lunes, 8 de noviembre de 2010

JOSEFINA LEYVA [1.767]

JOSEFINA LEYVA

Nació en La Habana, Cuba. Poeta, novelista, traductora, periodista y profesora universitaria. Trabajó como catedrática de literatura y de francés en la Universidad de La Habana. Ha residido en España y Venezuela donde trabajó como profesora y periodista. En la actualidad reside en los Estados Unidos. Ha publicado las novelas: Los Balseros de la Libertad (1992), Operación Pedro Pan, el Éxodo de los Niños Cubanos (1993), El Tiempo Inagotado de Irene Marquina (1994), El Aullido de las Muchedumbres, ganadora de la Distinción de Honor de "La Rosa Blanca" en el patronato José Martí de Los Ángeles, California (1994), Rut, la que huyó de la Biblia, Premio de Novela Inédita, Círculo de Cultura Panamericano de Nueva York (1999), La Dama de la Libertad (1999), Las Siete Estaciones de una Búsqueda (2000) y Entre los Rostros de Tailandia (2004). En el género de poesía ha publicado el poemario: Imágenes desde Cuba (1995). Sus poemas han sido representados en diferentes países por la actriz argentina Norma Alarcón, bajo la dirección del director teatral Edelmiro Menchaca. Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés.




NOSTALGIA POR LA CASA ABANDONADA

¡Qué aroma el de la casa abandonada,
tras el dintel que se quedó vacío.
La sombra que olvidaba la mañana
y acunaba el amor tuyo y el mío.

La humedad en las paredes y en los sitios
donde los cuadros fueron descolgados,
la yedra que abrazaba los tejados
y el rostro del amor callado y tibio.

Llegábamos muy juntos, esperando
el encuentro de los besos furtivos
que el eco de las paredes fue clavando.

Muy juntos, cobijándonos del frío,
dejábamos que el amor fuera fraguando
entre yedra y silencio, nuestro nido.





LA CIUDAD DEL PRIMER AMOR

A Mario Zizelman, personaje de
EL AULLIDO DE LAS MUCHEDUMBRES.

Recuerda la ciudad donde tu paso
multiplicó tu nombre en cada esquina.
Allá donde tu risa era un relámpago
que alzaba sus campanas a la vida.

Recuerda la ciudad de mar nervioso
y llanto de silencio entre los trinos.
La ciudad de apacibles peregrinos
y barcos junto a muelles de retorno.

Esa ciudad nos pertenece a ambos:
a ti, por el misterio de tu sino,
a mí, porque enterré mi calendario.

Y después, dividimos el camino:
tú, hacia la llama que quemó tu encanto,
yo, hacia todas las cruces del exilio.







SONETILLO

Iba una aguja cosiendo
el mapa de un corazón.
Iba otra aguja tejiendo
la rosa de una pasión.

El corazón se hizo trizas
y la aguja se quebró.
La otra aguja tejió en falso,
la rosa se deshojó.


El corazón va latiendo.
La aguja clavada en él
dibuja un remordimiento.

Los pedazos de la rosa
se clavaron en el viento,
y el viento los hizo hiel.






EN RUTA

Llegaste, campanada en la distancia,
tus huellas, detenidas en la arena,
y el camino, un reguero de migajas
que la brisa sopló sobre la yerba.

Apareciste tú. Traías el mundo
sometido a un dibujo en tu sonrisa.
Y tus ojos, dos pájaros sin rumbo
esperaban la trampa de una cita.

Era el amor que llegaba de golpe
con su llama de vértigo y su prisa
empuñando el secreto de tu nombre.

Y te fuiste dejándome perdida,
como una rueda se detuvo, herida,
como un mendigo en una muchedumbre.






ADIÓS Y PROMESA DEL REENCUENTRO

Otra vez volveremos a encontrarnos.
Quizá en una mañana de noviembre
en un rincón remoto de la vida
donde estaré esperándote hasta siempre.

Habrá escarcha. El paisaje será nuevo
y habrá aviones y luces y habrá calles
donde gentes ignotas se apresuren
a olvidar nuestro encuentro y nuestro viaje.

Y serás tú otra vez. Tú, detenido
entre cristal y abrazo y tu premura
sujetando el encuentro del destino.

Y seremos nosotros para siempre,
doblegando la arista de la duda,
enhebrando el aroma de noviembre.






DESENCUENTRO

Tu silencio, apresado entre cristales,
te estrujó una metáfora en la boca.
Fue una canción perdida entre arrabales,
y tu secreto avasalló a una rosa.

Alcancé en tu mirada aquella estrella,,
tu aliento, humedecido en yerba fina,
y tu gesto de amable indiferencia
me abandonó de prisa en la partida.

Tendí la mano para detenerte,
presta a decirte mi palabra triste
entre el gentío que ahuyentó mi suerte.

Mas, tu bioplasma se encogió de frío,
y fue imposible que incendiara el mío
si tu silencio se clavó en mi muerte.






LA LUNA DE SAN FELIPE

A Maricel Mayor Marsán y Patricio E. Palacios

Por sobre la cordillera
iba cruzando la luna,
tan señorial como un pájaro
desprendido de su ruta.

Desde la lumbre de un poncho
la vi cabalgar Los Andes.
¡Qué llama sobre la nieve
por los caminos distantes!

Detrás nuestro, los faroles
apagaron sus sonrisas
con un rumor de nostalgias
aferrándose a la brisa.

Y más atrás, los chispazos
de los leños estallaban
en aquel hogar amigo
entre rosas de palabras.

¡Ay, luna de San Felipe
con tu feliz llamarada!
¡Qué vértigo tu silueta
sobre Chile derramada!




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