miércoles, 21 de julio de 2010

264.- JUAN CARLOS FRIEBE



Juan Carlos Friebe (Granada, 1968) es autor de seis libros. “Anecdotario”, (Dip. Prov. de Granada, 1992) es una recopilación de poemas juveniles escritos entre 1981 y 1989. Fue finalista del Premio Gustavo Adolfo Bécquer y del II Certamen Internacional de Poesía Gabriel Celaya en cuya tercera edición alcanza el accésit con “Poemas Perplejos” (Ayto. de Torredonjimeno, 1995). Le suceden “Aria contra coral” (Dip. Prov. de Granada, 1992), “Las briznas: Poemas para consuelo de Hugo van der Goes” (Ed. Point de Lunettes, 2007), “Hojas de morera” (2008), y “Las Bacantes” (Geometría del Desconcierto Ediciones, 2009), libreto y poema escénico basado en la tragedia de Eurípides, compuesto para el músico croata Frano Kakarigi, bajo la dirección del artista Jaime García. Con el mismo artista desarrolla el correlato visual en dos volúmenes “Los viajes de Dionisos” (2009-2010) en http://www.geometriadeldesconcierto.com/

Junto a Cristina Rodríguez, es coautor de la adaptación al español de “Sohailin Lumous”, (Entremusas, 2005), poemario del escritor finés Erkki Vepsäläinen. Entre sus colaboraciones destacan la colección de poemas escritos para “Mundos paralelos” (2002), de la grabadora María José de Córdoba, “Concordancia, Concordancias” (2007) y “Escultura” (2009) del ceramista y escultor Agustín Ruíz de Almodóvar Sel, “Tres estancias de un apartamento burgués” (Granada, 2007), instalación de Jaime García, y “Un kilim para Rimbaud” del pintor Valentín Albardíaz (2009). Diversos poemas suyos han aparecido en fancines de carácter independiente y sólo puntualmente en publicaciones literarias. También en recopilaciones de poesía como “Entre desiertos” (Granada, 2004), “Vitolas del Anaïs” (Granada, 2007), “Radiografía poética” (Granada, 2008) o “Brindis” (Granada, 2009).


MUNDOS PARALELOS. Uno.

Feliz quien parte atado al corazón
Pues, aunque no regrese nunca, siempre
Habitará su casa. Feliz quien viene y va
A antojo de su dicha y sus senderos,
En pos de sí y de sus misterios hondos,
De su amor, su quimera, de su nada.
Cuánto más si al susurro de su voz
Sujeto, atento sólo a su murmullo,
Se escucha y dice: heme: al mismo tiempo
Que presta tacto, vista, oído al mundo,
Y lo comprende o no, pero le incumbe,
Le inmuta, le conmueve, le anonada,
De pilar a pilar le zarandea el alma
Al vibrar de raíz y de consciencia.

Pasa la brisa sobre tallo tierno,
Mece el aire los álamos combados.
Feliz la rama, si feliz la hoja.

De “Mundos paralelos”. Poemas escritos para una
exposición de Mª José de Córdoba. 2002



ÓLEO SOBRE LIENZO, Detalle I

Llegó a la plaza en fiesta empujando un carrito
Que encendió en las manos destartalados ruegos
Encarecidos índices de niños churretosos
Trastabillaron entre sí en el aire
Reclamando las mismas golosinas,
Y quedaron vacíos los columpios igual que un corazón sin alegría.
El balancín siguió balanceando su lánguido chirriar
Como agrietando el tiempo, lastimándolo;
Las caretas de chino mandarín
Vieron ponerse triste al tobogán,
Y durante un instante de complaciente holganza
que bien pudo durar cuanto un suspiro,
Quedé absorto degustando el día
Consciente de gozar un raro privilegio.

Como escuchando a mayo en una caracola.




GLOSAS ÍNTIMAS, 1

De una rama truncada del nogal pende la trampa.

Una campana en apariencia ingenua, en cuyo interior
alguien vertió una tentadora golosina, mezcla de
azúcar disuelto en agua pensativa y pétalos
blanquísimos de celinda fragante. Sus víctimas
acceden a ella a través de una pequeña abertura
circular situada en su base. Una vez dentro,
cada una se enfrenta a su suerte de una forma distinta,
aunque alguna tardará en comprender que aquello
que la tienta la condena.

El moscardón zumbón y gordezuelo parece afrontarla
con razonable apetito, y se entrega con deleite al
inesperado festín cuando, ah, qué es esto, advierte
que sus patas no pueden separarse de la mezcla.
Devanándose los ojos ocelados con las manitas delanteras,
una mosca medita en el techo el sorprendente suceso.
La sagaz avispa, rápida de pensamiento y vuelo,
avisada del peligro en que se halla, trata enfurecida
de encontrar salida hasta que cae, desfallecida,
en la disolución fatal. Alguna típula, como conservada
en ámbar, yace suavemente muerta, en el fondo.

Pienso, sin lograr que la idea se desvanezca, en el hombre.





UN ELEFANTE EN LA TELA DE UNA ARAÑA

Admiro la tenaz entrega de la araña
a su sobria tarea, que convierte
en mosaico bellísimo una trampa,
no su astucia en el arde de dar caza.
Cuando intuye el peligro de la lluvia
recoge su trabajo prodigioso
con tanta habilidad que es milagro;
si el viento o el tiempo dañan su labor
la reconstruye, persevera, enhebra
el hilo en sus agujas con paciencia
antes sabia que humilde, y su remiendo
devuelve resistencia y transparencia,
acaso aún más, a su red inclemente.
Entiendo que se trata de una forma
no antigua, primitiva, de existencia;
que la voracidad guía el impulso
que impele a ejecutar la delicada
obra –casi suntuosa de primor tan extremo-,
no el febril simulacro de una idea
inteligente, o el ímpetu de una fantasía.
No ignoro que su táctica consiste
en una táctica de subsistencia,
cobarde ardid que su debilidad
ingenia y la costumbre perfecciona
con elegancia pavorosa.
Hay algo en la afilada exactitud
de sus inexorables movimientos
que me fascina y me estremece, algo
perverso en la perfecta ejecución
de su trampa mortal que me rebela
contra su impunidad de cazadora.
Pero quien quiera amar sin ser herido,
que es morir a manos de lo amado,
aprenda la enseñanza de la naturaleza,
y no se arroje al mundo sin escudo
ni estrategia; despliegue con cuidado
su propia telaraña y, si el viento
o el tiempo la destruyen, persevere;
y, si no ame, al menos sobreviva.



PRESAGIO DE MUDANZA

(XVI. Fac ut portem Christi mortem, passionis fac consortem,
et plagas recolere.
Stabat Mater)

Se olvidará de mí la vida un día,
se olvidará la luz de despertarme,
y el tornasol del Sol vendrá a velarme
con Luna de mortaja compañía.

Estoy ahí, ahí, la voz vacía,
rogando ay y aliento para alzarme,
en la garganta un garfio al que aferrarme,
y el grito preso en la mordaza estría.

Heme ahí sola carne desahuciada.
Un cuerpo inerme, lívido e ingrato,
recién ceniza lo que fuera llama.

Heme aquí: esto. El alma descarnada.
Como aguardando de otra voz mandato
que le ordene: Levántate y ama.



POEMAS

De “Poemas perplejos”

MEMORIA


Qué sería de mí sin ti, memoria
mía de lo que fue y de lo que pudo
ser, caprichosa compañera inquieta,
siempre dispuesta a darme un buen susto
con tu infantil espíritu de cría
traviesa y consentida; qué sería
de mí, memoria, sin tu risa
contagiosa y tu cálida presencia,
sin esas juguetonas carantoñas
con las cuales te burlas de mi enfado
que –si al principio irritan mi paciencia-
poco a poco me doman el humor
y me templan el ánimo cansado
por tanto amor a la deriva. A estas
alturas de mi vida he aprendido
a aceptarte como eres, vanidosa,
apasionada, zalamera, aunque
tú pretendas cambiar ciertas costumbres
sin las que yo sería otro bien
distinto; he aprendido a respetar
tus silencios, a no buscarte cuando
no quieres que te encuentre
porque –cuando estás triste- es mejor
dejarte en paz, a solas con tus cosas,
entretenida en la ingente tarea
de no hacer nada, concentrado tu esfuerzo
en comprender el techo de tu estancia.
A veces te da por sacar los trapos
sucios, por ofenderme sin razón
con tu ironía dolorosa; entonces
lloro calladamente, como un niño
a quien regañaran por un jarrón
de porcelana que él no ha roto,
y escondo la cabeza en la almohada,
y diluvias recuerdos que me calan
los huesos de raíz, y descubro goteras
dentro del corazón, más hondo aún;
y te escusas, y ofreces tu paraguas
y tu pañuelo, y una a una secas
mis lágrimas, y cómo
te mortificas por ser tan injusta,
tan ingrata, tan mala
conmigo. Y luego llegan tus arrullos,
tus caricias, tus mimos, tus cuidados,
y con cuánta facilidad me azoras
con tu destreza en el cariño, cómo
me enternece tu arrepentimiento;
y la ropa mojada por la lluvia
hace sentirme limpio, compasivo,
y te entiendo y reprendo sin rencor,
y de qué reconciliación gloriosa
somos capaces, qué entrañable herencia
de piedad derrochamos con generosa mano,
flor ya casi desnuda, flor ya casi
en flor de abrazo sin espina.
Sin ti yo no soy nadie,
poco más que un cuerpo deshabitado
o que un aljibe seco. Yo soy porque tú me haces
día a día desde hace mucho tiempo:
nunca, nunca será tan hermosa esta luz,
trémula todavía de indulgencia.

* * *

De “Aria contra coral”
( de la parte titulada “La educación sentimental )

NOVIEMBRE MISERABLE

Yo no estoy solo aunque me llame carlos
Carlos Edmundo De Ory


Otra vez la miseria, otra vez
hurgando en los bolsillos
de cada pantalón, del abrigo raído,
revolviendo el armario, revolcado
en el canasto de la ropa sucia,
volteando cajones como un loco
con la única esperanza de juntar
unas cuantas monedas, suficientes
para comprar tabaco en el estanco
porque no puedo permitirme el lujo
de adquirirlo a cualquier precio. No es sólo
pobreza material, estoy seguro:
es pobreza de espíritu también.
Ese metal indigno de mi mano
experta, no en caricias
sino en su pérdida, pero en ternura
tan sabia, no debiera derrotarme
pero me vence el ánimo.
Me viene a la memoria aquel prólogo
de aquella extraordinaria antología
que encontré, descuidada y olvidada,
en el aterrador territorio enemigo
de unos almacenes caídos en desgracia.
Carlos Edmundo de Ory, en su diario, anota:

No tengo dinero para té ni tabaco y sin estos estimulantes no puedo escribir.

Creo que fueron éstas sus palabras exactas,
quizá escritas en París, no lo sé…
Consultar aquel libro es hoy imposible;
lo vendí hace tiempo, en otro de los muchos
momentos de miseria de mi vida,
para satisfacer mis pequeños caprichos
que tanto se asemejan a los suyos:
un poco de tabaco, algún café,
algún vaso de whisky y madrugada.
Desde luego no fue
el único en correr tan triste suerte:
Borges, Cirlot, Éluard, Guillén, Cavafis,
a todos malvendí por una cuarta parte
de su precio, por una miserable
parte de su valor; como los discos
aue tanto me costara hallar entonces
-ingenuo adolescente de rarísimo gusto-
y tanto extraño en estas horas
graves de soledad sin fondo, pues tal vez
bastara una canción –tan sólo una-
para salvarme y recobrar el pulso
de este día traidor y pordiosero.
Me quedan pocos libros, los amados,
aquellos que forjaron en mi pecho
un corazón sin miedo a la verdad.
Me quedan pocos libros, los amados,
y la orgullosa certeza de que
-pase lo que me pase- ya me muera de dolor,
de hambre o de pena, nunca,
nunca me faltará Claudio Rodríguez
aunque él tampoco sepa
-como aquella muchacha de Un suceso-
que en este verso se me fue un sollozo.

* * *

NOCTURNO, FUGAZ Y TRISTE
III




Amar. Amar sin rumbo.
Amar a la deriva.
Nauframar…

* * *

ODA ÍNTIMA
Pianissimo


Bendito sea quien te trajo al mundo cuando yo estaba aún en él.
José Saramago


No vengas hoy, no insistas, no procures
mi compañía ni tentar pretendas
mi soledad con el amargo almíbar
de las palabras hueras de consuelo.
Tiene el silencio sus propios designios,
sabiduría propia, propia ciencia,
y no es menester para tus labios
decirlo todo, todo conjurarlo,
aunque palabras haya brujas y verbos magos
que vierten una luz mimosa y compasiva
allí donde no llegan ni siquiera
las manos más diestras en templanza.


Miré al amor, y el amor dormía,
Luna dormía, dios, tan bella y nácar;
el tiempo -¿dónde estaba
el tiempo, si existía?-
vagara en tránsito hacia qué destino
cima de un instante, si ascendiera,
si no ascendiera, hacia qué nada.
¡Haber nacido para todo o nada!
¡Sentir que un momento entre dos
eternidades condesciende en ser
la vida y no dar crédito casi a la evidencia
de que está sucediendo lo sublime!

Apenas te rocé ya te estaba perdiendo.
Eres como la estela que tras la rosa intensa
-oculta y presentida en la maleza bruma-
cobra textura y se conforma aroma,
y crece ingrávida entre lo suspenso,
y se dilata hasta distar del nombre
apenas el grosor de una hebra de luz
por un ligero haz de lluvia hendida
y, no posada aún, ya se dispersa,
y difumina, y se disgrega,
huidiza sombra de la rosa esquiva
que el aire nómada deshizo al tacto.

Mas yo rocé su piel y estaba:
amor dormía y sin embargo esta,
y seguían estando aroma y tacto
en mí aún impresos después de acariciar
el borde de los labios, las mejillas manzanas,
como al rozar la superficie tersa
de un remanso subsiste en ella un poso
húmedo todavía de mador o de pulpa:
la frente lisa donde el corazón
contuvo estremecido su quebranto,
y se posó como una herida abierta
que se cerrara sobre una espina.

* * *

ODA ÍNTIMA
Grave


Ha sido siempre así, desde que te conozco.
cuando menos te espero, apareces
ante mi umbral con tu aire seductor
y tu mejor sonrisa, crápula, desplegada
-ese guiño de labios que desliza en mi alma
un secreto murmullo de íntima alegría-;
repletos los bolsillos del abrigo
de no sé si jazmines, escondidas caricias
o de tiernas palabras amapolas
que me hacen olvidar tu dolorosa ausencia,
los muchos tristes días que colmaste
de denegadas ansias, distancias y abandono.

Cuando más pesa en mí el desengaño
de esta vida canalla y puñetera,
cualquier excusa vale y te socorre
para volverte a casa con urgencia.
Has convertido mi hogar en posada,
mi lecho en un henar donde improvisas
tus audacias según un rito acostumbrado,
mi ser en un burdel donde a tu antojo vienes
o vas, entras o sales sin dar explicaciones,
dejando alguna vez sobre la mesa
cuatro versos raídos mal contados
de calderilla vil, para mis gastos.

No vengas hoy, no insistas, no procures
mi compañía ni tentar pretendas
mi soledad con el amargo almíbar
de las palabras hueras de consuelo,
ni quieras compartir las otorgadas horas
que, por vivir, de amar me corresponden.

Porque en cualquier palabra que insinuaras
sospecharía un acto de impostura,
de cualquier pensamiento que inspiraras
hallaría el pretexto o la coartada;
porque cualquier maniobra tuya en la belleza
la creería suscitada adrede;
flor sin alma: invita Minerva.

* * *

De "Las Briznas"

DESNUDO



III. O quam tristis et afflicta
fuit illa benedicta
Mater Unigeniti.



Entra un hombre en el claustro. Otro más
escoge el hábito de monje austero
para mirar a Dios desde su celda,
o para huir del mundo y sus horrores;
para verle de frente, cara a cara,
o no enfrentarse al rostro que reprocha el espejo.
Viene con humildad, que le conviene,
pues busque lo que busque, la soledad es honda
y hondo daña, si no halla pronto algún
sentido. Entra un hombre y en el claustro
un silencio recoge su llegada
con respeto y recelo, obligada cautela:
trae consigo el barro de la ciénaga,
lodos de callejuelas tenebrosas,
fangos de su flaqueza y de su culpa
aunque en su pecho habite un hombre bueno.
Se despojó de harapos y pecados
al franquear el patio, su mugriento vestido,
como si aquello que nos cubre fuera
la verdadera piel de nuestra carne
y no el disfraz, igual que el perfil es tan sólo
la mitad de una máscara. Aun desnudo,
en su mirada hay tormento y mácula,
brasas de su pasado, cicatrices recientes.
Estos son los pilares que sustentan
el convento, los árboles del patio,
sus lustrosos manzanos condenados,
igual que los arriates mimados de verónicas
se abonaron de estiércol. Los leones
rugen en las arcadas mientras gorjean aves
coronando los ábacos, hambrientos
corazones, gargantas lastimadas
de voces serafines que no pueden vivir
aquí en la tierra, y se alzan en un coro
que si merece el cielo, no le mueve a piedad.

* * *

LAS BRIZNAS



VII. Pro peccatis suae gentisvidit

Jesum in tormentiset

flagellis subditum.



A veces, simplemente, hay que irse
dejando atrás y hollados los senderos,
del hogar devastados los cimientos,
de la hoguera rescoldos ya las brasas,
y cadena el afán, y lastre la certeza
de haber amado lo que no se tuvo,
de haber tenido lo que no se amó.

Y envidio aquellos pasos tan primeros
de mis manos recién deslumbradas de mundo
en pos del aire, en pos de luz, en pos
del brillante destello de la vida
que pespuntara estrellas en mis dedos
titilantes de sedas maternales,
bodoques y puntillas en la cuna de blonda.


Así me fui por vez primera al mundo,
con manos mariposas, con dedos colibríes,
y abrazos ciegos que me recogían
para mecerme el llanto desconsuelo
de cuánta honda lágrima callada:
libélula entre encajes de Bruselas,
delicia familiar, amores presentidos.

Luego una senda mis pasos condujo,
como el labio sedujo al primer beso.
Musitaba la brisa entre las hojas
arrullos para el canto del zorzal;
murmuraban los sauces idilios de jazmín,
y un arroyo cercano susurraba en silencio
una ardilla lamiendo de un venero de agua.


Bastase entonces dicha tan recóndita,
bastase la delicia de haber vivido al hilo
de la lira del bosque entre trinos de tilos,
de haber vivido en vilo de un murmullo de musgo,
pero yo quise ir todavía más lejos
para adentrarme donde la distancia
significa jamás vendrás conmigo.


Así me fui por vez primera al mundo:
sin saber que vería del Sol sólo su sombra,
sin saber que hallaría la herida en la caricia,
en el agua la sed, en las sendas posada;
así me fui de mí, a mi sabor,
a mi rosada nube, a mi luna rozada
no sé con qué suspiro, ni si tras qué esperanza.

INÉDITOS

De “Hojas de morera”
PARÁBOLA DEL REO Y DEL VERDUGO, 1


He pagado por vivir conmigo en los términos que yo he querido.
RUDYARD KIPLING


Ya nunca verás caer el lento alud de la nieve / ni sentirá tu cuerpo la necesaria lluvia de un abrazo. / Trenzará el verdugo con habilidad tu soga / y pagarás su fatal destreza con el hacha. / En el cadalso, / en el patíbulo, / será el verdugo el dios de la atroz noche sin luna: / tú el hombre escarnecido. Tú el cordero. /

Dale, sin desprecio, un par de monedas / para que tase tu oro de un mordisco / y sea certero su golpe funesto. / Dale un par de valientes monedas. / No las precisas como él / para cruzar las negras aguas de la Estigia. /

Suyos serán el Hades, el tormento, la vergüenza: /

para ti la fosa común, el perdón, el olvido. /

Dios salve al poeta. /

* * *

MADRE E HIJA
De “Hojas de morera”

Tendrías los ojos azules como tu abuelo, / tendrías las manos ajadas de tu padre, / y una borla de caricia en el mentón, y un álamo trenzado, / y un corazón de nube. Tendrías un patio recogido, / y lecturas preferidas, / y un camino secreto al estanque, / y una casa bajo la cama. / Tendrías una cuna en el aire/ y tienes un gesto hosco en la mirada/ y un hacha en la lengua/ y un puñal en las palabras. // Te tuve hija, sin tenerte, / y cuanto hube fueron / tus primeros balbuceos, / tu adolescencia huida. / Te tuve, niña –alegoría de la vida- / y viniste azules las manos como las mías, / y en cada gesto la misma pena. // Si tuve lo que quise o no, no sé, / te sigo teniendo tan lejos como entonces; / alguien que amo más que a mí misma/ y que tan cerca está de mi alma / como una pompa de jabón / que sólo puedo ver cómo se forma, / vuela, se aleja,

y que no puedo tocar sin romperla.

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