viernes, 3 de septiembre de 2010

858.- ABBAS BAYDOUN



Biografía de: Abbas Baydoun (Líbano, 1945), poeta, periodista, crítico y traductor. Estudió en la Universidad Árabe de Beirut y en la Sorbona de París.

Sus primeros poemas estuvieron muy marcados por su compromiso político en la izquierda libanesa. Desde mediados de los ochenta participa con asiduidad en eventos culturales árabes e internacionales y escribe en numerosos periódicos y revistas, como Al-Nahar, Al-Hayat, Mawaqif. Desde 1997 dirige la sección cultural del periódico libanés As-Safir.

Ha publicado dos decenas de obras, entre las que destacan El tiempo a grandes bocanadas (1982), Tyr (1985, Tiro), Crítica del dolor (1987), Hujurat (1991, Habitaciones), Ashiqa'a Nadamuna (1993, Los hermanos de nuestro pesar), Li Mareedin Huwa al-Amal (1997, Para un enfermo que es la esperanza)… y una novela, Tahlil Damm (Análisis de sangre). Es especialmente conocido y apreciado en el mundo árabe por su prosa poética y es una de las principales y más influyentes figuras de la poesía árabe contemporánea.






TYR

Tyr, en cuanto llegamos a ti,
arrancaste de nuestras laringes
la fibra campesina
y he aquí que con las palabras,
de ti aprendidas, no supimos hablarte.

***

Tyr, en cuanto llegamos a ti,
arrancaste de nuestras laringes
la fibra campesina
y he aquí que con las palabras,
de ti aprendidas, no supimos hablarte.

No te hablaremos,
porque tú andas en busca todavía,
entre tu piel, de tu boca cerrada.

Porque entre tu palabra
exhalas un cálido soplo
sobre los rostros
de tus interlocutores
poco numerosos,

porque tú arañas, muda,
tu tierra dura y tu arena
y que, sin saludar,
tu mano se abata
sobre el norte del mar

He aquí que tu cuerpo se pierde
y no hay lámpara sobre tu piel
Que venga
a resonar sobre tus caminos huyentes
Tú estarás roída
y tus piedras se acumularán
al filo de los años

Cuando tus pilares se hundan cada año,
habrá para ti un cadáver de piedra
Tú te abismarás entre el mar
Mientras que tus hornos brillarán a lo lejos
Bajo tus techumbres derruidas,
se levantaron rápidamente los tugurios,

Pero las ventanas
que se abren en medio de tus ruinas
no invitan al paseante ni al escolar

Tu cabeza está entre tus hombros
que se curvan
Ni las mujeres que esperan
bajo las escaleras y las altas alcobas
el retorno de sus hijos y de sus esposos
que se demoran en las tabernas

Ni los perros afamados
Ni tu tierra hirviente de ratas
no podrían impedir que tus senderos
se enloden entre las cunetas
y las charcas de agua
o que se pierdan entre el sotobosque
como subterráneos salvajes

Ellos no podrían arrancar las estrellas
a los ojos de los insectos,
Ni librar a las calles
del nudo estrecho de tu pulgar.

Te derrumbarás, madre envejecida
Ninguna ciudad se levantará después
Te derrumbarás
como una chimenea sobre tus flancos
y te dormirás sobre la playa,
la cabeza entre la arena
como el perro de mar

Nadie se dirigirá a ti,
porque quién podría adivinar que tú hablas
En medio de tu brisa vacilante
En medio de los faros de los carros
que se imponen a tus fronteras

¿quién podrá adivinar
que una letra tan minúscula
como un ala de mosca
cae cubierta por el polvo de las alas
que llueven sobre tus puertas?

¿Quién podrá adivinar que tu boca,
oculta en tu interno
como un anillo en un pozo
habla a través de un huracán de trueno
o una ola que subleva la ribera?

Nadie te hablará,
tus aguas no cambiarán en adelante
estarás al final del mundo
y todos entrarán otra vez antes de ti

Los jardines, compañeros del mar
no osarán penetrar en tus negras piedras
Los pájaros migratorios
temen la prisión de nubarrones humeantes
La nube de las flores del naranjo
que acompaña a los viajeros
descenderá sobre tus confines próximos

y los viajeros no llegarán en absoluto
y tu cielo no cambiará en nada
Sólo te quedará el aire vacilante
en el umbral de las callejuelas
siempre hirviente de sal,
de arena y de moscas
sangrando sobre los objetos,
los arroyos y las ruinas

cayendo aquí y allá
lentamente
desde que las riberas salinas lo aturdieron
y dejando entre los nudos
ensangrentados del sudor
el peso de las lágrimas del mar

Tú fuiste isla y fortaleza
y un alto para los viajeros
el día no bastaba para construir
ni la noche para soñar
tus estrellas no eran bastante grandes
ni tu luna brillante
Por ello tus marineros
desfallecían en tus caminos

Y tus soldados
se desecaban entre las torres
Sobre los barcos de salida
veíamos el cielo inmenso
cantábamos y fecundábamos
como los insectos en las viñas

Nosotros danzábamos entre la brisa leve
declamando poemas, gritando nuestro amor
para aquellas
que no asomaban jamás a los balcones

La humedad enceguece tu risa
por ello los grandes fuegos
no se encienden sobre tus flancos
tú tienes el corazón de un pez
y el alma de un pájaro marino
por eso dejas tus muertos sobre la piedra
y caes en un solo golpe de remo

Eres el zapato de la tierra
fugado entre las cavidades de las olas

Los caminos terrestres
hacen que vengan a ti los campesinos
Y los del mar, los conquistadores

Entonces las cestas de los campesinos
se perderán en sus miradas
Por ti pasan los soldados en huida
y de tus ventanas
tiran sobre la gente en los mercados

Así tus imanes, tus jueces y tus jefes
son pasados por las armas
mientras que tus pobres
hurgan los peces muertos
en busca de la sal de su alimento

En cuanto descendimos de las aldeas
ellos vaciaron nuestros fusiles
hasta la última bala
y nos izaron sobre las mesas
nos exhibieron a la mirada de los beodos
nos descuartizaron sobre tus piedras
lejos de las estrellas de las campiñas

nos sujetaron a los navíos
como buhoneros y esclavos
Sobre los cordajes,
exprimieron los corazones redondos
como las manzanas de las montañas
Y soltaron las olas sobre los cadáveres
de los clavadistas

Así, en tus mercados,
ellos nos hicieron danzar bajo las balas
Nosotros marchamos,
los ojos fijos en el suelo
como si buscáramos un botón perdido
o el ojo de una aguja

Así fuimos nosotros
con corazones castrados
y rostros como de suelas
temíamos hundirnos en ti
hasta el punto
donde se reúnen las mareas nocturnas

Nosotros ignoramos los sonidos del rayo
del viento y de la lluvia
para aprender cada día
el lenguaje de los cangrejos
descompuestos entre el mar

He aquí tus sueños que se petrifican,
una vez
salidos de los huecos dentados
de tu cabeza

helos aquí que se multiplican
como la piedra gris
entre tu flanco estrecho
Tú te alejas del abrazo del mar
tú te purificas con la espuma
pero las antorchas de tus marineros
continúan agitándose sobre las olas

¿Murmuras tú?
¿Una concha se rompió sobre tu boca?
¿Tus osamentas temblaron por un instante?
¿Dónde está la última lágrima que golpea
el corazón de la piedra?

Tú eres Tyr caída del bolsillo de la historia

¿Por qué moras tú sobre tus arenas
como una lata perdida?
¿Quién te empujará de nuevo hacia el mar?
¿Quién aportará un árbol
a tus calles encorvadas?

La pesca continúa sobre tu frente
que exhala olor a peces
y a sangre apagada
Se sigue inspirando miedo
a los escolares por el mar
y a los pescadores, por los libros

Nosotros que hablamos desde tu cadáver
abrimos nuestras ventanas
entre tu pútrida carroña
Vemos la sangre correr de las batientes,
de los cuchillos
y de las cartas de juego
para permanecer hasta el arribo del flujo
hasta que toque tu corazón

Nosotros no te abandonamos
como los príncipes del mar
o los pájaros de la tierra
porque no somos otra cosa
que tus pasarelas
tus piedras
y tus peces

Tú eres nuestro carro
que empujamos hacia la montaña
y hacia el mar
pero caemos bajo tus ruedas
al fin del día

Cantamos en el trabajo
pero el tiempo pasa sobre nosotros
y nos deja columnas y mármol
El tiempo gime
acabando de modelar la piedra

Delante de ti, nosotros nos alineamos,
islas dispersas
y tú marchas sobre nosotros hacia el mar

En la noche,
los barcos y las estaciones se apresuran
pero tú, tú no morirás
tú alzarás vuelo, Madre, sobre tus puentes
alzarás vuelo
mientras que tus puentes
se abismarán entre los valles


http://www.jehat.com/Jehaat/Sp/Poets/AbbasBaydoun.htm

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Poema inédito en español
De Tyr (Fragmento)



I. EL MAR.

¿Quién soy yo, para levantarme entre los rapsodas,
los zapateros venidos sobre caballos extenuados
a través de los desfiladeros; los leñadores sofocando,
con yeso, las pequeñas hogueras.
Los jóvenes panaderos, encendiendo,
en los barrios circulares, antorchas de paja
y lagartos; los campesinos transportando mujeres
y niños sobre el lomo de viejos asnos y atravesando,
bajo el plenilunio de los campos, valles
que son lo mismo que cicatrices cerradas?

¿Quién soy yo, para precederlos bajo las arcadas
que hacen curvar las casas, a la altura,
donde se anudan las cuerdas para secar ropa,
a fin de dejar una abertura para el espacio
y las estrellas?

Aquí, los hombros de la ciudad y sus vértebras;
sobre sus puentes se acumulan, arrugadas
sus hojas espesas para enrollarse alrededor
de sus vendas y de sus venas abiertas,
alrededor de sus jirones de piedra gris;
ella parece, entonces, bajo una luna que no ve,
como una rosa de humo y de metal.
Ella se repliega sobre sus pozos, sus brechas
y sus arcos. Ella se mueve como un ojo muerto,
como un orificio dentado y es allí donde la ciudad
se comba y nosotros atravesamos su joroba,
con paso ligero, hacia un estrecho mediodía.

¿Quién soy yo, para guiaros, para mostraros
las piedras sobre las cuales nacimos reptiles,
en el momento en que la ciudad levantaba
su cabeza desde el mar? Él nos nutría de sol
y de sal, en el cuenco de nuestras manos
comimos peces vivientes. Las aguas nos levantaron
por encima de la piedra,
mientras que aprendíamos, a diario, palabras
y pensamientos nuevos. Estábamos cubiertos
de arena cuando nos refugiamos sobre las riberas.
Nos hemos abandonado a los lavadores de arena
que nos envolvieron con espuma madurada
en la brisa nocturna; y bajo una ola,
salimos de nuestras conchas.

Pasamos una noche clavados en una corriente
de perfumes marinos y otra noche al pie
de los cipreses y de las ánforas de pinos,
bajo el follaje de los azafraneros, allí donde
se extienden las praderas marinas. Después
abrevamos sangre del corazón del alba y de la noche.
Nuestros ojos se empañaron, mientras estuvimos
bajo las aguas verdes. Salimos relumbrantes,
del huevo de la pascua marina y de la plata
de los peces. La arena estaba sobre nosotros
igual que las estrellas; nuestras pieles resonaban
cual hojas de oro y, bajo el agua de nuestras
almas, fuimos arena prisionera. El agua invadía
nuestros follajes y fuimos recubiertos de escamas
y de nácar. Entramos a la cavidad del mar,
en medio de sus múltiples hijos y bajo la envoltura
de nuestro corazón; y sobre las praderas
de nuestras vigilias, batía el mar.

El mar se levanta y nos lleva sobre la cresta
de sus falanges hasta los mástiles; el mar
se infla bajo la brisa y el flujo, el pecho de la corriente
se levanta y crece. Nosotros nos erguimos,
por debajo de nosotros mismos, por debajo
del océano y del ruido de las olas que se rompen
hasta nuestros muelles y sobre nuestros andenes
de madera. Henos aquí dispersos entre las olas
de algas que se rompen como árboles fragmentados
y nosotros permanecemos en medio de los círculos
flotantes de espuma. Henos aquí perdidos
en nosotros mismos, cada vez que el mar ancestral
e eleva lentamente sobre sus escalas; el ojo verdea
y la mirada se llena de agua todas las veces
que se entreabren las escamas del mar y el agua
escapa a sus torbellinos en posición de guardia.

Ella navega con un timonel de aire ebrio,
hacia los cuatro puntos cardinales, nadando
sobre la cresta de sus azules cristalinos.
Entonces, nos ponemos de pie, el mar rugiendo
en nosotros. Nosotros lo contemplamos,
escalando como un caballo y volando
como las dos alas de un pájaro invisible.

Nos hemos alejado y lejano ha devenido el mar;
él descendió nuestros senderos de piedra
y nuestras balaustradas; el agua se ha retirado
a su morada, bajo el pecho de su sombra vaga.
Lentamente, ella aspiró la superficie de la tierra
y la secó. Entonces surgió la tierra firme
con sus estelas de piedra y sus praderas esculpidas,
chimeneas y piedras verdecidas apareciendo
poco a poco, y el mar permaneciendo a retaguardia,
vasto murmullo de bosques saqueados.

Ciudades oscuras están encadenadas allí,
como esqueletos de delfines y de fósiles
escupidos a la orilla, que duermen parecidos
a lagartos petrificados, sobre el trono del mar.

Sobre ellas se vuelven a cerrar sus arcadas,
sus puentes y sus palmas de mármol; asfixiadas
por sus aguas secretas, ellas se contraen
como un fruto seco y como un corazón
arrugado entre la ceniza.

Cuando los arroyos se relajen como serpientes
muertas, cuando el mar permanezca en los mercados,
dormido, estancado, y el agua se retire de nuestros
rostros, henos aquí, semejantes a lavaderos
de arena y tamices de agua.

Levantamos alto nuestras brechas numerosas
que han vertido el mar de todas las costas,
y en cuanto el primer flujo nos deja como círculos
de olas y anillos de espuma sobre la playa,
permanecemos entre las velas y las carroñas,
pecios del mar y restos de una ola
a la que le han robado el corazón.

Buscamos el mar bajo la piel pero no sacudimos
sino nuestra arena y nuestras estrellas
y no nos asimos de nuestras almas,
conchas vacías.

Quemamos nuestros anillos en el agua,
incendiamos el agua hasta la ribera y reventamos
las olas inmensas; el agua se concentra en los barrios,
bajo las moscas de los vastos mares. Ella duerme
bajo las casas y los pozos, inmóvil. Entra en nuestras
alcobas y se extiende entre nosotros, prisionera
de sus redes y de sus escamas.

Enferma sangrando en el arroyo ella descenderá
de los molinos, azotada, su fuerza de roble secreto,
para aparecer bajo nuestros lechos
como un pez muerto.

Las aguas del mar se tormentan en la noche
y el bosque arrasado, el mar se hilvana igual
que una serpiente bajo las hogueras y la piedra.
El mar surge alrededor de nuestras casas y chorrea
de nuestro vestido; no queda, luego, que se ha clavado
en sus abismos, sino un rechinar marino,
llenando el horizonte. Nuestros lechos y nuestras
almas se desecan entonces como las riberas.
Y la ciudad permanece privada de su seno;
sus osamentas polvorientas se acuclillan mientras
que las armazones de las casas vacilan como toperas
y el aire se separa de los cuartos.

La vajilla sobre los anaqueles, los grandes péndulos
fijados a los muros, los alimentos sobre el fuego
y los niños alrededor de los lagos. Al norte y al sur
los árboles se pasean. Somos pocos en saber que al pie
de las hogueras, hay zapatos llenos de barro
y que aquellos que han vuelto a entrar han dejado
tras ellos corrientes escupidas por la tierra, vientres
abiertos sobre la ruta. Han dejado carroñas
de cangrejos vivientes bajo sus mantos maculados.
Que nadie me tiente a sacudir estos hombres,
ahora que sus dedos y sus dientes les son
despegados y la lluvia los atravesó.

Somos pocos en saber que los hombres no han
cambiado, sino que cambiaron el timonel de sus sueños
y que la noche no es suficiente. Que esta mañana
lapidada como una rosa seca no es para nosotros;
que el aire, de hierro, es duro para la mirada y la luz.
Que las bocas están rotas sobre las almohadas,
los rostros azotados por el rayo. Que las vidas
se renuevan y que las gentes venden el porvenir
por una muerte tranquila en un balcón,
y que con la palabra se levanta la brisa
como un muerto que se despierta.

Nos hemos tendido sobre piedras tan largas
como los bosques, envueltos en velas.
Entre las acogedoras piedras, nos dormimos
e hicimos el aprendizaje del amor;
sobre una planicie de arcilla la suerte se nos dio
y comimos nuestros humildes frutos.
Nos recubrimos con el rayo cayendo sobre las praderas
de piedra y crecimos bajo la lluvia nocturna.
Nosotros supimos que sólo los sueños de yeso
no se esconden, que sólo los cuerpos de arcilla
no embaucan.

Entre la piedra y el agua, chorreamos como
el hierro fundido y siempre, vimos nuestros
sueños, que no pudimos reconocer, asesinados.
Y lloramos sobre las riberas con el corazón
de la piedra verdadera.


Traducción de Rafael Patiño
FESTIVAL DE POESÍA DE MEDELLÍN





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«LA VIDA ESTÁ EN OTRA PARTE»

Los cardiacos, en la Corniche Al-Manara,
no vuelven mucho la cabeza, pasan deprisa
con el abrigo abotonado hasta arriba,
sin pararse con nadie. Es una señal
de la herida borrada de sus pechos,
de que el cuerpo que se la ha tragado
no está tranquilo. Temer no temen
que salga de sus vidas, es el secreto
que aún yace en el centro, tal vez
el sentido anodino de sus rondas
vespertinas.

Los cardiacos que van de acá para allá
por la Corniche no vuelven mucho la cabeza.
Quieren que la gente aprecie el vigor de sus pies:
alzan sus zapatillas deportivas y vencen
a cada paso a sus corazones traicioneros
y los pisotean. Llevan de acá para allá la herida
que es signo de su victoria, llevan su vida
y la vencen de acá para allá. Estiran la vejez
y la enfermedad por segunda vez, conscientes
de que la vida está «en otra parte».
Tal vez esté beoda y sea impotente, tal vez
sea una mazorca de maíz tostada
o una palmera vieja. Van de acá para allá
y la piedra que se agranda en la pierna cae
de la pierna, y el destino al que dan un puntapié
se cumple otro día.







UN BILLETE
¿De qué me azoro ante la puerta de Brandeburgo?
Pienso que debería tener un detalle con la Historia,
que una herida en el pecho bastaría, pero no es
cosa de enseñársela al conductor.
De lo que debería avergonzarme es de haber
subido al vagón y haberme sentado sintiéndome
en falta, como si no tuviera billete. ¿Y si finjo
que todo esto es incomprensible en mi lengua?
¿O me zafo del asunto palpándome el billete
en el bolsillo y le entrego mi apuro al revisor?

Traducción de Luz Gómez García




Una mancha de vino

Es una mancha que no se va. Cuanto más la limpio,
más se nota y se extiende. Aquí los errores
viven mucho y dejan grandes manchas.
Desde luego, la peor manera de fabricar recuerdos
es meter las manos en todo.

El vino, dice la asistenta, seguirá haciendo
de las suyas si no se le presta atención.
No basta con que te den miedo las manchas.
Peor es intentar ocultarlas.

Quedarán tras de ti en este lugar en el que
se te perdona todo pero no se lavan las manchas.

Quedarán después de ti y no sabes qué contarán
de ti a los que vengan, igual que no sabes cuándo
volcarás el vaso por descuido o tu vida
se transformará en un gran error,
cuándo permanecerá aquí para siempre
como una mancha de vino en una habitación.

Quizá tampoco entiendas que has dejado manchas
por todas partes, que tus pensamientos ensucian
más que tu vino. Mancha tu pecho la herida
que cada vez se extiende más por tu piel,
y por más que te alejes, tu vida seguirá aquí,
al descubierto y bajo sospecha.

Traducción de Luz Gómez García







Frialdad

Seduzco a una mujer con la herida del pecho,
con la herida de la pierna. La atraigo
con el dedo roto hacia la cama. Sería maravilloso
que fuera de mármol y meterle el dedo
en el agujero del oído. Sería maravilloso
que a su frialdad no le impresionara mi mano.
Que su delicadeza de mármol contagiase mi piel,
y que luego, con una mirada de su ojo de cristal,
se prendara de mí.

Pero al final no sufrimos, dormimos abrazados
y desnudos con una herida.

Traducción de Luz Gómez García
http://mahmuddarwix.blogspot.com/






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Llegarás

No llegarás de un camino menos peligroso
Pero llegarás
Un poco deshabituada
Pondrás tus maletas delante de la puerta
Antes de saludar
Y no llegarás
Hasta que no te pierda un poco
Hasta que algo de tu rostro
Huya hacia ese camino
Donde te esperan las paradas de tu fuga.





Tumbas de cristal
Perros invisibles ladran en los subterráneos,
en las células, en las trincheras, en los vestíbulos
y en los confines
Ladran desde la imaginación entera
Y en la noche cruzan las rejillas y atraviesan
los sueños en silencio
Ladrido tras ladrido como relámpagos secos
Un ladrido detrás de las puertas macizas de abajo
Trampas en el pórtico
El trueno hueco sobre la ósea tierra
Un ladrido
Y ya no nos vemos
Onzas caminan sobre los alambres de espino.

Este tren inmenso que avanza como una solitaria
Huye con sus generales muertos y sus cadáveres,
fijando los urinarios
Y con sus tumbas de cristal
Vemos tumbas blancas en lo infinito
Vemos cajones blancos abiertos
Tarjetas y cartas que se extienden hasta el fondo
Gangrena que se renace a partir de los recuerdos
Aroma creador


(POESÍA ÁRABE)



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