sábado, 24 de diciembre de 2011

ALBERTO BAEZA FLORES [5.535]


Alberto Baeza Flores

Alberto Baeza Flores (Santiago de Chile, 11 de enero de 1914 - Miami, Florida, 6 de enero de 1998) fue un poeta, escritor y periodista chileno.

Nació el 11 de enero de 1914 en Santiago de Chile. Adscrito a la Generación de 1938, residió durante muchos años en Cuba, Costa Rica y otros países. En 1939, al frente de una delegación del Gobierno del Frente Popular, llegó a Cuba, de donde no partiría hasta mediada la década de los sesenta. En La Habana se vinculó al grupo Orígenes junto con Lezama Lima y Gastón Baquero. En Bayamo, Cuba, nació su hija, la cantante y actriz Elsa Baeza, de su esposa cubana, Elsa Pacheco Reyes.1 Murió en Miami el 6 de enero de 1998, a los 83 años de edad.

Fue cofundador de las revistas La Poesía Sorprendida, Acento y Expresión.

Obra

Poemario

Experiencia de sueño y destino (1937)
Ánimo para siempre (1938).
Dolorido sentir (1942).
Isla en las islas (1946).
Nuevas elegías en el Caribe (1946).
Rapsodia cubana (1947).
Provincia de amor (1950).
Nostálgico Sur (1952).
Corazón cotidiano (1954).
Transeúnte de los sueños (1957).
Poesía escrita en las Antillas (1960).
Las cadenas vienen de lejos: Cuba, América Latina y la libertad (1961).
Hombre peregrino (1962).
Prisión sin muros (1964).
País de la memoria (1964).
La muerte en el paraíso: Novela de la revolución Cubana (1965).
Papeles en el viento (1965).
El tiempo pasajero (1966).
El mundo como reino (1967).
A la sombra de las galaxias (1968).
Días como años (1970).
Tercer mundo. Poesía comprometida (1970).
Cuaderno de la madre y del niño (1970).
Israel (La estrella en el huracán) (1970).
Canciones a la orilla del sueño (1970).
Frontera del adiós (1970).
Caribe amargo (1970).
Tres piezas de teatro hacia el mañana (Shakespeare Siglo XXI) (1971).
El pan sobre las aguas (1971).
Tihuanaqu (1972)
Caminante en España (1973).
Poemas escritos sobre la tierra de Israel (1973).
Sol inca (1974).
Cuaderno del viajero (1974).
Odisea sin patria (1975).
Cuaderno de Natalia (dedicado a su nieta, 1977).
Geografía interior (1980).
Poesía sucesiva (1980).
Poesía al instante (1981)
Guitarra chilena (1981).
Poeta en el oriente planetario (1981).
Las galerías invisibles (1981).
Por tanto tiempo a amor estoy ligado (1982).
Testimonio secreto (1982).
Siempre la vida, I (1982).
Siempre la vida, II (1982).
La persistencia de vivir (1982).
Continuidad (1983)
Galáctico I (1984)
Vivir así (1984).
Poemas en Yugoslavia (1984).
Despedida (1984).
Soledad íntima (1984).
Galáctico II (1985).
Poemas esenciales (1985).
Galáctico III' (1986).
Chile, un país para el regreso (1986).
Chile, guitarra de América (1987)
Poemas de la Alta Andalucía (1987).
Chile, intimidad de un regreso (1989).
Chile, alero planetario (1991).
Las dos orillas: Poemas de los encuentros (1991).

De poesía

Antología de la poesía hispanoamericana (1959).
La poesía dominicana en el siglo XX (1975).
Poesía en el tiempo, 1934-1974 (1975).
Cuba, el laurel y la palma (1977).
Poesía caminante, 1934-1984 (antología, 1986).
Realizó biografías sobre José Martí, Simón Bolívar y ensayos sobre temas literarios e históricos.

Traducciones

Poemas para cuatro manos, Beatriz Zeller (1980).
En antologías[editar]
8 nuevos poetas chilenos (1939)

Cargos

Miembro Correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua (1987) (Chile).
Miembro Honorario de la Asociación Prometeo de Poesía (España).
Primer Presidente de Honor de la Academia Iberoamericana de Poesía (1989) (Chile).

Distinciones y premios

Premio de Cuento Alfonso Hernández Catá (1954) (Cuba)4
Caballero de la Orden al Mérito de Duarte, Sánchez y Mella (1973) (República Dominicana)
Premio Caonabo de Oro (1980) (República Dominicana)
Premio Prometeo de Plata (1984) (España)
Premio Prometeo de la Poesía (España)
Comendador de la Orden de la Encina (España)
Doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (1984) (Santo Domingo)5
Premio Ciudad de Baeza.



LA LLAVE FINAL

Ya la voz del soñar casi no me acompaña.
El vino de arroz embriaga como el viento.
La guerra más feroz está en nosotros.
El dolor siempre borra fronteras de nostalgias.
¿Qué nos queda de todo lo vivido?
Acaso esa estrella invisible que en nuestras manos se ha dormido
y era la llave -final- del Paraíso.

(De Despedida)



EN PARÍS ERA OTOÑO Y LAS HOJAS CAÍAN

En París era otoño y las hojas caían
con una levedad dorada de milagro.
Eras la bien amada y eras la bien perdida,
la viajera infinita que ilusiona el verano.
En París era otoño y las hojas caían.
Nunca más andarían tan juntos nuestros pasos.
Le dabas a mi vida países imposibles,
vagos sueños errantes con sus colas de pájaros.
En París era otoño y las hojas caían
a un secreto soñar de todo lo que amábamos
Sonreías, a veces, como si no te fueras
y a mi amor melancólico le dabas su oro pálido

(De Testimonio secreto)



Lumbre secreta

Un silencio de rosas te perfumaba el pelo,
la sombra de la ausencia movía los rosales,
una sonrisa ardiente iba quemando el alma.
Las islas cambiaban sueños en la noche,
el amor regalaba sus nombres a las cosas.
Olvidar era un poco aprender a morir.
Ausencias y ciudades continuaban
uniéndome en el sueño,
volvía la ola a relatarme tu infancia,
pero el tiempo había encanecido de pronto
y sólo era posible escuchar una lluvia invisible
en la última galería del corazón.


1

Con Elsa descendimos escalón a escalón
en la inocencia de los siglos.
(Naturalmente, era en Atenas
y los tiempos aún no se habían confundido).
Entonces, escuchamos a la Fuerza decir:
"Todo es dado a los seres menos gobernar a los dioses."
Y nos quedamos en silencio.


2

También navegan los callados sonidos
en espera de un barco que se ha ido
no sé a cuáles mares ignorados
en busca de otros sueños de la tierra.

También se ha ido el que no debió haber venido
porque se había hecho demasiado tarde
en esta tierra.

(De Dos homenajes, inédito)
(Textos publicados en Carta de la Poesía, A.P.P.,
nos. 52, 54 y 55, 1998)



Casa de los poetas
con sonidos de mar y canto,
volando del cielo a los ojos,
de la luz a los pasos.
Casa de los poetas,
alegoría del descanso,
umbral, perdido,
casa azul,
alejada de toda mano.
Casa de los poetas
sin jardín extraviado.

(Infancia de Canciones y recuerdos, pág. 44).




Poemas de Alberto Baeza Flores


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1937-07-11. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA

Son cuatro nombres que han llegado juntos: Luis Merino Reyes, el poeta de “Las Islas de Música”; Francisco Santana, quien señaló los “Cauces de la Voz”; Victoriano Vicario, que descubrió “El Lamparero Alucinado” y Alberto Baeza Flores, que ha entregado su primera obra con el sugestivo título de “Experiencia de Sueño y Destino”.

La poesía chilena adquiere en este último tiempo un hondo significado de depuración y síntesis; tiene raíces en Neruda, Juvencio Valle, Huidobro, entre los chilenos; en García Lorca, Alberti, Pedro Salinas, entre los españoles. No significa esto sin embargo que esté desprovista de un sentido de originalidad. No. nuestros poetas más jóvenes han recibido de ellos benéfica influencia, sin perder sus rasgos de poetas auténticos. Un sentido de equilibrio eclecticismo se destaca en los mejores poemas.

Merino Reyes posee la expresión de la lejanía de las cosas materiales y de la muda cercanía de las cosas lejanas. Él nos dice:

“En mi obstinada soledad, en mi tristeza,
brota como un perfume su recuerdo sin fatiga.
Viene tan lenta como vestida con alas de la noche
y se prolonga por mi cuerpo en busca de sus caminos.”

Francisco Santana ha hecho luminosa su pupila de poeta en los paisajes del sur. De él ha escrito Alone: “Alma clara, todo lo esclarece y levanta insensiblemente como en un sueño lúcido, de una música fina que es preciso escuchar con recogimiento.”

“El Lamparero Alucinado” de Victoriano Vicario, atestigua lo que hemos afirmado de la nueva raigambre poética y de la belleza del canto. Junto a versos oscuros, ambiguos y de dudoso gusto, destácanse limpias imágenes, bellos pensamientos.

En este grupo, Alberto Baeza Flores, se destaca con signos de fuerza y expresión novedosa. Se sitúa la poesía “como la imagen emocionada y viva para comentar los días y los hechos en la tierra; toque final y encendido sobre los símbolos y el idioma. Y penetrando más íntimamente en la actitud que debe asumir el poeta de hoy, nos dice: “En cada uno la poesía será el acento de vida que en su parcela humana le correspondió. Aún más: su experiencia, su modo, su imagen y su anhelo”.

Quien se adentre con paso lento en esta “Experiencia de Sueño y Destino”, podrá observar cómo en la mayoría de los poemas desaparece la técnica tradicional del verso, para dar paso a una armonía íntima, enlazada al subconsciente y que no conducen a término seguro; otros, limpios hasta la brizna, suaves, con luz de mediodía. Pero en todos los viajes de su poesía, lleva la flor de la sinceridad, y aún en sus imágenes más atrevidas se adivina un deseo de auto-depuración.

Es su propia vida la que ha dividido su obra; son cuatro periodos de su sensibilidad: “El sombrero en tristeza”, Flor sin Cauce”, “Los Héroes y las Alas”, “Actitud”. A nuestro juicio, “Flor sin Cauce”, reúne los mejores poemas del libro, sin que esto signifique la negación de su obra posterior.

En los primeros poemas, aparece el poeta trayéndonos el canto como un niño deslumbrado ante la belleza que cayó en sus ojos. Sufre la ceguera de la luz y oscurece la expresión poética. Mas el poeta vence a menudo e ilumina el túnel de su tránsito con aciertos de verdadera poesía como estos:

“Amanecida retardada,
luz en los dedos y en la sombra”.
(Ámbito, pág. 21).


Estamos tan pobres como los caminos tendidos al invierno
o la voz de alguna casa remota en la montaña”.
(Rosa de Entretiempo, pág. 26).


“Ahora la esperanza.
Pero la luz viene siempre amaneciendo el mundo
y la noche se apaga como un vuelo”.
(Alto de Sueño y Noche, pág. 34).

Por las citas que dejo apuntadas, se nos revela el recio temperamento de Baeza Flores frente a la poesía. Las cosas cotidianas llenan sus versos de expresión inusitada y le comunican cierta tristeza: el poeta se mira entonces en el espejo de su adolescencia.

“Flor sin Cauce”, es la casa lírica de Baeza Flores. Su espíritu transita en el silencio de las habitaciones y señala imágenes de extraña concordancia, se ha desnudado de lo material frente a la ausencia; hay un viaje que lo enloquece:

“Pienso cómo se van los años de mi lado
y que en el tiempo existe obediencia mejor,
y entrego la sonrisa, la voz y la mirada
como se entregan todas las mañanas de Dios.”
(Destino, pág. 36).

El poeta sabe captar con delicadeza la expresión aún más material:

“Más vale el dulce aguardar en aguas claras,
la verdad de las bestias y los pastos,
cuando se hace la voz de suaves rosas
y se van los caminos de las manos.”

Dijimos que “Flor sin Cauce” era la casa lírica del poeta; él habita en silencio y dibuja en los muros los paisajes de su mundo interior. Ha mirado los caminos de su vida y junto a ellos ha construido esta casa maravillosa:

“Casa de los poetas
con sonidos de mar y canto,
volando del cielo a los ojos,
de la luz a los pasos.
Casa de los poetas,
alegoría del descanso,
umbral, perdido,
casa azul,
alejada de toda mano.
Casa de los poetas
sin jardín extraviado.”
(Infancia de Canciones y recuerdos, pág. 44).

“Los Héroes y las Alas” y “Actitud”, nos traen al poeta de la ciudad que vive entre rascacielos y siente la angustia de los hombres. Él nos recuerda la poesía sonámbula de Alberto Rojas Jiménez y estampa estos versos suyos:

“Aviones taciturnos nacen con el día
y cada día nos trae una flor ya marchita.”

El sol de la ciudad ha quemado los jardines del poeta y hasta el amor de una imagen lejana, se quiebra sobre su desolación.

Hay asomos de sensualismo en algunos de sus poemas; Baeza Flores pretende reflejar la realidad cruda y sórdida:

“Cuando las parejas se abrazan en los tranvías
y la danza corre sobre los rieles dormidos,
el domingo termina en un pastoreo de manadas y estampas
o entre los cristales colmados del sol del vino.”
(Regreso, pág. 65)

No reside ciertamente en esta modalidad el mejor acierto de nuestro poeta; quisiéramos que no se dejara conducir por esta poesía que pisa en las calles de la materia sin soplos de espiritualidad; así lograría desprenderse de la sombra de Pablo Neruda, quien está presente en estos últimos poemas.

Alberto Baeza, que posee un temperamento poético privilegiado, evitará en lo sucesivo expresiones tan prosaicas como estas:

“Esta noche la ciudad silenciosa que trabaja en las luces
y las máquinas de escribir en los periódicos…”


“Contemplo los tranvías repartir gente
para las oficinas de mañana,
para los funerales.”
(Muerte sin descanso, pág. 74)

Mucho más podríamos decir de la poesía de Baeza Flores. El poeta que se inicia, no solo trae promesas para el futuro, no. A pesar de la oscuridad de algunos poemas, de cierta ausencia de ritmo y emoción, las alas de un espíritu superior se agitan sobre esta “Experiencia de Sueño y Destino”.

El pensamiento filosófico, que va más allá de los hechos cotidianos, la factura de las imágenes y una música de agua subterránea, son metales preciosos de este poemario.

Antes de concluir queremos señalar una de las cosas más hermosas de este libro: la dedicatoria. Escribe el poeta: “Para la adolescencia de mi madre lejana en dulce cielo de confianza, este libro de ahora cuya parte de bondad ella hubiera amado en los años. Testimonio y espacio del espíritu del hombre material que soy.” Sí, “Experiencia de Sueño y Destino” es “testimonio y espacio del espíritu”.




Nostálgico Sur, poesía de Alberto Baeza Flores



CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1953-02-08. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA

Hace más de diez años que el poeta chileno Alberto Baeza Flores vive la ausencia de la patria. Publicó en Chile dos libros iniciales: “Experiencia de Sueño y Destino”, 1937, y “Ánimo para Siempre”, 1938. Un día cualquiera se alejó para llegar a tierras de Centroamérica. Ahora reside en Bayano, Oriente de Cuba. Baeza Flores es un poeta prolífico y ha desarrollado una intensa labor cultural y de acercamiento literario entre Chile y países sudamericanos. Todas las etapas del desarrollo poético lo han tentado y en sus diversos tomos de “Poesía” hemos aquilatado su talento, su emoción y afanes de renovación.

Ciertamente que el cuaderno que edita ahora bajo la dirección entusiasta del poeta argentino Rafael Mauleón Castillo, es una de sus obras más puras y emotivas. Baeza Flores ha escrito estos versos impulsado por la honda nostalgia de la tierra lejana, su Chile bienamado. La lectura de sus poemas nos ha emocionado y es fácil adivinar la tristeza que lo invade frente a las cosas íntimas que otrora lo rodearon, al paisaje de la tierra natal, al hondo significado que tiene para él la presencia de Chile, vivida en ausencia y ternura.

El poeta se ha desprendido de varias exterioridades puramente conceptuales, ha buscado, en cambio, la raíz de la tierra chilena en sus tonadas y canciones populares para crear sus cantos y así ha podido decir con verdad y emoción:

“Bello es el Sur, los pueblos
huelen a madrugada,
a copihues y madera
… y los amores pasan,
se ahonda cada instante,
se abrevia la tardanza
y los cárdenos vinos
dejan más honda el habla”.

En “Paisaje Recordado” leemos esta evocación en que el colorido se engarza a la tristeza de la ausencia:

“San Bernardo, agua perdida,
en la fuente de oro antiguo
sueñan lluvia y surtidores
lo que soñara de niño,
en sus viejas alamedas
el sol es como una herida
y los álamos comprenden,
su más secreto suspiro;
las hojas, en el otoño,
hacen del cielo un navío”.

Recorre el poeta peregrino sus calles antiguas, vuelve por los sembrados, alza sus pasos hacia la cordillera, deja que sus ojos de nuevo reposen en el mar Pacífico. La ruta de este regreso imaginario se pinta en poemas que tienen toda la verdad de lo vivido y de lo soñado. Por eso la voz de Baeza Flores se ha hecho más pura que en poemas de otros libros suyos y se adivina una humildad recóndita para no herir a su tierra lejana.

En su “Canción de la inútil espera” encontramos la definición del poeta:

“Yo fue como la sombra de un reproche
que solo supo murmurar: adiós;
posadero de un día y huésped de una noche,
jinete de unos años sobre el tiempo veloz.

La estrella venturosa estuvo cerca
pero, ciega, cruzó por mi portal;
y en la noche desierta y en la mañana terca
yo fui un pastor de sombras pastoreando su mal.

Pero no has de venir y acaso nunca
dejaré de esperarte en el jardín
y he de seguir cantando mi triste canción trunca
entre la vaga niebla de una tierra sin fin”.

Poesía escrita con el corazón, más que con el cerebro; hallazgo de la íntima tristeza que lo agobia por no tener ahora su huerto en tierra chilena. Baeza Flores nos entrega ahora un mensaje depurado y hondo; ha vivido esta poesía de “Nostálgico Sur” y ella lo defenderá de la caída de las hojas de su calendario. Recordamos su amistad, su entusiasmo vigoroso de cuando iniciamos casi juntos el camino de las letras. Desde aquí, desde esta ciudad de Santiago que tanto recuerda e imagina y que espera su regreso, saludamos al poeta amigo y le decimos que su libro encierra toda la belleza purificada por el hombre que ha encontrado la poesía atada siempre a su bordón viajero.







“El mundo como reino” por Alberto Baeza Flores


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1967-10-29. AUTOR: ALONE
Impresa en Madrid, con prólogo de Miguel Arteche, una atrevida semblanza de Ramón Guriao, de La Habana, carta de Juan Ramón Jiménez, desde Nueva York, escrita en todas partes al correr de los años y los países (1939-1967), esta antología poética, que su autor nos envía desde México, sigue a través del tiempo y el espacio la ruta que el poeta inició en Chile y ha desarrollado, con victorioso heroísmo, no sin difíciles escapatorias y esforzados combates para conservar la línea, sostenido por sus propias alas.

Es un documento ejemplar que muestra el caso de este chileno errante, compendio de una historia digna de largos comentarios.

Alberto Baeza Flores puede afirmar sin jactancia que ha vivido la vida de nuestro tiempo, desafiando muchos temporales.

Pero apartemos la tentación política inminente.

Dentro del puro orbe poético, cabe advertir y admirar cómo su vena lírica se ha robustecido y depurado, permaneciendo fiel a sí misma desde la primera juventud hasta la actual madurez.

Como todo temperamento original que aporta una nota nueva, que aún no ha encontrado su justa entonación, despertó reservas y le hicieron reparos que tuvo la generosa amplitud de considerar sin ira. Buen síntoma. Las reacciones hirientes de los vates suelen indicar una estrechez limitadora que no augura reservas fecundas para el porvenir. Alberto Baeza debía sentir el suyo palpitante y firme para aceptar y condescender comprensivamente.

Poco a poco, entre tanteos y ensayos, con caídas y aciertos, su expresión poética fue refinándose. No tuvo concesiones que implicaran renunciamiento ni debilidades. Se conocía y se respetaba.

Ahora, al conocérsele en conjunto, fuerza el respeto.

Entre los múltiples ejemplos que podrían citarse de una forma lograda con plenitud, donde la visión se acendra y el vigor aparece, donde la visión se acendra y el vigor aparece, juntando la tradición a la novedad, queremos elegir una estampa escueta, dura y durable, la imagen dramática mil veces enfocada, hasta constituir un tópico, el señor de la plaza rutilante que se afronta con el legendario lidiador bajo los ojos de la multitud, enardecida ante la muerte.

El tema es ya de por sí un desafío, como el del toro y el torero.

Alberto Baeza los ha sumergido a todos en mortal soledad, el más inesperado de los elementos para disolver y, a un tiempo, inmovilizar la masa movediza.

“Salió ciego de tanta luz;
escarbó el aire.
Lo esperaba el capote
como la vela viajera y navegable;
lo esperaban los garfios
para irlo desangrando como a un río invisible;
los hombres a caballo para buscarle las entrañas,
lo esperaba el bailarín de luz con el ojo de muerte de la espada,
la muerte solapada a pleno sol,
la arena que se bebe la sangre poco a poco.
Estaba solo en medio del anillo infinito del silencio.
El ballet de la muerte tenía una cuerda de estupor y de fiebre,
un horario de angustia, un minutero de jolgorio,
y todos estaban solos:
el torero y el toro, el público y la muerte”.

He ahí lo que puede llamarse un golpe hábil, que hace vivir matando: visión exacta, dibujo fuerte, toques de sobria pintura española y, entre las líneas desiguales que jadean, el estremecimiento.

Para los maestros y estudiosos de nuestra poesía, completan el denso volumen páginas de recuerdos personales, reminiscencias pensadas y sentidas, útiles y hermosas, copiosa información bio-bibliográfica y un “curriculum vitae”, detallado cronológicamente, desde su nacimiento en Santiago de Chile, año 1914.




“Continuación del mundo”, poesía, por Alberto Baeza Flores



CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1969-07-27. AUTOR: ALONE
La distancia no lo atemoriza, el tiempo no consigue apagarlo y no lo cortan los cambios, las persecuciones, los vaivenes; en fin, todo lo que dicen del amor le conviene a la prolongada fidelidad que este chileno errante, amigo de aventuras, le ha conservado a su tierra natal. Un tiempo pareció haber echado raíces indestructibles en “la isla paradisíaca”: luchó, venció, amaba y vivía, triunfante. Lo arrojó todo contra la tiranía tentadora que doblega a los intelectuales del mundo para someterlos a su servicio. El poeta Baeza Flores prefirió volar a lo desconocido y sus mensajes a Chile venían de puntos distantes, hitos de su libertad reconquistada.

Ahora nos llega de San José de Costa Rica con la misma nota ligera de nostalgia añorante y de lejano amor. Ya no solo la tierra, sino el cielo ha cambiado. Pero sus miradas no pierden la orientación y su mano busca siempre el mismo rumbo.

“En vano yo busqué tu mano
en una ausente Navidad.
Estabas casi al fin del tiempo.
Yo te llamaba sin llamar.
El cielo con los astronautas
se florecía en nueva edad.
Yo preguntaba por tus sueños.
¿Quién me podría contestar?”

Poesía discreta que busca la sordina y solo deja en raras ocasiones escapar, contenido, irrefrenable, el lamento interior. El mucho correr mundos diversos le ha enseñado a guardarse del aire y recogerse en su interior.

“La mora para que tiña
ha de teñir de morado.
El amor para que dure
ha de ser disimulado”.

No los grandes acentos; la insinuación; no los altos gritos: ¡La sonrisa! la vida de los trópicos ha pasado sin borrarlo sobre el chilenos inicial, que conservaba heroicamente la actitud, el sentimiento de una antigua dignidad, un recato que acaso ahora sea más fácil hallar fuera que en un su propia fuente.




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