viernes, 28 de febrero de 2014

ALFRED TENNYSON [11.110]


Alfred Tennyson

Alfred Tennyson, 1er barón Tennyson, FRS (6 de agosto de 1809 – 6 de octubre de 1892), fue uno de los poetas ingleses más ilustres de la literatura universal, perteneciente al postromanticismo.
La mayor parte de su obra está inspirada en temas mitológicos y medievales, y se caracteriza por su musicalidad y la profundidad psicológica de sus retratos. Más tarde en su carrera realizó varios intentos de escribir dramas teatrales aunque con poco o reducido éxito.
Fue además poeta laureado del Reino Unido durante la mayoría del reinado de la reina Victoria.

Tennyson nació, en el condado de Lincolnshire, siendo el cuarto de los doce hijos de George Tennyson y su mujer Elisabeth. Su madre, de soltera Elizabeth Fytche, era hija del vicario de Louth. Su padre, el reverendo George Clayton Tennyson (1778-1831), era el párroco de Somersby (entre 1807-1831), Benniworth y Bag Enderby, así como vicario de Grimsby (desde 1815). El reverendo era el mayor de dos hijos, pero fue desheredado en su juventud por su padre, George Tennyson (1750-1835), quien pertenecía a la burguesía agraria de Lincolnshire, siendo propietario de Bayons Manor y Usselby Hall,1 por lo que el heredero fue su hermano Charles, quien más tarde adoptaría el nombre de Charles Tennyson d'Eyncourt. Según dice Parsons, era un hombre de «habilidades superiores y grandes logros, al que interesaba la arquitectura, la música, la pintura y la poesía» y que los Tennyson vivían cómodamente a pesar de su salario de párroco rural y que su buen uso administrando el dinero les permitía viajar a Mablethorpe y Skagness, en la costa este de Inglaterra en los veranos.1 Murió el 5 de mayo de 1831, a los 52 años.
Tennyson era descendiente del rey Eduardo III de Inglaterra. Pues al parecer, las raíces de su abuelo, George Tennyson, pueden trazarse desde la clase media de los Tennyson a través de Elizabeth Clayton, la madre del reverendo George Clayton Tennyson, en diez generaciones hasta Edmund, Duque de Somerset.
Tennyson y dos de sus hermanos, Frederick Tennyson y Charles Tennyson-Turner empezaron a escribir poesía en su adolescencia, publicando a nivel local una colección conjunta cuando Alfred tenía 17 años. Charles Tennyson-Turner se casaría más tarde con Louisa Sellwood, la hermana pequeña de la futura esposa de Alfred, Emily.

Educación

La formación de Alfred, rigurosamente clásica, le fue impartida principalmente por su padre. Empezó a escribir a la edad de dieciséis y en 1827 publicó un volumen de poesía con su hermano Charles, Poems by two brothers. Asistió a la escuela de gramática 'King Edward I' y en 1828 ingresó en el Trinity College en Cambridge, donde ganó la medalla de oro del premio 'Chancellor', conoció a Arthur Hallam y pasó a formar parte junto con éste de los Apóstoles de Cambridge, una sociedad secreta que pretendía formar una élite intelectual. Más tarde, en 1830, Tennyson publicó 'Poems, chiefly lyrical'

La amistad entre Tennyson y Hallam se hizo muy intensa: viajaban juntos y Arthur llegó a contraer matrimonio con la hermana de Alfred. Pero en 1833 Hallam murió repentinamente de una hemorragia cerebral mientras estaba de viaje en Viena. Este hecho causó un inmenso dolor a Alfred que, años más tarde se materializó en la obra In Memoriam A.H.H., publicada en 1850; In memoriam fue el homenaje final a su amigo, al tiempo que uno de los mejores poemas de Tennyson.
A la muerte de Hallam siguieron diez años sin publicar ni un sólo verso. Este silencio sería según unos el resultado de la conmoción por la pérdida de su mejor amigo; según otros se debió al desánimo ante el mal recibimiento que tuvieron sus dos volúmenes de poemas, publicados ese mismo año, y que incluían La dama de Shalott, uno de sus poemas más famosos.

Amor, familia y fama

En 1835 se enamoró profundamente de Rosa Baring, una dama de gran belleza y fortuna, cuyo rechazo le inspiró algunos de sus poemas más dolidos y le recordó su precaria posición social. Pero en 1836 conoció a Emily Sellwood con quien se casó en 1850, tres años después de la publicación de The Princess. En 1852 la pareja tuvo su primer hijo, a quien dieron el nombre de Hallam.
Para entonces la fama de Tennyson estaba ya sólidamente establecida, y en 1854 tuvieron que mudarse a la Isla de Wight para escapar de las hordas de admiradores que asediaban su casa. En los años siguientes Tennyson escribió prolíficamente: Maud and other poems apareció en 1855, Idylls of the King en 1859 y Enoch Arden en 1864.
La reina Victoria fue una gran admiradora del trabajo de Tennyson, nombrándolo Barón en 1884 y otorgándole este título sobre Aldworth en el condado de Sussex y en Freshwater en las Isla de Wight.
Murió en octubre de 1892 y fue enterrado en la Abadía de Westminster.

Principales obras

Poems, Chiefly Lyrical (1830), incluyendo el poema The Kraken
Poems (1833), dos volúmenes de poesía que incluían «The Lady of Shalott»
Ulysses (poema) (1842)
The Princess (1847)
In Memoriam A.H.H. (1850)
Maud and other poems (1855)
Idylls of the King (Idilios del rey, 1859), basada en las historias artúricas
Enoch Arden (1864)
The Holy Grail and other poems (1869)
Gareth and Lynette (1872)
Tiresias and other poems (1885)
The Lotus-Eaters (Wikisource)






Bien está y algo es: podemos detenernos

Bien está y algo es: podemos detenernos
Aquí, donde en la tierra inglesa lo sepultan,
Y tal vez de su polvo se labre la violeta
De su tierra nativa.

Poco es, mas parece, en verdad, que benditos
Son sus tranquilos huesos,
Al descansar, en medio de nombres familiares,
Y en el mismo lugar que habitó siendo joven.

Venid, pues, manos puras : sostened la cabeza
Que duerme o que se puso la máscara del sueño:
Y vengan cuantos gusten de llorar, y aquí el rito
De los muertos escuchen.

¡Ah! Pero, si pudiera,
Sobre el fiel corazón me arrojaría, y junto
A sus labios, le diera, con mi aliento, la vida
Que en mí casi se apaga;

Mas no muere del todo y, sufriendo, persiste
Y lentamente forma ese temple más duro,
Y guarda la mirada que ya no encontraría,
Las palabras que nunca ha de escuchar de nuevo.






Circunstancias

En vecinas aldeas, dos chiquillos, jugando
Como locos, en medio de los brezos; en una
Fiesta dos forasteros que se encuentran; bajito,
Junto al muro de un huerto, dos amantes hablando;
Dos vidas enlazadas con dorada ventura;
Junto a la torre gris, dos tumbas, con el césped
Que limpian mansas lluvias y donde margaritas
Florecen; dos chiquillos en una misma aldea.
Así va, de hora en hora, la ronda de la vida.






Cuando la luz de la luna cae sobre mi lecho

Cuando la luz de la luna cae sobre mi lecho,
Sé que en tu lugar de descanso,
Desde las amplias aguas del oeste,
Llega una gloria trepando los muros:
El mármol brillante aparece en la oscuridad,
Arrastrándose lentamente sobre la plateada llama
Que recorre las letras de tu nombre,
Y el número de tus años.
La mística gloria nada en la distancia;
Fuera de mi lecho la luz de la luna muere;
Y cerrando los párpados de agotados ojos,
Duermo hasta que se diluya el crepúsculo:

Y entonces sé que la niebla ha cubierto
Con su lúcido velo todas las costas,
Y en una iglesia oscura como un fantasma
El destello de tu lápida reposa hasta el alba.






Despedida

Fluye abajo, fría corriente, hacia el mar;
Tu tributo en olas será entregado:
Hacia ti, mis pasos ya no correrán,
Nunca más, eternamente.

Fluye, fluye suave por hierbas y campos,
creciendo de corriente a río:
Para ti, mis huellas ya nunca serán,
Ya no, eternamente.

Pero aquí suspiró tu viejo árbol,
Y aquí tiemblan sus trémulas hojas,
Al compás de las inquietas abejas.
Para siempre, eternamente.

Mil soles brillarán sobre ti,
Mil lunas se estremecerán,
Y por tus riberas, mis pies ya no andarán,
Ya no, eternamente.






Doblando la escollera

El poniente, el lucero de la tarde
Y para mí una clara llamada. Acaso la escollera
No haga gemir al agua, cuando emprenda
Mar adentro mi ruta,

Y haya sólo el reflujo que parece dormido,
Demasiado turgente para rumor o espuma,
Cuando lo que sorbía del fondo ilimitado
Regresa ya a su centro.

Crepúsculo y campana vespertina
Y luego, ya la noche.
Y acaso no haya adioses doloridos
El día en que me embarque,

Pues si de nuestros hitos del Lugar y del Tiempo
La marea me aparta,
Confío, cara a cara, mirar a mi Piloto,
Doblada la escollera.






El Kraken

Bajo los truenos de la superficie,
En las grietas del mar abismal,
El Kraken duerme su antiguo sueño sin sueños.
Pálidos reflejos se agitan alrededor
De su oscura forma;
Vastas esponjas de milenario crecimiento y altura
Se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza,
Pulpos innumerables y desmedidos baten
Con brazos gigantescos
La verdosa inmovilidad,
Desde secretas celdas y grutas maravillosas.
Yace ahí desde siglos, y yacerá,
Cebándose dormido de inmensos gusanos marinos
Hasta que el fuego del Juicio Final consuma la hondura.
Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,
Rugiendo surgirá y morirá en la superficie.






Flor en el muro agrietado

Flor en el muro agrietado,
Yo te arranco de tu tumba y te sostengo,
Raíz con raíz, tu todo con el todo.
Pequeña flor, si pudiera captar tu esencia,
Entendería qué es el hombre, qué es Dios.






In memoriam VII. 
Oscura casa: otra vez regreso a tu lado

Oscura casa: otra vez regreso a a tu lado,
A esta larga calle inhóspita,
Puertas donde mi corazón se habituó
A temblar esperando una mano,

Una mano que ya no podré estrechar.
Obsérvame pues como un insomne,
Como un condenado me arrastro
Muy temprano hacia la puerta.

Él no está aquí; pero en la distancia
Comienza el murmullo de la vida,
Y como un fantasma entre la lluvia
Rompe el nuevo día sobre las calles desiertas.






In memoriam XV. 
Esta noche los vientos comienzan a soplar

Esta noche los vientos comienzan a soplar
Y el día que declina ruge en la distancia:
La última hoja se pierde en remolinos,
Los grajos vagan en los cielos.

Los bosques arrasados, las aguas crispadas,
Los rebaños reunidos en el prado;
Y con intenso brillo sobre árboles y torres
Emerge el sol aclarando el mundo.

Y si estos ensueños no probaran
Que cruzas con suaves gestos
La llanura de cristal líquido,
Apenas podría soportar la agitación

Que hace tan ruidosas las ramas yertas;
Y no es así sólo por miedo;
La salvaje inquietud que vive en el dolor
Embelesada adoraría aquella nube

Que hacia las alturas siempre se dirige,
Y empuja hacia arriba un pecho fatigado,
Y luego se deshace en el triste ocaso,
Ese muro naciente orlado de fuego.





In memoriam L. Permanece cerca

Permanece cerca cuando se extinga mi luz,
Y la sangre se arrastre y mis nervios se quiebren
Con punzadas lacerantes. Y el corazón enfermo
Y las ruedas del tiempo giren pausadamente.

Permanece cerca cuando mi carne frágil
Sea atormentada por dolores que rozan la verdad.
Y el tiempo lunático siga esparciendo el polvo,
Y la vida furiosa arroje llamas.

Permanece cerca cuando mi fe se marchite,
Y los hombres, las moscas del último estío
Que colocan sus huevos, y piquen y canten
Y tejan sus diminutas celdas y mueran.

Permanece cerca cuando desvaneciéndome,
Y puedas apuntar el final de mi lucha
En el atardecer de los días eternos,
En el bajo y oscuro abismo de la vida.






In memoriam XCI. 
Cuando rosadas plumas coronen

Cuando rosadas plumas coronen al alerce
Y cante trémulamente el tordo encaramado;
O revuele sobre estériles arbustos
Junto al mar azul el pájaro de marzo,

Ven, toma la forma por la cual tu espíritu
Conozco entre tus pares;
Que toda la esperanza de los años robados
Crezca y adquiera brillo en tu frente.

Cuando el paso maduro del estío aliente,
Con infinitas rosas dulces,
Sobre las mil olas de trigo
Que ondulan en la granja solitaria,

Ven; pero no en los insomnios de la noche
Sino cuando el sol comience a calentar;
Ven con la hermosura de tu nueva forma
Y con luz más hermosa que la misma luz.







In memoriam LXXXII. 
Yo no negocio ningún feudo con la muerte

Yo no negocio ningún feudo con la muerte,
Por los cambios provocados en forma y mente;
Ninguna vida menor que abraza la tierra
Se cruzará con él, ni a mi fe le dará guerra.

El eterno proceso avanza,
De estado a estado el espíritu pasa;
Estos son apenas los tallos destrozados,
O las ruinas de una crisálida.

No culpo a la Muerte, pues ella desnuda
El uso de la virtud en el planeta:
Yo sé que aquel valor humano
Brillará intensamente en otro lado.

Pero esto sólo la Muerte me provoca:
La ira que se asienta en mi corazón;
Ella distancia de tal modo los cuerpos
Que a nuestros oídos no llega ningún lamento.






La Dama de Shalott

I

En las orillas del río, durmiendo,
Grandes campos de cebada y centeno
Visten colinas y encuentran al cielo;
A través del campo marcha el sendero
Hacia las mil torres de Camelot;
Y arriba y abajo, la gente viene,
Mirando a donde los lirios florecen,
En la isla que río abajo aparece:
Es la isla de Shalott.

Tiembla el álamo, palidece el sauce,
Grises brisas estremecen los aires
Y la ola, que por siempre llena el cauce,
Por el río y desde la isla distante
Fluye que fluye, hasta Camelot.
Cuatro muros grises: sus grises torres
Dominan un espacio entre las flores,
Y en el silencio de la isla se esconde
La Dama de Shalott.

Tras un velo de sauces, por la orilla,
A las pesadas barcas las deslizan
Unos lentos caballos; y furtiva,
Una vela de seda traza huidiza,
Surcos de espuma, hacia Camelot.
Pero, ¿quién la vio nunca saludando?
¿O en la ventana de su estudio estando?
¿O acaso es conocida en el condado
La Dama de Shalott?

Sólo los segadores muy temprano,
Cuando siegan ya maduros los granos,
Escuchan ecos de un alegre canto
Que desde el río llega, alto y claro
Hasta las mil torres de Camelot:
Bajo la luna el segador trabaja,
Apilando haces en las eras altas.
Escucha y murmura: "es ella, el hada,
La Dama de Shalott".


II

Ella teje una tela día y noche,
Tela mágica de hermosos colores.
Ha oído murmurar un rumor, sobre
Una maldición: ¡ay como se asome
Y mire lejos, hacia Camelot!
No sabe qué maldición pueda ser,
Ella teje y no deja de tejer,
Y otra cosa no hay que pueda temer,
La Dama de Shalott.

Moviéndose sobre un espejo claro
Que cuelga frente a ella todo el año,
Sombras del mundo aparecen. Cercano
Ve ella el camino que serpenteando
Conduce a las torres de Camelot;
Allí el remolino del río gira,
Y descortés el aldeano grita,
Y de las mozas las capas rojizas
Se alejan de Shalott.

A veces un tropel de alegres damas,
Un abate, al que portan con calma,
O es un pastor de cabeza rizada,
O de largo pelo y carmesí capa,
Un paje se dirige a Camelot;
Y a veces cruzan el azul espejo
Caballeros de dos en dos viniendo:
No tiene un buen y leal caballero
La Dama de Shalott.

Pero en su tela disfruta y recoge
Del espejo las mágicas visiones,
Y a menudo en las silenciosas noches
Un funeral con plumas y faroles
Y música, iba hacia Camelot:
O venían, la luna en su camino,
Amantes casados de ahora mismo;
"Estoy enferma de tanta sombra", dijo
La Dama de Shalott.


III

A tiro de arco del alero de ella,
Él cabalgaba entre la mies de la era;
Deslumbraba el sol entre hojas nuevas,
Y ardía sobre las broncíneas grebas
Del valiente y audaz Sir Lancelot.
Un cruzado al que arrodillado puso
Con la dama por siempre en el escudo,
Brillaba en el campo amarillo, junto
La lejana Shalott.

Brillaba libre enjoyada la brida:
Una rama de estrellas imprevistas
Colgadas de una Galaxia amarilla.
Sonaban alegres las campanillas
Mientras cabalgaba hacia Camelot:
Y en bandolera, plata entre blasones,
Colgaba un potente clarín. Al trote,
Su armadura tintineaba, sobre
La lejana Shalott.

Bajo el azul despejado del cielo
Refulgía la silla de oro y cuero,
Ardía el yelmo y la pluma del yelmo,
Juntas como una sola llama al viento,
Mientras cabalgaba hacia Camelot:
Así en la noche púrpura se viera,
Bajo cúmulos sembrados de estrellas,
Un cometa, cola de luz, que llega,
A la quieta Shalott.

Su frente alta y clara, al sol brillaba;
Sobre los pulidos cascos trotaba;
Por debajo de su yelmo flotaban
Los bucles negros, mientras cabalgaba,
Cabalgaba directo a Camelot.
Desde la orilla, y desde el río,
Brilló en el espejo de cristal,
“Tralarí lará” cantando en el río
Iba Sir Lancelot.

Dejó la tela, y dejó el telar,
Tres pasos en su cuarto ella fue a dar,
Ella vio el lirio de agua reventar,
El yelmo y la pluma ella fue a mirar,
Y posó su mirada en Camelot.
Voló la tela y se quedó aparte;
Se rompió el espejo de parte a parte;
"La maldición vino a mí", gritó suavemente
La Dama de Shalott.


IV

En la tormenta que de este soplaba,
Los bosques de oro pálido menguaban,
Y el río ancho en su orilla los lloraba.
Un cielo negro y bajo diluviaba
Encima las torres de Camelot.
Ella bajó hasta el río, y encontrose
Bajo un sauce, una barca aún a flote,
Y escribió, justo en la proa del bote,
"La Dama de Shalott".

Del río a través del pequeño espacio
Como un audaz adivino extasiado
Y en trance, viendo ante sí su trágico
Destino, y con el semblante impávido,
Ella miró lejos, a Camelot.
Y cuando el día por fin se acababa,
Ella se tendió, y soltando amarras,
Dejó que la corriente la arrastrara,
La Dama de Shalott.

Tendida, vestida de un blanco nieve
Desbordando por los lados del bote
Las hojas cayendo sobre ella, leves,
A través del sonido de la noche,
Ella flotaba hacia Camelot.
Y mientras la afilada proa hería
Los campos y las esbeltas colinas,
Se oyó un cantar, su última melodía,
La Dama de Shalott.

Se oyó un cantar, un cantar triste y santo
Cantado con fuerza y luego muy bajo,
Hasta helarse su sangre muy despacio,
Por completo sus ojos se cerraron
Fijos en las torres de Camelot.
Porque hasta allí llegó con la marea,
De las primeras casas a la puerta,
Y cantando su canción quedó muerta,
La Dama de Shalott.

Debajo la torre y la balconada
Entre las galerías y las tapias
Hermosa y resplandeciente flotaba,
Pálida de muerte, entre las casas,
Entrando silenciosa en Camelot.
Al embarcadero juntos salieron:
Dama y señor, burgués y caballero,
Su nombre junto a la proa leyeron,
"La Dama de Shalott".

¿Qué tenemos aquí? ¿Qué es todo esto?
Y en el palacio de luces y juegos
El jolgorio real tornó silencio;
Se santiguaron todos con miedo,
Los caballeros, allí en Camelot:
Pero Lancelot, meditando un poco,
Fue y dijo, "Ella tiene el rostro hermoso,
Por gracia de Dios misericordioso,
La Dama de Shalott."






La hija del molinero

Son tan grandes sus hechizos,
Es un prodigio tan bello,
Que envidio las arracadas
Que tiemblan ruborizadas,
Y se esconden en sus rizos,
Porque han besado su cuello.

De su talle primoroso
Quisiera ser cinturón,
Y sentir contra mi pecho,
Bien estrecho, bien estrecho,
Ya agitado, ya en reposo
Su adorable corazón.

Y de su seno hechicero
Ser el collar deseara,
Y por suspiros mecido,
Reposar adormecido,
Tan en calma, tan ligero,
Que al dormir me conservara.







La mañana está en calma, sin rumores; en calma

La mañana está en calma, sin rumores; en calma,
Como para ofrecerse a un dolor más tranquilo;
Y tan solo, chocando con las hojas marchitas,
El fruto del castaño se desliza hasta el suelo.

Calma y profunda paz en estas altas lomas
Y en gotas de rocío que inundan las aliagas,
Y en esas telarañas de plata, que entre el oro
Y el verde centellean.

Calma y tranquila paz en la llanura vasta
Que a lo lejos se tiende, con boscajes de otoño,
Y en las granjas pobladas y en torres que se tornan
Menudas y se mezclan con el mar murmurante.

Calma y profunda paz en el aire anchuroso,
En las hojas que torna rojizas la otoñada,
Y si en mi corazón hubiere alguna calma,
Será desesperanza tranquila, solamente.

Calma sobre los mares y plateado sueño
Y correr de las ondas, que van a su reposo;
Y calma de la muerte en aquel noble pecho,
Que alienta, pero sólo con las aguas profundas.







La princesa (fragmento)

Ven al valle, ¡oh doncella!, desde lejanas cumbres:
¿Qué gozo hay en la altura -el pastor le cantaba-,
En la altura y el frío, esplendor de los montes?
Deja ya de moverte tan cerca de los cielos
Y no resbale el sol en castigado pino,
Ni se pose una estrella en la torre brillante;
Y ven, pues el Amor es del valle, es del valle
El Amor: ya tus cumbres abandona y, llegándote,
Lo hallarás junto a umbrales venturosos, él mismo,
O bien con la Abundancia, de la mano, en maizales,
O rojo de la púrpura que en los lagares surte,
O como una raposa en las viñas; no gusta
De andar sobre los cuernos de plata con la Muerte
Y el Día, ni podrías apresarlo en el blanco
Barranco, ni encontrarlo en bahías de hielo,
Que, apretadas, se inclinan en surcados declives,
Desviando al torrente de las puertas oscuras.
Ven conmigo. El torrente te deslice, bailando,
Para hallarlo en el valle; deja que las salvajes
Águilas, de delgada cabeza, chillen solas,
Y deja que se inclinen los monstruosos riscos,
Esparciendo mil trémulas guirnaldas de agua y humo,
Que, cual roto designio, por el aire se pierden.
No quieras tú perderte. Ven conmigo. Los valles
Te esperan. Los azules pilares de la lumbre
Para ti se levantan; gritan niños y tañe
Tu pastor la zampoña y todo son es dulce
Y más dulce tu voz y dulces los rumores:
Mil arroyos, corriendo hacia los verdes prados,
El gemir de palomas en los olmos añosos
Y aquel leve murmullo de innúmeras abejas.






La sirena

Pero por la noche erraría lejos, lejos,
Dejaría que cayera mi cascada de rizos,
Saltaría aérea sobre el trono y jugaría
Con los tritones entre las rocas;
Correríamos de aquí para allá, escondiéndonos y buscándonos
Sobre los altos y ondulados terrenos marinos en los lechos carmesí,
Cuyos plateados riscos se asoman al mar.
Pero si alguien se acerca gritaré
Y como una ola saltaré desde las cornisas plateadas
Que sobresalen de lo profundo.
Porque a mí no me besaría cualquiera de los atrevidos y
Alegres tritones del fondo del mar;
Ellos me seguirían y me cortejarían y me halagarían
En el ocaso púrpura del fondo del mar.
Pero el rey de todos ellos sí podría raptarme
Y cortejarme, ganarme y casarse conmigo,
Entre las ramas de jaspe del fondo marino.
Entonces todos los seres que están en los traslúcidos musgos
Del fondo oceánico, se enroscarán silenciosamente
A mis pies de plata, mirando hacia arriba, buscando mi amor.
Y cuando yo cantara alegremente desde lo alto,
Todos los seres blandos, ahorquillados y con cuernos
Se asomarían a la honda esfera del mar
Y mirarían abajo buscando mi amor.






Lágrimas, indolentes lágrimas

Lágrimas, indolentes lágrimas, no sé qué significan:
Lágrimas que desde lo profundo
De alguna divina desesperación
Se alzan en la esencia del corazón,
Y se reúnen en torno a los ojos
Al contemplar los alegres campos de otoño,
Pensando en los días que ya nunca serán.

Frescas como el primer rayo brillante sobre la vela,
Convocando a nuestros amigos del inframundo,
Triste como el último lamento agónico
Que se hunde en el abismo con todo lo que amamos.
Tan tristes, tan frescas, como los días que ya no serán.

Tristes y extrañas como los oscuros crepúsculos del verano,
Las primeras voces de las aves cantaron
Sobre los oídos muertos, junto a los muertos ojos
Que contemplan la mañana trepando sobre la ventana;
Tan tristes, tan frescos, como los días que ya no serán.

Amados como el recuerdo de los besos tras la muerte,
Y dulces como la indiferente fantasía fingida
Sobre aquellos labios que serán de otro;
Profundas como el Amor,
Profundas como el primer Amor,
Salvajes huellas de un pálido remordimiento.
Oh, amarga Muerte en Vida, ellas son el lamento
Por los días que ya nunca serán.







No vengas cuando esté muerto

No vengas cuando esté muerto
A derramar inocentes lágrimas sobre mi tumba,
A pisotear alrededor de mi cabeza caída.

Atormentar el infame polvo no nos salvará;
Deja que el viento me acaricie y que las aves me lloren,
Pero tú, aléjate.

Niña, si esto fuera un error o un crimen,
Poco me importa, siendo mi existencia maldita:
Enlaza tu mano con quien desees,
Pues cansado estoy del Tiempo,
Y mi único anhelo es descansar.

Pasa, corazón débil,
Y abandona este lecho de tierra.
Aléjate, no retornes jamás.








Nos dejas. Tenderás por el Rhin la mirada

Nos dejas. Tenderás por el Rhin la mirada
Y por las bellas lomas a cuya sombra un día
Yo con él navegué; y pasarás, rozando
Las tierras estivales, de trigos y viñedos,

Hacia aquella ciudad donde exhalara el último
Suspiro. No parece en su esplendor más viva
Que la ligera llama
Cuyo brillo contempla la Muerte en el Leteo.

Que su amplio Danubio discurra en su hermosura
Y ciña aquellas islas, remoto a mis miradas:
No he visto a Viena y nunca la veré; pues prefiero
Soñar que allí se oculta

Una oscuridad triple, y que allí el Mal acecha
La boda, el nacimiento; que, a menudo, el amigo
Del amigo se aparta y los padres se inclinan
Allí sobre más tumbas, y aúllan mil angustias,

Persiguiendo a los hombres, y hacen presa
En los fríos hogares, y la tristeza erige
Su sombra contra el vivo esplendor de los reyes.
Y, empero, de sus labios
Oí que no hay ciudad materna donde avance,
Aquí y allá, con fasto
Mayor, el doble curso de los carruajes, yendo
Por parques y suburbios, bajo el color castaño

De follajes más vivos; ni habrá mayor contento,
Me decía, en ninguna muchedumbre,
Cuando todo lo alegran los faroles y suenan
Regocijos y cantos en la tienda y la choza,

En estancia imperial o en la abierta llanura;
Y va rodando en círculos la danza, y el cohete
Estalla, hecho mil copos
De color carmesí o lluvia de esmeralda.

Arriba

Por la noche yacíamos sobre el césped
Por la noche yacíamos sobre el césped,
Pues debajo la hierba era seca y cálida;
Y a través del cielo una bruma plateada
Se anticipaba al verano, en calma,
Permitiendo que los cirios ardan inquebrantables:
No se escuchaba el canto de los grillos,
Y sólo se oyó el murmullo de un arrollo lejano,
Y sobre la urna el débil aleteo
De los murciélagos en los fragantes cielos,
Girando brillantes en delicadas formas
Que surgen durante el crepúsculo,
Envueltos en capas oscuras;
Con pechos hirsutos y perlados ojos.

Mientras cantábamos viejas baladas que sonaron
De colina en colina, donde cómodos yacíamos,
La blanca becerra resplandeció, y los árboles
Rodearon el campo con sus oscuros brazos.

Pero cuando los otros, uno por uno,
Huyeron de mí y de la Noche,
Cuando en la casa, una por una,
Las luces se apagaron, yo permanecí solo.

El hambre asaltó mi corazón, leí;
Sobre aquellos felices años que una vez fueron,
En las hojas marchitas que conservaban su verdor,
Las nobles letras de los muertos.

Extrañamente, sobre el silencio brotaron
Las mudas letras parlantes, y extraño
Fue el lamento desafiante de las palabras
Que probaban su valor. Entonces, oh prodigio: habló.

Habló de la Fe, el Vigor, el Valor de detenerse
Donde la duda impulsa la espalda del cobarde,
Y pronunció agudos enigmas que sugerían,
Que atraían hacia la intimidad de su celda.

Entonces, palabra a palabra, línea tras línea,
El hombre muerto me tocó desde el pasado,
Y todo al mismo tiempo me pareció
Que el alma viviente fue reflejada en mí.

Allí mi alma fue herida, girando
Sobre las empíreas alturas del pensamiento,
Llegando hasta aquello que es, atrapando
Las hondas pulsaciones del mundo.

Una melodía antigua que medía
Los pasos del tiempo, los golpes de la fortuna,
El soplo de la Muerte. Lentamente, mi trance
Fue diluyéndose, aferrada a la penosa duda.

¡Vagas palabras! Pero cuán difícil es
Darles forma, moldearlas en el discurso,
Que duro es para el intelecto hurgar
En la memoria de lo que me convertí.

Hasta ahora, el dudoso crepúsculo revela
Las colinas una vez más, donde cómodos yacíamos,
Donde la blanca becerra resplandecía, y los árboles
Rodeaban el campo con sus oscuros brazos.

Aspirada desde las tinieblas lejanas,
La brisa comenzó a temblar sobre
Las grandes hojas del sicomoro,
Penetrando todo con su inmóvil fragancia.

Reuniéndose sobre las frescas bóvedas,
Sacudió las ramas de los olmos, y pasó
Sobre las rosas abatidas; y agitó
Los lirios de un lado a otro, diciendo:

El Alba, el Amanecer. Y murió lejos.
El este y el oeste, sin un hálito de aliento,
Mezclaron sus tenues luces, como la vida y la muerte,
Para esculpir un día que jamás tendrá fin.

Arriba

Requiescat
Hermosa es su cabaña en el lugar,
Donde el agua se desliza lenta y suavemente.
Se ve a sí misma desde el techo hasta el suelo
Soñando en las danzantes mareas.

Hermosa es ella, como lo era antes de morir.
Su tranquilo sueño de vida puede cesar.
Su pacífico ser lentamente transitará,
Y en silenciosas tierras podrá descansar.

Arriba

Todas las cosas morirán
Todas las cosas morirán,
El río azul claramente derrama su corriente
Bajo mi ojo.
Cálido y amplio, el viento del sur
Arrasa los cielos;
Una tras otra, las blancas nubes son derretidas.
Cada corazón que esta mañana late con pasión,
Lleno de precaria alegría,
Algún día, sin embargo, morirá.

La corriente dejará de fluir,
La brisa cesará su canto,
Las nubes no flotarán,
El corazón ardiente callará,
Pues todas las cosas morirán.

Todas las cosas morirán.
La primavera será tempestad;
¡Oh vanidad!
La muerte aguarda en el umbral.
¡Mira! Todos nuestros amigos
Abandonan el vino y la alegría.
Nos llaman, debemos ir.

Yace abajo, bien abajo.
En la Oscuridad debemos reposar.
Las risas alegres permanecen graves;
Y el canto de las aves,
O el viento sobre la colina,
No volverán a ser oídos.
¡Oh Miseria!
¡Escuchen todos! La Muerte nos llama
Mientras derramo mis versos.

La mandíbula cae,
La mejilla cálida palidece,
Los fuertes brazos se abaten,
El hielo y la sangre se mezclan,
La mirada se vuelve rígida;
Nueve veces la campana resuena:

Vosotras, almas alegres, adiós.
La vieja Tierra nació,
Como los hombres saben,
En años perdidos.
Pero la vieja Tierra morirá.
Dejad entonces que el cielo ruja
Y que las azules olas azoten la costa.
Nunca veremos a través de la eternidad,
Todas las sutilezas que nacen,
Algún día ya no serán,
Pues todas las cosas morirán.






Œnone

There lies a vale in Ida, lovelier
Than all the valleys of Ionian hills.
The swimming vapour slopes athwart the glen,
Puts forth an arm, and creeps from pine to pine,
And loiters, slowly drawn. On either hand
The lawns and meadow-ledges midway down
Hang rich in flowers, and far below them roars
The long brook falling thro' the clov'n ravine
In cataract after cataract to the sea.
Behind the valley topmost Gargarus
Stands up and takes the morning: but in front
The gorges, opening wide apart, reveal
Troas and Ilion's column'd citadel,
The crown of Troas. Hither came at noon
Mournful Œnone, wandering forlorn
Of Paris, once her playmate on the hills.
Her cheek had lost the rose, and round her neck
Floated her hair or seem'd to float in rest.
She, leaning on a fragment twined with vine,
Sang to the stillness, till the mountain-shade
Sloped downward to her seat from the upper cliff.

"O mother Ida, many-fountain'd Ida,
Dear mother Ida, harken ere I die.
For now the noonday quiet holds the hill:
The grasshopper is silent in the grass:
The lizard, with his shadow on the stone,
Rests like a shadow, and the winds are dead.
The purple flower droops: the golden bee
Is lily-cradled: I alone awake.
My eyes are full of tears, my heart of love,
My heart is breaking, and my eyes are dim,
And I am all aweary of my life.

"O mother Ida, many-fountain'd Ida,
Dear mother Ida, harken ere I die.
Hear me, O Earth, hear me, O Hills, O Caves
That house the cold crown'd snake! O mountain brooks,
I am the daughter of a River-God,
Hear me, for I will speak, and build up all
My sorrow with my song, as yonder walls
Rose slowly to a music slowly breathed,
A cloud that gather'd shape: for it may be
That, while I speak of it, a little while
My heart may wander from its deeper woe.

"O mother Ida, many-fountain'd Ida,
Dear mother Ida, harken ere I die.
I waited underneath the dawning hills,
Aloft the mountain lawn was dewy-dark,
And dewy-dark aloft the mountain pine:
Beautiful Paris, evil-hearted Paris,
Leading a jet-black goat white-horn'd, white-hooved,
Came up from reedy Simois all alone.

"O mother Ida, harken ere I die.
Far-off the torrent call'd me from the cleft:
Far up the solitary morning smote
The streaks of virgin snow. With down-dropt eyes
I sat alone: white-breasted like a star
Fronting the dawn he moved; a leopard skin
Droop'd from his shoulder, but his sunny hair
Cluster'd about his temples like a God's:
And his cheek brighten'd as the foam-bow brightens
When the wind blows the foam, and all my heart
Went forth to embrace him coming ere he came.

"Dear mother Ida, harken ere I die.
He smiled, and opening out his milk-white palm
Disclosed a fruit of pure Hesperian gold,
That smelt ambrosially, and while I look'd
And listen'd, the full-flowing river of speech
Came down upon my heart. `My own Œnone,
Beautiful-brow'd Œnone, my own soul,
Behold this fruit, whose gleaming rind ingrav'n
"For the most fair," would seem to award it thine,
As lovelier than whatever Oread haunt
The knolls of Ida, loveliest in all grace
Of movement, and the charm of married brows.'

"Dear mother Ida, harken ere I die.
He prest the blossom of his lips to mine,
And added 'This was cast upon the board,
When all the full-faced presence of the Gods
Ranged in the halls of Peleus; whereupon
Rose feud, with question unto whom 'twere due:
But light-foot Iris brought it yester-eve,
Delivering that to me, by common voice
Elected umpire, Herè comes to-day,
Pallas and Aphroditè, claiming each
This meed of fairest. Thou, within the cave
Behind yon whispering tuft of oldest pine,
Mayst well behold them unbeheld, unheard
Hear all, and see thy Paris judge of Gods.'

"Dear mother Ida, harken ere I die.
It was the deep midnoon: one silvery cloud
Had lost his way between the piney sides
Of this long glen. Then to the bower they came,
Naked they came to that smooth-swarded bower,
And at their feet the crocus brake like fire,
Violet, amaracus, and asphodel,
Lotos and lilies: and a wind arose,
And overhead the wandering ivy and vine,
This way and that, in many a wild festoon
Ran riot, garlanding the gnarled boughs
With bunch and berry and flower thro' and thro'.

"O mother Ida, harken ere I die.
On the tree-tops a crested peacock lit,
And o'er him flow'd a golden cloud, and lean'd
Upon him, slowly dropping fragrant dew.
Then first I heard the voice of her, to whom
Coming thro' Heaven, like a light that grows
Larger and clearer, with one mind the Gods
Rise up for reverence. She to Paris made
Proffer of royal power, ample rule
Unquestion'd, overflowing revenue
Wherewith to embellish state, 'from many a vale
And river-sunder'd champaign clothed with corn,
Or labour'd mine undrainable of ore.
Honour,' she said, 'and homage, tax and toll,
From many an inland town and haven large,
Mast-throng'd beneath her shadowing citadel
In glassy bays among her tallest towers.'

"O mother Ida, harken ere I die.
Still she spake on and still she spake of power,
'Which in all action is the end of all;
Power fitted to the season; wisdom-bred
And throned of wisdom--from all neighbour crowns
Alliance and allegiance, till thy hand
Fail from the sceptre-staff. Such boon from me,
From me, Heaven's Queen, Paris, to thee king-born,
A shepherd all thy life but yet king-born,
Should come most welcome, seeing men, in power
Only, are likest Gods, who have attain'd
Rest in a happy place and quiet seats
Above the thunder, with undying bliss
In knowledge of their own supremacy.'

"Dear mother Ida, harken ere I die.
She ceased, and Paris held the costly fruit
Out at arm's-length, so much the thought of power
Flatter'd his spirit; but Pallas where she stood
Somewhat apart, her clear and bared limbs
O'erthwarted with the brazen-headed spear
Upon her pearly shoulder leaning cold,
The while, above, her full and earnest eye
Over her snow-cold breast and angry cheek
Kept watch, waiting decision, made reply.

"`Self-reverence, self-knowledge, self-control,
These three alone lead life to sovereign power.
Yet not for power (power of herself
Would come uncall'd for) but to live by law,
Acting the law we live by without fear;
And, because right is right, to follow right
Were wisdom in the scorn of consequence.'

"Dear mother Ida, harken ere I die.
Again she said: 'I woo thee not with gifts.
Sequel of guerdon could not alter me
To fairer. Judge thou me by what I am,
So shalt thou find me fairest. Yet, indeed,
If gazing on divinity disrobed
Thy mortal eyes are frail to judge of fair,
Unbias'd by self-profit, oh! rest thee sure
That I shall love thee well and cleave to thee,
So that my vigour, wedded to thy blood,
Shall strike within thy pulses, like a God's,
To push thee forward thro' a life of shocks,
Dangers, and deeds, until endurance grow
Sinew'd with action, and the full-grown will,
Circled thro' all experiences, pure law,
Commeasure perfect freedom.' Here she ceas'd
And Paris ponder'd, and I cried, 'O Paris,
Give it to Pallas!' but he heard me not,
Or hearing would not hear me, woe is me!

"O mother Ida, many-fountain'd Ida,
Dear mother Ida, harken ere I die.
Italian Aphroditè beautiful,
Fresh as the foam, new-bathed in Paphian wells,
With rosy slender fingers backward drew
From her warm brows and bosom her deep hair
Ambrosial, golden round her lucid throat
And shoulder: from the violets her light foot
Shone rosy-white, and o'er her rounded form
Between the shadows of the vine-bunches
Floated the glowing sunlights, as she moved.

"Dear mother Ida, harken ere I die.
She with a subtle smile in her mild eyes,
The herald of her triumph, drawing nigh
Half-whisper'd in his ear, 'I promise thee
The fairest and most loving wife in Greece.'
She spoke and laugh'd: I shut my sight for fear:
But when I look'd, Paris had raised his arm,
And I beheld great Herè's angry eyes,
As she withdrew into the golden cloud,
And I was left alone within the bower;
And from that time to this I am alone,
And I shall be alone until I die.

"Yet, mother Ida, harken ere I die.
Fairest--why fairest wife? am I not fair?
My love hath told me so a thousand times.
Methinks I must be fair, for yesterday,
When I past by, a wild and wanton pard,
Eyed like the evening star, with playful tail
Crouch'd fawning in the weed. Most loving is she?
Ah me, my mountain shepherd, that my arms
Were wound about thee, and my hot lips prest
Close, close to thine in that quick-falling dew
Of fruitful kisses, thick as Autumn rains
Flash in the pools of whirling Simois!

"O mother, hear me yet before I die.
They came, they cut away my tallest pines,
My tall dark pines, that plumed the craggy ledge
High over the blue gorge, and all between
The snowy peak and snow-white cataract
Foster'd the callow eaglet--from beneath
Whose thick mysterious boughs in the dark morn
The panther's roar came muffled, while I sat 
Low in the valley. Never, never more
Shall lone Œnone see the morning mist
Sweep thro' them; never see them overlaid
With narrow moon-lit slips of silver cloud,
Between the loud stream and the trembling stars.

"O mother, hear me yet before I die.
I wish that somewhere in the ruin'd folds,
Among the fragments tumbled from the glens,
Or the dry thickets, I could meet with her
The Abominable, that uninvited came
Into the fair Pele{:i}an banquet-hall,
And cast the golden fruit upon the board,
And bred this change; that I might speak my mind,
And tell her to her face how much I hate
Her presence, hated both of Gods and men.

"O mother, hear me yet before I die.
Hath he not sworn his love a thousand times,
In this green valley, under this green hill,
Ev'n on this hand, and sitting on this stone?
Seal'd it with kisses? water'd it with tears?
O happy tears, and how unlike to these!
O happy Heaven, how canst thou see my face?
O happy earth, how canst thou bear my weight?
O death, death, death, thou ever-floating cloud,
There are enough unhappy on this earth,
Pass by the happy souls, that love to live:
I pray thee, pass before my light of life,
And shadow all my soul, that I may die.
Thou weighest heavy on the heart within,
Weigh heavy on my eyelids: let me die.

"O mother, hear me yet before I die.
I will not die alone, for fiery thoughts
Do shape themselves within me, more and more,
Whereof I catch the issue, as I hear
Dead sounds at night come from the inmost hills,
Like footsteps upon wool. I dimly see
My far-off doubtful purpose, as a mother
Conjectures of the features of her child
Ere it is born: her child!--a shudder comes
Across me: never child be born of me,
Unblest, to vex me with his father's eyes!

"O mother, hear me yet before I die.
Hear me, O earth. I will not die alone,
Lest their shrill happy laughter come to me
Walking the cold and starless road of death
Uncomforted, leaving my ancient love
With the Greek woman. I will rise and go
Down into Troy, and ere the stars come forth
Talk with the wild Cassandra, for she says
A fire dances before her, and a sound
Rings ever in her ears of armed men.
What this may be I know not, but I know
That, wheresoe'er I am by night and day,
All earth and air seem only burning fire." 






A Farewell

Flow down, cold rivulet, to the sea,
Thy tribute wave deliver:
No more by thee my steps shall be,
For ever and for ever.

Flow, softly flow, by lawn and lea,
A rivulet then a river:
Nowhere by thee my steps shall be
For ever and for ever.

But here will sigh thine alder tree
And here thine aspen shiver;
And here by thee will hum the bee,
For ever and for ever.

A thousand suns will stream on thee,
A thousand moons will quiver;
But not by thee my steps shall be,
For ever and for ever. 






All Things will Die

All Things will Die

Clearly the blue river chimes in its flowing

Under my eye;
Warmly and broadly the south winds are blowing

Over the sky.
One after another the white clouds are fleeting;
Every heart this May morning in joyance is beating

Full merrily;
Yet all things must die.
The stream will cease to flow;
The wind will cease to blow;
The clouds will cease to fleet;
The heart will cease to beat;
For all things must die.
All things must die.
Spring will come never more.
O, vanity!
Death waits at the door.
See! our friends are all forsaking
The wine and the merrymaking.
We are call’d–we must go.
Laid low, very low,
In the dark we must lie.
The merry glees are still;
The voice of the bird
Shall no more be heard,
Nor the wind on the hill.
O, misery!
Hark! death is calling
While I speak to ye,
The jaw is falling,
The red cheek paling,
The strong limbs failing;
Ice with the warm blood mixing;
The eyeballs fixing.
Nine times goes the passing bell:
Ye merry souls, farewell.
The old earth
Had a birth,
As all men know,
Long ago.
And the old earth must die.
So let the warm winds range,
And the blue wave beat the shore;
For even and morn
Ye will never see
Thro’ eternity.
All things were born.
Ye will come never more,
For all things must die. 





Boadicea

While about the shore of Mona those Neronian legionaries
Burnt and broke the grove and altar of the Druid and Druidess,
Far in the East Boadicea, standing loftily charioted,
Mad and maddening all that heard her in her fierce volubility,
Girt by half the tribes of Britain, near the colony Camulodune,
Yell'd and shriek'd between her daughters o'er a wild confederacy. 

`They that scorn the tribes and call us Britain's barbarous populaces,
Did they hear me, would they listen, did they pity me supplicating?
Shall I heed them in their anguish? shall I brook to be supplicated?
Hear Icenian, Catieuchlanian, hear Coritanian, Trinobant!
Must their ever-ravening eagle's beak and talon annihilate us?
Tear the noble hear of Britain, leave it gorily quivering?
Bark an answer, Britain's raven! bark and blacken innumerable,
Blacken round the Roman carrion, make the carcase a skeleton,
Kite and kestrel, wolf and wolfkin, from the wilderness, wallow in it,
Till the face of Bel be brighten'd, Taranis be propitiated.
Lo their colony half-defended! lo their colony, Camulodune!
There the horde of Roman robbers mock at a barbarous adversary.
There the hive of Roman liars worship a gluttonous emperor-idiot.
Such is Rome, and this her deity: hear it, Spirit of Cassivelaun! 

`Hear it, Gods! the Gods have heard it, O Icenian, O Coritanian!
Doubt not ye the Gods have answer'd, Catieuchlanian, Trinobant.
These have told us all their anger in miraculous utterances,
Thunder, a flying fire in heaven, a murmur heard aerially,
Phantom sound of blows descending, moan of an enemy massacred,
Phantom wail of women and children, multitudinous agonies.
Bloodily flow'd the Tamesa rolling phantom bodies of horses and men;
Then a phantom colony smoulder'd on the refluent estuary;
Lastly yonder yester-even, suddenly giddily tottering--
There was one who watch'd and told me--down their statue of Victory fell.
Lo their precious Roman bantling, lo the colony Camulodune,
Shall we teach it a Roman lesson? shall we care to be pitiful?
Shall we deal with it as an infant? shall we dandle it amorously? 

`Hear Icenian, Catieuchlanian, hear Coritanian, Trinobant!
While I roved about the forest, long and bitterly meditating,
There I heard them in the darkness, at the mystical ceremony,
Loosely robed in flying raiment, sang the terrible prophetesses.
"Fear not, isle of blowing woodland, isle of silvery parapets!
Tho' the Roman eagle shadow thee, tho' the gathering enemy narrow thee,
Thou shalt wax and he shall dwindle, thou shalt be the mighty one yet!
Thine the liberty, thine the glory, thine the deeds to be celebrated,
Thine the myriad-rolling ocean, light and shadow illimitable,
Thine the lands of lasting summer, many-blossoming Paradises,
Thine the North and thine the South and thine the battle-thunder of God."
So they chanted: how shall Britain light upon auguries happier?
So they chanted in the darkness, and there cometh a victory now. 

Hear Icenian, Catieuchlanian, hear Coritanian, Trinobant!
Me the wife of rich Prasutagus, me the lover of liberty,
Me they seized and me they tortured, me they lash'd and humiliated,
Me the sport of ribald Veterans, mine of ruffian violators!
See they sit, they hide their faces, miserable in ignominy!
Wherefore in me burns an anger, not by blood to be satiated.
Lo the palaces and the temple, lo the colony Camulodune!
There they ruled, and thence they wasted all the flourishing territory,
Thither at their will they haled the yellow-ringleted Britoness--
Bloodily, bloodily fall the battle-axe, unexhausted, inexorable.
Shout Icenian, Catieuchlanian, shout Coritanian, Trinobant,
Till the victim hear within and yearn to hurry precipitously
Like the leaf in a roaring whirlwind, like the smoke in a hurricane whirl'd.
Lo the colony, there they rioted in the city of Cunobeline!
There they drank in cups of emerald, there at tables of ebony lay,
Rolling on their purple couches in their tender effeminacy.
There they dwelt and there they rioted; there--there--they dwell no more.
Burst the gates, and burn the palaces, break the works of the statuary,
Take the hoary Roman head and shatter it, hold it abominable,
Cut the Roman boy to pieces in his lust and voluptuousness,
Lash the maiden into swooning, me they lash'd and humiliated,
Chop the breasts from off the mother, dash the brains of the little one out,
Up my Britons, on my chariot, on my chargers, trample them under us.' 

So the Queen Boadicea, standing loftily charioted,
Brandishing in her hand a dart and rolling glances lioness-like,
Yell'd and shriek'd between her daughters in her fierce volubility.
Till her people all around the royal chariot agitated,
Madly dash'd the darts together, writhing barbarous lineaments,
Made the noise of frosty woodlands, when they shiver in January,
Roar'd as when the rolling breakers boom and blanch on the precipices,
Yell'd as when the winds of winter tear an oak on a promontory.
So the silent colony hearing her tumultuous adversaries
Clash the darts and on the buckler beat with rapid unanimous hand,
Thought on all her evil tyrannies, all her pitiless avarice,
Till she felt the heart within her fall and flutter tremulously,
Then her pulses at the clamoring of her enemy fainted away.
Out of evil evil flourishes, out of tyranny tyranny buds.
Ran the land with Roman slaughter, multitudinous agonies.
Perish'd many a maid and matron, many a valorous legionary.
Fell the colony, city, and citadel, London, Verulam, Camulodune. 




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