miércoles, 5 de octubre de 2011

ESTEBAN MARTÍNEZ SERRA [4.858]


ESTEBAN MARTÍNEZ SERRA

(Figueres, España, 1962) Es profesor agregado de instituto de lengua y literatura españolas. Fue director de la revista de Literatura Fragments en su época universitaria, cofundador del grupo de poetas Papers de Versàlia y de su apuesta editorial con la colección de plaquettes y la de libros “Zona Blanca”. Es autor de los libros de poesía Palabras indefensas (Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, 1999), Las voces de la sombra (1999), A los frutos tardíos (2001), Penúltimos poemas últimos (Accésit Premio Júlio Tovar, 2004), Paisajes de la voz (2005), Amarres (2009), Las luces nómadas (finalista en el Loewe y el Internacional Ciudad de Melilla, 2010) y Carencias (2015). Ha sido galardonado con el premio Jesús Serra-Catalana de Occidente (2012).





Las luces nómadas. Madrid; Ed. Bartleby, 2010.


MUESTRARIOS

Hay objetos en los que nos vaciamos
-el tacto como una brecha o una herida
de fluir lento o presuroso-
y se nos queda el ánimo en un asa,
en la empuñadura de una costumbre.
Hay objetos oportunistas, leves,
que sólo crecen con el uso
como el cuchillo que desvista la fruta
y vacía después la cuenca de unos ojos.
Hoy otros objetos, sin embargo,
que nadie acoge, que están -y es suficiente-;
objetos que nos incardinan sin sernos nada.
Pero nunca hubo hombre que no se soñase
en cada una de las cosas que usara.



PECERA

Una gigantesca copa de vidrio
en un estante del mueble. Dentro,
dos pececillos como mermados
terrones de azúcar, aún no disueltos,
ingrávidos en un agua definitivamente
                                           desanimada.
Acerco los ojos al cristal
y empieza a trasvasarse en ellos
ese fatalismo de los peces cautivos…

                                           Ahora, treinta años después,
siguen los peces dentro de mis ojos,
languideciéndome.



MERCADO INMOBILIARIO

Siguiendo una de esas ancestrales tradiciones
subiremos a un pequeño altillo
donde unos abuelos previsores habrán guardado
-con el tesón del olvidadizo o del coleccionista-
un cuaderno de extraños garabatos,
un plumier, una cometa de colores vivos,
ropa inefable para días de celebración,
una bolsa de hilo con canicas, ya pocas
porque acaban rodando hacia no se sabe dónde,
un balón descosido, un garaje
con coches de bomberos y ambulancias,
el dibujo de familia feliz con perro,
las revistas de moda de la época
donde nuestros ojos descubrieron un escote,
un paraguas hurtado a no se sabe quién,
algunas zapatillas desparejas,
y esas muñecas de pubis inútiles, angelicales…
Así apunta la tradición que debe ser
un encuentro feliz con el pasado,
pero las razones del mercado inmobiliario
nos dejaron sin altillos, ni arcones,
ni abuelos tampoco en nuestras casas,
y lo que es peor, nos devolvieron la infancia
aferrada a unas pocas fotografías
y con el miedo inconfesable a un último desahucio.



LLUVIA CON NIÑOS

La lluvia humilla a los adultos,
los hace claudicar y encorvarse
bajo palios negros. Corren
entornando los ojos y, azorados,
recogen el alma y la guarecen
en alguna estancia seca
pero lóbrega.
                           Los niños van a la lluvia,
se abrazan a ella con el alma entera
en las manos. Levantan la mirada
hasta el útero mismo de la nube.
Así la poesía: el niño. El agua.



UN PASEO

Si llueve, el cuerpo se confirma.
El cuerpo, si llueve, se adhiere al paisaje,
se hace grumo. Acecho a las jóvenes
bajo el agua. Empapadas y felices
recobran el brillo del barro original.



RECUERDO CON TRUCHAS

Volver a la infancia es abrir puertas antiguas
o, con la mano y alguna esperanza de antes,
remover muebles, fisgar sin moderación
en armarios, baúles, cobertizos, alacenas;
reasignar imágenes a algunos olores que resisten,
andar descalzo, reorganizar las fotografías
con el riguroso e infalible criterio del capricho,
reparar el paisaje dentro del marco de una ventana y
buscar entre las ollas y los cazos el sabor de la ternura.
…Pero, en mi caso, volver a la infancia es otra cosa.
Es reinventar una casa derribada al borde de una acequia,
un invierno aniquilador, mi madre volcada sobre el frío,
el dolor con la mano en alto y sólo, en verano,
               el río, el río con sus truchas.



NIÑOS Y RÍO

El recuerdo siempre es mítico, pensé
mientras mirábamos el río. El agua soltaba
sus lenguas heladas entre las piedras. Os dije:
el filósofo se equivocó y reconozco esta agua
en la de entonces. Corre en circuito cerrado,
como nuestra sangre. Si levanto una piedra,
quizá salte un destello y huya un pez y sea distinto,
pero el agua reconocerá mi tacto y se dejará llevar.
Hermanos, rehagamos el dique en medio del cauce.
Se lo debemos a los niños que fuimos. Y nosotros,
que seremos ya ellos, chapotearemos en el agua
desde sus cuerpos menudos, niños felices.



INTERIORES CON NIEVE

Nieva tan blandamente que es triste observar
la agonía de los copos sobre el barandal.
Mi madre cuelga la ropa recién enjuagada
sobre los respaldos de las sillas del comedor
mientras nosotros miramos con desencanto
la extinción de una alegría: un paisaje
de nieve torpe, derrotada al fin.
Mi madre excomulga el dolor -ya antiguo-
a tiro de animal terco. Sus ojos dejan,
a veces, frágiles carámbanos sobre las cosas.
Con el tiempo he sabido que, como la nieve,
los recuerdos de mi madre iban a hacerse
de la misma blanda, triste, rendida transparencia.



AQUÍ, NO IMPORTA QUIÉN

Escribir sobre tu enfermedad
me lleva a hablar del amor.
Lo voy a hacer esta vez
para que sirva de precedente
y el delirio que ha de venir
se encuentre un camino minado
de palabras y unas cuantas certezas
y tenga que pactar algunas servidumbres.
Demencia, aquí me tienes.
Afina tu ingenio
si pretendes una humillación más onerosa.



LA VIDA JUSTA

Otoño en un julio sombrío.
Chascarrillos de leña en mayo.
Las moras maduras bajo el puño de febrero.
En un solo día, todas las estaciones.
¡Pasa todo tan deprisa ahora
que casi no me doy cuenta, hijo! -me dices
con un enfado inapelable.



EL CUERPO

Para hacerte oír o, quizá, oírte en ti
entre el silenciado desamparo
en que te dejó el abandono de tu padre
hiciste del cuerpo un púlpito
y en él congregaste tantas voces distintas
con los años…
Hablaron sin orden establecido
pero sin atropellos: la mentira, el dolor, la ternura,
el miedo, la ira, la ilusión,
la otra que inventaste, la que te inventamos,
el sentimiento retórico, la rutina,
la que no supo qué decir, y la que
-en los espacios vacíos de las palabras-
lo dijo casi todo.

Ahora,
no te queda más que esta alma y está muda.



VEJEZ

Te veo llegar del mercado
siguiendo la firme línea de la costumbre,
pero esta vez los árboles parece
que te cargan sus sombras más pesadas.
Te miro y me duele el arco de tu espalda.
Nunca antes en tus ojos claros
había visto caer piedras tan hondamente
y en silencio. Los años te han abierto pozos
                                                   casi sin fondo.



NICHO

Mi madre viene a adecentar el mármol;
esa es su idea del Día de Difuntos.
Trae un trapo blanco de algodón
y una botella de cristal con agua limpia.
El nicho está alto, en un tercer piso,
y se requiere apostar una escalera.
(Aunque te costase un paso más llegar a Dios,
mejor hubiera sido a ras de tierra, padre).
Subo yo y con el trapo húmedo froto
a conciencia mientras mi madre les explica
confusas historias a sus nietos y mira, de reojo,
si consigo sacarle el brillo que se merece.
Las papeleras del cementerio rebosan
de ramos putrefactos y celofanes y alguna lágrima
del Día de Difuntos de hace un año.
Volvemos a casa y durante todo el trayecto
mamá apenas dice nada. Nuevamente ha envejecido.
En la cocina, sigue limpiando la encimera.




TU MUERTE

He pensado en tu muerte
y un resquicio de luz
te ha iluminado el gesto.
¿Me has oído, madre, el pensamiento?
He pensado en tu muerte
como un paisaje conocido y feliz
aunque no sepa situarlo con exactitud.
Y yo te llevaba de la mano.



SÍNTOMA

Quizá porque nos has amado
y el amor siempre arde en lo que ama,
ahora nuestra tristeza huela a humo.
O porque necesitamos volver a creer
en el poder fertilizante de la ceniza.



TRASLADO

Vacía la casa y liberada de las últimas servidumbres
se convierte, otra vez, en territorio propicio
para nuevas invasiones. Colonizan hordas de luz
las pequeñas patrias que creó la costumbre,
nuestros rincones privados, pero también aquellos que pactamos
cederles al miedo o al placer o a la desidia.
Nada está escrito. Nada hay, pues, que deba respetarse.



TE HE DICHO

Te he dicho que esto de vivir es tan sencillo
como aprender a leer la soledad sin altibajos
-con la voz media y clara de la aceptación-
diciéndola primero a los amigos, después a la mujer,
a los hijos, diciéndola así, como te digo ahora
que el jarrón de las begonias está mejor sin flores
y que un día de estos arrinconaré los cuadros
y me pondré a pintar, ya sin prisas, las paredes.



PÁJAROS

Me gustaría ver el vuelo del pájaro
pero sin el pájaro;
la línea melódica del ala
pero sin el ala, sin el aire
hendido suavemente por el ala,
sin el cielo tampoco
en el que se cuelga el aire
del que os hablo.
Ver sólo el vuelo desde dentro
empujado -debe ser la única manera-
desde el sueño obcecado del pájaro.



UN POCO DE ORDEN

Me resulta muy difícil empezar un poema
cuando no he dado por acabado otro anterior
y está aquí, a la intemperie, con la pulpa
expuesta al inmisericorde abandono.
Pero si por algún motivo quiero o debo hacerlo,
intento escribir en un lugar distinto,
mirando hacia otro lado,
incluso pruebo algunas modificaciones
en los rituales de invocación,
pero casi nada resulta -o muy pocas veces-
porque llega a los nuevos versos
un tufo de fruta pudriéndose,
de enfermo terminal en la habitación contigua.



LA PALABRA

Presto atención a alguna letanía de ecos antiguos.
Cierro los ojos para que nada me distraiga
ni me ate esta luz a un puñado de evidencias.
           El ojo esclaviza, nos somete.
Persigo voces como quien descansa las yemas de los dedos
sobre la piel del agua queriendo adivinar el balbuceo
de aquel pez que ya no existe, pero sin duda estuvo.
Su reflejo aún pervive entre las piedras como una pulsación,
una descarga eléctrica dulcísima.

Por eso cierro los ojos y miro en las palabras lo que la realidad
se niega a decir de otra manera, la historia que se amontona
en los objetos con solo invocarlos, nombrarlos, escribirlos.
En las palabras,
la realidad alcanza su mayoría de edad sobre la tierra.



LEGADO

La posteridad está siempre en obras:
cerrada por inacabables reformas
o por liquidación de existencias
o cambio de orientación del negocio.
Por eso resulta mejor no dejar nada,
que nada se extravíe entre el desorden.




Esta vez sí,
que te llamo para decirte
que ésta es la última,
que ya no descolgarás el teléfono
y me oirás jurarte que ya no más,
que va a ser la última vez,
pero de verdad,
que te llamo prometiéndote
que va a ser mi última llamada.

¡ Pero cuelga amor mío,
que quiero volver a llamarte para decírtelo
de una vez por siempre !
Sí! Por mí y por toda la humanidad, si quieres.
Pero deja ya de hablar conmigo, si no,
no me dará señal cuando marque tu número
y no podrás culparme si tengo que insistir mañana,
o al día siguiente, o al otro
para jurarte desde el principio lo que he dicho:
que esta vez sí...




POEMAS 2006

[ 1 ]

¿Qué pretendes al desterrarme de tus manos?
Por mucho que las laves en el aljibe de otra piel
estoy contigo. No puedo aligerarte, aunque quisiera.
¿Puede, acaso, el cielo borrar el tizón de sus vencejos?
Los trigales ¿no ronronean después de segados
sus espigas, y en los cuerpos núbiles que nos gozaron
no renacen amapolas y guardan la dulzura del pan
nuestras almohadas?


[ 2 ]

Dejo atrás el solaz de un día pinto
-la desgana verdeando los maizales-
y regreso ¿no sé si me aventuro?
a tu tierra prometida.
En el cuerpo que extiendes generosa
va mi triste calendario de alegrías
con las fiestas señaladas, los días
que borraron de cuajo tus ausencias,
y algunas semanas que excusamos
¿lo recuerdas?
por una oportuna gripe de caricias.


[ 3 ]

Paso la acostumbrada palma de los ojos
sobre las cosas que incuban aún
el tacto que les dieras.
¿Cómo tomarlas ahora si las dejaste
frágiles, con sólo la piel de cuanto eran,
descarnadas del dulce embuste que nos dimos
poco a poco en la añoranza?


[ 4 ]

A una edad como la mía
cualquier beso no es el beso nuestro.
Pero eso ocurre con casi todas
las cosas de la vida:
el tiempo estiliza o consume
la esperanza.
Si te dijera el beso que ahora aguardo
sería reptil de sol escurridizo
con ese dulce latigueo
de un labio a otro por las prisas.
Escaramuza y salto y escarceo
de gamo o corzo entre las piedras
o el escozor del agua que en las cumbres
destilan los blancos copos de la ortiga.
Si dijera el beso que aún invoco
sería un azote de viento repentino
en los blancos pabellones de los huesos
y después cerrarle a las palabras
la última ventana de estos versos.


[ 5 ]

Entre las noches de cáñamo
los cuerpos bordan sus ausencias
en otros cuerpos.
Así tú en el mío.
Yo en los tuyos me disperso
en alegría de encajes.
Aquí hallé el que estiba una nostalgia
para cada uno de los amantes
que no te diste.
Allá el de las grandes ocasiones
con las galas que sólo un orfebre
diera a las caricias.
Hoy el cuerpo que te tomo,
aunque prestado,
muestra los mezquinos ultrajes
de un cuerpo antiguo que te diera.
Amor, aquí me tienes para corregir los desafectos.


[ 6 ]

¿Dónde se guarda
el aire que entre las sílabas
del beso fuera amaneciéndonos
con acompasado vaivén
y nombrando a la vez
el tiempo impronunciable
de la dicha?




ORIENTAL

¿Conoces mejor el mundo?
No.
¿Lo amas más?
Tampoco.
Entonces,
¿por qué escribes, poeta mío?
Para echarlo cada vez menos
de menos.



EPITAFIO

Si dejas de escribir
ganarás tiempo.
Podrás exclamar entonces:
¡Tanto tiempo he tenido
para una vida tan corta!

Y nadie podrá negar
que mereciste
este epitafio como nadie.



ACTO DE CONSTRICCIÓN

Un temblor de historia nos maldice
cuando se cierne el hombre.
Escalofríos de luz y sangre
y de gritos; a veces, del misterio.

Volvamos, pues, a la raíz secreta,
a no buscar el aire del azor
sino la niebla a nuestra altura.
Volvamos cada hombre a su lugar,
cada instinto a su razón pequeña.



BREVIARIOS POÉTICOS

[ 1 ]

El poeta que empuña la poesía
sabe que los mejores versos
siempre los carga el diablo.


[ 2 ]

La mujer escribe un poema.
Se cansó de ser el verso de un hombre.
¡Y el verbo se hizo mujer!


[ 3 ]

Todo lo borra el fuego
-dice el poeta moralista-
todo, sí, menos la llama.


[ 4 ]

El mejor epitafio lo escribe el gato
con los mimbres de un jilguero:
si morir cuesta tan poco
olvidar no tiene mérito.


[ 5 ]

Con fruición apago este último poema.
A mi edad los excesos ya se pagan
y cada verso es un tiempo menos que me queda.



YO OS INVOCO...

¡Poeta!...¡Poetas!
¿Quién ha de devolvernos el linaje
terrestre a los hombres,
nuestra añorada y casta condición
de descastados, la mirada pedigüeña
y un poco de humildad cuando soñamos?
¡Poeta... Poetas! Yo os invoco.





EN EL PRIMER MUNDO

a Carlota Martínez

Ya los gatos se esconden —o se retiran—
como estrategas prudentes.
De un tiempo a esta parte,
las primeras horas de la noche no les son propicias.
Una nueva especie de animales nocturnos
ha venido para quedarse.
Se mueven con determinación;
son ágiles aunque bulliciosos
y parecen no temerle a la otra especie
de hombres, diurnos,
cuando se entretienen removiendo su basura
y no salen, a la carrera, huyendo
con un muslo de pollo entre los dientes.




De: “Carencias”
Bartleby Editores 2015

 Publicado en Bartleby, Martínez Serra elabora un tratado sobre la violencia donde la sutilidad y el ornamento no están reñidos con la dureza expresionista de estos pasajes que refieren breves historias humanas y míticas.

 Carencias es formalmente un discurso ecléctico entre narración y poesía, una forma heterodoxa de concebir al hombre y al mito como representaciones de un solo instinto que conduce inexorablemente a la extinción. La muerte es la consumación de un progreso natural que el poeta advierte dentro de la propia necesidad de ser, de vivir, de habitar con los otros: "Una jauría de perros electos azuza con el ladrido adiestrado y, como en una montería, nos entrega a los afamados tiradores" (pág. 59).

 Retazos costumbristas se unen a una visión órfica del paisaje, a una voluntad de crear un lenguaje sonoro, vibrátil, que recuerda a la recelosa serenidad de Rulfo. El acierto es que Martínez Serra es consciente de que la existencia también es el altercado, la impureza, el desapego por necesidad, la carencia.

  Los ausentes, los ahogados, el hijo crucificado, el Dios del Antiguo Testamento, el éxodo, por ejemplo, son algunos trasuntos metafóricos que expresan esa aflicción silenciosa ante el dominio de la destrucción y la muerte, ante la sonoridad estentórea del instante de fulminación para luego regresar a la quietud del paisaje, al estatismo terrible que se produce tras la vorágine de un universo en constante movimiento: "El índice de Dios. Su uña rasgó la placenta del universo y la hemorragia de constelaciones fue, al principio, incontrolable" (pág. 90).

  Lo que sobrecoge es esa reducibilidad de la muerte en sí misma y que el poeta lo explore a veces como un umbral, otras veces como un acabamiento. Sin duda, esta obra de Martínez Serra huye de modas y corrientes de experiencias personales para indagar en la mismidad de la existencia, buscando una justificación a aquello que desgraciadamente no lo tiene: " La compasión es un acto de humildad, nunca de generosidad. Solo si te dejas acoger por el abrazo del caído tu impulso servirá para levantarlo". (pág. 119).



POEMAS:


Le arrancaron las botas. Y lo aceptó. Con ellas se llevaron los pasos ciertos, la feliz caligrafía del camino. También la casaca. Y sí, un muerto puede vivir con poca cosa, pero resulta ridículo morirse de frío en pleno abril. Aunque lo aceptó. Le arrancaron el anillo y el collar; y eso no le importó porque bajo tierra la humedad es corrosiva y ningún signo de identidad es necesario. Pero alguien que pasó -no pudo verlo porque ya le habían cerrado los ojos-se llevó sus gafas, y ver borrosa la muerte lo asustó.


*

Desde lo que fue el Palacio de Justicia el francotirador ríe como un pájaro de selva. Su risa es contagiosa. Incluso la mujer del otro lado, a la que tiene en el punto de mira, rememora un chiste familiar. Con la mirilla telescópica puede ver que tiene un diente de oro. Vuelve al escote, origen del comentario jocoso. El crucifijo se pierde entre dos pechos rebosantes, blancos como el pan consagrado [o las palomas que representan al Espíritu Santo en las láminas religiosas] El francotirador habla de Jesús y del maná; de que la fe mueve montañas y de San Bernardo fulminado por el chorro de leche de la Virgen. Ella no sabe de dónde vienen las risas, pero en medio de una guerra la carcajada es un armisticio. La mujer se saca un pecho y acerca el fardo con el bebé cuando la bala viene rauda a amamantarse.


*


En lo pequeño la grandeza es humilde. Lo grande y ostentoso a todos empequeñece.


*

Como el caballo nos sacudimos las moscas que vienen a beber a los ojos, a recoger la flor de sal. [Tememos que sorban las únicas imágenes ciertas que nos quedan.] La fe es, también, arnés que pesa. Y se nos vence el espinazo por la carga.


*

La esperanza es siempre un camino de cenizas. 






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