viernes, 3 de septiembre de 2010

859.- ANDREA COTE BOTERO


Biografía de Andrea Cote Botero: Nació en Barrancabermeja (Colombia) en 1981. Es Licenciada en Español y Literatura de la Universidad de los Andes, de Bogotá. Se ha desempeñado como docente de Literatura. Entre 1999 y 2001 dirigió el Festival Internacional de Poesía de Barrancabermeja. Ganó el Concurso Nacional de Poesía Universitaria, convocado por la Universidad Externado de Colombia en el año 2002. Es colaboradora del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Sus poemas han sido publicados en periódicos y revistas de Colombia, México y Nicaragua.

Es la autora del libro Puerto calcinado (2003), publicado por la Editorial de la Universidad Externado de Colombia en la colección Un libro por un centavo que circula con la revista El Malpensante. Poemas de Puerto Calcinado han sido traducidos al inglés, italiano, macedonio, alemán, francés y árabe y han sido incluidos en varias antologías de poesía. En palabras del poeta Juan Manuel Roca, Puerto Calcinado“revela un impulso por no escamotear ni la tragedia, ni el olvido, en los que se envuelve nuestro drama individual y colectivo”. Según lo señala la poeta colombiana Piedad Bonnett: Andrea Cote es hoy por hoy una de las voces jóvenes más interesantes de nuestra poesía. La suya recrea, en un lenguaje ambiguo, pleno de significados, un mundo muy propio, de tendencia intimista, poblado de elementos recurrentes que señalan la urgencia de sus fantasmas, la necesidad de transformar la experiencia en palabra.

Otros libros publicados son: Blanca Varela y la escritura de la soledad (2004) y Una fotógrafa al desnudo. Biografía de Tina Modotti (2005). En el año 2005, recibió el Premio Mundial de poesía joven “Puentes de Struga”, otorgado por la Unesco y el Festival de Poesía de Macedonia. En 2007, su poemario inédito A las cosas que odié, recibe Mención en el Premio Internacional Rubén Darío otorgado por el P.E.N. Club de España a la joven poesía latinoamericana. Andrea Cote Botero ha sido traducida, entre otras lenguas, al inglés, francés e italiano.


Poemas



La merienda

También acuérdate María
de las cuatro de la tarde
en nuestro puerto calcinado.
Nuestro puerto
que era más bien una hoguera encallada
o un yermo
o un relámpago.



Acuérdate del suelo encendido,
de nosotros rascando el lomo de la tierra
como para desenterrar el verde prado.

El solar en donde repartían la merienda,
nuestro plato rebosante de cebollas
que para nosotros salaba mi madre,
que para nosotros pescaba mi padre.



Pero a pesar de todo,
tu lo sabes,
habríamos querido convidar a Dios
para que presidiera nuestra mesa,
a Dios pero sin verbo
sin prodigio
y sólo para que tú supieras,
María,
que Dios está en todas partes
y también en tu plato de cebollas,
aunque te haga llorar.



Pero sobre todo, María,
acuérdate de mí y de la herida,
de antes de que pastaran mis manos
en el trigal de las cebollas
para hacer de nuestro pan
el hambre de todos nuestros días
y para que ahora,
que tú ya no te acuerdas
y que la mala semilla alimenta el trigal de lo
desaparecido
yo te descubra, María,
que no es tu culpa
ni es culpa de tu olvido,
que es este el tiempo
y este su quehacer.







Puerto quebrado

Si supieras que afuera de la casa,
atado a la orilla del puerto quebrado
hay un río quemante
como las aceras.



Que cuando toca la tierra
es como un desierto al derrumbarse
y trae hierba encendida
para que ascienda por las paredes,
aunque te des a creer
que el muro perturbado por las enredaderas
es milagro de la humedad
y no de la ceniza del agua.


del libro Puerto Calcinado







Si supieras

que el río no es de agua
y no trae barcos
ni maderos,
sólo pequeñas algas
crecidas en el pecho
de hombres dormidos.



Si supieras que ese río corre
y que es como nosotros,
o como todo lo que tarde o temprano
tiene que hundirse en la tierra.



Tú no sabes,
pero yo alguna vez lo he visto
hace parte de las cosas
que cuando se están yendo
parece que se quedan.

del libro La Merienda








Huasipungo

Muchas veces arriban a la noche
enloquecidos por el opio de su sangre.
Otras, van insertándose como relámpagos
por una ráfaga de miedo
seguidos por una procesión de blancos
derramados en la arena.
Ahora serán ellos los esclavos
teñidos por su sangre
rasgándose la ropa
danzan gimiendo del lado de la hoguera
sus cabellos crepitantes
sus lenguas enroscadas entre llamas
la muerte ebria de venganza
reflejada desnuda en los puñales
una cabeza blanca entre los mares
partida a latigazos
ellos eyaculan sobre sus tumbas profanadas
regresan hasta sus lápidas abiertas
por una fiebre de cien años.

del libro La Merienda









La noche en ti queda

Y si la cama es ancha
es porque eso es el pavor
que no
que el sueño no es que el cielo te cae
en la cabeza
la noche en ti queda
o el horizonte
rojo sangre,
verde botella.
Que qué será de ti
mi melindrosa,
que sí,
que el tiempo aunque tiempo no acumula
no seas zángana
ni pérfida
aprende a cerrar los ojos adentro
de los párpados.
Que hagas caso
mi mimada
que en mejor duérmete mi niña
se ahogan todas las infamias.
Que no,
que la cama no es sólo para el sueño,
que la noche no es Dios
con los párpados cerrados.






Llanto

María,
hablo de las montañas
en que la vida crece lenta
aquellas que no existen en mi puerto de luz,
donde todo es desierto y ceniza
y es tu sonrisa gesto deslucido.



Allí es enero el mes de los muertos insepultos
y la tierra es el primer cadáver.
María,
¿No recuerdas?,
¿No ves nada?
Allí nuestras voces son desecas
como nuestra piel
y se nos queman los talones
por no querer saber
de las casas incendiadas.



Hablo María
de esta tierra que es la sed que vivo
y el lecho en que la vida está enterrada.



Piensa María,
en que esto no es vivir
y la vida es cualquier otra cosa que existe
húmeda en los puertos donde el agua sí florece,
y no es hoguera cada piedra.



Acuérdate, María,
que somos
pasto de perros y de aves,
somos hombres calcinados,
cortezas vacías
de lo que éramos antes.
¿De qué estás hecha?, niña mía,
por qué crees que puedes coserle la grieta al paisaje
con el hilo de tu voz,
cuando esta tierra es una herida que sangra
en ti y en mí
y en todas las cosas
hechas de ceniza.



En nuestra tierra,
los cuervos lo miran a uno con tus ojos
y las flores se marchitan
por odio hacia nosotros
y la tierra abre agujeros
para obligarnos a morir.

del libro Puerto Calcinado










Atado a la orilla

Si supieras que afuera de la casa,
atado a la orilla del puerto quebrado,
hay un río quemante
como las aceras.



Que cuando toca la tierra
es como un desierto al derrumbarse
y trae hierba encendida
para que ascienda por las paredes,
aunque te des a creer
que el muro perturbado por las enredaderas
es milagro de la humedad
y no de la ceniza del agua.



Si supieras
que el río no es de agua
y no trae barcos
ni maderos,
sólo pequeñas algas
crecidas en el pecho
de hombres dormidos.



Si supieras que ese río corre
y que es como nosotros
o como todo lo que tarde o temprano
tiene que hundirse en la tierra.



Tú no sabes,
pero yo alguna vez lo he visto
hace parte de las cosas
que cuando se están yendo
parece que se quedan.



(DE PATRIA LITERARIA)







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Vivimos lo que jugamos
la muerte es un juego que perdemos.
Es preciso en tanto no agotarse
arrancarse el pecho del pecho
escondérsele para siempre a la sombra
no dejar ningún aroma en los cuartos
no abarrotar el olvido.
De todas formas,
uno se va a la muerte con hambre.




¿Cómo salirse de lo oscuro?
e ir a morar por fuera de los nombres.
Adonde no sea extensa la memoria
ni habite el ansia del desterrado de su cuerpo.
¿Cómo vencer al enemigo oculto?
e infundir la paz entre uno y su reflejo.







Espejo

En la habitación de la luz
habita ese extraño implicado
allí desaparecemos al tiempo,
ese marco insoluble;
luego es difícil encontrarse
ya sabemos que no somos, fuimos
que se está siempre detrás de ser.
El mirar está lleno de cicatrices.
Hemos estado esperando este momento,
de vernos cara a cara con no vernos.







Temo que el Infierno sea tan largo
como el silencio de Dios
que su tiempo esté habitado
por el frío de los templos.
Temo que el silencio sea silencio
afuera de la muerte
que luego del tiempo aún conservemos
la memoria.
Temo no dormir tampoco
en ese sueño eterno
y que hasta allí nos siga
la desesperación de los relojes.









Certeza

La certeza era zapatos de plomo
caer no tenía fin
la distorsión de los espejos era un recuerdo
nuevamente estaba dentro
de un sombrero de copa
en el ojo del huracán oía el coito
de la naturaleza.
La certeza era zapatos de espacio
el fuego se hacía el principio
entonces no quedaba duda
Había soñado el mundo.







A Liliana Patricia

Madre: recógeme el sonido de la lluvia
en el tejado del abuelo
cuéntame de las noches en que descubrí
la sed por los acantilados
y de como destilaste el fuego de la luz
para permitirnos en encuentro
con nuestros primeros demonios.
Recuerda nuestra estancia eterna
en los rincones de la casa
donde el hambre prematura nos entregó
al juego de la muerte.
Háblanos sobre todo lo oculto
de como el deseo que te dimos
es ahora gemir por nuestros hijos.









Marea

“Mi mano incalculable
mi mano que alcanza tu mano en otra casa.
Me desviste de piernas
y de brazos,
y tú no aciertas a creer que soy yo.
Yo sin cintura,
sin blanca,
sin salientes,
sin medir el agujero de mi mano
vacía de la mano
que deja que pasen los iceberg
y los vientos”.



(http://www.jehat.com/jehaat/sp/)



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