martes, 6 de julio de 2010

LÊDO IVO [220]


LÊDO IVO


Poeta, narrador y ensayista nacido en Maceió, Alagoas, Brasil en 1924. Falleció en Sevilla (España) el 23 Diciembre 2012. Es una de las figuras más destacadas de la moderna literatura brasileña, notablemente en poesía. La crítica literaria lo considera la figura más representativa de la Generación del 45, movimiento de reacción estética contra el clima demoledor y anarquista de la primera fase del modernismo, que pregonaba un regreso a la disciplina y al orden. Como otros poetas de esta generación, volvió a algunas formas poéticas fijas, como el soneto, pero conservando un estilo libre y marcadamente personal. Forjó una fisonomía fuerte y propia, con pleno dominio de la técnica y del lenguaje. Para él, la poesía es una invención de la palabra, una operación verbal destinada a ocultar la vida personal, generando una mitología particular que sustituye la verdad trivial de la existencia. De su obra, ampliamente premiada, destacan sus novelas As alianças (1947) y Ninho de cobras, su libro de crónicas A cidade e os dias (1957), el poemario Finisterra (1973) y sus memorias Confissôes de um poeta (1979).



LOS POBRES EN LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES

Los pobres viajan. En la estación de autobuses
levantan los pescuezos como gansos para
         mirar
los letreros del autobús. Sus miradas
son de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda un radio de pilas y una
         chaqueta
que tiene el color del frío en un día sin
         sueños,
el sandwich de mortadela en el fondo de la
         mochila,
y el sol del suburbio y polvo más allá de los
         viaductos.
Entre el rumor de los alto-parlantes y el
         traqueteo de los autobuses
temen perder su propio viaje
escondido en la neblina de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan
         asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de los que abastecen los oídos y el tedio de
         los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón
         que tapa
la nariz de los muertos.
En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Qué grotesco son los pobres! ¡Y cómo
          molestan sus olores aun a la distancia!
No tienen la noción de los conveniente, no
          saben portarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo
          irritado
que del sueño retuvo apenas la legaña.
Del seno caído e hinchado un hilillo de leche
escurre hacia la pequeña boca habituada al
lloriqueo.
En los andenes van y vienen, saltan y
aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas impertinentes en las
          ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con
aire espantado
de quien no sabe el camino del salón de la
          vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas
          extravagantes,
esos amarillos de aceite de dendé que lastiman
          la vista delicada
del viajero obligado a soportar tantos olores
          incómodos,
y esos rojos chillantes de feria y parque de
          diversiones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción del
          confort
aunque algunos de ellos tengan hasta televisión.
Verdaderamente los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y de mal
          gusto)
Y en cualquier lugar del mundo molestan,
viajeros inoportunos que ocupan nuestros
          lugares
aun cuando vayamos sentados y ellos viajen
          de pie

De: La noche misteriosa


VALS FÚNEBRE PARA HERMENGARDA


Heme aquí junto a tu sepultura, Hermengarda,
para llorar tu carne pobre y pura, que nadie
            de nosotros vio pudrirse.
Otros vendrán lúcidos y enlutados,
sin embargo yo vengo borracho, Hermengarda,
            yo vengo borracho.
Y si mañana encuentran la cruz de tu tumba
            caída en el suelo
no fue la noche, Hermengarda, ni fue el viento.
Fui yo.
Quise amparar mi ebriedad en tu cruz
y rodé por el suelo donde reposas
cubierta de margaritas, triste todavía.
Héme aquí junto a tu tumba, Hermengarda,
para llorar nuestro amor de siempre.
No es la noche, Hermengarda, ni es el viento.
Soy yo.

De: Las imaginaciones




LOS MURCIÉLAGOS


Los murciélagos se esconden tras las cornisas
del almacén. ¿Pero dónde se esconden los
             hombres,
que vuelan la vida entera en la oscuridad,
chocando contra las paredes blancas del amor?
La casa de nuestro padre estaba llena de
             murciélagos
colgados, como luminarias, de las viejas vigas
que apuntalaban el tejado amenazado por las
             lluvias.
"Estos hijos nos chupan la sangre", suspiraba
mi padre.
¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese
             mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de los
             otros animales
(¡hermano mío! ¡hermano mío!) y,

             comunitario, exige
el sudor de su semejante aun en la oscuridad?
En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el algodón de su
           almohada, en la luz del farol
el hombre guarda las doradas monedas de su
           amor.
Pero el murciélago, durmiendo como un
           péndulo, sólo guarda el día ofendido.
Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis
           ocho hermanos y a mí)
su casa donde de noche llovía por las tejas
           rotas.
Pagamos la hipoteca y conservamos los
           murciélagos.
Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos
           como nosotros.

De: Finisterra



EL SUEÑO DE LOS PECES

No puedo admitir que los sueños
sean privilegio de las criaturas humanas.
Los peces también sueñan
En el lago pantanoso, entre pestilencias
que aspiran a la densa dignidad de la vida,
sueñan con los ojos abiertos siempre.

Los peces sueñan inmóviles, la bienaventuranza
del agua fétida. No son como los hombres, que se agitan
en sus lechos estropeados. En verdad,
los peces difieren de nosotros, que todavía no aprendemos a soñar.
Y nos debatimos como ahogados en el agua turbia
entre imágenes hediondas y espinas de peces muertos.

Junto al lago que yo mandé cavar,
volviendo la realidad a un incómodo sueño de infancia
pregunto al agua oscura. Las tilapias se ocultan
de mi sospechoso mirar de propietario
y se resisten a enseñarme cómo debo soñar.

Traducción: Carmen Gloria Rodríguez y Vania Torres


EL SOL DE LOS AMANTES


El oficio de quien ama es ver
un sol oscuro sobre el lecho,
y en el frío, nacer al fuego
de un verano que no dice su nombre.

Es ver, constelación de pétalos,
la nieve caer sobre la tierra,
algodón del cielo, aire del silencio
que nace entre dos espaldas.

Es morir claro y secreto
cerca de tierras absolutas,
del amor que mueve las estrellas
y encierra a los amantes en un cuarto.

Traducción: Carmen Gloria Rodríguez y Vania Torres



ASILO SANTA LEOPOLDINA


Todos los días vuelvo a Maceió.
Llego en navíos desaparecidos, en trenes sedientos.
En aviones ciegos que sólo aterrizan al anochecer.
En los estrados de las plazas blancas pasean cangrejos.
Entre las piedras de las calles escurren ríos de azúcar
fluyendo dulcemente de los sacos almacenados
en los trapiches
y clarean la sangre vieja de los asesinados.
Luego que desembarco tomo el camino del hospicio.
En la ciudad donde mis ancestros reposan en
cementerios marinos
sólo los locos de mi infancia continúan vivos a mi espera.
Todos me reconocen y me saludan con gruñidos
y gestos obscenos o ruidosos.
Cerca, en el cuartel. La corneta que chilla
separa la puesta del sol de la noche estrellada.
Los locos lánguidos bailan y cantan entre las gradas
. ¡Aleluya! ¡Aleluya! Más allá de la piedad
el orden del mundo brilla como una espada.
Y el viento del mar océano inunda mis ojos de lágrimas.

Traducción: Stefan Baciu y Jorge Lobillo


SONETO DEL VOLADOR DE COMETAS


Nada acepto, excepto la eternidad,
en este viaje ambiguo que me lleva
al altar absoluto que, en la niebla,
aguarda mi inanidad.

Lo que soñé de niño, hoy es cierto:
la blanca estación que en mi silencio nieva
el invierno de una ficción primera
que fue sol, cegó a la misma claridad.

A la hora final de todo, apartadas
queden las dos comparsas del destino,
que tiene el sabor de la ceniza en el último aliento.

La muerte guarde en cueva a los vejados
restos del hombre maduro; que el niño
vuela la cometa y vive al viento.


LA MONEDA PERDIDA


" En mi sueño encuentro la moneda perdida.
Estaba guardada en el fondo del océano,
en la gruta de coral que los naufragios no alcanzan,
en el territorio puro donde no llega la muerte.

Y al despertar soy mudo como los peces.
Mi tierra es igual al mar, tiene la pureza del agua.
Todas las palabras son monedas perdidas. "


EL PORTÓN

El portón se abre el día entero
pero en la noche yo mismo lo cierro.
No espero ningún visitante nocturno
a no ser el ladrón que salta el muro de los sueños.
La noche es tan silenciosa que me hace escuchar
el nacimiento de los manantiales en los bosques.
Mi cama blanca como la vía láctea
es breve para mí en la noche negra.
Ocupo todo el espacio del mundo. Mi mano desatenta
derriba una estrella y ahuyenta un murciélago.
El latir de mi corazón intriga a las lechuzas
que, en las ramas de los cedros, rumian el enigma
del día y de la noche paridos por las aguas.
En mi sueño de piedra quedo inmóvil y viajo.
Soy el viento que palpa las alcachofas
y enmohece los arreos colgados en el establo.
Soy la hormiga que, guiada por las estaciones,
respira los perfumes de la tierra y el océano.
Un hombre que sueña es todo lo que no es:
el mar que deterioran los navíos,
el silbo negro del tren entre hogueras,
la mancha que oscurece el tambor de queroseno.
Si antes de dormir cierro mi portón
en el sueño se abre. Quien no vino de día
pisando las hojas secas de los eucaliptos
viene de noche y conoce el camino, igual que los muertos
que aunque jamás verán, saben dónde estoy
?cubierto por una mortaja, como todos los que sueñan
se agitan en la oscuridad, gritan palabras que huyeron del diccionario y respiran el aire de la noche que huele a jazmín
y a dulce estiércol fermentado.
Los visitantes indeseables atraviesan las puertas atrancadas
y las persianas que filtran el paisaje de la brisa y me rodean.
¡Oh misterio del mundo!, ningún candado cierra el portón de la noche.
En vano fue que al anochecer pensara en dormir
solo
protegido por el alambre de púas que cerca mis tierras
y por mis perros que sueñan con los ojos abiertos.
En la noche, una simple brisa destruye los muros de los hombres.
Aunque mi portón amanece cerrado
sé que alguien lo abrió, en el silencio de la noche,
y asistió en lo oscuro a mi sueño inquieto.

Traducción: Carmen Gloria Rodríguez y Vania Torres




LOS CARACOLES


Sólo para Dios se abren los caracoles
que encontramos inmóviles sobre la hierba
Nos postramos ante ellos y suplicamos:
¡Hablen! Confíennos ahora el gran misterio.
Explíquennos el secreto de esta jornada
y de este silencio que tanto nos perturba.

Sólo los caracoles conocen la causa primigenia
y saben el origen de todo, desde la gran explosión
que creó el universo y aún nos aturde.
Por más que preguntemos ellos nada nos dicen.
Pasan el día quietos en la hierba y ni siquiera nos contemplan.


SONETO DE AMOR


Dulce fuego de amor, cómo me quemas
y me haces arder entre nieves
como si yo fuera la pálida hoguera
encendida por el sol en la noche breve.

Dulce rival del fuego verdadero,
cuanto más embisto contra tus llamas,
ellas se esparcen más en mi cama
y, guerrero, por ti soy guerreado.

Más me quema tu frío, más intacto
respiro y te combato; y, fatigado
de la pelea en que me consumes, más descanso.

Oculto en las sábanas, fuego de estío,
escurres, alegre y manso como las aguas
el agua serena del amoroso río.




CLARIDAD


Toda mi claridad es noche oscura,
sol negro desviado por un muro
blanco de cal, rayo que apaga el sol,
luz que ofusca, siendo tiniebla y luz.

A las estrellas les reclamo que iluminen
el papel blanco de mi largo día,
el grafito que ensucie el blanco muro
del sol que, siendo noche, me alumbra.

Cuanta más luz procuro, más oscuro
me vuelvo en pleno día, y más me asombran
las sombras que se juntan en el arrebol.

Recurro a la noche si quiero mostrar
las fracturas expuestas de mi ser.
Y si quiero esconderme, busco el sol.



LOS CÓMPLICES


Cuando voy por estos campos
un gavilán me acompaña,
estridente compañía,
sombra de sueño y de saña

Una frontera de sol
nos mantiene separados:
al gavilán cielo y nubes,
a mí las piedras y los arboles.

Cada uno en su territorio,
y la misma intención callada
en el corazón predatorio.

¿A quién herir o matar?
Por mis campos van dos cómplices,
ambos mal acompañados.



EL TROPIEZO


De mañana de tarde
al caer de la noche
subiendo la colina
tropiezo en Dios.
Nada le pregunto.
Ninguna respuesta
en la hora espacial
que pasa en blanca luz
e incómoda claridad.
No voy para donde voy
ni vengo de donde vengo
cuando subo la colina
y sin ningún cansancio
alcanzo la pura altura
de amor y galaxia



EL TRAPICHE

Quieres que guarde para ti el rocío.

Mas cómo puedo guardar lo que se disuelve
al sol, como el viento, el amor y la muerte?
Cómo guardar los sueños que soñamos
al paso que caminamos despiertos
en lo oscuro y sin nadie a nuestro lado?
Y los susurros de labios encantados
en el otro lado del muro? Y la hierba que se
esparce
en la pista del aeropuerto? Y la mancha que
aparece
en la cáscara del mango maduro?
Cómo guardar la brisa sibilante
en el combés del navío? Y el vuelo del pájaro?
Y la barca abandonada que atraviesa el río
y para bajo la cubierta?
Cómo y por qué guardar un arreo herrumbroso
y la ceniza "de la hoguera"
y la lluvia que llovía y el viento que venteaba?
La nada guardaremos, nosotros que somos
el depósito de todo, el baúl y el trapiche.
El rocío; que es eterno, se evapora
llegada su hora Y nuestros sueños
nos guardan fielmente en sus sepulcros.



SER Y SABER


Veía el viento soplando
y la noche descendiendo.
Oía el grillo saltando
en la hierba estremecida.

Pisé el agua
más bella que la tierra.
Veía la flor abrirse
como se abre la ostra.

El día y la noche se unieron
para ungirme.
La unión de luz y sombra
abrazó mis sueños.

Veía la hormiga esconderse
en la ranura de la piedra.
Así se esconden los hombres
entre las palabras.

La belleza del mundo me sustenta.
Es el hermoso pan matinal
que la mano más humilde coloca
en la mesa que divide.

Jamás seré un extranjero.
No temo ningún exilio.
Cada palabra mia
es una patria secreta.

Soy todo lo que es partición
el trueno la claridad
los labios del mundo
todas las estrellas que desaparecen.

Sólo conozco el origen:
el agua negra que lame la tierra
y los cangrejos que me acechan
entre las raíces del mangle.

Sólo sé lo que no aprendí:
el viento que sopla
la lluvia que cae
y el amor.

Traducción del escritor venezolano José Carlos de Nóbrega






El dinero de los poetas, de Lêdo Ivo. El poema se publicó originalmente en A noite misteriosa (1982). Y está incluido en la antología Estación final 1940-2011 publicada por Valparaíso Ediciones con selección, traducción y prólogo de Mario Bojórquez.



El dinero de los poetas

El dinero de los poetas descansa en los supermercados.
Los sueños de los poetas están guardados en los bancos.
En el desperdicio del mundo el poema de amor se inclina al suelo
como la paloma que, en la plaza al atardecer, busca el grano de maíz tirado por la turista
antes que la noche la devuelva al secreto de su cornisa.

Quiero esconderme en ti, oh casa, pero ninguna llave abre mi puerta.
En la playa lacerada por los caracoles ningún viento rasga mi estandarte.
Donde estoy, el sol no hiere el dorso de un lagarto
ni el agua de las lajas lava la muerte.

Bajo la escalera de mármol y deposito en la caja fuerte la joya brillante de mi pesadilla.
Para mí sólo guardaré la moneda humillada por el orín
que el tiempo condenó a no ser pan.



La editorial mexicana Taberna Libraria Editores, dirigida por el poeta y narrador zacatecano Juan José Macías, publicó Estación final. Antología de poemas 1940-2011 del poeta brasileño Lêdo Ivo, espléndidamente traducido por Mario Bojórquez. El libro se publicó originalmente en Los Torreones de Colombia y posteriormente en Valparaíso Ediciones para España.



Oficio de la mortaja

Futuro, el vivo yace dentro del muerto
y su mano inmóvil no fustiga
las moscas circundantes, ni las flores
reales y metafóricas que lo rodean.
El hombre muerto desvive y forja la fábula
de una tumba cambiada en luz y altura.
Las moscas abren las alas para verlo
pasar en dirección a la eternidad.
¡Oh gloria de estar muerto y reclamar
el Reino prometido a todos los hombres
que en el muro de la vida buscaron
el portón del jardín del Paraíso!
Y el muerto siente el olor de las frituras
en el restaurante cercano de la capilla:
los vivos comen carne y beben lágrimas.
Y el sudor de los que se aman, y el estremecimiento
de las ortigas a los vientos funerarios
y las heces que, en el mar, hablan de los hombres,
a todo atento el lúcido finado,
y su oreja nota el anacoluto
de la pálida viuda en negro duelo;
y sus ojos contemplan, formidables,
el tránsito soberbio de la ciudad
cuando anochece, abeja gigantesca,
babilonia de luz, música y vidrio.
El antiguo transeúnte que hay entre los muertos
lo convida a tomar café de pie
a la puesta del sol que huele a sandwich
y a gasolina –-adiós, oh vida inmensa
que se nutre de risa, polvo y plegaria,
adiós, oh papagayo que haces cabriolas,
adiós, rodillas amadas, brisa pura
de la playa, a todo adiós. No sólo de moscas
vive, crucificado y mudo, el muerto.
Guerrero de lo absoluto, mata a la muerte.
Ser de promesa, horizontal y póstumo,
el hombre vive de la espera. Y ni difunto
renuncia a su eternidad.




Elegía didáctica

Piensa en las muchachas muertas que entregaron a la tierra un secreto ardientemente
ambicionado por los hombres,
y en los colegiales que aman con la mayor pureza a las jóvenes vecinas que los
enamorados llevan a las grandes oscuridades de la ciudad.
Piensa en los niños que jamás se bañaron en el mar, y sueñan siempre con
ahogamientos,
y en las prostitutas pobres que, después de la salida de sus hombres,
corren hacia el fondo de los patios y se entregan casi desnudas a lo inefable.
Piensa en todos los que se fueron, guiados por las estrellas,
y en los que murieron lejos de las familias que los detestaban.
Piensa en los que se entregaron a la muerte seguros de que ninguna lágrima
resplandecería en la fulgurante unidad de los rostros amados.
Piensa en los que jamás oyeron una declaración de amor
y en los pobres que no conocieron los placeres destructores de las poses demoradas.
Piensa en la lluvia, cayendo sobre los sitios hipotecados,
y en los frutos de las granjas, tocados por la euforia del sol del verano.
Piensa en los caminos intransitables, cerrados a la oportunidad de los viajes,
y en las personas que van a morir escuchando los vientos.
Inclínate ante el recuerdo de los extraños amigos de tu adolescencia.
Recibe en el fondo de tu memoria las voces que se prepararon silenciosamente en tu
corazón
durante los años en que no te asaltó la certidumbre de estar cantando.
Acepta el movimiento de cólera de las palabras que se rehusan a tu ardiente
llamamiento
y abre tus ojos para un domingo
que concentre la esperanza de todos los días.

Piensa en las hogueras de tu niñez, que vuelven a arder anualmente en tu memoria,
y en aquellos que no regresarán, y morirán misteriosamente cuando se dispongan a
volver.
Piensa en los que van a nacer, inclinados hacia el fin de tu noche,
y en los hombres que soñarán poseer la serenidad matinal de los árboles
y pasarán largas tardes caminando junto al océano.
Piensa en los cielos que se abren diariamente para los aviones
y en las mujeres extranjeras que viste en cierta noche y a veces aparecen en tus
sueños.
Piensa en los adolescentes incomprendidos por los padres
que aguardan inútilmente que una mujer los llame,
y en los libros jamás hojeados, y en las lámparas no encendidas.
Piensa en las ventanas interiores, cuyo mayor deseo es abrirse frente al mar,
y en la mirada de los niños abandonados al amanecer en la puerta de los asilos.
Piensa en las parturientas muertas en las mesas de los hospitales,
lejos de los maridos que no las amaban, y deseaban en secreto su desaparición.
Piensa en los canes repelentes llevados en las perreras,
y en los artistas populares, violentamente transfigurados por la inspiración
de una samba que millones de bocas cantarán durante el carnaval.
Después piensa en los versos que aparecen en tus sueños
y van a reunirse a las nubes apenas rompa la aurora.
Piensa en las lavanderas, cantando al sol de los cerros,
y en los cuadros de los museos jamás visitados.
Piensa en las bocas que nunca dominaron la voluptuosidad salvaje de otras bocas
y fueron envejeciendo como frutos intocables.
Piensa en los corazones que en cierto momento se sintieron paralizados por la luz del
cielo
y pasaron el resto de sus días en irreparable oscuridad.
Piensa en los desaparecidos, cuyos espantosos retratos salen en la edición final de los
vespertinos
y en los suicidas que no dejaron cartas por falta de papel y lápiz.
Piensa en las ciudades que amanecen sombrías delante de las miradas de los viajeros
sedientos de claridad,
y en las calzadas donde nadie pasa durante la madrugada.
Piensa en los túneles, oscuros caminos abiertos al Otro Lado,
y en las escaleras que nunca llevaron a alguien a la gloria y al dominio.
Piensa en las camas repugnantes de las pensiones inseguras,
y en los viejos que siempre esperan el llamado muerte.
Piensa en los relojes que no marcan el día lúcido,
y en los animales muertos de sed, abandonados en lo oscuro por la propia naturaleza.
Piensa en los niños que ignoran la dádiva elusiva de los fines de diciembre,
y en los objetos olvidados en la arena de las playas, durante los picknicks.
Piensa en los personajes de novela, que siguieron el destino incierto de sus creadores,
y en las lunas cuyos destellos derrumban la serenidad de los adolescentes.
Piensa en las puertas que nunca se abrirán para recibir un huésped,
y en los arroyos infectos que desearían ser el abrigo azul de los veleros y de los yates

Piensa en las manos que siempre rechazaron limosnas,
y en las niñas que los amantes pervierten sin piedad alguna.
Después piensa en la hiedra que abraza a las casas antiguas, en un cariño sofocante,
y en los niños de los viejos tiempos, que nada sabían del Mañana.
Piensa en las grandes mareas que van a esperar entre las rocas el grito mudo de las
alboradas,
y en los ojos de los ciegos que sorben el agua clara de las músicas de los organillos.
Piensa en los muertos, principalmente en los desconocidos muertos de la guerra, que
quedaron en ilocalizables cementerios,
y piensa en los vivos que ignoran los cementerios donde reposarán un día.

¡Oh! piensa en todo, en los horizontes calmos de tus días de otro tiempo, en el
estremecimiento que te recorre al caer la noche en atmósferas extranjeras.
Piensa en tu infancia convertida en conversación, vientos y mangueras explotando al
sol
y en los senos de las mujeres que van enevejeciendo sin que lo perciban,
y piensa también en las formas de esas mujeres, destruídas inflexiblemente y sin que
tu mirada las busque.
Piensa en tus padres, que confiaron en ti cuando apenas eras silencio,
y jamás te imaginaron entregado al vuelo de un verso.
Piensa en tus hermanos, en tu casa los domingos,
y en el patio de los colegios donde despertaste para el nunca más.
Piensa en las veces en que paseaste solitario por los campos
y volteaste hacia atrás con la esperanza de que alguna mujer te siguiera.
Piensa en las muchachas inaccesibles de tu calle antigua,
y en los gritos que oíste venidos de gargantas desconocidas,
y en las voces que eran claras aunque hubiera temporales.

Piensa en todo y en todos, sin temer que te asalte el miedo resultante de la amplitud
del pasado.
Piensa en todo y en todos, y después que los recuerdos se vayan
volando como los pájaros y las hojas, la arena y las voces,
lleno de confianza en la vida y en el mundo,
sientiéndote vinculado a todos los hombres y todas las cosas,
inclínate sobre el cuerpo de la mujer que amas
o despierta a la alegría triunfal de un solo verso.



Presentamos, en versión del poeta y traductor Eduardo Langagne, algunos poemas breves de  Lêdo Ivo, uno de los mayores poetas del Brasil. Los textos pertenecen al volumen “Todos los ritmos: Siete poetas del Brasil”, una antología con la selección y traducción del propio Langagne publicada por Círculo de Poesía y CECAP en noviembre del año pasado, Muy pronto en librerías de México.
http://circulodepoesia.com/2013/01/poemas-breves-de-ledo-ivo/


AS DUAS IRMÃS

Paciência e impaciência
são as duas irmãs gêmeas
que passeiam de mãos dadas
na praça do meu poema.


LAS DOS HERMANAS

Paciencia e impaciencia
son las hermanas gemelas
que pasean tomadas de la mano
por la plaza de mi poema.



A GERAÇÃO DE 45

Em 45
éramos urna legião.
Hoje sou, sozinho,
uma geração
e ao que antes fui
— se é que fui quando era
a minha quimera —
digo sempre não



LA GENERACIÓN DEL 45

En 45
éramos una legión.
Hoy soy, yo sólo,
una generación
y a lo que antes fui
-si es que fui cuando era
mi quimera-
digo siempre no.



A MANCHA IRREPARÁVEL

Teu púbis: a ovelha negra
no branco rebanho de teu corpo.


LA MANCHA IRREPARABLE

Tu pubis: la oveja negra
en el blanco rebaño de tu cuerpo.



NO NAVIO DA VIDA

Passageiro do navio
que não para em nenhum porto
finjo não ver que a morte
me quer vivo, e não morto.


EN LA NAVE DE LA VIDA

Pasajero del navío
que no para en ningún puerto
finjo no ver que la muerte
me quiere vivo y no muerto.




Lêdo Ivo y la muerte

La capa

En el suelo de la infancia voy a encontrar
todos los objetos que perdí:
la capa azul, el libro de grabados,
el retrato del hermano muerto
y tu boca fría, tu boca fría.

Mi capa azul, en el suelo de la infancia,
cubre los objetos y las alucinaciones.
Es una capa azul, de un azul profundo
como en ningún tiempo podrá ser encontrado.
Un azul como éste, ya no existe jamás.

Y a todos ustedes que son puros o relapsos,
vírgenes en el invierno y repulsivos en el verano,
les hago mi petición de azul profundo:
cúbranme, con esta capa el día en que muera.

Cuando esté muriendo, pueden tener la certeza,
una capa azul, de un azul profundo,
envolverá mi cuerpo de la cabeza a los pies.



El hombre vivo

Me felicito a mí mismo por ser transitorio.
Siempre tuve miedo de la eternidad,
ese gran perro obscuro que me olfateaba las piernas
y me seguía sin morder.

Aguardando a la muerte como quien espera una carta
traída por un cartero divino,
nada tengo para las fiestas del día siguiente.
Toda mi vida fue este esperar sin fin.

Entre el sueño y el mar total, en el paisaje celeste,
solté mi cometa.
Vi el farol de mi tierra, y mi infancia entera
estirada en cien leguas delante del mar.

Nada quiero de ti, Muerte, ni aún las recompensas del otro lado
con que amenizas el fin de los que sufrieron mucho.
Dame apenas el sueño sólido de los que mueren
y son llevados a la tierra de los pies juntos.

Que la vida sea un sueño, y los sueños sean sueños
del sueño desdoblado de los que viven.
Efímero, late en el tiempo un corazón solitario
y la sombra de la tierra es poca para cubrirlo.



Oficio de la mortaja

Futuro, el vivo yace dentro del muerto
y su mano inmóvil no fustiga
las moscas circundantes, ni las flores
reales y metafóricas que lo rodean.
El hombre muerto desvive y forja la fábula
de una tumba cambiada en luz y altura.
Las moscas abren las alas para verlo
pasar en dirección a la eternidad.
¡Oh gloria de estar muerto y reclamar
el Reino prometido a todos los hombres
que en el muro de la vida buscaron
el portón del jardín del Paraíso!
Y el muerto siente el olor de las frituras
en el restaurante cercano de la capilla:
los vivos comen carne y beben lágrimas.
Y el sudor de los que se aman, y el estremecimiento
de las ortigas a los vientos funerarios
y las heces que, en el mar, hablan de los hombres,
a todo atento el lúcido finado,
y su oreja nota el anacoluto
de la pálida viuda en negro duelo;
y sus ojos contemplan, formidables,
el tránsito soberbio de la ciudad
cuando anochece, abeja gigantesca,
babilonia de luz, música y vidrio.
El antiguo transeúnte que hay entre los muertos
lo convida a tomar café de pie
a la puesta del sol que huele a sandwich
y a gasolina –-adiós, oh vida inmensa
que se nutre de risa, polvo y plegaria,
adiós, oh papagayo que haces cabriolas,
adiós, rodillas amadas, brisa pura
de la playa, a todo adiós. No sólo de moscas
vive, crucificado y mudo, el muerto.
Guerrero de lo absoluto, mata a la muerte.
Ser de promesa, horizontal y póstumo,
el hombre vive de la espera. Y ni difunto
renuncia a su eternidad.



Planta de Maceió

El viento del mar roe las casas y los hombres.
Del nacimiento a la muerte, los que viven aquí
andan siempre cubiertos por leve mortaja
de bochorno y salitre. Los dientes del mar
muerden, día y noche, a los que no buscan
esconderse en el vientre de los navíos
y se dejan chupar por un sol de arena.
Penetrada en las piedras, la marea
abrasa la piel de las ratas perdularias
que, en las alcantarillas, oyen el vómito obscuro
del océano desvanecido, en los pantanos de los manglares
y sueñan con los graneros de los sótanos de los cargueros.
Fue aquí que nací, donde la luz del faro
ciega la noche de los hombres y desaparece a las lechuzas.
El vientecillo lame las dragas podridas,
entra por las persianas de las casas sofocadas
y arruina las dunas mortuorias,
donde los labios de los muertos beben el mar.
Igualmente los que se aman en esta tierra de odios
son siempre separados por la brisa
que asemeja el insomnio de los ciempiés
y adultera el flete de los navíos.
Este es mi lugar, entrañado en mi sangre
como la lama en el fondo de la noche lacustre.
Y por más que me aleje estaré siempre aquí
y seré este viento y la luz del faro,
y mi muerte vive en el pargo atrapado en la red.



La escalera

Fue en la infancia cuando comencé a subir esta escalera sinuosa — este laberinto geométrico que ostenta, en cada uno de sus rasgos, la pomposa dignidad del fierro. Aún hoy, dirigido por la fatiga y rodeado por la monótona sucesión de las estaciones, ignoro lo que me espera allá arriba. ¿Una biblioteca? ¿La torre sincrónica de un faro? ¿Una terraza desde donde pueda asistir a la llegada interminable de los navíos? ¿El vuelo de una gaviota que atraviesa la neblina?

Desde el principio abolí la posibilidad de estar siendo conducido hacia el Infierno o el Paraíso, esas ficticios parajes finales que, no perteneciendo a la geografía terrestre, no se incluyen entre los sitios prometidos a mis pasos futuros.

Antiguamente, cada escalón subido correspondía a un minuto. Después, los escalones se fueron volviendo referencias de las horas, de los días, de las semanas, de los meses y, finalmente, de los años. Ahora, acabo de pisar un nuevo escalón en la larga escalera que se enrrolla en el espacio. Es un nuevo año que se abre, como una flor, en el jardín incorruptible de las estrellas. Habré de subir otros escalones, hasta caer extenuado en el rellano de cierto existente en lo más alto de esta bizarra construcción reservada únicamente a mi ascención personal — para que mi soledad sea al mismo tiempo una verdad y un trabajo.

Evidentemente, nada me espera allá arriba. Yo soy lo propio que se espera, el convidado de ningún banquete, el visitante de sí mismo. E, inmóvil en el escalón recién conquistado, me siento invadido por una extraña alegría y, contemplando el largo pasamanos que se curva entre el día y la noche, a mí mismo me digo, en una celebración íntima: ¡Feliz año nuevo!



A mi madre

Lo que existió una vez existirá para siempre
aunque desaparezca bajo la fúnebre pala de tierra
o en la ceniza que esconde la cacería tostada.
Nada habrá de morir. Más allá del recuerdo
lo que fue vida se mueve entre las sombras
y el sueño: se mueve más allá del sol.

Ahora que estás muda para siempre
te comienzo a oír. Ocupas el silencio
como el fuego que avanza en el cerro o en la lluvia obstinada.
Hacia donde voy me sigues, con tu insistencia.
Y reclamas el día.



La quema

Queme todo lo que pueda:
las cartas de amor
las cuentas telefónicas
la lista de la ropa sucia
las escrituras y certificados
las habladurías de los colegas resentidos
la confesión interrumpida
el poema erótico que ratifica la impotencia y anuncia la arterioesclerosis
los recortes antiguos y las fotografías amarillentas.
No deje a los herederos hambrientos
ninguna herencia de papel.

Sea como los lobos. Viva en un cubil
y sólo muestre a la canalla de las calles sus dientes afilados.
Viva y muera cerrado como un caracol.
Diga siempre no a la escoria electrónica.

Destruya los poemas inacabados, los borradores, las variantes y los fragmentos
que provocan el orgasmo tardío de los filólogos y escoliastas.
No deje a los catadores de la basura literaria ninguna migaja.
No confie a nadie su secreto.
La verdad no puede ser dicha.



Reaparición de mi padre

Hoy, por casualidad, volví a ver a mi padre
en su mañana forense.
En un traje de casimir aunque fuera verano
él entraba y salía de los despachos
y atravesaba la calle del Comercio
con su carpeta marrón, lentes de tortuga
y sombrero de fieltro.

De vez en cuando mi padre paraba en algún lugar:
en la Junta Comercial, en una ferretería, a la puerta de una zapatería.
Con su mirada miope contemplaba el rostro de Carole Lombard en el cartel del cine
Floriano.
Entraba en el Bar Colombo para mear.
Proseguía su camino
entre mendigos, trabajadores eventuales y ministerios públicos
y se sumía en la obscuridad de una tienda de raya.

Mi padre iba y venía en el centro de Maceió.
Yo presumía que él estuviera vivo.
Sólo me rendí a su muerte lenta
cuando pasó cerca de mí sin reconocerme.
Entonces supe lo que era la muerte.
Y al mismo tiempo supe lo que es la vida:
el lugar donde hay sol y las personas se hablan.



El ruido del mar

En la tarde del domingo, vuelvo al cementerio viejo de Maceió
donde mis muertos jamás terminan de morir
de sus muertes tuberculosas y cancerígenas
que atraviesan la brisa marina y las constelaciones
con sus toses y gemidos e imprecaciones
y sus esputos obscuros
y en silencio los animo a volver a esta vida
en que desde la infancia ellos vivían lentamente
con la amargura de los días largos pegada a sus existencias monótonas
y el miedo de morir de los que asisten al caer la tarde
cuando, después de la lluvia, las hormigas tanajuras aladas se esparcen
en el suelo maternal de Alagoas y ya no pueden volar.
Les digo a mis muertos: Levántense, vuelvan a este día inacabado
que necesita de ustedes, de su tos persistente y de sus gestos enfadados
y de sus pasos en las calles torcidas de Maceió. Vuelvan a los sueños insípidos
y a las ventanas abiertas sobre la canícula.
En la tarde del domingo, entre los mausoleos
que parecen suspendidos por el viento
en el aire azul
el silencio de los muertos me dice que ellos no volverán.
No vale la pena llamarlos. En el lugar en donde están, no hay retorno.
Sólo nombres en lápidas. Sólo nombres. Y el ruido del mar.



El paso

Que me dejen pasar — es lo que les pido
delante de la puerta o delante del camino.
Y que nadie me siga en el paso.
No tengo compañeros de viaje
ni quiero que nadie se quede a mi lado.
Para pasar exijo estar solo,
solamente conmigo acompañado.
Pero si me prohibieran el paso
por ser diferente o indeseado
de todos modos pasaré.
Inventaré la puerta o el camino.
Y pasaré solo.

Estación Final 1940-2011, Lêdo Ivo, selección, traducción y prólogo de Mario Bojórquez, Caza del libros, Bogotá y Valparaíso Ediciones, Granada, 2012.






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