JAVIER VELAZA FRÍAS
Javier Velaza (Castejón, Navarra, 1963) es Catedrático de Filología Latina en la Universidad de Barcelona. Como poeta ha publicado Mar de amores y latines (Premio Ángel Urrutia, Medialuna Ediciones, Pamplona 1996), De un dios bisoño (Premio José Hierro, San Sebastián de los Reyes 1998) y Los arrancados (Lumen, Barcelona 2002). Figura en varias antologías. Colabora habitualmente como crítico literario y musical con diversos medios de comunicación.
Javier Velaza, manifiesta en Los arrancados un dominio casi ostentoso de los ritmos, de la formulación retórica y de la construcción del poema. Su maestría narrativa, dispuesta a menudo en alejandrinos poco modernistas, se salva del manierismo al vertebrar una visión de destemplanza ('somos los arrancados') que se rebela contra los sucedáneos de la serenidad ('todo está bien, gozad, gozad, benditos, / del fragor de esta paz / -la paz de los pazguatos-'). Agonismo y fatalismo vitales fuerzan una conciliación de contrarios en poemas tan logrados como My way, que pone del revés tópicos fundantes de nuestra cultura sin que en la inversión se haya caído la poesía al suelo.
Javier Velaza en Los arrancados (Editorial Lumen, 2002).
En el caso de Javier Velaza, ganador del VIII Premio José Hierro con De un dios bisoño, nos dice Luis Izquierdo en el prólogo a este excepcional e impactante libro de poemas, sin duda una revelación en el actual panorama literario de nuestro país, su poesía responde o se enfrenta a interrogantes y a evidencias comunes, a la cotidianeidad que a todos determina. Ante el ritual de un orden cuyo imperio es el de enseñorearse de las voluntades hasta reducirlas a la llamada mayoría silenciosa, la palabra del poeta indaga en su energía latente. Está por la vida, y grita o da la alarma. Poesía, pues, entendida como interpelación e inquietud, y como apuesta por el reconocimiento del lector...Un orden de palabras con sentido es el de Los arrancados. Y su función no es otra que la de su justicia en desenmascarar la inercia ante los imponderables. Esta poesía impone y arriesga la protesta sutil e implícita de su disidencia activa. Las composiciones de nuestro autor -trabadas en el conjunto aplomado del libro- no operan en una nebulosa, sino que arraigan en situaciones.
EL SALVAVIDAS
No es inútil amarse,
finalmente.
Lo mismo que amaestrar serpientes, nos exige
técnica refinada y perder la vergüenza
de actuar frente al mundo en taparrabos.
Y unos nervios de acero.
Pero amar es oficio
saludable también: su liturgia apacigua
el ocio que enajena -como supo Catulo-
y perdió a las ciudades más felices.
Bajo la cuerda floja dispone -no pidáis
una red, porque tal no es posible- otra cuerda,
tan floja, pero última
tan inútil a veces,
bajo la cual no hay nada.
Y entreabre
ventanas que te oreen la cólera y exhiban
a tu noche otras noches diferentes, y así
sólo el amor nos salva a fin de cuentas
del peligro peor que se conoce:
ser sólo -y nada más- nosotros mismos.
Por eso,
ahora que está ya dicho todo y tengo
un sitio en el país de la blasfemia,
ahora que este dolor de hacer palabra
con el propio dolor
traspasa los umbrales
del miedo,
necesito de tu amor como analgésico;
que vengas con tus besos de morfina a sedarme,
y rodees mi talle con tus brazos
haciendo un salvavidas, para impedir que me hunda
la plomada letal de la tristeza;
que me pongas vestidos de esperanza -ya casi
no recordaba una palabra así-,
aunque me queden grandes como a un niño
la camisa más grande de su padre;
que administres mi olvido y el don de la inconsciencia;
que me albergues de mí -mi enemigo peor
y más tenaz-, que me hagas un socaire,
aunque sea mentira
-porque todos es mentira
y la tuya es piadosa-;
que me tapes los ojos
y digas ya pasó, ya pasó, ya pasó
-aunque nada se pase, porque nada se pasa-,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó.
Y si nada nos libra de la muerte,
al menos que el amor nos salve de la vida.
* Lo mejor de mi paso por Filología Hispánica en la UB fueron sin duda las clases con Javier Velaza, de quien sólo supe mucho tiempo después que era poeta y que escribía cosas como el poema de ahí arriba. Mi examen final fue algo completamente inusual: no contesté a ni una sola de las preguntas que hacía, y terminé con un “llevo más de tres horas escribiendo sobre ya no sé ni qué, me duelen las muelas, las manos y quiero irme a mi casa ya”, y sin embargo Velaza me puso un “excelente” de nota, así que eso deja claro el tipo de personaje que es. No recomendado, eso sí, para quienes les gusta tomar apuntes y que las clases tengan un orden lógico y no estén llena de batallitas y reflexiones personales.
EL VENCIDO
Harto de la batalla, con los pies doloridos
de andar sobre un osario, se detuvo
y cayeron sus armas y los brazos
alzó.
Me rindo, dijo, ha sido suficiente,
no puedo recordar el casus belli
que me condujo aquí, hace ya mucho tiempo
que no sé dónde está nuestro enemigo.
Su cabeza rodó
colina
abajo,
porque la vida no hace prisioneros.
El perro
Ella lloró: el amor viejo perro de lanas que nos fue fiel compañía,
amaneció hoy enfermo. Ya no se tiene en pie
y ladra de dolor bajo los álamos.
Tenemos que matarlo, él dijo, no es decente
que sufra la agonía que le espera,
son demasiados años para un final tan cruel.
Aquella noche el perro
se arrastró como pudo a la autopista.
El regresado
Hay puertas que no se abren
hacia atrás.
Soy yo, he regresado, mintió.
Ella siguió llorando.
Esa mañana
iría a poner flores a su tumba.
Elegía triunfal
En el día de hoy, la guerra ha terminado
como todos los días.
Nadie pregunta cómo
cuál fuera el desenlace de las cruentas batallas
libradas casa a casa
cuerpo a cuerpo.
Nadie viene a leer con un ojo de angustia
y otro de rabia el parte de bajas; nadie aguarda
la crónica oficial que explicará por qué
hoy perdimos de nuevo,
ni preguntará quién era el enemigo que esta vez nos pudo,
ni cuáles sus propósitos, ni cómo su estrategia,
ni qué mapa quedó para seguir mañana.
Nada importa,
porque hemos aprendido
que la derrota tiene mil caras sin reverso,
que nunca hay vencedores,
que con el alba próxima
tendremos que salir al campo a ser deshechos
un día más
igual que cada noche.
Todos perdemos siempre.
Perdemos de antemano,
no nos dejan siquiera
la ocasión de ser Pirro, de ser Cesar, o nada,
ni nos tiene clemencia.
No hay cuartel.
Sin embargo,
pudiera ser que aún no esté todo perdido.
Habría que conjurarse, acudir a la plaza
y allí
-justo en el centro-
erigir majestuoso
el Arco del Fracaso.
Habría que portar la Niké sin cabeza, ceñir todas las sienes
con ramas de ciprés
y levantar dos dedos
que dibujen al aire la uve de vencidos.
Y recorrer así una a una las calles
de la ciudad rendida, entonando himnos
tristes.
Sí.
Habrá que celebrar esa derrota,
-la única victoria que tendremos-.
CAMBIO DE SENTIDO
A Pepe Alfaro
No creo, a fin de cuentas, que sea tan difícil.
No solicito un cambio de dirección, de punto
de aplicación, tampoco que se alargue o se abrevie
el vector de la extraña magnitud que llamamos
el tiempo.
Ni que nadie modifique el azar
de sus intersecciones. O que deje de ser
un absurdo segmento enlazando dos nadas.
Con menos me conformo -he aprendido a pedirle
poca cosa a la vida-.
Que, mirándolo bien,
sería suficiente con cambiar el sentido
de esa recta, invertir su discurso y que avance
justamente al revés.
Que sea su comienzo
una aniquilación devastadora, prólogo
de un dolor que se vaya mitigando y, después,
la impotencia manchada de decepciones deje
paso a una madurez ajetreada y ciega.
Así se llegaría, descriando a los hijos,
a olvidar enseñanzas de manuales y amores,
y, después de reír la indolencia del juego,
zambullirse en el amnios inconsciente y al fin
ir mermando las células hasta desvanecerse.
Bastaría con eso y de tal modo
Lo habría hecho un dios.
No sé si lo que pido
Es posible, la física nunca ha sido mi fuerte.
DE UN DIOS BISOÑO
De un dios bisoño. Madrid; Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes, 1998.
PREPARATIVOS
Yo pongo el aceite, si tú quieres, y el vino,
las calles de Lisboa y la mirada ambigua
para que tú la trueques en todas las señales.
Pongo también el trigo de una mala cosecha,
un puñado de diosas y algún siete de julio,
el penúltimo beso contra un amigo ausente,
la espuma de este espejo infiel a la utopía
y el perder y la sed y el ray y las coartadas.
Ah, y que no se me olviden ni la sal de la tierra,
ni un si bemol agudo de Beniamino Gigli,
ni aquellas soledades de insomnio destiladas
que te he prometido, ni el cierzo de diciembre,
ni el caballo de espadas, ni mi parte de diablo
condenada por buena a dejar los infiernos.
Luego, las otras cosas, las que explican los tránsitos
de los objetos mudos, las que nos acarician
unas veces y otras nos descuartizan vivos,
las cosas que parecen otras cosas o son,
más que poliedros, vientres preñados de espejismos,
o no, esas otras y otras y todas las demás,
sobrevendrán, maldita sea, por añadidura.
Tú abrázame tan fuerte tan fuerte como puedas,
que aquel que construyó el mundo de la nada
dejó para nosotros el trabajo difícil.
JAZZ-FUSION
Esta noche no hay cielo, hay una rara
mezcla de jazz y desesperaciones,
hay el difícil don de la locura
y este tacto canalla que me aboca a tu pecho
como si fuera el último reducto,
el último.
Esta noche como un reptil lascivo
se nos acostó encima y las magnolias
todas intuyen que tu queda cadencia
es un instinto de voracidad.
Por encanto en tu lóbulo se ha concentrado el mundo
y me fumo tu aliento a bocanadas
y entre tu piel y mi sudor tan sólo
media la calidez de Sarah Vaughan,
dum-dum-dumdum hágase la ósmosis
y qué más da si el humo nos anega
en el sexo recóndito del saxo,
my love just cares for me, María de Magdala
que abres mis poros al húmedo estornudo
de tu pasión enarbolándome las linfas.
Escánciame tu líquido exquisito,
copera de los dioses, meretriz de ti misma,
y yace desmayada entre mis alas
en el dintel del cielo que esta noche
se nos abrió a los dos a cal y canto.
CREDO (PASCAL SE IMPACIENTA)
Allá tú con tu absurda actitud de indolencia
y el pertinaz silencio que te traes entre labios.
Y allá tú si decides no menear un dedo
cuando aquí todo marcha manga por hombro y sabes
que hay ya quien dice que esto no lo arregla ni dios
y ni te inmutas; mira, después de todo puede
que sea lo más sabio o que lo hayas leído
en uno de esos libros que aquí no se publican.
O igual es que has cogido uno de aquellos bíblicos
berrinches tuyos ‒bueno, razones no te faltan‒
y quieres asustarnos como si no estuvieras
para que nos dejemos de tanta tontería
y de que si progreso, mercados de valores,
enemigos históricos y no sé qué monsergas.
O has decidido hacerte ahora el interesante,
que con la edad a todos nos da por cosas raras
y más si uno está solo, como tú, tanto tiempo.
En fin, que no me meto en donde no me llaman,
y tú sabrás lo que haces, que ya eres mayorcito.
Pero como después de esta parafernalia
de sed de eternidad y zarcitas ardiendo,
y tanto ángel sin sexo, tanto sexo sin ángel,
y luego de tanta hostia repartida en tu nombre,
de tanto uno y trino y tanto apocalipsis,
si después de este cristo ‒valga la redundancia‒
de haberlo puesto todo perdidito de cruces,
al final de los tiempos vas tú luego y no existes
te las verás conmigo, ya te lo advierto, amén.
NOMENCLATOR
Cada vez que bautizo tus entrañas te doy un nombre nuevo.
Te he dado a veces nombres frecuentísimos
para que tú te encarnes en todos los lugares,
cuando alguien los pronuncie como una letanía,
multiplicada contra toda ley.
Y otras veces te he dado nombres irrepetibles
que se destruyen al hacerse verbo,
en lenguas de estructura complejísima
cuya única palabra es ese nombre.
Y a veces tardé días en pronunciar completo
el único sonido del nombre que te daba.
Te he dado también nombres que denominan todo,
o nada, o su contrario, para que nadie pueda
reducirte a una mísera definición unívoca,
y nombres sin vocales, como tus gemidos,
y nombres subjuntivos, duales, epicenos,
y nombres innombrables que te espantarían
y que ni a ti te digo para que no te sepas
expresada en diabólicos fonemas imposibles.
Y una noche te di mi mismo nombre.
Todos los nombres todos puedo darte,
todos los he leído como un ciego
en el abierto libro abierto de tus muslos.
TODOS LOS BARCOS
Porque todos los barcos han surcado tu piel
te has llenado de puertos.
Eran raudos navíos avezados
en un sinfín de inciertas travesías,
bajeles orgullosos de botines, fastuosos
veleros, preñados galeones, trirremes
confundidas por deidades hostiles,
naos de presidiarios y de locos con suerte.
Algunos iban rumbo de otros puertos y al paso
recalaban en ti por reparar las velas
o llenar las bodegas de tu vino.
Tú nunca protestaste la menor marejada
ni suscitabas vientos que agitaran las proas,
tu muelle hospitalario los acogía a todos
y te ornabas de albatros y de soles sin mácula.
Todos aquellos barcos te grabaron su estela
estriada indeleble
y hoy son las comisuras de tus labios
despreciados estuarios, sobre los espigones
de tus ojos se entumece la costra
del abandono.
Tu rostro se ha tornado carta marina
pero te evitan todos los timoneles.
AGENDA
Mañana no sería, bien mirado, mal día para mi entierro:
es domingo y no hay fútbol, que siempre quita mucho,
amenaza, según el meteorólogo,
algo de lluvia, justo para darle
al evento su toque de tristeza
y además este lunes es fiesta en Barcelona,
y se quedan sin excusa más de cuatro.
No sería mal día, desde luego:
tú tienes ropa nueva ‒no es negra, pero casi‒,
pintamos todo el piso el mes pasado
y me caduca pronto el pasaporte.
Y quedan todavía dos semanas y pico
para las Navidades, basta y sobra
para no fastidiar salvo a los muy de casa.
De aquí al martes bien pueden encontrar sustituto
para mis clases, y los del periódico
sólo han de recurrir, esta vez con justicia,
a la foto en que siempre tuve cara de muerto.
Tampoco es lo de menos la puñeta
que le hago al cura, que según me dicen,
guarda fiesta la tarde del domingo.
No cabe duda: mañana sería
un día excelente para mi entierro.
Lástima que yo no esté de humor
para morirme hoy y que tú continúes
haciéndome estas pícaras cosquillas en la oreja.
En fin, paciencia, que otra vez será.
LA ÚLTIMA TARDE
Esa sombra zaina, corniveleta, seria,
que escarba y se repucha y prueba y desarrolla
sentido será la última de una faena insulsa
y de un vivir abanto
y ya no habrá más cinco de la tarde.
Eh, sombra, mira, sombra, sombra,
de negro y negro otra sombra enjuta
cita junto a la sombra gélida imposible
de un tendido del ocho horizontal, eh, sombra, eh,
bien quieto, como antes, bien despacio,
para la soledad nunca hubo prisas.
No me das miedo, dice, sombra, empuña
con la diestra un estoque transmutado
y la embarca ‒y se embarca‒ en naturales
sobrenaturales, y la espera
de poder, como siempre, a no poder,
él, sombra siempre embarcando sombras.
Eh, sombra, mira, mira
(el último perfil de Juan Belmonte
cuadra a dios en los medios
y entra a recibir).
LA CUARTA DECEPCIÓN
Si soy un descreído,
lo que llaman algunos un agnóstico a ultranza,
es porque las tres veces que creí
me defraudaron.
Creí primero en los Reyes Magos
y resultaron ser una multinacional;
luego creí en grandes revoluciones
y eran sólo palabras;
más tarde creí en Michael Laudrup
y se pasó al Madrid.
Si soy un descreído, os lo confieso,
es porque no podría soportar que con dios
me pasara lo mismo:
que sea una multinacional,
o sólo una palabra,
o, peor todavía, que se pase al Madrid.
MALETAS
Un clamor me acompaña de maletas
colgadas de mis hombros, a mi cuello anudadas,
procesionadas hasta mis tobillos.
Aunque al principio breves hatillos llevaderos,
aviados para un tránsito provisional y vuelta,
contra mi voluntad engrosaron su carga
en nefandas pensiones y sórdidas vigilias
y al cabo devinieron infinitas maletas,
oneroso equipaje imprescindible.
En pos de mí resuenan contumaces,
custodiando teatros destruidos, medallas
inmerecidas, un barco sin flete,
inaccesibles grutas en la memoria, miles
de moribundos, láudano, semillas.
Sé que en una pequeña de mano puse a dios
con su opuesto, pero otras no sé lo que contienen,
si es que contienen algo y no es que esperan
que las haga con nuevos objetos peregrinos,
o las llene a su vez con maletas menores,
o las olvide al pie de una cama furtiva.
Una no puedo abrirla hace ya tiempo
y en esa creo que estás tú, o tu ausencia,
o tu odio, que viene a ser lo mismo.
Y hay una grande y negra siempre abierta,
con tres letras de bronce clavadas en un lado,
que me da confianza porque sé que no miente.
Todas me siguen, o yo las precedo,
para mejor decir, viajamos juntos.
Son de piel, mis maletas.
De la mía.
LOS OTROS
Que alguien nos diga ahora a los otros qué hacemos.
Los otros, los que estábamos ausentes
cuando se derramaban tantas lenguas de fuego,
a los que nadie dijo tolle et lege, y que leímos mucho
sin embargo, hasta creer que nadie dice tolle et lege,
los que nunca caímos de nuestra montura camino de Damasco,
todos los otros a quienes un rayo jamás consideró en su trayectoria,
a los que nadie atenazó la mano que descargaba un golpe fratricida,
a los que no salvaron de las aguas, a los que no esperaron,
a los que no invitaron a introducir el puño
en un costado inverosímilmente curado de la muerte,
los otros, a quienes tampoco
nadie nos ofreció un céntimo maldito en trueque por el alma,
ni nadie dijo sé el rey del mundo, ni seréis como dioses,
los que ni en sal pudimos convertirnos
porque atrás no pecaban dos ciudades lascivas,
los otros, finalmente, los que respiramos
entre este sindiós y este sindemonio,
los otros qué hacemos, que alguien nos lo diga,
que alguien dé la cara.
.
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