Charles Hubert Millevoye
Charles Hubert Millevoye, nacido en Abbeville (Somme) el 24 de diciembre de 1782 y fallecido en París el 26 de agosto de 1816, fue un poeta francés honrado varias veces por la Academia francesa. Fue una figura transitoria entre el siglo XVIII y el siglo XIX, como se muestra en sus poemas románticos.
Luego de haber sido educado por su tío, estudió bajo la tutela de M. Bardoux, un profesor de la universidad de Abbeville.1 Su padre murió cuando tenía trece años de edad, y fue enviado por su familia a París a completar su educación. Empezó estudiando leyes, luego se convirtió en un vendedor de libros, pero finalmente abandonó ambas ocupaciones para dedicarse de lleno a la escritura. A los dieciocho años publicó un pequeño libro de versos: Poésies (1800), del que las mejores piezas son: Plaisirs du poëte y Passage du Saint-Bernard. Su segundo libro de poesías, publicado en 1811, es la expresión más completa de su talento. El libro incluyó poemas tales como: l’Amour maternel, la Demeure abandonnée, le Bois détruit, la Promesse, le Souvenir, le Poète mourant y la Chute des feuilles; en los cuales el poeta mostraba su amor por la naturaleza y por la composoción de emociones simples y de escenas conmovedoras.
Millevoye se casó con Margaret Flore Delattre el 31 de agosto de 1813 en Abbeville y tuvo sólo un hijo, Charles Alfred (9 de octubre de 1813 - 6 de junio de 1891), quien sirvió de magistrado a cargo de la organización judicial de Savoie en 1860. De su matrimonio con Irme Malvina Leclerc-Thouin el 7 de junio de 1845 en París, Charles Alfred tuvo tres hijos, de los cuales Lucien Millevoye (1850 - 1918) fue un miembro del Parlamente de Amiens desde 1882 hasta 1893, del de París desde 1898 hasta 1918, y director del periódico La Patrie.
Obras
Millevoye fue muy conocido en su época por su poesía, que era una mezcla de reminiscencias clásicas y estilo sentimental. Sainte-Beuve escribe acerca de él: "Entre Delille finit et Lamartine qui prélude, une pâle et douce étoile un moment a brillé: c'est lui." ("Entre el fin de Delille y el preludio de Lamartine, una pálida y dulce estrella brilló un momento: era él.") Millevoye escribió principalmente elegías, de las cuales La Chute des Feuilles (La caída de las hojas) es una de las más famosas. Aparte de sus poemas, Millevoye también hizo nuevas traducciones de la Ilíada, de las Bucólicas de Virgilio y de algunos de los Diálogos de Luciano de Samosata. Murió a la edad de 34. Sus obras completas aparecerían diez años después: en 1826.
La caída de las hojas
Con despojos de la selva
Cubrió otoño la campiña;
Perdió el bosque su misterio,
Ruiseñores ya no trinan.
Y un mancebo moribundo,
Lento el pie, vagar se mira
Recorriendo la floresta
Otro tiempo tan querida.
"¡Adiós, dice, bosque amado!
En tu duelo mi ruina
Voy leyendo, y cada hoja
Al caer, mi fin avisa.
"Tal me anuncia de Epidauro
Triste oráculo: Tu vista
Otra vez, y vez postrera,
Gozará la pompa umbría
"De los árboles. La noche
Pavorosa se aproxima;
Más que otoño macilento,
A la tumba el cuerpo inclinas;
"Y la hierba de los campos,
Y la vid de la colina,
Verán, antes que se agosten,
Tu temprana edad marchita.—
"¡Yo me muero! Helado soplo
He sentido. Mi florida
Primavera asoma, y huye,
Y el invierno llega aprisa.
"Breves flores me adornaron,
Arbolillo fuí de un día,
Y entre lánguidos verdores
Ningún fruto dio mi vida.
"¡Vuela, pues, á tu destino,
Hoja efímera; y no aflija
Las miradas de una madre
La mansión que me reciba!"
Dice, y vase, y para siempre;
Que sus hados ya adivina
La postrera débil hoja
De las ramas desprendida.
Sepultáronle á la sombra,
A la sombra de una encina:
Solitaria está su tumba,
Madre amante la visita;
E interrumpe con sus pasos
El pastor, si allá los guía,
El silencio de aquel valle
Donde el túmulo domina.
Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).
EL MANZANILLO
"¡Cuán dulce será en tu boca
"Zarina, el beso de amor!"
Así a la bella cubana
Habla el cacique feroz.
"¡Oh Nelusko!" Ella responde,
Trémula ya de pavor,
"Tu prepotencia respeto,
"Mas mi cariño es de Azor."
En el pecho del cacique
Despierta la indignación,
Y furibundo la dice:
"Yo te amo, y soy tu señor.
"Aquesta noche en la playa
"Me aguardarás"; y partió.
Zarina, desesperada
En tan cruda situación,
Debajo del manzanillo
La triste suerte esperó.
"Ven ¡oh Nelusko!" cantaba
Con desfallecida voz,
"Pues cierras el duro pecho
"Al grito de mi dolor
"De las cumbres se desata
"El huracán bramador,
"Y el mar y agitada selva
"Le saludan con horror.
"¡Ay! pronto las palmas tiernas
"Destrozará su furor,
"Cual tú desgarras impío
"Mi pecho y el de mi Azor.
"Ver; satisface inhumano
"Tu tiránica pasión,
"Mas será helada y sombría
"Esta noche de tu amor.
"Y tú, de un tirano fiero
"Víctima triste, cual yo,
"Objeto de mi cariño,
"En otro mundo mejor
"Te espero, do nadie diga:
"Yo te amo y soy tu señor."
Sus párpados lagrimosos
Iba cerrando veloz
La muerte, cuando a sus plantas
Llega rápido su Azor.
Afanoso la buscaba:
Apenas reconoció
El funesto árbol, se llena
De sorpresa y de terror.
De la mortífera sombra
En sus brazos la sacó:
"¿Qué ibas a hacer infeliz?"
"-Sacrificarme a tu amor."
Él con ardientes caricias
Serena su corazón;
Entonces llega Nelusko
Y fiero le dice Azor:
"Tengo arco, flecha, macana,
"Robusto brazo y valor,
"Y el que a Zarina pretenda,
"Espere la destrucción."
El atónito cacique
Le oye con mudo furor,
Y cede, al ver del amante
La firme resolución.
Así el torrente que inunda
Los campos asolador,
En la base de ancha peña
Quiebra el ímpetu feroz.
Traducción: José María Heredia
LE MANCENILLIER
"Qu'il serait doux le baiser de ta bouche,
O Zarina!... Je t'aime, et je suis rois."
Ainsi parlait le chef au coeur farouche
A Zarina qui pâlissait d'effroi.
"-Fier Nelusko! Zarina te révère;
Mais Zéphaldi lui seul et tout pour moi."
Jetant sur elle un regard de colère,
Il répeta: "Je t'aime et je suis rois."
Puis affectant un visage tranquille:
"O Zarina! ce soir je t'attendrai
Dans le bocage, au couchant de notre île."
Et Zarina répondit: "J'y serai".
Il s'éloigna. L'insulaire tremblante
Alla s'asseoir sous le mancenillier,
Et commença, d'une voix faible et
Ce chant lugubre, et qui fut le dernier:
"Viens, Nélusko! La feuille balancée
"Frémit au loin sous les vents en courroux.
"Ta nuit d'amour sera triste et glacée,
"Et mon sommeil sera paisible et doux.
"O charme pur! ô voluptés nouvelles!
"Esprits de l'air, est-ce toi que j'entends?
"Viens-tu déjà m'importer sur tes ailes
"Vers les bosquets de l'éternel printemps?
"Je l'ai gardé le baiser dans ma bouche,
"Mon jeune ami! viens te rejoindre à moi
"Dans ce séjour où le maître farouche
"Ne dira plus: Je t'aime, et je suis rois."
Elle disait. Déjà sur sa paupière
Le long sommeil descendait lentement;
Lorsqu'à grands pas, traversant la bruyère,
Soudain parut Zéphaldi, son amant.
Il la cherchait. O terreur! sous l'ombrage
A peine il vit sa belle Zarina,
Qu'il reconnut le funeste veuillage
Et que d'horreur tout son coeur frissonna
Il la saisit sous l'arbre solitaire,
Et dans ses bras l'emportant plein d'effroi:
"O Zarina! Parle, qu'allais-tu faire?
-Me dérober aux poursuites d'un roi.
Le lendemain la pierre accoutumée
Avait reçu le serment nuptial
Et l'humble toit de la hutte enfumée
Faissait envie au pavillon royal.
A leur passage en tumulte on s'élance:
Et Zéphaldi répétait en chemin:
"J'ai la zagaie et la flèche et la lance,
Et tout rival périra de ma main."
Le roi présent dévore la menace;
Son âme altière est contrainte ã fléchir:
Tel un torrent frémit, écume et passe
Au pied d'un mont qu'il ne saurait franchir.
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