ORLANDO GONZÁLEZ ESTEVA
Nació en Palma Soriano, Cuba, en 1952. Reside en Estados Unidos desde 1965. Sus poemas, que al decir del escritor Octavio Paz hacen “estallar en pleno vuelo a todas las metáforas”, aparecen publicados en Mañas de la poesía, El pájaro tras la flecha, Escrito para borrar, Fosa común, La noche y los suyos y Casa de todos. Es también autor de los siguientes ensayos de imaginación: Elogio del garabato, Cuerpos en bandeja, Mi vida con los delfines y Amigo enigma. González Esteva ha ofrecido lecturas de versos, charlas y talleres en Estados Unidos, España, Japón, Francia, México y Brasil, y ha desarrollado una intensa labor cultural en los medios literarios, artísticos y radiofónicos de Miami.
Poesía:
Entre sus libros de versos figuran: El ángel perplejo (1975), El mundo se dilata(1979), Mañas de la poesía (1981), El pájaro tras la flecha (1988), Escrito para borrar (1996 / 1998), Fosa común (1996), La noche (2003), Casa de todos (2005), La noche y los suyos (2005).
Fondo de Cultura Económica ha publicado una antología de sus textos: ¿Qué edad cumple la luz esta mañana? (México, 2008).
Las voces de los muertos (Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2016).
Prosa:
Es también autor de los siguientes ensayos de imaginación: Elogio del garabato (1994), Cuerpos en bandeja (1998), Mi vida con los delfines (1998) y Amigo enigma: los dibujos de Juan Soriano (2000). Ha publicado dos antologías: Tallar en nubes (1999), apuntes de José Martí, y Concierto en La Habana (2000), textos de autores cubanos, españoles y norteamericanos dedicados a la capital cubana. En 2003 se publicó Hoja de viaje, sus versiones de haikú del poeta japonés Kobayashi Issa. Escribe para la radio y para el periódico El Nuevo Herald.
Los ojos de Adán (Pre-Textos, Valencia, 2012).
El arca de José Martí (Vaso Roto Ediciones, 2014).
De Mañas de la poesía, 1981
XXVI
El corazón se me plisa
como el humo del cigarro
cuando te tomo del jarro
que mi madre trae de misa.
Luego todo haber precisa
en vano que te recuerde,
se vuelve gris lo más verde,
no tengo pies ni zapatos
y estoy solo con los gatos
mirando el sol que se pierde.
XXVII
La misma descontrolada
actitud de tu plumero
me tiene loco el tintero
y sumida la mirada.
Estoy como si de nada
me peleara con la gente,
como espárrago imprudente
sobre mantel decoroso,
como si tuviera un pozo
aquí, detrás de la frente.
XXVIII
Pongo el sol a mis espaldas
y mi mirada en las sienes
de la noche donde vienes
convertida en esmeraldas.
Acurrucado en las faldas
de los montes me consiento
levantar el pensamiento
y verte reverberar
como si hasta el paladar
de Dios te llevara el viento.
XXIX
Por los altos corredores
de tu carne han descendido
todas las pajas del nido,
todo el olor de las flores.
Puños de cielos mayores
caen encima de mi mesa,
me hacen trizas la cabeza
minúsculos pararrayos,
pero aunque canten los gallos
sólo el silencio regresa.
De El pájaro tras la flecha, 1988
Las miradas ocultas en la rosa
Las miradas ocultas en la rosa
se dirigen al hombre que, abismado,
allá dentro, en el fondo, ha musitado:
sólo la oscuridad es luminosa.
Allá dentro donde la mariposa
es apenas un sueño, donde el prado
es un cáliz minúsculo y cerrado,
donde mana una fuente misteriosa.
Cómo pudo llegar al mismo centro
de la flor no lo sé, porque me encuentro
encerrado también. Alrededor
de mí crece la múltiple corola
de la luz, esa ciega también sola
encerrada en su propio resplandor.
Los cuartos vacíos
¿Qué tarde desconocida
se posará en los postigos
de mi casa y llenará
de luz los cuartos vacíos?
Ya mi madre se desplaza
de la vejez al olvido
y recupera los ojos
que iluminaron los míos.
Ya mi hermano se despeña
en su vientre, ya he perdido
la memoria, ya no soy
y mi padre es casi un niño.
Ya las paredes se marchan
y el pueblo se ha convertido
en un bosque, ya la isla
es un sueño, ya los indios
la abandonan, vuela el mar
y el tiempo se ha reducido
a las sombras, ya ni Dios
imagina el paraíso.
¿Qué tarde desconocida
se posará en los postigos
de mi casa y llenará
de luz los cuartos vacíos?
Canción de cuna
Niño dormido,
el recuerdo es un árbol
desconocido.
Crece después,
pero tiene raíces en la niñez.
Mira la luna,
alza el brazo y deténla
sobre tu cuna,
que en ese espejo
sólo la transparencia
ve su reflejo.
Al otro lado
de la luna se encuentra,
niño, el pasado.
Allí tendrá
cielo el árbol que un día
nos cubrirá.
Duerme, pequeño,
a la sombra del árbol
que hay en tu sueño.
Sólo a los pies
de ese árbol el mundo
es como es.
De Fosa común, 1996
Que este poema se extienda
como un enorme hormiguero
no es señal de mal agüero;
sí, de aventura tremenda.
Una letra es una hormiga
o, mejor dicho, la sombra
de una hormiga que en la alfombra
de la nada nos desmiga.
Escribir es hormiguear
sobre el cuerpo firme y terso
que va desnudando el verso
y comienza a respirar.
El compositor que extiende
las manos sobre el teclado
palpa el torso, casi alado,
de un ser que apenas entiende.
La barbilla del pincel
que empuña Goya se enreda
en el sexo, pura seda,
que la maja enrosca en él.
La mejilla del cincel
con el que Fidias escarba
la piedra, empuña su barba,
busca, en la piedra, otra piel.
Escondido en la entrepierna
de la página rebosa
un hormiguero la rosa
breve de la vida eterna.
Una página no es más
que un cielo cuya ranura
-abierta por la escritura-
deja ver lo que hay detrás.
Un cielo tan delicado
como el hilo del pañuelo
que cubre el rostro del hielo
y que nadie ha retirado.
Un cielo para doblar
y hacer una exhortación
(ave, insecto, embarcación:
origami) a trasmigrar.
Un cielo para tender
-a flor de significado—
el cuerpo inmóvil,
varado, del poema: Gulliver.
El poema se incorpora
y me extiende, manuscrito,
su cadáver exquisito.
Luego, para mí ya es hora.
Contra el cielo, ya celaje,
de las páginas que escribo,
veo devorarme vivo
las hormigas del lenguaje.
De Escrito para borrar, 1996
Todo lo que brilla ve
(Homenaje a Gastón Bachelard)
A Ida Vítale y Enrique Fierro
Todo lo que brilla ve,
si no en torno, algo lejano.
Ve el relente. Ve el verano.
Ve la luna. Ve la fe.
Ve el relámpago que guiña
y el sol que se deshidrata.
Ve la cuchara de plata
y el corazón de la piña.
La ventana que el vecino
ilumina a medianoche
ve, y la pintura del coche
fúnebre que abre el camino.
Tras las pompas de jabón
velan las hadas madrinas,
y el faro, cíclope en ruinas,
ve en la sombra a Poseidón.
La pupila del quinqué
mece, por niña, una llama.
Ven la burbuja y la escama.
El ojo de vidrio ve.
Las plumas del colibrí
ven tanto que el ave,
presa de la incertidumbre, cesa
de volar lejos de sí.
Y La isla del tesoro
dispuesta en cualquier estante
no sólo ve: lee el semblante
del lector. Ve el diente de oro.
Ven la bola de billar
y el hielo. Ve la pantalla
del televisor que estalla
en mil colores. Ve el mar.
Y ven la Estrella del Alba
y la gota de rocío.
Ve el sudor, pétalo frío;
ve la perla, ve la calva.
Las monedas que extraviamos,
el espejo que rompimos,
los sueños que no dormimos
ven, saben por dónde vamos.
Que la taza de café
reverbere en mi velorio:
no es un párpado ilusorio.
Todo lo que brilla ve.
Haikus
De La noche (gunsaku), 2003
La noche pesa
lo que un punto en la vida
de algunas letras.
La noche es tal,
que ha cerrado los ojos
para ver más.
Noche, sé breve,
que la Muerte está lejos
y aún me quiere.
No escribo, junto
fragmentos de la noche:
señales de humo.
Anochecía.
El silencio era un frasco
de tinta china.
¡Ni un astro más,
que esta noche se muere
de claridad!
Pluma sin pájaro
cae la noche, se abisma
entre mis párpados.
La noche suma
demasiadas ausencias.
Es, toda, Cuba.
La superficie
de la noche me tienta.
Gruño ¿quién vive?
La noche es tanta
que si no amaneciera
¿cómo encontrarla?
Hay tanta luz
que no veo la noche.
Luna: jaikú.
Cerrar los ojos,
impedir que la noche
lo sea todo.
Haikus
De Casa de todos, 2005
A Antonio José Ponte
Aun en Cuba,
si los pájaros cantan
añoro Cuba.
A Ramón Alejandro
Soñar despierto:
hasta que la familia
me de por muerto.
A Juan Malpartida
Es inocente,
aunque caiga una vez
y otra, la nieve.
A José Miguel Ullán y Manuel Ferro
Amante a solas.
al encender la luz
halla su sombra.
A Aurelio Asiain
Rocío, gota
-no de agua- de luna
que se desborda.
Invento a Dios:
un silencio que habla
y otro que no.
Su libro más reciente es
Las voces de los muertos
(Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2016).
Las voces de los muertos
(Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2016).
Mi padre lee
lo que el humo que exhala
escribe de él.
Y de repente todos fuimos viejos
Y de repente todos fuimos viejos.
El futuro fue cosa del pasado
y el presente, un señor desaliñado
con la mirada fija, siempre lejos.
Y de repente todos los espejos
—incluido el sinuoso bronceado
de las jóvenes— fueron demasiado
crueles para apañar nuestros reflejos.
Quien no era una sombra de sí mismo
era un destartalado mecanismo
que a duras penas rezongaba a ratos.
El que no se enfermaba se moría,
y el que resucitaba cualquier día
lo celebraba haciendo garabatos.
La casa de mi infancia no está fuera
La casa de mi infancia no está fuera
sino dentro de mí, sobrentendida:
tiene el tamaño justo de mi vida
y tendrá el de mi suerte cuando muera.
La casa de mi infancia es la manera
en que escribo: no tiene otra salida
ni otra entrada. El tiempo que la cuida,
trasciende, aun en otoño, a primavera.
No tiene más puntal que mi persona
ausente y, como ella, juguetona,
mas triste en lo profundo. Los regresos
que alguna vez soñamos son despojos.
No tengo más ventanas que sus ojos.
No tiene más familia que mis huesos.
La flor del esqueleto
Para no ocasionar gastos mayores
prescindimos de exequias y de flores.
Para no molestar a nadie luego
—ni al gusano—le dimos gusto al fuego.
Ni siquiera una urna: unas cajitas
de cartón y unas cuantas piedrecitas.
A los huesos más duros de pelar
se les tritura y se les echa al mar.
Se les puede guardar en un arcón
hasta que nadie sepa de quién son.
O se les deposita en un jardín:
en el principio siempre estuvo el fin.
La cuestión no es morir sino esperar
que la muerte no se haga de rogar.
A los muertos que aún estamos vivos
nos conviene ser algo deportivos,
y no existe deporte más completo
que escribir en la flor del esqueleto.
Escribir tonterías, ya se sabe:
ni vivir ni morir son cosa grave.
Y escribir, mucho menos. A no ser
que el que escriba se muera de placer.
Es decir, que se mate. La escritura
también tiene su encanto: jettatura.
El suicida es un ente superior,
sobre todo si usa ordenador
y se mata escribiendo. Nada más.
Este muerto se va a vivir en paz.
Uno se cansa de morirse tanto
Uno se cansa de morirse tanto,
de morirse una vez y otra, a las buenas
y a las malas. O de morirse apenas.
Y hasta de no morir: qué desencanto.
Uno se cansa de que todo cuanto
una vez le animó se abra las venas;
y de reconocerse, a duras penas,
de tan vivo y tan muerto casi santo.
Uno se cansa de morirse encima
y debajo de sí. Uno da grima
si no se va cuando debiera irse.
Uno se queda y no se queda nada,
y aunque muerda el anzuelo sin carnada,
uno también se cansa de morirse.
Las voces de los muertos,
un libro sobre la desaparición del exilio histórico cubano
Por Redacción CaféFuerte
Las voces de los muertos, una elegía dedicada por el poeta Orlando González Esteva a los cubanos que salieron al exilio siendo jóvenes y han envejecido, enfermado, muerto y aún mueren soñando con un destino mejor para su patria, será presentado este sábado en el Koubek Center de Miami.
En el poemario de 56 páginas, publicado por la editorial española La Isla de Siltolá, González Esteva rastrea en la decrepitud, la soledad, la extrañeza creciente, la pérdida de la memoria, los asilos, los hospitales y la desesperanza final que aflora entre los miles de compatriotas suyos que han terminado sus días en el exilio sin retornar a Cuba.
Una crónica personal de la desaparición del exilio histórico cubano, según palabras de su propio autor.
El cementerio que un día
“El cementerio que un día/ fue parte de la ciudad/ hoy la abarca, es la ciudad,/ y abarca también el día/ que esperaste y todavía/ esperas”, manifiesta el poema que abre el libro en referencia al Cementerio Woodlawn Park, ubicado en la Calle Ocho de la Pequeña Habana y donde yacen los restos de prominentes personalidades cubanas.
González Esteva afirma que su libro es fruto de “una experiencia colectiva del exilio”.
“El hombre rehúsa morir y lejos de salvarse muere más. La vida que se agencia luego de sobreponerse a reiterados percances de salud y ser testigo de la acelerada desaparición de los suyos acaba revelándosele un deceso por entregas, y la entrega final, el clímax de un vértigo”, escribió el poeta.
González Esteva reside en Miami desde 1965.
“He sido testigo de la aparición de varias ediciones de Miami, ninguna exacta a la anterior”, declaró hace unos meses el poeta en una entrevista. “Y en lo que a la comunidad cubana se refiere, he visto a la ciudad degradarse, incapaz de permanecer a salvo de la degradación que ha sufrido y sufre la propia Cuba”.
El ocaso de las sombras
La poesía de González Esteva fue elogiada por el célebre ensayista y poeta mexicano Octavio Paz, quien fuera cercano amigo del cubano. “Usted ha convertido la crueldad de nuestro destino en una pirueta heroica y así ha hecho vida de la muerte”, escribió Paz del poemario Fosa común (1996).
“La poesía bien pensada y bien escrita sigue siendo el género en que el duelo se expresa sin los riesgos de la demagogia. Sobre todo, si se trata del duelo de un exilio, es decir, de una pérdida que se superpone a otra”, escribió en su blog el historiador y crítico Rafael Rojas. “La muerte de los exiliados es la desaparición de los ausentes, la borradura de los borrados, el ocaso de las sombras. El exiliado muerto, más que un fantasma o un espectro, es un vivo que habita un cementerio sin fin”.
González Esteva (Palma Soriano, Oriente, 1952) ha publicado, entre otros libros, Mañas de la poesía, Elogio del garabato, Escrito para borrar, Fosa común, Cuerpos en bandeja, La noche y los suyos, Los ojos de Adán y Animal que escribe: el arca de José Martí.
En 2008, el Fondo de Cultura Económica de México publicó ¿Qué edad cumple la luz esta mañana?, una amplia selección de su obra en verso y en prosa.
PRESENTACION DEL POEMARIO LAS VOCES DE LOS MUERTOS
un libro sobre la desaparición del exilio histórico cubano
Por Redacción CaféFuerte
Las voces de los muertos, una elegía dedicada por el poeta Orlando González Esteva a los cubanos que salieron al exilio siendo jóvenes y han envejecido, enfermado, muerto y aún mueren soñando con un destino mejor para su patria, será presentado este sábado en el Koubek Center de Miami.
En el poemario de 56 páginas, publicado por la editorial española La Isla de Siltolá, González Esteva rastrea en la decrepitud, la soledad, la extrañeza creciente, la pérdida de la memoria, los asilos, los hospitales y la desesperanza final que aflora entre los miles de compatriotas suyos que han terminado sus días en el exilio sin retornar a Cuba.
Una crónica personal de la desaparición del exilio histórico cubano, según palabras de su propio autor.
El cementerio que un día
“El cementerio que un día/ fue parte de la ciudad/ hoy la abarca, es la ciudad,/ y abarca también el día/ que esperaste y todavía/ esperas”, manifiesta el poema que abre el libro en referencia al Cementerio Woodlawn Park, ubicado en la Calle Ocho de la Pequeña Habana y donde yacen los restos de prominentes personalidades cubanas.
González Esteva afirma que su libro es fruto de “una experiencia colectiva del exilio”.
“El hombre rehúsa morir y lejos de salvarse muere más. La vida que se agencia luego de sobreponerse a reiterados percances de salud y ser testigo de la acelerada desaparición de los suyos acaba revelándosele un deceso por entregas, y la entrega final, el clímax de un vértigo”, escribió el poeta.
González Esteva reside en Miami desde 1965.
“He sido testigo de la aparición de varias ediciones de Miami, ninguna exacta a la anterior”, declaró hace unos meses el poeta en una entrevista. “Y en lo que a la comunidad cubana se refiere, he visto a la ciudad degradarse, incapaz de permanecer a salvo de la degradación que ha sufrido y sufre la propia Cuba”.
El ocaso de las sombras
La poesía de González Esteva fue elogiada por el célebre ensayista y poeta mexicano Octavio Paz, quien fuera cercano amigo del cubano. “Usted ha convertido la crueldad de nuestro destino en una pirueta heroica y así ha hecho vida de la muerte”, escribió Paz del poemario Fosa común (1996).
“La poesía bien pensada y bien escrita sigue siendo el género en que el duelo se expresa sin los riesgos de la demagogia. Sobre todo, si se trata del duelo de un exilio, es decir, de una pérdida que se superpone a otra”, escribió en su blog el historiador y crítico Rafael Rojas. “La muerte de los exiliados es la desaparición de los ausentes, la borradura de los borrados, el ocaso de las sombras. El exiliado muerto, más que un fantasma o un espectro, es un vivo que habita un cementerio sin fin”.
González Esteva (Palma Soriano, Oriente, 1952) ha publicado, entre otros libros, Mañas de la poesía, Elogio del garabato, Escrito para borrar, Fosa común, Cuerpos en bandeja, La noche y los suyos, Los ojos de Adán y Animal que escribe: el arca de José Martí.
En 2008, el Fondo de Cultura Económica de México publicó ¿Qué edad cumple la luz esta mañana?, una amplia selección de su obra en verso y en prosa.
PRESENTACION DEL POEMARIO LAS VOCES DE LOS MUERTOS
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