viernes, 10 de septiembre de 2010

990.- DRAZEN KATUNARIC


Drazen Katunaric nació en 1954 en Zagreb, Croacia. Editor de Lettre Internationale, en 1991 y de The Bridge y The European Messenger. Ha publicado los libros de poemas Bacchus in marble (1983), Sand Trap (1985), Imposture (1987), At Sea (1988), Psalms (1990), Imposing Voice (1991), The House of Decadence (1992), Sky-Earth (1993), Glue for Nightingale (1998) y The Reading Heart -selected poems- (1999); el libro de prosa Church, Street, Zoo (1994), y los libros de ensayo Return of the Barbarogenius (1995), Diocletian´s Palace (1997) y The Cave Story (1998). Ha ganado varios premios de poesía en su país, entre ellos Branko Radicevic, Tin Ujevic, y European Circle Award.






Poemas de Drazen Katunaric


Introducción al lobo

Esquiando, lejos de la naturaleza, quise raptar su misterio. Ella era para mí sólo un lugar transitable, bien calcado para pasar a pie. Pero sólo en la caída se identifica qué es el cuerpo y qué el alma. Sólo al caer estuve preparado para entregarme a la naturaleza, una vez que hundí mis pies y mis manos en la nieve.
Todo cambia, de repente, para siempre y de una vez: reina un salvaje, amenazador silencio. Un manto blanco sobre el silencio de las ramas, todo solemne.
A unos metros de mí aparece el lobo.
Ha bajado a mi senda y se dirige al valle. Vi a la bestia cómo mojaba indiferente sus zarpas en la nieve y dejaba su imagen.
A ella pertenecían la blancura, cada árbol, corteza y el silencio.

El lobo: la palabra nunca pronunciada

No todo lo que veo en el mundo es de inmediato palabra. Ya antes de convertirse en palabra, el lobo era un transgresor, un desollador. De ahí mi inquietud. Desde niño me han asustado diciéndome que encontaría al lobo. Hoy me lo he encontrado y olvidé de pronto cómo se llamaba, el coyote. Y yo quería pronunciar esa palabra al menos para mí. Si me traga, por lo menos conocer al asesino. La excitación aumenta en cuanto se me acerca. Las sílabas se multiplican demasiado rápido, persiguen unas el final de las otras, se alzan sobre la cola y saltan hasta el hocico y entonces todo da un vuelco en el cerebro y no acierta.
Lo reconozco, no puedo descansar bajo la mirada del lobo, el hocico frente a mí se crispa, centellean los dientes, buscan en mí la salida a su deseo. ¿Cómo escapar a esa desproporción de salvajismo, pelos, juego de músculos, probablemente sangrientos, y mis palabras no pronunciadas en el vientre? El vientre es lo único que tenemos en común, nuestras entrañas, el encanto de la realización y la desaparición, nuestra madre.
En ese momento no tartamudeo, me digo para mí algo sobre la naturaleza, y me atormenta que también tenga que decirle algo al lobo. Pero sus ojos ya rugen y quitan sentido a mis palabras. Las dentelladas del lobo en el vacío cortan mi frase a la mitad, la habita con un bostezo entre palabra y palabra, como si tuviera que volver a empezar todo ahora de nuevo en los mudos latidos de la oscuridad.

Naturaleza

¡Levanté una nevada polvareda en el monte!
Corrí y grité: ¡he visto al lobo, he visto al lobo!
No escondí mi naturaleza como tampoco lo hizo la bestia un poco antes.
Verde en el monte. En la nieve.
El abeto se sacudió los copos de encima.

La comunión del lobo

Abba – Padre, ¡hazme hijo tuyo! Me encontré con el lobo en el bosque. Me siento como una oveja de espíritu destrozado. Quién vencerá a fieras más pequeñas si tienen los hocicos alzados a la luna. Hacia ti. Él me desea más que a una quimera, más que mujer alguna. Él es el mal que desea engullirme. Se para ante mí con las piernas rígidas, los pelos de punta, los ojos sangrientos de odio, las fauces abiertas, con los caninos expuestos goteando saliva; todo es pérfido, feo y tremendamente maléfico. Padre, el lobo me transforma. Si puedes hacer algo, dale la comunión. Acércate a él, dile alguna palabra, pero en voz queda, se generoso, empápale de bondad. Conviértele a una muda e inefable adoración.

Sólo él

El animal registra un mundo totalmente distinto.
En las pupilas de la fiera o del loco se mece un extraño lago.
Desligado, nunca reconciliable, inocente y fiero, no hay miradas ni pensamientos, no hay entendimiento desde dentro.
Casi se trata de un desierto. De un vacío intacto, un sordo,
desgarrador vacío que implora verse colmado como en el templo,
navegar desde un punto a una isla imaginaria, en el camino
desde el pico del cacto a la meseta, desde la maquia a la floresta o al descampado.
Cuando encuentras al loco, esto ya no es lo mismo que el lobo,
la loca y la loba.
Ya que hay que encontrarse a la vez con ella y con él, a izquierda y derecha,
directamente en las pupilas, llenar este vacío que constantemente nos atormenta,
sólo él.

Antes del lobo

¡Que en el futuro no me moleste ya nadie, pues en mi
cara llevo las mordeduras del lobo!
Sólo ahora comprendo lo feliz que podía haber sido
antes de que la fiera atacara.
Podía llorar ajenas tumbas, saltar hasta el cielo
Podía cazar gigantes mariposas violetas,
Podía enumerarlo todo.
Era fácil vivir antes del lobo.

(El ciclo de seis poemas sobre el lobo fue escrito en 1988 durante la época de las grandes conmociones políticas y la subida al poder de la nuevas autoridades de Belgrado).





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