martes, 25 de octubre de 2016

EUGENIA SIMIONATO [19.369]


EUGENIA SIMIONATO

María Eugenia Simionato nació en 1987 en Mendoza, Argentina. Se licenció de psicóloga en la Universidad del Aconcagua.

Soy psicóloga y escribo poesía. Publiqué mi primer libro La noche crece como un río solitario en el año 2015. Participé en el año 2014 de una lectura que organizó APOA (Asociación de poetas argentinos) en Buenos Aires. También fui invitada para leer en el canal Acequia de Mendoza. Me han publicado poemas en revistas digitales (El Sigma: Revista de psicoanálisis; Op.cit poesía, “Reportaje Haiku”, Revista El Desaguadero creado por los poetas mendocinos Fernando G. Toledo y Hernán Schillagi) y en papel (Un hilo rojo: revista mendocina de psicoanálisis y Revista Qu literatura); y en distintos blogs, como el de la poeta Valeria Cervero: Mordiscos, de la poeta Irene Gruss: El mundo incompleto, y participé de la entrevista: 1 poeta 10 preguntas creada por el poeta y editor Pablo Gabo Moreno. 




UN HOMBRE DESCONOCIDO ME ACARICIA

Un hombre desconocido me acaricia.
Sus manos hipnotizan. No consigo huir.
Huelo a flores recién cortadas
de un jardín que nunca tuve.
Canto una melodía que ignoro.
Ni siquiera el suelo que ahora piso
es el suelo que alguna vez pisé.
Tanta suavidad me lastima.
¿Cuánto tarda en separarse un cuerpo
de otro cuerpo?
¿Cuántos temblores hacen falta
para expulsar la ternura de unas manos
que se han ido?
Mis piernas desobedecen.
No camino. Doy saltos prematuros
como si la permanencia en la tierra
me quemara.




EL POLVO ACUMULADO ENTRE TUS COSAS

Guardo tus poemas
como si acaso pudiera liberarme
del polvo acumulado entre tus cosas.
¿Qué hago ahora con estos
restos que tiemblan como insectos
aplastados en la intensidad de lo breve?.
Los libros que acariciaste
pronuncian tu nombre,
gimen como mujeres que te amaron
y que la distancia
vuelve aún más feroces.




ESCARBO EN LOS OJOS DE MI MADRE

Recuerdo aquella foto
en la que estoy en brazos de mi madre
con una flor en la mano.
Algo resplandece en el cielo.
Aunque no lo sabemos
tenemos las dos el mismo gesto.
Pienso que mi madre 
tuvo que alzar su infancia
para enseñarme que es posible
encontrar la belleza
en el liviano movimiento de una hoja.
Todavía escarbo en los ojos de mi madre,
como si pudiera, a través de ellos, 
volver a aquel jardín
y contemplar de nuevo
el breve parpadeo de la dicha.




SOBRE MI NOMBRE 

No entiendo el lenguaje de mi cuerpo.
He cabalgado años sobre mi nombre 
y ahora soy un jinete ciego
recostado en un jardín envejecido.
Se escucha un chirrido, como un coro de ramas
movidas por el viento.
Mi nombre es demasiado veloz
para mi cuerpo innombrable.




LA NOCHE CRECE COMO UN RÍO SOLITARIO

Voy a acomodarme
en el exacto espacio que separa
tu palabra de la mía.
La noche crece como un río solitario
y me pregunto:
¿Quién podría asegurar si no es tu ojo o el mío
el pez valiente saltando
al otro lado del insomnio?




ESCRIBIR

No lo vas a saber nunca, dijo, 
y se fue. 
La plaza absorbía mi silencio.
Yo escribía
Para mirar 
lo que a los ojos se resiste
para acercarme a la parte oculta de la flor.
Aprender
cuándo se detiene
cuándo se adelanta.
Dejar partir
Lo que nunca ha venido
Dejar que regrese
lo que siempre estuvo. 





EN ESTE MUNDO

Los días caen sobre mis piernas
como la ceniza que salta agujereando
la tela del vestido
y no alcanzan las manos para detener el pequeño incendio,
basta un mínimo error
para que el mundo se deshaga en una chispa
Ya no importa el peso,
la densidad con que una mano entra en un cuerpo y lo transforma
Veo las caras de los transeúntes
apenas conmovidas por el primer gesto
¿Cuántos han dormido y soñado
sin que una pregunta interrumpa el fragmento oscuro 
que se escribe entre las horas?
Debo tener en mis ojos
el sonido de esta lluvia que baja en la noche,
y yo no sé si existe alguien capaz de oír
el golpe de mis ojos cuando caen.




TENÍAS MI EDAD CUANDO NACÍ

Todavía recuerdo las palabras que me trajeron al mundo:
"Casi no te movías. Te gustaba esa oscuridad. Nunca te acomodaste del todo al ruido".
Casi no hablaba. Nunca sentí del todo mi voz. 
Tenía un hueso sobresalido en cada hombro
y no podía dejar de tocarlos, 
contemplar esas formas de la muerte 
era un juego, tocar la dureza.
Me dabas un regalo
como el gato que te regala un ratón o un pájaro orgulloso. 
Envuelta en tu pelo, 
las ondas de tu pelo y el perfume, siempre tu perfume
el maquillaje intacto, 
el sonido de los tacos, tu extraña presencia
llegando, sin ningún paisaje, sin nada del mundo
para contar.
Tenía sed, y me pasabas un espejo.
Era otro el vidrio, otro el continente,
pero daba lo mismo. Algo calmabas.
mi voz indefinida
hija de tu oscura y delicada carne.





Aún

Aún escucho los pasos de mi madre
regresando.
El clamor del taco inconfundible.
El perfume,
como una espada de aire en el estómago.
Recuerdo la sangre de las hojas
arrancadas,
el miedo girando como una luz
en la tierra del insomnio.
Lo que va y viene,
el aroma
impregnando el hueso
de lo que ya no existe.





No hundiré mi júbilo en el agua endurecida de la muerte
Hay un tiempo en que el rosal existe
desasido de su nombre.
Pero más tarde
la contemplación del nombre lo reemplaza.
Aunque me obliguen
no hundiré mi júbilo en el agua endurecida de la muerte,
ni remendaré este tallo
que todavía se retuerce
ante el féretro entreabierto de mi ojo.




Árbol

En el temblor de la raíz sobrevive
la verdad de una hoja
y en la última rama comienza
la ausencia del árbol.
Pero del árbol
sólo puedo sentir el hueco
por donde asoma la luz.




Silencio

Recuerdo las gotas
cayendo como nubes.
Mirábamos el silencio
y lo arrojábamos al río
como se arroja
lo que no desaparece.
Los ojos y los peces,
acurrucados en la luz
eran un sólo temblor
en el agua.




Caminar

Pisar un pozo
un declive imprevisible.
Mezclar el pie con el hueco.
No saber si es el pozo o el pie
lo que nos hunde.



El perfume imaginario de la lluvia

Una pregunta, como una gota
cae y se desliza
en el centro indescifrable de tu mano:
¿No es éste el modo en que un milagro
reverdece?
No hay señales ni signos
y si los hay
es porque tu olfato se adelanta
y dibuja en el aire
el perfume imaginario de la lluvia.



Una paz insostenible

Hemos caminado y hemos visto el movimiento del lago
en la quietud de las piedras,
y en las antiguas cenizas que cubrían la tierra
en medio del bosque,
sentimos el olor de los senderos oscuros.
No sé si lo recordarás, pero esa tarde te miré,
mientras el sol estallaba en nuestras manos,
como si deseara la aparición de un animal feroz.
Todavía me pregunto entre la inmensa sombra del alerce
y el polvo que dejan los caminos en el aire:
¿Quién no ha deseado un aullido,
algo que erice la piel del agua,
un viento desordenando la claridad del paisaje?
Porque en el fondo sabemos, que detrás de toda calma,
hay una paz insostenible.



Ni siquiera la muerte

Nunca antes como ahora
la noche fue tan larga.
Cierro los ojos
y el dormir se abre hasta llegar a la ventana de mi cuarto.
Estás parado junto a mí,
vemos el río que jamás hicimos
la orilla se levanta y como una sirena
entra en tu boca;
pero no hay silencio,
el mar se entrega ya muerto a tu lenguaje
ni una cicatriz, ni un signo rojo
que diga que hay vida
en el planeta de tu lengua.
Ni siquiera la muerte debe ser así de inconmovible
como para no sacudirse ante un temblor inesperado,
hasta la misma muerte viene y rompe los cristales del tiempo,
o las rocas en sus pasos quietos
se dejan tocar por las aves.
Sólo dios podrá vivir en la no existencia
y aun así permanecer
como si todas las cosas del mundo
lo esperaran
en un perfecto silencio.




Usamos diferentes máscaras para llegar a lo desnudo

¿Existe un río, en algún lugar del mundo,
al que sea posible llegar
sin haber cruzado antes
un camino de tierra?
Usamos diferentes máscaras
para llegar a lo desnudo
sin embargo,
hay acercamientos vacíos:
una palabra fracasa
y lo dice todo,
como si el deseo no fuera, acaso,
un pez que salta en lo oscuro
cuando todos duermen.



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