viernes, 16 de septiembre de 2011

4711.- HUMBERTO DÍAZ-CASANUEVA


Humberto Díaz-Casanueva (*Santiago 8 de diciembre de 1906 – †id. 22 de octubre de 1992) poeta, diplomático y educador chileno. Premio Nacional de Literatura, en 1971
Su infancia se desarrolla en el seno de una familia de clase media cristiana, a pesar que su madre pertenecía a una de las familias más prestigiosas del país. En 1914 entró a estudiar al Liceo de Aplicación.
Más tarde estudió en la Escuela Normal de preceptores, José Abelardo Núñez, donde obtiene el título de maestro, en 1924, al cumplir 17 años de edad.
A principios de la década del 20, al iniciar tímidamente, su vida literaria, Díaz Casanueva se contacta, ya, con Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Pablo Neruda. En esos mismos años, trabaría amistad también con el poeta Rosamel del Valle de quien será amigo hasta la muerte de éste, en 1965.
Su primera obra, El aventurero de Saba, la publica en 1926, mientras es un gremialista activo que participa en la lucha sindical de los maestros en Santiago de Chile, exigiendo una enmienda educacional.
En 1928, bajo la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo, tiene que abandonar el país camino del exilio.
Durante toda su vida estará comprometido con la defensa de los Derechos Humanos y contra la segregación racial.
Durante el gobierno del presidente, Salvador Allende (1970-1973), Díaz Casanueva fue embajador de Chile ante la ONU. Posteriormente será miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua hasta su muerte, ocurrida en Santiago en 1992.
Obra
El aventurero de Saba. 1926.
Réquiem. 1945.
La estatua de sal. 1947.
La hija vertiginosa. 1954.
Los penitenciales Roma. Caruccci Editores. 1960.
El sol ciego. Santiago de Chile. Ediciones del Grupo Fuego. 1966.
Sol de lenguas. Santiago de Chile. Editorial Nacimiento. 1970.
Antología poética. Santiago de Chile. Editorial Universitaria. 1970.
El hierro y el hilo. Oasis Publication. Toronto. 1980
Los veredictos. Cuadernos de poesía y prosa de América y España Nº1 Ed. El Maitén. Nueva York. 1981
El pájaro dunga. Editorial Oasis. México, 1982.
El traspaso de la Antorcha. Araucaria. 1982.
La aparición. Editorial Plural. Caracas, Venezuela. 1984.
El niño de Robben Island. Ediciones Manieristas. Santiago de Chile. 1985.
Medusa y otros textos inéditos (póstumo) Editorial Cuarto Propio. Chile. 2006.

Es considerado el más joven representante de una brillante generación de poetas chilenos de vanguardia entre los que se encuentran Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda. Algunos escritores del romanticismo y del expresionismo alemanes, además de Rilke y Nietzsche, tuvieron notable influencia en su formación intelectual. Un asombroso vuelo visionario y metafísico, así como una honda preocupación ética y estética recorren toda su obra. La poesía de Díaz-Casanueva es no sólo expresión del misterio, de lo inasible de la existencia, de la magnitud del drama humano sino búsqueda inagotable de una unidad primigenia y superior, canto ferviente, exaltación de la imaginación, así como de todas las potencialidades vitales y expresivas del ser humano. A la complejidad formal y semántica de esta escritura se unen su densidad, rigor y trascendencia. (Ana María Del Re)







LOS PENITENCIALES
(fragmento)

Es tan triste
morir
sin que me expliquen
el rumbo de las aves ciegas
la cansada semejanza que me
invade
la infinita madurez del fruto
vano
La luz que tiento es un vaso
de sangre
en que cuaja el día
La muerte
una pedrada adentro
una serpiente de Dos Pechos
erguida por mis flautas

Por qué esta usura en medio
de las postrimerías?
Esta carencia
cuando el instante asoma
como un trozo de perfil
más dilatado?
Sólo preservo el curso
de mis labios
Sólo alabo el delito
de mi insignificancia

Por qué este apuro por
tragarme el mar
despeinar coronas inmensas
acribillarme de tristes
langostas?

En mi calabozo muevo la
silla
en que queda carne

Sé que siendo dejo de ser
y paso
y queda el cáliz del vino
evaporado

Cuál es la dimensíon herida
en que agiganto
mi pálida figura?






LA APARICION
(fragmento)

Tengo hambre
hambre demente en la boca
en el chasquido del Ojo
en los pies
febricitantes

Sostenedme
porque tambaleo en mi imagen
crepita el grito
el tacto oprime lo yermo

Me está punzando la piedra
que da luna
luna
¡Oh adentro de mí!
Quemadura del león que me dilata

Vienen días inconclusos
no obstante
la llaga es noble y azulada
Me dan ganas de besar gaviotas

Insomne
lleno de una oscura certidumbre
extiendo
la fugaz piel de leopardo
sobre la cama

Así cubro el purísimo fulgor de una
aparición
tan súbita
tan milagrosamente cierta
tan hecha de latidos
en el pánico
de lo demasiado hermoso









La escucho venir poniendo el oído a una flor
mientras mi corazón se va colmando en silencio
con pájaros de veinte años, en estas tardes de luna,
la misma luna que hace subir las mareas del amor.

Un aire dorado le mana y su cuerpo ya sin vuelo
como un vaso solitario que el frío hiciera vibrar;
la luz del atardecer se filtra por su cuerpo
y se pierde entre pedazos de cielo y de su destino.

Con un sigilo de párpados, congela sus suspiros,
fascinada, cerradura de luz tiene su sueño,
en la tristeza inmóvil, usa un ruiseñor por lámpara,
da su lloro a la corriente de aire que balancea el día.

Sirenas de su secta, arrastran el leve olvido
Junto con el vecino invierno de blancos dientes,
¡ah! mi enamorada en la profundidad del frío
respira con ese aliento fijo de las estatuas.

(De Vigilia por dentro, 1931)








III

¿Puede callar el hombre si está roto por los hados? ¿jactarse
de rumiar su polvo? ¿le basta el silencio como un caudal
sombrío?
¿No pertenecen los sordos himnos a los vivos de la coraza
partida?
Aunque las palabras no puedan guiarnos debajo de las piedras
porque están llenas de saliva,
(son los carozos que arroja la caravana)
yo he de cantar porque estoy muy triste, tengo miedo y las
horas mudas mecen a mi alma.
Yo vuelvo el rostro hacia el lugar donde la sombra cubre a su
recién nacida.
Palpo la piedra obscura que junta los labios, la mojan lágrimas
y se encienden un poco y tiembla como si todavía quedaran
sílabas cortadas.
Tú eres y no otra, tú que me estás mirando de todas partes
y no me pudiste mirar de cerca,
cuando las gradas de piedra aparecieron.
Vi de lejos el ángel que hendía la montaña,
vi tu corona de sudor rodando por la noche,
tu regazo lleno de hielo.
Ahora estamos de orilla a orilla y te llamo y los árboles se
agitan como si fueras a aparecer alumbrada por el cielo.
Madre, ¿qué estás haciendo tan sola en medio del mar?
Y solamente responde mi propio corazón como un bronce vacío.
¿No tienes una cita conmigo? ¿no me dejarás entrar en el
valle donde vagabundean las castas y los cuerpos desahogados
perseveran?
¿O tal vez no puedo traspasar el umbral porque los muertos se
arrojan coronas unos a otros y no me es dado entender los
huesos ávidos?
Pero tú sólo estás dormida,
bañada por la luz perpetua del amor
y tu abrazada voluntad vaga entre las cosas terrenas como un
coro desvelado que crece y me arrebata cuando te llamo
en el silencio.

(De Réquiem, 1945)









CANTO SEGUNDO

I

¡Venid, sostenedme, oh vivos sobre el ara! Ahora mismo venid
y vuestra casta presencia
disipe la nube echada a mis pies.
Vosotros afirmáis: -“No es nada”. Y el sumidero se cubre
de la yerba que brota cantando.
“No es nada, no es nada”. Repito; pero una campana dentro
del corazón que se acurruca.
Venid, venid, amparadme de mi boca como pleito de señales
que claman por palabras,
De mis pasos que entreteje una aguja invisible.
No tardeís, oh vivos! Mi oído es un aleteo que sostiene
el silencio despeñado.
Cuando voy a mi casa por la noche, me abrazan en la
obscuridad,
En sus brazos hay un foso, en su frente, un nido tumbado.
En mar arroja mis sentidos como anclas quebradas,
El mundo desaparece en un temblor, la calle se enrosca como
la cola de nieblas desatadas.
Siento la nada en torno mío. Yo soy nada, nada, nada,
interrogaciones, negaciones
tumbos de mi propia muerte,
sombra que se desprende.
Pero a la vez soy todavía Yo.
Estoy como suspenso, con las manos aferradas a un columpio
vertiginoso;
Pero llego a mi casa, ahí el perro lanudo está suelto, sus
lunares brillan como ojos.
Devora mi umbral, me aúlla como al vagabundo.
Pero los niños me abrazan como siempre. ¡Ay, los niños me
esclarecen y atestiguan!
“Oh, no es nada –les digo- oh niños he encontrado esta
muñeca helada caída de una ventana gigante que da al
mundo,
¡tiradla al fuego!
Y decid a vuestra madre, quiero un poco de té rodeado de
besos!”.

(De La estatua de sal, 1947)





CAUCE DE LA VIDA

Cuando un viento nupcial levantó sus solares pechos
un beso le detuvo adentro esa estrella de piel blanca;
por amor, su cuerpo es la más tierna pausa de la muerte;
su leche, por el hombre, disuelve sus láminas puras.

Un infante, hijo aún de su abismo, busca la greda viviente,
busca la frente febril para sus sueños en borda oscura,
las prisiones para su corazón todavía anegado de dioses
pues sólo posee ese secreto que es anterior al alma.

Se tienta una vena la madre, ahí nadan dos ojos sueltos
que tal vez no atinan a fijar sus estambres invisibles,
y esos pies que le golpean pidiéndole un camino terrestre
los encuentra, cuando duerme, hollando su propio rumbo.

Cuando la madre dormía, el niño le sopla su nombre
y le ruega calme su miedo de aproximarse al mundo,
porque ya vive, el destino terminó los nudos a su alma
y su memoria está olvidando su verdadero origen.




REQUIEM

I

Como un centinela helado pregunto: ¿quién se esconde en el tiempo y me mira?
Algo pasa temblando, algo estremece el follaje de la noche, el sueño errante afina mis sentidos, el oído mortal escucha el quejido del perro de los campos.
Mirad al que empuja al árbol sahumado y se fatiga y derrama blancos cabellos: parece un vivo.
Pero no responde nadie sino mi corazón que tiran reciamente con una larga soga.
Nadie sino el musgo que sigue creciendo y cubre las puertas.
Tal vez las almas desprendidas anden en busca de moradas nuevas.
Pero no hay nadie visible, sino la noche que a menudo entra en el hombre y echa los sellos.
¡Oh presentimientos como de animal que apuntan! Terrible punzada que me hace ver.
Como en el ciego, lo que está adentro alumbra lo distante, lo cercano y lo distante júntanse coléricos.
Allá muy lejos, en el país de la montaña devoradora, veo unas lloronas de cabelleras trenzadas
que escriben en las altas torres: me son familiares y amorosas, y parece que dijeran
................... "unamos la sangre aciaga".
¿Hacia dónde caen los ramilletes?, ¿por qué componen los atavíos de los difuntos?
¿Quién enturbia las campanas como si aguien durmiera demasiado?
Aquí me hallo tan solo, las manos terriblemente juntas, como culebras asidas y todo se agranda en torno mío.
¿Acaso he de huir?, ¿tomar la lancha que avanza como el sueño sobre las negras aguas? No es tiempo de huir, sino de leer los signos.
¡Cómo ronda el corpulento que unta la espalda! Las órdenes horribles sale a cumplir.
De pronto escucho un grito en la noche sagrada, de mi casa lejana, como removidos sus cimientos,
viene una luz cegada, una cierva herida se arrastra cojeando, sus pechos brillan como lunas, su leche llena el mundo lentamente.

II

¡Ay, ya sé por qué me brotan lágrimas!, por qué el perro no calla y araña los troncos de la tierra, por qué el enjambre de abejas me encierra
y todo zumba como un despeñadero
y mi ser desolado tiembla como un gajo.
Ahora claramente veo a la que duerme. Ay, tan pálida, su cara como una nube desgarrada. Ay, madre, allí tendida, es tu mano que están tatuando, son tus besos que están devorando.
¡Ay, madre! ¿es cierto, entonces?, ¿te has dormido tan profundamente que has despertado, más allá de la noche, en la fuente invisible y hambrienta?
¡Hiéreme, oh viento del cielo!, con ayunos, con azotes, con puntas de árbol negro.
Hiéreme, memoria de los años perdidos, trechos de légamo, yugo de los dioses.
A las columnas del día que nace se enrosca el rosario repasado por muchas manos,
y el monarca en la otra orilla restaña la sangre,
y todas las cosas quedan como desabrigadas en el frío mortal.
¿Acaso no ven al niño que sale de mí llorando, un niño a la carrera con su capa de llamas?
Yo soy, pues, yo mismo, jamás del todo crecido y tantos años confinado en esta tierra y contrito todo el tiempo, sujeto por los cabellos sobre el abismo como cualquier hijo de otros hijos,
pero únicamente hijo de ti. ¡Oh, dormida, cuya túnica, como alzada por la desgracia llega al cielo y flota y se pliega sobre mi pobre cabeza!

VIII

¡Oh madre infinita, tierra inmensa, vida conforme a los pactos!
Si tú mueres, muero y en ti me extravío como el buque en la tempestad, y el que tira tus cenizas contra la peña, a mí mismo me está estrellando.
Pero si mueres quedas también viviendo a través de mí como el fruto que una y mil veces sube al monte y no teme escarcha.
y desapareces consumida y tornas a aparecer rescatada y en tus vaivenes de súbito veo que pasas por los ojos de mi hija
como una cinta fulgurante
y le templas sus facciones y le soplas el naciente espejo.
¡Oh doncella que desciendes montada en un águila, con una granada en la mano y que eternamente madura
y con hilos de oro que enredas para la fiesta!
La vida y la muerte osas mezclar y tan extraña afinidad alabo entre visiones.
¡Oh, madre mía, te yergues tan segura en el caos terrible y anhelas sosegarme!
¡Oh, esposa maternal, oh hoja mía, como lenguas de la misma antorcha,
como tibios eslabones en la sucesión del tiempo
y libradas de la misma rueda oscura que mueven las edades,
todas, y una sola a la vez, confundidas en la espiral,
ahí en el profundo sueño mortal, transfiguran mi alma.
Os digo: ¡conjurad la sierpe que viene a beber al seno,
la madre salvará a los chiquillos del rebaño lanzado a la carrera!
Pues todo hombre, entre o salga del mundo, hundido en una cuna de muchas aguas,
resbala y chispas deja el flujo de su sangre y resbala de nuevo
y las Madres le pasan la mano llena de ojos.

XII

Estás aquí delante de mí, apiádate, entonces, no necesitas gritarme para que te oiga. He de aprender a invocarte, a interpretar tus ecos.
(Si no pude decir adiós es porque el adiós no existe entre nosotros.)
Te acercas un poco indecisa como una candela en la mano de otro que te aproximara a la ventana y luego la retirara,
porque debes alumbrar con más espacio sideral en las bóvedas sin fin y bendita perpetuamente.
¿Pero tal vez necesitas que te ayude? El ronco susurro de las preces, ¿no enreda tus pasos?
Tal vez desearías que te pasara el rebozo: estabas tan débil, tan fatigada de sentirte ir llamada por los ajenos.
¡Si hubiera una iglesia profunda para encerrarme y pedir algo por ti, si hubiera una iglesia en el mundo!
¿A quién pedir? ¿A quién decirle?: "no la apuren, ha sufrido tanto y luego no puede vivir dentro de la muerte sin mirarnos".
He de buscar un monte, una ribera, una piedra de ermita salvaje en que yo pueda estar solo, de pie en el éxtasis de la noche inmensa,
solo frente a los alambrados acechando a los guardianes en sus rondas,
lamido por silenciosos animales, rondado por los sueños de los niños
y vea pasar claramente el carro entre las estrellas, la palma que te conduce ancha como el firmamento.
Y llorar, nada más que llorar, ver que te pierdes en el mar como una llamarada entre los témpanos,
y sentir que permaneces, sin embargo,
permaneces como una respiración contenida de la tierra, llorar y esperar que pasen los años
y de la cara en llanto salga un destello
y un día venga mi hija corriendo entre la yerba y me muestre la granada vertiginosa, la paloma encendida, el sueño arcano
¡que renace del fondo de la tierra!



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