jueves, 10 de noviembre de 2011

5141.- OSWALDO GUERRA SÁNCHEZ



Oswaldo Guerra Sánchez (Islas Canarias, 1966), poeta, ensayista y profesor universitario, es autor de los poemarios Teoría del Paisaje (primer premio de poesía Esperanza Espínola, de Lanzarote, 1991), De una tierra extraña (Pasos sobre el mar, 1993), De camino a la casa (Ediciones La Palma, 2000), y Montaña de Tauro (Archipliego, 2004).

Combina la labor docente con la investigación en el campo de la enseñanza literaria y las teorías de la lectura. Coordinador de Ediciones Archipliego y Domibari Editores y director de la revista educativa universitaria El Guiniguada. Colabora en la prensa con artículos sobre literatura y cultura, especialmente sobre temas encaminados a la definición del espacio cultural y literario de las Islas Canarias. Poemas y textos suyos han aparecido en revistas como Turia, Sibila, La Plazuela de las Letras, Fisura, Serta, etc., así como en catálogos de distintos artistas plásticos.
Como ensayista ha publicado, entre otros, los libros Un modo de pertenecer al mundo (Ed. Cabildo de Gran Canaria, 2002); Senderos de lectura (La Discreta, Madrid, 2002); La expresión canaria de Cairasco (Anroart, Las Palmas, 2007); Bartolomé Cairasco de Figueroa: contexto y sentido (Gobierno de Canarias, 2007). Ha colaborado en amplios proyectos educativos, como Lengua y Literatura para la Secundaria (En tus manos, Anaya, 2003-2005), Comprensión lectora (Anaya, 2005) y Textos canarios para la escuela (Gobierno de Canarias). Actualmente colabora con un equipo multidisciplinar en el proyecto Enseñar África (Casa África) y con la Universidad Ibn Zohr de Agadir (Marruecos) en el marco del Máster “Interculturalidad Atlántica”.






LA PISCINA PROBÁTICA

Después de horas tendido, cuántos raros pesares, cuántos recuerdos no endulzados por copa alguna. Los ojos, adormecidos, casi no ven: se aloja, bajo la visera, esa capa de sol, un olor casi placentero a suntan lotion, barrera voluptuosa entre el cuerpo y lo de más allá.

Hacia la tarde poco queda del irresistible vivir, el bálsamo cede en el bordillo de rústico granito, frente a la clara agua del rectángulo.

¡Ya no más embadurnes! Ahora la comunión en el salto, a esa balsa de sal, el frío de zambullida cortante, ahora, y la pestilente grasa de los paquebotes, objetos todavía a flote de mercantes, recuerdos de trajines de percal, ahora, en la orilla de esa playa.

De De camino a la casa
(Ediciones La Palma, Madrid, 2000)





LAS PIEZAS DEL TABLERO

Poca luz penetra ya por las rendijas del portalón, y en la perfecta y hermética sala de materiales nobles la música ordena los más pensados objetos sobre el piso de granito.

Todo allí era, a despecho del exterior, en lugar de algo y, no obstante, las bagatelas de anticuario las reemplacé con sumo cuidado, al paso del tiempo, por otras de nuevo valor.

Casi con frivolidad cambié unos objetos por otros, los desplacé de aquí para allá y ocupé huecos otrora vacíos, y siempre temí no poder seguir llenando casillas con mobiliario irrepetible…

Pero el ébano no es el árbol ni la porcelana es la tierra.

Y ahora estratégicamente muevo pieza: en este singular campo podría ganar batalla, muy a pesar de que afuera el mundo yazga derribado.

De Montaña de Tauro
(Ediciones Archipliego, 2004)








Guardiana de la memoria


(Despedida)

Golpeo los nudos por última vez sobre el silencio.

Parece que se abre alguna luz y se oye lejano, lejano, desde un rinconcito, el tono grave de las maderas.

Ahora sí, los haces reverberan en lustrados aceros hogareños,

se tensan las cuerdas de las persianas del polvo,

restalla la calderería al simple roce de mano invisible...

Hay acuerdo, hay acuerdo.

¡Ah guardiana!
me das dulces de memoria
convertidos en toscas palabras
dulces de memoria
¡guardiana!
para olvidar instantes hoscos.

Por última vez
me das la llave de casa
y entro con cabeza altiva
a escuchar
a escuchar tu sonido acordado.

Festín de música y palabra, vigía de un mundo por siempre intacto.
¿Cómo salir una vez dentro?

De Montaña de Tauro
(Ediciones Archipliego, 2004)








La partida: despedida y ocultación

Llegó la hora. Mucho había tardado. Escondido tras los pedruscos, vuelvo con sigilo la vista, al atardecer, sobre la urbe, antes de la incendiada, antes de que sea más tarde.

Los dados de la ladera abandonan poco a poco su colorido por la impúdica mecedura de sus luces.

Incensario, olor riquísimo sobre ceniza.

La partida está en la mesa de mar, sobre la sábana todavía fresca. Veo a unos y a otros hacer guiños, proteger la hacienda, mirar por esto y aquello. Emboscados con torpeza tras las efigies de naipe, entre humo sordo.

¡A jugar, que nuestro destino se labra a fuego cada noche, antes de la gran amanecida!

Hace tiempo que quise salirme. Y llegó la hora. Mucho había tardado.

De Montaña de Tauro
(Ediciones Archipliego, 2004)









Nada que decir

«...Ich habe genug!»
[J.S.Bach, Cantata 82]

Nada que decir
nada
nada que decir.

Si me rompes el sello
de la yacija
¡ah de los que están afuera!
figuras como dioses monstruosas
en lo alto afuera
luz enormísima.

Mas déjame en el silencio
de adentro
por donde la llamita indolora
me enseña
por donde me enseña
mi verdadero ser
en sombras...

Afuera el habla habla siempre
el habla habla en la luz abierta
siempre habla.

El habla expugna
el silencio del decir.

De Montaña de Tauro
(Ediciones Archipliego, 2004)





La soledad del Conocimiento

Busqué más arriba del Sol
donde se hallara
busqué el Bien.

Y cuando quise hablar
a los otros
cuando bajé al llano
mis ojos se hicieron tiniebla
cuando quise hablar del Bien.

No supe qué decir
antes de que me prendieran.

Un pequeño saber
casi una vergüenza
sin ser dicha.

De Montaña de Tauro
(Ediciones Archipliego, 2004)








Pira como para una noche

Aprisa, aprisa, pues antes de que el astro humee la tierra hay que tenerse dentro de las paredes del Sitio del Sol. Cerca del cielo. A cobijo.

Como lecho, plantas que apresaron aroma entre las nervaduras: tomillo, poleo, lavándula, hierbas de buen olor. Bien prensadas se harán nido para toda la noche.

La bóveda se cierra poco a poco. Luces muy pequeñas se prenden a la tela más oscura, y a tientas recojo como frutos de una vida los rostros alegres y los tristes de quienes me visitaron. Solitarios, detenidos en el lugar de siempre, lamparitas que se hacen mayor dolor en cada tensado. Sé que todos vienen a verme a un tiempo, y más aprieto el tul negro, más negro, negro...

Esta noche será toda de la llama. Por las copas de los pinos cae el encarnado del cielo, ascuas en busca de oloroso osario.

Pira como para una noche. Para una nueva derrota, larga, desde la ceniza.

De Montaña de Tauro
(Ediciones Archipliego, 2004)









[Secuencia primera]

Cubo donde habita el cuerpo y su luz
protegido por delgada rodela
de aguas vertiginosas
frasco en que se citan ruidos y jugos
pero a salvo de hablas y miradas
aquí nace y muere todo el hogar
adentro prendido al brillo dorado
de una pompa de olor
y a salvo de la vergüenza del Otro.

¡Que no vengan a abrirme
el cristal de los baños
de este lugar reservado a desnudos!

De Secuencias para una mitología de los baños
(Sibilia nº 25, Sevilla, octubre de 2007)









[Secuencia tercera]

Dulce y celeste potaje de dioses
será lo que me juegue
si rompo el juramento
pero me tienta y mucho
entrar a ese recinto
lugar en el que no existe alegría
ni tampoco dolor.
Aquí va tu moneda
patrón fiel de barcazas
no dejaré sin pago al que custodia
esa lúgubre sauna
de placer y tristura.

De Secuencias para una mitología de los baños
(Sibilia nº 25, Sevilla, octubre de 2007)










Ingredientes de lo bello
o segunda visión de Eva

Acecho las cocinas por enésima
vez, la puerta entreabierta, fuerte olor
a frutería, semillas, el alma
quemada en humo. Estallan (¿no es sonrisa?)
sus amarillos picantes, o pulpa
que rodea labios, carne altanera
sobre el ceñido delantal. Primer
delantal, casi seguro, en la tersa
que se dibuja al tacto, tan hermosa,
lo veo ahora, tan frutal, tan higo.
No sé si en esa fruta está lo bello,
o en esas manos que la tajan, leves,
que se embadurnan delicadamente
de carne madurada, jugosísima,
su boca apenas entrevista, boca
olorosa. Ni siquiera sabré,
tras tantas horas de guiso en la olla,
si yo soy (simple caco de belleza,
condenado a los restos de los paños)
el verdadero invitado al festín.

De Árbol de siete copas (inédito)










Jardín de las delicias

Ese arbolito en medio de los prados
(hacia el extremo en que se oculta Edén)
custodia cuerpos gélidos, figuras
en busca de algo más bello, belleza
tierna o remedio al dolor silenciado.
Y todavía están desnudos, blancos
de tanta luz, amables. Se diría
que juran obediencia. Pero, ¿a quién?
¿Quién les pide que acaten el pudor,
que truequen paraíso por dolores?
Cuerpos de amor, regaliz troceado
de un jardín delicioso: ¡si tocar
su fruta (vértigo, cosquillas, alma)
es nostalgia del dios!

De Árbol de siete copas (inédito)

http://www.panfletocalidoscopio.com/2010/05_julio/Letras11.html


Un rumor bajo la rama
TREA




Cabras por la acera y la calzada


Me topé con animales enfrente,
cabras al gris en ín-mo rebaño
por la vereda callejera, esquivas,
al son de quien les habla, su cabrero.
Son hoy cabras de luz, líquido blanco
en cuencos derramados, abundancia
en la pobreza de mis arrabales.
Balan, balan en mi silencio paso
por la barriada estéril, cerca el cielo,
última especie de oro para el arca.










Bajada a la playa, una mañana laboral


Me abro al Paseo por entre callejas
multicolores, al dibujo diáfano
de la playa y su mar tranquilo ahora.
Estoy dentro de la playa, cegado
por tanta claridad, engatusado
por tan calmo aire. Como si no hubiera
nadie (niños, ancianos casi quietos):
el silencio anda lejos, endormido.
Me descalzo los pies. Hundo al momento
mis dedos en el -no grano. Entro.
La mar habla a los bañistas, susurra
con su achicada lengua una inquietante
promesa, arrulla sus cuerpos salados,
a que penetren en su enorme vientre.
Me toca el agua. Está fría. Se espuma.
Atrás queda el Paseo, sus casitas
bajas, y más al fondo la monstruosa
ciudad, su ruido portuario, sus calles.
Recuesto la cabeza hasta sentir
el cielo, y sólo escucho el cielo arriba.
Todo lo que hay en él está escondido
en los granos de mi playa, ocultado
en sus castillos leves, en los gritos
acompasados de aquel barquillero,
en la voz de sirenas voluptuosas…
Me quedaré por el resto del día
a ver qué más escucho.








Una mañana soleada esta, con algunas nubes
luego. Al final nubarrones frente al mar.
Y así acabó esta pequeña aventura


Nadie (creo) me llamó de la calle.
Pero fui. Pertrechado en la bajada
de buena ropa, acudí hasta la luz
de este día, hasta su sol insolente
y (también) a olisquear callejones,
zaguanes de arribada, ciudad-dique
protegida de un embate de olas.
Lo que encontré al salir fue esto: un son,
el son. No lo esperaba, mas lo hallé.
Entre marañas de ruidos y voces,
emboscado en la guarida del aire.
Nadie me esperaba fuera. Y hubiera
deseado que (como ahora) nunca
me aguardara ya nadie a pie de día,
poder ser yo por el resto del día.
Pero me fue bastante esta mañana.
Desa-é (hoy) la luz fuerte, la dura,
con un fuerte apagón, oscura máscara
sombría: nadie me mire hoy la cara.
Lo primero, mirar, ver por encima
de dolor, sortear peligros íntimos,
hasta que me enderece por aquella
ruta, por el camino silencioso.
Me gustará la travesía, atajo
hacia el amor, si nadie (por ahora)
se me cruza antes de llegar al muro.
Pues entre el muro de mar y yo está
Ella (solía). Su rostro de siempre,
su rostro-eterno. Que mira hacia allá,
hacia el irse. Por eso me apuré,
caminé rápido, mucho más rápido,
a ver si hoy sí (la música alta, alto
sudor) Ella pudiera oír mi latido.
¡Como si ya realmente supiera
de mí, de mi salida, mi mirada!
Ella. Sus ojos perdidos ya en mar…
Pero la prisa me hizo perder pie.
Tomé cuidado en un trote más lento
pero afán me traicionó. Y, asolado
anduve mucho rato sin mirar,
sin rumbo, casi ciego y en silencio.
Hasta las notas se me van en ruido,
vilipendio, farfullo, bocinazos:
¡había gente (los vi) por la calle!
Pero Ella se camufló, en esos rostros,
al principio se camufló sonriente…
El ruido. Ahora hay ruido. Mucho más.
La singladura se tuerce al bullicio
si no hallo enmienda: blandas callejuelas
africanas en lo bello se alzan,
casonas de azotea, muros gruesos
apenas horadados, y palmera
contra el bruto enlucido allí delante.
El sol siguió su empeño en ese día,
una lucha contra solos, veneno
de calor para un viajero ya errático.
Y en un pispás la luz se abrió a la plaza,
la gran plaza, la plaza todavía.
Era mi oportunidad de resuello,
donde escuchar vocerío y armar
la soledad de avivados colores,
en cada puesto llantén, manzanilla,
atados de poleo de montaña,
tabaiba dulce, algaritofe, mol.
Pero no eran sus colores siquiera,
sino la emanación de sus estomas.
Sus olores me devolvieron voz,
hincaron señales en mi cordaje.
Miré sus formas, les olisqueé
sus aromas hasta pura ebriedad
y vi (quise creer) que era lo bueno.


¡Maldición! ¡Cuánto tuve que esperar
por que la voz primera se agarrara
a mi silencio. Su olor vivo allí.
En la plaza, en los puestos, allí arriba…
Pero había que seguir, ocupar
la mañana en este día de solo.


En la placita seguí las consejas
de los viejos, me dejé engatusar
por su sosiego ante tamaña vida.
Allí, en los bancos de piedra y ahora
que parece que el sol nos abandona.
Las voces de los viejos en mí, encima
de mí, como epita-os en la losa:
que no me urja decirlo de un tirón
sino a poco (me dicen), despacito,
aguardado para un limpio mañana.
Pero mintieron, lo supe callando
y a la escucha: la vida sí se acaba
con nosotros. Pues nada (o eso creo)
existe en el después, nada detrás
del muro hermoso, del muro hermosísimo…


Después de largas horas pude ver.
Era este mar en estampida, el único
el siempre oído, su olor, Ella siempre.
Dejé de ser el niño que husmeaba
en sus ojos amor. Y encontré amar
en el borde de su voz, en los dedos
delicados que tañen su alta música.
Aquello estaba dentro de mí mismo
desde mucho antes de ver, desde ciego,
antes de que arrojara aquella piedra
al charco que se eleva vertical
en la gran playa extendida en el fondo.
Cuando hundí mi cuerpito. Blanco. Puro.
El día se convierte en encerrona
desde que entra la nube por el norte,
a rebufo de vientos alocados.
No cogí ropa adecuada. Parece
que va a entrar fresco en esta tarde bella,
todavía bastante bella, creo.
Me recuesto en los tetrápodos grandes
para mirar-oír en este borde,
las manos afirmadas esta vez.
(¿Te acuerdas de esta costa violentada?)
Ahora veo desde arriba abajo
el camino trazado, serventía
hasta la finca enorme que se sube
(ahora la marea inquieta) al aire.


Descubrí tarde que en esta ciudad
marina se halla el cofre de un pequeño
saber, ahora que el cielo amenaza
borrasca, frente al muro-mar altivo,
que cre crece hacia lo alto desbocado.
(Sube alta cada vez, ahora en triángulo.)


Para qué más hablar. Se extiende abajo
(lo veo al -n) el gran cuerpo tendido,
mi casa enorme, hogar inconfundible
donde espere al Invitado mañana.
(Sube el Círculo por su cielo ahora.)
Pues sólo desde mi hogar puedo ser
al Mundo, desde aquí, mírenme aquí.
Chispas sobre la cara, no sol, no
más luz en este día, en este garbeo,
en que todo está escrito si pervive
su música, si mu música vivo.

















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