miércoles, 26 de octubre de 2016

MIGUEL FERRANDO [19.379]


MIGUEL FERRANDO

Nació en Valencia. Cantante clásico, escritor y poeta.

Libros: Las Soledades del Monstruo, Iliria, Enemigos del Viento, Lejanías. 
WEB:  https://sites.google.com/site/miguelferrando22/




     
El Mirlo Azul

Sólo ya recitar mi despedida,
   como el mirlo que canta desde el suelo
      sin poder respirar, preso en el duelo
          de una miga de pan desconocida.                                                                        
                Preso en su soledad y de por vida,
                   lejos de la razón, lejos del cielo,
                        como ese mirlo azul del desconsuelo
                            me consagro y me encierro en mi partida.

Como nadar en nubes de amapola,
      a rastras, por buscar, por desangrarme.
           Como el hijo de un viento que me inmola,

                   si me quedo a dormir amortajadme,
                          inscribid mi epitafio en cada ola;
                                  mi destino es seguir y atragantarme. 
                                                                                                           
(LAS SOLEDADES DEL MONSTRUO)

  

Las coplas del ruido                                                                                                                                                 
Por las venas de mi alma
     fluye el silencio,
          cuando pincho mis versos
               acallo al tiempo.

Acordeonista que vienes de fuera
        córtame la hemorragia,
              improvisa a un millón de pesetas
                    la cantinela de mi nostalgia,
                         toca, yo te la pago,
                             que he vendido una Virgen llorando
                                       y un ángel descabezado.

Por forzar la garganta
     perdí una vida,
            quien se muera gritando
                   que me lo diga

Camposanto del cielo de Liria
     destitúyeme al guarda, 
           que hay un vivo tan vivo que envidia
                 la muerte de las cigarras.
                     Padre dame un respiro,  
                          en cuanto firme estos versos
                                 me voy contigo.

El camino del alma
       no se revela
             se descubre muriendo
                    muertes de seda.       

(LAS SOLEDADES DEL MONSTRUO)                                                                                                                                                                                                                                                                                                             

MUJER                                                                                                                                                                                                                           
Se apacigua la lluvia
todo el valle descansa en la humedad templada   de los cuerpos.
Como caminar por las venas de un gigante,
los prados son de esponja,
las ventoleras de espasmos

Amada Gaya,
este mojado atardecer me pertenece,
a mí y a la ilusión de una vida húmeda,
de amores viscosos, caricias lánguidas,
de orgasmos como corolas de nenúfar,
como gotas de aguamiel, que lentas resbalan, infinitas,
como caricias desmayadas y suavísimas.
El destello de este ocaso se descompone,
eternidad, eternidad íntima, mujer.

Acógeme en la negrura final, igual que un vientre,
y rézale al ombligo, con mi nombre, suspira mujer,
suspira como el tifón adolescente,
cuando te busque, cuando me hunda,
cuando me encierre para siempre
en tu templada humedad de cuerpo.

En tu laberinto, mujer.
En tu laberinto de pétalos cayentes
y esponjas de aguamiel. 

(ILIRIA)



CUANDO TODO HIERVA    

Cuando todo hierva,
de aceite o de brea (una ciudad de nube),
habrá que caminar sobre las ampollas del suelo,
y que el suelo nos trague, cuando todo hierva,
seremos del vaho
o del fuego que crepita.

De burbujas, de espuma,
se disfraza el poeta, cuando el agua tiembla
se figura un puente de metales transparentes,
un vehículo, ignífugo, de cristal,
se imagina una argolla celeste a que agarrarse.
Y palacios de amor, avenidas y ciénagas.

Cuando hierven las calles,
el poeta se queda,
y chapotea por los charcos hirvientes,
al poeta le bulle su sangre
a menos de un grado de la congelación.
Vive hirviendo, evaporándose entre magmas y flexos.

¡Ah, la argolla celeste del amor!
Sólo un grado de vida, de abrazos,
un grado de excursiones y músicas.

Poeta, gacela,
entre la hierba y la zarpa,
y el amor cuelga, gaviota, más allá
de las blandas torres, que queman, que bullen
(dicen que el amor es también la lumbre que cuece
que todo es un reflejo).
                                                                    
Cuando el mundo hierva
nos colgaremos de la argolla del amor,
contemplaremos las lanchas de extranjeros,
las lanchas enemigas, juramentadas.
Serán muy pocas,
será imposible convencer al navegante,
con su piel de granito, con sus costumbres tan puras.
(Habrá que colgar para siempre de la argolla del amor.)

Cuando todo hierve,
de humo o de agua,
sólo queda un camino. 

(ILIRIA)


De mi silencio

Correrá mi voz,
como el musgo corre por las rocas.
Y quedará mi voz,
como queda del invierno el barranco socavado.
Surgirá lo demás de mi silencio.

Oscuro manantial, fértil pradera,
quiero adiestrar mi mano en tu cultivo,
quiero aprender las reglas de tu arte
y enmudecer las fauces del titán.

Como la lengua y la lengua que se acallan,
quiero rimar el blanco de un papel
con el grifo cerrado de la fuente.
Silencios en síncopa, cadencias de muralla.
Volcaré mi voz
en otra idéntica que la desmienta.

Cada grito de amor es una queja.
Cada canción una prisión de corcho.
Cada aullido de monstruo
una cascada intermitente de mercurio.

Hoy desconfío del silencio de los muertos recientes,
de las simientes aún no germinadas,
el silencio no rima con la nada, con la nada reciente,
con la nada que presencio entre mis quejas.

Es un acorde de ruidos, el silencio.
Tan perfecto, tan clásico, tan puro.
Tan fácil de perder, tan deshojado.
Armónico absoluto que a todos nos reflejas
y a todos nos soportas.

Yo sé que existe un tono primordial
de siete silencios que gravitan entre sí
y alrededor del alma.
Vivir es escucharlo. Callar, enloquecer de vida.
Sagrados poetas de la Atlántida,
hoy agradezco vuestros versos mojados,
vuestros oboes de vinos y burbujas
me refrescan los labios y me calman la furia.


Lluvia, lluvia

La lluvia, entre la fachada y yo,
desde abajo, un desagüe que traga,
una garganta muda, una cúpula que revive,
una pátina de cobre, la ciudad asciende,
el vendaval que aúna, un pelo de mujer que seca,
limpia, ahoga, el diluvio interior, una suela
encharcada, un corazón que cae,
el cuerpo que baja con las gotas, la respuesta más franca
es la del jíbaro, aguacero jíbaro
no me mojes la frente, rompimiento de euforia,
se deshace la fiesta, la soledad tiene excusa,
los amantes jíbaros se protegen los cráneos,
la garganta de luz, la saliva
es de humo, guerreros encogidos,
hermandades atlánticas, gime, sacia, socava,
el refugio más franco es la desnudez,
desertar de la lluvia es ya desertar, empaparte de gotas
que se anulan entre sí, que te disolverían,
como se disuelve el apocalipsis cotidiano
del regreso.

Como bruñe los arrozales, con el metal metafísico,
abajo el fermento, arriba Dios,
el espejo del agua refleja un volcán invertido,
una ciudad cayendo, volando, repoblando
los arrozales, las águilas y el perro cadáver,
no hay dolor tan franco como el del niño
o el egoísta, letanía alba de araucarias y tracas,
abajo un Dios, arriba la tormenta.
Volverán las gotas a inscribirse en su nube.
Volverá el poeta a celebrar la metáfora.
No hay entrega tan franca
como la del sagrado puerco.
Las hordas, las naciones jíbaras dominarán la tierra,
alboradas, se recogen, tempestades, urbes,
una biblia de comas y paréntesis.
La lluvia entre la facha y yo,
un desagüe que traga, una garganta muda,
desciende la ciudad y yo me siento desnudo,
un pelo de mujer, ahogo, el diluvio interior, limpia,
el corazón que sube, arriba Dios, abajo las anguilas,
la respuesta más franca es la del jíbaro.


Compañero

Todo sigue en Ti, todo te explica,
la mirada vuelta, buscándome tan mía.
Tú eres, por fin, mi Dios, la compañía,
un mar de mí, un magma que salpica
desde el fondo de mí, desde mi centro.

Te enseñé la soledad yo a Ti,
los juegos del olvido, el gesto mediante,
el miedo de ser menos que Tú,
tan de Dios, el pánico arrogante,
confundido. Y Tú, tan de mí,
me acompañaste.

Oleadas de Dioses, como cisnes,
vuelan a un país de lagos transparentes,
yo por mirar, yo por buscar la fuente
de las transparencias, cierro mis alas.
Y esa nación de Dioses como balas
De amor, rectifica su vuelo.

Rectifico la curva de mi sangre.
Dios de mis Dioses compañeros.
Rectifico de hombre y me hundo en tu mirada.
Con las alas de la tierra, a mi tierra dorada
de profetas y monstruos,
hoy os guío, yo el primero,
entre los Dioses, mi Dios, abro el camino.

Todo está en Ti, la mirada vuelta,
esperándome, la voz multiplicante y firme,
la alameda constante, el cristal traslúcido,
la suave voluntad,
la nostalgia de ser.
  


«Las soledades del monstruo». Una performance de Miguel Ferrando
http://www.edicionesencuentro.com/ibioculus/numero-08/



FOTO: Juan Zamora Lamas

Propongo el juego de las ucronías poéticas.

Propongo discutir el asombro del mundo antiguo si  Baudlaire  hubiese compuesto sus Flores del Mal en los tiempos en que Píndaro componía sus odas. Igual el griego no cantaría ya nunca los triunfos de ningún atleta, o quizás las Odas Píticas hubiesen sido poco menos que hermosas disculpas por el destino glorioso de héroes o semidioses, no lo sé.  ¿Se imaginan que no supiésemos de ningún Quevedo del XVI y que de pronto apareciesen sus Sonetos auto publicados en alguna editorial casposa del Mexico o del Miami moderno, que a un crítico snob, estelar, de los Estados Unidos de los años setenta, se le ocurriese alabar su fatalismo senequista, su afilada hipersensibilidad, que lo promocionase como canon de modernidad y que usara sus versos para arrasar con toda sensiblería política, con las formas infantiloides y novísimas, los realismos sucios, con los versos de la experiencia, los versos de la insustancia y la autosatisfacción? ¿Se lo imaginan?

Desconozco qué pasaría si Rumi se levantase de su turístico descanso y volviese con los suyos a hablar de pájaros y profetas, habría que preguntarle a algún personaje de Borges si conoce la historia de un poeta afgano medieval acostumbrado a pasear por el mundo con su AK-47, claro que no. Puede que el juego sea siempre una sandez, porque los versos nacen donde tienen que nacer, cuando tienen que nacer y, quizás, porque tienen que nacer, por eso es tan ingenuo jugar con la historia de la poesía, es tan estúpido como jugar como el alma diminuta de una mosca, necesitarías una religión demasiado sofisticada, el juego quedaría en nada, y habría que inventar músicas con melodías desiertas, sin ritmo, sin tempo, sin fijeza.

Hubiera sido muy emocionante para mí que Robert Schumann, o el bueno de Schubert, conociesen mis poemas de Las Soledades del Monstruo, claro que tendrían que haber sabido español, y yo tendría que haber nacido hace ciento cincuenta años, y me hubiese gustado que Schumann hubiese encontrado esa melodía perfecta leyendo mi soneto, y hubiese compuesto su gran Diechterliebe con mis versos, o su Frau Liebe und Lebe, y me conformaría con menos, con mucho menos, a Heinrich Heine no le importaría tanto, y a mí sí, yo ya sé que nunca se volverá a componer un Winterrreise o un Diechterliebe, nunca, y ya sé que el tiempo no perdona, la música degenera y mis poemas deberían sentirse plenamente sublimados si a un cantante greñudo le placiese cantarlos  mientras raspa en la guitarra sus acordes de tónica, dominante y séptima, qué remedio, quién se atreve a decir que no es bello aquello que se interpreta con una sonrisa. ¿Usted?

 Eso mismo, el esperpento de las ucronías poéticas, se me aparece cada vez que a una melodía de Schumann le contrapongo un poema escrito por mí mismo. Y cuando el piano, por obra y genio de del gran intérprete, mi amigo Francisco Sánchez, establece la melodía primera de las Goldberg de Johan Sebastian Bach, el embrión de esa trama de prodigios que son las Variaciones, y me atrevo a recitar mis versos, entonces siento que mis sonetos «Todo» y «Nada» desactivan el discurso de Bach, como notas a pie de página que confunden más que aclaran, pero que añaden una vida diferente a la obra, y en un instante te acercan al momento justo en que el gran músico componía esas notas, aunque sólo sea porque te imaginas la cabeza empelucada del genio turingués frunciendo el ceño, mirándome con desesperación, con ira quizás.

FOTO: Juan Zamora Lamas


«El poeta escribe por que no puede cantar». Se lo leí a T. S Elliot en algún ensayo poco optimista. Yo llevo años, toda una vida, estudiando canto clásico, su técnica, estudiando a los cantantes, sus estilos, ensañando la forma de cantar, cantando óperas, oratorios, lieder, canciones de guitarra y mantel, y llevo una vida (no sé si la misma)  emborronando versos, completando cuentos, deshaciendo novelas, y puedo jurar que hay un momento en que cuando me dispongo a completar una estrofa, cuando necesito solucionar un enigma lírico, mi instinto me lleva a vocalizar, a calentar la voz, tengo que despertar el diafragma y emitir un agudo con forma de rima asonante y ya hacerle caso a mi garganta hasta el final. Hay también conciertos en que más que cantar tengo que solucionar ese verso que nunca conseguiré acabar, y es por eso que huyo de los clichés, necesito que cada recital, cada representación, sea de algún modo un experimento, un juego, una búsqueda, necesito que sirva para dialogar con el público, obtener, de alguna forma, algo de sentido a la canción, al poema, a la ceremonia de la música clásica, a la alegría inexplicable, casi infantil, de la voz cantada, al antiguo misterio de los versos tristes que, de alguna forma, te devuelven la esperanza.

Cuando Francisco y yo comenzamos a diseñar este programa considerábamos dos posibilidades; una era la del recital de canto con unos pocos versos de mi último libro Las Soledades del Monstruo, la otra la de una lectura extensa del libro ilustrada con canciones, lieder y fragmentos pianísticos, pero cuando empezó el ensayo quisimos intercalar mis poemas «Soledad» e «Isla», con algún lieder del Dichterliebe, recitándolos sobre el mismo acompañamiento, comprendimos que se podía llegar a otro estadio de interpretación, la música del alemán de alguna manera nos abría los oídos para hacer los versos extrañamente persuasivos, más que un recital aquello se convertía en una conversación, todo se comprendía, hasta lo que yo llamaba ucronías parecían sonar bien…, y Falla, y Ravel, y Rachmaninoff y hasta la introspección de Malher con su poema de Rückert, «Yo me he perdido para el mundo», iluminaban mis propios versos del soneto «Hacia el Silencio», y los tangos de Gardel, y la bossa nova de Vinicius…

Los recitales fueron recibidos con ese mismo talante de búsqueda, el público se acomodó al diálogo con naturalidad y el resultado fue tan inesperado como feliz, sorprendido, pienso, no sé si por la combinación, por los poemas, por la brillante interpretación de Francisco, o por todo junto.

Y, no obstante, bendigo y respeto la ley severa que impide que Malher o Schumann levanten la cabeza y se encuentren con todo esto, mis escrúpulos de poeta perfeccionista me obligan a cuestionar cada una de las interpretaciones, todavía se me aparece la imagen del gran Rumi, el Mawlana, el poeta de la mística más humana, eligiendo la palabra perfecta con su kalasnikov al hombro, siempre me ataca esa ucronía, esa idea de la disonancia que nunca se resolverá, pero cada vez me gustan más las disonancias, supongo que porque aún tengo confianza en resolverla con un acorde perfecto, o con un pequeño verso que explique la mitad de mi vida, o con un silencio, una respiración, tan perfecta, que distinga, entre dos compases, la verdadera naturaleza del tiempo que nunca vuelve, o de mi voz.

FOTO: Juan Zamora Lamas


TODO

Alumbrado de ti todo me sobra.
Arrancado de ti todo se mueve
hacia la nube que gira y no llueve,
desde la bruma del sol que da sombra.

El silencio del alma siempre me nombra,
siempre gritándome que me renueve.
Tuerce los surcos, fraguará la nieve.
Elegido por ti nada me asombra.

Todo me empuja a un barranco redondo.
Todo me estrecha en un hilo de espino.
Todo en la tierra descuaja mi fondo.

Y entre dos estrellas cuelgo el destino.
Entre dos amores, preso, me escondo.
Entre dos abismos, libre, camino.



NADA

Cuánto aire, amor, en tu cuerpo caído,
qué escondido en la luz cuando te veo.
Qué implacable alma mía mi deseo.
Qué afilado el metal del sinsentido.

Es la nada que llora, convencido
de ti, cuánta oración, ¡cuánto te creo!
Qué callada unidad y qué apogeo
de amor, y qué aire desde ti nacido.

¡Cuánto sobran, amada, los colores!
Si supieran mirarte, si entendieran,
si supiesen reírse de tu nada

y vagar al infierno de las flores.
¡Cuánto sobro entre ti! Si descubrieran
lo que pesa mi voz desesperada.



CANTO DEL CAMINANTE

Canto a la fragilidad de un día
que a miradas y vientos me construye.
Canto a la levísima noche
que callando me disuelve.
Canto al fuelle de los tiempos
que alegró mi pulmón con alamedas.
Canto al ahogo del recién nacido
y al concierto fraternal de los desesperados,
su pulso, enroquecido, me renueva.
Canto al vuelo del avión que nunca baja,
que perenne me miente, humilde, ennubecido.
A la negra mar de puertos y tormentas,
hundidora implacable, madre,
en tu mortal vitrina me reflejo.
Canto al silencio milenario de una roca
que inmóvil levantó los continentes
Canto a la eterna sinrazón que contamina
y extingue las verdades blancas.
Canto a la explosión futura,
a la nada leal que nos acoge.
Canto a un gesto escondido, canto de amor,
cayendo en mí, a mi voz, como la nieve.
Y al verso que no entiendo, canto de vida,
que arrope con su acento mi furia caminante.

Canto al príncipe de los desiertos,
tuya es la raza, el fuego y el poema,
tu soledad alienta las naciones
y una negra visión de multitudes
te desgarra la espalda con sus uñas.
Para ti son las notas más altas de mi voz,
más allá del rugir del monstruo humano.


ILUSTRACIÓN: María Isabel Zoya Cerrudo




EL MIRLO AZUL

Sólo ya recitar mi despedida,
como el mirlo que canta desde el suelo
sin poder respirar, preso en el duelo
de una miga de pan desconocida.

Preso en su soledad y de por vida,
lejos de la razón, lejos del cielo,
como ese mirlo azul del desconsuelo
me consagro y me encierro en mi partida.

Como nadar en nubes de amapola,
a rastras, por buscar, por desangrarme.
Como el hijo de un viento que me inmola,

si me quedo a dormir amortajadme,
inscribid mi epitafio en cada ola;
mi destino es seguir y atragantarme.

ILUSTRACIÓN: María Isabel Zoya Cerrudo


LAS COPLAS DEL RUIDO

Por las venas de mi alma
fluye el silencio,
cuando pincho mis versos
acallo al tiempo.

Acordeonista que vienes de fuera
córtame la hemorragia,
improvisa a un millón de pesetas
la cantinela de mi nostalgia,
toca, yo te la pago,
que he vendido una Virgen llorando
y un ángel descabezado.

Por forzar la garganta
perdí una vida,
quien se muera gritando
que me lo diga.

Camposanto del cielo de Liria
destitúyeme al guarda,
que hay un vivo tan vivo que envidia
la muerte de las cigarras.
Padre dame un respiro,
en cuanto firme estos versos
me voy contigo.

El camino del alma
no se revela,
se descubre muriendo
muertes de seda.



SOLEDAD

Como el agua del mar entre mis manos
forzada a liberarse, gota a gota,
mi perezoso andar nunca se agota,
ni se agota el silencio, ni el secano.

Sagrada soledad, dulce pantano
que alimentas de amores mi derrota,
desentierra el cristal por donde brota
el constante rumor, el trueno humano.

Como el agua del mar que descoyunta
la mañana, la flor o el continente,
secreta relación, oscura fuente,

hacia ti desenvuelvo mi pregunta,
hacia ti, soledad que me consiente,
brújula del corazón, ángel ausente.







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