miércoles, 29 de junio de 2011

4036.- ANTONIO LUIS GINÉS


Antonio Luis Ginés

Nace en Iznájar en 1967, aunque reside en Córdoba. Poeta.
Es diplomado en Magisterio por la Universidad de Córdoba. Dio sus primeros pasos en el taller impartido por el profesor Pedro Roso en la Posada del Potro, a principios de los años 90, y del que surgieron también otros autores como Eduardo García, Pablo García Casado y Vicente Luis Mora. Trabaja como gestor cultural, crítico literario y profesor de talleres de literatura.
Publicaciones


Poesía
Cuando duermen los vecinos (Córdoba, El Viaducto, 1995). 72 páginas, ISBN 84-605-4338-2.
Rutas exteriores (IX Premio de Poesía Mariano Roldán; Rute, Ánfora Nova, 1999). 68 páginas, ISBN 84-933871-8-5.
Animales perdidos (Córdoba, Plurabelle, 2005). 63 páginas, ISBN 84-933871-8-5.
Inclusiones en antologías de poesía

Edad presente: poesía cordobesa para el siglo XXI (ed. Javier Lostalé; Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2003). 272 páginas, ISBN 84-96152-09-X.
"Córdoba y poesía" de Concha García (Granada, "Ficciones" 1998)



«RUTAS EXTERIORES»
Premio Nacional de Poesía “Mariano Roldán” 1998
Edit. Ánfora Nova / Cajasur






Ruta seis

Rápido. Así va todo desde el punto
de origen.
No se detienen hombres y mujeres
a pedir cuentas, a llevarse un trozo
una cuando más resplandece, no vamos
a quedarnos siempre aquí; rápido,
la única palabra que acaba
con nosotros en la cuneta,
sin bagaje ni destello que nos ponga en pie.
Rápido, enseñame otra forma
de exprimir el tiempo antes que éste me venza,
cansado de ser un esparrin
sin arena en los puños.







DESGUACE

Juraría que esta vez bajaste hasta mí
buscando a otro. No digo nada.
Cruzamos un puente pero bajo las ruedas
sólo aire. Alzo la voz
de Robert Smith, intento que conquiste
cada centímetro.
Conduzco –una excepción- tu coche,
el viejo, el de los primeros
jadeos sobre el ring de los cuerpos sudados,
viejo casete con las cintas de siempre:
Cero, la frontera, enemigos, el último...
Vas perdida. Aquí estuviste antes, con otros,
antes de mí. Camino del desguace
te crece por dentro un extraño tumulto.
Callados. Juraría que no viajas
conmigo, en ese asiento, que tocas otros brazos
esta tarde, haciendo kilómetros,
cuando la chatarra del alma nos cose
los labios como a rehenes.







BANDERA

A ella no le importó nunca que fueses
descalzo de la ducha hasta la cama,
que bebieras su leche con galletas
de coco, que mandaras flores rojas,
bombones, besos por teléfono, promesas
en papel de regalo, no,
ni lo más mínimo.

Ella tan sólo te quería –astuta-
para cubrir algunas páginas en su vida.

Para eso tan solo.
Le daba igual que mintieras
como un niño asustado, que la cena
desperdigada sobre la alfombra cada noche,
que la ropa interior –también los viernes-
decorase el salón del piso
como una bandera.







«Animales Perdidos», Plurabelle, 2005.






AGUAS TURBULENTAS

Tu hermana y su novio en el sofá
tocándose bajo la ropa.
Verlos así, cada viernes, con tus padres
fuera, te escocía entre las piernas.
Paul y Art cantaban sobre gente sin fortuna
en una América no tan brillante.
Dolía aún más el sábado noche,
pegada al teléfono, los besos, quiero
tenerte conmigo, cuando vamos a vernos.
Colgar y encontrar en la cama a tu hermana
y su novio desnudos, con hambre atrasada,
y un llanto seco abriéndose paso entre tus manos.
Estabas creciendo, y Paul y Art
tendían un puente para que cruzaras
aquellas aguas turbulentas.
Tu hermana besó a otros novios, también tú,
ambas dejasteis el piso de tus padres.
Los viernes ya no duelen de aquella manera.
No recuerdas aquel amor en la distancia.
Art y Paul también se separaron.
Madrid está imposible.
Humo en el fondo de los días. Este poema
para que no olvides
mil novecientos noventa y cuatro,
para que del dolor y la rabia
no quede más que una flor en mitad
de la calle,
esta sonrisa consumiéndonos.





JUNGLA

El hombre de la grúa no se mordió la lengua:
“Cuanta más gente trato
más quiero a mi perro”.
Entonces no entendimos nada.
Los tres allí apretados, de regreso,
dejándonos la vista en las casitas diseminadas,
sin preguntas sobre familias
que no sabrían de nuestra existencia.
Al cruzar los primeros barrios nos pudo el ajetreo
endemoniado, las bocinas roncas
de pedir auxilio, la trampa del bullicio,
puños en alto, amenazas, gente poco feliz.
Silencio de animales perplejos, impotencia
de hallarnos perdidos,
los tres, ante nosotros mismos,
cada uno a su manera, sin un lugar seguro
donde dejar que las manos
descansaran, sin querer bajarnos de la cabina,
conteniendo el fiero animal
que a menudo nos suplanta
con tristes ladridos en campo abierto








«Picados suaves sobre el agua», Bartleby, 2009.


ARAÑA

Cuando vuelvo la ciudad parece inofensiva. Las luces son arañas que parpadean y te deslumbran. Es el ojo de un huracán: su abrazo te engullirá como animal hambriento. Sabes que no podrás huir más allá de la noche, que te gustaría quedarte, detenido el instante y el motor, en esta zona de descanso. Observar el parpadeo: todo un mundo de posibilidades, de vidas, que agitadas se despiden del día. Te gustaría quedarte así, sin más ruido que tu respiración, el vaho contra la luna delantera. Pero el deseo no vence:
y, en cinco minutos,
estarás allá abajo,
serás otra araña
insignificante,
que no puede escapar
a su propio hilo.



TALGO


El viejo talgo surca la noche de la meseta. Un hombre trata de recordar pero no va más allá de las luces que se divisan lejanas y difusas; casitas y pueblos anónimos descansan en un sueño reparador. El humo sale de sus labios y choca contra la oscuridad de los campos. Sólo sabe que va hacia una ciudad, sólo sabe que trata de huir de su sombra, pero el tren se detiene en todas las estaciones, todos los pueblos, y no hay nadie, nadie sale a recibirle; y el tiempo que cree ganar con el rugido de la máquina es una dulce trampa que, imparable,
le conduce
a su destino.

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