martes, 9 de noviembre de 2010

1786.- JEAN JOSEPH RABEARIVELO


Jean-Joseph Rabearivelo nació el 4 de marzo de 1901 en Antananarivo, capital de Madagascar, hijo de familia noble venida a menos. A la edad de 13 años fue expulsado de un colegio de jesuitas. Desde esa edad ejerció diversos oficios sin encontrar jamás uno que le permitiera vivir desahogadamente. El último que tuvo antes de morir era el de corrector de imprenta. Hacia 1920 conoce a Pierre Gamo, quien lo introduce a la literatura francesa por la cual desarrolló una gran admiración. Es considerado el primer poeta malgache moderno pues utilizó esta lengua a la par de la francesa. Su obra muestra afinidades con los poetas simbolistas y surrealistas manteniéndose arraigada en la geografía y vida folclórica de Madagascar. Si bien absorbió las aspiraciones colonialistas francesas de ser francés y malgache al mismo tiempo, le fue negada la oportunidad de vivir y escribir en París. Tras haber visto frustrada esta aspiración Jean-Joseph Rabearivelo se suicida el 22 de junio de 1937. Aunque al morir tenía apenas 37 años dejó una vasta obra poética.




Los dos poemas a continuación están extraídos
de su libro Presque-Songes.


LAS TRES AVES

De hierro el ave, la de acero
habiendo lacerado las nubes de la aurora
y ansiado estrellas
más allá del día
desciende arrepentida
a artificial guarida.
De carne el ave, la de plumas,
que labra un túnel en el viento
por llegar hasta la luna vista en sueño
entre espesuras,
cae, cuando cae la tarde,
a laberinto de follaje.
Y esa otra inmaterial, ésa,
que al guardián del cráneo hechiza
con su canto balbuciente,
alas resonantes abre luego
y por hacerse eterna nuevamente
a pacificar va los espacios.





ALTA FORESTA

No vengo a saquear los frutos
que tú en tus cimas imposibles brindas
al pueblo de los astros, la tribu de los vientos;
menos a arrancar tus flores, que nunca he visto,
por vestir o esconder acaso, vergüenza que ignoro alguna,
yo, hijo de las áridas colinas.

Pero me he acordado de pronto en mi último sueño
que estaba amarrada todavía con lianas de noche
la vieja piragua de las fábulas
que cada día mi infancia transportaba
de orillas nocturnas a orillas del alba,
del cabo de la luna al promontorio del día.

Remándola vengo, aquí a tu centro, vegetal montaña.
A interrogar he venido tu silencio absoluto,
por saber el lugar donde brotan los vientos
antes de abrir las alas, después manchadas,
manchadas por la hebra inmensa del desierto
y las trampas de villas habitadas.

¿Qué oigo yo, qué veo, oh alta foresta?
Sonidos perdidos que confluyen y se pierden de nuevo
como ríos subterráneos
cruzados por enormes aves ciegas
que se lleva la corriente apresurada
a enterrarlas en el cieno.

Es tu respirar, tu respirar profundo
y ya penoso como aquel del viejo
que remonta la cuesta del recuerdo
mientras baja la pendiente de sus días por cesar.
Tu respirar, y el de las aves incontables,
y el de las ramas pacidas por todo un mundo de apocalipsis.

Mas ¿qué puedo ver yo en tu noche sin color,
en tu noche más eterna que la muerte de los probos
y la vida de los míseros,
oh caverna de follaje con un extremo acaso al borde de los mares
y otro en el abismo del horizonte,
oh tú, semejante a un arco iris entre dos continentes?

No veré sino el sol que se debate
—jabalí alanceado en los bosques del azur—,
jabalí de luz atrapado en las redes poderosas
que tú tiendes entre los frutos maduros y las flores perdurables,
allá arriba, allá abajo, en el límite extremo
donde el genio de la tierra y la fuerza del árbol pueden reencontrarse.

Más tarde, sin embargo, cuando días incontables
cual tus hojas sucesivas hayan caído ya en la eternidad
y las séptuples noches tupido siete veces —más— la noche de los tiempos,
mientras pueda recoger en flor amaneceres
en la copa del tallo cercenado de ocasos,
guardaré el recuerdo siempre de tu silencio y claridad extraños.

Serán como guijarros arrojados a la arena
que un viejo marinero recupera
y se lleva a casa, y allí los pone junto a la concha
de una prao en miniatura
comprada en isla lejana que sólo el sueño habita,
mas con cabañas orillando el mar.

Serán más bien bolas de ébano,
de madera de rosa u otra esencia preciosa
que pondré sobre mi mesa
donde tu recuerdo las esculpa paciente
para hacer fetiches con ojos de vidrio,
fetiches silenciosos en medio de mis libros.





UNA ESTRELLA ROJA

Una estrella escarlata

crece en el fondo del cielo.
Qué flor sangrienta se abre en la pradera nocturna.
Cambia, cambia,
luego se transforma en cometa liberado por un infante dormido.

Parece acercarse y alejarse al mismo tiempo
pierde su color como flor cercana a marchitarse,
se torna nube, se vuelve blanca, se reduce:
no es más que punta de diamante
que talla el espejo azul del cenit
donde ya se observa el resplandor
glorioso de la mañana pubescente.

(del poemario ‘Traduit de nuit’, 1935)



AMANECER

Camaradas, amigos, una pregunta tan solo:
¿No habéis visto ya a la aurora dirigirse,
como una coqueta, al paraíso de la noche?
Pues contempladla ahora mismo, que retorna
por los anchos senderos del cardinal Este
invadidos, llenos, de gladiolos floreados:
toda ella embadurnada, maculada, de leche
como una niña criada antaño por terneras:
sus manos, que sostienen una antorcha,
están negras y azules cual labios infantiles
hartos de masticar las moras de las zarzas.
La anteceden, se escapan, alzando el vuelo,
los pájaros que, en la celada, ella encerró.

(‘Amanecer’, versión libre de este poema del libro
‘Presque-Songes’, 1934)







La Poesía

Palabras para el canto, manifiestas, voces para el canto,
oh lenguaje añorado, querido, de mis antepasados,
Voces, vocablos, para las canciones, para denominar
los ideales que el espíritu tiene, desde antaño, engendrados
y que por fin ven la luz del día y se desarrollan
con palabras, voces, vocablos por lenguas,
aurorales todavía por la ambigüedad del abecedario,
y que por ahora no pueden bailar con el vocabulario,
no siendo aún tan dóciles como las frases ordenadas,
pero que ya se articulan alegres en los labios
cual enjambradas libélulas azules que a la vera de un río
saludan a la noche.

Palabras para el canto, manifiestas, voces para el canto,
palabras para las canciones, para nombrar, para designar,
las quebradizas reverberaciones del canto interior
que ya se amplifica y retumba,
intentando embelesar el silencio del libro
y los decampados de la rememoración,
o las despobladas orillas de los labios
y el desconsuelo de los corazones.

(del poemario ‘Presque-Songes’; versión libre de este poema)


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