domingo, 11 de diciembre de 2011

CARLOS PELLICER [5.350]


CARLOS PELLICER


Poeta mexicano, nació en Villahermosa, Tabasco en 1897 y murió el 16 de febrero de 1977.

"Porque del fondo del río he sacado mi mano y la he puesto a cantar"

Carlos Pellicer Cámara "El poeta de América", siempre se refirió a América por su gran visión Latinoamericana, su compromiso fue construir la identidad original y lograr la independencia intelectual.

Nace en la ciudad de Villahermosa, Tabasco. Enclavada en la ribera del río Grijalva, con clima tropical, abundancia de agua y exuberante vegetación, amó a su tierra fuente de su gran inspiración.

Sus padres Carlos Pellicer Marchena, de oficio farmacéutico, su madre Delfina Cámara, a quién admiró por su gran carácter, su simpatía, pero sobre todo por su gran amor al prójimo; influyendo en su vida poética, le enseñó las primeras letras, a leer versos y a ejercer actos de bondad.

Pellicer inició sus estudios de primaria en la escuela "Daría González", su dedicación a la poesía fue desde temprana edad. En 1909 por situaciones políticas que vivía Villahermosa, su padre se enlistó en el ejército constitucionalista, por lo que él y su madre se trasladaron a vivir a la ciudad de Campeche, por lo precario de su economía tuvo que trabajar y vender dulces que elaboraba su madre, allí empezó a escribir sus primeros sonetos.

Se trasladó a la ciudad de México donde consiguió una beca para poder continuar sus estudios en el Instituto Científico de San Francisco Borja, pasando muchas penurias para poder estudiar.

A los 17 años su producción literaria aumenta en calidad y cantidad; colaboró en la revista "El estudiante", "Gladios", "San-Ev-ank". Representó a la juventud estudiosa de México en Venezuela, fundó la Federación de Estudiantes Colombianos en Bogotá.

1928-1931 trabaja con un grupo de escritores que publican la revista "Contemporánea", en la que participa con José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Salvador Novo, entre otros.

Prestó sus servicios como director del Departamento de Bellas Artes; en 1953 fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. 1964 se le concede el Premio Nacional de Literatura; 1976 fue electo senador de la República por el Estado de Tabasco, fundó el Parque Museo de la Venta en Villahermosa, se especializó en Museografía, acondicionó la casa de Frida Khalo en museo, en 1977 dona una colección de piezas arqueológicas al museo que hoy lleva su nombre, en la ciudad de Villahermosa.

Su obra literaria es muy amplia, al ir investigando sobre este personaje, nos hemos dado cuenta de lo interesante de su poesía, pues nos traslada y nos pone en contacto con la naturaleza descrita en su antología Colores en el mar, además trasmite una gran calidad humana debido a su gran sensibilidad, y pasión por los viajes, por lo que deducimos lo inquieto de su espíritu.

Entre sus obras más sobresalientes, encontramos: Colores en el mar en 1921, Piedra de sacrificios, Seis, siete poemas, Hora de junio en 1924, Hexágonos 1937, Recipientes y otras imágenes 1941, Subordinaciones 1949, Práctica y vuelo 1956, Cuerdas, percusión y aliento 1976 Cosillas para el nacimiento 1977.

Carlos Pellicer Cámara fue un gran colaborador de José Vasconcelos, en 1930 se unió al movimiento Vasconcelista, fue encarcelado ese mismo año logrando su libertad meses después. Por su ideología política rechazó al imperialismo norteamericano, admiró a Simón Bolívar, fue carrancista y antifranquista.

Amó a la naturaleza en toda su expresión, cualidad que deberíamos imitarle, ya que nuestro planeta necesita ciudadanos más conscientes, que valoren y rescaten el medio ambiente, hábitat imprescindible para la supervivencia del ser humano.

Carlos Pellicer Cámara muere a la edad de 80 años en la ciudad de México el 16 de febrero de 1977, sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Su obra literaria e investigación arqueológica han sido una importante aportación a la humanidad.

"Agua de Tabasco vengo,
Agua de Tabasco voy,
De agua hermosa es mi abolengo
Y es por eso que aquí estoy,
Dichoso con lo que tengo".



Al dejar un alma

Agua crepuscular, agua sedienta,
se te van como sílabas los pájaros tardíos.
Meciéndose en los álamos el viento te descuentan
la dicha de tus ojos bebiéndose en los míos.

Alié mi pensamiento a tus goces sombríos
y gusté la dulzura de tus palabras lentas.
Tú alargaste crepúsculos en mis manos sedientas:
yo devolveré en el pan tus trágicos estíos.

Mis manos quedarán húmedas de tu seno.
De mis obstinaciones te quedará el veneno,
flotante flor de angustia que bautizó el destino.

De nuestros dos silencios ha de brotar un día
el agua luminosa que dé un azul divino
al fondo de cipreses de tu alma y de la mía.



CUATRO CANTOS EN MI TIERRA

A Noé de la Flor Casanova


I

Tabasco en sangre madura
y en mi su poder sangró.
Agua y tierra el sol se jura;
y en nubarrón de espesura
la joven tierra surgió.

Tus hidrógenos caminos
a toda voz transité
y en tu oxígeno silbé
mis pulmones campesinos.

A puños sembré mi vida
de tu fuerza vendaval
que azúcar cañaveral
espolvorea en la huida.

El tiempo total verdea
y el espacio quema y brilla.
El agua mete la quilla
y de monte a mar sondea.

Pedacería de espejo.
La selva, encerrada, ulula.
Casi por cada reflejo
pájaro que se modula.

Más agua que tierra. Aguaje
para prolongar la sed.
La tierra vive a merced
del agua que suba o baje.

Cuando la selva repasa
su abecedario animal
relámpago vertebral
de caoba a cedro pasa.

Flota de isletas fluviales
varó en flor la soledad.
Son de todo eternidad
y de nada temporales.

El mediodía tajado
de algún fruto tropical
tiene un sabor de cristal
sonoramente mojado.

Hay en la noche un instante
de vida, que si durara,
húmeda la muerte alzara
cual un terrible diamante.

Y a veces en la ribera
es tan fina la mañana
que la sonrisa primera
todo el día nos hermana.

Tiempo de Tabasco; en hondo
suspiro te gozo así.
Contigo, cerca de mí
tiempo de morir escondo.

Arde en Tabasco la vida
de tal suerte, que la muerte
vive por morir hendida,
de un gran hachazo de vida
que da, sin querer, la suerte.

II

La ceiba es un árbol gris
de gigantesca figura.
Se ve su musculatura
medio manchada de gis.

Es el árbol que hace todo;
yo lo he visto trabajar
y en la tarde modelar
sus pajaritos de lodo.

Ceiba desnuda y campal
cuya fuerza liberó
bosque y cielo y estrenó
su claro de matorral.

En desnudo pugilato
parece que así despejas
el campo y que le aconsejas
a todo árbol buen recato.

Navegando por el río,
súbitamente apareces.
Te he visto así, tantas veces,
y el asombro es siempre mío.

Cuando en el atardecer
todo Tabasco decrece
y el aire en los cielos mece
lo que ya no pudo ser,
con qué bárbara grandeza
das la razón al paisaje
que con oscura certeza
se adueñó de algún celaje
con que así la noche empieza.

Ceiba te dije y te digo:
colgaré mí corazón
de un retoño de tu abrigo;
tendrá su sangre contigo
altura y vegetación.

III

Una laguna que llega
y una laguna que va.
Si la luz de frente anega
o la luz de lado da
el jacintal que congrega
su poesía despliega
que en mi voz cintilará.

Hay más laguna que luna
en la noche que es tan clara.
Semeja que el cielo usara
luz modal de la laguna.
Hay más laguna que luna.

Tiempo lagunar que cabe
para siempre en nuestra vida.
Que no se cierre la herida
que por su boca se sabe
la llegada y la partida.

Estábamos la laguna
y yo.
Como esa noche...
Con más laguna que luna
la noche se desnudó.
Sudor de intemperie humana
que el aire sutil saló
y en su humedad levantó
flor lujuria rusticana.

Tu adolescencia suspira
junto a mi pecho velludo.
El tiempo es tiempo desnudo
y su largo cuerpo estira.

Si por besarte viví
con más laguna que luna,
fue más luna que bebí
que el agua de la laguna
que a raya en cielos tendí.

Como esa noche...

IV

El agua es laguna o río.
Un espejo se quebró.
Por todos lados miró
la desnudez del estío.

Con el agua a la rodilla
vive Tabasco. Así dama
de abril a octubre la flama
que hace callar toda arcilla.

Si por boca de la selva
largó la verdad su grito,
miente el silencio infinito
del agua que el agua envuelva.

Llueve lejos, por la sierra.
Llueve a tambor y clarín.
Toro del agua, festín
corre por toda la tierra.

Joven terrón cuaternario,
por tu cuerpo de aluvión
sangra el verde corazón
de tu enorme pecho agrario.

Lo que muere y lo que vive
junto al agua vive y muere.
Si en lluvia el cielo así quiere
moje su noche en aljibe.

Más agua que tierra. Aguaje
para prolongar la sed.
La tierra vive a merced
del agua que suba o baje.

Brillan los laguneríos;
en la tarde tropical
actitud de garza real
torna el aire de los ríos.

La noche en lluvia y batracio
retiñe el nocturno verde
y al otro día se muerde
verde el verde del espacio.

Agua de Tabasco vengo
y agua de Tabasco voy.
De agua hermosa es mi abolengo;
y es por eso que aquí estoy
dichoso con lo que tengo.



DESEOS

A Salvador Novo


Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
dejar de ser grito y color.
Déjame un solo instante
cambiar de clima el corazón,
beber la penumbra de una cosa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
ahondarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo del sol!
¡Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color!



DISCURSO POR LAS FLORES

A Joaquín Romero


Entre todas las flores, señoras y señores,
es el lirio morado la que mas me alucina.
Andando una mañana solo por Palestina,
algo de mi conciencia con morados colores
tomó forma de flor y careció de espinas.

El aire con un pétalo tocaba las colinas
que inaugura la piedra de los alrededores.

Ser flor es ser un poco de colores con brisa.
Sueño de cada flor la mañana revisa
con los dedos mojados y los pómulos duros
de ponerse en la cara la humedad de tos muros,

El reino vegetal es un país lejano
aun cuando nosotros creámoslo a la mano.
Difícil es llegar a esbeltas latitudes;
mejor que doña Brújula, los jóvenes laúdes.
Las palabras con ritmo —camino del poema—
se adhieren a la intacta sospecha de una yema.
Algo en mi sangre viaja con voz de clorofila.
Cuando a un árbol le doy la rama de mi mano
siento la conexión y lo que se destila
en el alma cuando alguien está junto a un hermano.
Hace poco, en Tabasco, la gran ceiba de Atasta
me entregó cinco rumbos de su existencia. Izó
las más altas banderas que en su memoria vasta
el viento de los siglos inútilmente ajó.

Estar árbol a veces, es quedarse mirando
(sin dejar de crecer) el agua humanidad
y llenarse de pájaros para poder, cantando,
reflejar en las ondas quietud y soledad.

Ser flor es ser un poco de colores con brisa;
la vida de una flor cabe en una sonrisa.
Las orquídeas penumbras mueren de una mirada
mal puesta de los hombres que no saben ver nada.
En los nidos de orquídeas la noche pone un huevo
y al otro día nace color de color nuevo.
La orquídea es una flor de origen submarino.
Una vez a unos hongos, allá por Tepoztlán,
los hallé recordando la historia y el destino
de esas flores que anidan tan distantes del mar.

Cuando el nopal florece hay un ligero aumento
de luz. Por fuerza hidráulica el nopal multiplica
su imagen. Y entre espinas con que se da tormento,
momento colibrí a la flor califica.

El pueblo mexicano tiene dos obsesiones:
el gusto por la muerte y el amor a las flores.
Antes de que nosotros "habláramos castilla"
hubo un día del mes consagrado a la muerte;
había extraña guerra que llamaron florida
y en sangre los altares chorreaban buena suerte.

También el calendario registra un día flor.
Día Xóchitl, Xochipilli se desnudó al amor
de las flores. Sus piernas, sus hombros, sus rodillas
tienen flores. Sus dedos en hueco, tienen flores
frescas a cada hora. En su máscara brilla
la sonrisa profunda de todos los amores.

(Por las calles aún vemos cargadas de alcatraces
a esas jóvenes indias en que Diego Rivera
halló a través de siglos los eternos enlaces
de un pueblo en pie que siembra la misma
primavera).

A sangre y flor el pueblo mexicano ha vivido.
Vive de sangre y flor su recuerdo y su olvido.
(Cuando estas cosas digo mi corazón se ahonda
en mi lecho de piedra de agua clara y redonda).

Si está herido de rosas un jardín, los gorriones
le romperán con vidrio sonoros corazones
de gorriones de vidrio, y el rosal más herido
deshojará una rosa allá por los rincones,
donde los nomeolvides en silencio han sufrido.

Nada nos hiere tanto como hallar una flor
sepultada en las páginas de un libro. La lectura
calla; y en nuestros ojos, lo triste del amor
humedece la flor de una antigua ternura.

(Como ustedes han visto, señoras y señores,
hay tristeza también en esto de las flores).

Claro que en el clarísimo jardín de abril y mayo
todo se ve de frente y nada de soslayo.
Es uno tan jardín entonces que la tierra
mueve gozosamente la negrura que encierra,
y el alma vegetal que hay en la vida humana
crea el cielo y las nubes que inventan la mañana.

Estos mayos y abriles se alargan hasta octubre.
Todo el Valle de México de colores se cubre
y hay en su poesía de otoñal primavera
un largo sentimiento de esperanza que espera.
Siempre por esos días salgo al campo. (Yo siempre
salgo al campo). La lluvia y el hombre como siempre
hacen temblar el campo. Ese último jardín,
en el valle de octubre, tiene un profundo fin.

Yo quisiera decirle otra frase a la orquídea;
esa frase sería una frase lapídea;
mas tengo ya las manos tan silvestres que en vano
saldrían las palabras perfectas de mi mano.

Que la última flor de esta prosa con flores
séala un pensamiento. (De pensar lo que siento
al sentir lo que piensan las flores, los colores
de la cara poética los desvanece el viento
que oculta en jacarandas las palabras mejores).

Quiero que nadie sepa que estoy enamorado.
De esto entienden y escuchan solamente las flores.
A decir me acompañe cualquier lirio morado:
señoras y señores, aquí hemos terminado.



EL CANTO DEL USUMACINTA

Al Doctor Atl


De aquel hondo tumulto de rocas primitivas,
abriéndose paso entre sombras incendiadas,
arrancándose harapos de los gritos de nadie,
huyendo de los altos desórdenes de abajo,
con el cuchillo de la luz entre los dientes,
y así sonriente y límpida,
brotó el agua.

Y era la desnudez corriendo sola
surgida de su clara multitud,
que aflojó las amarras de sus piernas brillantes
y en el primer remanso puso la cara azul.

El agua, con el agua a la cintura,
dejaba a sus adioses nuevas piedras de olvido,
y era como el rumor de una escultura
que tapó con las manos sus aéreos oídos.

Agua de las primeras aguas, tan remota,
que al recordarla tiemblan los helechos
cuando la mano de la orilla frota
la soledad de los antiguos trechos.

Y el agua crece y habla y participa.
Sácala del torrente animador,
tiempo que la tormenta fertiliza;
el agua pide espacio agricultor.

Pudrió el tiempo los años que en las selvas pululan.
Yo era un gran árbol tropical.
En mi cabeza tuve pájaros,
sobre mis piernas un jaguar.

Junto a mí tramaba la noche
el complot de la soledad.
Por mi estatura derrumbaba el cielo
la casa grande de la tempestad.
En mí se han amado las fuerzas de origen:
el fuego y el aire, la tierra y el mar.

Y éste es el canto del Usumacinta
que viene de muy allá
y al que acompañan, desde hace siglos, dando la vida,
el Lakantún y el Lakanjá.
Ay, las hermosas palabras,
que sí se van,
que no se irán!

¿En dónde está mi corazón
atravesado por una flecha?
La garza blanca vuela, vuela como una fecha
sobre un campo de concentración.

Porque el árbol de la vida,
sangra.
Y la noche herida,
sangra.
Y el camino de la partida,
sangra.
Y el águila de la caída,
sangra.
Y la ventaja del amanecer, cedida,
sangra.

¿De quién es este cuello ahorcado?
Oíd la gritería a media noche.
Todo lo que en mí ya solamente palpo
es la sombra que me esconde.

Empieza a llover
en el tablado de la tempestad
y la anchura del agua abandonada
disminuye la nave de su seguridad.

Es la gran noche errónea. Nada y nadie la ocupan.
Tropiezan los relámpagos los escombros del cielo.
La gran boa del viento se estranguló en la ceiba
que defiende energúmena, su cantidad de tiempo.

Se canta el canto del Usumacinta,
que viene de tan allá,
y al que acompañan, dando la vida
el Lakantún y el Lakanjá.

En una jornada de millones de años
partió el gran río la serranía en dos.
Y en remolinos de sombrío júbilo
creó el festival de su frutal furor.

Los manteles de su mesa son más anchos que el horizonte.
Pedid, y no acabaréis.
En el cielo de toda su noche,
una alegría planetaria nos hace languidecer.

Ésta es la parte del mundo
en que el piso se sigue construyendo.
Los que allí nacimos tenemos una idea propia
de lo que es el alma y de lo que es el cuerpo.

Se me vuelven tiendas de campo los pulmones,
cuando pienso en este río tropical,
y así en mi sangre se pudre la vida
de tanto ser energía
en soledad antigua o en presente caudal.

Cuando me llega el ruido de hachazos
de la palabra Izankanak,
me abunda el alma hasta salirme a los ojos
y oigo el plumaje golpe de un águila herida por el huracán.
Un mundo vegetal que trabaja cien horas diarias,
me ha visto pasar en pos de la noche y del alba.

Reconoció en mis ojos el poderoso espejo;
reconoció en mi boca fidelidad madura.
Vio en mis manos la caña que aflautó el aire húmedo
y le mostré mi pecho en que se oye la lluvia.

Mirando el río de aquellos días que el sol engríe,
al verde fuego de las orillas robé volumen
y entre las luces de lo que ríe, lo que sonríe,
es un jacinto que boga al sueño de otro perfume.

El pájaro turquesa
se engarzó en la penumbra de un retoño
y entre verdes azules canta y brilla
mientras la hembra gris calla de gozo.

Mirando el río de aquellas tardes
junté las manos para beberlo.
Por mi garganta pasaba un ave,
pasaba el cielo.

Mirando el río
di poca sombra:
todo era mío.

Todas pintadas, jamás extintas,
son estas aguas, río de monos, Usumacinta.
En tu grandeza
con esplendores reconfortaste savia y tristeza.

Te descubrí,
y en ese instante
tras un diamante
solté un rubí:
de asombro existo,
preclara cosa
sangre dichosa
de haberte visto.

Robé a tu geografía
su riqueza continua de solemne alegría.
El que tumbe así el árbol de que estoy hecho
va a encontrar tus rumores entre mi pecho.
Y es un cantar a cántaros,
y es la nube de pájaros
y es tu lodo botánico.

En las sombras históricas de tu destino
cien ciudades murieron en tu camino.
Atadas de pies y manos
están esas ciudades.
Entre una jauría de árboles desmanes
se moduló la sílaba final de esas edades.

Los hombres de un tiempo del río
la frente se hacían en talud;
y el resplandor terrestre de sus avíos
les dio una honda gracia de juventud.
Sonreían con las manos
como alguien que ha podido tocar la luz.
¡Ay, las hermosas palabras,
que sí se irán,
que no se irán!
Lo que acontece ya en mi memoria cunde en mis labios,
con Uaxaktún,
con Yaxchilán.

Después fueron los paisajes sumergidos
y el sagrado maíz se pudrió.
Y en las ciudades desalojadas,
el reinado de las orquídeas se inició.
Así, cuando llueve socavando sobre el Usumacinta,
aun en la corteza de los viejos árboles
se encoge el terror.
El hombre abandonado que ahora lo puebla
fulgurará otra vez poderoso entre la muerte y el amor.

Eres el agua grande de mi tierra.
La tremenda dinámica del ocio tropical.
El hombre en ti es ahora la piedra que habla
entre el reino animal y el reino vegetal.
Por el hueco de un árbol podrido
pasa el verde silencio del quetzal.
Es una rama póstuma.
Es la inocencia deslumbrante que nada tiene que declarar.

La sapientísima serpiente,
lo llevó un día sobre su frente cenital.
¿En dónde está mi corazón
partido en dos por una flecha?
La garza blanca vuela, vuela como una fecha
sobre un campo de concentración.

¡Ay, las hermosas palabras,
que sí se van...,
que no se irán
deste canto del Usumacinta,
que brotó de tan acá,
y al que acompañan, dando la vida, desde hace siglos,
el Lakantún y el Lakanjá.

Porque de el fondo del río
he sacado mi mano y la he puesto a cantar.



ELEGÍA NOCTURNA

Ay de mi corazón que nadie quiso
tomar entre mis manos desoladas.
Tú viniste a mirar sus llamaradas
y le miraste arder claro y sumiso.

(El pie profundo sobre el negro piso
sangró de luces todas las jornadas.
Ante los pies geográficos, calladas,
tus puertas invisibles, Paraíso.)

Tú que echaste a las brasas otro leño
recoge las cenizas y al pequeño
corazón que te mueve junta y deja.

Alguna vez suspirarás, alguna
noche de soledad oirás mi queja
tuya hasta el corazón como ninguna.



GRUPOS DE PALOMAS

A la señora Lupe Medina de Ortega

1

Los grupos de palomas,
notas, claves, silencios, alteraciones,
modifican el ritmo de la loma.
La que se sabe tornasol afina
las ruedas luminosas de su cuello
con mirar hacia atrás a su vecina.
Le da al sol la mirada
y escurre en una sola pincelada
plan de vuelos a nubes campesinas.

2

La gris es una joven extranjera
cuyas ropas de viaje
dan aire de sorpresas al paisaje
sin compradoras y sin primaveras.

3

Hay una casi negra
que bebe astillas de agua en una piedra.
Después se pule el pico,
mira sus uñas, ve las de las otras,
abre un ala y la cierra, tira un brinco
y se para debajo de las rosas.
El fotógrafo dice:
para el jueves, señora.
Un palomo amontona sus erres cabeceadas,
y ella busca alfileres
en el suelo que brilla por nada.
Los grupos de palomas
—notas, claves, silencios, alteraciones—,
modifican lugares de la loma.

4

La inevitablemente blanca,
sabe su perfección. Bebe en la fuente
y se bebe a sí misma y se adelgaza
cual un poco de brisa en una lente
que recoge el paisaje.
Es una simpleza
cerca del agua. Inclina la cabeza
con tal dulzura,
que la escritura desfallece
en una serie de sílabas maduras.

5

Corre un automóvil y las palomas vuelan.
En la aritmética del vuelo,
los ochos árabes desdóblanse
y la suma es impar. Se mueve el cielo
y la casa se vuelve redonda.
Un viraje profundo.
Regresan las palomas.
Notas. Claves. Silencios. Alteraciones.
El lápiz se descubre, se inclinan las lomas,
y por 20 centavos se cantan las canciones.




HORAS DE JUNIO

Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,
agua de mis imágenes, tan muerta,
nube de mis palabras, tan desierta,
noche de la indecible poesía.

Por ti la misma sangre —tuya y mía—
corre al alma de nadie siempre abierta.
Por ti la angustia es sombra de la puerta
que no se abre de noche ni de día.

Sigo la infancia en tu prisión, y el juego
que alterna muertes y resurrecciones
de una imagen a otra vive ciego.

Claman el viento, el sol y el mar del viaje.
Yo devoro mis propios corazones
y juego con los ojos del paisaje.


Junio me dio la voz, la silenciosa
música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
la esperanza más dulce y espaciosa.

Yo saqué de mi voz la limpia rosa,
única rosa eterna del momento.
No la tomó el amor, la llevó el viento
y el alma inútilmente fue gozosa.

Al año de morir todos los días
los frutos de mi voz dijeron tanto
y tan calladamente, que unos días

vivieron a la sombra de aquel canto.
(Aquí la voz se quiebra y el espanto
de tanta soledad llena los días).


Hoy hace un año, Junio, que nos viste,
desconocidos, juntos, un instante.
Llévame a ese momento de diamante
que tú en un año has vuelto perla triste.

Álzame hasta la nube que ya existe,
líbrame de las nubes, adelante.
Haz que la nube sea el buen instante
que hoy cumple un año, Junio, que me diste.

Yo pasaré la noche junto al cielo
para escoger la nube, la primera
nube que salga del sueño, del cielo,

del mar, del pensamiento, de la hora,
de la única hora que me espera.
¡Nube de mis palabras, protectora!



INVITACIÓN AL PAISAJE

A Ignacio Medina


Invitar al paisaje a que venga a mi mano,
invitarlo a dudar de sí mismo,
darle a beber el sueño del abismo
en la mano espiral del cielo humano.

Que al soltar los amarres de los ríos
la montaña a sus mármoles apele
y en la cumbre el suspiro que se hiele
tenga el valor frutal de dos estíos.

Convencer a la nube
del riesgo de la altura y de la aurora,
que no es el agua baja la que sube
sino la plenitud de cada hora.

Atraer a la sombra
al seno de rosales jardineros.
(Suma el amor la resta de lo que amor se nombra
y da a comer la sobra a un palomar de ceros).

¡Si el mar quisiera abandonar sus perlas
y salir de la concha...!
Si por no derramarlas o beberlas
—copa y copo de espumas— las olvida.

Quién sabe si la piedra
que en cualquier recodo es maravilla
quiera participar de exacta exedra,
taza-fuente-jardín-amor-orilla.

Y si aquel buen camino
que va, viene y está, se inutiliza
por el inexplicable desatino
de una cascada que lo magnetiza.

¿Podrán venir los árboles con toda
su escuela abecedaria de gorjeos?
(Siento que se aglomeran mis deseos
como el pueblo a las puertas de una boda).

El río allá es un niño y aquí un hombre
que negras hojas junta en un remanso.
Todo el mundo le llama por su nombre
y le pasa la mano como a un perro manso.

¿En qué estación han de querer mis huéspedes
descender? ¿En otoño o primavera?
¿O esperarán que el tono de los céspedes
sea el ángel que anuncie la manzana primera?

De todas las ventanas, que una sola
sea fiel y se abra sin que nadie la abra.
Que se deje cortar como amapola
entre tantas espigas, la palabra.

Y cuando los invitados
ya estén aquí —en mí—, la cortesía
única y sola por los cuatro lados,
será dejarlos solos, y en signo de alegría
enseñar los diez dedos que no fueron tocados
sino
por
la
sola
poesía.


LOS SONETOS DE ZAPOTLÁN

I

A Juan José Arreola


Un amarillo estar de otoño al día.
Sus olvidadas comunicaciones
abrieron los antiguos corazones
que junio en otros junio exprimía.

Triunfos de corporal idolatría
desnudan sepulcrales posesiones.
Las perlas, amargadas, las acciones
atléticas, vejada fantasía.

¿En dónde estás, eterna primavera?
¿Por qué perdí tu claridad ligera
y en flores amarillas te descubro?

Y devorado por mi boca herida,
con las palabras que te digo cubro
la muerte más hermosa de mi vida.



NOCTURNO A MI MADRE

Hace un momento
mi madre y yo dejamos de rezar.
Entré en mi alcoba y abrí la ventana.
La noche se movió profundamente llena de soledad.
El cielo cae sobre el jardín oscuro.
Y el viento busca entre los árboles
la estrella escondida de la oscuridad.
Huele la noche a ventanas abiertas,
y todo cerca de mí tiene ganas de hablar.
Nunca he estado más cerca de mí que esta noche:
las islas de mis ausencias me han sacado del fondo del mar.
Hace un momento,
mi madre y yo dejamos de rezar.
Rezar con mi madre ha sido siempre
mi más perfecta felicidad.
Cuando ella dice la oración Magnífica,
verdaderamente glorífica mi alma al Señor y mi
espíritu se llena de gozo para siempre jamás.

Mi madre se llama Deifilia,
que quiere decir hija de Dios, flor de toda verdad.
Estoy pensando en ella con tal fuerza
que siento el oleaje de su sangre en mi sangre
y en mis ojos su luminosidad.
Mi madre es alegre y adora el campo y la lluvia,
y el complicado orden de la ciudad.
Tiene el cabello blanco, y la gracia con que camina
dice de su salud y de su agilidad.

Pero nada, nada es para mí tan hermoso
como acompañarla a rezar.
Todos los días, al responderle las letanías de la Virgen
—Torre de Marfil, Estrella Matinal—,
siento en mí que la suprema poesía
es la voz de mi madre delante del altar.
Hace un momento la oí que abrió su ropero,
hace un momento la oí caminar.
Cuando me enseñó a leer me enseñó también a decir versos,
y por ese tiempo me llevó por primera vez al mar.

Cuando la pobreza se ha quedado a vivir en nuestra casa,
mi madre le ha hecho honores de princesa real.
Doña Deifilia Cámara de Pellicer
es tan ingeniosa y enérgica y alegre como la tierra tropical.
Oigo que mi madre ha salido de su alcoba.
El silencio es tan claro que parece retoñar.
Es un gajo de sombra a cielo abierto,
es una ventana nueva acabada de cerrar.
Bajo la noche la vida crece invisiblemente.
Crece mí corazón como un pez en el mar.
Crece en la oscuridad y fosforece
y sube en el día entre los arrecifes de coral.
Corazón entre náufrago y pirata
que se salva y devuelve lo robado a su lugar.
La noche ahonda su ondulación serena
como la mano que en el agua va la esperanza a colocar.

Hermosa noche. Hermosa noche
en que dichosamente he olvidado callar.
Sobre la superficie de la noche
rayé con el diamante de mi voz inicial.
Mi voz se queda sola entre la noche
ahora que mi madre ha apagado su alcoba.
Yo vigilo su sueño y acomodo sus nubes
y escondo entre mi angustia lo que en mi pecho llora.

Mi voz se queda sola entre la noche
para decirte, oh madre, sin decirlo,
cómo mi corazón disminuirá su toque
cuando tu sueño sea menos tuyo y más mío.

Mi voz se queda sola entre la noche
para escucharme lleno de alegría,
callar para que ella no despierte,
vivir sólo por ella y para ella,
detenerme en la puerta de su alcoba
sintiendo cómo salen de su sueño
las tristezas ocultas,
lo que imagino que por mí entristece
su corazón y el sueño de su sueño.

El ángel alto de la media noche,
llega.
Va repartiendo párpados caídos
y cerrando ventanas
y reuniendo las cosas más lejanas,
y olvidando el olvido.
Poniendo el pan y el agua en la invisible mesa
del olvidado sueño.
Disponiendo el encanto
del tiempo enriquecido sin el tiempo;
el tiempo sin el tiempo que es el sueño,
la lenta espuma esfera
del vasto color sueño;
la cantidad del canto adormecido
en un eco.
El ángel de la noche también sueña.
Sólo yo, madre mía, no duermo sin tu sueño!



NOCTURNO DEL MAR AMOR

Volver a decir: ¡el mar!
Volver a decir
lo que no puedo cantar
sin el corazón partir.

Lo que con sólo pensar
la dulce lengua salé
y al callar
cárcel de espumas sellé.

Noche de naves ancló
y en mi corazón caí.
Lo que desapareció,
ya está aquí.

Vivía un reflejo verde
que enrollaba el agua oscura.
Yo sé que el amor se pierde
junto a la noche más pura.

¡Ay de mi vida!
Puesta a lo largo del mar
sólo le queda mirar
un paisaje con herida.

Media noche fue en el cielo
que una nube fue a traer.
Pérdida de todo vuelo,
tiempo sangrado al correr.

En sombrías sonajeras
el agua su aire mojó
y oleajes desenrolló
ronca de angustias postreras.

Toda la noche a los cielos
mi corazón fui a llevar
por destruir un estelar
horario de desconsuelos.

Entre los dos viva muerte
secamente retoñó
y la luna la enyesó
con calmas de mala suerte.

¡Voces inútiles siempre!
Cuanto en el alma tajé
pudrió la noche septiembre
como quien rompe un quinqué.

Tu perfil en el espacio
pájaros sonidos daba
y el dolor de lo que acaba
puso el mar en tiempo lacio.

Toda la noche la cita
fue munendo de amargura.
Llorar era una llanura
desde una tarde infinita.

Casi un año, y el puñal
intocable y solitario
gotea el aniversario
con silencioso caudal.

Bella columna sonora,
tu caída partió en dos
la gloria de un semidiós
retocada por la aurora.

Volver a decir: ¡el mar!
Volver a decir
lo que no puedo cantar
sin el corazón partir.

Junio trajo tu recuerdo,
sin querer.
Así gano lo que pierdo
moviendo mi oscurecer.

Junio y el mar tropical
descendido a oscuridades,
soledad de soledades
todo el olvido naval.

Abro el cielo y cuelgo estrellas.
Y aguas con luces remotas
esclarecen mis derrotas
moradas sobre sus huellas.

Puse en sus manos el mar
y del azul rebosante
todo un día declinante
quisiste desembarcar.

Pensar en ti será siempre
la dicha de haber vivido
cerca de ti, tan herido
una noche de septiembre.

Dije al mar: tu sangre es mía.
¡Cuánta amargura en el canto!
(Si fuera por lo que canto,
todo el mar me ceñiría).

Surge una nube, y la nave
sobrenada; silenciosa,
se distribuye la rosa
de los vientos en que cabe.

¡Ay de mí, ay de la mar
que saló en el horizonte
la esperanza de algún monte
donde lo azul encontrar!

Porque lo azul de la mar
es la distancia del cielo,
la entonación de un pañuelo
que se ha dejado llorar.

Y lo azul en lejanía
monte montaña será
soledad de poesía,
donde la noche vendría
sin sombra de lo que está.

Digo —y aquí me despido—
con sonoridad ligera,
que esta voz que nunca cuido
—nomeolvides, no me olvido—
cruce cada primavera
siempre fiel a lo que ha sido.

Con sonoridad ligera,
siempre fiel a lo que ha sido.



POEMA EN TIEMPO VEGETAL

A José Clemente Orozco


En este bosque en que los árboles
tienen historia
y se acompañan espaciosos
a tiempo en luz,
a tiempo en sombra,
saqueo al aire los flautines
en que los pájaros devoran
la soledad húmeda y viva
de la raíz y la memoria.

Sonoramente en cuerpo y alma
siento el calor
con que de enérgicas prisiones,
la luz solar se liberó.
Y estoy cantando entre los árboles
y en el follaje de mi voz
pican los pájaros del viento
lentos rincones de sabor.

Entrar a un bosque cuando el día
todo llanura
con braserillos y alfileres
a piernas ricas desanuda,
es desnudar un tronco andante
y echarlo al agua a que se una
con materiales inasibles
de olvido imágenes fortuna.

Entrar a un bosque es adueñarse
de la opulencia
con que la vida en un instante
todas sus márgenes florea,
y da a sentir su cuerpo claro,
hondo a rumores de sorpresa:
la repentina mariposa, la rama antigua que se quiebra,
lo que ceñido y desligado
se toma o deja;
algo que cae y no sabemos
qué fue y en dónde y por qué suena.

Es este bosque en que los árboles
saben hablar
de aquel silencio de obsidiana
que en fuego tuvo pedestal:
joven Cuauhtémoc que algún día
pudo sus rocas alegrar
con los dinámicos enlaces
de este gran bosque patriarcal.

Joven Cuauhtémoc silencioso,
¿qué amanecer o atardecer
fue aquí en la pluma de tu paso
tu atardecer, tu amanecer,
y en los rumores deshilados
de oculta brisa
te suspiraron gigantescos
los ahuehuetes de tu ser?

Joven Cuauhtémoc, este pueblo
de árboles, lleno de vivir,
tierra amarrada con raíces
oculta en ti,
gasta en el sol de su arboleda
tesorería varonil
¿por qué algún día tu persona
ha de volver a estar aquí?

En este bosque en que los árboles
saben callar,
he hablado a solas, he llorado
y hasta mis manos vino a dar
esa hoja que siempre cae
y que es, tal vez, una señal.
Y así en mi pecho empieza a alzarse
entre hojas secas vendaval.

Entrar a un bosque en que los árboles
tienen historia
y se acompañan espaciosos
a tiempo en luz, a tiempo en sombra,
vale como entrar a un huerto
tan lleno de frutos que todo es sombra
y en el que uno pasa sin tocar nada
porque la sed y el hambre habitan siempre
nuestra boca.

¡Cuántas veces el joven Cuauhtémoc
vendrá a este bosque
a soñar con un pueblo saludable,
lleno de justicia y no pobre!
Y cuando se retira se estremece
todo el follaje como un pulmón enorme.
¡Hermosos y fuertes árboles!
Como estos árboles han de ser un día
en México, los hombres.

El hombre árbol sus palabras
ha extendido.
La tierra de marzo abre su entraña,
pronto recibirá la semilla...
El maíz erigirá su vara
y en su talle la mazorca feliz
multiplicará su fécula sacra.
Sitúala en el hecho preciso,
oh tierra que, desnuda, te vestirás con el agua.
Porque, como el maíz y como el árbol
se siembra y sonríe y sombrea,
también, la palabra.



POÉTICA DEL PAISAJE

A Vicente Magdaleno


Todas en el alero,
tornadizo perfil del mensajero
friso de palomar.

A medida que el pie cubre el espacio
el horizonte prometido enseña
su barricada azul, su tiempo lacio.

Muy cerca, a la distancia de un perfume,
una piedra aplastante.
En un charco, adelante,
un buen trago de lluvia se consume.

Ya lejos, unas lomas
de un verde "golf " y bosque a la derecha
y un tajo en carne viva su desnivel aploma.

(Un ocho de palomas
divide mi atención en varias fechas).

Al fin de la mirada se acomoda
la paloma de un templo en la colina.
A la izquierda la sierra cambia azules
temerosos. Y a veces, se ilumina
y lava sus colores y se pone desnuda
a recordar senderos y relieves.

Antes que se pensara
pasa una nube gruesa y siembra dudas
que florecen en tema de matices.
Y la memoria muda
cuatro temples de azul en gris perdices.

Pasa la nube a tono
con la punta del lápiz quebradiza.
Y está la pausa en trono.
(Tiempo y color: yo les doy un abono
y designo banquera a una sonrisa...)

Una paloma negra
entablera su vuelo y otras cuatro
buscan la aguja mágica del cuento.
Mientras vira la nube yo me ausento
a revisar las cuentas de mi teatro.

El patio lo ocupó el endecasílabo;
el palco y la platea
ciertos traje-de-cola alejandrinos.
En galería
hay uno que otro gratis sin oficio.

Nube y punta de lápiz acreditan:
una: luz por ausencia, y otra: cifra.
Y ya es mecer al aire
ya sin otro contento que el mecerlo,
en una prosa semejante al mar
que abstrae en espiral vidas de perlas.

Ya nada tengo que decir del panorama,
pero algo como el agua en el desierto
roba a todos la sed y queda intacta,
me queda en abundancia y en deseo
La sobra musical; una delicia
de todo ritmo, de toda danza,
de todo vuelo...



TEMA PARA UN NOCTURNO

Cuando hayan salido del reloj todas las hormigas
y se abra —por fin— la puerta de la soledad,
la muerte,
ya no me encontrará.

Me buscará entre los árboles, enloquecidos
por el silencio de una cosa tras otra.
No me hallará en la altiplanicie deshilada
sintiéndola en la fuente de una rosa.

Estoy partiendo el fruto del insomnio
con la mano acuchillada por el azar.
Y la casa está abierta de tal modo,
que la muerte ya no me encontrará.

Y ha de buscarme sobre los árboles y entre las nubes.
(¡Fruto y color la voz encenderá!)
Y no puedo esperarla: tengo cita
con la vida, a las luces de un cantar.

Se oyen pasos —¿muy lejos?...— todavía
hay tiempo de escapar.
Para subir la noche sus luceros,
un hondo son de sombras cayó sobre el mar.

Ya la sangre contra el corazón se estrella.
Anochece tan claro que me puedo desnudar.
Así, cuando la muerte venga a buscarme,
mi ropa solamente encontrará.


SONETO

A un amigo incomparable, regalándole un reloj


El tiempo que nos une y nos divide
—frutal nocturno y floreciente día—
hoy junto a ti, mañana lejanía,
devora lo que olvida y lo que pide.

Cuidar en él lo que al volar descuide
será internarse en su relojería;
y minuto a minuto y día a día,
sin quererlo, aunque poco, nos olvide.

Olvidados del tiempo, esos instantes,
serán de eternidad; los deslumbrantes
momentos del instante de lo eterno.

Junio en tus manos su belleza afina;
el otoño es su dócil subalterno.
Tiempo y eternidad tu alma combina.




Carlos Pellicer








1 comentario:

  1. Si supieran, poco tiempo antes de morir Pelli-cer, visitó Cuba, y casi tuve la oportunidad de conocerle personalmente, pero por la inegli-gencia del Director de Cultura de mi locali-dad, quien anotó el día de la conferencia en una cajetilla de cigarrillos vacías que después botó, no tuve la oportunidad de conocer en vida
    y personalmente a este gran poeta; gracias por publicar sus poemas. de Domingo Hernandez

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