MARIA ELINA PEREIRA OLMEDO
Ciudad de Asunción, Paraguay 1962.
Poeta y doctora en medicina. Desde muy joven se dedicó a la poesía y en 1979 apareció su primer poemario, “EL SUEÑO ADOLESCENTE DE UN ARCÁNGEL” (1979), que incluye los tres poemas que en 1977 le ganaron el Primer Premio para Poesía en el Concurso de Cuento y Poesía organizado por el Centro de Estudiantes del Colegio Goethe: “PÁGINA BLANCA”, “CREPUSCULAR” y “TROZOS DE LUNA”, respectivamente.-
En 1982 salió a luz “SECTOR TOLEDO”, libro por el que se la distinguió con el Primer Premio Amigos del Arte en la Categoría «menores de 25 años».
AUSENCIA NOCTURNA
Gotas oscuras de silencio
en el jardín.
Las rosas se beben
el agua de la lluvia.
Y el silencio infinito
de la soledad.
En mi carne late aún
el ritmo de la espera.
Ausencia.
Hueca de recuerdos.
Hoy tienen mis manos silenciosas
un aleteo de pájaro herido.
Tus ojos
caminos solitarios.
CATEDRAL DE SUEÑOS
Hay un grito de tempestad,
en la mañana y en el viento.
El mar es como un templo.
Hogar hecho de sal.
Florecen en él las nubes y la espuma.
Florecen en él los sueños.
Se abren en el viento
las alas infinitas de los pájaros.
Entre su canto,
recogí el sabor amargo de una despedida.
En los muelles
se abre la niebla.
Los gritos y la soledad
se han quebrado en la playa.
Llegan a mí los restos
de antiguos naufragios
con encajes de espumas.
Triste ramillete de algas.
El mar es como un templo.
Hogar hecho de sal.
(De EL SUEÑO ADOLESCENTE
DE UN ARCÁNGEL, 1977)
Y ESPERA...
Espera,
con el corazón oprimido.
Espera
lo que no volverá.
Está triste,
y está sola,
por un día,
que se borró,
por un azul
que se quebró,
por un adiós
que ya pasó.
Y espera,
con el corazón oprimido.
Y espera
lo que no volverá.
LA NOCHE SOLA
Trocito de ilusión
ya marchita,
que no tuvo el valor
de morir con el día.
Y la noche
camina en el aire,
como mil cartas
escritas de una vez
para que se las lleve
el viento.
Y la estrella errante,
compañera de mis ojos,
se perdió
en un enjambre
de diamantes diminutos
que surgen
de mis manos extendidas,
de mis palmas abiertas,
diciendo en un susurro
que la noche
es bella,
que la noche
está sola.
(De: El sueño adolescente de un Arcángel,
1997)
SECTOR TOLEDO
A todos aquellos que alguna vez
vivieron estas líneas
A tío Lito y tío Roberto
A la memoria de tío Gustavo y tío Livio
SECTOR TOLEDO, 1933
Aquí hace frío.
Nunca como hoy, como esta noche.
Mis huesos están fríos.
Y hay en ellos, como lejanas resonancias
de miedo y de silencio.
Mis ojos están vacíos.
Mis manos están húmedas.
También el catre está húmedo.
Húmedo y frío, acechante y silencioso,
envolviéndome de a poco
en su presencia oscura.
Las noches aquí son frías.
Frías y muy solas,
ausentes del tiempo, sin distancias,
es la muerte, que anda cerca.
Por qué no llega el día?
Mamá ¡No quiero morir aquí!
No quiero ser parte de este barro hambriento,
que se traga los sueños, los hombres y los perros,
y aún pide más, como si no bastara
su constante presencia de cementerio.
También el silencio está muerto.
Hace mucho tiempo, hace ya tanto tiempo,
ya no recuerdo el tiempo
cuando se abrían las rosas en el jardín,
en tu jardín, y el tiempo nacía y moría
y el silencio era dulce,
y tu presencia no era un sueño.
Mamá, no me dejes morir solo!
Pero ahora estás aquí.
Mis huesos aún tienen frío, pero mi cuerpo arde.
Mamá, dame la mano!
Dame la mano, y llevame a casa,
llévame de nuevo a la vida,
porque ya he perdido el tiempo de las sonrisas,
por eso, llévame de nuevo a mis diecisiete años,
a mis sueños de entonces.
Devolveme aquél tiempo que era limpio,
donde no existían el miedo ni la muerte.
Mostrame entonces para qué sirve la muerte
de los hombres cuando aún no han vivido,
cuando no aprendieron a amar, para qué sirve
la muerte nuestra, mamá!
Te vas?. . . No me dejes! Todavía falta
para amanecer. No quiero morir de noche!
Tengo miedo, como antes, como cuando era niño,
antes que la muerte y el asco me hicieran hombre
me hicieran un remedo de hombre
que todavía tiene miedo al silencio,
al pora, que se esconde detrás, allí afuera,
y a veces rasca el piso
para que no me olvide que está allí, esperando.
No. No quiero morir lejos de casa.
Allí, bajo el parral, allí, junto al aljibe.
Y papá? Por qué no viene a verme?
Donde está papá?
Sí, allá, junto al aljibe, en tu jardín,
junto a aquél agua que era dulce.
Aquí el agua es amarga y dura,
lastima las entrañas, porque está llena
de rencor, sabor a guerra y muerte.
Aquí el agua envenena a los hombres,
los llena de odio, nos llena de odio.
Ella ha matado a tantos, y quiere ahora también
mi cuerpo, quiere mis sueños, mis recuerdos.
Ah! Pero aquél día, no te olvides de aquél día,
aquélla tarde, cuando cayó un gato en el aljibe.
También entonces el agua llevaba la muerte.
Ese día se volvió turbia y maloliente,
como de pronto se me ha vuelto la vida.
Los sueños no sirven de nada, madre.
No detienen la muerte, ni el asco de vivir,
ni la rabia insana que a veces se apodera de mí.
Los sueños sólo servían en casa, allá, en el colegio,
antes que el mundo en que vivíamos se rompiera
y estallara en toda esta inmundicia.
Tengo frío ahora, porque están todos muertos.
Yo jugué con ellos desde niño,
vivimos juntos toda una vida,
hace ya mucho tiempo.
Hoy tengo frío, porque ya no está su cariño alrededor
Yo he visto su muerte presente.
Nada parece real, ahora.
Este barro que nos come los pies,
que sólo puede dar a luz mosquitos y fiebre,
este barro se ha tragado la vida.
Deciles que ya no vengan, madre!
Deciles a los que quedan, que ya no vengan.
Porque aquí, sólo estamos los muertos.
Mamá, aún tengo frío. Pero mis huesos
ya no tiemblan. Tengo frío porque no estás,
y el día está aún más lejos.
Dame tu mano; ya no tengo miedo.
Estoy cansado de este horror y de este engaño.
Mamá, ya no quiero vivir.
UNA CARTA
Asunción, 29 de noviembre, 1933
Queridísimo hijo mío:
Hay tanto que quisiera decirte!
Hoy es el día de tu cumpleaños.
Tu padre y yo estuvimos recordando tantas cosas!
Aquéllos días del colegio, cuando te veíamos estudiar
y prepararte para los exámenes.
La tristeza de los últimos días antes de partir,
tu sonrisa un poco confusa; (cómo duele aún
aquélla sonrisa!) y cómo tratábamos de animarnos
unos a otros, hablando de la patria, y de nuestra tierra.
Tus días de vacaciones, tus amigos,
(ya se han ido todos), los meses de verano ...
Hemos ido más lejos, a tu tiempo de niño.
(Habrá alguien que te dé un abrazo en este día,
allá, donde quiera que estés?)
A tu tiempo de niño y tus preguntas inquietas,
tus pasos vacilantes, a tu primera voz,
hay tan diferente ya, y sin embargo,
tan igual para nosotros.
Tu hermano no habla mucho de ti,
pero a veces lo sorprendo en tu cuarto,
mirando sin decir nada tus libros,
tu ropa, buscándote. Es que te extraña,
aunque no diga nada.
Y hemos recordado tanto, que ya casi creímos
tenerte de nuevo aquí, entre nosotros,
como antes, con tus pantalones cortos,
con tu sonrisa limpia y cariñosa.
Y dime hijo, cómo estás, cómo estás hoy?
Hace ya tiempo no recibimos noticias tuyas,
y eso nos tiene inquietos.
Tu padre dice que mientras no avisen,
es que estás bien, que no te ha ocurrido nada,
pero sé que lo dice para tranquilizarme,
porque también a él lo veo temer.
Dime hijo, estás bien, estás bien de verdad?
(Dios mío, cuida de él. Yo lo he oído llamarme
en las noches, y en su voz había angustia,
y desesperanza).
Quisiera saber dónde estás hoy.
Ya sé que no te permiten decírmelo,
pero a veces trato de imaginar dónde estás,
qué haces todos los días,
cómo es la tierra por la que luchas.
Así te siento un poco más cerca.
Hace unos días estuvo por aquí Gustavo.
Vino con permiso; parece que estuvo enfermo.
Dijo que tenía disentería. Estaba pálido, y tan delgado!
Vino a preguntar por ti, y lo ví tan triste
porque no pude decirle nada.
Por qué ya no escribes, hijo?
Hazlo, por favor, y dime que estás bien.
(Dime que la voz que escucho cuando
estoy en silencio no es la tuya,
dime por favor, que la agonía en que vivo
no la vives tú
que no has perdido tu fe, que no eres uno más,
uno como tantos que veo llegar cada día en el puerto,
como sombras que ya no tienen Dios ni esperanza,
vacías de futuro y ausentes del pasado.
Dime hijo mío, que aún te veré sonreir.
Cuando vuelvas, porque volverás, verdad?)
José y Manuel se fueron la semana pasada.
Ahora ya se han ido todos tus amigos.
Jorge y Roberto fueron los primeros.
Después Gustavo, Ignacio y tú.
Luego Marcos; y ahora se han ido ya todos.
La parralera está cargada de uvas.
Ellas parecen negar la existencia de esta guerra,
parecen negar la presencia de tanto dolor y tanta muerte.
(Tenía diecisiete años cuando se fue, Dios mío,
era un niño, y los niños mueren más fácilmente que los hombres.)
Gustavo habló de la escasez de agua,
de cómo deben recorrer mucho camino
y esperar largo tiempo para conseguirla.
No ha querido contar mucho.
Pienso que no quiere recordar, y entonces
aquéllo debe ser más terrible de lo que cuentan.
(Las guerras siempre traen la muerte de los niños,
mientras su sangre llena los bolsillos de otros).
Desde que te fuiste, hace ya tanto!,
tu hermano se ha hecho cargo
de todo lo que te correspondía hacer a ti.
Y en medio de sus diferencias, se parecen tanto!
El se encarga de tu perro, como se lo pediste.
Hemos recogido para mandarte,
las uvas más verdes, así no van a madurarse
antes de llegar. También hice ayer dulce de guayaba,
para mandártelo todo hoy. Y cigarrillos que compré
para ti, aunque no me gusta que fumes.
Pero en tu última carta me los pediste.
(Señor, a veces me vuelvo egoista,
y entonces no me importa ya nada,
y sólo quiero tenerlo de nuevo en casa,
a salvo de la violencia y de la muerte).
Hijo, prométeme escribir pronto.
Llevamos ya mucho tiempo
esperando saber algo de ti.
Y cuídate; dicen que en el Chaco
abundan mosquitos que transmiten el paludismo.
(No estás enfermo, verdad?)
Por favor, cuídate mucho.
Y piensa que Dios no permitirá que esta guerra
dure ya mucho tiempo.
Y podrás volver a casa.
(Hijo, volverás? Prométeme que volverás!)
Tu madre, que te quiere.
YO NO ESTUVE ALLÍ
Yo no estuve allí.
No ví los ojos viejos
en las caras de los niños.
No ví las manos rotas
intentando contener la inmensidad
de los recuerdos; horizontes de tierra y palmas.
No he visto la desesperación
ni la sed. No los ví morir.
No ví crecer su angustia
bajo un sol que no tuvo piedad
de los niños ni las tumbas.
No los ví volver.
Yo sólo ví caras de hombres-niños,
la sonrisa cansada que vive con la muerte
en míseros ranchitos.
Fotografías viejas y lejanas.
Yo sólo ví los ojos inmensos
de los que volvieron, y recuerdan.
No ví los rostros de las madres
que enterraron a sus hijos.
Sólo escuché voces antiguas
y un silencio de recuerdos y horror.
Sólo ví tumbas y placas de bronce.
Y quizás, en una pequeña urna,
el recuerdo increíble de aquello,
que fue un hombre.
Y sólo imaginé su angustia y su delirio,
y el miedo y el dolor de los que quedan.
Oigo las voces de muchos
hablando las glorias de la guerra.
Son los que enviaron a morir
a los niños.
Y usaron su sangre para comprar
una mísera vida; una mentira.
Veo a veces, pero cada vez menos,
hombres viejos y cansados.
Ellos han vuelto.
Por eso, hoy cuidan coches,
o venden boletos de lotería.
Porque es más fácil
levantar un monumento a un muerto,
que proporcionar una vida digna
a un hombre que no quiere morir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario