jueves, 27 de febrero de 2014

CRUZ MARÍA SALMERÓN ACOSTA [11.097]



Cruz María Salmerón Acosta


(Venezuela, 1892-1929)
Poeta venezolano nacido en Guarataro, cerca de Manicuare, en el estado de Sucre. Conocido como “el poeta del martirio” o “solitario de la cima de Manicuare”, realizó sus estudios en Cumaná, escribiendo su primer soneto Cielo y Mar, cargado de gran intuición y una fuerte premonición y dedicado a su gran amigo el también poeta José Antonio Ramos Sucre. Colaboró en publicaciones como el Satiricón, La U, Claros del Alba, Elite y Renacimiento en Cumaná; y en El Universal y El Nuevo Diario en Caracas. Con sólo 20 años comienza a sentir los primeros síntomas del mal de Hansen (la lepra), enfermedad que le llevaría a una vida dolorosa y finalmente a la muerte con sólo 37 años. Durante la dictadura de Juan Vicente Gómez fue encarcelado durante un año. Pero, aún le quedarían 15 años, los más penosos de su existencia, debido a su aislamiento voluntario durante esos años en una casa construida especialmente para él, en una playa desolada de la localidad de Manicuare. El poeta logró en ese momento, pese a sus enormes sufrimientos físicos, a su brutal aislamiento, a su dolorosa y agobiante soledad, glorificar su vida escribiendo sus poemas. Su poesía se enmarca en Venezuela, en la etapa de La Transición, del Clásico a La Modernidad. Sencillez con dimensión mística de la palabra. Una recopilación de toda su obra lírica, sus sonetos Fuente de Amargura se publicó por primera vez en 1952. 




Bienvenida, dedicado a Andrés Eloy Blanco

Desde mi sombrío y eterno retiro,
Esta tarde, el buque donde viajas, miro,
Y sufro mirándote ante mi pasar,
Pues quiero y no logro dar unas palmadas
Con mis dolorosas manos mutiladas
Que ya ni la pluma puede empuñar. 





AZUL

Azul de aquella cumbre tan lejana 
hacia la cual mi pensamiento vuela, 
bajo la paz azul de la mañana, 
¡color que tantas cosas me revela!

Azul que del azul cielo emana, 
y azul de este gran mar que me consuela, 
mientras diviso en él la ilusión vana 
de la visión del ala de una vela.

Azul de los paisajes abrileños, 
triste azul de los líricos ensueños, 
que no calman los intimos hastíos.

Sólo me angustias cuando sufro antojos 
de besar el azul de aquellos ojos 
que nunca más contemplarán los míos.






PIEDAD

No era ni amor lo que ella me tenía; 
era tal vez piedad, lástima era, 
porque mi oculta pena comprendía 
y ella se compadece de cualquiera.

Hoy que voy recobrando mi alegría, 
animado quizás de una quimera, 
se va tornando mucho menos mía, 
como si ella ya no me quisiera.

Yo sí he formado de mi amor un culto, 
y en tanto aquí mi juventud sepulto 
y la aureola del martirio ciño.

¡No me quites, Señor; mi sufrimiento, 
si es que habré de perder con mi tormento 
la conmiseración de su cariño!






MIRÁNDONOS

Entre tus ojos de esmeraldas vivas 
te miro el alma, de ilusiones llena, 
como entre dos cisternas pensativas 
se ve del cielo la extensión serena.

El colibrí de tu mirada riela 
sobre el agua enturbiada de mis ojos, 
y de tus célicas mejillas vuela 
un crepusculo rosa de sonrojos.

Hilo por hilo la ilusión devana 
y urde sueños de fina filigrana 
la araña de mi vaga fantasía.

Porque cuando me miras y te miro 
sale volando tu alma en un suspiro 
y embriagada de amor cae en la mía.






CIELO Y MAR

En este panorama que diseño, 
para tormento de mis horas malas, 
el cielo dice de ilusión y galas, 
el mar discurre de esperanza y sueño.

La libélula errante de mi ensueño 
abre la transparencia de sus alas, 
con el beso de miel que me regalas 
a la caricia de tu amor risueño.

Al extinguirse el último celaje, 
copio en mi alma el alma del paisaje 
azul de ensueño y verde de añoranza;

y pienso con oscuro pesimismo 
que mi ilusión está sobre un abismo 
y cerca de otro abismo mi esperanza.






SUPLICIO

Cuando vieron mis ojos tu silueta querida
acercarse a la puerta de mi eterna clausura,
me creí que volvía para mí la ventura
que perdí en los mejores abriles de mi vida.

Emoción inefable, dicha nunca sentida,
me causó la presencia de tu regia hermosura,
y tu sana alegría derramó su dulzura
en la inmensa amargura de mi alma dolida.

Ante tu despedida un dolor me exaspera;
ser para ti tan sólo un amigo cualquiera
a quien pueda olvidarse por cualquier otro amigo.

Y un profundo sollozo se me escapa del pecho,
porque en vano deseo levantarme del lecho
en que ha tiempo me angustio, para irme contigo.






AMOR SIN ESPERANZA

Allá donde se besan mar y cielo,
la vela del navío tan lejano
finge el último adiós de tu pañuelo
que aleteó cual pájaro en la mano.

Te fuiste ayer de mi nativo suelo
para otro suelo que se me hizo arcano,
y sufro todavía un desconsuelo,
desesperado de esperarte en vano.

A cada vela errante me imagino
que a mis brazos te atrae, o que el destino
hacia la playa donde estoy te lanza.

De nuevo la nostalgia me tortura,
pensar en que tendré la desventura
de morirme de amor sin esperanza. 

                  




A LA CRUZ

Sagrada cruz, yo sí te he profanado
entre unas manos de mujer querida,
y en el tosco puñal con que he intentado
dar a mi corazón la última herida.

Mas, cien veces, contigo me he abrazado
junto a una tumba, entre otras mil perdida,
y con gran reverencia te he llevado
en mi nombre, en mi sangre y en mi vida.

¿Qué importa que después, cuando yo muera
y acompañes mi tumba nadie quiera
regarnos rosas ni piadoso lloro?

Los abrojos que nazcan en mi fosa
han de ofrecernos ---oblación piadosa---
su triste siempre floración de oro.






CRUZ MARÍA SALMERÓN ACOSTA
“El solitario de la cima de Manicuare”


   
Por  María Cristina Solaeche Galera



«Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.»
CÉSAR VALLEJO
  
  
Cruz María Salmerón entra en ese escaso apartado de escritores que han pasado a la historia con una gran número de apelativos que evocan sendas virtudes, ya personales, ya artísticas. En efecto; Cruz María es conocido, ya veremos que con toda razón, como «el poeta del martirio», «el solitario de la cima de Manicuare», «el poeta milagroso», «el paradigma literario de Araya», «el Hijo Santo de Manicuare» o «el poeta de la resignación». Amigo del también poeta José Antonio Ramos Sucre, colaboró en publicaciones como Satiricón, Elite o Renacimiento, de Cumaná, y en El Universal o El Nuevo Diario, de Caracas, entre otras. Aquejado del mal de Hansen desde edad muy temprana, enfermedad que le haría llevar una vida dolorosa hasta el final de sus días, con sólo 37 años, Salmerón hubo de soportar también la crueldad de la dictadura de Juan Vicente Gómez, aunque su tiempo más penoso fueron, sin lugar a dudas, los 15 años que pasó en aislamiento voluntario en una casa construida especialmente para él en una playa desolada de la localidad de Manicuare. Sin embargo, el poeta de Guarataro supo glorificar su vida, escribiendo un tipo de poesía caracterizada por la sencillez con dimensión mística de la palabra.
  
INFANCIA Y JUVENTUD

Cruz María Salmerón Acosta nace en las áridas y salinas costas cumanesas del oriente venezolano el 3 de enero de 1892, en Guarataro, Estado Sucre, Venezuela. En una ensenada, donde está la vivienda de sus padres, a pocos pasos del mar y a unos centenares de metros de Manicuare, una prolongación de Araya a orillas del Golfo de Cariaco desde donde se divisa Cumaná, la capital. Guarataro, un pueblo muy pobre, colmado de soledad, pescado y sal, donde las piedras son de ceniza y cal, las aves silenciosas y grisáceas, y la vegetación escasa y espinosa; en una época de guerras internas y de autoritarismo institucionalizado, durante el cruel y dictatorial gobierno de Juan Vicente Gómez.
«Manicuare es un puñado de mar, un puñado de gente y un puñado de tierra.»
VÍCTOR SALAZAR
Allí transcurre su infancia, siempre a la orilla del agua o mar adentro, entre botes, peces y atarrayas, un niño y un adolescente que nació en el mar, y un hombre a quien zozobró el mar en la sangre. Un torturado poeta víctima de la  lepra, dolencia que lo consume desde su plena juventud hasta los 38 años de edad, cuando muere.
Desde la niñez, Cruz María se adueña del afecto de su pueblo, que lo sabe comprender en sus juegos de cartas, caída y truco aprendidos de su madre y a los que es tan aficionado, sus cantos de malagueñas y corríos en las fiestas de la Cruz de Mayo y sus poesías. De boca de Mano Catire, folklórico personaje de Manicuare, escucha cuentos y leyendas. Él lo lleva de su mano a los puestos de los vigías sobre las colinas que bordean el Golfo. Le enseña sobre las peripecias de la pesca, el manejo del arpón, el canalete y el anzuelo, el garapiño y el remo, a manejar el timón, a tejer redes y lanzar atarrayas.
La casa de los Salmerón–Acosta está en la que es hoy la calle Arismendi, llamada por el pueblo la calle Margariteña rememorando su pasado histórico, bordeando el río y terminando en la Boca del Monte. Allí, de niño, estudia sus primeras letras como pupilo de las maestras Carlota y Petra González y, después, en la piragua Santa Ana llega a Cumaná, muy lejos de su terruño Manicuare y alrededores (hoy día, a dos horas de un insoportable periplo terrestre), a realizar sus estudios en la Escuela de Pedro Luis Cedeño, en Toporo, calle de Cumaná, hoy conocida como «calle de los telares», «calle Cantaura» o «calle Cedeño». Los últimos grados, los cursa  en el Colegio Nacional de Cumaná, logra culminar la primaria a los 12 años, en 1904. Estudia secundaria en el Colegio Federal (hoy Liceo Antonio José de Sucre), a cargo de Don José Silverio González, obtiene el título de Bachiller en Filosofía y Letras, en septiembre de 1910 a los 18 años de edad.
  
UNIVERSIDAD Y PRIMEROS POEMAS

El mismo año 1910, ingresa en la Universidad Central de Venezuela para cursar Ciencias Políticas, y en 1911, a los 19 años, escribe su primer soneto Cielo y Mar, cargado de gran intuición y una fuerte premonición:
  
          Al extinguirse el último celaje,
Copio en mi alma el alma del paisaje
Azul de ensueño y verde de añoranza.
          Y pienso con oscuro pesimismo,
Que mi ilusión está sobre un abismo
Y cerca de otro abismo mi esperanza.1
  
Lo dedica a su entrañable amigo el insigne poeta José Antonio Ramos Sucre, paisano, contemporáneo, condiscípulo y compañero en la poesía y la tragedia. De esta época es la única fotografía que deja Cruz Salmerón, la de un joven muy bien parecido, de facciones fuertes y abundante cabellera oscura.
Su amor, Conchita Bruzual Serra, una mujer nativa de Cumaná, a la que él llama «Cordera», y para ella, son la mayoría de sus emocionados poemas:
  
     El colibrí de tu mirada riela
sobre el agua enturbiada de mis ojos,
y de tus célicas mejillas vuela
un crepúsculo rosa de sonrojos.
  
     Hilo por hilo la ilusión devana
y urde sueños en fina filigrana
la araña de mi vaga fantasía.
  
     Porque cuando me miras y te miro
sale volando tu alma en un suspiro
y embriagada de amor cae en la mía.2
  
…   …   …   …   …
  
     Yo la miro perderse entre las flores,
Y con la voz de todos los amores
Voy a llamara, pero me da miedo.3
  
Colabora en publicaciones como Satiricón, La U, Claros del Alba, Elite y Renacimiento en la ciudad de Cumaná; y en El Universal y El Nuevo Diario en la capital Caracas.
  
PRESA DEL “MAL DE LOS MALDITOS”

En 1912, a los 20 años de edad, estudiando el segundo año de la carrera, comienza a sentir las primeras dolencias de su mal en los brazos y adormecimiento en las manos. Acude a los médicos Felipe Guevara Rojas, por la época Rector de la Universidad Central de Venezuela, y a Juan Iturbe, quienes lo examinan detenidamente. El diagnóstico es fatal, crudo, doloroso, el poeta ha contraído el que la Biblia llama «inmundo mal», «el mal de los malditos», la lepra, y ser leproso, es exponerse al asco y al desprecio, a que su propio pueblo lo execre con gestos de repugnancia y terror al contagio.
Le aconsejan los médicos regresar rápidamente a su tierra y esconderse, antes de que las autoridades sanitarias lo aíslen forzosamente condenándolo al Degredo, isla del lago de Valencia, donde funciona un hospital para enfermos contagiosos y un penitenciario. Según testimonio de su amigo Dionisio López Orihuela, Cruz Salmerón no se rinde inmediatamente, sigue estudiando y así completa dos años de la carrera, hasta que en 1913, cuando cursaba el tercer año, el dictador Juan Vicente Gómez clausura la universidad, y el poeta  forzosamente regresa a su pueblo.
El abanico de la tragedia ya se ha desplegado en su vida: una hermana, Encarnación, muere al siguiente día de su regreso y su hermano Antoñico es asesinado por un jefe civil del pueblo. El poeta, que aún no muestra los estragos de la enfermedad, afrenta esta muerte y lo encarcelan en Cumaná, sufriendo durante un año los rigores del presidio de entonces.
  
“EL SOLITARIO DE LA CIMA DE MANICUARE”

Pero aún le quedan 15 años de vida, los más penosos de su existencia. Y su aislamiento será voluntario durante esos años, en Manicuare, en una playa desolada que se encuentra después de atravesar las Salinas de Araya, donde la historia mira al mar desde lo alto, con la misma lejanía que elije el pescador para divisar el cardumen.
«Un hombre atrapado en una maldición con el océano infinito y libre al frente.»
RAMÓN ALBERTO ESCALANTE
Allí se refugia el poeta, en una casa construida especialmente para él, sobre una pequeña colina a la orilla de su mar. Una casita-reclusorio, de un solo cuarto, con una sencilla cama individual y una tina de cemento para que se bañe cuando la invalidez ya no le permita hacerlo en su océano.
A partir de entonces, toda su poética está sometida al doloroso marco de su vida, al ámbito de su propio sufrimiento. Es el lugar de su destierro físico y espiritual; hoy, la casa la conservan con esmero los jóvenes del Centro Cultural Cruz Salmerón Acosta, y quien allí vaya puede ver la cumbre que el poeta canta desde su lecho de enfermo, y existe un Museo en el lugar donde sus padres vivieron, además, un Liceo, una Biblioteca, una Parroquia, un Municipio y unas canciones del cantautor venezolano Alí Primera, llevan su nombre:
  
     La canción de Salmerón,
el que la vida cambió
     por un día de lluvia,
porque su pueblo moría de sol.
  
El poeta «logra», pese a sus enormes sufrimientos físicos, a su brutal aislamiento, a su dolorosa y agobiante soledad, afrontar con resignación su desolada realidad, glorificando en vida la desintegración del cuerpo, cincelando el patrimonio de la muerte como una lápida en sus poemas. Se apasiona en los arpegios poéticos de su maestro Rubén Darío, de Nicaragua; en José Martí, de Cuba; en los sonetos de Villaespesa y Valle-Inclán, de España; en la poesía nocturnal de Silva, de Colombia, y admira a los grandes estilistas de la literatura Rodó, Díaz Rodríguez y D´Annunzio.
En 1923, cuando Cruz María tiene 31 años, otro poeta cumanés, Andrés Eloy Blanco, regresa triunfal a Venezuela con su Canto a España, entrando al Golfo de Cariaco en un buque que lo trae desde Madrid. Cruz Salmerón, desde su aislada ribera, le declama con voz alta y agotada por los esfuerzos en su lucha del cuerpo contra la enfermedad en su poema Bienvenida y se lo envía con un pescador de la localidad:
   
     Desde mi sombrío y eterno retiro,
Esta tarde, el buque donde viajas, miro,
Y sufro mirándote ante mí pasar,
Pues quiero y no logro dar unas palmadas
Con mis dolorosas manos mutiladas
Que ya ni la pluma pueden empuñar.4
   
UN POETA DE TRANSICIÓN

Mas no es un solitario generacional en la literatura, es un admirador ferviente de la poesía medieval y de la renacentista castellana. Por ello, es de esperarse que su creación literaria no posea las características determinantes del movimiento modernista que ya se inicia en Venezuela para esa época, tales como renovación métrica, léxico de efecto exotista, referencias a culturas lejanas, neologismos y la maravillosa orfebrería de la metáfora.
Su poesía se enmarca en Venezuela, en la etapa de la transición del Clásico a la Modernidad. Sencillez con dimensión mística de la palabra, recrea la belleza sonora de antiguas tradiciones rítmicas en el verso, la religiosidad y el imaginario medieval; la ingenuidad, la candidez, y el hipérbaton tan característico de los períodos cortesanos de la literatura española del siglo XV y del Barroco, trastrueca el «orden normal de la frase», con encabalgamientos frecuentes cortando la frase final inacabada de un verso y continuándola en el siguiente, herencias de la poesía del medioevo y del clasicismo renacentista. Claridad de estilo, plasticidad espontánea de las imágenes y fluidez del numen en el lírico estuche del soneto. Predominio de conceptos como tormento, esperanza, amor, pesimismo y muerte, lo acercan tardíamente con el romanticismo venezolano, siempre con la búsqueda religiosa como centro. Un dolor sin agresividad, sin ironía, sin sarcasmo, sin desconfianza, sin rebeldía y sin reproche, que asoma a los prerrafaelistas y nos recuerda este anónimo español del siglo XVI:
  
     No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.
  
(…)
  
     No me tienes que dar porque te quiera:
Pues, aunque lo que espero, no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.
  
La sencillez de sus epítetos: «claro cielo», «dulce madre», «tierna mujer», «fresca hierba», «divina belleza», «oscura noche», «blanca luna», «rosados sonrojos», «verde añoranza»… expresados en su elemental contingencia desvinculada del contingente, convertidos en imágenes  espirituales, lo identificarán de nuevo con la  herencia medieval y la tradición renacentista, en un deseo de entregarse a la «suprema voluntad». Ráfagas de idealismo sobrevuelan en ruiseñores, alondras, cisnes…, aves muy difícilmente vistos en Manicuare, en búsqueda de la divinidad, compartiendo con Rubén Darío sus solitarios árboles, su océano, su colina…, tan vívidas en su existencia, revistiéndolos de su animosidad interior:
   
     Quiero cantar a tanta poesía
Que habla a los ojos, y a la mente encanta,
Pero la alondra de la musa mía
Aún sin querer solloza cuando canta.5
   
Pero para «el solitario de la cima de Manicuare», la esencia, la fuente secreta de vida, su Grial, está en la mirada de la amada, y, cuando para ella escribe, es un rezo para invocarla. La mujer amada, inspiradora de ensueños, su corazón como emblema de sentimientos:
   
     Miróme ayer una mujer hermosa
Y su presencia me causó tortura,
Vi la herida más honda y dolorosa
Que he sufrido en mi vida de amargura.

(...)

     Y hoy tengo el corazón más adolorido
De vivir vanamente deseando
Sufrir de nuevo la mortal tortura,
De ser visto otra vez por la hermosura
Que con mirarme ayer me dejó herido
Y con no mirarme hoy, me está matando.6
   
Escribir poesía, para Cruz María Salmerón Acosta, es anhelar amor, orar, arrodillarse, pedir perdón, dejar de preguntarse el «por qué», retumbando su voz entre las piedras, el papel y la orilla del mar.
Su obra cumbre y la más conocida, le bastó para inmortalizarlo, el soneto Azul:
  
AZUL
          Azul de aquella cumbre tan lejana
Hacia la cual mi pensamiento vuela
Bajo la paz azul de la mañana,
¡Color que tantas cosas me revela!

          Azul que del azul del cielo emana,
Y azul de este gran mar que me consuela,
Mientras diviso en él la ilusión vana
De la visión del ala de una vela.

          Azul de los paisajes abrileños,
Triste azul de los líricos ensueños,
Que me calman los íntimos hastíos.

          Sólo me angustias cuando sufro antojos
De besar el azul de aquellos ojos
Que nunca más contemplarán los míos.7
  
No hay cabida en su poesía para el tiempo vertiginoso, el espacio limitante, las desazones de la pasión; en ella, es el aquí sin cuestionamientos complejos y el allí, la vida-no vida, y la muerte-no muerte. Apostar a abandonar la materia yaciendo en el templo del cuerpo. Cruz Salmerón yace, siempre yace en su templo interior, entre ritos medievales y ritmos prerrenacentistas, envolviendo su limitadísimo mundo con mirada agónica y su idealismo con evasión, en la búsqueda de una imagen única de la divinidad.
  
«…se le estaba cayendo la carne a pedazos y el alma a versos…»
JUAN SANTAELLA
  
ÚLTIMOS DÍAS DEL “POETA DE LA RESIGNACIÓN”

Durante el mes de julio de 1929, Manicuare sufre los estragos de una fuerte sequía. El ardiente sol castiga las polvorientas casas, las arenosas calles, los árboles y sus pájaros:
   
Nací del mar en infeliz ribera
Y esta aflicción que mi alma desespera
Cuando empiezo a rimar lo que he vivido
Me hace pensar, por el sufrir inquieto
Que acaso llevo en mi interior secreto
El paisaje del suelo en que he nacido.5
   
Al poeta lacerado, que desgarra por primera vez en su poema Desolación Espiritual toda la dignidad de su rebeldía contenida, asfixiada por la enfermedad y su mística resignación, le escribe Julio Hernández:
  
                        Soy hombre porque soy libre,
Y soy libre porque he decidido
Someterme al rigor de un dolor interminable.
  
Y el 30 de julio de 1929, con apenas 37 años, en Manicuare, Cruz María Salmerón Acosta se confunde con aquel al que tantas veces le cantara… el azul de su mar… y ese día… llueve en Manicuare. El recuerdo de aquella lluvia aún permanece en esa tierra, en los recuerdos de los más ancianos y en quienes anhelan preservar la memoria de este poeta.
  
Más no habré de cantarte, el sufrimiento
obliga a que mi alma el verso guarde;
hoy me siento tan triste y tan cobarde
que ya ni quiero echar mi canto al viento.8
  
Una recopilación de toda su obra lírica, sus sonetos Fuente de Amargura, con prefacio del profesor Dionisio López Orihuela, se publicó, por primera vez, en 1952, en el volumen N.º 6 de Ediciones Gratuitas de la Línea Aeropostal Venezolana.
La vida del poeta Cruz María Salmerón Acosta fue recreada en 1984, en un largometraje de ficción titulado La Casa de Agua, del director caroreño Jacobo Penzo.
  
  
  
NOTAS
Extractos seleccionados de los poemas:
1  Cielo y Mar.
2  Mirándonos.
3 Advenimiento.
4  Bienvenida.
5  Desolación Espiritual.
6  Mirada Fatal.
7  Azul.
8 La Canción Recóndita.






No hay comentarios:

Publicar un comentario