viernes, 14 de febrero de 2014

JESSICA SANTIAGO GUZMÁN [10.940] Poeta de México


Jessica Santiago Guzmán

Teotitlán del Valle, Oaxaca, MÉXICO. 6 de Noviembre de 1991.
Actualmente estudia la licenciatura en Humanidades con especialidad en Literatura en la UABJO. Ha participado en el curso de creación literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas, en Monterrey y en actuales fechas, en Xalapa. Mantiene una librería ambulante y es miembro fundador del LibraFest, evento libresco y musical en la ciudad de Oaxaca. Tiene un poemario en espera.
Temblores

Son más
bien el camino
que se lee antes
de irse tranquilo
a la cama.



Verdades que joden (después de los temblores)

José es quien acompaña los sismos
del campo estrecho de la mente
de la huimos
El enterrador es José
de las decembrinas épocas de guardar
errar y quedarse sin dientes.



Sinrazones de las mujeres
¿Habrá comenzado a llover bajo tierra?
Ya siento lo escarpado en la planta de los pies.
Esa Ofrenda de las piedras
Penitencia alambrada
Los bustos de cantera
observan la quietud con que resbala un cabello de entre tus dedos
Escondo los chocolates detrás de un libro de marineros que jamás he abierto

¿Qué pensaba ella que se dijo catedral?
¿Qué sintió la pequeña que se dejó capilla?
¿Les llueve a esas mujeres bajo tierra?


I

Todos se pueden escribir un par de líneas.
Todos saben cómo persignarse.
Sabemos que el accionar de los dedos es frío
como si se escaldaran los ríos de neblina
de remordimiento
En cualquier caso
también sabemos todos
cómo sacrificarse
desde la punta de los dedos
hasta llegar a ser santos.




Réquiem

Yo apenas si soy una puerta
pequeña
dilatada & con luz
a estas alturas
como la mirada que altera a los hombres solos
Se enseña a orinar a los ángeles de casa
mientras sus poetas tienen miedo
& se pagan cuotas & fianzas
Pasa el tiempo en su forma líquida
ala condensada de viejos
& lo único que quieren es recibir comida.
Los zancudos huelen a los familiares recluidos.
La imaginación es el rectángulo que enmarca las horas en la oscuridad.
Tocan las orquestas del mundo a las madres que nos dan de comer.



Turbulencia

Fue mi madre quien inventó el Triángulo de las Bermudas.
Le da por atormentarme con ese odio pequeño,
    como si necesitara medirse.
Y me enorgullece escuchar que el triángulo
estará afuera de mi cuarto
y que cada que salga
o muera, o regrese
mi madre estará en algún borde herrumbroso
    viéndome en la caída.


Postal de una mujer que fuma

Hallé lo más bello de las flores en las flores caídas
Antonio Porchia


Como ese dolor por su calle larga
a las ancianas se les queda el cáncer en el pecho.

¿Qué hacen con los tallos que arrancan a las flores?

Dejan polinizar ese cáncer.
Se quedan con los botones húmedos
y los dejan marchitarse en su ropa.

Lo que no se sabe
en el mundo de un vicio:
lo que son el silencio y los retoños de las mujeres.



Oleadas


I

Oler la mitad de las desmembradas sonrisas ebrias/ de los perros/ de la casa
sea domingo o enero
     olérselas.

Oler la nuca más cercana
     y saberse inútil por no poder olerse la nuca propia.

Conducir por un desolado montón de arterias
por arenosos recuerdos a inyecciones
recuerdos de la erupción de un cráter que cerrará las muelas
     olérselas.



II

Los verbos terminados en arerir se comen/ de dos a tres de la mañana
se huelen también como las nucas.

Se aligeran y martillan los dedos cual sufijos/ para una mejor escritura

       sea jueves o diciembre.

Armar
      estropear
Suena correcto si lo vemos desde la butaca espectadora / acallada desde donde no se nos pueda ver. Me refiero al movimiento de molinos que suele recorrer la espalda como alambre o cañones
      cada que olfateamos

Oler de mañana se hace difícil como
abrirle los ojos a Kafka
como quedarse con la nariz congestionada







Sorpresa

I

Lo que importa es decirle la verdad a ellos
      a ustedes:
el lugar que ocupan
es donde ha estado todo el mundo.
Porque donde se grita
siempre será el meadero de muchos

      Y nosotros hacemos lo propio.



II

Al regresar del purgatorio robaremos a tu madre la taza de lo que se toma,
fumaremos el alacrán del tobillo de tu padre
      y haremos el amor cerca de una cama.
Inflamaré tus letras
dibujaré la tos de escribir a distancia y en Morse
Cuando el purgatorio nos haya devuelto.










Poema para Porfirio

Le agradeces a tu hermano la suerte de haberse ido primero, y lo tardío que tus padres anunciaron a la pequeña. El fallo del nombre y los golpes desatendidos son obra del mundo y se dieron por gracia de que vinieras blanco, a ser crío de mi padre oscuro. No te irás con la lluvia ni enfadarás a los gatos, basta con los que has corrido de casa; agua y mininos, agua y fantasmas. Te acomodaste anoche en la cama y dijiste que querías un poema, un poema a tu cuerpo y al frescor de tu pensamiento. Quizá mañana no puedas verme más o se me caiga un brazo, dijiste, Porfirio. Y suplicaste en mis ojos por segunda vez, que te regalara un poema. Y yo te di las hormigas de Becerra, y las letras de Morábito, porque no sabría cortarte el cabello como te gusta, ni preparar el agua de limón como crees que se toma en el cielo. Pídeme que repita las pesadillas que me has espantado, eso sí. Pide las cacerolas para una orquesta invisible, y te las regreso. Pero me será difícil hacer un poema de ti, de tu carne, de las uñas que operan para dejarte encerrado en casa. Habré de encontrar una medida, sin embargo, quizá la respuesta que esperabas del abuelo para consolar tu miedo, tu impaciencia a los minutos que preparan el cuerpo para la muerte.




Presagio 

A veces imagino que estás muerto,
y la razón viene, escucha esto:

Apenas ayer te dejé, mías,
una y dos raíces del cabello
para que durmieras un poco,
quizá sin pesadillas,
pero ni dormiste
            ni las pesadillas nos dejaron.

Y sólo por eso te imagino muerto,
y por eso no se lanza el perro de tu puerta
a desconocerme y ladrarme
si te quiero robar un par de años,
porque aún no mueres,
porque ninguno es muerte.





Los altares, mis mascotas

Guasapo, mi marrano, sabe que nunca estará de moda,
nadie bailará con el color gris de sus versos.
Olga, esposa de aquél de los pájaros,
asegura una venganza de inciensos
            a los pies Guasapo, mi marrano.

Mi habituado Guasapo dibuja la calle asombrada
            muerta de sol y aves.
Guasapo, mi marrano triste
jamás verá a Salsamontes, mi hija:
en su lugar, se irá manco a dormir
con un entierro pendiente
a fuerza de conocer su mala ventura.
Habrá que atarse una piedra al cuello,
lanzarse al mar en marea alta.

Ésta es la suerte de los marranos comunes,
perder el cuello y sentirse tristes de tan hambrientos.

            “A veces me gustaba ser dios”
            me dice por último el marrano.


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