domingo, 29 de agosto de 2010

734.- DENISA COMANESCU


Denisa Comănescu: Nacida en 1954 en Buzău,(Rumania). Es licenciada en Filología y directora de ediciones en la editorial Humanitas, de Bucarest. Traductora de poesía en lengua inglesa, publicó su primer libro en 1975. Sus poemas están traducidos al inglés, francés, alemán, ruso y sueco. Algunos de ellos se han publicados en revistas literarias de España y México.







NOTA: De Regreso del exilio. Traducción de Joaquín Garrigós
EDITORIAL :Adamarada





EL MUNDO DEL LENGUAJE

Viene un ser hacia ti
y lo formas de palabras
pero la cámara oscura del cerebro
te resulta extraña
como los pequeños demonios de la vida de un eremita.
A veces una aparición devastadora
brota entre las sílabas
como la polilla que anidó
en la herida de púrpura del soldado.
La guerra es real.
Noches en calma y la luna
pausas engañosas
instigadoras del crimen.
Las palabras menguan.
Al más frágil
y solitario lenguaje del mundo
he tratado de salvar hoy.
De la vena cortada del amor
señales en Morse
gotean lentamente:
lo lograré, más tarde.







MEDEA (ANTES)

El silencio tiene orejas rojas
de liebre recién parida
serpiente insomne
el amor me nutre
con semillas de manzana.
Tiempo abismal,
no rompas
con la gota celosa
de la mandrágora
el disco solar
de mi corazón.







ENTRE LOS LESTRIGONES

Soy una plancha al rojo
el tiempo asa peces frescos
en ella
los devora
apaga las brasas
me entierra en la arena
hasta la próxima orgía.







LAS NOCHES

Las presentíamos como a jardines prohibidos.
Aquellas noches tortuosas
como un barrio de gitanos
nos dejaron muertos a los dos
y muertos nos hemos arrastrado
durante la última estación.







TIERRA

tan inmóvil
una noche
como un muerto
yo la velo
como un ataúd abierto
tras el último clavo clavado por la aurora
ten cuidado de no pisar muy fuerte
ya que pasarás sobre mí







ATLAS

Las paredes de este poema
se apoyan en mí.
Ven tú,
Sísifo,
para que hagamos el cambio
al precio de un verso.


NOTA: De Regreso del exilio.
Traducción de Joaquín Garrigós


PESSOA

Mirábamos los dos la acacia al otro lado de la calle.
Todas las mañanas ese era nuestro momento de intimidad.
Te dejaba en la mesilla de noche con los ojos clavados
en el mundo exterior.
Por la noche me esperabas junto a la puerta: practicabas con placer el mismo
ritual
que me tranquilizaba y me enternecía.
Te llamé Fernando Pessoa desde el primer día
cuando él te trajo a casa, era a fines de octubre,
hace ocho años: un ovillo negro alimentado por una pipeta.
Durante mucho tiempo no te tomé en serio
llenabas los pasillos de una pareja acosada.
En primavera quise dejarte en la tierra fresca,
te revolviste con tanta desesperación en mi jersey,
que el pavor de tu mirada me embargó,
como si aquel pedazo de suelo rodeado de cemento nos hubiese arrastrado
a los dos hasta la profundidad.
Los primeros años me iba sin que me importaras,
hasta que él me dijo que habías desaparecido.
Te pasaste una semana pegado a la copa de la acacia,
aún se ve la corteza arañada por tu abrazo.
Un niño se subió hasta donde estabas, te tiró de una pata
y te la rompió. El caso es que volvimos juntos a casa.
Te acariciaba sin cesar y tú ronroneabas empujándome la mano
con tu cabeza
y de pronto me clavaste la mirada
un rato muy largo. Con una luz que parecía venir de otro mundo.
Tu presencia se volvió indispensable para nosotros.
Tú nos acercaste de nuevo, nos limpiabas diariamente
el fango pegajoso de afuera.
En Navidad no compramos árbol. Pusimos unas ramas
adornadas con globos en la ventana. Cuando no viste
sus arco iris, cuando ya no saliste de la pila
de revistas y periódicos, volví a sentir pavor.
Cogí la vasija de conchas marinas traídas de Rodas
y la volqué a tu alrededor.
Te estuve vigilando hasta la Nochevieja.
Los fuegos artificiales dibujaban en el cielo
el perfil de la bomba de Hiroshima.
El estallido final te dejó el cuerpo un instante
flotando en el aire y a los ojos les dio un respiro para sumergirse
en la oscuridad.





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