martes, 5 de octubre de 2010

1396.- LUCÍA ESTRADA


Lucía Estrada (Medellín – Colombia, 1980) Ha publicado los libros de poesía Fuegos Nocturnos (Medellín, 1997); (Colección del Ministerio de Cultura, San José de Costa Rica, 2000), Noche LíquidaMaiastra (Ed. El Tambor Arlequín. Medellín, 2004), Las Hijas del Espino (Cobalto Ediciones. Medellín, 2006 ; Hombre Nuevos Editores, Medellín, 2008), El Ojo de Circe (Antología - Colección Un libro por centavos de la Universidad Externado de Colombia y la revista El Malpensante, 2006) y El Círculo de la Memoria (Antología - Lustra Editores Lima, 2008). Con su libro Las Hijas del Espino obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005). Textos suyos han aparecido también en varias antologías y publicaciones del país y del exterior. En 2008 obtuvo la Beca de Creación en Poesía convocada por el Municipio de Medellín y la Secretaría de Cultura Ciudadana. Actualmente hace parte del comité editorial de la revista literaria Alhucema, Granada-España





Djuna

Pregunto por el sueño

y en respuesta
lentos animales
de la noche
rodean mi casa.

De: Las Hijas del Espino




Abro la noche para recibirte. En cada palabra
mis manos inician un largo recorrido hacia la sombra,
hacia lo que no es posible abarcar. Y sin embargo,
helo ahí como si quisiera traernos un pedazo de nosotros mismos,
un fragmento de luz, una sílaba cerrada en su misterio.

Nombrarte es el comienzo del exilio. Y permanecer en ti
una constante despedida. Ofrezco mis ojos a lo que se diluye bajo tu lámpara.
A la eternidad que se desteje minuto a minuto para que yo pueda entrar en ella.
Sin cortejos. Sin una guía para mis pasos.

Escribo en el polvo este no saber hacia dónde,
a qué distancia se oculta la rosa.
Nuestro diálogo es el inicio del viaje, su silencio el camino de retorno.

Es necesario permanecer a la intemperie.

De: La Noche en el Espejo





Todas las voces están huérfanas de sí,
y en esa orfandad se asisten, se acompañan.

Ahí está el misterio. El que no podemos tocar,
para el que no existen las manos.
Las manos.
esa región desconocida que nos acerca y nos aleja al mismo tiempo.

Me pierdo en la penumbra de lo que quisiera gritar y no puede.

El deseo es lo que nos rescata del abismo,
pero también se yergue lo que no admite consuelo.

Palabras como pájaros en la soledad del aire.

De: La Noche en el Espejo





Nos han dejado verdaderamente solos en medio del agua,
de su noche grave y espesa.

No en la superficie,
no en el fondo,
entre los pliegues.

Y allí soñamos las formas,
peces que se devoran entre sí,
sustancias y sales y fuego
en su primera altura.

Pero hay un arriba y un abajo, decimos,
y somos parte del secreto.

Lo que nos mantiene es no saberlo con certeza,
intuir que somos las columnas y el corazón único
de ambos reinos.

De: La Noche en el Espejo








XXI

Entro en la fiebre. Desde mi ventana veo el nacimiento de los mares, colinas que la espuma reviste, novias muertas, sumergidas. Temo ser encontrada con esa visión, que descubran mi deseo de correr tras una legión de ahogados. El cuerpo se precipita, resplandece. Soy una con el todo; los pies me liberan del camino. Convulsa la espada, el oro del estanque. La llama va en ascenso, corta el hilo de la resistencia. Hay una mano perdida para la escritura, otra que la rescata, que sostiene las agujas del ser. No lo teje, sólo cuida de la verticalidad del sueño. No, no paro de caer. Mira esta lluvia de malva: ha encontrado otro linaje, un anticipo místico, un animal de fondo que se recuerda y nos recuerda.
Es el frío, la exaltación, la mano volcánica que te abre, y el goce.
No sueltes la flor.



XXIV

Hoy encontré mi rostro entre lo muerto; lo guardé con espanto ¿existes?
y he salido en busca de un símbolo mayor. ¿Acaso sabes quién lo ha dibujado? ¿para quién? ¿sabes lo que significa? ¿cuánto estuvo allí esperándote? ¿quién dijo por primera vez la palabra y creyó que era su destino, el destino de otros? Busco hasta volverme amarga, hasta no distinguir lluvia de sol, y apenas tengo unos pocos nombres escritos, y los pronuncio y acuden bajo formas fantásticas; pero me dicen que hay más, entre las piedras, bajo los huesos, que los han visto esconderse entre las copas de los árboles, y yo subo, subo hasta en sueños y agito las ramas. No me mires, con todo esto no soy lo bastante hermosa para agradarte, y en mi cesta ni siquiera llevo lo suficiente.




XXXII

Pan y agua surten el efecto de la claridad sobre los reyes. Es su vínculo con lo extraño. Así la ciudad construyó una celda para sus invocaciones, dibujó en las murallas formas sibilantes, fórmulas que cifrarían su corazón protegiéndole, mas, para el último relámpago, éste se abrió hacia la medianoche y allí permanece.
Diablos flagelantes, ocupan lo que resta de ella.




XXXIV

Redimir la noche, mezclar su escritura y comprender. No es posible huir luego de haber iniciado la cacería mayor, brazos y ojos señalados por el fuego de la búsqueda. El dedo que fijó la página, el agua que vemos resplandecer en el poema. Todavía, ese leve gesto se repite. La luna del comienzo no declina ni se oculta.
Un instante: se descifra el movimiento de la llama.
Otro: el humo que asciende.
Ahora se prueba el fluir de la sangre, ahora un círculo de correspondencias.
El silencio explora su laberinto. La estela de ese otro sol se mantiene. El rito de la noche no termina. Viejos hombres deambulan hoy bajo su antorcha.



XL

Un silencio seco rodea la palabra. Todo termina y todo vuelve a comenzar. Son estos los minutos por venir, ya en la memoria. Un tiempo pasado y un tiempo futuro reunidos. Un tiempo dentro del tiempo. Y así como el coloso inmóvil, sus pies en ambas orillas, la palabra se abrirá al paso de las olas, y el arriba y el abajo, el mar golpeará con fuerza.
En este vuelo del dragón a la serpiente, agua, no aire tibio.
Habitantes de hondos sonidos, lentas sílabas sumergidas, vendrá un segundo en que las aguas se retiren, y la palabra seque sus maderas hasta convertirlas otra vez en fuego.


XLI

Escucho música lejana, como de palabras que van a decirse, las últimas de una lengua en extinción. El aire trae sus capillas, recintos aislados, semillas de luz en el espacio negro. Dentro de sus cristales, robustas plantas tejen un canto silencioso: habla de dioses perdidos, de aves fabulosas, seres vegetales, edénicos, a la búsqueda de un tiempo semejante al vacío. Van a decirse, van a fluir en ausencia de bocas, todas las palabras, las del principio, las de la muerte; van a recorrer lo inmóvil, lo consumado, abrirán la tierra, separarán las aguas, río contra río, el fuego será rodeado, barrerán nuestros huesos que ocultan el primer jardín, derribarán los sarcófagos del oído y la lengua, y todavía ese viaje sería el inicio.
Reinas de sí mismas, las palabras, somos apenas su tránsito misterioso, no la región que las espera.



XLIX

Estamos en juego. Golpes de tambor anuncian la batalla: sombra o claridad.
Pero nuestro pacto asciende en ambas direcciones.
No hay abismo entre pájaro y tigre.



LI

Habrá un instante en que la luz de lo conocido sea retirada, y el polvo de ciudades perdidas, el rostro de un dios antiguo, brillen con el fuego de la primera luna. Despertaremos, y nuestro despertar abrirá la tierra, la perforará en su centro como un fruto al que se le quiere extraer la semilla, y se oirán voces de norte a sur, gritos como de quien no volverá a tener boca. Levantaremos uno a uno los nombres olvidados, y llamaremos a la criatura que fue arrojada de nosotros por temor y respira en la profundidad de la nada.
Vendrá también el pájaro que custodia por siglos el secreto, vendrá su sombra, libre al fin, de las ruinas.




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