domingo, 18 de diciembre de 2011

5441.- LEOPOLDO LUGONES



Leopoldo Lugones (n. Villa de María del Río Seco, Córdoba, Argentina, 13 de junio de 1874 - † Tigre, Buenos Aires, Argentina, 18 de febrero de 1938) fue un poeta, ensayista, periodista y político argentino.


Leopoldo Lugones nació el 13 de junio de 1874 en la localidad de Villa María del Río Seco ubicada en el norte de la provincia de Córdoba, como el primer hijo de Santiago M. Lugones y Custodia Argüello.
Su padre, Santiago M. Lugones, quien era hijo de Pedro Nolasco Lugones, iba de regreso a Santiago del Estero, de donde el linaje de la familia es originário, desde la Ciudad de Buenos Aires cuando al detenerse en Villa María del Río Seco conoció a Custodia Argüello.
Al momento de conocer a quien sería la madre del poeta, la localidad de Villa María del Río Seco era territorio disputado entre las provincias de Santiago del Estero y Córdoba.
Fue su madre quien le enseñó a Leopoldo las primeras letras y fue responsable de una formación católica muy estricta.
Cuando Lugones tenía seis años y luego del nacimiento del segundo hijo del matrimonio, Santiago Martín Lugones (1878, Villa María del Río Seco), la familia se trasladó a la ciudad de Santiago del Estero y más tarde a Ojo de Agua, una pequeña villa situada en el sur de la provincia de Santiago del Estero cerca del límite con la provincia de Córdoba, donde nacieron los dos hermanos menores del poeta: Ramón Miguel Lugones (1880, Santiago del Estero), y el menor de los cuatro hermanos, Carlos Florencio Lugones (1885, en Ojo de Agua, Santiago del Estero).
Más tarde sus padres lo envían a cursar el bachillerato en el Colegio Nacional de Monserrat, en Córdoba, donde vive con su abuela materna. En 1892 su familia se trasladaría a esa ciudad y en esa época comienza a realizar sus primeras experiencias en el campo del periodismo y la literatura.
Contrae matrimonio en la Ciudad de Córdoba con Juana Agudelo. En el año 1896 se traslada a Buenos Aires.
En 1897 nace su único hijo, Leopoldo "Polo" Lugones, a quien José Féliz Uriburu lo nombraría Comisario Inspector de la Policía durante su dictadura. Tarea que realizó sin pertenecer a la fuerza de seguridad y como único antecedente haber sido Director de un Instituto de menores durante la presidenciad de Marcelo T. de Alvear. Durante esta tarea fue condenado por la violación de un menor y otros actos aberrantes. El propio Leopoldo Lugones le pidió "de rodillas" al presidente Hipólito Yrigoyen el perdón para su hijo "Polo" por "el buen nombre de su familia", solicitud que atendió Yrigoyen. Años más tarde Leopoldo "Polo" Lugones introdujo el uso de la picana eléctrica como método de tortura para sacar información a los detenidos que se oponían al régimen.
En 1898 Mariano de Vedia le presenta al presidente Julio Argentino Roca, quien en ese momento iniciaba su segundo mandato al frente del Poder Ejecutivo Nacional.
En 1906 y 1911 realiza sendos viajes a Europa, travesías entonces consideradas imprescindibles en la élite intelectual porteña.
Mientras tanto, en Buenos Aires, genera constante polémica no tanto por su obra literaria sino por su protagonismo político que sufre fuertes virajes ideológicos a lo largo de su vida, pasando por el socialismo, el liberalismo, el conservadurismo y el fascismo.
Decepcionado, precisamente, por las circunstancias políticas de la década de 1930 y quizás por su propia militancia, se suicida el 18 de febrero de 1938 en un hotel de Tigre, Buenos Aires, (llamado "El Tropezón") al ingerir una mezcla de cianuro y whisky.


Actividad literaria y política
Lugones (tercero desde la izquierda, de pie) junto a otros intelectuales, al fundarse (1928) la Sociedad Argentina De Escritores. Horacio Quiroga es el primero de la izquierda y sentados, Baldomero Fernández Moreno a la izq, y en el centro, se encuentra Alberto Gerchunoff.
La actividad literaria y política de Lugones comienza en Córdoba con su incursión como periodista en El Pensamiento Libre, publicación considerada atea y anarquista, y participa en la fundación del primer centro socialista en esa ciudad. En esa época publica poesía con el seudónimo Gil Paz.
Poco después, ya en Buenos Aires, se une al grupo socialista que integran, entre otros escritores, José Ingenieros, Alberto Gerchunoff, Manuel Baldomero Ugarte y Roberto Payró y escribe de manera esporádica para varios medios, entre los que se cuentan el periódico socialista La Vanguardia y el periódico roquista Tribuna. En esa época conoce a Rubén Darío, quien tendría importante influencia en su obra y cuyo prestigio le facilitaría el ingreso al diario La Nación.
En 1897 Lugones publica su primer libro, Las montañas del oro, de estilo inspirado en el simbolismo francés. Algunos capítulos de este libro habían sido publicados en una revista dirigida por Paul Groussac llamada La Biblioteca.
El 13 de noviembre de 1899 adhirió a la masonería al iniciarse en la logia1
En 1903 es expulsado del socialismo al apoyar la candidatura conservadora de Manuel Quintana para la presidencia de la República.


En 1905 publica Los crepúsculos del jardín, obra cercana al Modernismo y recoge también las tendencias de la literatura francesa, en particular el simbolismo, estilo que se profundizaría con su celebrado Lunario sentimental publicado en 1909.
Experimenta con cuentos de misterio en 1906 con su obra Las fuerzas extrañas; este libro junto con Cuentos fatales (1926) son considerados precursores de la narrativa breve en Argentina, que tendrá una vasta tradición a lo largo de todo el siglo XX.
De regreso de sus experiencias europeas, Lugones publica su ensayo Historia de Sarmiento (1911). En 1913 pronuncia en el Teatro Odeón una serie de conferencias, titulada "El Payador", ante la presencia, entre otros personajes ilustres, del entonces presidente Roque Sáenz Peña; el tema principal de las conferencias (recopiladas y publicadas en 1916) era el poema gauchesco Martín Fierro y la exaltación de la figura del gaucho como paradigma de nacionalidad. En la obra de Domingo Faustino Sarmiento y de José Hernández, Lugones encuentra lo que él llama "la formación del espíritu nacional".
"Facundo y Recuerdos de provincia son nuestra Ilíada y nuestra Odisea. Martín Fierro nuestro Romancero (...)" (Historia de Sarmiento, Leopoldo Lugones, 1911).
La consideración del Martín Fierro como emblema de la literatura argentina se debe, en gran medida, a la interpretación de Lugones sobre la influencia de esta obra en la formación de una identidad cultural.
En 1920 comienza a advertirse un giro hacia las ideas nacionalistas con la publicación de un libro de doctrina política, Mi beligerancia. Al año siguiente publica una obra que puede considerarse de divulgación científica, El tamaño del espacio y en 1922, en un retorno al simbolismo, publica Las horas doradas.
En 1923 pronuncia una conferencia en el teatro Coliseo de Buenos Aires, titulada "Ante la doble amenaza", que le reporta un inmediato repudio de parte del espectro político democrático. En esa ocasión el dirigente socialista Alfredo Palacios lo califica de chauvinista.
En 1926 recibe el Premio Nacional de Literatura y en 1928 preside la Sociedad Argentina de Escritores. Ya en esa época era un ferviente impulsor de las tendencias fascistas que caracterizaban a parte de los militares argentinos.
Lugones es un importante propagandista del golpe militar protagonizado por José Félix Uriburu el 6 de septiembre de 1930, que derroca de la presidencia al caudillo radical Hipólito Yrigoyen. Su estrecha relación con el régimen instaurado ese año le vale el rechazo de los círculos intelectuales porteños.
A pesar de su adhesión al nacionalismo autoritario desde la década de 1920, Lugones se opuso al antisemitismo mientras muchos intelectuales destacados lo profesaban abiertamente.
En 1935 escribe el prólogo al libro "La mentira más grande de la historia: los protocolos de los sabios de Sion", de Benjamín W. Segel (Ediciones D.A.I.A., Buenos Aires 1936). La obra denuncia como falsificación al célebre escrito antisemita conocido como Protocolos de los Sabios de Sion.
El 18 de febrero de 1938 se quita la vida en un recreo del Delta de Tigre, llamado El Tropezón, al ingerir una mezcla fatal de whisky y cianuro. La frustración política, como causa de su decisión de suicidio, ha sido, por siempre, la más difundida. Empero, publicaciones recientes en bibliografía argentina, han echado otra luz. Lugones estuvo muy enamorado de una muchacha que conoció en una de sus conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras. Mantuvo con ella una relación sentimental y apasionada. Descubierto y presionado por su hijo, debió abandonarla. Esto lo habría precipitado en un declive depresivo que acabaría así con su vida.2
Sus descendientes no han escapado a este sino trágico. Su hijo Leopoldo Lugones (hijo), llamado Polo, se suicidó en 1971; su hija Susana, a quien llamaban Pirí, fue detenida desaparecida en diciembre de 1978 durante el Terrorismo de Estado. Su otra hija, Carmen, a quien llamaba Babú sigue con vida. Uno de los hijos de Pirí, Alejandro, se suicidó al igual que su bisabuelo en Tigre. Esto conforma un destino familiar trágico, curiosamente muy parecido al de la estirpe de Horacio Quiroga, su amigo y admirador.


Poesía
Los mundos (1893)
Las montañas del oro (1897)
Los crepúsculos del jardín (1905)
Lunario sentimental (1909)
Odas seculares (1910)
El libro fiel (1912)
El libro de los paisajes (1917)
Las horas doradas (1922)
Romancero (1924)
Poemas solariegos (1927)
La copa de jade (1935)
Romances del Río Seco (1938)
Obras poéticas completas (1952)


Narrativa
La guerra gaucha, (1905)
Las fuerzas extrañas, (1906)
Cuentos fatales, (1926)
El Hombre Muerto (1907) publicado por la revista Caras y Caretas.
El Ángel de la Sombra (su única novela, 1926)


Otros escritos
La reforma educacional: un ministro y doce académicos (1903)
Las limaduras de Hephaestos, incluye:
Piedras Liminares (1910)
Prometeo, un proscripto del sol (1910)
Didáctica (Lugones)|Didáctica (1910)
Historia de Sarmiento (1911)
Elogio de Ameghino (1915)
El problema feminista (1916)
Mi beligerancia (1917)
Las industrias de Atenas (1919)
La torre de Casandra (1919)
Rubén Darío (1919)
El tamaño del espacio (1921)
Estudios helénicos, incluye:
Estudios helénicos (1923)
La dama de la Odisea (1924)
Héctor el domador (1924)
Nuevos estudios helénicos (1928)
Acción, las cuatro conferencias patrióticas del Coliseo
La organización de la paz (1925)
Elogio de Leonardo (1925)
La grande Argentina (1930)
La patria fuerte (1930)
Política revolucionaria (1931)
El estado equitativo: ensayo sobre la realidad argentina (1932)
Roca (1938)










DELECTACIÓN MOROSA


La tarde, con ligera pincelada
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil decoración morada.


Surgió enorme la luna en la enramada;
las hojas agravaban su sigilo,
y una araña en la punta de su hilo,
tejía sobre el astro, hipnotizada.


Poblóse de murciélagos el combo
cielo, a manera de chinesco biombo;
sus rodillas exangües sobre el plinto


manifestaban la delicia inerte,
y a nuestros pies un río de jacinto
corría sin rumor hacia la muerte.






A LOS GAUCHOS


Raza valerosa y dura
que con pujanza silvestre
dio a la patria en garbo ecuestre
su primitiva escultura.
Una terrible ventura
va a su sacrificio unida,
como despliega la herida
que al toro desfonda el cuello,
en el raudal del degüello
la bandera de la vida.


Es que la fiel voluntad
que al torvo destino alegra,
funde en vino la uva negra
de la dura adversidad.
Y en punto de libertad
no hay satisfacción más neta,
que medírsela completa
entre riesgo y corazón,
con tres cuartas de facón
y cuatro pies de cuarteta.


En la hora del gran dolor
que a la historia nos paría,
así como el bien del día
trova el pájaro cantor,
la copla del payador
anunció el amanecer,
y en el fresco rosicler
que pintaba el primer rayo,
el lindo gaucho de Mayo
partió para no volver.


Así salió a rodar tierra
contra el viejo vilipendio,
enarbolando el incendio
como estandarte de guerra.
Mar y cielo, pampa y sierra,
su galope al sueño arranca,
y bien sentada en el anca
que por las cuestas se empina
le sonríe su Argentina
linda y fresca, azul y blanca.


Luego al amor del caudillo
siguió, muriendo admirable,
con el patriótico sable
ya rebajado a cuchillo;
pensando, alegre y sencillo,
que en cualesquiera ocasión,
desde que cae al montón
hasta el día en que se acaba,
pinta el cub de la taba
la existencia del varón.


Su poesía es la temprana
gloria del verdor campero
donde un relincho ligero
regocija la mañana.
Y la morocha lozana
de sediciosa cadera,
en cuya humilde pollera,
primicias de juventud
nos insinuó la inquietud
de la loca primavera.


Su recuerdo, vago lloro
de guitarra sorda y vieja,
la patria no apareja
preopación ni desdoro.
De lo bien que guarda el oro,
el guijarro es argumento;
y desde que el pavimento
con su nivel sobrepasa,
va sepultando la casa
las piedras de su cimiento.






LA BLANCA SOLEDAD


Bajo la calma del sueño,
calma lunar de luminosa seda,
la noche
como si fuera
el blanco cuerpo del silencio,
dulcemente en la inmensidad se acuesta.
Y desata
su cabellera,
en prodigioso follaje de alamedas.


Nada vive sino el ojo
del reloj en la torre tétrica,
profundizando inútilmente el infinito
como un agujero abierto en la arena.
El infinito.
Rodado por las ruedas
de los relojes,
como un carro que nunca llega.


La luna cava un blanco abismo
de quietud, en cuya cuenca
las cosas son cadáveres
y las sombras viven como ideas.
Y uno se pasma de lo próxima
que está la muerte en la blancura aquella.
De lo bello que es el mundo
poseído por la antigüedad de la luna llena.
Y el ansia tristísima de ser amado,
en el corazón doloroso tiembla.


Hay una ciudad en el aire,
una ciudad casi invisible suspensa,
cuyos vagos perfiles
sobre la clara noche transparentan,
como las rayas de agua en un pliego,
su cristalización poliédrica.
Una ciudad tan lejana,
que angustia con su absurda presencia.


¿Es una ciudad o un buque
en el que fuésemos abandonando la tierra,
callados y felices,
y con tal pureza,
que sólo nuestras almas
en la blancura plenilunar vivieran?...


Y de pronto cruza un vago
estremecimiento por la luz serena.
Las líneas se desvanecen,
la inmensidad cámbiase en blanca piedra
y sólo permanece en la noche aciaga
la certidumbre de tu ausencia.






ELEGÍA CREPUSCULAR


Desamparo remoto de la estrella,
hermano del amor sin esperanza,
cuando el herido corazón no alcanza
sino el consuelo de morir por ella.


Destino a la vez fútil y tremendo
de sentir que con gracia dolorosa
en la fragilidad de cada rosa
hay algo nuestro que se está muriendo.


Ilusión de alcanzar, franca o esquiva,
la compasión que agonizando implora,
en una dicha tan desgarradora
que nos debe matar por excesiva.


Eco de aquella anónima tonada
cuya dulzura sin querer nos hizo
con la propia delicia de su hechizo
un mal tan hondo al alma enajenada.


Tristeza llena de fatal encanto,
en el que ya incapaz de gloria o de arte,
sólo acierto, temblando, a preguntarte
¡qué culpa tengo de quererte tanto!


Heroísmo de amar hasta la muerte,
que el corazón rendido te inmolara,
con una noble sencillez tan clara
como el gozo que en lágrimas se vierte.


Y en lenguaje a la vez vulgar y blando,
al ponerlo en tus manos te diría:
no sé cómo no entiendes, alma mía,
que de tanto adorar se está matando.


¿Cómo puedes dudar, si en el exceso
de esta pasión, yo mismo me lo hiriera,
sólo porque a la herida se viniera
toda mi sangre desbordada en beso?


Pero ya el día, irremediablemente,
se va a morir más lúgubre en su calma:
y más hundida en soledad mi alma,
te llora tan cercana y tan ausente.


Trágico paso el aposento mide....
Y al final de la alameda oscura,
parece que algo tuyo se despide
en la desolación de mi ternura.


Glorioso en mi martirio, sólo espero
la perfección de padecer por ti.
Y es tan hondo el dolor con que te quiero,
que tengo miedo de quererte así.






LA PALMERA


Al llegar la hora esperada
en que de amarla me muera,
que dejen una palmera
sobre mi tumba plantada.


Así cuando todo calle,
en el olvido disuelto,
recobrará el tronco esbelto
la elegancia de su talle.


En la copa, que su alteza
doble con melancolía,
se abatirá la sombría
dulzura de su cabeza.


Entregará con ternura
la flor, al viento sonoro,
el mismo reguero de oro
que dejaba su hermosura.


Como un suspiro al pasar,
palpitando entre las hojas,
murmurará mis congojas
la brisa crepuscular.


Y mi recuerdo ha de ser,
en su angustia sin reposo,
el pájaro misterioso
que vuelve al anochecer.






LIED DE LA BOCA FLORIDA


Al ofrecerte una rosa
el jardinero prolijo,
orgulloso de ella, dijo:
no existe otra más hermosa.


A pesar de su color,
su belleza y su fragancia,
respondí con arrogancia:
yo conozco una mejor.


Sonreíste tú a mi fiero
remoque de paladín...
Y regresó a su jardín
cabizbajo el jardinero.






TONADA


Las tres hermanas de mi alma
novio salen a buscar.
La mayor dice: yo quiero,
quiero un rey para reinar.
Esa fue la favorita,
favorita del sultán.


La segunda dice: yo
quiero un sabio de verdad,
que en juventud y hermosura
me sepa inmortalizar.
Ésa casó con el mago
de la ínsula de cristal.


La pequeña nada dice,
sólo acierta a suspirar.
Ella es de las tres hermanas
la única que sabe amar.
No busca más que el amor,
y no lo puede encontrar.






HIMNO A LA LUNA


Luna, quiero cantarte
Oh ilustre anciana de las mitologías,
Con todas las fuerzas del arte.


Deidad que en los antiguos días
Imprimiste en nuestro polvo tu sandalia,
No alabaré el litúrgico furor de tus orgías
Ni tu erótica didascalia,
Para que alumbres sin mayores ironías,
Al polígloto elogio de las Guías,
Noches sentimentales de mieses en Italia.


Aumenta el almizcle de los gatos de algalia;
Exaspera con letárgico veneno
A las rosas ebrias de etileno
Como cortesanas modernas;
Y que tu influjo activo,
La sangre de las vírgenes tiernas
Corra en misterio significativo.


Yo te hablaré con maneras corteses
Aunque sé que sólo eres un esqueleto,
Y guardaré tu secreto
Propicio a las cabelleras y a las mieses.


Te amo porque eres generosa y buena,
¡Cuánto, cuánto albayalde
Llevas gastado en balde
Para adornar a tu hermana morena!


[ .... ]


Entre nubes al bromuro,
Encalla como un témpano prematuro,
Haciendo relumbrar, en fractura de estrella,
Sobre el solariego muro
Los cascos de botella.
Por el confín obscuro,
Con narcótico balanceo de cuna,
Las olas se aterciopelan de luna;
Y abren a la luz su tesoro
En una dehiscencia de valvas de oro.


[ .... ]


Como una dama de senos yertos
Clavada de sien a sien por la neuralgia,
Cruza sobre los desiertos
Llena de más allá y de nostalgia
Aquella luna de los muertos.
Aquella luna deslumbrante y seca-
Una luna de la Meca ...






AL JOROBADO


Sabio jorobado, pide a la taberna,
Comadre del diablo, su teta de loba.
El vino te enciende como una linterna
Y en turris ebúrnea trueca tu joroba,
Porque de nodriza tuviste una loba
Como los gemelos de Roma la Eterna.


Sabio jorobado, tu pálida mueca
Tiene óxidos de odio como los puñales,
Y los dados sueltos de tu risa seca
Con los cascabeles disuenan rivales.
Tu risa amenaza como los puñales,
Como un moribundo se tuerce tu mueca.


Sabio jorobado, la pálida estrella
Que tú enamorabas desde una cornisa,
Como blanca novia, como astral doncella,
Del balcón del cielo cuelga su camisa.
Un gato me ha dicho desde la cornisa,
Sabio jorobado, que duermes con ella.


Demanda a la luna tu disfraz de boda
Y en íntimo lance finge a Pulcinela.
Pulula en el río tanta lentejuela
Para esos brocatos a la última moda,
Que en su fondo debes celebrar tu boda
Tal como un lunólogo dandy a la alta escuela.






PLEGARÍA DE CARNAVAL


¡Oh luna! que diriges como sportwoman sabia
Por zodíacos y eclípticas tu lindo cabriolé:
Bajo la ardiente seda de tu cielo de Arabia
¡Oh luna, buena luna!, quién fuera tu Josué.


Sin cesar encantara tu blancura mi tienda,
Con desnudes tan noble que la agraviara el tul;
Oh extasiado en un pálido antaño de leyenda
Tu integridad de novia perpetuara el azul.


Luna de los ensueños, sobre la tarde lila
Tu oro viejo difunde morosa enfermedad,
Cuando en un solitario confín de mar tranquila,
Sondeas como lúgubre garza la eternidad.


En tu mística nieve baña sus pies María
Tu disco reproduce la mueca de Arlequín,
Crimen y amor componen la hez de tu poesía
Embriagadora y pálida como el vino del Rhin.


Y toda esta alta fama con que elogiando vengo
Tu faz sietemesina de bebé en alcohol,
Los siglos te la cuentan como ilustre abolengo,
Porque tú eres, oh luna, la máscara del sol.






LA ÚLTIMA CARETA


La miseria se ríe con sórdida chuleta,
Su perro lazarillo le regala un festín.
En sus funambulescos calzones va un poeta,
Y en su casaca el huérfano que tiene por Delfín.


El hambre es su pandero, la luna su peseta
Y el tango vagabundo su padre nuestro. Crin
De león, la corona. Su baldada escopeta
De lansquenete impávido suda un fogoso hollín.


Va en dominó de harapos, zumba su copla irónica.
Por antifaz le presta su lienzo la Verónica.
Su cuerpo, de llagado, parece un huerto en flor.


Y bajo la ignominia de tan siniestra cáscara,
Cristo enseña a la noche su formidable máscara
De cabellos terribles, de sangre y de pavor.






VALSE NOBLE


En la tarde suave y cálida,
Desde el diván carmesí,
Alzas fielmente hasta mí
Tus lentos ojos de pálida.


Con la espectral ilusión
De la hora que te importuna
Un vago pavor de luna
Te acerca a mi corazón.


Por el cielo angelical
Se ahonda en místico ascenso
La soledad de un inmenso
Plenilunio inmaterial;


Que encantando los jardines
Viene casi lastimero,
Delirado en un ligero
Frenesí de violines.


En escena baladí,
Te infunde su poesía
Tan dulce melancolía,
Que quieres morir así.


Con el mimo de estar triste,
Buscas mi arrullo más blando,
Y te sorprendes llorando
Lágrimas que no sentiste.


(....)


Algo eleva nuestro ser,
Y la calma de la luna,
Nos embarga como una
Blanca nave ... a no volver.






LUNA MALIGNA


Con pérfido aparato
De amorosa fatiga,
Luce su oro en la intriga
Y en el ojo del gato.


Poetas, su recato
No pasa de su liga;
Evitad que os consiga
Su fácil celibato.


Su dulce Shakespeare canta
Su distinción de infanta de naranja;
Mas, cuando su alma aduna


Con Julieta infelice,
Swear not by the moon, dice:
"No juréis por la luna" .....






LA CACHILA


Un gemidito titila.
Por el aire, donde en vilo,
Como colgada de un hilo
Va subiendo la cachila.


Allá cerca ha hecho su nido,
De la huella que en el barro
Deja la mula del carro
Al pasar cuando ha llovido.


Y así el pajarillo blando,
Entre el riesgo y el estruendo,
Vive volando y gimiendo,
Muere gimiendo y volando.






ALMA VENTUROSA


Al promediar la tarde de aquel día,
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería.


Tu alma, sin comprenderlo, ya sabia. . .
con tu rubor me ilumino al hablarte,
y al separarnos te pusiste aparte
del grupo, amedrentada todavía.


Fue silencio y temblor nuestra sorpresa,
mas ya la plenitud de la promesa
nos infundía un jubilo tan blando,


que nuestros labios suspiraron quedos . . .
y tu alma estremecíase en tus dedos
como si se estuviera deshojando.






¿POR QUÉ, SEÑOR?


Señor, si llenas cada hora
de fresca vida renovada;
si vistes de rosa la aurora
y de púrpura la granada;


y en estéril vida senil
dejas la savia que florezca;
que aliente el tigre en su cubil
y en su red la araña se mezca:


¿por qué no diste la ventura
a su pecho lleno de amor?
¿Por qué la divina escultura
tan presto se rompe, Señor?
¿Era ella menos tu criatura
que la más diminuta flor?






A RUBÉN DARÍO Y OTROS CÓMPLICES


Habéis de saber
Que en cuitas de amor,
Por una mujer
Padezco dolor.
Esa mujer es la luna,
Que en azar de amable guerra,
Va arrastrando por la tierra
Mi esperanza y mi fortuna.
La novia eterna y lejana
A cuya nívea belleza
Mi enamorada cabeza
Va blanqueando cana a cana.
Lunar blancura que opreso
Me tiene en dulce coyunda,
Y si a mi alma vagabunda
La consume beso a beso,
A noble cisne la iguala,
Ungiéndola su ternura
Con toda aquella blancura
Que se le convierte en ala.
En cárcel de tul,
Su excelsa beldad
Captó el ave azul
De mi libertad.
A su amante expectativa
Ofrece en claustral encanto,
Su agua triste como el llanto
La fuente consecutiva.
Brilla en lo hondo, entre el murmurio,
Como un infusorio abstracto,
Que mi más leve contacto
Dispersa en fútil mercurio.
A ella va, fugaz sardina,
Mi copla en su devaneo,
Frita en el chisporroteo
De agridulce mandolina.
Y mi alma, ante el flébil cauce,
Con la líquida cadena,
Deja cautivar su pena
Por la dríada del sauce.
Su plata sutil
Me dio la pasión
De un dardo febril
En el corazón.
Las guías de mi mostacho
Trazan su curva; en mi yelmo,
Brilla el fuego de San Telmo
Que me erige por penacho.
Su creciente está en el puño
De mi tizona, en que riela
La calidad paralela
De algún ínclito don Nuño.
Desde el azul, su poesía
Me da en frialdad abstrusa,
Como la neutra reclusa
De una pálida abadía.
Y más y más me aquerencio
Con su luz remota y lenta,
Que las noches trasparenta
Como un alma del silencio.
Habéis de saber
Que en cuitas de amor,
Padezco dolor
Por esa mujer.






A TI, LA ÚNICA
(Quinteto de la Luna y el Mar)


Piano
Un poco de cielo y un poco de lago
donde pesca estrellas el grácil bambú,
y al fondo del parque, como íntimo halago,
la noche que mira como miras tú.


Florece en los lirios de tu poesía
la cándida luna que sale del mar,
y en flébil de azul melodía,
te infunde una vaga congoja de amar.


Los dulces suspiros que tu alma perfuman
te dan, como a ella, celeste ascensión,
la noche..., tus ojos..., un poco de Schuman...
y mis manos llenas de tu corazón.


Primer violín
Largamente, hasta tu pie
se azula el mar ya desierto,
y la luna es de oro muerto
en la tarde rosa té.


Al soslayo de la luna
recio el gigante trabaja,
susurrándote en voz baja
los ensueños de la luna.


Y en la lenta palpitación,
más grave ya con la sombra,
viene a tenderte la alfombra
su melena de león.


Segundo violín
La luna te desampara
y hunde en el confín remoto
su punto de huevo roto
que vierte en el mar su clara.


Medianoche van a dar,
y al gemido de la ola,
te angustias, trémula y sola,
entre mi alma y el mar.


Contrabajo
Dulce luna del mar que alargas la hora
de los sueños del amor; plácida perla
que el corazón en lágrimas atesora
y no quiere llorar por no perderla.
Así el fiel corazón se queda grave,
y por eso el amor, áspero o blando,
trae un deseo de llorar, tan suave,
que sólo amarás bien si amas llorando.


Violonchelo
Divina calma del mar
donde la luna dilata
largo reguero de plata
que induce a peregrinar.


En la pureza infinita
en que se ha abismado el cielo,
un ilusorio pañuelo
tus adioses solicita.


Y ante la excelsa quietud,
cuando en mis brazos te estrecho
es tu alma, sobre mi pecho,
melancólico laúd.






EL AMOR ETERNO


Deja caer las rosas y los días
una vez más, segura de mi huerto.
Aún hay rosas en él, y ellas, por cierto,
mejor perfuman cuando son tardías.


Al deshojarse en tus melancolías,
cuando parezca más desnudo y yerto,
ha de guardarse bajo su oro muerto
las violetas más nobles y sombrías.


No temas al otoño, si ha venido.
Aunque caiga la flor, queda la rama.
La rama queda para hacer el nido.


Y como ahora al florecer se inflama,
leño seco, a tus plantas encendido,
ardiente rosas te echarán en su llama.






A BUENOS AIRES


Primogénita ilustre del Plata,
En solar apertura hacia el Este.
Donde atado a tu cinta celeste
Va el gran río color de león;
Bella sangre de prósperas razas
Esclarece tu altivo salvaje
Pinta su nombre sazón.


Arca fuerte de nuestra esperanza.
Fuste insigne de nuestro derecho.
Como el bronce leal sobre el pecho
Asegura al país tu honra fiel.
La genial Libertad, en tu cielo
Fino manto a la patria blasona,
Y eres tú quien le porta en corona
El decoro natal del laurel.


En tu frente, magnífica torre
De la estirpe, tranquila campea
corno amable paloma la idea
De ser grata a los hombres de paz...
esperanza la impulsa y, parece
Cuando así su remonte acaudalas.
Que de cielo le empluma las alas
Aquel soplo pujante y audaz.


Joya humana del mundo dichoso
Que te exalta a su bien venidero.
Como el alba anticipa al lucero
Aun dormida en su pálido tul,
Cada vez que otro día dorado
Te aproxima a la nueva ventura.
Se diría que el sol te inaugura
Sobre abismos más hondos de azul.


Certidumbre de días mejores
La igualdad de los hombres te inicia
En un vasto esplendor de justicia
Sin iglesia, sin sable y sin ley
Gajo vil de ignorancia y miseria
Todavía espinando retoña
Sobre la áspera Cruz de Borgoña
Que trozaste en los tiempos del rey.






LAS HORAS DORADAS


Cuatro bellezas tiene el año,
Cuatro bellezas como tú,
Que me enumera el bonzo extraño
Con su puntero de bambú.


Es la primera, al desperezo
De un amor todavía leve,
La temprana flor del cerezo
Que se mezcla a la última nieve.


La segunda es el sol del estío,
Que en el kaki de fuego y miel,
Pinta al amante desvarío
La mordedura dulce y cruel.


Cuando el amor se acendra en lloro
Y el otoño agobia la rama,
La tercera es la luna de oro
Sobre el lejano Fuziyama.


Y la belleza del invierno
Es el frío, el frío sutil
Que refugia en mi pecho tierno
Tus lentas manos de marfil.


Mas se equivoca el bonzo extraño
Con su doctrina y su bambú.
Cuatro bellezas tiene el año,
Pero ninguna como tú.






EL NIDO AUSENTE


Sólo ha quedado en la rama
un poco de paja mustia
y, en la arboleda, la angustia
de un pájaro fiel que llama.
Cielo arriba y senda abajo,
no halla tregua a su dolor,
y se para en cada gajo
preguntando por su amor.
Ya remonta con su queja,
ya pía por el camino
donde deja en el espino
su blanda lana la oveja.
Pobre pájaro afligido
que sólo sabe cantar
y, cantando, llora el nido
que ya nunca ha de encontrar.






EL HORNERO


La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.


En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.


Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.


Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.


Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.


Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.


Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.


La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.


La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.


Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.


Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.


La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.


Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.






LA GARZA


En su abstracto candor, el tiempo vano
Inmoviliza eterno, hondo, distante,
La soledad obscura del pantano
Y una línea de tiza interrogante ...






LA TORCAZ


El pleno sol goza enhiesta
Sobre un seco y alto tronco.
Desgrana en su arrullo ronco
Su áurea mazorca la siesta.


El follaje, más umbrío,
Le ofrece en vano su toldo,
Y en palpitante rescoldo
Mulle su pluma el estío...






EL MARTÍN PESCADOR


Sobre el remanso azul, agudo acecha
Desde un lánguido gajo del sauzal,
En inminente inclinación de flecha,
La lentitud profunda del caudal.


Oro de sol en la corriente boya...
Y destellando un súbito arrebol,
Identifica el pájaro en su joya,
Sauce verde, agua azul, y oro de sol...






EL PICAFLOR


Run ... dun, run ... dun ... Y al tremolar sonoro
Del vuelo audaz y como un dardo, intenso,
Surgió de pronto, ante una flor suspenso,
En vibrante ascua de esmeralda y oro.


Fue color... luz... color... A un brusco giro,
Un haz de sol lo arrebató al soslayo;
Y al desaparecer con aquel rayo,
Su ascua fugaz carbonizó en zafiro.






LA TARDE CLARA


En el jagüel, más trémulo, la rana
Repercute sus teclas cristalinas.
La noche, por detrás de las colinas,
Su ala de torvo azul tiende cercana.
No acaban de decir "hasta mañana",
Locas de inmensidad las golondrinas...






LA NOCHE PURA


Floreció, con la lluvia, en los jardines,
El cándido jazmín de primavera.
La noche, cual profunda enredadera,
Cuaja también en luz claros jazmines...












Piano


Un poco de cielo y un poco de lago
donde pesca estrellas el glácil bambú,
y al fondo del parque, como íntimo halago,
la noche que mira como miras tú.


Florece en los lirios de tu poesía
la cándida luna que sale del mar,
y en flébil de azul melodía,
te infunde una vaga congoja de amar.


Los dulces suspiros que tu alma perfuman
te dan, como a ella, celeste ascensión,
la noche..., tus ojos..., un poco de Schuman...
y mis manos llenas de tu corazón.











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