lunes, 26 de julio de 2010

BEN CLARK [285]


Ben Clark

Ben Clark (Ibiza, 21 de junio de 1984) es un escritor español de origen británico, residente en España.

Ben Clark nació en Ibiza (España). Ha recibido diversos premios literarios entre los que destacan el Premio Hiperión 2006 ex aequo con David Leo García, el VII Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande, el IV Premio de Poesía Joven RNE por un libro escrito con el poeta salmantino Andrés Catalán y el Premio Ciutat de Palma Joan Alcover 2013. En 2012 y en 2013 obtuvo un accésit en los Premios del Tren. Ha sido becario de creación literaria en la Fundación Antonio Gala (2004-2005); en The Hawthornden Castle International Retreat for Writers, (Escocia); y en The Château de Lavigny International Writers’ Residence (Suiza). Entre 2002 y 2012 mantuvo una columna semanal en catalán en el Diario de Ibiza y ha colaborado con entrevistas y artículos para otros medios como La Vanguardia o El País. Ha traducido a los poetas Anne Sexton, Stephen Dunn y Edward Thomas, y al narrador estadounidense George Saunders. Su obra aparece en diversos recuentos y antologías de la poesía reciente.

Publicaciones

Obra Poética

La Fiera (Premio Ciutat de Palma Joan Alcover 2013 y Premio Ojo Crítico de RNE de Poesía 2014; Palma de Mallorca, Sloper, 2014). 70 páginas, ISBN 978-84-942494-0-2.
Los últimos perros de Shackleton (México D.F., Proyecto Literal, 2013). 70 páginas, ISBN 978-607-9088-35-4. Edición revisada en Editorial Sloper, Palma, 2016. 100 páginas, ISBN 978-84-944656-2-8.
Mantener la cadena de frío (escrito en coautoría con Andrés Catalán). IV Premio de Poesía Joven RNE, Valencia, Editorial Pre-Textos, 2012). 86 páginas, ISBN 978-84-15297-81-9.
Basura (Salamanca, Editorial Delirio, 2011). 112 páginas, ISBN 978-84-938607-1-4.
La mezcla confusa (VII Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande; San Sebastián de los Reyes, Universidad Popular José Hierro, 2011). 80 páginas, ISBN 978-84-95710-62-8.
Memoría (Barcelona, Editorial Huacanamo, 2009). 72 páginas, ISBN 978-84-9360-933-7.
Cabotaje (Premio Arte Joven de las Islas Baleares 2005; Salamanca, Editorial Delirio, 2008). 72 páginas, ISBN 978-84-936877-1-7.
Los hijos de los hijos de la ira (XXI Premio Hiperión; Madrid, Ediciones Hiperión, 2006). 64 páginas, ISBN 84-7517-875-8.
Secrets d'una sargantana i altres poemes (Santa Gertrudis de Fruitera, Associació Pares d'Alumnes del C.P. Santa Gertrudis, 2001). 52 páginas, ISBN 978-84-60731-95-5.

Ediciones

Bajo las raíces. 40 años de Sepulcro en Tarquinia (Sevilla, Ediciones de la Isla de Siltolá, 2015). 164 páginas, ISBN 978-84-16210-87-9.
Inclusiones en antologías poéticas[editar]
Nacer en otro tiempo. Antología de la joven poesía española, (Edición de Miguel Floriano y Antonio Rivero Machina; Sevilla, Renacimiento Editorial, 2016). ISBN 978-84-16685-37-0
Re-generación, antología de poesía española (2000-2015), (Selección de José Luis Morante; Granada, Valparaíso Ediciones, 2016). ISBN 978-84-16560-25-7
Barcos sobre el agua natal. Poesía hispanoamericana desde el siglo XXI, (eds.Jocelyn Pantoja y Rafael Saravia; Coedición Ediciones Leteo -España- y Ediciones Literal -México, 2012). ISBN 978-84-616-1070-9
Nocturnos, Antología de los poetas y sus noches, (ed. Antonio Huerta; Jerez de la Frontera, Editorial Origami, 2011). ISBN 978-84-938996-4-6.
Ida y vuelta, Antología poética sobre el viaje, (ed. Begoña Callejón; Granada, Fin de viaje, 2011). ISBN 84-938680-0-0.
VOX 2.0 (ed. Fabio de la Flor; Salamanca, Editorial Delirio, 2009). 76 páginas, ISBN 978-84-936877-5-5.
Antología del Beso, poesía última española, (ed. Julio César Jiménez; Mitad doble editorial, 2009). ISBN 978-84-613-0665-7.

Traducciones

Anne Sexton, Un autorretrato en cartas (traducción de Andrés Catalán, Ben Clark, Ainhoa Rebolledo y David González Iglesias), Orense, Ediciones Linteo, 2015. ISBN 978-84-942551-3-7 Del inglés.
Pastoralia, de George Saunders (Barcelona, Alfabia Ediciones, 2014). 242 páginas, ISBN 978-84-942552-1-2. Del inglés.
Diez de diciembre, de George Saunders (Barcelona, Alfabia Ediciones, 2013). 271 páginas, ISBN 978-84-940928-6-2. Del inglés.
En otro momento, de Stephen Dunn Traducción de Andrés Catalán y Ben Clark. (Salamanca, Editorial Delirio, 2013). 128 páginas, ISBN 978-84-15739-01-2. Del inglés.
Poesía Completa, de Edward Thomas (Orense, Ediciones Linteo, 2012). 424 páginas, ISBN 978-84-96067-81-3. Del inglés.
Tengo una cita con la Muerte. Poetas muertos en la Gran Guerra, de VV. AA. Traducción y ed. de Borja Aguiló Obrador y Ben Clark. (Orense, Ediciones Linteo, 2011). 172 páginas, ISBN 978-84-96067-56-1. Del inglés.
La parte que falta, de Shel Silverstein (Barcelona, Intermón Oxfam, 2010). 108 páginas, ISBN 978-84-8452-682-7. Del inglés.
Poemas de amor, de Anne Sexton (Orense, Ediciones Linteo, 2009). 168 páginas, ISBN 978-84-96067-41-7. Del inglés.


HOMO SPAINS SPAINS

Hasta aquí hemos llegado, sin apenas ayuda.

Sabemos quiénes somos, y ésta es nuestra ventaja.
No vivimos de sueños ni de lo que hemos sido
(a pesar de haber sido más de lo que seremos).

Nuestra es la poesía si así lo convenimos,
y todos los derechos que envuelven los deberes
de aquellos que aceptamos. Sabemos protegernos.

Y si nos interrogan por Alá o por el Sabbath,
por las verjas de Ceuta, por las fosas comunes,
pensarán que evitamos darles una respuesta.

Pero esto no es silencio sino lo que buscaban:
todos nuestros motivos, todo nuestro legado,
un erial temerosos, un orgullo sin letra.


UNA PIEDRA

Esta piedra es pequeña como algunas palabras,
y tiene partes suaves, lisas, como la infancia,
y otras que casi hieren, como algunos silencios.

De esta piedra guardamos casi el mismo recuerdo:
para ti es comparable con la idea de Ausencia;
miras la piedra y piensas que no es nada.

(De ‘Cabotaje’. Ed. Delirio. Salamanca, 2008)


DARWIN SE ACERCA A LADY MACBETH UN SÁBADO NOCHE

Si me he acercado a ti es porque estás buena.
Si dijera otra cosa, mentiría.
Y quiero conocerte, de verdad,
y que tú me conozcas, con el tiempo,
que hagamos nuestros sitios que ahora mismo
no nos importan nada. Quiero echarte
de menos, que me llames y me digas
que me extrañas muchísimo, que falto.
Quiero memorizar tu piel, decirte
que tienes un lunar nuevo en el hombro,
quiero decirte cielo y que te enfades
porque odias ese nombre. Quiero verte
cada día que pueda y discutir
por cosas que ahora mismo dan igual.
Quiero saber que estamos distanciándonos.
Notar cómo los días nos devoran,
irremediablemente.
Quiero que me preguntes qué nos pasa
y no tener palabras que decirte.
Cuando tú ya no estés tan buena y yo
ya no le dé importancia a ese detalle.
Porque yo no seré tampoco joven
y mis preocupaciones serán otras:
pensar cómo es posible que hoy de nuevo
nos estemos mirando como aquella
noche en que me acerqué a ti y te dije
algo — ya no me acuerdo— que quería
conocerte supongo y los dos éramos
lo mismo que ahora somos. ¿Qué me dices?


CONTRA LA LITERATURA

No hay nada más inútil que escribir.
Nada más dependiente que los libros.
Pero Alberto me llama y me pregunta
‘¿Qué te está pareciendo mi novela?’
Y yo le digo bien, salvo este punto
y el momento en que dice esto y aquello
y él escucha y anota y bien parece
que aquí estamos haciendo algo importante.

Quién pudiera vivir fuera de un libro,
juntar en un hatillo las palabras
y haciéndose a la mar decir ‘Adiós;
me voy para morir entre las fauces
de una auténtica bestia, les regalo
la curva de mi espalda, mis bolígrafos,
el impreciso sueño de la gloria,
la implacable derrota de mi olvido’.





LOS HIJOS DE LOS HIJOS DE LA IRA


I

Llovía en las aceras y en las casas.
Llovía en todo el siglo XXI.
Teníamos entonces nueve años
y una idea aturdida del amor.
Llovía en todo el siglo XXI.
Llovía en nuestros ojos y quemaba
mientras nos divertíamos lamiendo
el “nebluno”, el smog de las farolas.
La city era una ciénaga convulsa
donde se hacía muy difícil distinguir
el cielo gris de todas las corbatas.
Cogidos de la mano
nos hacía toser el acre olor
de vidas gangrenadas.
Un poco más cerca de la muerte
llorabas y decías “¡Ben, Ben, Ben,
yo quiero irme a casa!”
Estábamos perdidos. Y aún llovía.
Confundías las calles como a veces
confundimos extraños con amigos.
Como Hansel y Gretel, regresamos
buscando nuestras huellas, algún resto.
Pero nada se imprime en el asfalto.
Y en el suelo no había más
que latas de refrescos
devoradas por la luz.

Ya no habría consuelo en nuestras almas.
Habíamos llegado tarde al mundo.


II

“Hijos de la bonanza” nos llamaban:
los que no conocieron ni la hambruna
ni las agudas larvas de estridencia
chillando en el oído por las bombas.
Y cuando nuestras piernas tan delgadas
caían y sangraban porque el parque
era de un hormigón armado y frío,
se quedaban callados, observando
nuestro llanto con un gesto de sorna.

Debíamos vivir y dar las gracias
por la ocre rozadura en la garganta
que provocaba el aire al refugiarse.
Agradecer las flechas de las nubes
y que un fango lechoso a nuestros pies
‒en un último gesto agonizante‒
le mordiera las botas al progreso.
¿Y cómo agradecerles la alegría?
La risa provocada por los hombres
inocentes del mar
cuando se encaminaban hacia el río
dispuestos a bañarse entre excrementos.

También estaba el tedio
de tener que explicarles a los niños
palabras como pueblo indio, oso
pardo, ballena azul o lince ibérico.
Pero esto eran minucias, sacrificios
en nada comparables al sufrido
por aquellos que ahora nos decían
“hijos de nuestra sangre”, tan severos.

Aunque, a veces, es cierto, no era fácil,
simplemente intentamos ir viviendo.
Haciendo caso omiso al comezón,
al vacío que moraba en nosotros,
hijos de la bonanza;
los hijos de los hijos de la ira,
herederos de todos los despojos.


III

Hubo sobre la Tierra un día negro.
Aquel día los gatos vomitaron
dejando a los ratones en la acera.
Aquel día los niños, embutidos
en oscuras zamarras, destrozaron
las farolas lanzando antologías
de poetas que no hablaban del punzón;
de aquel desasosiego,
de un dolor que afligía hasta la infancia.

No existiría jamás un día igual.
Existía, quizá, ese consuelo.


IV

Hubiera deseado ser más fuerte.
Fracturaba su voz el aire sólido
respondiéndole un eco de hojalata.
Nada más.
Porque ella era un silencio
afilado cortándole la carne.
Una navaja muda.
El brillo del aceite sobre el agua
le pareció un horrible autorretrato,
y todas sus palabras adoquines.
Ella hubiera querido ser más fuerte.
Helaba con sus ruegos los geranios
respondiéndole un eco de su miedo.
Nada más.
Porque él era el silencio
cortándole la carne.
Una navaja muda
reclamándole al mundo sólo un poco
del amor que sentía.


VII

                                        Para Javier Serena

Cada vez más arriba,
cada vez
más deprisa, más alto.
Cada vez
más fuerte y deslumbrante
cegador.

Lejos del suelo, lejos,
cada vez
más distante más frío.

Aspirar a una altura irrespirable
desde donde las cajas de cartón
y sus ignominiosos inquilinos
no sean más que puntos bajo el cielo.

Ésta ha de ser la idea del progreso.


X

Cuando no había luz, y luz había,
los perros removían la basura
buscando en el pasado de los hombres
una hogaza de pan o un hámster muerto,
una infancia en la playa, una foto
familiar en un parque, la palabra
amor y la palabra confianza.
Buscaban ‒fue imposible‒ el saciar
un hambre que acabara con su hastío.
Buscaban encontrar algo que no
sabían muy bien qué podía ser;
quizás tan solo algo que estuviera
verdadera y profundamente libre
de aquel intenso olor a podredumbre.


XIII

Uncidos a la tierra,
pero negando el barro, seducidos
por la luz, como viles girasoles,
tenemos un aspecto algo ridículo
apresurando el paso ante una palma
como una flor abierta que se seca.
¿Qué estamos esperando? No vendrá
nada.
Ya no nos sobrecoge nada. Nada
parece desasir el corazón
esta ferruginosa indiferencia
que nos tiene encantados. Ya, por fin.
Podemos ser felices ya por fin.
¡Apreciemos la imagen y la métrica!
Que estamos vacunados
contra la enfermedad; contra el amor,
contra la compasión y la ternura.

Y no hay por qué temerle ya a la vida.



Basura. Salamanca; Editorial Delirio, 2011.

                                Para Eduardo Lago, por el hurto

Entraron en la casa el veintiuno de marzo
tras forzar los tablones que tapaban la entrada
y tras retirar varias toneladas de objetos.
Medio siglo después un funcionario
entendió la sinergia y le propuso
a la UNESCO fijar aquella fecha
como el día mundial de la poesía.




Hoy doce sicomoros los recuerdan
en un parque discreto.
Homer y Langley Collyer, neoyorquinos.
Hoy parte del lenguaje y de la tierra:
“¡este cuarto parece de los Collyer!”
Fueron ricos, excéntricos y sucios.
Fueron recolectores y obsesivos,
fueron grandes enfermos y famosos.
Pero los sicomoros nada saben
de estos chismes; la tierra donde reposan sólo cuenta
que Langley y Homer Collyer
sobre todas las cosas son hermanos.





Está ciego. Su hermano lo alimenta
a base de naranjas. Por las noches
sale en busca de todos los diarios
y todos los periódicos.
“Cuatrocientas naranjas cada mes,
te curarás muy pronto, Homer.
Y cuando lo hagas tengo una sorpresa:
estoy salvaguardando nuestro tiempo
para que tú lo leas algún día.
Para que tú lo leas y comprendas
lo que ves y ante todo para que no te asuste
tanta velocidad y tanto ruido”.





Ciento tres toneladas de basura
(sin contar veinticinco mil libros diferentes
y los cuerpos de Langley y Homer Collyer).





Túneles de papel por donde Homer,
paralítico y ciego, no puede aventurarse.
Langley sigue saliendo a por la prensa
y a veces a por agua de una fuente.
También cortan la luz pasado un tiempo.
Pero de esto su hermano no se queja
y Langley está tranquilo.





El número dos mil setenta y ocho.
Al final decidieron demolerla.
“Mejor así –dijeron los vecinos–,
este edificio no es más que basura”.




Homero –entre otras cosas– significa rehén.




rastrillos, paraguas, bicicletas, cochecitos de niño, cajas y cofres, una colección de armas, lámparas (de pie, de araña y de pared), juegos de bolos, la capota de un landó; maniquíes, postales de chicas pin-up, bustos de escayola, retratos al óleo, una estufa de queroseno, frascos con vísceras humanas, cientos de metros de sedas, brocados y damascos, alfombras, tapices, cuadros, relojes, una quijada de caballo, instrumentos musicales (banjos, cornetas, acordeones, un clavicordio, dos órganos, cinco violines y catorce pianos, verticales o de cola), partituras en braille, cajas de música, un antiguo aparato de rayos X, instrumental clínico y quirúrgico, trenes y aviones de juguete, el viejo Ford T y la piragua de su padre, Herman Collyer




Al principio es confuso y hace falta
dejar que todo cambie y viaje un poco.
Al principio las cosas pueden ser
basura para algunos pero no para otros
y a medida que el peso conduce a los objetos
del oeste
                        al este
                                        y
                                            del norte
                                i                               al sur
la basura contiene más basura,
y para cuando llega al vertedero
de Govandi en Mumbai,
los niños saben bien que donde juegan
todo lo que hay es puro.




Cuando desalojaron a Edmund Trebus
vivía en un rincón de su cocina
recluido.
Limpiaron el jardín
y llenaron camiones y camiones
con todos los objetos de la casa.
Unos días después Heringey Council
recibió con sorpresa la demanda
de Trebus reclamando
una indemnización
por haberle robado todas sus posesiones.



Lo llaman jugad
y les cuesta entender
que haya gente que tire los objetos
porque ya no funciones. No sorprende
que sea en India donde
aparezca el concepto
(arreglar, inventar, recombinar:
perpetuar, negar la obsolescencia),
basta con recordar que fueron ellos
los primeros del mundo
en descubrir el cero.





También es cierto que si pasa
tiempo suficiente
–siglos o milenios–
la basura no cambiará
pero sí su nombre:
será entonces arqueología.




Para saber a qué se referían
le añadían “basura” a las palabras:
hipotecas, comida, televisión, contratos…
Ya no hubo confusiones pero nadie
quiso indagar por qué fue tan sencillo.




Hay un nuevo enemigo:
lleva ya mucho tiempo pero es nuevo
para el hombre corriente, el hombre de hoy:
se llama “obsolescencia programada”.
El hombre se enfurece,
maldice a las empresas, al sistema,
ve vídeos, participa en foros, lucha
contra tanto consumo innecesario.
Con el tiempo se cansa,
poco a poco se aburre
y cambia de teléfono, suspira
y entiende que la idea ha caducado
como estaba previsto que ocurriera.




El amor del dodo. Salamanca: Asoc. Cultural “El Zurguén”, 2012.



UNA HABITACIÓN CON VISTAS

                      Me da igual lo que se vea afuera.
                                                       E. M. Forster

No salgas al balcón a ver los coches
alejarse y llegar,
no intentes ver en ellos
el ritmo de la bestia que respira.
No vive la ciudad.
Es un acuerdo muerto entre bastardos
(la ciudad no es verdad).

No salgas al balcón, no te equivoques
mirando hacia los muros,
preguntándote quién es el que está
a las afueras. ¿Tú,
mirando hacia los límites del foro?

No salgas al balcón a ver la noche
disiparse en el blanco
–aquí la niebla siempre ha sido amable;
en su centro se crea la ciudad que quisiéramos,
la ciudad de los vivos,
la ciudad que es verdad–.
No salgas al balcón:
no hay nada ya en sus vistas para ti.


EL CUARTO DE FÍCTOR

He dormido en un cuarto de ficción y aullidos.
Dormí sin descansar en aquel cuarto,
envuelto por el humo y por la sangre,
por los intentos rotos,
por las tramas corruptas, por toda la ignominia.

Y dormido entendí que aquel espacio
ofrece sólo sueños a los otros.
Pero el cuarto se extiende más allá de sus límites,
y sé que las ficciones también ensuciarán
otros suelos, paredes, otras sábanas.
Sé que los personajes harán fiestas
cuando intentes dormir.
No podrás reposar en ningún sitio.



ESTA CASA

(con los Accidents Polipoètics)

                                                    Para Jesús Vega

Vivimos en el último edificio
de una ciudad sin mar.
Nuestro balcón da a un parque que nadie ha inaugurado
todavía y que nadie
conoce, porque el parque se confunde
con lo que ya no es parque sino tierra
yerma de las afueras de esta ciudad sin mar.

Pronto nos marcharemos de este sitio.

Y puedo imaginarme en Trinidad
recordando esta casa. Recordando el amor
creado y destruido, intransformable.

En un mundo ideal, en Trinidad,
yo estaría tomando un whiskey sour
con un resucitado Raymond Carver,
hablando de esta casa

contemplando el océano o en silencio

recordando esta casa, ya tan lejos
de aquel tiempo sencillo en la ciudad
que nos tenía fe por ser su fin.

Pronto nos marcharemos de este sitio.



WHY DON’T WE DO IT ON THE FLOOR?

                                              No one will be watching us

¿Y por qué no lo hacemos en el suelo?
En el suelo manchado de gin-tonic,
en el suelo sin bordes y sin límites,
en el suelo de piedra
de nuestra identidad, de esta hora anónima.

Nadie nos estará mirando, juntos
podremos ser dos sillas, dos objetos
que se aman sin remedio sobre el suelo:

sobre una superficie dura y pobre
como nostros solos, suelo fiel,
sobre el suelo que olvida y no nos culpa.

No podremos caer más bajo, no:
a partir de aquí todo será cómodo;
a partir de hoy ya sólo hay que ascender.



BREVE RETRATO DE BATMAN

Lo hemos visto en los bares, desangrándose
en las aceras; roto
en otra boca más, desfigurado
rumbo a la luz de un taxi y coincidimos,
después,
apelmazando el puzzle de la noche,
en que era terrorífico y volaba.



CUATRO CINCO NUEVE CERO

Demasiado tarde. No hay tiempo. No
Capitán Christian Marty,
Air France 4590 Concorde

Tengo constancia por una pulsera
tuya, fosilizada debajo de la cama,
de que en el último instante
del vuelo Air France
cuatro cinco nueve cero
(el Concorde despegando mientras una voz grita
“¡Fuego en la cola. Repito: fuego en la cola!”)
yo pensé en ti en un sitio muy lejano,
apartado del ruido,
en un árbol antiguo, junto al mar,
en medio de la calma pensé en ti.
La gente se moría en un avión
y nosotros allí, como si nada,
más allá
del punto de no retorno.



 EL CAZADOR

Nunca pude resistir la llamada del rastro.
Buffalo Bill

Te he dicho dónde están todas las trampas.
Te mostraré los arbustos donde suelo esconderme,
paciente, inmóvil. Solo.
Conoces bien mi olor sobre la brisa
y siempre piso fuerte en la hojarasca.

Ven entonces, acude a nuestra cita
una vez más, mi amor,
corre de nuevo libre entre los troncos
con cierta burla, hermosa
como todas las cosas vulnerables,

segura, como siempre, de que no habrá disparo.



ROSTROPOVICH

Decía Rostropovich
que uno antes de tocar las Suites de Bach
debía pedir perdón.

Lo que hago es parecido cada vez
que deseo tocarte y tú me dejas:
pido perdón por todos los poemas
que escribí describiendo este momento.



LA ANÉMONA

Negro mar, cementerio de tentáculos,
asco y zozobra –el náufrago es más grande
que el mar–, pero aunque nade, aunque resista
da lo mismo: las pieles se conocen
–no puede arrebatarse su recuerdo–
y la anémona ríe
¿cómo puede seguir uno nadando?
Y la anémona ríe, con sus sexos
de veneno bailando en tus oídos,
en tu boca, sus sexos de cadenas,
los brazos que me arrastran hasta el fondo.



HUELLAS

Los recuerdos adormecidos en nuestro
interior no están esculpidos en piedra.
Primo Levi

Hoy llueve en los lugares que no has visto
jamás,
en los rincones orinados
de las calles que nunca te harán falta,
que no echarás de menos. Y a pesar
de eso parece ser que la ciudad
existe más allá de la conciencia;
hay huellas
visibles en la lluvia,
cuando hoy muere y mañana se convierte
en algo muy posible,
algo casi seguro de no ser
por las incertidumbres innombrables
de siempre.
No estás y no has estado
y llueve
espeso en los lugares que no has visto,
sobre algunas terrazas donde no
dirás que lo dejemos, que este amor
imaginario debe realizarse
que persiga tus huellas para ver
que tan sólo es verdad que está lloviendo.





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