miércoles, 1 de septiembre de 2010

JO SHAPCOTT [783]


Jo Shapcott 

Poeta inglesa, nació en Londres, en 1953. Fue estudiante en la Universidad de la Trinidad, Dublín. Actualmente enseña en el mA, escritura creativa del Holloway real, Universidad de Londres. Es la primera persona que ha ganado la British National Poetry Competition dos veces. Su primera colección de poemas, Electroplating the Baby (1988), recibió el Commonwealth Prize; las dos subsecuentes, Phrase Book (1992) y My Life Asleep (1998) fueron Recomendaciones de la Poetry Book Society; la última obtuvo también el Forward Prize. Una compilación de sus poemas, Her Book, fue publicada, en marzo del 2000. Es miembro de la Royal Society of Literature y del Poetry Society's Advisory Council.

OBRA:

POESÍA

Electroplating the Baby. Highgreen, Northumberland, UK: Bloodaxe, 1988. 
Phrase Book. Oxford: Oxford University Press, 1992. 
A Journey to the Inner Eye: A Guide for All. South Bank Centre, 1996 
Motherland. New York: Gwaithel & Gilwern, 1996. 
My Life Asleep. Oxford: Oxford University Press, 1998. 
Her Book: Poems 1988-1998. London: Faber and Faber, 2000. 
Tender Taxes. London: Faber and Faber, 2002.
Of Mutability. London: Faber and Faber, 2010.

PROSA

Elizabeth Bishop: Poet of the Periphery. Newcastle, Bloodaxe, 2002.
The Transformers. (Lectures). Newcastle: Bloodaxe, 2007.

EDICIÓN

Editor, with Matthew Sweeney. Emergency Kit: Poems for Strange Times. London: Faber and Faber, 1996. 
Editor with Don Paterson, Last Words: New Poetry for the New Century. New York: Picador, 1999. 
Editor, with Helen Dunmore and Matthew Sweeney. Penguin Modern Poets 12. New York: Penguin, 1997. 
Editor, with Linda Anderson. Elizabeth Bishop: Poet of the Periphery. Newcastle: Bloodaxe, 2002.





LEONARDO Y LOS VÓRTICES


Aveces me pasa como a él:
en todo veo la misma forma,
los mismos tonos en todo
lo que escucho.

Mas nunca haré un dibujo del diluvio
ni me cautivará la ciencia del movimiento
circular. Y quizá nunca llegue a preocuparme
por cuántas complicadas colisiones

se dan en un charco

cuando le caen gotas de lo alto.
Cómo percuten las corrientes una contra otra,
y cómo rebotan las olas hacia el aire, y caen
de nuevo para salpicar más agua en versiones
cada vez más pequeñas de lo mismo.
Cómo es diferente una tormenta

donde se mezclan el aire y el agua,

estallando una y otra vez por la delgada piel
que los separa. Cómo el cabello de una mujer
se mueve en espirales y borbotones

como los del agua,

y cómo las hojas de la calcitrapa
se arrastran por el suelo en una holgada espiral.
Y mira tu manga, que se dobla y arremolina
en torno a tu brazo, y el arreglo

de los finos vellos negros

curvándose desde tu muñeca hasta tu codo,
y los músculos ocultos cuya fuerza depende
de esa mínima torcedura en torno al antebrazo,
y la sangre serpenteando por todo tu cuerpo,
en los pequeños remolinos de las grandes venas
y arterias, enroscándose al acercarse
a los vórtices de las cámaras de tu corazón,

en donde me asiento,

hacia donde el ímpetu me ha atraído.

(de Phrase Book)



(Traducción: Carlos López Beltrán
y Pedro Serrano)*


LA FÍSICA DE PAVLOVA

Todo en mi cuerpo
ha sido procesado
por al menos una estrella
(salvo el hidrógeno).

Quiero hablarte de eso;
quiero que sepas todo lo que
yo entiendo —y más y más
se nos revela en ondulaciones.

Soy en realidad una muchacha lista,
de las que la hacen sin necesidad
de ir al colegio y aprenden
en secreto a mondar

las poderosas capas de la matemática
mientras afianzan su griego por las noches.
Al final, la conciencia tiene algo
de granero anacrónico,

un fenómeno lento al lado
del relámpago de los sentidos.
Aún ahora estoy embelesada
por la simetría marina de mi cuerpo,

pero, créeme, este es un mundo
de extravagantes consecuencias
en el que la materia surge
de la nada y en el que

la luz de las estrellas es historia
antigua al llegar aquí:
nunca podemos entender del todo
lo que estamos viviendo en el momento.

Puedes mostrarme un poco de tu cálido
muslo, largo como la Florida
y te aseguro, me turba el modo
en que me miras pero requiero

más dimensiones que las que da la geografía.
Tropiezo, caigo hacia adelante
hacia un creciente desorden. Sí,
el desorden crece en el universo

y seguirá creciendo hasta
que todo el tinglado se vuelva un sitio
en el que se recuerde que sólo
los roedores alertas nadaron.

(Traducción: Carlos López Beltrán
y Pedro Serrano)
(de: LA GENERACIÓN DEL CORDERO
- Antología de la poesía actual en las Islas Británicas-, Trilce Ediciones, México, 2000.)

La vaca loca enamorada

Quiero ser un ángel y en verdad pienso
que con mi mente estoy llegando a ello,
empequeñeciendo cada día hacia la limpieza,
el tamaño de un cerebro de cría animal.
El problema es que quiero

que seas tú también un ángel

y eso quiero más que nada. Es una
de esas demandas que no puedo presentar

porque sí,

en las noches, cuando estamos leyendo

diferentes periódicos,

tú ojeando tus páginas
y yo las mías buscando algo de que hablar,
que haga que las bocas sonrían,

que se rocen las rodillas,

algo que en todo este asesinato

y caos que dispare el amor.

Me dices que estás buscando noticias

sobre el yo.

¿Quieres ser un ángel? Sé ya
la respuesta y es medicina pura.
Pero piensa en todos los tipos que hay, tantos
como grados distintos de alcanzar
el bien. Podrías alejarte sin
buscar el alma en todos esos lugares,
hoy al menos, mejor que no lo sepas.
Y los ángeles tienen variedad en sus trabajos:
te quedaría el puesto de adoración perpetua
o de mensajero divino pero para ti me gusta
el gobierno de las estrellas y todos los elementos.
Te conozco lo bastante como para elegir,

tras este tiempo

como corresponsal extranjero

tras la pista de quién eres,

buscando titulares: tu última cogida, la comida
que tiraste, tus acercamientos estratégicos
para vivir la hora siguiente. No quise decir,
sin embargo, nada de eso. Te quiero terrestre,
incluyendo todos los terrores globales y los daños
que sobrevendrían cuando cayéramos de espaldas
al mundo del cuerno y la pezuña.

-Traducción de Gisella Gómez Tarín




Jo Shapcott: poesía y enfermedad

A Jo Shapcott (1953) la descubrí una tarde, sentado en el suelo de la sección de poesía de la librería londinense de Foyles en Charing Cross Road mientras hojeaba todos -y cuando digo todos, digo todos- los poemarios de las estanterías. Estar en Londres una semana entera y no tener nada que hacer, ni siquiera turismo, es un regalo y un peligro para el bolsillo del saqueador de librerías. Of Mutability, que fue uno de los libros que me llevé, es un poemario crudo y luminoso, lleno de humor negro pero también de euforia. En 2003 a la autora le diagnosticaron un cáncer de mama, cáncer que vencería siete años después coincidiendo con la publicación de este libro. Los poemas, así, tienen que ver con la enfermendad, con la mutabilidad, con el cambio, a veces destructivo y a veces liberador, del cuerpo y del mundo que nos rodea.


DE LA MUTABILIDAD

Demasiadas de las mejores células del cuerpo
me escuecen, como aserradas, están en carne viva
con este frío primaveral. Es el año dos mil cuatro
y no conozco a nadie que no se sienta empequeñecido
por las cifras. Pequeños como una cuchilla.
Baja la vista estos días para poder verte los pies
recelar de las aceras y a tus análisis de sangre
hacer que la expresión del médico se ponga seria.

Alza la vista para captar eclipses, pan de oro, cometas,
ángeles, lámparas de araña, por el rabillo del ojo,
únete a ellos si quieres, estudia astrofísica, o
música popular, los sacrificios humanos, la mortalidad,
el vuelo, la pesca, el sexo sin contacto excesivo.
No te preocupes, eso sí, de poner rumbo a ningún lado salvo al cielo.


     LAS MUERTES

     Pensé que conocía a mi muerte.
     Pensé que se daría a conocer
     con todos esos pequeños crujidos
     y quejidos de los que se oye hablar,
     que nos haríamos amigas y daríamos
     nuestros paseos como dos borrachas
     con ella parloteando dentro de mí
     acerca de nódulos y arterias
     y de su obsequio de dolor que sería
     demasiado grande para envolverlo,
     que en algún momento durante el cortejo
     ella me pondría ojitos y
     yo implosionaría como un mango maduro.

     Pensé que conocía a mi muerte
     así que cuando, tras una tarde
     de no parar, comenzó a llover
     y los pelillos se me encresparon en el cuello
     y el pelo me tiró del cuero cabelludo
     y la boca me empezó a apestar a algas
     y un hormigueó me recorrió las muñecas,
     no la reconocí. Prendió
     una llama verde sobre mi cabeza
     e incluso así no lo entendí. Me arrojó
     a yardas de distancia, trazó sus caricaturas
     de filigrana roja sobre las palmas de mis manos
     hasta que desaparecí y aún así no lo entendí.



ESCORPIÓN

Lo mato porque no podemos estar en la misma habitación. Lo mato porque no podemos estar en la misma habitación mientras duermo. Lo mato porque podría mirar a otro lado y no verlo ahí sobre la pared al mirar de vuelta. Lo mato porque podría pasarme la noche entera intentando cazarlo. Lo mato porque me da miedo acercarme lo suficiente con un vaso y un papel para llevarlo fuera. Lo mato porque me han dicho que lo haga. Lo mato dando un golpe con un zapato contra la pared porque me han dicho que lo haga de ese modo. Lo mato manteniéndome lo más lejos posible y estirando la mano que sujeta el zapato. Lo mato porque me ha obligado a sacudir las sábanas, mirar dentro de los zapatos, vigilar las paredes durante toda la noche. Lo mato con dos rápidos golpes en caso de que uno no sea suficiente. Lo mato porque puedo. Lo mato porque no puede impedírmelo. Lo mato porque sé que está ahí. Lo mato de tal modo que sus restos quedan en el tacón del zapato. Lo mato de tal modo que su silueta con el aguijón curvo queda sobre la pared. Lo mato para sentir la seguridad de que seguiré viva. Lo mato para sentirme viva. Lo mato porque soy más débil que él. Lo mato porque no lo comprendo. Lo mato sin mirarlo. Lo mato porque no soy lo suficientemente buena como para dejarlo vivir. Lo mato mirando por el rabillo del ojo, recordando que es negro, vertical, que está pegado todavía a la pared blanca. Lo mato porque no va a hablar conmigo.

(Jo Shapcott, Of Mutability, 2010)
(De la traducción, Andrés Catalán)



Hairless 

Can the bald lie? The nature of the skin says not: 
it's newborn-pale, erection-tender stuff, 
every thought visible,—pure knowledge, 
mind in action—shining through the skull. 
I saw one, a woman, hairless absolute, cleaning. 
She mopped the green floor, dusted bookshelves, 
all cloth and concentration, Queen of the moon. 
You can tell, with the bald, that the air 
speaks to them differently, touches their heads 
with exquisite expression. As she danced 
her laundry dance with the motes, everything 
she ever knew skittered under her scalp. 
It was clear just from the texture of her head, 
she was about to raise her arms to the sky; 
I covered my ears as she prepared to sing, roar, 
to let the big win resonate in the little room.


Procedure

This tea, this cup of tea, made of leaves,
made of the leaves of herbs and absolute
almond blossom, this tea, is the interpreter
of almond, liquid touchstone which lets us
scent its true taste at last and with a bump
in my case, takes me back to the yellow time
of trouble with bloodtests, and cellular
madness, and my presence required
on the slab for surgery, and all that mess
I don't want to comb through here because
it seems, honestly, a trifle now that steam
and scent and strength and steep and infusion
say thank you thank you thank you for the then, and now


Of Mutability

Too many of the best cells in my body
are itching, feeling jagged, turning raw
in this spring chill. It’s two thousand and four
and I don’t know a soul who doesn’t feel small
among the numbers. Razor small.

Look down these days to see your feet
mistrust the pavement and your blood tests
turn the doctor’s expression grave.
Look up to catch eclipses, gold leaf, comets,
angels, chandeliers, out of the corner of your eye,
join them if you like, learn astrophysics, or
learn folksong, human sacrifice, mortality,
flying, fishing, sex without touching much.
Don’t trouble, though, to head anywhere but the sky.







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