jueves, 23 de junio de 2011

EDUARDO EMBRY [3.983] Poeta de Chile


Eduardo Embry


Escritor chileno (Valparaíso). Reside en Inglaterra. Ha publicado varias colecciones de poesía tanto en su país como en el extranjero; en revistas en España, Chile e Inglaterra, entre las que destacan Revista Urogallo, Revista Atlántica (Diputación de Cádiz), The London Magazine (Londres), una selección hecha por el poeta y editor inglés Alan Ross, y revista Index on Censorship (Londres y Nueva York). Monte Avila Editores Latinoamericana, ha publicado un importante antología de su poesía, editada por el profesor Eduardo Gasca, “Manuscritos que con el agua se borran” (2009) además, una selección antológica de su poesía (2010) en la editorial de la Nueva Revista del Pacífico (Universidad de Playa Ancha), dirigida por el profesor Eddie Morales, y “Arte de marear”, en Ediciones Altazor (2010) Chile.

Eduardo Embry ha ganado el Premio de la Crítica, mención Literatura, que cada año otorga el Círculo de Críticos de Arte de Valparaíso, Chile.


Abandonados versos


Contradiciendo su voluntad,
este poema que estoy leyendo
se ha visto obligado a reunirse
con otros poemas de diversos autores;
ha pasado un mal rato conmigo,
por ahora, ahí está el pobre, como
un muchacho sin experiencia
que su padre lo hubiese enviado
lejos del cuaderno donde estaba
para hacer el servicio militar,
“para que el muchacho se haga hombre”,
pero no son así las cosas relacionadas
entre un autor y su pequeña obra hecha;
en otros tiempos los poetas hablaban
con mayor claridad de este asunto,
aquel poema que por inspiración
solía salir del horno casi al instante,
por gracia de la inspiración
lo llamaban “el hijo putativo”,
y ahí lo tiraban no más, o debajo de la almohada,
encerrado en una gaveta del escritorio
donde nadie pudiera leerlo, o simplemente,
como es el caso, se pone
en las manos de un editor;
ahora mi poema está en una bandeja,
espera que otras importantes personas
lo lean mañana;
pero el poema no está tranquilo,
dice que nadie podrá leerlo mejor que yo,
y por más que le digo
que este negocio ya no depende de mí,
el pobre no lo entiende,
es que nunca antes se había alejado demasiado
de las hojas de mi cuaderno;
consciente y seguro de sí mismo,
todavía espera de mí
aquello que ya no puedo ofrecerle;
ninguna lágrima; él, más sagaz que yo,
piensa que podría fácilmente dominar
mi anulada estupidez; se equivoca,
se me cae
la cara de vergüenza, vuelvo mis ojos
hacia otro lado, y mientras me alejo
de esa antología maldita
siento los pasos
de mis abandonados versos que me siguen,
me escupen en la cara,
me tiran tomates,
me gritan 'llévame contigo'.


Diez mil libros como si todos a la vez hablaran de ti

Ya sabes cuán pequeña es mi casa,
ninguno de los vecinos que viven en esta cuadra
tiene tantos libros como yo,
carpetas y carpetas
llenas de documentos
del alquiler,
de las cuentas y avisos en rojo
de la compañía del gas, de la luz y del agua;

ya sabes cuánto orgullo siento
de mis libros que se amontonan por todas partes,
de tantos que hay, no cabe ni un alfiler,
impiden que las plantitas crezcan
y que el gato tenga una cama cómoda
donde se pueda dormir; son tantos los libros que tengo
que si yo me pusiera a contarlos – no me sorprendería
si alcanzaran a diez mil,
es decir, diez mil libros que guardo
en una casa tan pequeña,
como si diez mil todos a la vez
hablaran sólo de ti.


Donde actualmente vivo


Para que exista constancia
de que alguna vez viví
en el corazón de este populoso
barrio de Portswood,
haré un pequeño inventario
de lo que aquí existe y de lo que se puede ver;
como en todas las pequeñas aldeas
de Europa que, poco a poco,
terminan tragadas
por la gran ciudad que se expande,
toda esta población
está unidad a Southampton,
un antiguo asentamiento romano,
situado a orillas del río Solent;
el río es igual que la ciudad:
se traga a otros ríos menores
que caen en sus aguas;
esta ciudad fue bombardeada
por los alemanes durante la guerra,
cuando yo llegué a este barrio,
la guerra era sólo un cuento,
lo mismo el fantasma del Titanic,
otro cuento casi oscuro;
de esta ciudad eran sus marineros,
y sobre todo, aquellos músicos
que no cesaron de tocar sus instrumentos
hasta que el barco se hundió
en una noche tranquila
alumbrada por una luna de plata;
en esta ciudad hay un museo
marítimo dedicado a la memoria
del Titanic, pero no hay museo
que se conozca
dedicado al gran desastre de la guerra;
con los bombardeos alemanes
la ciudad quedó toda destruida,
su reconstrucción ha sido dolorosa
y de mal gusto;
había también un ferry que cruzaba
lleno el río de una orilla a la otra;
a los pocos años, el ferry fue reemplazado
por un enorme puente levadizo
hecho de acero y cemento;
los muchachos de esta ciudad
echan de menos el ferry,
mientras avanzaba podían poner
los pies en el agua;
ahora los coches, los autobuses
y las ambulancias pasan por encima del puente,
casi nadie se fija en las aguas del río
que bajan veloces
como quien va ciego y se va de bruces
a las aguas saladas del Gran Océano.


¿QUÉ FUE PRIMERO?


¿Qué fue primero,
el espejo o la figura humana?
¿la piedra o el río?
¿el pobre o el rico?
¿el pez o el agua?
¿el gallo o el gallinero?
¿el temblor que hay en mi cuerpo
o la belleza de mi amada?

¿quién fue primero,
los imaginistas ingleses o Vicente Huidobro?

he llamado a los sabios
para que me lean estos enigmas

¿cuán lejos y cuán cerca
se ve la luna?
en noches quietas como estas,
las divinidades del cielo
no se ven, parecen muy ocupadas,

en una nave espacial
subiré a las galaxias,
si encuentro a Dios en alguna estrella
lo traeré, lo traeré a esta tierra

¿qué fue primero,
el espejo o la figura humana?



De cómo la sociedad engorda

Desesperación y ruidos
hay en las agencias del gobierno,
los poetas de hoy se alejan
de la poesía
y a todo esto mi corazón,
no dice nada;
aumentan por todas partes
personas milagrosamente hinchadas,
los recién nacidos
vienen con piernas robustas;
hay que hacer algo, cada
mañana al levantarme
me mido el culo,
cada vez está más hinchado;
voy a la farmacia,
a la verdulería,
al supermercado,
visito a los entendidos,
nadie me da convincente respuesta
de cómo revolver estos males,
¿o me arranco de raíz mis dientes
o cambio la dieta de pan y agua
por una merienda de flores?
los poetas de hoy se alejan
de la poesía, todo el mundo engorda,
y a todo esto, mi corazón
no dice nada.


De las montañas calientes
De la deformación de la corteza de la tierra,
penacho todo de blanco, zapatos
del color de sus raíces,
las montañas se levantan de su silla,
abandonan el aire puro,
se van de viaje, quisieran
conocer otros ambientes más llanos
donde no haya prohibición de fumar,
ni de beber,
ni de fornicar libremente,
¿hay algo más placentero?

estas son las montañas que no profesan
religión alguna, que de tanto estar
pegadas al fondo de la tierra,
creen en todos los dioses,
como un solo río que el mar se los come,

montañas guerreras dicen que son,
antes de marcharse, dejan en el valle sus fusiles,
cada una dice ‘me voy’, y se van
y comienzan el divertido descenso, casi infinito,
de montañas que se descienden a sí mismas,
hasta que al final llegan
a la gran ciudad que habían soñado,
‘malditas bestias, dejadnos pasar, abrid los caminos’
se aproximan como camiones
que transportan camiones,
haciendo señas y dando gritos
atraviesan la línea del tren,
llegan al puente más estrecho
que no pueden pasar, rehacen el camino
girando todo al revés, diez
o quince kilómetros, y por fin,
en el cielo se ven sus manchas
como las huellas de un jaguar, las estrellas
son sus guías, ‘esta ha de ser la ciudad donde vamos’;
y para que las montañas pasen,
se abren los montes, se ensanchan los caminos,
carros, tranvías, automóviles,
todo se detiene;
majestuosas, con su túnica blanca de nieve,
con su real penacho, entran a un bar
las montañas libertarias se sientan
en torno a una mesa, piernas inmensas,
deformación de la corteza de la tierra,
destruyen todas las sillas,
el mesonero les niega un vaso de vino;
qué noche, dios mío, a pesar del perfume
y del aire puro que traen, en estas noches
frías que bajan con la nieve de Rusia,
con estas montañas calientes
nadie quiere irse a la cama.

Ahí está el gran Quevedo

Cuando pienso y veo, que está
junto a mí, casi siento el calorcito
de su sangre que baja y sube
de los pies al corazón,
por encargo del demonio, se presenta
se esfuma, se desvía, se hace mil pedazos,
como si nunca hubiese existido

y aunque no es un río que se aleja,
sin embargo se aleja como un río,
creo que no se da cuenta
cuánto daño me hace,
y como soy un hombre del siglo XXI,
duro y sin elegancia, divo
para los viajes por el mundo,
para hacer nada de la nada extiendo mis manos,
creo un espacio delgado y fino;
y en esto, en nada imito al gran Quevedo,
qué armonía, qué belleza,
donde dicen que el amor se esconde
como un niño, veo que abrazo el aire.



En el bicentenario de Charles Darwin

Esta es mi amada, a todos ustedes
se lo voy a contar: no sé quien
me ha dado indebidamente su rostro,
retrato de agua dulce,
retrato de agua salada,

quién ha venido a decirme: “Eduardo,
impone tus condiciones,
hoy es el bicentenario de Charles Darwin,
toma la mujer que no es tuya”,

y en pleno ejercicio del amor
con el hombre que no la ama,
he llegado a su casa:
manos seguras y firmes,
la tomo, la arranco de raíz
como se arranca una planta de la tierra,
la pongo sobre aquel animal
que llevaba conmigo
y me la llevo, me la estoy llevando,
corro con ella a perderme por los caminos,
penetro montes y montes,
y de un salto gigante que doy,
paso al otro lado de las montañas,

entro a los pueblos que había,
unos aplauden, y otros escupen en el suelo,
se oyen vivas y maldiciones,
retrato de agua dulce
retrato de agua salada;
hoy cuando el universo celebra
el bicentenario de Charles Darwin,
¿qué hacer me digo, con este rostro
ardiente que indebidamente
llevo en los bolsillos?



La poesía se bebe pura

Para evitar una caìda vertical,
mi amada me ha reservado
pasaje gratis en un tren
con una cama muy dura,
bajo el vaivèn de sus olas
me he metido dentro de un zapato
que navega cómodamente
en las aguas azuladas
de un Vicente Huidobro;
no me importa la familia
de donde usted venga,
yo no me fijo en esas cosas,
me basta que la poesía tenga
buenas piernas por atrás,
y por delante, dos manzanas
bien rosadas, un racimo de uvas
blancas o negras;
dando dos pasos hacia delante
y dos pasos hacia atrás,
me hice creyente, ni uno más, ni uno menos,
de los siete días del universo,
de un zapato sale cantando
un canario amarillo,
del otro, un pájaro oscuro,
el primer pájaro que vi
venía diciendo: ¿quién
ha visto por aquí mis cantos?
el otro, que vive en los montes,
se comió las palabras,
así llegó la noche
y la noche habló entre nosotros: ¿quién
ha visto por aquí una mañana refulgente,
esta es la moraleja: nunca
ponga Coca Cola en este vaso,
la poesía se bebe pura.

The House That Jack Built

A pesar de las cámaras de vigilancia,
me metí debajo de un río, con la certeza
que aquella mujer pez que
me había cerrado un ojo, era la mujer
con quien había soñado toda mi vida;
pero la mujer que te digo se escondía
detrás de las rocas haciendo
que yo me resbalara
dándome golpes en la cabeza;
así como los dioses hablan a los hombres,
las rocas me hablan pan pan, vino vino:
“una buena mujer
cuesta mucho hallarla”
y nadando y nadando, finalmente, llegué
donde nadie antes había llegado:
a la casa donde vivía el dueño del río;
con la típica rudeza
que se da en el fondo de las corrientes,
‘identifícate, canalla’,
¿no sabes que está prohibido
pescar en este río?
saqué entonces mi cédula identidad venezolana,
y aquel señor de los peces
se quedó como una piedra;
extendió su mano, no dijo nada,
yo extendí la mía,
‘mucho gusto’, y del apretón que me dio
casi mi reventó los dedos;
y para evitar más leseras,
a los pocos meses de vivir a patadas,
con la nueva pajera que tenía
me mudé a un lugar más tranquilo,
tuvimos una casa nueva,
el sol entraba por una ventanas
y se iba por un agujero,
como vivíamos debajo del agua,
era un sol evidentemente
de luz engañosa, pero en cada
habitación que había
gozábamos del cielo de agua caliente
que sólo se conoce en el Trópico.


El sol saca de sus bolsillos un puñado de refranes

Hoy es un día de feriado, buen día para flojear,
ideal para reivindicar
los idiomas regionales; el sol
es el primero que se presenta,
sobre la tarima más alta
hace una reverencia
a los pocos reyes
que están quedando en la tierra,

el sol, por ser la estrella grande y luminosa,
saca de sus bolsillos ardientes
un puñado de refranes,
‘contra el sol, no enciendas ninguna vela’,
‘sólo para tu corazón, para tu corazón solamente:
nada de oro, nada de plata,
para ti, ardiente chatarra,
todo sea nuevo bajo el sol’.

Un pájaro se ha caído del cielo

En la calle, a los pies de un edificio,
hallo un pájaro muerto,
llamo a la gente para que lo vean,
se ve muy triste,
tal vez se ha caído del tejado,
los pájaros no se caen – me corrigen,
es cierto, ¿quién lo habrá matado?
nadie cuida de estas pobres criaturas,
me parece haber vivido antes
estos momentos, diría que
cerrando los ojos podría adivinar
qué escena vendrá después;
pregunto en alta voz
para que todos me oigan:
¿qué es Dios?
el pájaro que parecía muerto,
aterrorizado abre sus ojos,
a su cuerpo mal herido
le entra a chorro toda la luz,
el pobre, casi se ahoga,
sacude sus alas,
le doy besos en la boca,
le animo para que vuele,
dando saltos, el pobre se aleja.



                                            Fernando Sabido Sánchez y Eduardo Embry



Por los ojos del bandido

Por los ojos del bandido
entro a las pistolas,
mis manos piensan en gatillos
me echo hacia adelante el sombrero
y agudizo el seso, despierto o dormido
es lo mismo: escucho; no se oye ni una mosca,
no se mueve el aire,
quieto, delante de las montañas
vuela un gavilán,
en cada lado de la calle,
casas de madera,
en un extremo, la tienda de los comestibles,
el banco, la cárcel, el cementerio;
muy cerca de mí,
el herrero pone herraduras
a caballos invisibles.



Semejanzas del país donde ahora vivo
y del país donde ahora yo no vivo


Este país donde ahora vivo
se parece mucho al país donde ahora yo no vivo,
aún en sus diferencias son iguales;
la bandera del país donde ahora yo no vivo,
es la segunda más bella del mundo;
no es necesario explicar nada,
eso es lo que se dice, yo no lo digo;
la poesía de hoy ya no es el mes de abril,
ni tampoco el mes de las flores;
cuando aquí baja la temperatura
y comienza a llover y hacer mucho frío;
en el país donde ahora yo no vivo
comienza la primavera,
el sol sale más temprano,
el cielo se ve azul
como si Dios recién lo hubiese creado;
pocos edificios del siglo XIX
se salvaron del bombardeo
de la segunda guerra mundial,
(está prohibido mencionar
el nombre del loco que dejó caer
bombas que destruyeron tantos edificios)
el dolor de cabeza que hoy tienen
los estudiantes del país
donde yo no vivo,
es el mismo dolor de cabeza
de los estudiantes
del país donde vivo;
los edificios más antiguos
de aquel país donde ahora yo no vivo,
son también edificios salvados de bombardeos y terremotos
que de tiempo en tiempo
le caen del cielo
(no está permitido mencionar aquí
el nombre del loco que deja caer
cataclismos sobre este país)
- a pesar de la distancia -
el país donde vivo y el país donde
ahora ya no vivo - ambos parecen estar
sólo a la vuelta de la esquina.



Encuentro con mi diosa

Ahora me vuelvo idiota al monte
donde habita mi diosa, una vieja
toda desguañangada; la doy la mano
y de generoso que soy, le traigo flores,
la ayudo a bajar los breves escalones
del coche de fuego que le sirve
para explorar las ciudadelas
donde una vez le hallé,
cuando esta diosa todavía no era una diosa,
una simple estudiante de las ciencias humanas,
que al tocar su mano, olvido el pasado
y me digo: así debería ser la felicidad
en la tierra, sin maldiciones, bebiendo de pie
todo el tiempo, sin reflexión semántica
de dónde vengo a donde voy,
atento desafío del loco amor,
sin temor a la risa del vecino,
yendo y viniendo siempre
del presente al futuro,
y con la libertad de los asteroides,
me vuelvo opaco,
mando al diablo la experiencia, la sabiduría,
la generosidad, y allí, corazón ausente
el pie ya no me anda, y todo aquello
que en mi país llaman necedades, bodas de perros
de tanto llover
se vuelve de palidez en cántaro;
oh, señora de los látigos en la carne,
diosa mía, toda desguañangada,
de una mirada me desapareces,
la que al tocar las flores, las flores matas,
la misma
que de soplar el oído hace girar el mundo,
rosa que clavas mis piernas,
que de la mano mía bajas del coche,
me sacas los sesos,
me llevas al abismo;
con esta diosa maldita
me quemo yo el infierno.



Abandonados versos


Contradiciendo su voluntad,
este poema que estoy leyendo
se ha visto obligado a reunirse
con otros poemas de diversos autores;
ha pasado un mal rato conmigo,
por ahora, ahí está el pobre, como
un muchacho sin experiencia
que su padre lo hubiese enviado
lejos del cuaderno donde estaba
para hacer el servicio militar,
"para que el muchacho se haga hombre",
pero no son así las cosas relacionadas
entre un autor y su pequeña obra hecha;
en otros tiempos los poetas hablaban
con mayor claridad de este asunto,
aquel poema que por inspiración
solía salir del horno casi al instante,
por gracia de la inspiración
lo llamaban "el hijo putativo",
y ahí lo tiraban no más, o debajo de la almohada,
encerrado en una gaveta del escritorio
donde nadie pudiera leerlo, o simplemente,
como es el caso, se pone
en las manos de un editor;
ahora mi poema está en una bandeja,
espera que otras importantes personas
lo lean mañana;
pero el poema no está tranquilo,
dice que nadie podrá leerlo mejor que yo,
y por más que le digo
que este negocio ya no depende de mí,
el pobre no lo entiende,
es que nunca antes se había alejado demasiado
de las hojas de mi cuaderno;
consciente y seguro de sí mismo,
todavía espera de mí
aquello que ya no puedo ofrecerle;
ninguna lágrima; él, más sagaz que yo,
piensa que podría fácilmente dominar
mi anulada estupidez; se equivoca,
se me cae
la cara de vergüenza, vuelvo mis ojos
hacia otro lado, y mientras me alejo
de esta antología maldita
siento los pasos
de mis abandonados versos que me siguen,
me escupen en la cara,
me tiran tomates,
me gritan 'llévame contigo'.


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