domingo, 7 de noviembre de 2010

1760.- CARLES DUARTE

Fotografía: ©Francesc Guitart.


Carles Duarte (Barcelona, 1959) es poeta y lingüista. Su poesía, en la que están presentes de modo constante el paisaje y las referencias culturales del Mediterráneo, tiene como temas centrales la ternura, el sueño y el olvido. Su obra ha sido traducida a diferentes lenguas y ha merecido los premios Rosa Leveroni, Vila de Martorell y Crítica "Serra d'Or". Es caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa.

Entre sus libros de poesía podemos destacar Tríptic hebreu (Tríptico hebreo), El silenci (El silencio), El centre del temps (El centro del tiempo) y Els immortals (Los inmortales). También ha publicado libros de narrativa.

Duarte ha colaborado con pintores como Antonio Hervás, escultores como Guido Dettoni y Manuel Cusachs, fotógrafos como Francesc Guitart y Kim Castells y cantantes como Dounia Hédreville, Josep Tero, Antonio Placer, Elena Ledda y Franca Masu. Como lingüista ha trabajado con los profesores Joan Coromines y Antoni M. Badia i Margarit y ha publicado libros de lingüística histórica y de lenguajes especializados.

Fue secretario general de la Presidencia de la Generalitat de Catalunya en el último gobierno presidido por Jordi Pujol (1999-2003). Actualmente dirige la Fundación Lluís Carulla, preside los premios literarios Recvll de Blanes y la Comisión de Cultura de la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País; es secretario del Cercle del Museu d'Història de la Ciutat de Barcelona y patrono de la fundación Amics del MNAC.

Es socio de la Associació d'Escriptors en Llengua Catalana.







Buenos Aires

El cielo es una sábana tendida hacia el poniente,
un mineral que se ilumina con el Sol que mengua,
el espejo azul que los océanos recorren,
un fresco pintado en el techo del aire.

El río es el horizonte.

Regreso al sueño,
al viejo bandoneón,
al gesto atrevido del tango,
al deseo,
que estos cuerpos subliman y esculpen
en una sala que recuerdan tantas pieles.

La tarde es un reloj que se detiene.







La Madre de Dios, según Guido Dettoni

Los ojos dibujan un camino
hacia la luz,
más allá del tiempo,
hacia el rostro infinito,
donde Dios se amparó
y donde de nuevo queremos encontrarte.

La madera es un gesto,
el trazo que en ella escriben las venas
y una ola esculpida,
una piel vegetal
donde esparce, la tierra,
el canto del agua
y el latido del color.

La raíz eleva la sombra
y el cielo cálido del día
se para en la materia
para pronunciar tu nombre.

Las formas del viento sin reposo
interpretan la imagen del sueño.

Las manos son una estancia
donde aprendo a invocarte.








Chopos azules

Chopos azules llenan de hojas el aire,
la sombra gris del día acabado recorre unas voces,
la silueta lejana del mar se transforma en una ola imprecisa,
yace la piel sobre un cielo que detiene los colores
y libera las formas de su gesto cotidiano.

Unos ojos cansados ofrecen un sueño
a unas manos que evocan.








La lluvia

La lluvia fina cae al suelo
igual que las pisadas de un gato cauteloso;
el cielo es una piel de nubes;
manos y labios
extienden el deseo
entre los cuerpos,
los sexos fluyen y germinan
cuando el placer alcanza su cenit.

Esta mañana fatigada
reescribe unos versos de Homero,
mientras guardamos nuestra desnudez bajo la ropa
y saboreamos el beso oculto
detrás de nuestros ojos.

Vencidos ya de soledad,
regresamos al tiempo,
que se nos había quedado,
junto al reloj,
sobre la mesilla.






Alguien que no conoces

El ritmo plácido
de un latido lejano
adormece la intensidad de la mirada.

La música te lleva
a ese lugar donde te espera
alguien que no conoces.

La mente te ha dicho
el nombre de los rostros
que ahora olvidas.

Has aprendido los colores
al otro lado del tiempo.

Devuelves a las nubes
silencios que buscabas en ellas.

Te has levantado. Escuchas.







Plegaria

Guardemos la mirada
donde el azul confluye con azul,
busquemos en todo
ese gesto de Dios.

Roguemos por los colores de las horas,
por los árboles y las aves
y el rumor del agua,
porque se unan las manos
y la paz se proclame.

Roguemos por el sueño compartido,
que nos lleva, como una ola,
al origen del tiempo
y adonde el tiempo encuentra el origen.

Roguemos por los ojos,
que cuando se miran tejen un camino
y sienten el presente igual que un horizonte,
ese gozo de vida derramada,
el aliento que Dios nos va entregando.

Roguemos por el vacío doloroso,
por el silencio sin fin que nos enfrenta a la ausencia,
para que el llanto no nos oculte el alba,
cuando todas las memorias resurgen
y regresamos a Dios.









Detrás de los álamos

A Maria Mercè Marçal

I

Ebrios de un tiempo sin prisas,
el deseo decía palabras que rozaban
la desnudez de los sexos.

Murmuraban los labios
la impaciencia que duerme
en nuestros ojos

Perduraba en los cuerpos
una lluvia de luz
que untaba nuestra piel
junto a las viñas.

Arde el azul
detrás de los álamos.


II

Álamos azules llenan el aire de hojas,
la sombra gris del día ya acabado recorre unas voces,
la silueta lejana del mar se transforma en una ola imprecisa,
yace la piel sobre un cielo que detiene los colores
y libera las formas de su gesto cotidiano.

Ojos cansados ofrecen un sueño
a unas manos que recuerdan.








(del Tríptico hebreo)

Hay un tiempo de nacer
y un tiempo de morir
ECLESIASTÉS, 3.2

Tiene nombres el tiempo,

y pieles distintas,
y ojos que se iluminan
y se consumen,
y manos,
sí, unas manos anchas
como las hojas de catalpa,
que te acogen a veces
y que a veces te olvidan,
y labios,
unos labios carnosos,
de sangre, de esta sangre
que la antigua corriente del tiempo
va convirtiendo en cuerpos,
que nacen, que ejercen el sueño
y lo asesinan
y que se mueren tan solos
que parece una venganza.







Y proclamaré más dichosos a los muertos que a los vivos,
y más que a todos ellos a los que aún no han nacido
ECLESIASTÉS, 4.2

Aquel que no ha nacido aún

no ha vivido ni el dolor ni la palabra,
ni el crecimiento ni el cansancio de los días,
ni lo ha herido la avidez de los cuerpos
o el tacto de la luz sobre las manos,
y no conoce la agilidad del puma
ni el plumaje vistoso del guacamayo;
ni ha sufrido tampoco el frío inhóspito
ni la humedad agobiante
que detiene las horas;
no se ha probado el viejo vestido de la mar
ni ha tocado el árbol ni la roca
ni conoce el trayecto de la muerte.

Tal vez sea feliz
quien no ha nacido aún,
pero no lleva
ni en la piel ni en la memoria
el gusto de los años,
y la textura del viento
no habita su sangre,
ni ha dado fruto entre sus labios
el grito de la ternura.

Quizás sea feliz
sin el olor del té
y el sabor de la naranja.

Yo no podría serlo.









Al principio Dios creó el cielo y la Tierra
GÉNESIS 1.1

Antes de la palabra,

de disponer las estrellas sobre el éter opaco,
cuando el espacio era un punto
en el que convergía la materia.

Antes de que una mente
intentase comprender,
que de los cuerpos fluyeran
semillas de otros cuerpos;
antes del deseo y del ansia,
del árbol y el pez,
del frío y el primer día.

Era el principio,
el universo se ensanchaba:
dibujaste el cielo,
creaste la Tierra,
hiciste que la vida se engendrara
como la ola inagotable.

Era el principio,
empezaste a soñar.








(de Khepri)

Extiende sus alas el halcón,
el río fluye,
derrama las semillas,
se ensancha en la crecida
y se desborda,
anega el valle,
se bifurca en el delta,
se lanza contra el mar.

Luce el Sol,
ardiente,
encumbrado,
inunda las paredes del sueño,
enciende los labios,
se escurre entre las manos,
se esconde en las venas.

Dios mira el desierto
y el tiempo en el fondo de los ojos.








Este poniente de cobre
es ácido y brillante,
una vela de fuego en el aire,
una piel de metal desgajada
que navega en el viento
y se aleja del viento
y se oculta en la sombra.

Este poniente sabe a soledad,
a un cuerpo débil,
a sentidos gastados,
a una mente que aquieta tu ritmo.

Cierras los ojos,
respiras el silencio
y los colores del atardecer.

Abres los labios
al batir de la olas.

Tus dedos llevan
la humedad del rocío.




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