martes, 17 de agosto de 2010

CHARLES SIMIC [513]


Charles Simic 

Nació el 9 de mayo de 1938 en Belgrado, Yugoslavia. En 1953 emigró de su país con su madre y hermano para reunirse con su padre en los Estados Unidos. Vivieron en Chicago y los alrededores hasta 1958. Publicó sus primeros poemas en 1959, a los 21 años.En 1961 fue reclutado por el ejército estadounidense y en 1966 recibió su grado de Bachelor en la Universidad de Nueva York. Al año siguiente se publicó su primera colección completa de poemas, What the Grass Says. Desde entonces ha publicado más de 60 libros en los Estados Unidos y en el exterior. Entre ellos, Jackstraws (Harcourt Brace, 1999), fue nominado como Libro Notable del Año por el New York Times; Walking the Black Cat (Harcourt Brace, 1996), fue finalista del National Book Award en poesía. Le siguen A Wedding in Hell (1994); Hotel Insomnia (1992); The World Doesn't End: Prose Poems (1990), por el cual recibió el Premio Pulitzer en Poesía; Selected Poems: 1963-1983 (1990); y Unending Blues (1986). También ha publicado muchas traducciones de poesía francesa, serbia, croata, macedonia y esloveca, y cuatro libros de ensayos, siendo el más reciente, Orphan Factory (University of Michigan Press, 1998). También ha sido editor invitado de The Best American Poetry 1992. Elegido Canciller de la Academia de Poetas Estadounidenses el 2000, sus muchos premios y distinciones incluyen los de la Fundación Guggenheim, Fundación MacArthur y National Endowment for the Arts. Desde 1973 vive en New Hampshire, donde es Profesor de Inglés en la Universidad de New Hampshire.


A todos los criadores de cerdos, mis antepasados

Comer cerdo es para mí un asunto solemne.
Me estoy comiendo a mis antepasados.
Me estoy comiendo la tierra que trabajaban.

Borrachos cabeza de nabo, ladrones de caballos,
libertinos, brutos, trabajadores sucios,
en mi sangre los revivo.

Si le añado ajo a mi cerdo
es por aquel que llegó a clérigo,
aquel que dejó la tierra, se ató a la ciudad
y cambió de nombre para que nunca más se supiera de él.

Versión de Jonio González




 Escobas

1

TAN sólo las escobas
saben que el diablo
aún existe

que la nieve blanquea
cuando un cuervo la sobrevuela,
que un quicio oscuro y polvoriento
es refugio de niños, de soñadores,

que una escoba es un árbol
en los jardines de los pobres,
que la cucaracha que cuelga
del cepillo es una paloma muda.


2

En los libros de magia, las escobas
son signo de muerte inminente.
Tal es su existencia secreta.
En público, se portan como solteronas ajadas
predicando templanza.

Son enemigas declaradas de la lírica.
En prisión, acompañan a los guardias,
se internan en las celdas, escuchan confesiones.
Sus extremos se abaten
cuando menos lo esperas.

Tiradas tras la puerta
de un antro condenado a la ruina,
susurran a nadie en concreto
palabras como virgen viento eclipse de luna,
y el más sagrado de los nombres:
Hiuronymous Bosch.


3

De ésta y no otra manera
se armó la primera escoba ancestral:
a saber, arrancaron las flechas del costado
inerme de San Sebastián.
Las anudaron con la cuerda
que Judas usó para ahorcarse.
Las encajaron en el podio
desde donde Copérnico
alcanzó el lucero del alba...

Al fin, la escoba estuvo lista
para salir del monasterio.
El polvo le dio la bienvenida,
pero ese gran pornógrafo
quiso enseguida
asomarse bajo su falda.


4

La doctrina secreta de las escobas
excluye el optimismo y el consuelo
de la pereza, la asombrosa maravilla
de una copa de luz de luna añeja.

Dice: los huesos se amontonan bajo la mesa.
Las migas son muy suyas y piensan por su cuenta.
Y la leche es el semen de ya-sabes-quien.
Los ratones suelen tener el último grito.

Y con respecto al tema
de la levitación, sugiero lo siguiente:
sólo hay un Dios
y su profeta es Mohamed.


5

Y tu abuela, al cabo, que barre
la suciedad del siglo diecinueve
y la esconde en el veinte, mientras tu abuelo arranca
un pelo del cepillo para limpiar sus dientes.

Largas noches de invierno, amaneceres
de miles de años de profundidad.
Ventanas de cocina
con vendas y dolor de muelas.

Detrás de ellos, la escoba
que barre y guarda las lucientes
partículas de polvo en exactas pirámides,
y en su interior las tumbas

que los ladrones profanaron
una vez, hace mucho tiempo.

Charles Simic en Desmontando el silencio (Ayuntamiento de Lucena, Córdoba, 2004).



SANDÍAS

Budas Verdes
En el puesto de frutas.
Nos comemos una sonrisa
Y escupimos los dientes.




INVENCIÓN DE (LA) NADA

No me dí cuenta
mientras le escribía a ella
que nada permanece del mundo
excepto mi mesa y silla.

Asi que dije:
(porqué sí, para abusar de la paciencia)
¿Es ésta la taberna
sin un vaso, vino o mozo
donde soy el largamente esperado ebrio?

El color de la nada es el azul.
Lo golpeo con mi mano izquierda y la mano desaparece.
¿Porqué estoy tan callado entonces
y tan contento?

Me subo a la mesa
(la silla ya no está)
y canto a través del cuello
de una botella de cerveza vacía.




AVENIDA EUCLÍDES

Todos mis oscuros pensamientos
estirados
en una línea recta.

Una calle abstracta
en la que una igualmente abstracta inteligencia
siempre avanza, dudando
del sonido de sus propios pasos.

Interminable séquito.
El lenguaje
tan antiguo como la lluvia.
El sortilegio del adivino

de donde tiene su comienzo,
su canil y hueso,
el olor de un palo
que yo solía arrojar.

Una especie de oscuridad sin los bosques,
luz-de-cuervo pero sin el cuervo,
Hotel Splendide
todo cerrado con llave para la noche.

Y allá afuera,
avistando alguna última panadería
la luz-de-calle
de mi insomnio.

*

Un lugar 
conocido como el infinito
hacia el cual aquel viejo sí mismo
avanza.

El hijo pobre de padres pobres
que aspira a complacer
a tan tardía hora.

Las mágicas monedas
en su bolsillo
ocupando todos sus pensamientos.

Un lugar conocido
como el infinito,
su puerta mosquitero chillando
interminablemente chillando.




NOTA DESLIZADA BAJO UNA PUERTA

Vi una alta ventana enceguecida
Por la luz del sol de la tardía tarde.

Vi una toalla
Con muchas oscuras huellas dactilares
Colgando en la cocina.

Vi un viejo manzano,
Un chal de viento sobre sus hombros,
Avanzando solitario muy de a poquito
Camino de las áridas colinas.

Vi una cama sin hacer
Y sentí el frío de sus sábanas.

Vi una mosca empapada en la oscuridad
De la adviniente noche
Mirándome porque no podía salir.

Vi piedras que habían venido
De una gran distancia púrpura
Amontonándose alrededor de la puerta de entrada.




POSICIÓN SIN UNA MAGNITUD

Como cuando alguien
Que no habías notado antes
Se levanta en un teatro vacío
Y proyecta su sombra
Sobre los fabulosos jinetes
De la pantalla

Y tú tiemblas
Mientras te das cuenta de sólo eres tú
En tu camino
A la enceguecedora luz solar
De la calle.




ÁRBOLES DE NOCHE

Apagando la luz
Para oírlos mejor

*

Para diferenciar las hojas
De un fresno
De aquellas
De un abedul blanco.

*

Ambos podrían
Aproximarse,
Ambos podrían barrerme.

*

Imágenes de pájaros
Huyendo de un incendio,
Imágenes de un bote salvavidas
Atrapado en la tormenta.

*

El sonido de aquellos
Que duermen sin sueños.

*

Siendo tomado
Por ellos.
Siendo activamente tomado,
Y arrastrado
En agonía.

*

Por momentos también el toque
De una polilla 
En un mosquitero.

*

Una ráfaga de pensamientos,
Sedimentos
En el fondo de la tinta de la noche,
Empapándose, calmándose.

*

Ramas inclinándose
A las fronteras
De lo inaudible.

*

Un prolongado silencio
Que me recuerda
Trabar las puertas.

*

Claridad.
El mástil de mi espinazo, por ejemplo,
Al que la muerte adhiere
Un aleteante pañuelo.

*

Y el viento hace
Una gran cosa de eso.


(Y uno más...)




MIEDO

El miedo pasa de hombre a hombre
Sin saber,
Como una hoja le pasa su temblor
A otra.

De pronto todo el árbol está temblando
Y no hay señal alguna del viento.




La silla

Esta silla fue una vez alumna de Euclides.

El libro de sus leyes reposa sobre su asiento.
Las ventanas de la escuela estaban abiertas,
De suerte que el viento volteaba las páginas
Susurando las gloriosas pruebas.

El sol se puso sobre los dorados tejados.
Por todas partes las sombras se alargaron,
Pero Euclides no dijo nada de eso.

(De "Hotel Insomnia", 1992)




Guante perdido

He aquí un guante negro de mujer.
Debe haber significado algo.
Un considerado extraño lo dejó
sobre el buzón rojo de la esquina.

Por tres días el cielo estuvo agitado,
luego, hoy día, cayeron algunos copos de nieve
sobre el guante que alguien,
en el intertanto, había dado vuelta,
de modo que sus dedos podían cerrarse

un poco... sin formar un puño todavía.
Yo, en tanto, esperé, con la noche que venía.
Algo me dijo que no me moviera.
Aquí donde las llamas se alzan de los tarros de basura,
y los sin casa duermen de pie.

(De "Hotel Insomnia", 1992)





Primavera

Esto es lo que vi: nieve vieja en el suelo,
tres mirlos acicalándose,
y mi vecina que salió en camisa de dormir
a tender en la cuerda las camisas de su marido.

El viento matutino hacía difícil engancharlas,
levantó el vestido tan por encima de sus rodillas
que tuvo que dejar de hacer lo que estaba haciendo
y dio una buena carcajada mientras se cubría.

(De "Hotel Insomnia", 1992)





Escena callejera

Un muchachito ciego
con un letrero de papel
prendido en su pecho.
Demasiado pequeño para estar fuera
mendigando solo,
pero allí estaba.

Este extraño siglo
con sus matanzas de inocentes,
su vuelo a la luna,
y ahora él aguardándome
en una ciudad extraña,
en una calle donde me perdí.

Al oírme aproximar,
se sacó un juguete de goma
de la boca
como para decir algo,
pero no lo hizo.

Era una cabeza, la cabeza de un muñeco,
muy mordisqueado,
la levantó para que la viera.
Los dos sonrieron con una mueca.

(De "Hotel Insomnia", 1992)




Pirámides y esfinges

Hay una calle en París
llamada rue des Pyramides.
Una vez me imaginé que estaba llena
de arena y pirámides.

El domingo que fui allí a cerciorarme,
una pobre anciana que cojeaba
chocó conmigo sin verme.
Podría haber sido una egipcia
por su avanzada edad.

Apoyándose en un bastón y a prisa
pasó por las fachadas de las tiendas cerradas
como si hubiera un desfile en alguna parte,
o una ejecución para ver,
¡una cabeza ensangrentada sujeta por el pelo!

El día era frío. Ella pronto desapareció,
mientras yo examinaba un letrero de circo medio despegado
bajo el cual había otro
con la cabeza de una esfinge que me miraba.

(De "Hotel Insomnia", 1992)




La araña ausente

He aquí su tela, pero nunca vi una araña allí,
excepto una falsa, ésas hechas de goma
que se venden el fondo de una tienda
con adornos para peceras y juguetes para la bañera.

Queríamos una araña para asustar a Mary,
pero en cambio le compramos una serpiente de cascabel.
Se veía real. Se veía absolutamente mortal
con su lengua bífida saliente.

Ella gritó. No pensó que fuera divertido.
Su hermano lanzó la culebra a lo alto.
Se enrollaba y desenrrollaba como si tratara de volar.
Un árbol la enganchó. Le lanzamos piedras pero sin resultado.

Cuando llegó el invierno y el árbol perdió sus hojas
vmos la culebra agitándose en la rama
como si tuviera frío. La araña estaba
donde estaba
atrás en la tienda.

Era negra. Incluso sus ojos lo eran.
La tienda no tenía clientes para Navidad.
Los cientos de muñecas baratas en los estantes
precían asombradas, rosadas y desnudas más
allá de lo creíble.

(De "Hotel Insomnia", 1992)


Hotel Cielo Estrellado

Millones de cuartos vacíos con televisores encendidos.
No estaba yo ahí aún, pero vi todo.
El Titanic en la pantalla como un
pastel de cumpleaños hundiéndose.
Poseidón, el recepcionista nocturno, apagó las velas.

¿Cuánta propina deberíamos dar al botones ciego?
A las tres de la mañana la máquina vende-chicles
en el lobby vacío
con su espejo recién trizado
es la nueva Madonna con su niño.

(De "Hotel Insomnia", 1992)



El Tigre

En memoria de George Oppen

En San Francisco, ese invierno,
había una pequeña y oscura tienda
llena de Budas somnolientos.
La tarde que entré
nadie vino a saludarme.
Estaba parado entre los sabios
como si tratara de leer sus pensamientos.

Uno era enorme y hecho de piedra,
unos pocos eran del tamaño de la cabeza de un niño
y tenían manchas de color sangre seca.
Incluso había otros no más grandes que un ratón,
y parecían estar escuchando.

"Los vientos de marzo, vientos negros,
los arenosos vientos", escribió el poeta muerto.

Al ocaso su calle estaba vacía
excepto por mi larga sombra
abierta ante mí como tijeras.
Su casa estaba donde yo conté la historia
del soldado ruso,
ése que parecía chino.

Yacía herido en la cama de mi padre,
y yo le llevaba agua y fósforos.

A cambio de eso me dio un pequeño tigre
de marfil. Su hocico estaba abierto de cólera,
pero no tenía rayas.

Hubo una noche en que yo pinté
sus ojos de negro, su lengua de rojo.
Mi madre sostenía la lámpara para mí,
preocupada por el tipo de suerte
que esta bestia podría traernos.

El tigre en mi mano rugió suavemente
cuando estábamos solos en la oscuridad,
pero cuando puse mi oreja en la puerta del poeta
esa tarde, no escuché nada.

"Los vientos de marzo, vientos negros,
los vientos arenosos", escribió una vez.

(De "Hotel Insomnia", 1992)



En la Biblioteca

Para Octavio

Hay un libro llamado
"Diccionario de Ángeles".
Nadie lo ha abierto en cincuenta años,
lo sé, porque cuando lo abrí
sus tapas crujieron, las páginas
se derrumbaron. Allí descubrí

que los ángeles habían sido una vez tan numerosos
como especies de moscas.
El cielo al ocaso
Solía estar espeso de ellos.
Había que agitar las manos
para mantenerlos apartados.

Ahora el sol brilla
a través de las altas ventanaaas.
La biblioteca es un lugar apacible.
Ángeles y dioses se apilaban
en libros oscuros no abiertos.
El gran secreto está
en algún estante junto al cual la Srta. Jones
pasa todos los días en sus rondas.

Ella es muy alta, de modo que mantiene
su cabeza inclinada como si escuchara.
Los libros están susurrando.
Yo no oigo nada, pero ella sí.

(De "Gods and Devils", 1990)


El significado

Oculto como aquel niño pequeño
que no pudieron encontrar
el día que jugaba a las escondidas
en un parque lleno de árboles muertos.

¡Nos damos por vencidos! Gritaron.

Estaba oscureciendo.
Tuvieron que llamar a su madre
para que le ordenara salir.
Primero ella lo amenazó,
luego tuvo miedo.

Al fin escucharon una ramita
Quebrarse tras sus espaldas,
¡y ahí estaba!
el enano de piedra, el ángel de la fuente.

(De "Gods and Devils", 1990)



Carta

Queridos filósofos: me pongo triste cuando pienso.
¿A vosotros os pasa lo mismo?
Justo cuando estoy a punto de hincar los dientes en el noumenon,
alguna novia antigua me viene a distraer.
"¡Ni siquiera está viva!" grito a los cielos.

La luz invernal me hizo tomar ese camino.
Vi lechos cubiertos con frazadas grises idénticas.
Vi hombres de mirada sombría sosteniendo mujeres desnudas
mientras las maguereaban con agua fría.
¿Era para calmarles los nervios o castigo?

Fui a visitar a mi amigo Bob quien me dijo:
"Alcanzamos lo real cuando vencimos la
seducción de las imágenes".
Yo estaba dichoso, hasta que me di cuenta
de que tal abstinencia nunca sería posible para mí.
Me sorprendí mirando por la ventana.

El padre de Bob llevaba a su perro a pasear.
Se movía dolorosamente; el perro lo aguardaba.
No había nadie más en el parque,
sólo árboles desnudos con una infinidad de formas trágicas
que hacían más difíciles las cosas.

(De "Gods and Devils", 1990)




Shelley

Para M. Follain

Poeta de las hojas muertas barridas como fantasmas,
llevadas como multitudes pestilentes, te leí por primera vez
una noche lluviosa en la Ciudad de Nueva York,
con mi atroz acento eslavo,
recitando los melifluos versos
de un volumen desgastado, muy manchado
que había comprado temprano ese día
en una librería de libros usados en la Cuarta Avenida
administrada por un iniciado de los maestros de lo oculto.

El poco dinero que tenía casi lo gasté todo,
caminé por las calles con mi nariz metida en el libro.
Me senté en una sucia cafetería
con las moscas del verano pasado sobre la mesa.
El dueño era un ex marino
al que le había salido una joroba en la espalda
mientras contemplaba la lluvia, la calle vacía.
Estaba contento de verme sentado y leyendo.
Me volvía a llenar la taza con un líquido oscuro como el río Estigia.

Shelley hablaba de un rey loco, ciego y moribundo;
de gobernantes que no veían, no sentían, ni sabían;
de tumbas de las que un glorioso Fantasma podía
irrumpir para iluminar nuestro día tempestuoso.

Yo también me sentía como un glorioso fantasma
yendo a cenar
en un restaurante chino que conocía muy bien.
Tenía un mozo con tres dedos
que me traía mi sopa y arroz todas las noches
sin decir siquiera una palabra.

Nunca vi a nadie más allí.
La cocina estaba separada por una cortina
de cuentas de vidrio que sonaba débilmente
cuando quiera que se abría la puerta de entrada.
La puerta de entrada se abrió aquella noche
para admitir una pálida muchachita con anteojos.

El poeta hablaba del universo eterno
de las cosas... de destellos de un mundo más remoto
que el alma visita en el sueño...
De un desierto poblado sólo por tormentas...

Las calles estaban salpicadas de paraguas rotos
que se veían como fúnebres cometas
que esa muchachita china podría haber fabricado.
Los bares de la calle MacDougal se estaban vaciando.
Había habido una pelea.
Un hombre se apoyaba en un poste de luz con los brazos extendisos
como si estuviera crucificado,
la lluvia lavaba la sangre de su cara.

En un callejón débilmente iluminado
donde la acera brillaba como un espejo de sala de baile
a la hora de cierre...
un hombre bien vestido sin zapatos
me pidió dinero.
Le brillaban los ojos, se veía triunfante
como un maestro de esgrima
que recién había dado una estocada mortal.

Cuán extraño era todo eso... los desechos del mundo
esa oscura noche de octubre...
El amarillento volumen de poesía
con sus Esplendores y Penumbras
que yo estudiaba a la luz de las vitrinas:
farmacias y barberías,
temeroso de mi pequeño cuarto sin ventanas
frío como una tumba de un emperador niño.

(De "Gods and Devils", 1990)


La Fiesta de Compromiso

Encontré una llave
en la calle, la llave
de la casa de alguien
tirada allí, destellando,

hace mucho tiempo; aquel
que la perdió
no se a acordar de ella
esta noche, como yo.

Era una ciudad enorme
de muchas ventanas oscuras,
columnas y domos.
Yo estaba allí pensando.

La calle frente a mí
sombría, llena de peligros
ahora que sostenía la llave. Uno o dos

transeúntes nocturnos
sin prisa y graves
a la vista. El cielo encima de ellos
de una claridad no terrenal.

La eternidad celosa
del momento presente,
¡qué me ocurrió!
Y entonces el momento se había acabado.

(De "Gods and Devils", 1990)


La Gran Guerra

Jugábamos a la guerra durante la guerra,
Margaret. Había mucha demanda de soldados de juguete,
aquellos hechos de arcilla.
Los de plomo los habían convertido en balas, supongo.

¡Nunca se vio algo tan bello
como aquellos regimientos de arcilla! Solía tirarme al suelo
por horas mirándolos a los ojos.
Recuerdo que me miraban a su vez maravillados.

Cuán extraño deben haberme sentido
parados tiesos en atención
ante una enorme e incomprensible criatura
con un bigote de leche.

Con el tiempo se quebraron o yo los quebré a propósito.
Había alambre en el interior de sus piernas,
dentro de sus pechos, ¡pero nada en las cabezas!
Margaret, me aseguré.

Nada, ninguna cosa en las cabezas...
Sólo un brazo, de vez en cuando, el brazo de un oficial,
enarbolando un sable en una grieta
del suelo de la cocina de mi abuela sorda.

(De "Gods and Devils", 1990)


Supervisores Celestiales

¿Cuentan mis pasos meticulosamente?
¿Han llegado a una cifra
de muchos ceros separados por puntos?
¿Podría yo haber caminado hasta la estrella más cercana?
Rememoradme, por favor,
uno de mis primeros pasos,
quiero el traje planchado que usaba ese día
quiero que mi madre me coja la mano firmemente.

Esa debe ser mi abuela ahí
en el ataúd abierto. Sus manos están agrietadas
de tanto fregar
el suelo por el que caminamos con zapatos negros.

Los tres pasitos que di entonces
para que pudiera ser levantado y besarla,
y los tres igualmente pequeños que di para retroceder...
¿Todavía resuenan en magnitudes que retroceden eternamente?

¿Podría este perrazo sentado como una esfinge
junto a la gris costa atlántica
todavía oír crujir mis zapatos nuevos
al otro lado del mundo?

(De "Gods and Devils", 1990)
(Traducción Oscar E. Aguilera F. © 2001)



SENOS

Me gustan los senos firmes,
los senos rebosantes
protegidos por un botón.

Surgen en la noche.
Los bestiarios de los antiguos
que incluyen al unicornio
los han dejado fuera.

Perlinos, como el este
una hora antes de que se alce el sol,
dos hornos para la única
piedra filosofal
por la que vale la pena molestarse.

Llevan en sus pezones
cuentas de suspiros inaudibles,
vocales de deliciosa claridad
para la pequeña escuela roja de nuestras bocas.

En otras partes, la soledad
hace otra entrada tenebrosa
en su libro mayor, la miseria
pide prestada otra taza de arroz.

Se acercan: presencia animal.
En el granero
la leche se estremece en el cubo.

Me gusta llegar a ellos
desde abajo, como un muchacho
que se sube a una silla.
para alcanzar el jarro de compota prohibido.

Suavemente, con mis labios,
aflojar el botón.
Hacer que se deslicen en mis manos
como dos cubiletes de cerveza recién vertida.

Escupo sobre los tontos que no han incluido
los senos en su metafísica,
sobre los astrónomos que no los han enumerado
entre las lunas de la tierra...

Le dan a cada dedo
su verdadera forma, su alegría:
jabón virgen, espuma
en la que nuestras manos son lavadas.

Y cómo honra la lengua
a estos dos panecillos agrios,
porque la lengua es una pluma
mojada en yema de huevo:

Insisto en que una muchacha
desnuda hasta la cintura
es el primer y el último milagro,

que el viejo portero que en su lecho de muerte
pidió ver los senos de su mujer
por última vez
es el mayor poeta que ha existido.

Oh, mis queridas, mis pensativas gaitas.
Miren, todos duermen en la tierra.

Ahora, en la absoluta inmovilidad
del tiempo, acercando la cintura
de la que amo hacia la mía

verteré cada seno
como una pesada uva oscura
dentro del panal
de mi boca somnolienta.


ESTAMPILLA CON PIRÁMIDE

El niño solitario debe jugar sin hacer ruido porque sus padres
duermen la siesta. Se arrodilla en el piso entre las camas empujando
una caja de fósforos e imagina que él va sentado adentro. Hace calor.
Al destaparse, dormida, su madre ha dejado los senos al aire,
como si fuera la Esfinge. El auto, pues eso es lo que es, se mueve muy
despacio porque las ruedas se entierran en la arena.
Adelante nada,
salvo viento, cielo, y más arena.
-"Shhh" -dice el padre severamente al viento del desierto-.

(Traducción de Maria Negroni)


Ejercicio de Sombreo

A esta calle le vendría bien un poco de sombra
Y lo mismo va para ese niño
Que juega solo en el sol,
Que una sombra se dispare sobre él como un gatito negro.
Sus padres siempre sentados con las persianas abiertas.
La escalera al sótano
Ya casi no es usada
Excepto por un vagabundo ocasional.
Como un tropel de actores itinerantes ataviados para hacer Hamlet,
Las sombras nocturnas llegan.
Pasan sus días ocultas en los árboles
Fuera del palacio de justicia.
Ahora viene la parte difícil:
¿Qué hacer con las lápidas del camposanto?
Al sol no le importan las ambigüedades,
Pero a mí sí. Yo abro mi puerta y las dejo pasar.

Traducción: Eberth Munárriz




FERIA RURAL

En fin, si no viste al perro de seis patas
no importa.
Nosotros sí, y apenas se movía.
Lo de sus patas es lo de menos.

Uno se acostumbra enseguida
y acaba por pensar en otras cosas.
Como por ejemplo: qué frío hace,
o vaya noche para pasear por la feria.

En todo caso, el dueño arrojó un palo
y el perro salió corriendo tras él.
Dos de sus patas colgaban en el aire
y al verlas una chica rompió a reír.

Estaba borracha, al igual que el hombre
que insistía en besarle el cuello.
El perro tomó el palo y nos miró.
Y ahí se acabó la actuación.

Charles Simic en Desmontando el silencio
(Ayuntamiento de Lucena, Córdoba, 2004,
trad. de Jordi Doce).



JUGUETES ATERRADORES

La Historia hace sonar sus tijeras
en la oscuridad,
por lo que al final todo acaba
sin un brazo o una pierna.

Pero, en fin, si eso es todo
lo que tienes para jugar...
¡Esta muñeca, al menos, tenía una cabeza,
y labios encarnados!

Calles desiertas, casas de madera,
sucios escaparates:
sentada en los peldaños,
una niña en camisón le hablaba.

Parecía un asunto serio.
tanto que la lluvia quiso oírla,
y cayó sobre sus pestañas,
y las hizo brillar.

Charles Simic en Desmontando el silencio
(Ayuntamiento de Lucena, Córdoba, 2003,
trad, de Jordi Doce).


DOS PERROS

Un perro viejo, temeroso
de su propia sombra
en un pueblo del sur.
La historia me la cuenta
una mujer casi ciega,
una cálida noche de verano
mientras las sombras
del bosque de New Hampshire
se deslizan bajo nosotros:
una calle extensa, un perro inquieto,
un par de gallinas polvorientas
y aquel sol cayendo a plomo
en un pueblo sin nombre del sur.

Me hizo recordar a los alemanes
desfilando ante nuestra casa en 1944.
El modo en que todos nos quedamos en la acera
mirándolos con el rabillo del ojo,
el temblor de la tierra,
el paso de la muerte...
Un perrito blanco corrió hasta el asfalto
y se enredó en los pies de los soldados.
Una patada lo hizo volar como si hubiera
tenido alas. Esto es lo que ahora veo.
La noche cayendo lentamente.
Un perro con alas.

Charles Simic en Desmontando el silencio
(Ayuntamiento de Lucena, Córdoba, 2003,
trad. de Jordi Doce).



ÁLGEBRA CREPUSCULAR

Aquella loca sostenía un pedazo de tiza
y dibujaba equis en la espalda de las parejas:
pero ellos y ellas se alejaban
cogidos de la mano
y no se enteraban de nada.

Era invierno. Noche temprana.
No se podía ver su rostro.
Iba y venía como un cuervo,
como movida por el viento,
envuelta en mil harapos, furtiva.

Un niño debió de darle la tiza.
Lo buscamos entre la multitud
esperando encontrar
a un chico pálido, muy serio,
con un trozo de pizarra negra en el bolsillo.

Charles Simic en Desmontando el silencio
(Ayuntamiento de Lucena, Córdoba, 2003,
ed. de Jordi Doce).


Salmo

Has estado mucho tiempo decidiendo,
Señor, al respecto de estos locos
Que controlan el mundo. Su largo alcance
Y sus garras deben haberte asustado.

Uno de ellos me encontró con su sombra.
El día se puso frío. Yo oscilaba
Entre terror y valentía
En la esquina más oscura del cuarto de mi hijo.

Te busqué con mis ojos, Tú en quien yo no creo.
¿Te has ocupado embelleciendo las flores,
Haciendo correr los corderos tras sus madres,
O no has hecho acaso ni siquiera eso?

Era primavera. Los asesinos estaban llenos de buenas
Intenciones y alegría, y tus sacerdotes
Estaban justo a su lado, para asegurarse
Que nuestro último adiós se dijera apropiadamente.

Versión en español de René Higuera



Nada

Quiero verle cara a cara
Y luego intentaré desatar un infierno
No, no tengo nada preparado
Voy a confiar por entero en la inspiración
Además en mis ancestros que
Justo ahora comienzan a reír a carcajadas.
Con toda probabilidad, voy a hacerle al tonto
Me alejaré sonriendo estúpidamente
Encenderé un cigarro con
Manos temblorosas
Preguntaré sobre el clima:
Sobre aquella nube, que asemeja
Un morral de medicinas
Flotando tan quieto en el cielo sin viento.

Versión en español de René Higuera



Último picnic

Antes de que lleguen las lluvias de otoño
Vayámonos de picnic una vez más
Ahora que las hojas cambian su color
Y la hierba sigue verde en algunos lugares

Pan, queso y algunas uvas negras
Deben ser suficientes,
Y una botella de vino tinto para brindar por los cuervos
Intrigados de encontrarnos ahí sentados.

Si hace frío –y lo hará– voy a estrecharte.
La noche llegará temprano.
Miraremos al cielo, esperando encontrar una luna llena
Para iluminar nuestro camino a casa.

Y si no hay ninguna, pondremos toda nuestra fe
En tu caja de cerillos
Y mi sentido de la orientación
Mientras nos vamos a tientas por la oscuridad.

Versión en español de René Higuera


La vida mística

“hilo solitario de la vida”
For Charles Wright

Es como pescar en la oscuridad,
Si me preguntas:
Los anzuelos son nuestros pensamientos
La cruda carnada nuestros corazones.

Arrojamos el hilo por sobre nuestras cabezas,
Más allá de toda fe, más allá de toda creencia,
Hacia el cielo sin estrellas de la medianoche
Hasta que se hace visible.

El largo desenrede de la línea
Se eleva en nuestras gargantas como un suspiro
Del cansancio de un largo día,
De introspección y ensueño.

Versión en español de René Higuera



Club de medianoche

¿Eres el dueño único de un club nocturno de mala muerte?

¿Eres su único cliente, único cantinero,
El único mesero merodeando las mesas vacías?

¿Pones shows de chicas a altas horas de la noche
Con estrellas muertas de filmes blanco y negro?

¿Está tu oficina sobre las luces de neón,
O al fondo en un húmedo sótano de ratas?

¿Son barbados pensadores rusos tus socios silenciosos?
¿Tienes un portero con el nombre de Dostoievski?

¿Viene Fu Manchú esta noche?
¿Viene la señorita Emily Dickinson?

¿Tienes un alma inmortal?
¿La sospecha furtiva de que no tienes ninguna?

¿Es por eso que arrojaste un par de dados blancos,
En la oscuridad, mucho después de terminada la juerga?

Versión en español de René Higuera



Psalm

You’ve been a long time making up your mind,
O Lord, about these madmen
Running the world. Their reach is long
And their claws must have frightened you.

One of them found me with his shadow.
The day turned chill. I dangled
Between terror and valor
In the darkest corner of my son’s bedroom.

I sought with my eyes, You in whom I do not believe.
You’ve been busy making the flowers pretty,
The lambs run after their mother,
Or perhaps you haven’t been doing even that?

It was spring. The killers were full of sport
And merriment, and your divines
Were right at their side, to make sure
Our final goodbyes were said properly.



Nothing

I want to see it face to face
And then I intend to raise hell
No, I don’t have anything prepared
I’ll rely entirely on inspiration
Also, my ancestors who
Just now begin to laugh their heads off.
In all probability, I’ll make a fool of myself
Turn away grinning stupidly –
Light a cigarette with
Trembling fingers
Ask about the weather:
About that cloud, shaped
Like a medicine bundle
Hovering so still in the windless sky



Last Picnic

Before the fall rains come,
Let’s have one more picnic,
Now that the leaves are turning color
And the grass is still green in places.

Bread, cheese and some black grapes
Ought to be enough,
And a bottle of red wine to toast the crows
Puzzled to find us sitting here.

If it gets cold—and it will—I’ll hold you close.
Night will come early.
We’ll watch the sky, hoping for a full moon
To light our way home.

And if there isn’t one, we’ll put all our trust
In your book of matches
And my sense of direction
As we grope our way in the dark.




Mystic life

“lifetime’s solitary thread”
For Charles Wright

It’s like fishing in the dark,
If you ask me:
Our thoughts are the hooks,
Our hearts the raw bait.

We cast the line over our heads,
Past all faith, past all believing,
Into the starless midnight sky,
Until it’s to sight.

The line’s long unraveling
Rising in our throats like a sigh
Of  a long-day’s weariness,
Soul-searching and reverie.




Club Midnight

Are you the sole owner of a seedy nightclub?

Are you its sole customer, sole bartender,
Sole waiter prowling around the empty tables?

Do you put on wee-hour girlie shows
With dead stars of black-and-white films?

Is your office upstairs over the neon lights,
Or down deep in the dank rat cellar?

Are bearded Russian thinkers your silent partners?
Do you have a doorman by the name of Dostoyevsky?

Is Fu Manchu coming tonight?
Is Miss Emily Dickinson?

Do you happen to have an immortal soul?
Do you have a sneaky suspicion that you have none?

Is that why you throw a white pair of dice,
In the dark, long after the joint closes?



“I am the last . . .”

I am the last Napoleonic soldier. It’s almost two hundred years later and I am still retreating from Moscow. The road is lined with white birch trees and the mud comes up to my knees. The one-eyed woman wants to sell me a chicken, and I don’t even have any clothes on.      
       The Germans are going one way; I am going the other. The Russians are going still another way and waving good-by. I have a ceremonial saber. I use it to cut my hair, which is four feet long.




Autumn Sky

In my great grandmother's time,   
All one needed was a broom   
To get to see places   
And give the geese a chase in the sky.   

               •

The stars know everything,   
So we try to read their minds.   
As distant as they are,   
We choose to whisper in their presence.   

               •

Oh Cynthia,   
Take a clock that has lost its hands   
For a ride.   
Get me a room at Hotel Eternity   
Where Time likes to stop now and then.   

               •

Come, lovers of dark corners,   
The sky says,   
And sit in one of my dark corners.   
There are tasty little zeroes   
In the peanut dish tonight.





The White Room

 The obvious is difficult
To prove. Many prefer
The hidden. I did, too.
I listened to the trees.

They had a secret
Which they were about to
Make known to me—
And then didn’t.

Summer came. Each tree
On my street had its own
Scheherazade. My nights
Were a part of their wild

Storytelling. We were
Entering dark houses,
Always more dark houses,
Hushed and abandoned.

There was someone with eyes closed
On the upper floors.
The fear of it, and the wonder,
Kept me sleepless.

The truth is bald and cold,
Said the woman
Who always wore white.
She didn’t leave her room.

The sun pointed to one or two
Things that had survived
The long night intact.
The simplest things,

Difficult in their obviousness.
They made no noise.
It was the kind of day
People described as “perfect.”

Gods disguising themselves
As black hairpins, a hand-mirror,
A comb with a tooth missing?
No! That wasn’t it.

Just things as they are,
Unblinking, lying mute
In that bright light—
And the trees waiting for the night.





Watermelons

 Green Buddhas
On the fruit stand.
We eat the smile
And spit out the teeth.





Secret History

 Of the light in my room:
Its mood swings,
Dark-morning glooms,
Summer ecstasies.

Spider on the wall,
Lamp burning late,
Shoes left by the bed,
I’m your humble scribe.

Dust balls, simple souls
Conferring in the corner.
The pearl earring she lost,
Still to be found.

Silence of falling snow,
Night vanishing without trace,
Only to return.
I’m your humble scribe.







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