martes, 17 de abril de 2012

JOSÉ EMILIO TALLARICO [6.533]


José Emilio Tallarico 

Nació en Buenos Aires, Argentina en 1950. 
Publicó  Huésped y testigo, 1986; Siglonía, 1988; Ese espacio que tiembla, 1993; El arreo y la fuga, 2000; Andariveles, 2006 y Creés mirar lejos y otros poemas, 2011. Actualmente -y desde el año 2009-  forma parte del grupo de videoconferen-cias de poesía Agentina-Francia: Travesías poéticas,  y codirige el ciclo de lecturas y entrevistas: El Orate y la Musa.  Publicó artículos y poemas en varias revistas literarias del país. Fue traducido parcialmente al portugués, al catalán, al italiano, al francés y al neerlandés. 



POETA EN ZONA ROJA

Noche loba de barrio, noche sobre la especie.
A paso de poeta entre tres travestidos
-permisito-, un Rolando diligente y discreto
va camino a casa.
Las rubias altas ven que no es ortiba ni cliente,
lo ven encorvadito, tan leve, nadie sabe
qué tiene aquel vecino.
Si conocieran el poema que será ley un día:
“quedáis a salvo y para siempre de la barbarie policial”
-dice así algún fragmento…
Ah, Rolando, en ese caso, ¿quién podría salvarte
de que te alcen como a un bebé, y te recompensen
con denso rouge vertiginoso, tus vecinas?



LOS MOTIVOS DEL GORDO

Desués de hablar de dietas,
de ensaladas vidriosas e inclementes,
de menudos sesudamente fileteados,
dijo el Dietólogo a sus gordos:
“No lo olviden, hagan el amor, y mucho”.

Claro, faltaba aquel antiguo postre,
mi fantasía de un Catulo grueso y ruin,
incapaz de contar
cuántos fueron los besos
que quemó en tu boca, Lesbia,
obsesionado en calorías.



AUTOMOVILISTA

Aquel señor apura su automóvil.
Liso, brillante,
su copiloto es un skyte de pibe;
atrás, plegado, lleva un sillón de ruedas.
-Jefe: ¿se sabe centro metafórico del viaje?
No. Un chirrido infernal y un raro esquive
le otorgan lejanía.
Allí va nuestro Edipo mejorado,
dejándonos el aguijón de inventar cárceles,
perros, testigos, su cuna y su tumba.



FULBITO Y CUMPLE

Los cartoneros juegan su picado nocturno en la plaza
(véanse los changuitos puestos de a pares, como postes).
Gritan, se agitan, resuena en la pelota
el seco reventón de un zapatazo.
Parece que hubo un gol, pero no, canturrean
“que los cumplas feliz, que los cumplas…”.
-Ahí nomás sacan el tetra- decís,
y ves que empiezan a abrazarse.
Reunidos, vociferando en un rincón de la canchita:
sus risas son como arabescos en la noche.



UNA ENTREVISTA DE TRABAJO

Yo quise traspasar el umbral de los cerdos.
Comí con ellos bajo el espíritu de las edades,
con la parte cautiva de mí,
con mis orígenes de pobre tipo fiel.
Fue inútil: la verdad, como una rosa fría,
sangró por mi boca.



EL REFLEJO

Esa enorme proliferación de cajas, cajitas,
perlas, ampollas, gotas, comprimidos,
con sus colores, sus letras gráciles, brillantes,
hasta un umbral de la retina llega
con lasitud desesperada.
Y en ese mismo mueble que reúne
tan tenebrosa ronda comercial
sorprendo mi reflejo.
He ahí un remanso de mi yo,
un emergente mío, si se quiere,
fisgón a sueldo de la cosa humana
en la fragua cabal de su hastío.
Cuello extendido, me observo frente a frente:
-“Doctor, poco sacro lo veo,
hay poca magia en esa azul disolución
que bordea sus hombros,
qué magro juego el suyo a favor de una luz
que a la vez lo atraviesa y lo estafa”.



EL GRAFFITI

Chorreante,
rústica insolencia de amores.
Plebeya es la pared
del callejón que atraviesa la noche.

(Los muchachos publican
su feroz discusión con la muerte.)





Reductos

                                                    a Vladimir Nabokov

I

Bien sabe el ajedrecista
del riesgo material de su intuición,
eso que para el poeta implica moneda de cambio.
(En el ajedrez se puede perder
con las ráfagas que necesitaba el poema.)
No obstante, el trozo de universo que ambos arrojan
sobre el paño no obstruye, no perturba:
administra razones (o indicios de que hubo allí
                                                            algo exultante).
Socios en las mudanzas del fuego y el cansancio,
los poetas y los ajedrecistas desvarían
por un amor inexplicable.


II

Poetas y ajedrecistas se yerguen en la noche
                                                        de la memoria.
Saco la testa del pantano y toco el fuego.
Un buey resopla tras una tranquera imaginaria.
La tristeza que nunca abandonó su musa
deambula por mí.


III

Hasta el patio de la memoria
(una cuadrícula infinita, una palabra despejada)
llegan Lolitas, Adas, Mariposas, Arlequines.
La repetición será confusa e infinita.
La muchedumbre se repite,
las aflicciones también se repiten.
Recuerdo el “índex”:
aquella lista de libros prohibidos
se exhibía en la vitrina del patio de la parroquia:
1°-“Lolita”
2°- “Trópico de Cáncer”
3°- “El Capital”
Las tías, las catequistas, los finados se repiten.
Giran purretes en torno a la higuera parroquial.
(Poesía: amor de mi vida; ajedrez: fetiche santo.)
Vuelan tus mariposas, Nabokov.
Yo las persigo para que queden atascadas
en las jaulas del sueño.


IV

Por aquel entonces Nabokov escribía:
“Las palabras reflejadas sólo pueden tiritar/
como alargadas luces que se contorsionan/
en el espejo negro de un río/ entre la ciudad y la bruma”.


VI

(Descubrí un corredor
entre el papel en blanco y el tablero.
Un pasadizo: ahí estuvo mi mano.)


VII

Nabokov escribía:
“Un destino envidiable he ansiado conocer: 
/Durante mucho tiempo anhelé,
cansado esclavo, volar hacia/
Un lugar remoto de trabajo y puro júbilo.”


VIII

(Hay un cruce entre lo posible y la derrota.
Eso me informa el cuerpo.)


IX

Temeroso, ahora voy con blancas.
Mi juego: 1P4R-…






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