domingo, 30 de octubre de 2016

CONCHA DE MARCO [19.423]


Concha de Marco 

(Soria, 1916 - Madrid, 1989): espíritu rebelde.

Al cumplirse el centenario del nacimiento de Concha de Marco como destacada figura de la poesía, el ensayo, el arte, el compromiso político y la independencia de juicio, José María Martínez Laseca rescata su pensamiento en un libro que intenta hacer justicia con su trayectoria vital y su firme apuesta por la igualdad entre hombres y mujeres.

Por JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ LASECA

Este año se celebra el centenario del nacimiento de Concepción Gutiérrez de Marco, literariamente conocida por Concha de Marco: narradora, traductora y ensayista, pero, ante todo, poeta. De la quinta del dramaturgo Antonio Buero Vallejo y el narrador y premio Nobel, Camilo José Cela. Nació el 23 de mayo de 1916 en la misma casa de la plaza de Herradores de Soria que habitaron antes, en 1860, los hermanos Bécquer y en la que después, en 1919, lo hizo quien en 1937 se convertiría en su compañero, el conocido escritor –historiador y crítico de arte– Juan Antonio Gaya Nuño (Tardelcuende, Soria, 1913-Madrid, 1976). Su familia materna es soriana, mientras que la paterna es de Valladolid.

Concha de Marco vivió en la ciudad de Soria su primera infancia y con solo 5 años se trasladó a Figueras (Gerona) en cuyo instituto, entre chicos, inició el bachillerato, que concluiría en Madrid, licenciándose en Ciencias Naturales en su Universidad Central. El 2 de enero de 1935 marca la fecha de su decisivo encuentro con J. A. Gaya Nuño. Ambos se decantan a favor de la República y tras perder la guerra incivil del 36, corrieron la desgraciada suerte de los vencidos: depuración y marginación social.

Concha impartirá clases particulares y en un colegio de Castuera (Badajoz) para poder alimentar a su familia y auxiliar a su marido preso. Con él compartió su destierro en Bilbao, su primer trabajo en Madrid y su estancia en Barcelona al frente de las Galerías Layetanas, hasta fijar su asentamiento definitivo en la capital de España. En la calle Ibiza, 23 estaba su piso-ermita de refugio, donde vivieron juntos y se amaron y desde donde, como embajadores del arte español, partían a recorrer medio mundo, hasta que murió Juan Antonio, el 6 de julio de 1976. Ella estuvo siempre en su quehacer. Ya viuda, se preocupó de que con su legado bibliográfico y pictórico se constituyera el Centro Cultural Gaya Nuño de Caja Soria, hoy Banco Ceiss de Unicaja.

Concha de Marco tenía personalidad propia. Agudeza de juicio y una indudable calidad literaria que es preciso recalcar. Es una gran poeta un tanto olvidada. Su producción de poemarios publicados alcanza el número de siete: Hora 0,5 (1966); Diario de la mañana (1967); Acta de Identificación (1969); Congreso en Maldoror (1970); Tarot (1972); Las Hilanderas (1973) y Una noche de invierno (1974). Son libros caracterizados por una bien meditada estructura. Y se advierte en ellos una clara evolución y experimentación en su afán poético. Quedan, además, poemarios inéditos. Como Cantos del compañero muerto, a modo de collage en el que entra todo: la lírica, la épica, la política…

Su poesía es limpia, transparente, de palabras precisas, aunque en ella se advierta un hondo palpitar doloroso y metafísico. Una poetisa –así la llamó ella, despectivamente– dijo que su poesía era científica y no le gustó nada. Su lírica es personal y distinta, pues su inspiración sorbe, además de en los clásicos españoles a los que reconoce y no niega, en otras fuentes de poetas extranjeros. De ahí su toque de originalidad. La poesía significa para ella un compromiso absoluto con las condiciones de vida humana en todas sus manifestaciones.

Como narradora escribió algunos cuentos en revistas y unas memorias inéditas, como traductora trasvasó al español interesantes monografías de arte y como ensayista publicó La mujer española en el romanticismo (1969). Es también coautora de una Guía de Soria (1970).

Trabajadora incansable, gustaba de la música clásica y era compañera de la noche y sus fantasmas. Respecto al arte, se confesaba autodidacta: “Por lo visto soy autodidacta. ¿Qué pasa? Sin despreciar lo extranjero siempre estudié por libre. Soy huérfana, mi Preceptor ha sido, y es, la Vida; mi Profesor, yo misma, y mi Maestro, lo Sobrenatural.”

Concha de Marco murió en Madrid el 19 de octubre de 1989. Siempre reivindicó la igualdad entre hombres y mujeres, advirtiendo que éstas han quedado excluidas de la historia de la literatura ya que “no tienen generación”. Tal ocurrió con “las sin sombrero”. El espíritu de rebeldía, su afán de independencia, la altura de sus principios, la honestidad de su comportamiento y la valentía que demostró al enfrentar su destino son las virtudes que de ella debemos conservar, toda vez que forman la veta más noble y hermosa de la fuerte personalidad de Concha de Marco.

________________________
*José María Martínez Laseca es autor del libro “Concha de Marco en carne y verso (Soria, 1916-Madrid, 1989)”, editado por el Ayuntamiento de Soria.  





Antología de poemas de Concha de Marco III
De Tarot, 1972.

VI

LOS AMANTES


1

Hoy estoy tan alegre
como si el mar fuera mi propio cuerpo.
Pongo la mano sobre el pecho y le escucho cantar
en continuadas olas de armonía.
Esta mañana, a las siete,
vibraba silenciosa la luna allá en lo alto,
y mi amigo, dormido,
soñaba en los pinares de su niñez.

Y por qué tienes esos ojos
y esa estatura y ese pelo
y esas manos y esa sonrisa
y ese ser como eres,
que viviendo a tu lado
cuando por la calle te encuentro
me parece un milagro.

A veces te sigo, vas pensativo,
juntas las manos sobre la espalda.
Si hace viento, despeina tu pelo blanco,
si llueve, te vas mojando
como si la lluvia no fuera contigo.
Y siempre ecuánime, sereno,
con esa dignidad de tu persona
y tanta humanidad que te desborda.

Eres el árbol
a cuyo tronco se abraza esta yedra
con más firmeza cuanto pasan años.
Ternura de tus horas para conmigo.
¿Qué hice yo para merecer tanto?



                       

LA FUERZA


2

Por qué lloras,
por qué,
hombrecito delgado,
en la ancha mañana solitaria de agosto,
con las tiendas cerradas.

Te has puesto una boinilla en tu anciana cabeza,
y un gran pañuelo sin planchar y blanco
te llevas a los ojos dulcemente.
Y me asombro de la mansa serenidad de tus lágrimas,
pequeñas como tu cuerpo y tu aflicción callada.
Te abruman los cansancios, el del ocio,
el del gran sabanazo tormentoso
de este cielo sin nubes definidas, como tus penas.
Te abruman los minutos que aún se arrastran
hasta que llegue la hora de comer
y subir a tu casa en donde te darán
un arroz sin sustancia y un poco de pescado.
Te abruma la inactividad,
el paso de tus horas con las manos vacías.

Por qué lloras, hombrecito delgado y solitario,
ese llanto sin fuerza en un pañuelo blanco,
mientras paso cargada de compras,
sin poder detenerme
ni atreverme
a decirte tan solo:
«¿Puedo remediar algo de tu tristeza?»





EL DIABLO


1

No lleva antifaz,
ni viste de rojo,
ni se acerca amigable preparando la trampa
En un amplio despacho,
sentado ante su mesa
de espaldas a la luz
recibe a quien presenta instancia.
Las palabras,
los silencios,
el ademán nervioso de una mano,
todo se registra.
Corto es el diálogo,
pues el peticionario
acepta las condiciones requeridas
y firma.
Dicen que con sangre.
Espíritu del mal, activo y eficiente,
protege al depravado,
concediéndole honores y riqueza,
salud, felicidad y larga vida.

La deuda ha de pagarse
en una problemática existencia,
pues el infierno,
según las investigaciones más recientes,
se ha convertido en tema medieval.





EL DIABLO


2

No se acerca espontáneo.
En un amplio despacho,
sentado ante su mesa,
de espaldas a la luz,
recibe a quien desesperado
ha presentado instancia.
Las palabras,
los silencios, el llanto,
la visión de esos niños hambrientos
de enormes ojos y vientres dilatados,
el resto un pulpo de resecos huesos
y cabeza que apenas puede ser sostenida por el cuello
nunca son grabados,
tampoco la peste,
ni el soldado crucificado en la alambrada,
ni el ensartado por las bayonetas
ante el regocijo de los vencedores,
ni las entrañas destrozadas por los buitres.
Protege al depravado,
concédele salud, felicidad, riqueza,
honores, larga vida.
Y el infeliz de limpio corazón castiga.
No podéis invocarle, no os escucha.
Y somete al espíritu indefenso
que teme su venganza.

Contéstame, ante ti estoy,
separada por la solemne mesa de símbolos.
¿Qué hiciste con aquella a quien yo más quería?
Sobrevive con su resignación y en la esperanza
de una vida mejor.
Pero el cielo,
según las investigaciones más recientes
se ha reducido a un tema medieval.





De Una noche de invierno, 1974.

SON LAS SEIS Y CUARTO.

EL día
es un papel en blanco
donde se imprimen
enrevesados signos
con tinta indeleble.

Todas las mañanas
miro la complicada estructura
que dejé
sin terminar ayer,
releo lo inteligible,
tacho lo inútil
y añado
lo que por no entender
no escribí.

Y con una luminaria en la mano
indagando
entre la complicada jungla
del idioma,
vestida
de tigre en acecho,
evito la trampa urdida en la maleza
con una red de soga
hilada
por brujas ancestrales
y robo la fruta madura
que ayer
era verde y amarga,
la muerdo,
dulcísima
y me embriago,
mientras sobre el papel
la mano de hoy
traza enmarañados signos
con tinta indeleble.



SON LAS SEIS Y MEDIA.

DENTRO de cincuenta años,
quién pasará por esta calle,
quién vivirá en esta casa,
qué viento arrastrará
la tierra de mi vida y a qué sitio,
qué niño de dos años
que hoy se mancha de barro en el Retiro
se sentirá ya viejo y muy cansado,
cómo serán sus hijos
y si sabrán jugar al aire libre,
en qué lugar
continuará plantado el último castaño,
y ese mercado donde compro
tendrá razón de existir,
y si hablará la gente
y cómo irá vestida,
si me recordará Juanito el panadero,
con setenta años a cuestas,
se cocerá el pan dorado cada día,
existirá esta casa,
este patio encalado,
quién leerá estos libros,
estos libros.



SON LAS SIETE MENOS CUARTO.

EN aquel tiempo
había atardeceres de música y palomas,
cielos que se alejaban
en nubes rosa.
En aquel tiempo
jugaban niños en los jardines
y no contaban relojes.

El aire se paraba en cada esquina
cual un perro amistoso,
siempre cediendo el paso.
Se iban las luces encendiendo a grados
y lentamente,
pensativos,
volvíamos de noche a nuestros libros,
a la conversación de los amigos,
y hablábamos del porvenir
y del pasado.

En aquel tiempo
había luna,
una gran luna clara
que entraba como un río
por las calles,
Iluminaba sueños,
y nuestra vida estaba
esperando el mañana.



SON LAS OCHO MENOS CUARTO.

MI alma
no es un paisaje exquisito
con músicas al modo menor
ni amor vencedor,
ni vida oportuna,
oh Verlaine,
es un muro cerrado,
es una vieja puerta
con grises velos
de telarañas
que alguien
nutre de clavos por de fuera.

Cómo duelen
al traspasar hiriendo
la madera.

Mi alma es una lápida olvidada
donde persisten
sólo algunas letras;
las fechas se borraron,
pues los recuerdos
gratos o dolorosos
nada significan
consumados se han
formando un solo cuerpo,
la puerta,
la puerta cerrada.

Y este cielo gris,
este sombrío atardecer
todos los días,
todos los días.



SON LAS OCHO.

LO mejor sería no tener alma,
ser como un vegetal
que se moviera.

Sí, lo mejor sería.

El mundo es demasiado grande
para abarcarlo todo
y resolver uno por uno
sus problemas.
Y todos se ahogan en el pozo
del alma.

Los más son propios,
otros ajenos,
a veces cósmicos, universales,
otros pequeños,
pero sin solución.

Sí, lo mejor sería
no tener alma.

Para no sentirse obligada
a resolver
esas incógnitas del sentimiento.
Porque quién la convence
de que hay que vivir tranquila
pase lo que pase a otros
y que sólo importan
verdaderamente
los problemas propios.



SON LAS OCHO y CUARTO.

HUELLAS de presencias
guarda
el aire oscuro de la habitación.

No entréis.
En el espejo quedó
la sombra
de un hecho trágico,
y enfoca al suelo
sobre la polvorienta alfombra
donde cayó
igual a una campana fundida,
una campana quemada.

Cada rincón,
el lecho,
guarda el secreto
de intimidades dramáticas,
el grito sofocado,
la caricia.

La afrenta está sentada
en un sillón a contraluz.

No entréis.
Cada minuto,
cada milímetro
de este universo es un enigma
antiguo.



SON LAS OCHO Y MEDIA

COMO suena el teléfono,
cuando nadie lo escucha,
cómo suena.

Desde el primer timbrazo
ya se sabe qué ausencia,
qué innúmera presencia de frustrados
deseos y señales.
Qué indiferente tono del espacio vacío,
cosas adormecidas,
sillones con la huella
que había dejado un cuerpo.

Se asustan los futuros,
los pasados,
el presente
huye de esquina a esquina
tapándose los tímpanos,
moviendo las cortinas y llenando
de vaho angustioso
los cristales.

Su eco repiten espantados espejos,
indiferentes lámparas oscuras.

Cómo suena,
agranda su repique como loca campana,
y en un acorde alto
se calla,
defraudado,
impotente,
y un destino se queda,
hilo roto,
flotando sin objeto en el aire.



SON LAS NUEVE

¿LLEGÓ?
Más bien apareció vacío
en la luz de la puerta
como una sombra ausente,
como un ayer intruso
que tallaba cuchillos en el rostro.

¿Volvió?
Tal vez fuera su doble
elaborado en sueños:
Un uniforme hueco,
sudor, correaje flojo y un bulto
en la mano, acaso en el hombro.

¿Regresó?
Sólo regresa el que una vez
partió hacia dónde,
la guerra o el exilio,
y vuelve intacto con su alma a cuestas
a recobrar el tiempo perdido.

No preguntes ya más.
Así el soldado
dejó el bulto a la entrada,
abrazó a sus extraños,
se sentó ante la mesa
y se quedó mirando al frente,
ya de por vida
con sus ojos sin mundo,
al frente, siempre al frente.



SON LAS DIEZ MENOS CUARTO

LO mejor de mí
fue todo lo que no llegó a ser.

Lo mejor de mí
fue lo que no he vivido
o no tuve valor de revelar,
sí la desdicha de ocultar
por no saber
que aquello era lo mejor de mí.

Extraña confusión la de la vida,
cuantos más años pasan
más profunda.

¡La experiencia!
Decían los mayores
cuando yo niña.
Pobres gentes que hablaban
sin saber qué decían.
La experiencia no existe,
pues los hechos no son
nunca los mismos.

Y ahora,
que tengo el porvenir ya puesto,
vuelvo la vista atrás
y me asombro
de que el intenso bloque de la vida
haya pasado
y sólo sepa que lo mejor de mí
fue todo lo que no fue.



SON LAS ONCE MENOS CUARTO

HOY he ordenado los armarios
de la casa.

Cambié de lugar el aderezo
de la bisabuela,
volví a doblar la colcha
de la abuela,
y conmovida acaricié
la sábana bordada por mi madre.

Después de alinear
amorosamente
camisas
de mi marido,
tan simétricamente dobladas
y blancas,
y de haber puesto mis guantes
en otra caja,
no encontré
por ninguna parte,
por  ninguna  parte,
a pesar de haberlo revuelto todo,
de haberlo desordenado
y vuelto a ordenarlo todo,
todo,
no encontré
—¿quién me los habrá robado?—
ni los pañuelos de mis hijos,
ni los vestidos de mis hijas,
ni los juguetes de mis nietos.



SON LAS ONCE

LA hija que no tengo
y la madre que no tuve
se entienden
mejor que conmigo.

En esta misma habitación,
sus dos cabezas casi juntas
bajo la luz de la lámpara,
la una rubia,
la otra blanca,
conversan en voz baja.

No puedo adivinar lo que se dicen,
sin duda hablan de mí,
la extraña.

Qué pueden ellas reprocharme.
Que no soy fácil de entender,
que me impacienta su conversación,
que fuera de ellas vivo,
inasequible y rara.

Mi hermana se acerca,
quiere aportar su opinión
y sólo sabe llorar su desgracia.

Nada me pueden reprochar
si entre las tres me conformaron
como ahora soy:
la extraña.



SON LAS ONCE Y CUARTO

Y eso de marcharse sin saber,
después
de haber intentado
descifrar tantos símbolos,
acumular datos
y estudiar
relaciones y consecuencias,
de irse por la misma puerta
de la carne acabada
dejando el lujoso equipaje
que se nos dio al nacer
gastado.
Pero faltaban tantas cosas.

Se nos dieron relojes
para medir el tiempo,
pero éste se contaba sin máquinas,
por dichas e infortunios.
Se nos dieron palabras
que sólo servían para encubrir
la extrema confusión
en que se realiza
cada existencia.
Se nos dio noche y día,
luz y sombra,
sueño y vigilia,
la facultad de amar,
de callar
y de odiar
o de permanecer indiferente,
la belleza,
el horror.

Y esto de marcharse,
solo,
sin saber...



SON LAS ONCE Y MEDIA

LOS autobuses del aeropuerto
estacionan al pie de mi casa
en el patio interior
de la manzana.
Ahora los veo desde arriba,
pues están desmontando el tejado,
grises y blancos,
uno junto a otro,
abrigándose,
mientras las heladas
caen sobre el techo.
Y las ventanillas
por donde los viajeros miran
—cuántos miles y miles de viajeros—
el paisaje que van dejando
Muchos melancólicos adioses
se habrán quedado ahí.

Yo siento también
una pequeña nostalgia
del viaje que no he hecho a Vancouver,
porque no hay duda de que alguien
que viajó en uno de esos autobuses
llegó después a Vancouver
entre los bosques,
abetos, pinos, hayas, abedules,
y mucho frío,
caminos en la nieve
entre las casas de madera
habitadas por personajes de mi niñez,
de esos que corren aventuras
en las novelas
de James Oliver Curwood.

Hoy siento gran nostalgia,
como si aún no hubiera regresado

del viaje que no he hecho a Vancouver.
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De Acta de identificación, 1969.

AMANECER

Por las calles de Soria canta la lluvia
y arranca del asfalto fugitivos espejos.
Hiela sobre los sueños.
Cristalizan las sombras de la mañana.
Un carro, lento, pasa. El hombre
—gorrilla y tapabocas, traje negro de pana—
conduce tristemente, caminando sin prisa.
Rápida y laboriosa suena una campana.
Huelen humos lejanos en el monte.
Algún pájaro pía, mañanero.
Abro el balcón; amanece de nuevo.
El día pasado se va alejando por cualquier camino,
arrastrando los pies.
Y allá abajo, encajado en sí mismo, el hondo Duero,
espeso en limo, con sus juncos secos,
ajeno a la llamada del mundo
que el viento ondea por la orilla,
extrae de la tierra la última sustancia del verano.
refleja el esqueleto de los chopos y se pierde
desnudo y solo por su cauce áspero.



CENTINELA

Qué miedo por la noche,
sobre la tensa tabla del río.
Los pájaros callados, aúlla un perro lejano
—la rana cra-cra,
el grillo cri-cri—
y el viento en su caja guardado.
Qué miedo por la noche.
Los fantasmas espían en sus nidos.
Los ojos de las hojas se han cerrado de sueño
—la rana cra-cra,
el grillo cri-cri—
y el frío ocupando los huecos.
Qué miedo por la noche.
El agua espesa como el mercurio.
Ahogados navegando a ras del fondo
—la rana cra-cra,
el grillo cri-cri—
a romper a los pies de San Saturio.



LA HUERTA

Esta es la huerta de la orilla del Duero,
en el Golmayo, entronque de ambos ríos,
esparcida de verde en primavera,
anegada en las lluvias del invierno,
con un furioso perro atado a un árbol viejo
y una casa de tejas destrozadas
donde anidan jilgueros y palomas.
En el muro del sur, y protegido
por el calor del sol al mediodía,
se apoya un gran montón de ramas secas.
En el frente, residuos de las cosas más extrañas:
Una cazuela rota, ruedas de ya perdida geometría,
un zapato de niño, acartonado, pero, junto a la puerta,
pulida y reluciente, la guadaña.

IV

Nunca he llamado a puertas,
nada voy pidiendo.
Si algo me dan,
con gratitud y fidelidad lo pago.
Nunca mendigué amor,
nadie me revolcó en cualquier esquina,
no sé lo que es un lecho amancebado
ni mendigué amistad ni beneficio.
Voy caminando siempre entre murallas
como los asesinos o los locos,
apátrida de todos los países,
extranjera en la tierra en que nací,
sólo me queda mi raíz antigua.

Mi abuelo paterno, Manuel, pastor,
nació en Baltanás,
a los veinte años aprendió a leer.
Los ojos de los lobos
refulgían de noche cuando niño,
acechando al rebaño en el aprisco.
Su mujer. Juana Santamaría,
de saya negra, de cara enjuta,
la más digna que conocí en mi vida.
Hablaba poco. Me enseñó a hacer calceta
con dos horquillas y una lana verde.

Mi abuelo paterno, Elías, alto y gallardo,
el salinero de Medinaceli.
La otra abuela Concha se llamaba,
tuvo doce hijos, salón con consola,
sillas tapizadas de púrpura y raso.

Mi padre, Mariano, de junto al Esgueva,
logró salir de la tierra,
darnos carrera a tres hijos
en una casa como un campamento,
morir solo, pobre, lleno de amargura.
Y mi madre, Concha, nació en Soria,
me dio a luz a los veintitrés años

y murió llorando dos años después.



    
De Acta de identificación, 1969.

SE ESTA EXPERIMENTANDO UN CORAZÓN ARTIFICIAL

Cómo vas a llorar en ese día
que la angustia comprima tus arterias
y émbolos insensibles funcionen sin saberlo.

Cómo vas a gozar cuando el sentido
abarque en alto, luminoso instante,
la significación del universo,

juntas   las   penas   y  las   alegrías,
si tu existir está servido
por mecanismo de metal y vidrio.

Vas a poder dormir con ese ruido
o pararás el corazón al sueño
remuriendo tu muerte cada día.
            
Podrás sobrellevar la aterradora idea
de tu sangre estancada por la noche,
fermentando en las venas sin vigor,
los capilares del cerebro ciegos,
los sueños de cadáver flotando en tu conciencia,
el rezumar secreto de los órganos.

¿Por quién serás resucitado con el sol
al mover la clavija del autómata,

lázaro cotidiano, por qué Dios?



LOS MATEMÁTICOS DEL MUNDO PROTESTAN POR LA GUERRA EN EL VIETNAM

Que las cuentas no salen, señores del Imperio.
En Indochina se rebelan hasta los cardinales.
Rebasan el  papel, reúnen sus guerrillas en la selva
Vestidos con minúsculas prendas. Uno cuenta por mil
y mil por uno en igual voluntad de permanencia.

Os podéis sumergir hasta el delirio
en la profunda sima de los quanta,
elevar hasta límites contrarios
a distancias de mil kiloparsecs,
ahogaros sin aliento entre unidades angstrom,
plasmar en fórmulas el angular momento,
en fórmulas fijar el tiempo-espacio,
y manejar el Rayo de Creación del universo.
Las cuentas ya no salen, se alargan integrales,
enredan su incremento, prosperan con furor,
borran los mapas, su potencia numérica
aquilata la culpa.

            Volando en el espacio,
pesados logaritmos de la fuerza,
a los números simples, inocentes,
reducís a la última sustancia.

Pero el mundo está lleno de potenciales cifras,
exactas magnitudes que no fallan; amañadas las vuestras,
homicidas, sabéis bien que no cuadran.



LIBROS NUEVOS

Hay que estar callado, no hables tanto,
deja de afirmar tu existir con las palabras,
son igual a ese humo que se aleja.
Haz algo, crea.
Algo que fortalezca a los demás
y cuando tú te vayas permanezca.
Verdaderas palabras, el mensaje
que puedan entender generaciones nuevas,
y les ayude a sobrellevar
el peso de la escoria que gravita sobre ellas.




PETICIONES DE MANO

Venía de misa, bajo su paraguas,
Como era en principio.
Entraba en una tienda de los portales,
El pan nuestro de cada día dánosle hoy.
Su pelo gris y sus dientes sucios,
un libro en la mano, de canto dorado,
El Señor es contigo.
Triste sonrisa colgada de los años que se fueron,
pingües de dejaciones y paciencia.
Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo.
Amores quemó muchos, imposibles y ocultos,
ninguno cierto, ninguna mano atenazó la suya con apremio.
No nos dejes caer en la tentación.

Patética sonríe, pronunciando
palabras sin valor, preguntas
que no esperan respuesta,
con monjil vocecilla de falsete,
asustada, tras su inútil sonrisa,
de los ojos ansiosos que devoran su semblante marchito,
y un caudal angustiado, incontenible,
de la sustancia anónima del alma penetra removiendo
las aguas pantanosas, el charco consumido
de la rutina triste de sus días.
Ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.




CRIMEN PASIONAL

Te quiero tanto, tanto, que sueño con matarte,
y derramo sangre para nacerte luego,
mi ávido  corazón  amparando  tu  cuerpo  corrompido
en desvanes de rojo terciopelo.

Después entras en casa, levantas a los pájaros
y yo salgo, admirada de tenerte de nuevo,
a rodear con mis brazos tu presencia huidiza
y besar la mejilla que se escapa a mis dedos.

Y tengo que matarte para que estés conmigo,
amante y alejado, extraño y conocido,
seguro de tus actos, consciente de tu fuerza
dilapidas sustancias que no te pertenecen.

Yo, en  cambio,  he  de  sufrir para  que  el  mundo siga,
para que tenga objeto el sol que se levanta,
para que se desenvuelva la rueda de  los  días,
y otros, fuertes, distantes, seguros, la conduzcan.



LA MÚSICA

Qué día fue aquel, cuándo y en qué tiempo,
no hay bastantes lágrimas para llorarlo.
Cada nota arranca un sollozo a mi cuerpo
en la tarde de marzo.
Cuándo fue  y en qué siglo y en qué año,
quién cogía mi mano en despedida,
quién lloraba mi ausencia,
dónde está aquel pañuelo agitado en el aire,
qué niebla se enredaba entre los árboles,
cuál sería el perfume de aquella habitación
entre cortinas, de qué color.

Quién era, a dónde partía
y dónde estaba yo, con qué carne y qué alma.
Únicamente sé:
Las lágrimas que vierto eran las mismas lágrimas.



EL TEATRO

Es una eternidad para un momento.

La espera de horas largas
devana lenta y sola su madeja,
sobre la imagen próxima entreteje
fastuosos atributos de riqueza.

Las naranjas maduran y se incendian
en los azules muros de la tarde,
un piano avanza lento sobre una partitura,
bandas de golondrinas se vienen y se alejan.

Oigo su voz que llega, una puerta se abre,
Rápidos unos pasos se acercan a la mía,
verde vara de olivo cae sobre mi mesa,
y aquellos ojos, de lo profundo a mi raíz, me miran.

Nunca lo imaginado,  las  palabras
son tan distintas de las aprendidas.
Sólo noches, tinieblas y desiertos,
la ciega superficie de unas aguas sombrías.



EL CINE

Mujeres viejas, tristes,
en cines de barrio casi vacíos,
aposentadas en filas primeras,
a menudo suspiran
rezumando aguadas lágrimas de tedio
por sus  pieles  resecas,  sus  ajadas  ropas,
y se emocionan con la historia que pasa
en el cinemascope de caramelos de menta:
La millonaria rubia titilante de oro
y el esquivo galán tan atrayente.
En sus rostros, donde cincela el tiempo
el sello inconfundible del vacío mental,
a veces se perciben ráfagas de conocimiento,
locas de miedo a vivir demasiado,
o a morir mañana,
a la enfermedad de solemne aparato,
al catarro que acecha en la ventana abierta,
a la herida en el dedo,
al alimento en malas condiciones,
miedo de vivir la propia vida, y un deseo:
El anhelo brutal de arrebatar algo de las ajenas.



¿ESTÁ USTED SATISFECHO DE SU EMPLEO?

Alguien pasa, manos en los bolsillos,
los hombros encogidos en actitud de frío,
silba entre dientes quién sabe qué canción.
Sendero en el desmonte zigzaguea,
las piedras atirantan jirones de la niebla,
dos se persiguen rijando de placer
a la pálida luz de un horizonte
de tanques de petróleo, chimeneas y alambres.
La tierra se despierta, entre basuras,
un perro cojo y tuerto busca su ración.

Diciendo buenos días el guarda de la fábrica,
enciendo el eco días en ondas graves,
arrastradas en el aire mustio,
y chocan blandamente contra muros,
contra el cristal de las ventanas.
Las luces encendidas en los hangares
iluminan las máquinas vigías.
Su ruido mece el sueño del bloque de viviendas protegidas,
pardos cajones de ladrillo
con suficientes ventanas para respirar.

Graznan una tras otra las sirenas;
el pálido horizonte no se mueve.
Ahora empieza a chascar la gran trituradora,
la rueda del trabajo se pone en movimiento.
Hombres cansados, mujeres riñendo.
Cunde la niebla sucia, entreabre la mañana
sus gastadas cortinas de color gris azul.
Vuela un papel pudriendo sus mentiras.
Monótono rumor escapa de las fábricas
al devanar las vidas maquinales, los sueños incumplidos
y el porvenir seguro de los débiles.



EXTRANJEROS APÁTRIDAS

Vamos soltando amarras, compañero,
un día tras otro
abandonados cabos surcan la corriente
y caen al fondo.

Vamos  soltando  amarras,  deshaciendo  lazos
con sangre atados,
trenzas de juventud y de esperanza
ya sin arraigo.

Vamos soltando amarras, las más duras
se desgarran con furia
para que se hundan como peso muerto
en el agua turbia.

Vamos soltando amarras, compañero,
sólo nos queda una:
la hebra de amor y llanto que entrelaza
mi existencia y la tuya.



MURIÓ A LOS VEINTICINCO AÑOS

Niña, madre,
reflejo de mi imagen,
perdida la mirada más allá
del vago aroma de unas flores secas
hacia un lejano paisaje interior.

Madre, niña,
miro mis rasgos envejecidos
en la tersura de tus mejillas,
en el pliegue inocente de tu boca.
Tu pelo se me ha puesto blanco,
mira cuántas canas.
De aquel entonces sólo queda una trenza
de cándido color castaño claro,
envuelta en quebradizo papel de seda.

Niña, madre,
la blusa que llevabas,
absolutamente antiestética,
aún rodaba hecha trizas
por los baúles de la casa vieja,
con ballenitas sosteniendo el cuello
y un canesú muy feo sobre el hombro.

Madre, niña,
dónde estarán las flores polvorientas
que sostenías en mi mano,
dónde el telón de fondo
mentidor de palacios y jardines,
jarrones en que se desbordaban rosas blancas,
y esa mano,
esa mano permanente,
el pensamiento ingenuo,
el seno que me acogió después.

Madre, niña,
tiemblo hasta las raíces de mi vida
si intento penetrar en el misterio
de este cristal espejo que protege una sombra.
Ahí quedaste,
doblada la cabeza melancólicamente
escuchando un futuro que fluye y se prolonga
más allá del desierto de tu carne,
a través de este cuerpo en que te estoy viviendo.



APRENDA A DIBUJAR

Yo voy trazando imágenes de tiza
que el viento borra,
sobre suelos distintos, sobre papeles blancos
que la lluvia moja.

Voy trazando mi imagen dondequiera que voy,
a veces hasta creo que es completa,
y me encuentro a la vuelta del camino
la misma imagen incorrecta.

Voy trazando mi imagen en espejos,
afilando mis uñas sobre puertas cerradas,
y cada día vuelvo a grabar con sangre,
confusa e imperfecta, mi silueta gastada.



A Concha de Marco en el centenario de su nacimiento 

María de la Concepción Juliana Gutiérrez de Marco, que firmó sus libros poéticos y ensayos como Concha de Marco, nació en la ciudad de Soria el 23 de mayo de 1916 en la Plaza de Ramón Benito Aceña, en un edificio que era propiedad de la familia Gaya Tovar y en la que se habían alojado los hermanos Bécquer (Gustavo Adolfo y Valeriano) hacia 1860. Para celebrar este centenario de su nacimiento el Ayuntamiento de Soria ha editado -en colaboración con la Asociación de Amigos del IES Machado- el libro “Concha de Marco en carne y verso” escrito por José María Martínez Laseca, obra que se presentó en el IES Antonio Machado el 7 de abril.




Concha de Marco en carne y verso




Poemas de Concha de Marco en graffitis de Soria

En El Collado y confluencia de las Plazas Mariano Granados y Benito Aceña (Herradores) en la calle Marqués de Vadillo, pueden leerse estos versos de nuestra poetisa soriana.



Poemas de Concha de Marco en las calles de Soria

A José María Martínez Laseca e Igancio del Río Chicote debe la “cultura soriana” que los fondos bibliográficos y artísticos de Concha de Marcho y su esposo, el insigne historiador del arte y soriano -de Tardelcuende- Juan Antonio Gaya Nuño, puedan consultarse en el Centro Cultural Gaya Nuño de Soria. Y Martínez Laseca, en su blog  Sobre vivir ha publicado varios posts sobre Concha de Marco (Aireo tu recuerdo) para conmemorar su centenario. El que publicamos a continuación –Concha de Marco (Soria, 1916-Madrid, 1989): espíritu rebelde– se ha publicado en el blog Tamtam press.





Concha de Marco - La mujer española en el romanticismo





CONCHA DE MARCO, ESPÍRITU REBELDE
Por JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ LASECA

Este año se celebra el centenario del nacimiento de Concepción Gutiérrez de Marco, literariamente conocida por Concha de Marco: narradora, traductora y ensayista, pero, ante todo, poeta. De la quinta del dramaturgo Antonio Buero Vallejo y el narrador y premio Nobel, Camilo José Cela. Nació el 23 de mayo de 1916 en la misma casa de la plaza de Herradores de Soria que habitaron antes, en 1860, los hermanos Bécquer y en la que después, en 1919, lo hizo quien en 1937 se convertiría en su compañero, el conocido escritor –historiador y crítico de arte– Juan Antonio Gaya Nuño (Tardelcuende, Soria, 1913-Madrid, 1976). Su familia materna es soriana, mientras que la paterna es de Valladolid.

Concha de Marco vivió en la ciudad de Soria su primera infancia y con solo 5 años se trasladó a Figueras (Gerona) en cuyo instituto, entre chicos, inició el bachillerato, que concluiría en Madrid, licenciándose en Ciencias Naturales en su Universidad Central. El 2 de enero de 1935 marca la fecha de su decisivo encuentro con J. A. Gaya Nuño. Ambos se decantan a favor de la República y tras perder la guerra incivil del 36, corrieron la desgraciada suerte de los vencidos: depuración y marginación social.

Concha impartirá clases particulares y en un colegio de Castuera (Badajoz) para poder alimentar a su familia y auxiliar a su marido preso. Con él compartió su destierro en Bilbao, su primer trabajo en Madrid y su estancia en Barcelona al frente de las Galerías Layetanas, hasta fijar su asentamiento definitivo en la capital de España. En la calle Ibiza, 23 estaba su piso-ermita de refugio, donde vivieron juntos y se amaron y desde donde, como embajadores del arte español, partían a recorrer medio mundo, hasta que murió Juan Antonio, el 6 de julio de 1976. Ella estuvo siempre en su quehacer. Ya viuda, se preocupó de que con su legado bibliográfico y pictórico se constituyera el Centro Cultural Gaya Nuño de Caja Soria, hoy Banco Ceiss de Unicaja.

Concha de Marco tenía personalidad propia. Agudeza de juicio y una indudable calidad literaria que es preciso recalcar. Es una gran poeta un tanto olvidada. Su producción de poemarios publicados alcanza el número de siete: Hora 0,5 (1966); Diario de la mañana (1967); Acta de Identificación (1969); Congreso en Maldoror (1970); Tarot (1972); Las Hilanderas (1973) y Una noche de invierno (1974). Son libros caracterizados por una bien meditada estructura. Y se advierte en ellos una clara evolución y experimentación en su afán poético. Quedan, además, poemarios inéditos. Como Cantos del compañero muerto, a modo de collage en el que entra todo: la lírica, la épica, la política…

Su poesía es limpia, transparente, de palabras precisas, aunque en ella se advierta un hondo palpitar doloroso y metafísico. Una poetisa –así la llamó ella, despectivamente– dijo que su poesía era científica y no le gustó nada. Su lírica es personal y distinta, pues su inspiración sorbe, además de en los clásicos españoles a los que reconoce y no niega, en otras fuentes de poetas extranjeros. De ahí su toque de originalidad. La poesía significa para ella un compromiso absoluto con las condiciones de vida humana en todas sus manifestaciones.

Como narradora escribió algunos cuentos en revistas y unas memorias inéditas, como traductora trasvasó al español interesantes monografías de arte y como ensayista publicó La mujer española en el romanticismo (1969). Es también coautora de una Guía de Soria (1970).

Trabajadora incansable, gustaba de la música clásica y era compañera de la noche y sus fantasmas. Respecto al arte, se confesaba autodidacta: “Por lo visto soy autodidacta. ¿Qué pasa? Sin despreciar lo extranjero siempre estudié por libre. Soy huérfana, mi Preceptor ha sido, y es, la Vida; mi Profesor, yo misma, y mi Maestro, lo Sobrenatural.”

Concha de Marco murió en Madrid el 19 de octubre de 1989. Siempre reivindicó la igualdad entre hombres y mujeres, advirtiendo que éstas han quedado excluidas de la historia de la literatura ya que “no tienen generación”. Tal ocurrió con “las sin sombrero”. El espíritu de rebeldía, su afán de independencia, la altura de sus principios, la honestidad de su comportamiento y la valentía que demostró al enfrentar su destino son las virtudes que de ella debemos conservar, toda vez que forman la veta más noble y hermosa de la fuerte personalidad de Concha de Marco.


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