Sin embargo pactan la rendición en un amable abrazo
mientras un soldado mira la cámara
-la grupa de un caballo ocupa el primer plano
y hay un papel, como volado de la escena, a la derecha-.
He aquí mis compromisos cortesanos,
parece decir Velázquez,
en este efecto retablo en que se desarrolla
la guerra pudorosa de unos nobles hipócritas.
Pero advertid la mirada de este soldado
solicitando
consideréis la cuestión en su aspecto casual,
estos colores, verdinegros marrones, por ejemplo,
que caen por doquier,
reptan al acaso, se mueven en una profundidad de mar
o de plasmas, y donde en verdad descubrirán
la lucha en que me pierdo.


Diccionario de mitos 

En letras chicas, escuetas,
en frases cortas y grises,
aquí está contada la tragedia de Medea
y la aventura de Jasón,
vidas, genealogías y guerras
-y se deja a la fantasía
el arco vibrante de Ulises
y la carne deseada de Penélope,
el grito de Aquiles en la batalla,
y los dioses mirando el espectáculo
desde un madero flotante,
parloteando como gallinas;
el cuervo sobre los despojos
y el cielo de Troya-.
Aquí se cuentan los Dioscuros
que habitaban por turno el lugar de los muertos,
los dioses que asediaban mujeres
y la pasión de Tántalo.
Dehuesada guía de teléfonos, se contenta este libro
con informar los hechos, para ahorrar calamidades.
O su poesía es
esta letrita insolente,
de difícil lectura,
que reclama lentes amplificadores,
esfuerzos del músculo ocular,
para que pueda verse
cómo vuelan moscas
sobre la espuma
de aquellas islas,
un escenario vacío.


Primavera en una estación de tren suburbano

Ahí termina el andén de cemento
y más allá hay árboles
y las vías se pierden entre las espaldas
de edificios hollinados.
Este, diría, es un paisaje en equilibrio,
tiene una economía propia.
Los papeles que vuelan ahora sobre el andén
no estarán mañana,
el viento limpiará las hojas de aquella magnolia enfrente.
Y cantará un pájaro, habrá por momentos olor de azahares
y, por momentos, olor a nafta,
y a la basura que revuelven, allá, las ratas.


Baja resolución

Detrás de los vidrios translúcidos y en tenue luz
cuatro travestis brindan con champagne
en una limousine blanca.
Ausencia de spots y cámaras libran los cuerpos
a una rara escena insustancial en la noche helada.
Un grupo, ni muy apretado ni cómodo,
rodea el auto sin preguntar de qué se trata.
Se detuvieron, podrían seguir andando,
sacos gastados, solapas levantadas,
cuerpos que huelen mal.
Ni risas ni estupor ante la escena que nadie filma.
Joya caída de la tv opacándose en el frío lunar.


Verano junto a la casa de los muertos

Después, había parado la lluvia y el malestar
se resolvía cada noche en lloviznas calientes
que golpeaban las ventanas y se alejaban
como pedazos de papel quemados
que el viento hiciera volar.
Pero bajo los árboles de la vereda
de los que colgaban las jaulas de algunos pájaros,
el chico de la florería, al lado de la funeraria,
leyó todo el verano distintos libros abultados.
En el calor, que el trino de los pájaros hechizaba,
hasta convertirlo en un animal denso e hipnótico,
en las siestas y mañanas del barrio,
volvía las páginas y penetraba ideas y aventuras,
escenas donde la tensión de la vida
se permutaba en cólera o desesperación.
Algunos, muchos tal vez, se agitaron noches enteras
para que el chico estuviese vivo
junto a la casa de los muertos,
tranquilo, enigmático y majestuoso como un fauno
momentáneamente encandilado.


Mesías

En plena ciudad, en esta placita que sobrevive
al humo de los escapes y las pisadas
a pocos pasos de una cabecera de subte,
merodea un tipo que parece conducir una jauría.
Perros lobunos, perros tensos, perros sucios.
Nadie pasa sin verlos. Difícil saber
en qué amasijo coloca cada uno esa imagen incómoda.
Perros menos vencidos que su guía y proveedor,
suelen rugir aún, cuando entre ellos se molestan.
Es visible el instinto también cuando se olfatean
entre las patas.
En cambio el tipo mira más allá como un
poseído,
contracturado por el esfuerzo de ignorar su ruina.
¿Solo porque él les da de comer sostienen esta apariencia
de fidelidad, los perros?
¿No lo destrozarían de noche con esos colmillos
que repentinamente relampaguean?
¿Llorarían la muerte de su Mesías cuando el estómago
les dijera que ya nunca la mano se estirará hacia ellos
con un hueso, restos de pizza, pollo
que en su lugar el hombre busca en las bolsas
de basura?
¿Solo una imagen de miseria, violenta, o de caridad
la gente se lleva de este tipo de los perros?





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