domingo, 8 de agosto de 2010

341.- JULIETA VALERO


Julieta Valero, Madrid 1971
Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, donde también realizó los estudios de Doctorado en Literatura Española Moderna y Contemporánea.
Recibió el XVIII Premio de Poesía y el XVIII Premio de Cuentos (1997) del C.M.U. Isabel de España, y quedó entre los nominados del Premio Adonáis de Poesía (1998 y 1999).Ganadora del XXII Premio de Poesía Cáceres 'Patrimonio de la Humanidad.
Ha publicado relatos, poemas y artículos en varias revistas literarias. Algunos de sus poemas han sido traducidos y publicados en Francia (La Porte des Poétes, 1999). Su libro Los heridos graves ha recibido el Premio de Poesía Joven de Radio 3 en 2005. Es considerada miembro de la Generación Poética del 2000 y su obra aparece en diversos recuentos y antologías de la poesía reciente.
Es colaboradora habitual de las revistas literarias Encubierta, (Revista Literaria, Editorial Novalibro), Diálogo de la lengua, Fósforo, Babab, La dama duende y Literaturas.com.1
Codirige y presenta con Mariano Peyrou A ras de verso (Radio Círculo del Círculo de Bellas Artes de Madrid), programa de poesía en el que se cuenta con un poeta español o latinoamericano al que se entrevista a partir de sus textos. Trabaja como editora y como especialista en poesía del centro de estudios literarios Hotel Kafka.2

Todos los libros de Julieta Valero:


Autoría (2010)
Los heridos graves (2005)
Altar de los días parados (2003)



Canción del empleado

Somos perros que abandonan perros.
Discurrimos por senderos que recuerdan
el sonido de los enjambres.
A los dioses no les aguarda un futuro mejor.



I

Voy a morir y ésos son mis linajes.

He venido a un lugar donde la belleza se mide
en piedras de hombre para decirme;
he venido y permaneceré hasta trazar un contorno
con las partículas de lo invisible
un contorno que me declame: nombre, rostro, olor,
vulva del pensamiento.
He venido a nombrarme justo antes de que mis ojos
se abran para siempre.

Porque no nací hija de patricios, aunque guste de
los frutos del mar y también simpatice con la avena

porque no tuve habilidad para burlar a los
mercaderes y no hay perdón, pues conocía
las epidemias que esparcen

porque voy a morir de un mal elemental y va
a ser en ausencia de héroes.

Ocurre algo sencillo y terrible:

el hambre condena, el frío condena

hay una muerte antes de la muerte y es una
transacción

salvarse del hambre y el frío condena y en las
horas se da una mudanza genocida donde pierden
la vida vida e imaginación.

No de niña y no sé cómo pero creí finalmente a
los nigromantes que gritaban desde las crestas
de la ciudad

que la gesta había muerto, que es un tumor
la pasión.

II

Voy a hablar para las niñas que aún se huelen las
manos y me recuerdan


para los muchachos pescadores que me enseñaron
a seducir a los vientos y a sumar su furia a mi ruta

------mientras creían que hablaba su idioma

------mientras creían a dios y a dios de su parte


voy a hablar para los del encuentro irreparable

y voy a hablar para la dama con ojos de campiña
y ubres de leches eternas. Ésa es mi madre.


Ellos se merecen que pronuncie mi nombre antes
de la extinción.

Mi recuerdo será la enredadera donde caiga la ciega
que viene a usurparme
A imagen y semejanza.

Niñas, madre, Muchachos ¿Cómo advertiros?

------tiene un brillo que se hace imprescindible
en el tiempo en que se fabrica una montaña

------tiene un libro donde encuentran nombre
y sepultura todos los sabores y un pájaro al hombro
que se traga un quejido y escupe un mapa.


En el arco que yo describa para habitarla, en esa
lenta pirueta sobre aguas hediondas consiste mi
muerte.

III


¿Por qué yo?

¿O por qué no yo pincelada por la suerte de habitar
los castillos del azar
el arrebato de antólogos facilitando la miniatura a
mis siglos de dolor y digestión?


Sólo es hermosa la salvación del que casi está
desconsolado.
Sólo entiende la salvación el herido grave.

Yo os respondería con la alegría sin gusano del
padre primerizo y del patrón que halla peces
la del que expulsa su fluido y se ignora un instante
la del reo amordazado y todo era un simulacro
la del minero que reconoce de nuevo el sol
la alegría pura del animal en su siendo.


Esta bula que pido no le vale al atleta del oro
es despreciada por quien cree en la obra de los
hombres
y es ignominia para los próceres del progreso.

Todos ellos tienen la ira y la razón, su reino en
este mundo y su razón.

Si algo me salva prometo el agradecimiento del
niño por su castigo, de los límites por el tahúr,
del loco por la calefacción.

Pero sé que nada me absuelve; mis padres no
son patricios y mi alma recela del vicio fingido
y de la quietud de los yates. Nadie va a absolverme.


Y no vengo como la Princesa de los Placeres.

No conozco ingenios para volar más alto y hay
días en que apenas puedo moverme.
No vengo a segregarme de los hombres ni a que
pongan su medida a avergonzarse ante las perlas
de mi sangre.

Sólo tengo la sangre de una edad y su color
promete cansancio y fluye a la caza de ternura.


Perdonadme. Mi delito es haber comprendido
cómo dibujaron esta desnutrición.

El rostro es una enfermedad, la conciencia una
pandemia y yo sólo pido morir de
mis males.
Pido espacio para fallecer.
Pido que vacíen la habitación de los juegos, que
entre la luz y nadie distraiga el pánico de las paredes.
Pido domicilio para la transfiguración porque sólo
en ella aprecio la palabra casa, satisfago a la semilla
del silencio y cojo cariño a la impasibilidad de los árboles.

Si alguien me salva de esta muerte por jornadas
prometo confundirle con la salud.
Si algo me libra del evangelio de la utilidad prometo
llamarle

causa de los colores
dominio de la imaginación
pan de lo ausente

libertad.



DESEO

I

OTOÑO



Provienes de una raíz de ausencias, de un último
verano de ausencias
y eres suma de tristeza común como hueso.

Tienes la materia de los astros, de aquello tan
grande y mineral tan puro
que han de pesarlo niños desaparecidos. Por eso
tu efecto es devastador
al modo de los pájaros.

Ay de mí que asomé sonriendo por todo lo minúsculo.
***

El deseo te dio alcance por la espalda mientras tú
hacías ver que eran las palabras las que abrían tu
cuerpo.

***

Yo leería tu cuerpo bajo una luz de bondad de no
llevar estas sandalias
pesadas de circunstancia.

Te pienso porque sufres de un mal que conocí y
porque distingo en ti la belleza que sucede a todo
lo ulceroso.
Yo también fui tan alta.

En los Heridos Graves hay una belleza redonda
hasta hacerme llorar.
Tratáis a la vida de un tú neonato y vuestra piel
es continua ante las horas.

Tu dolor es el espectáculo donde pueden verse
más desnudos y más
sangre blanca. A tu lado es fácil ser bíblica y
beneficiosa. A tu lado
pernocto en mis conclusiones, en todo cuanto
acerca a la evidencia de las
higueras.

***

No podemos tocarnos pero los insectos están en
contacto con las sagradas escrituras y con lo que
dicta ese vientre.
Cantar de los Cantares vivo en tu boca. Nadie me
alimenta y en las
noches al raso me pregunto acerca de una huida
hacia las tierras prohibidas. Tu garganta, tu hígado,
los vapores que se desencadenen en
torno a nuestras cinturas me aterran.


Pero sólo puede haber victoria en el suicidio.
Los grabados antiguos
muestran príncipes victoriosos y siempre se
ve sangre.

Eres una deflagración; no debo tocarte y sin
embargo vivo en tu boca y trabajo en tu recuerdo.

***

Nos encontramos en la heráldica de todo lo que
no puede existir; ése es
nuestro pan.
Si te besara ya estaría besando menos; me crecería
una carta de
navegación en la mano.
Y no debo encontrarte; he perdido todo lo que
rodeé con mis pasos. Ahora
sólo me aplico en la cábala de andenes y estaciones.


Pero yo también fui tan alta.

***

Tu amor, tu amor de médula y salas cerradas.
Tus ojos de ósea tristeza,
tu mano de noble camino del cadalso.
Pero nadie puede hacerte reír los ojos. Fracasaron
juglares sin hambre
llegados de muy lejos. Nada pudo el polvo de la
ironía extendido por las
calles.

Tus ojos, tus ojos, emblema de desgracias que
acaso ignores.

Tu amor de patio prolongado en las caderas,
en la soledad.

***

Si te besara retrocedería en el conocimiento
de tu saliva, de los grados en que habita esa carne
roja.
Y no quiero que te integres en el género de los
mercados.
Hay especies innombradas, intocadas, insepultas.

No quiero que existas, Tierra a dos, transcurso,
agua subterránea.
No quiero, es verdad lo que digo.

***

Pero estás vigente, mi embarazo de bellezas
diminutas:

Y no tienes vergüenza ni límites en tu expansión
parábola de renuncia,
rebosas los muros, la hidra, todo impedimento;
golpeas cuanto construyo.
Cubres mi cuerpo con tu piel, tu monarquía.

Nunca debí abrirte la puerta.
Nunca debí pensar que ya tenía una casa, un corcel.

***

Ya la tienes.
Es su olor aún más amplio de lo que imaginaban
tus arterias.

Se ha instaurado la esperanza como punta de ola,
susurro de otra orografía; suma de ramas de a
saber qué selva.

¿Coincide ahora el espacio que regla tu mirada con
aquello que humedece
tu aliento?
¿El aliento que entona tu boca con el que gritan tus
más tímidos cabellos?

***

Te he herido. Te he herido, no escondas la sangre
—algo aprendí del hermano lobo—, puedo oler las fallas,
la carne que se abre sonriendo, te he herido.
Te he infligido no sé qué sustancia, bocado o paisaje.

No de muerte, no de otra ciudad, otra vida pero estás
sangrando.
Y en mi rostro la sorpresa del homicida adolescente.


Es tu dolor, sus señales que crecen en cuanto pozos
y en cuanto ángel caído al reino más animal los habito
y decoro: mi antojo de artes primitivas.


Mírate la línea que hermana vientre y consentimiento.
Hay un latido, un aviso, hay muebles en desorden.
¡Pero cómo, quién, por dónde este agua y su ausencia
de ruido!

Yo te dije. Yo me presenté al grito que se exhala
ante la belleza.
Con insignias, con pavor, con armas en la mano.

***


II

TRANSCURSO

El otoño es una promesa de sucesos y barcos,
es una Jerusalén de noches dislocadas.

Tiene carreteras solitarias como muslos
y una luz que invita a la ferocidad y a creer
en la belleza de rectas y precipicios.

Es mentira su sinfonía de pérdidas verticales,
el acuerdo general para el
llanto.
En verdad se reconoce a octubre por la máscara
veneciana y el sexo frotándose las manos.

Te hice el amor en cada instante despoblado
de cuerdas y deber.
Te hice el amor en cada ocio y cuando no lo tuve
te hice el amor en atascos y rutinas, por calles
en las que, inmóvil, corría tras la súbita
herida en el pecho, tras el desmayo.

Te hice el amor cuanto monte soy capaz y fue
mi frente un universo que dejaba al Pacífico
en relato de ciclos sencillos, de agua y cantidad.

Hice cuanto pude por arruinarme.


El deseo es un hueso al que nadie puso nombre.

***

Cuando encontraba una ruta (de las que confieren
cien años más de vida), la frecuentaba hasta ser
reprendida por los ángeles, de una parte,
y por expertos criadores de mapas y arrojo,
de otro mar.
Eran mis maestros y querían frecuentara los
caminos descubiertos por civilizaciones antiguas.

El objeto de mis viajes era multiplicar el aire de
aquel otoño.

El objeto de mis viajes era encontrar el espejo
que detiene al hombre y su triste proliferación
de células.

No. Mi aventura consistía en retroceder y
encaramarme a la cima de mi alma; allá los años
veinte cuando amar devenía en unidad y desayuno.
Porque yo también fui tan alta...

Pero no. En verdad partía para salvar la vida.

El deseo es un órgano vital, como el arpa en las
batallas.




Poema del infiel

Edén es un paso apetecible de las horas,
cólera a la pereza primera de vivir.
Peinabas crin de espejo y yo tengo blancas manos
que, es cierto, reflejan la miseria y al tiempo
aventuran cosechas de estirpe entusiasta.


Pero no hay Paraíso sin desahucio ni culpa.


Por tu gracia he perdido la prisa, porque existes
te amo desde el principio lúbrica en mi error.
Mi potente, genético y canalla te cubre
de cielos de distancia y úlceras que sorprenden
al orden natural de la dicha. Tú lo sabes.
Así que nadie quiebre su huevo costumbrista.
El hombre, tal cual suda y se avergüenza, destroza
su hilo. Yo me marcho tras aquello que brilla
sin talento, la forma sólo forma crecida
al tacto torpe. Escucha:

Me persiguen los patios de butacas, me llenan
la cara de los rostros que no tengo y no hay tierra,
vegetal ni horizonte dispuesto a acogerme
¡cómo hacerlo, si he olvidado toda desnudez!

Te pierdo. Te pierdo y es hoy cuando lo digo, hoy
que en enlace floreces, te empeñas, sin dudar,
en mis caderas, hoy; que me amas y te basta
—aún me queda la certeza, tesoro de un muerto—
porque sé que has venido, sin saberlo, de parte
de mi vida, sin saberlo, la bestia, la bufa,
a decirme:

mi marcha desatará la pena
por todo lo perdido, desterrará tu cuerpo
al río de voz continua
que ni ampara cobardes, ni mece flojos sueños.

De: Altar de los días parados



Galicia- agosto-otra mujer

En estos días de verano
una mujer discontinua, pariente de olas y sórdidos
menajes.
En este verano plagado de días para los que no
tengo alimento una mujer arrasada y sinembargo.

Y me mira, me mira enseñando el sistema nervioso,
a mí, sólo a mí que me pongo hermosa de privilegio;
se abre la camisa y tiene dos llagas para mí,
que me revelo deseable como un desarraigo
e ingreso en la vida azarosa de los espías.

Una mujer arrasada y aún es tiempo.

Y en mí conoce al fin puente y calidez.

"Trabaja con las manos"-alguien dice-.
"Se le cayó el alma en un descuido y
la saca los domingos de paseo"
-susurran sus órganos, todos con fiebre-.
y yo sé más de lo que debiera
escuchando su cuerpo de último esfuerzo por todo:
su cuerpo brotado a destiempo en un bosque
de árboles esbeltos como niñas
("todas eran más guapas" -admitía su madre-).

Hoy son muchos los hombres y mujeres que corren
a escuchar lo que canta su desnudo.

¡Oh tierra que pace once meses bajo el agua!
¡Oh cuerpo hermano al borde del abismo!
Dadme plaza en este mes que a todos los ojos
convoca.

La casa que habitamos apenas ha notado un
susurro.
Los árboles de ahí fuera nos distan con jurásica
piedad.

Se irán las diminutas clavículas de mi perro, que
sostienen su tanto,
te llorarán los pechos con pena cada día más
blanda.
Y me muero, me estoy muriendo en el sol,
me estoy muriendo de una pequeña dimensión
porque toco la vida y es tan frágil que me enferma.
Me muero de pena por todo lo innombrdo
esa mujer y su puente hacia mi rostro.

Una fina corriente arrastra pronto el luto.
Soy desleal tal cual tomo aliento.

Viene mi amante, entran los días; yo diré si me tocan.
Bajo al comedor y ya te estás diluyendo, no nos
hemos sucedido.
Silencio. Nuevos visitantes.



Nada

En la fe que te tiene tu madre; contra el vinilo felino
de su olor, contra su cielo
protector y esa dulce enfermedad que ella nombra
con tu nombre
Nada.

Nada en la previsión del deseo y en su escritura.

En la calma que sucede a la coronación se restauran
los relojes;
ahí, sobre la fría tarima de ese puente, Nada.

La brevedad que arrebata a perros y gatos abruma
de indignación a un arcángel compasivo. Él no se
rolongará mucho más y a estos tres dolorosos
misterios
sucederá un silencio con nuevos personajes
del que se deduce Nada.

Nada en la resaca de los cines, en la digestión de
los juegos de pelota; sobre la oferta del humus
crece Nada. Incluso la idea y consumación de París,
la idea y consumación de los mares del sur y el
refugio de la Historia son Nada.

Nada en la párvula ira ante el noticiero.
Los músculos y sed de justicia, la palabra lealtad,
la palabra y el río duración se comportan como olas.
Eso duele, cuestiona el nivel del mar y certifica
ácidamente Nada.

En los voraces. En los voraces que son multitud
y en la casa que les tiene cada cual.
En la noche que expanden y en la respuesta del
arrabal con tambores de hambre, deseo y odio
puro. El episodio de la injusticia es hoy, el episodio
de la injusticia es uno y va convirtiendo sus nombres
en Nada.

Los rincones limpios. Lo que cuesta regresar
al silencio del lactante.
El que busca la eternidad en su huerto. El que tala
durante años su alma y se encuentra un hueso blanco,
de acero.
El que habla con Dios y no deja de afeitarse.
El insomnio del petróleo y el que sabe este secreto.
El deficiente, su suerte probable. El círculo en que
el perverso se cumple.

Y el destino o historia del sudor, en fin, su final
pequeño. Son Nada.

Y amor: en esta lengua muerta que nació y habrá
de irse con nosotros.
En sus caderas prolongando el mediodía, en tus
caderas como tábano infligiendo mortal soledad.
Donde corazones semejantes liban su debilidad
como llagas preciosas.

En toda tierra prometida, en toda vida ausente.




DOMINGO. RESACA. EL LIBRE ALBEDRÍO

Asumirse como océano donde pueden acontecer
grandes olas

y bancos de peces en realidad muy solitarios.

El verde más sobrenatural lo perderá todo porque
en definitiva el Sol es quien manda.


El ejercicio de la libertad no existe pero habrá que
disimular

—un hallazgo que a menudo sucede en la compra,
en el baño—.

Lo posible es entonces manejar el volumen o tiempo
que convienen la exposición, el esponjado,
la séptima dermis.

La resaca, por ejemplo, desviste la conciencia

y acontecen cosas así:


Desde mi ventana el vuelo del primer polen permite
anticipar abril

y germino en la falda o infelicidad de esa mujer
que carga niña, periódico, domingo.

Luego subo al tren que toda calle propone hacia
el pasado

y concluyo que la desgracia fue siempre el descrédito
del amor

tras lo cual queda el paso a la ternura, el resfriado,
la finitud con su ausencia de liguero

Si no se aguanta la intensidad tres recados
aseguran la poda de una vida.

Mucho más estimulante que el cuero, la cópula visible
o anidar en la secretaria es saberse mortal y pretender
compañía

Por mi parte prefiero negociar con la luz y recomiendo
la elegancia como férula y techo.

Pero hay mil maneras de ponerle la letra a este crimen.

En algunas latitudes se limitan a bailar.





ÍTEMS PARA UN TSUNAMI

En el colmado de abajo aceptaron a mi planta trepadora
a cambio de un kilo de arroz.


Mirando bullir el arroz engañé a la prisa y se quedó
dormida junto a los trozos de hielo.


Ahora la palabra frío conserva su manantial y su
Estalingrado pero designa también tus pies pequeños
que me buscan cada noche.


Cada noche tú imitas a Boris Karloff y tomamos
al monstruo por el niño. El cabo de la risa en nuestra
almohada es el espejo donde la rutina se ve las
arrugas y llora.


Algunas madrugadas hablamos de tener hijos
sin la comadreja de las tropas que invaden. No es Navidad pero sé que nos preocupan verdaderamente los niños palestinos. Ningún reportaje escinde el material de sus casas del inventario de nuestro miedo.


Hay una cuenta que no me sale y eso me recuerda como hoja y aquel viento. Me refiero al tiempo que me queda atravesado por la pértiga de la felicidad. Tengo dudas con la densidad del aire aunque en los depósitos de lo que importa tu sonrisa es un número primo. De aquí a la eternidad. No sé más pero matemáticos bondadosos con grasa en el pelo se han sentado en su pupitre, descalzos y tristes, a balancear estos enigmas.


De lo escondido ya sólo me interesa cómo se las arreglará la esponja del amor para crecer más allá de la barrera de coral.


Sospecho que la belleza debe ser algo que se desparrama con tino. No vale la sustitución de materiales. Ese truco era un conejito blanco que huyó hacia los helechos de la adolescencia.


Desde que sé que envejezco con la certeza que se sabe una fresa en la boca me gustaría que cada vez que me cansa mi madre me creciera una demanda de amor con el perímetro de los días que sus manos han sido benéficas. Una caricia detrás de otra para que su círculo me extrajera esta imbecilidad lineal, la muela de la ingratitud sonando en la bandeja de lo inapelable.


Debes estar al llegar. Cuando eso ocurre Marguerite Yourcenar tiene un pensamiento obsceno y planea su regreso.


El regreso es el único movimiento posible y sin embargo choca siempre con la rótula de los emprendedores. De esto deduzco que los recién nacidos ya se están rehabilitando, que las estadísticas quedan pasteurizadas en las incubadoras.


Donde quiera que esté Praxíteles te mira satisfecho. Por mi parte, he roto con el miedo: lo hubiera perdido todo de no dar contigo. La mesa está puesta. Aunque sabes de mis limitaciones con las salsas y la Cábala, también tu ambición es sabia: una bolsa blanca que se mueve con el viento.


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