martes, 20 de diciembre de 2011

CLEMENTINA SUÁREZ [5.491]



Clementina Suárez 

(Juticalpa, Honduras, 1906-1991)
Clementina Suárez, nació en 1906 en la localidad de Juticalpa, departamento de Olancho, en la república de Honduras. Casada con el famoso pintor y escultor José Mejía Vides, Clementina Suárez es uno de los nombres fundamentales de la poesía hondureña de vanguardia.

Clementina Suárez, fue una Bohemia apasionada de los cafés. Desde muy niña se habituó a ir donde quería y hacer lo que le pareciera. No le molestaba ser la única mujer que frecuentaba el estanco de "Mamá llaca" en el Barrio La Ronda de Tegucigalpa.
Fue una mujer que adoraba la compañía de los hombres en todas las formas, le encantaba estar rodeada de talentos, energía e ideas. De hecho la educación de Clementina era la gente.

A Clementina Suárez se le llamo la "Mujer Nueva" de Honduras. Vestía pantalones cortos y traje de baño; celebraba su cuerpo no sólo en su vida sino también en su poesía. Fue liberada, independiente y franca. Tegucigalpa se escandalizó y se intrigó por ella. Y aunque ella fue la primera mujer que público un libro en Honduras, la gente se interesaba más por sus amantes que por su poesía.

En diciembre de 1991 la delincuencia se ensañó con esta noble Poeta. El Poeta Roberto Sosa le hizo su última entrevista. Mujer y Poeta. O para ser más cabales con su indivisible condición humana: Mujer Poeta. Clementina Suárez es así: Mujer por la gracia de su sexo, el cual ha sabido enaltecer a niveles muy por encima del consabido muérgano; y Poeta por destinación inclaudicable, la única en su género que ha logrado aquí, hasta hoy, ejercer tal oficio con suficiente propiedad y transcendencia.

Si hubiera una sola palabra para extraer su dilatada trayectoria vital, yo propondría: intensidad hasta la última gota de luz que fuera posible. Por eso, Clementina Suárez le ha profesado al tiempo la más legitima de las lealtades: la autenticidad, lo cual supone a despecho de lo establecido no dejarse avasallar por aquél, no prestar obediencia a sus varios y variados fueros. Ella ha vivido para crecer. Su corazón, arma de fuego, ha traspasado limpiamente los carapazónes de la fijeza, la rendición o el acatamiento. Vivir intensamente es perdurar, mas sólo perdura lo voluble, lo irreductible, lo desmesurado. Suyas podrían ser estas palabras de la inmortal escritora brasileña Clarice Lispector: "No quiero la terrible limitación del que vive tan sólo de aquello capaz de tener sentido".

De igual manera su poesía no ha sido ajena, en ninguno de sus versos, a tan hermoso destino. Vida y obra han crecido trenzadas, coyuntadas por la firme y fecunda pasión de existir, de perdurar. La obra de Clementina Suárez es, por eso, uno de los testimonios más genuinos y ejemplares que se puede encontrar dentro de la tradición literaria de Honduras. Desconocer su nombre, por mucho efusivo de macho cabrío que abunde en un ambiente como el nuestro, sería como privar a nuestras letras y, por qué no decirlo, a un período significativo de la actual formación cultural hondureña, de una voz, de una actitud con caracteres fundacionales. Vida y obra se erigen, por tanto, en hitos precursores de una forma de hacer, de una manera de ser iconoclastas, eclosivas, sin duda necesarias para potenciar todo proceso de transformación material y espiritual, así le definía el Poeta Rigoberto Paredes a esta Poeta Hondureña.

En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”.

La entrevista final

En una entrevista hecha por Roberto Sosa a Clementina sobre la critica literaria en Honduras, comentaba que al no haber una política cultural bien planeada y organizada, todo marcha con grandes deficiencias, Creía que se podía pedir al Gobierno y a los mismos artistas, que fueran un poco más consecuentes en relación a su trabajo ya que ellos mismos son los que tienen que ir dando la pauta para encontrar en ello mismos la crítica de su obra.

Clementina era del pensar que ocasionalmente los suplementos de los diarios, algunos artículos de revistas hacían crítica. Pero que dentro de nuestras condiciones era muy difícil que alguien se dedicará a la crítica porque hay montada una labor de mutuos elogios. Una debilidad es la de ser individualistas; no trabajamos los artistas en comunidad, y esa actitud nos aísla de toda realidad.

El Poeta Sosa le preguntaba en su entrevista a esa connotada escritora a su juicio quienes eran los escritores y poetas hondureños, de las diferentes épocas más relevantes. Haciendo un recuento de lo leído manifestaba, con toda claridad, creo que Alfonso Guillén Zelaya, Ramón Amaya Amador, Medardo Mejía, Froylán Turcios, Juan Ramón Molina, fueron escritores que fomentaron nuestras inquietudes y que tenían los ojos puestos en una nueva patria.

Al referirse a los escritores extranjeros que más han influido en la formación de los escritores hondureños, la Poeta era del pensar que los que lograron despertar conciencia y estar completamente claros en que su obra tenía que tener los ojos puestos en la realidad de su pueblo fueron Pablo Neruda, Cesar Vallejo, Miguel Ángel Asturias, entre otros.

Sobre los escritores que viven de su trabajo Clementina pensaba que ninguno, ya que algunos escritores, comentaba, escriben algunos artículos en los diarios pero pésimamente remunerados, y que jamás sería posible vivir con ello. Con lo que los Escritores y Poetas logran defenderse, es con la docencia en los colegios y universidades,; los demás deambulan de un lado a otro buscando acomodo, en las más difíciles condiciones.

En cuanto al periodo más importante en la historia literaria de Honduras consideraba que todos los días se avanza aunque lentamente y nos concretamos con fuentes ascendentes y renovadoras del mundo entero. Por lo menos ahora el escritor esta teniendo un sentido más universal.

Finalmente le contaba al Poeta Roberto Sosa que creía que el grado de estimación del público a sus Poetas Y escritores era afectivo. Y el escritor o poeta se debía sentir compensado con cariño.

Obras

Su Trabajo Comprende Los siguientes Títulos:

Corazón Sángrate, escritos en 1930,
Los Templos De Fuego, en 1931,
De mis sábados el último, en México, 1931,
Iniciales en 1931 en coautoría con los mexicanos Lamberto Alarcón y Emilio Cisneros Canto y el hondureño Martín Paz
Engranajes, poemitas en prosa y en verso, en San José, Costa Rica, 1935,
Veleros, en La Habana, 1937,
De la desilusión a la esperanza, en 1994,
Creciendo con la hierba, en 1957,
Canto a la encontrada patria y su héroe en 1958, y
El Poeta y su señales, en 1969.


De Eslabón a Eslabón

Ahora
no caminarás solitario
porque yo caminaré contigo.
La lucha nos habrá de tragar juntos
y juntos iremos a la acción.



Estrella, árbol y pájaro

En la estancia de la noche
sola yo, soy una estrella.
Sola yo, soy una estrella
en un ángulo de la luna.

Noche que desgaja lunas
para mí, que soy árbol solo.
Árbol solo, gris y estático
que no va dejando sombra.

En un ángulo del mundo
canto yo, pájaro solo.
Canto yo, pájaro solo.
¡Ah qué antigua es mi canción!

(de Veleros, 1937)


Mirando extasiada al cielo

Sentada a la orilla de la vida
yo soy tres:
mi sueño, la poesía y yo;
pero lo que ahora digo
lo borra mi sangre con su veloz vertiente,
entretanto el reloj
—rompeolas de los días—
inventa una nueva hora,
en la escala gradual del tiempo.
Anterior al péndulo
y al vuelo de las golondrinas,
está mi luna que llora y ríe
en un exacto protectorado de palabras.
Yo no sé cómo cerrar los ojos,
reconquistar las tardes,
las memorias
y los paisajes
en una sola fuente recóndita
que afirme definitivamente
el soplo primigenio;
a nivel de la rosa que no se marchita
en el seno,
o de la nube que se hubiera quedado
prendida en la ventana
mirando extasiada al cielo.



Una Obrera Muerta

Yo no bajaré a la tumba convertida en harapo,
ni un sólo diente de mi boca se ha caído.
Las carnes en mi cuerpo tienen su forma intacta
y ágil en su tallo se yergue la cabeza.

yo iré a la muerte pero con el labio fresco,
con voz firme y clara responderé a la llamada.
Yo sé que están contados los minutos de la vida
y que jamás el destino su sentencia retrasa.

Sobresalto no tengo por entrar a la sombra,
nadie quiero que venga por mi muerte a llorar,
la espuma de mi sangre como aceite se acaba
y para ése instante a todos sólo pido silencio.

No quiero que ya muerta peinen mi cabello
ni que las manos juntas pongan en mi pecho,
quiero que me dejen así como me quede
y así en la tierra abierta me vayan a dejar.

No quiero que me vistan, ni que me ultrajen muerta,
estando con migo los que nunca estuvieron.
Compañeros sinceros, lo que siempre tuve,
sólo esos que se encarguen de irme a enterrar.

Tampoco quiero seña, ni que una cruz me pongan,
no quiero para mí nada que los pobres no tengan.
Pues aún después de muerta, mi puño estará cerrado
y en el viento mi nombre será como bandera.



El Regalo

Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.

Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
- brazo de mar de olas inasibles -

la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.

La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,

el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.

La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.

La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.

El abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.

La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.

La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.

Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.

O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.

La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.

Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.

La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.

La pasión con que desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable

como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.

El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.

Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.

Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,

aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.

La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles

para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.

La entraña donde te sumerges como buscando estrellas enterradas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.

La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;

o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.

El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,

en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado

el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.

El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.

Como si a ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;

O dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.

En que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.

Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.

La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.

La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.

Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.

El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.

El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.

El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.

La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él, duerme, sueño del amor.

Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.

El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.

La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.

El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.

Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.

La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.

El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.

El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.

Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.

La aguja imantada
con su impensable polen y sus rojas brasas.

Mi gris existencia
con su primera mortaja

Mi muerte
con su pequeña eternidad.



Amor salvaje

¡Qué bien estás,
desgarrándome toda!

Amor salvaje.

¡Qué bien estás,
amenazando mi vida!

Amor salvaje.

Qué bien estás,
contenido en lo inexplicable.



Lamentos en el espacio

Afuera ruge el viento.
Tu cabeza está en mis piernas.
la noche se entretiene en ronda de fantasmas.
Aguas desbarrancadas cortan narcisos y nieblas,
para adornar la tumba de tanto pájaro muerto.

Tú peinas y despeinas mi cabello
mientras el mar arrastra sangre y lodo.

La sombra parece que esculpiera cadáveres.
¿Quién llora y se desespera en el aire?
Amor. Tú estás dormido,
–sin darte prisa por salir de la noche–
mientras yo atajo lamentos
de madres y de niños.



Combate

Yo soy un poeta,
un ejército de poetas.
Y hoy quiero escribir un poema,
un poema silbatos
un poema fusiles.
Para pegarlos en las puertas,
en las celdas de las prisiones
en los muros de las escuelas.

Hoy quiero construir y destruir,
levantar en andamios la esperanza.
Despertar al niño,
arcángel de las espadas,
ser relámpago, trueno,
con estatura de héroe
para talar, arrasar,
las podridas raíces de mi pueblo.



CRECIENDO CON LA HIERBA

I

Pudo ser.
pero estaba la espina,
eterna enemiga de la rosa.
Y sola, sin orillas,
la perdida corola de mi sueño.

Y fue.
En aquel pliegue triste
de mi sangre
donde, pálida quedó la sonrisa
que se hizo hielo
sobre su pecho ausente.

Obediente la rosa a su destino,
tuvo que ir mostrando
el candor de su rostro.

Te quemará el amor los huesos.
Niña del Aire!
Paloma del amanecer!
Ya que sólo en la sangre despierta
estará el germen creador defendido.

No caerá por eso
la estrella de tu mano.
Ligaduras humanas no detienen
tu rostro, ya salvado en mil edades.

Esbelta, en tu talle de ángel,
un río es la sangre de tus venas.
Agua que trae y que lleva
la quebrada raíz de la sombra.

Tus dedos nunca sabrán
rescatar el ademán que va perdido.
¿Qué semilla no encontró surco en tu mano,
ni inmaculado nido
en el hueco de tu rodilla?

Ningún camino aparta al cielo de su cielo.
Todo te alza a la altura de tu llaga.
Conmigo. Contigo. Sola.
Atada va la sangre
a raíces que no entiende.


II

Ya ves cómo
mi pecho ilumina
una verdad tremenda.
Los ángeles que pasean por mi sangre
son ángeles rebeldes.

Y me humilla tu rostro atado
y tu corazón cerrado
por un mandato de siervos.

Cuando yo oí me dijeron:
Pequeña: No le niegues al amor tu cara.
Sólo así tu flor tendrá polen
y flotará libre,
goteando muchedumbres,
tu cara creciendo con la hierba.

Distintos son los rumbos de la carne
y sólo el viento salvará
a tu pie, que en la ceniza
quedó extraviado. . .

Criatura de mi amor!
Sólo cuando el fuego
te lleve hasta mi grito,
recuperarás intacta
la espiga que dentro
de tu piel madura.

Fuera necesario morirme y no quererte.
Golpearme la espalda
y atar mi lengua
para no decirte
que están llorando en ti los brotes
y detenidos los arroyos,
porque le niegas al surco
lo que es del surco.


III

Me oyes!
¿Me estás oyendo lo que te digo yo?
La que quisiera detener el canto
y dejar que la muerte decorara
hasta mi desnudo vientre.

Antes de mirarte de tan lejos,
desde donde
hay un planeta que se quiebra
entre mis dedos.

Y no pude decirte más.
Me dolían todas mis marcas.
Y sin saberlo, empecé a despedirme,
a despegarme
de los resabios de mis pies,
por tus mismas palabras.
De repente, algo fue distinto.
Ni tú te llamaste tú
ni yo me llamaba yo.

El barro crecido
nos unía y separaba
en mil anillos
de diferente edad.

Hubiera querido amarrarme a ti
y no preguntarte nada.
Dejar inconclusa
la vid que conmigo crece.
Pero había, entre nosotros dos,
una espada arisca,
que no me lo permitió!

La palabra iba suelta
en el aire,
indestructible
dentro de mi llanto.

Es tan fácil herirme,
que un pequeño ruido
de cristal lo logra.
Basta que tu inmóvil
faz se mueva.
Y no me sientas subir,
estremecerme
con los ojos cerrados.

Reemplazar quisiera esta sangre
por otra sangre que te tocara las raíces,
y te dejara desnudo mi ramo de huesos
limpios
de todo lo que no fuera
una inocente corteza
que acatara tu latido.


IV

Despacio,
que está madurándose
la criatura de espuma
que se queja en mi entraña.

Copo a copo
voy cubriendo
de alta atmósfera
lo que vivirá,
aún detrás de la muerte.

La urgencia de mi paso
es un puro símbolo
-nada es mío-
una flecha me curva
dentro de tu amor.

¿No sientes deshojarse
pétalos dentro de mis sienes?
¿No sientes que mis manos
te adelantan la rosa,
el aroma y el tacto?

Y que mi sueño
es una arteria abierta
que calcina al gusano.
Y que precisas otro nombre
para encontrarte
con la sonrisa
de tu primer niñez.

Era eso lo que me faltaba decirte,
antes que tu amor
la boca me consuma.

Hablarte
de este doble vivir
en la noche y la trasnoche
de una sollozante bruma.

Nunca esperes que te traiga
una espina en la mano.
Para venir y para buscarte,
ya había dejado
todos los abrojos.

Flota en la luz de mi relámpago!
No olvides
que el paso frágil
de un milagro rápido huye.
Y que la vida que te pido,
no es tu vida,
sino que la copiosa,
inagotable.
La inmortal vida.

Buscando
voy dentro de tu fondo
al árbol que te viste
y te abraza y te estrecha.
y tal vez hasta te separa
de tu mejor forma.


V

Cuántas veces
he estado
de ti separada,
dormida
en tu mejor agua.
Intacta detrás de ti,
contigo en la ausencia.

Y mi voz,
la que nunca antes oyera,
te hablaba
de cosas interpuestas
que mis quebrantados ojos
nunca vieron.

Y desde entonces
estuve segura
de que vendría un día
en que viéndome a los ojos
encontraras en mis pupilas
una flor enloquecida.

Quítala del espejo,
me dirías.
Transforma tu tamaño,
te ahoga el rostro
y te pierde en su vigilia.

En tal forma desmesurada,
te verás custodiando
olas en mi frente.

Echa tu raíz atrás!
Ensancha tu mundo!
Percibe la agonía
y la congoja.

Que acaso
con el beso y el beso,
lleguemos a conquistar
nuestro carmen florido.

Palabras encendidas
nos están despertando
No podemos quedar solos,
tardar, estar inmóviles
dentro de esta
porfiada penumbra.

El alba que va suelta
dentro de la carne
nos está gritando,
que nuestra médula
arrastra un fulgor nuevo
para la espiga sometida.

Yo sé que no es mía
la pauta que te voy dando,
ni es mío el luto,
ni la sal ni la ceniza.

Que hay una conexa ternura
en mi dócil tallo,
que busca en ti su equilibrio
para encontrarse.

Sin contorno,
en tu inagotable azul,
alcanzo una resurrección
grácil para la vida.

Tal vez
porque ha podido llegar a descubrir
que los esfenoides del cuerpo
no son lo más importante.

Que hay una esparcida vida
mordida por agudos puñales
que debemos liberar.

Y con esta honrada visión
y esta ganada excelsitud,
quedamos enlazados,
ya no en una interrogación,
ni en una aventura,
ni en ninguna elástica posición.

Sino dueños absolutos
de una verdad
que saltaba del pecho al cielo
y del cielo al pecho,
como un auténtico mundo
libre y sin riberas.


VI

De tu lecho tibio
me incorporo,
cantando.

Con un sentido radiante
del Universo
y del amor.

Nada golpea mi frente
ni mis ojos!
Estoy segura del tamaño
de mis sueños
y los agito con alegría.

Qué ternura la de tu regazo!
Madurar vi en ella
todos mis frutos.

Y en este primer día
qué livianos tus párpados
encima de los ojos.

Para mi propia
ingenua alegría.
Te decía y te volvía a decir:

Cierra los ojos!
qué limpios
los estoy mirando.

Cuelgan gotas de rocío
de tus pestañas.
Estás,
como en el primer despertar,
nuevo en el tiempo.

Estrenas el equilibrio
de un exacto ardor,
que no quita a la rosa
ni su armonía
ni su nostalgia.

Tendría que haberte amado
y escuchado
en todas tus voces.

Como si dentro del cuerpo
hubieras dejado un hijo
y estuviera todavía. . .

Que para quererte
ya estaba despierta,
mi rostro levantado
podría ofrecerte
con sostenida miel.

Y además,
sabía
que vestida de azahar,
de sangre o de arena,
el pudor de mi trébol
no se discute.

Habitar puedo en ti
con inalterable fe.
En el viento o en el agua
saltar como pez.

Juntos ya, sin nieblas,
Todo esto lo comprendo
con más suave cariño,
haciendo más pequeño
mi cuerpo en tu recuerdo.

Pero si no has podido llegar
y el paso de tu estrella
está indeciso.

Para que me oyeras,
tendría que vestirme
de novia nuevamente.

Tendría que iluminar
los rincones
y encontrar los vestidos
donde dejan el musgo
los olvidos.
Ni así. Pezuña de ceniza
apagaría mi frenesí.
Y nunca
llegaríamos al astro.

Tienes que despertar.
Levantar a tu esqueleto
del sueño.

Dejarte desnudo,
voluntario,
distinto.

No puedes esperar
a que te coman
los ojos
las hormigas.

Cómo dormir
en los vacíos lechos,
cuando hay una queja
y un abierto costado
que reclama la sangre.

Naciendo estoy,
visiblemente,
y trepándome van criaturas
ángeles y semillas


VII

Antes,
en nuestro día
era yo sólo una.
sin pensar que el amor
es una cruz
y lastima.

Estar en tu pasado,
recordar tu presencia
y hasta tu imposible presencia.

Andar tus inviernos
empezando siempre.
Someter al tiempo
a que rompa sus cifras,
hasta que logre entregarnos
un mar sin fatigas.

Sólo así,
a orillas de la vida
que busca jubilosa
algo duradero.

Empezaremos.
A ser felices,
a quererlo ser.

Asumiendo el deber
de que sólo
por un camino humano
se puede ser feliz.

Sin lo estéril
de la desigual
solitaria felicidad,


VIII

Amigo, tal vez digas:
tu corazón, para quererme,
no está en su sitio.

Es más ancho,
más puerto,
más alba sin frontera.

Oyendo está la queja
de los hombres
y por sus urgentes ansias
por ser libres.

Hoy saben que los hombres,
si sufren y trabajan
estrujados y agónicos,
es por tener su vida
y por amarla.
Ahora,
de madres
con el surco
clavado de puñales

y
de niñas que tienen
las manos con espinas

Antes,
en nuestra noche,
era un llanto mi voz
y sólo un llanto.

Hoy,
ya tan cerca del alba,
traigo despiertos ríos
de mujeres que gritan
como yo,
con el aire oxidado
por la salvada orilla,
para la azucena,
y el yermo y el amor.

Mis ruegos se dividen
en vida o muerte jubilosa.
Tú puedes apartar mis rosas,
pero no la encendida
corola de mi sueño,
más grande con la ansia
de otros sueños.

Y tú, dime,
¿estás conmigo
en este círculo de mi sangre,
o me sigues buscando
por la huella
de mis pies hundidos?





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