jueves, 30 de septiembre de 2010

ASTRID FUGELLIE [1.315]



Astrid Fugellie

Astrid Fugellie Gezan (Punta Arenas, 1949), es una escritora y poeta chilena de origen croata.

Fundó en Punta Arenas la Casa de la Cultura. Es maestra graduada de la Universidad de Chile, y ejerció la actividad en Santiago de Chile.

Es fundadora de la revista El Corchete, y además conduce programas de radio.

Ha publicado cerca de una quincena de libros y parte de su obra ha estado presente en antologías tanto chilenas como extranjeras, también ha sido traducida a varios idiomas, entre otros, inglés, francés, alemán, búlgaro, croata, mandarín y mapudungun.

Su dilatada obra abarca lo intrahistórico (Los Círculos), lo histórico antropológico (La Generación de las Palomas), lo lúdico (Llaves para una Maga)y lo trashistórico (Dioses del Sueño).

Su poesía atraviesa un sinfín de temas, desde el exterminio del pueblo indígena hasta el concepto filosófico de lo que representa el humanismo hoy.

"Astrid Fugellie Gezan, una de las voces más trascendentes de la poesía chilena escrita por mujeres y perteneciente a la generación de 1972. Sus libros (...)Los Círculos (1988)(...), entre muchos otros, la convierten en la exponente más relevante de la lírica chilena de origen croata. Con una fuerte preocupación por lo étnico, por la tragedia de los pueblos indígenas de Magallanes y de Chile entero, su obra se alza como un grito desgarrado donde la poeta asume el dolor colectivo para dolerse descarnadamente por su tierra herida. (Andrés Morales)

Recorrer los ochos libros publicados hasta ahora por Astrid Fugellie, desde Poemas aparecido en Punta Arenas en 1966 cuando su autora tenía 17 años, hasta La generación de las palomas del 2005, es entrar en una de las poéticas más amplias y originales de la poesía chilena actual. Ella paulatinamente nos va revelando una cara del mundo en la cual la experiencia personal se funde a menudo con la historia y lo colectivo, en una suerte de confrontación permanente que va de lo cotidiano a lo religioso, del susurro a la profecía, de lo ancestral a lo presente, mostrándonos que aquello que entendemos por privado es también una dimensión de lo colectivo y que lo colectivo a su vez es un hecho íntimo, personal, que acaece en la soledad de nuestra experiencia. (Raúl Zurita, prólogo de Antología 40 años)

Los Círculos de Astrid Fugellie es uno de los grandes libros de la poesía chilena de las últimas décadas. Publicado en Chile en plena dictadura militar, las voces aquí nos recuerdan el origen oral de toda la poesía al mismo tiempo que, como Rulfo, como Faulkner, como Arguedas, recupera y construye un sonido, el del sur de América: de sus pueblos originarios, de sus soledades, de sus sometimientos, que para los nuevos lectores de poesía pasará también a ser una de sus patrias. Ese universo de palabras, de murmullos y conversaciones, le devuelven a la poesía la concretud de un espacio haciéndola parte de ese gran memorial del lenguaje donde los seres humanos recuperan la dignidad de sus palabras arrebatadas (Raúl Zurita).

Obra

1966 Poemas
1969 Siete poemas
1975 Una casa en la lluvia
1983 ¿Quién soy?
1984 Las jornadas del silencio
1986 Travesías
1987 Chile enlutado
1987 A manos del año
1988 Los círculos
1991 Dioses del sueño
1999 Llaves para una maga
2003 De ánimas y mandas, animitas chilenas desde el subsuelo
2005 La tierra de los arlequines, ese arco que se forma después de la lluvia
2005 La generación de las palomas
2008 Antología 40 años
2010 En Off

Premios

1988 Premio de la Academia Chilena de la Lengua, por Los círculos.
Concurso literario Rostro de Chile.
Diploma de honor en el concurso literario La Prensa Austral.



La muerte de Varinia


Del corredor, Varinia,
queda la tierra.
Angosturas de alambre
deshojan el pasto
donde mudé tu cuerpo.

El camino que las manos recorrieron,
es la flor que nace de los ojos.
De la pieza, Varinia,
queda lo blanco,
la torre,
los cubos.
Planto la cruz en tu espacio.
De la casa, Varinia,
la piedra fértil,
tu sueño.



Las cortinas de la nieve


Poema cinco

Apegada a tu cuerpo
mi actitud de entraña
cubre la puerta.

Elegí esta calle blanca
sus techos
empapados.

Única condición
para cubrir de lámparas
mi oficio.

Es otra jornada
en el sur.

Nueva,
como un barrio perfilado
y más cercana
a mi primer origen.

Aquí te encuentro
cuando inicias el trigo
para darme formas.

La raíz y el árbol
Poema ocho

Tierras de carne
como tus manos
y tus surcos.

Torrentes de vida
cuando sigues con tu paso
de madero.

Los de tu pueblo
caminan sobre villas
y manzanos.

Habitantes lampáreos
de los sueños.




La mejor cena


En el corazón entretenido de la sobremesa,
el Hombre propuso:
“Reemplacemos este vino Amargo
por Faroles”.


Entonces,
todos los hombres colgaron de la luna
sus sombreros
y sus capas grises.

Después corrieron y saltaron, como niños,
por el mundo.




La desollada

• Vivirás las costas que dan a la Isla
de los Fuegos.
Soy huesa santa, me parieron aquí,
sin consulta previa.

Me vomitaron y después dijeron:
• ¡Salud!, hasta que te crezcan
gusanos y flores.
Óyeme, mírame desollada:
El primer hueso indigno que llevo puesto
es la cicatriz en el vientre que me trajo.
A la Fiesta Negra, el segundo hueso,
el tercero
y los despreciables que le siguen
se dejaron caer en advénticos discursos:
• Formarás una familia de dos hijos varones, un perro sin edad aparente y un conejo que de improviso morirá destrozado por el hocico necio del canino.

Me movilicé, entonces, arrastrando
el tintinear de mi osamenta,
tajada de campana que llama a misa de gotitas
a animales y muecas.




Angelina Quilleleo


• Se me han endurecido las palabras, rezongó Angelina Quilleleo.

Luego agregó, con la frente clavada en el confesionario:
• Cuando era moza podía hablar de los ojos con los árboles, de los troncos llorosos de la luna, de las caras de las tortillas madurando sobre el fogón.

Entonces los campesinos y el runrún de los Temus me decían:
• ¡Qué bien cantas con palabras Angelina Quilleleo!

Un día, cuando en abril era julio, un mercader me refirió
la capital: “Es un hechizo, dijo: los edificios son espejos
encantados. En ellos puedes verte de cuerpo entero o al revés,
(con la cabeza pegada al pavimento y
los pies como perdidos en el cielo).
Además, no escasea la harina, ni la azúcar, ni la plata”.
• Me vine, pues, señor cura, susurró Angelina Quilleleo, porque el Norte era la tierra de los elegidos.
• Pero no había azúcar, ni harina, ni plata y los edificios me daban el mismo miedo que alguna vez me inspiraron los chuchúes que habitaban los cuentos de mi abuela Fresia, que además de vieja y pobre, era sabia.
• Y así, las palabras se me enduraron y he debido hurtar menestras a la mala muerte.
• Confieso que he pecado, sollozó Angelina Quilleleo.

La ventanilla del confesionario de abrió. El cura y la mujer
se miraron.
El cura, con visibles hilillos de sangre en la frente, dijo:
• Anda mujer, no hay penitencia.



Lucrecia Millapi

Fresia Millapi tenía una hija llamada Lucrecia. De la voz de Lucrecia Millapi se decía: Es dulce como el canto que se aprende de la cuyuca. Y de su pecho emotivo: Se lo prodigaron las loicas.
Lucrecia Millapi ayudaba a su madre. Cuando ambas salían cargando las sábanas, las pobladoras secreteaban: Se le parece a los ángeles.
Lucrecia Millapi murió siendo niña y Fresia, su madre, lloró tres largos días y tres noches largas, al cabo de los cuales le sobrevino el consuelo: Bueno, pensó la mujer, Lucrecia no merecía mi suerte.



Del cuervo que resplandecía como el fuego


En la noche secreta de los hincados, el cuervo que resplandecía como el Fuego, ahuyó como lobo echado a pocos pasos del tímpano.
Traspasada la mojada memoria, fijó sus ojos de ladrón en las desérticas sombras desolladas, e inició el atisbo.
Sacrificando al cordero de los vientos no escuchó el “¿por qué me castigas?”
Así, encerrado en su corto cerebro, abrió el pico a través del agujero redondo del cielo, y partió a la Luna de las lunas en dos mitades que tomaron la forma de dos pálidos pechos.
Desde ese día, la Luna de las lunas sangró y sus coágulos llanteados, fueron caminos-infinitos de causas ocultas.
De tal forma – cuentan los sobrevivientes – al no hallar explicación a la Muerte, la Luna de las lunas creó sus propios dioses, los que deambulan por el suelo del cielo y tachonean rezos sobre el suelo de la tierra.



Los diez mandamientos

1
Cruzar montañas vestida de tribuna.
2
Dormir y amanecer en bodegas de cielo.
3
Caminar calles muertas al filo de la lluvia.
4
Beber agua turbia en ayunas, junto a una piedra quemada.
5
Preguntar por la niña con olor a magulladuras.
6
Ir tragando el azufre hasta que, tarde abajo, canten las viudas de corazón piadoso.
7
Intentar tener en medio de las sombras el alma como una tienda de música.
8
Preguntar a la gente el oficio y la costumbre con esta cara que el Diablo me presta.
9
Saber, en definitiva, en qué tierra se nace para que este Lunario no lleve mirada de difunto.
10
Luego
sentarse.

Astrid Fugellie y Fernando Sabido Sánchez en Santiago de Chile (2013)


Ángel


Un ángel bebe de pezón negro
los hábitos del sueño.

Detrás del seno
esperan para matarle.

Pero la rosa de su boca
no sale ni escapa.

Tampoco sus manos
llevadas de fiesta.

Al sueño, se entrega cercado
ensangrentado de flores.



La historia negra


Algo te hirió en el cuerpo, paloma sí,
en las alas:
Una daga en el desencanto de la vida
y tu cabeza cayó, y tus ojos.

En el dolor hubo otro dolor acurrucado
y otro, y otro mismo en el nido de las décadas
que moraron en las moraduras
en el golpe de esa historia,
de esa cueca larga y viuda
de esa ramada sin raíces,
de esa fiesta negra:
la infeliz.

Ay paloma qué tristeza.
Algo te hirió en el cuerpo, paloma sí,
en el alma.





El despiadado


Yo vivo
con la muerte roja de un perro.
Perro eterno. Calle sucia y doblada.

Yo vivo
con la piel impenetrable de los odios.
Piel gruesa y larga.

Yo vivo
con la muerte gris de un asno ciego
rodeado de admiradores
que tienen moscas en la oratoria.

En el pueblo de los arlequines
por los edificios rotos
yo, el rey y el reino
desangrando los álamos
gota a gota.



Reloj de pared


¡Cada bicho me lo asustas
y yo regreso sin nada!
Gabriela Mistral


Adosado al muro de la cocina aquel reloj era único y admirable.
Su camino fue siempre pasar de familia en familia:
Mi abuela, mojada de aguas, se lo obsequió a mi madre,
mi madre, fría de lluvias, me lo entregó.
Lo dicho sucedió en un abrir y cerrar de ojos
porque la vida es fugaz.
Lo colgué en la pared de la cocina.
Por sus movimientos uniformes cantaban los grillos.
Me deleitaba mirarlo cómo medía los tiempos, cuando
en esos domingos de guardar, yo preparaba el almuerzo
para los hijos y los nietos.
Lo recuerdo perfectamente.
Era redondo, con leves destellos dorados.
Le había jurado a mi madre que, recogida en humedad,
se lo daría a mi hija;
pero sucedió de repente;
yo huí de la casa asolada una noche imprevista
y el reloj se quedó largamente impávido esperando
colgado a la muralla de esa cocina.



LA   NIÑA   ROTA


¿Fue la elección de la tiza, mas bien el
pizarrón, o
mi cuerpo grueso para ese banco
alarmado?           
¿Acaso el cuaderno de croquis con

 sus páginas en blanco:

analogía de un carrusel sin pausas ni
topes?

¿Puedo culpar al renacuajo, sus rayones

desborde entre lápiz y  goma,
gomas, y lápices a-
brumándome?
¿El aprendizaje tardío por ventura:
el silabario del Ojo,
la memorización atascada:
las sumas,
las restas,
las tablas? 
Ignoro la causa, no obstante
fuera la maestra excluyente,
los girasoles dislálicos,
las margaritas disgráficas, o
aquel tacho luxado al rincón de
la sala
algo,
algo estuvo mal, muy mal.

                           (del libro inédito, LA   BUHARDILLA)



LA FÁBULA DEL MOLINO NEGRO


Cuentan,

no se van aunque hayas muerto, esos
arlequines ocultos tras
la amanecida.

Los retratos cuelgan de los muros, se

juntan,
alejan,
desbordan, son
las figuritas de alguna zoología.

En el umbral  puedo oírles cantar:

…Y juega  con nosotros el
molino de viento /
Molino de viento /
Molino de aliento /
Molino de cuento…  

Dicen,

nunca des-amparan aunque hayas
muerto:

esos duendes gozosos.

                   (del libro inédito, OTRA   CHARLA   CON   LA   MUERTE)

                     


MANIFIESTO


A Estela


La vieja, dicen, 

la vieja de agua sucia, 
escupe palabras a diestra y siniestra, 
o conversa con el silencio a medio 
arrodillarse. 

La Loca, dicen, la que se alimenta de 

vino porque el pan ya no lo traga. 

La Loca, vieja loca del cáliz, 
"Más buena que la cresta", dicen, 
pero loca. 

Amortajada en aguas benditas camina 

por los troncos del olvido, tambaleándose 
para re-buscar algo que la vuelva hombre 
de pelo en pecho, o mujer de pecho 
desnudo. 

(de "Llaves para una maga")




DIOS Y SATÁN


 Y estando Dios y Satán de pie frente a frente, sobre una cosa capaz de ser la Madre del Universo remoto y retornado, el diálogo de Dios y Satán tomó las riendas y se hizo a contrapunto: 


Y dijo Dios:

-La Evolución Cósmica la transformaré en vida y
conciencia. 

Y Satán dijo:

-Yo en muerte e inconciencia. 

Y Dios retó:

-¡Veamos quién gana! 

Y Satán miró con ojos pícaros.

Luego
se dieron el guantazo como quienes
dan inicio al primer round. 

(de "Dioses del sueño")













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