martes, 22 de febrero de 2011

3118.- ROBERT BRINGHURST


Robert Bringhurst (Los Ángeles, 16 de octubre de 1946, es un poeta, tipógrafo y escritor canadiense. Autor de The Elements of Typographic Style, obra de referencia obligada sobre tipos de letra, glifos y la disposición geométrica y visual de los tipos. También ha traducido al inglés obras de poesía épica de mitología Haida.

Nacido en Los Ángeles, California, fue criado en Utah, Montana, Wyoming, Alberta y Columbia Británica. Estudió arquitectura, lingüística y física en el Massachusetts Institute of Technology, y posteriormente literatura comparada y filosofía en la Universidad de Utah. También posee un BA de la Universidad de Indiana y un MFA en narración creativa de la University of British Columbia.
En la actualidad reside en Quadra Island, cerca de Campbell River, Columbia Británica.

Bibliografía
Poesía
The Shipwright's Log – 1972
Cadastre – 1973
Eight Objects – 1975
Bergschrund – 1975
Tzuhalem's Mountain – 1982
The Beauty of the Weapons: Selected Poems 1972–82 – 1982 (nominated for a Governor General's Award), 1985 (Copper Canyon Press)
Tending the Fire – 1985
The Blue Roofs of Japan – 1986
Pieces of Map, Pieces of Music – 1986, 1987 (Copper Canyon Press)
Conversations with a Toad – 1987
The Calling: Selected Poems 1970–1995 – 1995
Elements (with drawings by Ulf Nilsen) – 1995
The Book of Silences – 2001
Ursa Major – 2003 (shortlisted for the 2004 Dorothy Livesay Poetry Prize)
New World Suite Number Three: A poem in four movements for three voices – 2006
Selected Poems – 2009

Prosa
Visions: Contemporary Art in Canada (with Geoffrey James, Russel Keziere & Doris Shadbolt) – 1983
Ocean/Paper/Stone – 1984
The Raven Steals the Light (with Bill Reid) – 1984
Shovels, Shoes and the Slow Rotation of Letters – 1986
The Black Canoe (with photographs by Ulli Steltzer) – 1991
Boats Is Saintlier than Captains: Thirteen Ways of Looking at Morality, Language, and Design – 1997
Native American Oral Literatures and the Unity of the Humanities – 1998
A Short History of the Printed Word (with Warren Chappell) – 1999
The Elements of Typographic Style – 1992, revised 1996, revised 2004, revised 2005
The Solid Form Of Language: An Essay On Writing And Meaning – 2004
The Tree of Meaning: Thirteen Lectures 2006
Everywhere Being is Dancing 2007
The Surface of Meaning: Books and Book Design in Canada – 2008



MUERTE EN EL AGUA

No fue su rostro ni ningún
otro rostro lo que Narciso vio
en el agua. Fue la ausencia
de rostros. Fue la profunda claridad
de ese lago azul al que iba
regresando, y que iba regresando
a él mientras él se acercaba, avanzando
hacía allí octubre tras octubre
y cada tarde,
yéndose de ese verano sin salida al mar,
de los brazos de su propia voz,
yéndose de sus palabras.

Fue su ojo, me podrías decir,
lo que vio allí, o
la resonancia de su color.
Mejor aún, decí que fue
lo que intentaba oír -el murmullo
apagado de una luz en el agua, no
el estrépito entre las rocas.

Lo mismo Li Po. Como nosotros -aunque
por el amor a escuchar
nuestras voces, y el miedo a escuchar
lo que decimos en las voces de otros que vuelven
de la tierra, hablamos al mismo tiempo que escuchamos y miramos
hacia abajo, hacia los grandes lagos de aire azul viniéndo hacia nosotros y decimos
que no hacen ruido, y que no
tienen rostros, y que cada uno
tiene los ojos de otro.






PARMÉNIDES

Parménides no era ningún tonto. Parménides
sabía que la costa de Campania
no era el límite este del Egeo,
que no era Focea,
y que los ricos pozos de Calabria,
a pesar de Pitágoras,
eran tachos llenos de polvo comparados con
Mileto.

Mayores: sí: eso seguro.
La gran frontera, y las olas del Tirreno eran
extrañamente igual a Texas,
y el mero
tamaño de todo eso pudo haberlo cautivado.

Parménides habló
y Parménides fue capaz de observar
que su voz se secaba bajo el peso de las rocas enormes
y que sus sueños eran pálidos
como pirita, o más pálidos, como la ganga
molida y separada del metal jónico.

Treinta años rarísimos, y treinta líneas perdidas
en ejes de carretas, bisagras de puertas, caballos, velos
y muchachas del sol, y de pronto
Parménides
olfateándose él mismo, atrapó una idea
con los dientes y la mordió, cantando:

... las cosas que devienen,
aunque existen, en verdad
tienen que estar ahí
siempre. En todas partes.

Y Parménides se tiró entre los pastos duros, entre bosta
de cabra, imaginando y pensando
en todo eso ahí como un entretejido, su mente soltándose
y devorando, intentando pasar la cascada:
sus lóbulos bombeando como pulmones, como un músculo,
sus nervios tronando tras los bastidores de los huesos
y toda el cargamento de su corazón
cayendo encima de él:
diosas, muchachas, agua blanca, olivos,
huevas de tiburón, la neblina del mar,
el ojo migrador de la platija

... tienen que estar ahí
siempre. En todas partes.

Y esa revelación
angustió y dejó estupefacto
a Parménides.
Sin embargo se obligó a continuar,
sofocado por el agotamiento, tragó saliva, y arremetió
con todo su conocimiento de embarque: todas las cosas
entremezclándose hasta alcanzar

finalmente, sólo
la infinita, completa,
indivisible quietud:
la cerradura
del cofre de la creación.

Parménides entonces abrazó las leyes
y escribió numerosos estatutos,
un número muy grande de estatutos
que, según Plutarco,
fueron impuestos durante algunos años en Elea.





LAS RECETAS DE EMPÉDOCLES

Sangre y músculo: aproximadamente
las mismas cantidades de tormenta, tierra,
fuego y del aire transparente y alto
que se mezclaron creando las lagunas.

Hueso: hecho en cavernas con
dos partes de tierra, dos partes de un ansia
reluciente, cuatro partes de fuego.

Los críticos dicen que el ansia en Empédocles
no es otra cosa que agua.
Y los críticos dicen
que la última fórmula de Empédocles fue

la de la mente: hecha en volcanes
con ojos cauterizados y la evaporación
de músculos y sangre y huesos.






HERÁCLITO

I

Heráclito dice que un alma seca es más sabia y mejor.
Heráclito está innegablemente
en lo cierto sobre estos temas. Estos
brillantes jirones de sabiduría, arrojados
sobre espuma y gris tumulto deberían al menos producir
algunas visiones y reflexiones, una pequeña luz
de corte transversal, como una aleta,
abriéndose paso por las vetas del mar
o anhelada en la cresta de la ola.

Un alma seca. Seca: es decir
secada en el horno, curada como buena madera o Bordeaux viejo,
cerdo salado y tasajo, carne del alma
bajo la cereza silvestre,
.........................................luz del sol
y sal marina seleccionados en el grano.



II

Heráclito dice algo sobre la concordia - no
como un torno de carpintero o leños
amarrados, como en Homero.
Armonía con un dorso inclinado,
cenizas laminadas erguidas como una quilla caída, el bucle
de cinco cuerpos en el fuego, flexionados
como el alma entre músculo y hueso, como
el arco, como la lira.


III

Todas las cosas pueden cambiarse por
fuego y el fuego por todas las cosas,
como el oro por bienes y los bienes por oro,
o al menos eso canta el viejo
Heráclito.



IV

Los muertos son dioses, los hombres son dioses muertos, dice
Heráclito. Y más aún,
mortales inmortales son inmortales mortales,
la respiración de uno es la muerte del otro,
la muerte de uno es la vida del otro:

mortales son eternos, los eternos son mortales,
viviendo en el cuerpo la muerte del otro,
muriendo en aire, tierra y fuego, considerando

al otro, la encarnación
completa.



V

Agita sus cenizas el viento.





LOS VIVOS NUNCA DEBEN EXCEDER A LOS MUERTOS

Es así de simple. Los vivos
nunca deben exceder a los muertos
en número -como sucede ahora
con nosotros. Hemos roto la regla.

Esas palabras son demasiado duras
para decírselas a una mujer,
son palabras absurdas
para decírselas a un chico.

Y no sé qué hacer con ellas,
salvo dejarlas abandonadas
acá, en el aire
donde ninguno las encontrará.







ESOS POEMAS, DIJO ELLA

Esos poemas, esos poemas
esos poemas, dijo ella, son poemas
vacíos de amor. Esos son los poemas de un hombre
que abandonaría a su mujer y a sus hijos porque
hacen ruido en su estudio. Esos son los poemas
de un hombre que mataría a su madre para cobrar
la herencia. Esos son los poemas de un hombre
como Platón, dijo ella, afirmando algo que no
comprendí pero que sin embargo
me ofendió. Esos son los poemas de un hombre
que preferiría dormir consigo mismo que con mujeres,
dijo ella. Esos son los poemas de un hombre
con ojos como cuchillas dobles, con manos como las de un carterista
tejidas con agua y lógica
y hambre, sin un hilo de amor en ellas. Esos
poemas son tan crueles como el canto de los pájaros, tan faltos
de sentido como hojas del olmo, que si aman aman únicamente
el amplio cielo azul y el aire y la idea
de hojas del olmo. El narcisismo es un final, dijo ella,
nunca un comienzo. Amor significa amor
por la cosa cantada, no por la canción o el cantar.
Esos poemas, dijo ella…
Sos, dijo él,
hermosa.
Eso no es amor, dijo ella acertadamente.






ENSAYO SOBRE ADÁN

Hay cinco posibilidades. Una: Adán se cayó.
Dos: fue empujado. Tres: saltó. Cuatro:
solamente inspeccionaba el borde cuando una mirada lo dejó mudo.
Cinco: nada digno de mención sucedió con Adán.

La primera, que se cayó, es demasiado simple. La cuarta,
el miedo, ya la probamos y no sirvió de nada. La quinta,
que no le pasó nada, es aburrida. La elección es:
o saltó o fue empujado. Y la diferencia entre las dos


es sólo una cuestión sobre cómo trabajan
los demonios -si desde el interior hacia afuera o desde el exterior
hacia adentro: la pregunta
teológica fundamental.








PARÁBOLA DE LAS TRES ROCAS

Amor, he visto en las montañas a un hombre arrancar
el líquen del nido de los pájaros de la rama de un
árbol, un abeto donde colgaba al viento, como el pelo
verde marino de una cabra; le he visto juntar tres piedras
blancas, afiladas y claras como dientes de leche.

Le he visto dejar esos trozos
quebrados de roca en lo más profundo
del nido -igual a una criatura
mitad pájaro de largas piernas y mitad cazadora,

y le he visto llevárselas: tres
piedras afiladísimas: dos
representando dos amantes
y la tercera representando el mundo.

He visto tres piedras de bordes afilados, blancas
como la leche en un nido de líquen verde
marino sobre una mesa y oído explicaciones
sobre ellas a los curiosos visitantes como si se tratase
de los dientes de un pez de las profundidades
o los huevos de un pájaro carnívoro.-

(Traducción: Mònica Miravet y Aníbal Cristobo)







EL PEZ QUE VIVIÓ PARA CONTARLO

Al principio había un pez. No tenía ningún
recuerdo. Enseguida murió.

Después hubo dos peces. Se peleaban. Llegaron a protagonizar
excelentes combates.

En cualquier otro sitio: tres peces. Tres peces resultaban
suficiente: podían nadar en círculos.
Se comieron entre ellos.

Cuatro peces. Primero se pelearon, después
mantuvieron dos enfrentamientos simultáneos; después
pasaron a la lucha libre. Uno de ellos pronto abandonó,
pero quedaban tres. De vez en cuando, los mansos efectivamente
heredan el territorio (en el mejor de los casos)
por un corto tiempo. Entonces comienzan a soñar. Son
mansos; han visto los combates.

[Traducción: Mònica Miravet y Aníbal Cristobo]


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