domingo, 1 de abril de 2012

6411.- RICARDO LABRA




Ricardo Labra, 1958.
Nació en Sama de Langreo, ASTURIAS  y ha sido coordinador del aula de poesía de la Biblioteca de Asturias Ramón Pérez de Ayala, así como director de la revista Luna de abajo. Poeta prolífico, ha publicado numerosas obras y en los últimos años se ha consolidado como colaborador de La Nueva España.

Publicaciones
• La danza rota (1984),
• Último territorio (1986),
• Código secreto (1988),
• Aguatos (1990),
• Tus piernas (2002)
• Los ojos iluminados (2003).
Ha sido, asimismo, el responsable de antologías como Muestra corregida y aumentada de la poesía en Asturias (1989), Las horas contadas (1993) o La calle de los doradores (1997). Coordinó el libro Ángel González en la Generación del 50. Diálogo con los poetas de la experiencia (1998). Ha colaborado en diversas revistas literarias y, como articulista de opinión, en periódicos como El Comercio o La Nueva España.




De Los ojos iluminados, de Ricardo Labra. Colección Deva, 27. Gijón, 2003.


LOS OJOS ILUMINADOS


Cuando miro hacia atrás me doy cuenta
de que el pasado tiene la velocidad de la luz.


En este momento el paisaje se ilumina
y desaparece calcinado:
—una tarde, cuatro
lunas, cinco primaveras,
aquella voz
que me llama
apagándose por el lejano horizonte.


Cuando miro hacia atrás vuelvo a encontrarme
—casi siempre sucede— con el mismo
rastro y los mismos restos y ásperos
vestigios entre los dedos de las manos.


Sal y ceniza, sombras desoladas
que el rayo fulminante deja a su paso.








Tus piernas


Tus piernas parecen las alas
de una mariposa.


A veces se estremecen como si quisieran
desprenderse de la luz


que las sorprende en la lámina
de la tarde.


Tus piernas tienen el rubor
de la mañana.


Hacia ellas vuelan deslumbrados
los deseos de la noche.


Tus piernas unen dos distancias
insalvables.


A un solo paso
el infierno y el paraíso.


Tus piernas tienen el sonido
del fuego
cuando llegan
y de la lluvia cuando se van.


Tus piernas cruzan la luna
de dos horizontes.


La sombra hechiza su misterio.


Tus piernas se asoman,
largas y torneadas,
por la corta falda
que anuncia el verano.


La estación del sofoco.


Tus piernas son un peligro
para el orden público.
Congregan las miradas a su paso,


con los consiguientes atascos
púbicos.


Tus piernas no son un templo


y, en cambio, ante ellas oran
los adoradores de Venus.


Tus piernas escriben
su destino.


En cada paso que dan
busco mi nombre.


Tus piernas no soportan las medias
tintas.


Puede que por ello,
así de desnudas, estén llenas
de enigmas y misterio.


Tus piernas nada saben
de los espejismos
que crean.


Cada caminante ve en ellas
una ciudad diferente.


Tus piernas están hechas para cabalgar
sobre el viento.


En ningún lugar hallarán reposo.


Pobre del ingenuo que sueñe
con retenerlas.


Tus piernas son dos verdades
que interrogan


y sacan los colores a la costumbre.


Tus piernas nunca se convertirán
en el nudoso tronco de un árbol,
como una Dafne cualquiera.


El fuego está condenado a la ceniza
y a la arena.


Tus piernas buscan la plenitud.
Por eso huyen de cada instante
agotado


y dejan el rastro de su quemadura.


Tus piernas son un espejo


que también sueña
con duplicarse.


Tus piernas juegan a las adivinanzas.


¿Qué se esconde detrás de los ojos
que logran inquietarlas?


Tus piernas fueron requeridas
para probar un zapato viudo.


Pero tus pies no tenían la huella
de una cenicienta.


Desde entonces más de un príncipe sueña
con poder rescribir su historia.


Tus piernas avanzan quedamente,
muy despacio.


Aún no me explico por qué deslumbran
como relámpagos.
Tus piernas arrugan el abrigo
de invierno.


Se insinúan
por sus pliegues dolorosos.


Así protestan por el largo asedio
del frío.
Tus piernas son un río


en el que nadie acaricia dos veces
la misma orilla.
Tus piernas emiten señales luminosas
en medio de la noche.


Aunque resulta inalcanzable
para la mayoría de los náufragos


la tierra que prometen.




Tus piernas están en permanente peligro.
Ariadna es mujer envidiosa


y además hace tiempo que desea
congraciarse con el Minotauro.




Tus piernas —me ha dicho un médico forense—
no dejan de ser una necesaria relación
de huesos
y músculos envueltos por la piel
como un paquete de regalo.


Qué visión tan lamentable de un prodigio.


La misma que sobre la poesía tienen
algunos críticos literarios.




Tus piernas también miden el paso
del tiempo.


Saben que el final del camino no admite
exceso de equipaje.
Apenas un rastro de arena, un perfume…


ya sin memoria.




Tus piernas alimentan el viejo mito
del retorno.


¿Quién no soñó con volver
a ser un niño
o Tarzán
—el hombre simple y bueno—
en medio de la naturaleza?




Tus piernas son muy sofisticadas
con medias de seda y tacones estrechos.


Siempre tuvieron andares de reina.
Y, de vez en cuando, les gusta enseñar
su corona.




Tus piernas se despiertan como si nada
hubiera sucedido.


Levantan el vuelo de las sábanas
sin sobresaltos, casi sin hacer ruido,


de regreso a su laguna.




Tus piernas en la sombra
de la alcoba,
son las más diestras.


Las que imprimen velocidad al centauro.




Tus piernas cortan como tijeras
lo que consideran innecesario.


No nacieron para las cadenas,
tampoco para los naufragios.




Tus piernas fueron a explorar
nuevos territorios.


Si alguien desea saber por dónde andan
esta noche,
que pregunte a la otra cara de la luna.




Tus piernas entran en la oficina.


Los empleados inclinan la cabeza
con indisimulado respeto,


para contemplarlas con más detalle.




Tus piernas más que adornos
llevan puestos los cepos de Diana.


Con calculada precisión enseñan los ligueros
que besan sus líneas más secretas,


de los que cuelgan los ojos desgarrados
y ornamentales
de más de un pájaro.




Tus piernas recuerdan que la vida
es corta
y demasiado larga su belleza.




Tus piernas desnudas incitan
a desnudarlas de nuevo.


Quién pudiera alcanzar su desnudez
última


para vestirlas de nuevo
y comenzar a desnudarlas.




Tus piernas han recorrido la mitad
de su belleza.


Que el tiempo no se detenga,
porque la eternidad es este instante.




Tus piernas cruzan el bosque.


El lobo feroz llora de impotencia.




Tus piernas no precisan un espejo
mágico.


Les basta la unanimidad de los videntes.




Tus piernas son de diosa.
Y ya se sabe lo que pasa
con las piernas de las diosas,


que bajo sus mármoles fríos arde
el fuego de las bacanales.




Tus piernas inventan un argumento
cada día.


Aunque el sol se ponga
por el mismo horizonte.




Tus piernas por mi vida.


Ya sé que resulta anticuada
esta propuesta.


Pero, ¿quién no desea habitar en el paraíso?




Tus piernas están de compras
por los grandes almacenes.


Se mueven con rapidez por las secciones,
flexionan sus rodillas, elevan sus talones


y arrastran el peso
de la tarde.




Tus piernas no tienen dueño
y sí muchos perros que les ladren.


Tú misma desconoces el lugar
adonde han de llevarte.




Tus piernas en el otoño
parece que también se deshojan.


Qué dulce la savia
del olvido.




Tus piernas son el pecado,
la tentación de cada día.


Los renglones torcidos
que todo lo enderezan.




Tus piernas barajan la suerte
marcada
de los afortunados.


En esa partida el azar
apenas decide.




Tus piernas centran el punto
de mira.


En vano un locutor de televisión
anuncia el cese de hostilidades.




Tus piernas impregnadas en aceite
con el dorsal de la indiferencia.


Largo va a ser el maratón
de la noche.




Tus piernas danzan sobre la pradera
de un bar.


Enmudecen los tambores,
fascinados.




Tus piernas duermen bajo el sol
del verano.


Que nadie las despierte,
para que mi sueño no se desvele.




Tus piernas en el jardín.


Lejos queda el otoño.




Tus piernas a veces amanecen tristes
como dos gatas melancólicas.


La luz del día se parece entonces
a un roedor insaciable.




Tus piernas, aunque inmaculadas,
son de este mundo.


Por eso inquietan tanto a los santurrones
y a los arcángeles,


que ante su contemplación padecen
más de un rigor místico.




Tus piernas se ponen en marcha.


Como una perrita faldera
la luna las sigue.




Tus piernas son felices descalzas,
sin ataduras,


ni huellas permanentes.




Tus piernas vibran en el arco
de la playa.


Qué héroe no soñó con unas flechas
tan audaces.




Tus piernas no cuentan historias,
ni se defienden de las miradas de la gente.


La belleza suele ser así
de silenciosa.




Tus piernas se mueven como las hojas
de un libro abierto.


Quién pudiera descifrar los signos
de sus deseos.




Tus piernas provocan el vértigo
o un dulce sosiego.


Abismo y remanso
en la misma orilla.




Tus piernas huyen irremediablemente.


Los segundos acompasan sus pasos.




Tus piernas pueden ser trágicas.


Conocen demasiado bien la trama
de la comedia.




Tus piernas puntuales recorren
la esfera del día


y revelan la hora con más precisión
que un informe sociológico.




Tus piernas niegan las profecías.
Son la insurrección de la carne
que resucita a los muertos


que las miran.




Tus piernas caminan descalzas
por la playa,
descalzando la arena


que no puede atarles los cordones
de sus zapatos.




Tus piernas detestan el tacto
frío.







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