domingo, 23 de octubre de 2016

ANTONIO C. TOLEDO SÁNCHEZ [19.351]

Imagen de La Mariscal ubicado en Quito Ecuador, en el siglo XIX


ANTONIO C. TOLEDO SÁNCHEZ

(Ecuador, 1868-1903)

Se le incorpora entre los imitadores de Bécquer, pero su manera es tan personal que -salvo el molde en que vació su sentir tan nuestro- su originalidad luce libre de los lugares comunes de escuela.

Porque fue, más que ningún otro, el tipo del poeta quiteño: un bohemio triste en el fondo y alegre y bonviveur en apariencia; lo que decimos un chulla, pero un chulla reformado que acertó a ser un funcionario cumplido; un chulla que había aprendido a disimular su pobreza y a tragarse sus lágrimas y, sobre todo, que no quería dejar creer que era poeta sino por humorada, ocultando su recóndita sensibilidad con el pudor instintivo con que la ostra oculta la perla que crece en sus entrañas, sólo para mitigar su dolor de vivir, de otro modo intolerable.

Cuando se supo su fallecimiento, un periódico de la ciudad de Ibarra comentó el suceso en los siguientes términos:

«Honores, placeres... ¡chocheces de antaño!
Se sufre, se sufre... ¿Por qué? -Por que sí.
Se sufre, se sufre... y así pasa un año
y otro año ¡qué diablos! la vida es así.


»Y así fue la vida del poeta. ¡Cómo mueren los poetas!, comenta un colega. Cómo viven, debiera lamentar...

»Refiere un joven escritor, que trató íntimamente a Toledo, haberle dicho un día: -Escríbanos algo, compañero; escríbanos versos tristes sobre esta vida que matamos; y que él, con su irónica y amarga sonrisa habitual, mostrándole el papel en que redactaba una nota oficial, le contestó: -Mi vida está muerta, y hace tiempos la tengo enterrada, compañero».

Toledo Sánchez nació en diciembre de 1868. Quedó huérfano a temprana y con sacrificio terminó su secundaria. Se caracterizó por ser un excelente lector, bohemio e intelectual; sus contemporáneos y otros estudiosos afirman que era un hombre bueno y apacible.

Por ello, quizás, su obra poética triste, apasionada y tierna, al estilo del español Gustavo A. Bécquer, pero con su propia manera de expresar las cosas. Colaboró con La Revista Ecuatoriana y entre sus libros constan Primeros versos, Versos de circunstancias, Brumas y Poesías, que se publicó en 1915 después de su muerte. Trabajó como funcionario del Ministerio de Instrucción Pública; su poema Brumas fue musicalizado en ritmo de pasillo.



Es el hombre un aprendiz
y su maestro el dolor;
y no sabe lo que vida
quien penas no padeció.


Brumas

Traspuse el bosque, la llanura, el río,
el agrio monte, en pos de una ilusión;
y desencanto, indiferencia, hastío,
encontró mi cansado corazón.

    Probé a llorar, que el corazón humano
siempre en el lloro su dolor ahogó.
Y lancé un grito... ¡si el pesar temprano
la fuente de mis lágrimas heló!

Vaporosa, detrás de esa cortina
       te alcanzaron mis ojos
por vez primera, aparición divina,
      causa de mis enojos.

Desde entonces no puede el alma mía
      olvidar tu hermosura,
desde entonces mi pecho sólo ansia
      gustar de tu ternura.

Si solloza la brisa en la alborada,
      en ella va un suspiro
que te envía mi alma enamorada
      cuando en sueños te miro.

Como sube a los cielos en el viento
      de la flor la fragancia,
así en la tarde va mi pensamiento  
      a tu tranquila estancia.

Si lanza el huracán hondos rugidos
      en tempestad bravía,
él lleva de mi pecho los latidos
      en la noche sombría.

Bien sabes que te amo, que te adoro.
      Mas, siempre indiferente,
dejas que muera entre su amargo lloro
      mi corazón doliente.

¡Hasta cuándo será que desdeñosa
      al mirarme te escondas!
¡Cuándo será que tierna y cariñosa
      a mi amor correspondas!

Como serpea en tormentosa nube
      relámpago fugaz,
en sus pupilas negras, de continuo
llamaradas de amor saliendo están.

¡Ah! si esos ojos penetrar pudieran
       mi secreto dolor...
Tal vez se disiparan estas brumas
donde ignorado muere el corazón.

Por qué, si junto al mío latir siento
      tu amante corazón,
resistir no me es dado tu mirada
      y se embarga mi voz?

¿Por qué, cuando tu mano entre las mías
      estrecho, de emoción
tiemblas como la flor de la montaña
      que el viento acarició?

¿La nieve de tu tez por qué se torna
      de vívido color,  
si me hablas al oído con palabras
      de lenta vibración?

¿Por qué dos seres que juntó el destino,
      cual lo somos tú y yo,
apenas si se miran luego tienen
      que darse eterno adiós?

Las olas de la mar tienen sus cantos,
      su rugido el león;
la flor aroma, sombras el crepúsculo,
      ¡sus misterios Amor!

    Nunca le interrogué si me quería,
jamás le confesé que la adoraba;
y suspirando ausentes, en secreto
guardábamos intacta la esperanza.

   Sólo una vez, a la hora del ocaso,
cambiamos una rápida mirada
que saturó de luz nuestro silencio...
¡y es la luz el lenguaje de las almas!

   Tengo hambre de contarte mis afanes,
      mis dudas, mi pesar;
mas, cercada de innúmeros galanes
siempre te encuentro y tengo que callar.

    Al fin, la turba que mi angustia labra
      se ausenta, y ¿no lo ves?
ya no acierto a decirte una palabra
y me postro de hinojos a tus pies.

   Es inútil, mi bien, que delirantes
de tu amor ni del mío hablemos más;
que, al cabo de la plática, tan sólo
      tendremos que llorar.

    Cuanto es de breve el plazo de la vida,
inmensa es la distancia de ti a mí.
¡Hablemos del amor de los extraños
       que nos hará reír!

¡Ah! No puedes ser mía. Desistamos
   de la pactada unión;
tu honor y mi altivez así lo exigen
   con imperiosa voz.

¡Ah! ¡no puedes ser mía! Tú posees
   pingües rentas y yo...
yo no consentiré que el mundo diga
   que has comprado mi amor.

   No temas si mis ojos
con los tuyos se encuentran como ayer;
como si extraña fueras, sin enojos,
callando, sin mirarte, te veré.

    Filósofo no soy, mas se me alcanza
de ciertos raros hechos la razón.
No temas, pues, que penas ni venganza
abrigue, por tu culpa, el corazón.

    No temas si de nuevo
nuestros ojos se encuentran como ayer;
cual si un extraño fueras, yo impasible
callando, sin mirarte te veré.

    Teme, sí, cuando a solas
intentes por la noche descansar,
las mágicas visiones de alas negras
que implacables tu sueño turbarán.

   No temas si mi mano
tiene un día las tuyas que estrechar;
no cual antes por ellas las magnéticas
corrientes del deseo pasarán.

    No temas que el desvío
logre mis esperanzas marchitar;
planta que el cierzo arrebató a la orilla,
en playa más fecunda arraigará.

    No temas que la risa
o el lloro descubran nuestro afán;
mis lágrimas, tiempo ha que se estancaron.
Sarcasmos son mis risas del pesar.

    No temas que sucumba
a los tiros del odio el corazón;
en las luchas del mundo envejecido
soldado soy que aleccionó el dolor.




En la muerte de Julio Arboleda Armero

Bullen los negros pensamientos míos,
pueblan mi soledad.
Y me trae recuerdos la memoria
que invitan a llorar.
Oh, sí, ¡quiero llorar! aunque las lágrimas
nunca restañarán
la herida que en mi pecho abrió la ausencia
del amigo leal.

    Temprano, de la vida en los eriales,
nos juntó la orfandad,
y desde entonces, entre él y yo partimos
del pan de extraño hogar;
pero él adelantose en la jornada...
y le saludan ya
del imperio de Véspero las sombras
con cariñoso afán,
y ya es feliz ¡pues sabe que en su tumba
vigila la piedad,
y que sus huesos la viciosa ortiga
no puede profanar!

    Bullan mis negros pensamientos, corra
de mi lloro el raudal,
hasta que al lado del amigo ausente
yo llegue a descansar.

    Llora, sí, pobre niña, que en la vida,
cuando ya se ha perdido la esperanza,
sólo un raudal de lágrimas alcanza
a restañar la sangre de la herida.



A una guayaquileña

Cuando la hora del bochorno avanza
me instalo en la cercana nevería
y, sorbetes y hielo machacado
      ingiero, sin medida.

Mas, ¡vano afán! mis males recrudecen
en seguida, porque hay unas pupilas
negras, en cuya lumbre soberana
       se incendia el alma mía.

¡Pupilas de la hermosa que me sirve
los vasos, en silencio y distraída,
que sufrir ya no puedo, a vuestra dueña
      decidla compasivas!

    Es el hombre un aprendiz
y su maestro el dolor;
y no sabe lo que es vida 15
quien penas no padeció.








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