miércoles, 1 de septiembre de 2010

784.- JACK GILBERT



Jack Gilbert. Poeta estadounidense, nacido y criado en Pittsburgh , Pennsylvania, EE.UU. s barrio de East Liberty, en 1925. Ejerció diversos oficios: Vendedor ambulante, exterminador y obrero metalúrgico. Se graduó en la Universidad de Pittsburgh , donde él y su compañero Gerald Stern se interesaron en la poesía y la escritura. Casi la totalidad de su carrera después de la publicación de su primer libro de poesía está marcada por lo que él ha descrito en entrevistas como un aislamiento auto-impuesto.Su trabajo se distingue por la lírica simple y sencilla claridad de tono. A pesar del éxito de su prmer libro (Views of Jeopardy, 1962), se retiró de la escena poética de San Francisco y viajó por varios países europeos, mientras vivía de una beca Guggenheim.Su obra es espaciada y escasa. Otros de sus libros son: The Great Fires: Poems 1982-1992 (1994), Refusing Heaven (2005), Tough Heaven: Poems of Pittsburgh (2006), Transgressions: Selected Poems (UK, 2006), The Dance Most of All (2009. Gilbert, estuvo casado dos veces y convivió durante un tiempo con otra pareja, actualmente reside en Berkeley, California .





LOS INCENDIOS

El amor está aparte de todas las cosas.
El deseo y el entusiasmo a su lado son nada.
Al amor no lo encuentra el cuerpo.
Quien nos conduce es el cuerpo.
Lo que no es amor lo provoca.
Lo que no es amor lo sofoca.
El amor expresa todo lo que sabemos.
Las pasiones que se llaman amor
también lo renuevan todo
al principio. La pasión es claramente el sendero
pero no nos lleva hasta el amor.
Ella abre el castillo de nuestro espíritu
para que tal vez encontremos al amor, ese
misterio escondido dentro.
El amor es uno de muchos incendios.
La pasión es un fuego creado por muchos maderos,
cada uno desprendiendo un olor especial
para que así sepamos de las tantas formas
que no son del amor. La pasión es el papel
y las ramitas que encienden las llamas
pero no puede sostenerlas. El deseo perece
porque intenta hacerse amor.
Al amor lo consume el apetito.
El amor no perdura, pero se distingue
de las pasiones que no perduran.
El amor es duradero al no serlo.
Isaías dijo que cada hombre camina en su fuego
por sus pecados. El amor nos deja caminar
en la dulce música de nuestro propio corazón.






PRIMEROS TIEMPOS

No la había visto durante veinte años

cuando me llamó,
bienvenido de regreso a América,
queriéndome ver.
Advirtiendo que ahora pasaba de los cuarenta
y era madre de un bebe de siete.
Me abrumó el pasado.
París y yo sin un chele o un sitio adonde llevarla.
Me hice de un cuarto y encendí velas y tomé vino.
Fue de mal en peor. Mis rodillas no paraban
de deslizárseme debajo de las sábanas.
Controlé la humillación dándole la espalda
y dejando de hablar.
Ella era tan joven como yo y sintió,
sospecho, alivio.






SOLO

Nunca pensé que Michiko volvería después
de morir. Pero que si volvía, tendría que ser
como una dama en un largo vestido blanco.
Es extraño el que haya regresado
como la dálmata de alguien. Me topo
con el hombre que la pasea en una correa
casi todas las semanas. Buenos días me dice
y yo me arrodillo a calmarla. Una vez
me dijo que ella nunca fue así con
otra gente. A veces la tienen amarrada
en la grama cuando voy de paso. Al tranquilizarse,
ella posa su cabeza en mi regazo
y nos miramos a los ojos mientras susurro
en sus tiernos oídos. A ella no le importa nada
el misterio. Lo que más le agrada es cuando
le toco la cabeza y le digo cositas
acerca de mis días y nuestros amigos.
Eso la hace feliz tal y como siempre lo hizo.






EN LA SENDA

Claro que fue un desastre.
Aquel irresistible, queridísimo secreto
siempre ha sido un desastre.
Es un peligro cuando tratamos de apartarnos.
Luego volviendo una y otra vez
a lo que debimos haber hecho
en vez de lo que hicimos.
Pero durante esos breves momentos
parecemos estar vivos. Engañados,
abusados, mentidos y estafados,
eso es cierto. Sin embargo, en ese
ratito, es posible que hayamos
visitado nuestra vida.





CASADOS

Retorné del funeral y repté
por el apartamento, dando gritos,
buscando el pelo de mi esposa.
Por dos meses los saqué del desagüe,
de la aspiradora, debajo de la nevera
y por encima de la ropa en el closet.
Pero después vinieron otras mujeres japonesas,
no hubo manera de estar seguro cuál era
el de ella, y paré. Un año después,
plantando el aguacate de Michiko, me topo
con una larga hebra negra liada en la tierra.





CULPABLE

No cabía duda que el hombre se veía culpable.
Feo, harapiento y sucio. Sin contar que
lo encontraron en el bosque ahí
junto a ella. Los vecinos dijeron cómo él
siempre estaba jugando con ardillas muertas,
perros arrollados, incluso culebras. El dijo
que eran las únicas cosas que le permitían
ponérseles de cerca. “Míreme,”
dijo el anciano con resignada
simplicidad, “Ya soy un muerto
entre los muertos. Es fuerte cuidar cosas
humilladas por la muerte.
Marmotas desperdigas en la carretera,
aves con hormigas comiéndose sus ojos.
Incluso las ratas moribundas
quieren privacidad ante su desgracia.
Es cierto que limpié la tierra de su rostro
y la sangre de su cuerpo. Que peiné su pelo.
Dormité a su lado, a sus pies por par de días,
del mismo modo que mi perro hacía. Le puse
el vestido lo mejor que pude.
Lucía tan abandonada.
Como basura que se arroja en las malezas.
Como si a nadie le importara
porque ya él se le había hecho.
Me quedé pensando por cuánto tiempo
ella se quedará sola ahora. Yo estaba seguro
que la policía iba a tomar fotos y a ponerlas
en los periódicos desnuda y descubierta
para que la gente desayunando pudiera verla.
Quise darle a su espíritu tiempo suficiente
para arreglarse.”




AMANTES

Cuando oigo hombres pregonando cuan apasionados
son, me acuerdo de las dos señoras de la limpieza
en la ventana de un segundo piso viendo un hombre
que regresaba de una fiesta donde había
por pila cervezas gratis. Corriendo de aquí para allá
entre los edificios en busca de un inodoro. “Ay Señor,”
dice la mujer alta, “aquel hombre allá abajo
ama seguramente la arquitectura.”




POR MAL CAMINO

Los peces son espantosos. Casi todos los días
son traídos de la montaña en el amanecer, hermoso
extraño y frío bajo la noche marina,
los grandes espacios alejándose de sus ojos.
Suave maquinaria de la oscuridad, piensa el hombre,
lavándolos. "¡Qué puedes saber tú de mi maquinaria!"
demanda el Señor. Claro, dice el hombre sin inmutarse
y los empieza a cortar, apartando la docena de espinas,
dejando al descubierto algo terrible.
Insiste el Señor: "Tú eres el único que ha elegido
vivir de esta manera. Construyo ciudades donde las
cosas son humanas. Creo Toscana y te vas a vivir
entre la roca y el silencio." El hombre enjuaga
la sangre y coloca los pescados sobre un plato grande.
Empieza a hervir las cebollas en el aceite de oliva y
pone la pimienta. "Todo el año has vivido sin mujeres."
Lo saca todo y entra los pescados.
"Nadie sabe dónde estás. La gente te olvida.
Eres un presumido y un terco." El hombre rebana
tomates y limones. Saca los pescados
y bate huevos. No soy un terco, piensa,
dejando todo sobre la mesa del patio
bañado de un sol temprano, sombras de golondrinas
volando sobre la comida. Terco no, sólo hambriento.



(Traducciones de Paul Álvarez)








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