jueves, 25 de noviembre de 2010

VICENTE CRISTÓBAL [2.106]


Vicente Cristóbal  

Vicente Cristóbal (Valdilecha, Madrid, 1953). Profesor de Filología Latina en la Universidad Complutense desde 1975, Catedrático de la misma disciplina y en la misma Universidad desde 1999. Investigador sobre literatura latina, mitología clásica y pervivencia de autores clásicos en la literatura española, es también traductor de los principales poetas de Roma (Catulo,Virgilio, Horacio y Ovidio). Ha acometido además, en algunos casos, la empresa de trasladar la poesía antigua al castellano en sus propios ritmos. 

Como creador ha publicado el libro Silva mitológica (Madrid: Ediciones Clásicas, 2007), que es una colección de poemas sobre figuras del mito clásico, alumbradas en su vivencia interior, en su dimensión humana e intemporal y en su paisaje.

Ha editado y traducido al castellano a los principales poetas latinos. Su obra más reciente es Vestigios de antigua llama (2016), en la que recoge una antología de la poesía de Virgilio, Horacio y Ovidio. Como poeta, tiene en su haber cinco poemarios originales: Silva mitológica (2007), Canto del gallo (2010), Memoria de horizontes amarillos (2011), El paraíso y el mundo (2015) y Siderales sueños (2015). En este breve artículo vamos a presentar al lector la poesía de Vicente Cristóbal a través de los principales temas que encontramos en ella.




ORFEO

Siete meses debajo de la piedra
tejiendo su caudal de pena y gloria.
Siete cuerdas hablaban.
Vagó luego a través de nieves solas.
En vano ya buscó
la sombra subterránea, el polvo de humo.

Halló la luz cuando más ciego estaba.
Cantaba la tortuga.
Su voz hizo el milagro entre los tigres,
los bosques lo obedecen,
logró la sumisión de los insectos
y el silencio asombrado.

Noche y rama del nido, madre ausente,
pájaro fiel al canto lastimero,
flor de música brota en cuello blanco,
olas del río, playas de una isla,
grito salvaje de mujeres ebrias,
música aún de tu garganta trunca,
álamo blanco en medio de la estepa,
mano ladrona, mano sanguinaria,
mano que roba el pájaro sin pluma,
mármol nunca a tu voz.

Adiós, cabeza amante,
lengua que busca el cielo sin descanso,
espada contra el frío de la muerte.
Adiós entre las ondas que te llevan.

(de Silva Mitológica, 2007)



ARIADNA

Nada se pierde en este mar poblado
de velas a millares y delfines.
Nada es baldío ni falaz ni estéril.
Todo es huevo de un ave milenaria,
semilla de un albor resplandeciente
allá en el horizonte de los días.

Doy al mar la traición que me regalas
por haberte seguido con mis ojos,
por haberme olvidado locamente
de todo cuanto tuve antes que tú
llegaras a la isla de los toros.
Después que te miré, se hizo la noche.

Allí queda mi casa centenaria,
el reino de mi padre, sus cien pueblos
y la dulce inocencia tan temida
de mi hermano con sienes monstruosas.
Allí, entre la tiniebla de los sótanos,
sus doce otoños son sangre y silencio.

También yo me disuelvo en aguas tibias,
como nieve al ocaso del invierno,
recordando su frente tumefacta,
su mirada infinita, sin recelo
de la herida culpable, hermano mío,
a quien yo asesiné con mi locura.

Y esta locura, ya vuelta en razón,
con las alas del ágil pensamiento
por fin a nuestra casa me devuelve.
Aquí, sobre la arena de esta playa,
voy a sembrar la pena, grano a grano,
de este mi amargo amor ya moribundo.

Nacerá –bien lo sé– de tanta lágrima
la voz ebria de luz y de alegría
que me rescate de una larga sombra.
Despertaré en el mundo de los vivos
coronada de estrellas diamantinas.
Porque nada se pierde en este mar
inmenso, de sonrisa inagotable.

(de Silva Mitológica, 2007)



FILOCTETES

Amo mi juventud libre y montana,
aquella juventud ya fenecida,
aquellas cacerías de las cumbres
y el aire de los dardos voladores.
Añoro de mi patria lo remoto,
aquel yo de otro tiempo que gozaba
con la charla y los juegos aldeanos,
con el rostro diario de los míos,
con mis fieles molosos y mi yegua.

Pero ahora que habito este desierto,
que mis huesos arrastro por las peñas,
que de sueño, de noche y de horizonte
alimento esta herida de mi planta,
esta raíz del grito inagotable,
ahora que me muero poco a poco,
aborrezco la raza de los hombres.
Pues he sabido de su doble rostro,
de sus bellas palabras ambiciosas,
de sus nobles ideas criminales,
de su amistad fingida y de su estiércol.

Estiércol yo, arrojado a estos escollos
por una sola culpa: infecta llaga
que carcome mi pie, llaga hedionda
que ofende sus dichosas asambleas
y es una mancha en el lozano ejército.
Mordedura de sierpe sorprendida.
Su nariz y su oído me condenan.
Mis ayes y el hedor que me circunda
me han hecho compañero de las rocas.
Aprenden mi lamento las montañas
y repiten la voz ya conocida.
En tal conversación quemo las horas
escuchando bramidos de las grutas,
ecos de mi dolor multiplicado.
Pues ni al sol ni a la luna me abandona
esta afilada podredumbre viva.
Su diente me transforma en alimaña,
aferrado a la vida sin razones,
víctima de la carne y el espíritu,
enfermo, despreciado y solitario.

Los barcos no se acercan a estas piedras.
He perdido la suma de mis días
en esta reclusión bajo los cielos.
He olvidado la humana compostura
y la palabra me es innecesaria.
Sólo el grito me sacia y me da bríos
para esperar un rumbo diferente,
soñar que alguien se duele de mi ausencia,
que mi mano es precisa para el mundo.

La costumbre, no obstante, hace muralla
contra el agrio veneno de los días.
Una hoguera de troncos me calienta,
mis flechas me dan carne de los pájaros,
una cueva me libra de la escarcha,
la brisa me acaricia algunas tardes
y en la playa me limpio la ponzoña
de mi pie vulnerado. No estoy muerto,
y acaso algún navío se extravíe,
se llegue a los eriales de esta isla
y me dé la salud y el rostro humano.

(de Silva Mitológica, 2007)



POLIDORO

Fui el menor de mis hermanos príncipes.
Mies de venablos me clavó en el suelo.
Raíces me atenazan. Soy arbusto.
Ruina es el oro, plaga de la mente.
Ahora, sabio ya, bien lo comprendo.
Perdí mi corazón en tierras frías,
muy lejos de mi padre, cuando apenas
he visto helarse el río doce veces.
Me sobra el pedagogo y las lecciones.
Ya todo lo aprendí desde esta orilla.
¡Cómo se ha equivocado mi verdugo!
Mi sangre hace brotar agudas varas,
y aquí florezco en paz. Ramas y fruto.
Quietud y lentamente ver el cielo
con mis oscuros ojos.

(de Silva Mitológica, 2007)



Un pez
se ha tragado tu corazón
y ahora ya no sonríes
ni buscas agua
ni tienes ojos de hogar distante
porque siempre duermes
en ese rincón brumoso
donde la luna no tiene importancia
y el pez no vuelve, no vuelve.



MAÑANA DE JUNIO EN JARDÍN GINEBRINO

No hay luminaria tan clara en ningún horizonte. Torcaces
dan su rumor salpicado en las ramas del tilo más alto. Y responden
mirlos ocultos y pájaros otros que beben el aire.
Conversación y silencio en igual proporción. Hacia el tiempo
más ancestral y dorado. Los troncos enormes, la yedra, la gran esperanza, los años,
siglos pacientes. La sombra y el sol que alimentan
tantos rebaños de fronda madura. Y el canto perenne
del corazón que brotó una mañana de un cálido huevo
bajo el plumaje azulenco amoroso, a la luz de las hojas oscuras.



Poesía y mito en Vicente Cristóbal

Por Antonio Ayuso Pérez

Vicente Cristóbal (Valdilecha, Madrid, 1953) nos confesó en una entrevista que «un poeta es siempre un amante de la palabra, un filólogo».1 Con esta frase justificaba el escritor su doble condición de filólogo y poeta. Catedrático de Latín en la Universidad Complutense, ha editado y traducido al castellano a los principales poetas latinos. Su obra más reciente es Vestigios de antigua llama (2016), en la que recoge una antología de la poesía de Virgilio, Horacio y Ovidio. Como poeta, tiene en su haber cinco poemarios originales: Silva mitológica (2007), Canto del gallo (2010), Memoria de horizontes amarillos (2011), El paraíso y el mundo (2015) y Siderales sueños (2015). En este breve artículo vamos a presentar al lector la poesía de Vicente Cristóbal a través de los principales temas que encontramos en ella.

La mitología clásica es un material importante en la obra lírica del autor que ha estudiado y traducido la poesía mitológica latina. El mito aparece sobre todo en el primero de sus poemarios, Silva mitológica, y posteriormente con algunas composiciones en el resto de las obras. Encontramos una representación bastante significativa de los mitos y ciclos mitológicos más conocidos de la Antigüedad, con especial presencia de la leyenda de Troya. En cuanto a la narración del mito, no suele presentarse íntegro, pues sería imposible en un poema breve; al contrario, hay una intención de captar un momento concreto importante para el personaje mitológico a fin de que el lector entienda una enseñanza intemporal o descubra unos sentimientos universales. El protagonista del poema es siempre un héroe de la mitología clásica, que unas veces es además el narrador en primera persona y otras, el personaje cantado por el poeta en tercera persona. Hay que destacar que el autor actualiza el mito clásico; así, por ejemplo, da voz a muchos personajes femeninos (influido por las Heroidas) o interpreta con la mentalidad presente los episodios que se relatan, pero siempre desde el respeto y la admiración.

Además de la mitología clásica, hay otros temas significativos en la poesía del escritor. El paraíso es uno de ellos, como puede verse en El paraíso y el mundo. Para el autor, el paraíso es un «lugar y tiempo, originario y final, de plenitud de la vida humana». Se relaciona con el mito clásico de la Edad de Oro, un tiempo de inocencia y plenitud que el ser humano perdió en el origen de los tiempos. Entonces, el ser humano era feliz y vivía en la inocencia. (Hay un paralelismo también con el paraíso perdido de la infancia). El paraíso se vincula a la naturaleza, pues en ella tenía su escenario. Por eso, el autor contempla la belleza de la naturaleza como un reflejo del paraíso. En nuestros poemas no se pierde la esperanza del retorno al paraíso al final de la existencia.

Otro de los temas recurrentes en esta poesía es la naturaleza. Encontramos un cantar idílico de la naturaleza y del mundo rural (heredero de la poesía bucólica) frente al espacio urbano. La naturaleza es vista como un espacio acogedor en oposición a la fría urbe, que se relaciona con lo material y crematístico. Este espacio se caracteriza por su soledad, tranquilidad y su casi aislamiento del espacio exterior y el tiempo. Para el poeta es una «fuente de gozo, saber y belleza», por ello es capaz de descubrir la belleza del paisaje y trascender la realidad para descubrir verdades profundas en ella.

También debemos mencionar la cotidianidad como otro gran tema. Son numerosos los poemas que se refieren a elementos de la vida cotidiana, en general, o incluso personales del autor: la familia, las clases, los veraneos, los animales (los gatos), el coche o un plato de patatas fritas. Se trata de poesía que alumbra la belleza de las pequeñas cosas y descubre la emoción, el gozo y la sabiduría del día a día de la vida humana.

Como estamos viendo, el tema del conocimiento y sus fronteras es fundamental. El poeta es consciente de que su conocimiento es limitado (el del ser humano en general), pero es capaz de «saber» al descubrir la belleza del mundo (la naturaleza y la cotidianidad). En sus poemas lo que hace es recrear este «saber». Pero el conocimiento también se puede aprehender en los sueños. Así lo vemos en Siderales sueños, donde relaciona el conocimiento con el sueño. También es recurrente la asociación de la naturaleza del ser humano (su unicidad y pluralidad de elementos vitales) con la sabiduría.

Por supuesto, no acaban aquí las líneas temáticas de la poesía del escritor pero hemos visto algunas de las más importantes. En conclusión, la poesía de Vicente Cristóbal está muy influida por la literatura clásica latina (además de por el Siglo de Oro español), que tan bien conoce, como puede verse en muchas de sus preocupaciones. Pero el poeta ha sabido adaptar estos temas, que son universales en el ser humano, a nuestro presente otorgándoles actualidad, interés y personalidad. Para terminar, dejamos de muestra un poema inédito del escritor.

     Soneto sonetil bulle en mi mente,
y no es orden ninguna de Violante.
Lo comienzo, y ya avanzan por delante
tres versos, casi cuatro. ¡Bien, Vicente!
     ¿Qué diré del soneto? Brevemente:
que podrá ser variado en su talante,
pero armado de punta penetrante,
pues del viejo epigrama es descendiente.
     Deberá ser visible su andamiaje,
su elocución tallada y bien medida,
recortada de frondas y ramaje.
     Deberá sorprender, como la vida,
y a su fin regalarnos un mensaje 
que alumbre una verdad oscurecida.

(1) Antonio Ayuso Pérez, «Vicente Cristóbal: “Los mitos clásicos son depósito de vivencias humanas universales”», Nueva Línea, martes 7 de octubre de 2008, p. 5. volver






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