martes, 10 de agosto de 2010

EDUARDO LIZALDE [377]


Eduardo Lizalde

Eduardo Lizalde García de la Cadena (Ciudad de México, 14 de julio de 1929) es un escritor, poeta y académico mexicano.

Su padre fue el ingeniero Juan Lizalde, quien lo enseñó a construir sonetos en su infancia. Su madre fue Elena García de la Cadena, hija del general Trinidad García de la Cadena. Uno de sus 6 hermanos fue el actor Enrique Lizalde, es primo del cantante Óscar Chávez.

Realizó sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y posteriormente en la Escuela Superior de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). En 1984 obtuvo la beca Guggenheim de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation con la cual pudo realizar estudios en Estados Unidos. Ha impartido clases de Literatura española, mexicana y latinoamericana en su alma máter desde 1958. Fue secretario general de la Escuela de Verano de la UNAM.

Trayectoria profesional

En 1948 fue uno de los iniciadores del movimiento Poeticismo, en el cual participaron también Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca. En 1955 se afilió al Partido Comunista Mexicano, publicó en La Voz de México, órgano oficial del partido, poemas de contenido social e ideológico, sin embargo, en 1960, fue expulsado del partido junto con José Revueltas. Ambos fundaron la Liga Leninista Espartaco, movimiento político alternativo que abandonaron poco tiempo después.

A lo largo de su trayectoria profesional ha publicado reseñas literarias en las revistas Revista Mexicana de Literatura, México en la Cultura, Ideas de México, Revista Universidad de México, así como para El Semanario Cultural de Novedades, El Gallo Ilustrado, El Nacional, Vuelta, Letras Libres y La Letra y la Imagen. De 1988 a 1994 fue presidente de Pen Club de México.

Funcionario y académico

En 1977 fue director de Medios Audiovisuales de la Secretaría de Educación Pública (SEP). En 1982 fue director de Televisión de la República Mexicana (TRM). De 1986 a 1989 fue director de Publicaciones y Medios de la SEP. En 1989 fue nombrado director de Ópera del Instituto Nacional de Bellas Artes. Fue director de Radio Universidad. Es director de la Biblioteca México José Vasconcelos desde 1996.

Es Creador Emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes desde 1994. Fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua en 2006, tomó posesión de la silla XIV el 24 de mayo de 2007 con el discurso La poesía mexicana, esplendor e infortunio.

Obras publicadas

La mala hora, poesía, en 1956.
Los presentes, en 1956.
Odesa y Cananea, en 1958.
La cámara, cuento, en 1960.
Luis Buñuel, odisea del demoledor, ensayo, en 1962.
Cada cosa es Babel, en 1966.
Autobiografía de un fracaso, en 1981.
El poeticismo, en 1981.
El tigre en la casa, en 1970.
La zorra enferma, en 1974.
Caza mayor, en 1979.
Memoria del tigre, en 1986.
¡Tigre, tigre!, en 1985.
Tabernarios y eróticos, en 1988.
Siglo de un día, novela.
Otros tigres, en 1995.

Premios y distinciones

Premio Xavier Villaurrutia, por su obra El tigre en la casa, en 1969.
Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes, por su libro La zorra enferma, en 1974.
Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura otorgado por la Secretaría de Educación Pública en 1988.
Creador Emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes desde 1994.
Premio Iberoamericano Ramón López Velarde en 2002.
Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines-Gatien Lapointe, en 2005.
Premio Internacional Alfonso Reyes, en 2011.5
Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, en 2013.

Eduardo Lizalde ha sido merecedor del Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Español 2016, convocado por la Universidad Nacional Autónoma de México y la Secretaría de Cultural Federal. El jurado ha señalado que Lizalde “es el poeta vivo más importante de México y uno de los más notables de la lengua española. El tigre en la casa es uno de los libros más influyentes y vivos en sucesivas generaciones. Su obra poética completa está recogida bajo el título Nueva memoria del tigre, donde incluye su valiente y crítica Autobiografía de un fracaso, que da cuenta de la aventura poeticista de su juventud.” El jurado estuvo conformado por Sergio Ramírez, Jaime Labastida y Juan Luis Cebrián. Además de Roger Bartra y Vicente Quirarte como representantes de la Secretaría de Cultura y la Universidad Nacional Autónoma de México, respectivamente.


Dos viñetas de un cándido

1. Bajo el cielo tenebroso
el rehilete se abre en el jardín.
La fiesta del gorrión que danza, canta
-se vuelve flor su trino,
fruto su aleteo-,
se baña bajo el líquido haz de chispas.
Pura felicidad en el pequeño prado,
el agua limpia -hubiera dicho el santo-,
es la sonrisa de Dios.



2. Buenos días, mundo.
Me alegra verte afuera al despertar.
Celebro que no hayas
-la ocasión la pintan calva-
aprovechado el manto de la noche maldita
para irte por siempre al inframundo.
También me reconforta
que aún te habiten pájaros cantores,
meistersinger del bosque en el jardín;
que el sol severo nos escalde aún
y nos torture el rudo ozono
-como todos los días-.

Soñé que te habías ido,
conmigo hacia el infierno
y que se habían quedado aquí
sin mundo todas las demás criaturas:
piedras, grajos, insectos o personas.
Te veo tan grande y bello,
que me río de los siniestros solipsistas
de antaño.
No has de esfumarte cuando yo me extinga.
Canto tu salud de hierro,
tu verde corazón y tu estructura
de granito.
Buenos días, querido, hermoso mundo.



El sexo en siete lecciones

1. Gozo y tortura
que el Tártaro yel Cielo
-uña de carne- desempeñan.

Al sexo y su desorden milagroso,
a su perfecto matrimonio; ,
de beso y abrelatas, sucumbimos.

A la gloria del sexo,
a su desenfrenado latrocinio,
su avaricia impecable,
alto, cedemos.


2. Y por estar a flote,
por ser la superficie de la espuma en la piel,
por ser lo más visible y general,
por ser el más común lugar del paraíso visitado,
el sexo, lo evidente,
lo que a todos iguala,
lo esencial-sabia era Eva,
ingenuo Segismundo-,
por ser el sexo algo tan real,
lo único real acaso,
sólo se existe y vive a su merced.

No es reducible el sexo a números ni a ciencia,
no es cosa comprensible,
no es natural ni humano
y la divinidad lo desconoce.

Lo real no está sujeto a inquisición.


3. El tiempo escaso por costumbre
y, por la costumbre, frágil,
no basta para el amor
y es demasiado para el sexo.

Pero si en sexo se midiera el tiempo
si el sexo -el gozo, mejor dicho- fuera
una unidad de tiempo,
sería la más pequeña
que el reloj pudiera imaginar,
la apenas registrable,
el átomo del tiempo.


4. Ni el denodado goce de los cuerpos,
ni el carnívoro roce de las bocas,
ni las fieras sensuales de los dedos,
ni las mejillas ardorosas,
ni el sudor refrescante de los pechos
-su rima encantadora-,
ni el tacto delicioso de los muslos,
ni la plata del pubis,
ni las caudas azules y viriles,
son suficientes para el sexo.

La plena saciedad misma, no basta.
Lacios los cuerpos tras el goce, exhaustos,
bebidos uno a otro hasta las plantas,
sueñan, despiertos, con el sexo.
Sólo han probado, sólo empiezan a hervir.
La saciedad más absoluta
es siempre, apenas, el principio.


5. El cuerpo es siempre virgen para el sexo.
El cuerpo siempre, Paul, recomenzando.
Y el cuerpo eterno, el fiero eterno cuerpo
muere antes que el sexo.


6. Y nada de que el sexo
sólo con amor es sexo.
El sexo es siempre amor,
nunca el amor es sexo.
El amor no es amor,
el sexo es el amor.
No hay sexo sin amor
pero hay amor sin sexo, y no lo es.
Todo amor sin sexo es corruptible.
Sólo una advertencia:
es ya desgracia conocida
que el sexo y el amor no sean posibles
sino con personas,
con almas y con cuerpos de cuatro dimensiones,
con seres existentes,
y nunca con fantasmas o sombras pasajeras,
mucho menos con plantas o gallinas.


7 (y última). El sexo es una cosa
que se embellece cuando se la mira.
Y la prostitución es su magnífico revés,
su negación perfecta,
su ausencia depresiva.
El sexo es este Dios moldeado
por su más portentosa y vil creatura.


Amor

La regla es ésta:
dar lo absolutamente imprescindible,
obtener lo más,
nunca bajar la guardia,
meter el jab a tiempo,
no ceder,
y no pelear en corto,
no entregarse en ninguna circunstancia
ni cambiar golpes con la ceja herida;
jamás decir "te amo", en serio,
al contrincante.
Es el mejor camino
para ser eternamente desgraciado
y triunfador
sin riesgos aparentes.


EL TIGRE EN LA CASA (1970)

I. Retrato hablado de la fiera

2

EL TIGRE

Hay un tigre en la casa
que desgarra por dentro al que lo mira.
Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,
y sólo puede herir por dentro,
y es enorme:
más largo y más pesado
que otros gatos gordos
y carniceros pestíferos
de su especie,
y pierde la cabeza con facilidad,
huele la sangre aun a través del vidrio,
percibe el miedo desde la cocina
y a pesar de las puertas más robustas.

Suele crecer de noche:
coloca su cabeza de tiranosaurio
en una cama
y el hocico le cuelga
más allá de las colchas.
Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,
de muro a muro,
y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,
como a través de un túnel
de lodo y miel.

No miro nunca la colmena solar,
los renegridos panales del crimen
de sus ojos,
los crisoles de saliva emponzoñada
de sus fauces.

Ni siquiera lo huelo,
para que no me mate.

Pero sé claramente
que hay un inmenso tigre encerrado

en todo esto.


3

                             Lo he leído, pienso, lo imagino;
                                   existió el amor en otro tiempo
                                   Será sin valor mi testimonio.
                                                Rubén Bonifaz Nuño

Recuerdo que el amor era una blanda furia
no expresable en palabras.
Y mismamente recuerdo
que el amor era una fiera lentísima:
mordía con sus colmillos de azúcar
y endulzaba el muñón al desprender el brazo.
Eso sí lo recuerdo.
Rey de las fieras,
jauría de flores carnívoras, ramo de tigres
era el amor, según recuerdo.
Recuerdo bien que los perros
se asustaban de verme,
que se erizaban de amor todas las perras
de sólo otear la aureola, oler el brillo de mi amor
—como si lo estuviera viendo—.
Lo recuerdo casi de memoria:
los muebles de madera
florecían al roce de mi mano,
me seguían como falderos
grandes y magros ríos,
y los árboles —aun no siendo frutales—
daban por dentro resentidos frutos amargos.
Recuerdo muy bien todo eso, amada,
ahora que las abejas
se derrumban a mi alrededor
con el buche cargado de excremento.


4

Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de esos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoran
lamiendo el otro lado del césped,
lanzando a nuestros pastos
las manadas de hidras y langostas
de sus lenguas calientes.

Como si el verde pasto celestial,
el mismo océano, salado como arenque,
hirvieran.
Que tanto y tanto amor
y tanto vuelo entre unos cuerpos
al abordaje apenas de su lecho, se desplome.

Que una sola munición de estaño luminoso,
una bala pequeña,
un perdigón inocuo para un pato,
derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas
y desgarre el cielo con sus plumas.

Que el oro mismo estalle sin motivo.
Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa
se destroce.

Que tanto y tanto, una vez más, y tanto,
tanto imposible amor inexpresable,
nos vuelva tontos, monos sin sentido.

Que tanto amor queme sus naves
antes de llegar a tierra.

Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,
niños, animales domésticos, señores,
lo que duele.


8

Oigo al tigre rascar.
Sonríe malignamente
y se agrietan los muros
—algún demonio hirviente
ha inundado su cuerpo
con pulgas de vitriolo—.

Es bestia fiel este rayado azote,
O mon cher Belzebuth, je t’adore:
resguarda bien la casa,
pero la cuida sólo
para que nadie salga.

Reloj de furia el tigre
se desgarra a sí mismo
cuando está solo demasiado tiempo,
y la materia de su vista
no es la luz
sino la sangre.


9

Duerme el tigre.
La sangre de este sueño,
gotea.
Moja la piel dormida del tigre real.
La carne entre las muelas
requeriría mil años de masticación.

Despierta hambriento.
Me mira.
Le parezco sin duda un insecto insaboro,
y vuelve al cielo entrañable
de su rojo sueño.


10

Tigre atrapado en la vitrina,
gime el mar
detrás de la ventana
Se contonea y maldice y ruge
y se destroza contra los cristales,
sangra cuchillos al herirse
y grita y muge y silba y hace gárgaras.
Envuelve y cañonea con su ronquido,
tira zarpazos blancos,
y teje los mejores encajes pasajeros.
Se pone intolerable, aúlla, trota,
marcha, empuja, cae, destruye,
pero no le abrimos.

Más tarde,
cuando el sueño de ella
es como el pozo más profundo,
cuando sueña y me olvida,
abro la puerta
y miro cómo
la desgarra el mar.


11

POBRE DESDÉMONA
               

   Oh, si las flores duermen,
                              que dulcísimo sueño
                      Bécquer (naturalmente)

La espalda de esta luz
son esos sueños tuyos, amada,
que duelen al soñarse
y que hacen florecer las prímulas
y azahares en tus flancos.

Y caen del lecho moras
de grueso jugo, cuando sueñas;
y zarzarrosas crecen
bajo el cojín de pluma;
y tiernos gansos pican,
bajo el tálamo, hierbas prodigiosas
del sueño enternecido.

Despiertas luego: me miras,
descubres en mis ojos la muerte;
ves en mi mano flores
arrancadas al sueño que soñabas
y se deshacen lentas,
como el mundo del sueño
que pasa a la vigilia,
como el flotante polen del jardín distraído
hacia los muladares.

Los pelos de la burra
en esta mano
que ha de cortar tu vida.

Vuelve a dormir, te digo,
en un dormir sin sueño
y sin campánulas.

Las flores se diluyen plenamente;
vuelven a ser remate de las telas.
Los gansos vuelan torpes hacia el azul del techo.

Las moras son tranquilas manchas
de sangre remolida
que el tigre deja ahora
al balancear su hocico.
Y ya no existe el sueño.


12

EL CEPO

Vacía la trampa de oro,
sobredorada —el oro sobre el oro—,
de esperar inútilmente al tigre.

Oro en el oro, el tigre.
Incrustación de carne en furia, el tigre.

Mina de horror. Llaga fosforescente
que atraviesa la sangre
como el pez o la flecha.
Rastro de sol.
La selva se ilumina, abre sus ojos
para ver pasar la luz del tigre.
Y a su paso, Midas, las hojas, ojos
flores desprevenidas, crótalos dormidos,
ramas a punto de nacer,
libélulas doradas de por sí,
gemidos de cachorros,
se doran, se platinan.

Y el tigre pasa, frente a la trampa absorta,
amada,
y la trampa lo mira, dorándose, pasar;
la fiera huele acaso
la insolente carnada convertida en rubí,
lame sus brillos secos de aparente jugo,
pisa en vano el aterido resorte de cristal o nácar
del cepo inerme ahora.

Escapa el tigre
y la trampa se queda
como la boca de oro
de niño frente al mar.



II. Grande es el odio 

1

Grande y dorado, amigos, es el odio.
Todo lo grande y lo dorado
viene del odio.
El tiempo es odio.

Dicen que Dios se odiaba en acto,
que se odiaba con fuerza
de los infinitos leones azules
del cosmos;
que se odiaba
para existir.

Nacen del odio, mundos,
óleos perfectísimos, revoluciones,
tabacos excelentes.

Cuando alguien sueña que nos odia, apenas,
dentro del sueño de alguien que nos ama,
ya vivimos el odio perfecto.

Nadie vacila, como en el amor,
a la hora del odio.

El odio es la sola prueba indudable
de la existencia.


2

Y el miedo es una cosa grande como el odio.
El miedo hace existir a la tarántula,
la vuelve cosa digna de respeto,
la embellece en su desgracia,
rasura sus horrores.

Qué sería de la tarántula, pobre,
flor zoológica y triste,
si no pudiera ser ese tremendo
surtidor de miedo,
ese puño cortado
de un simio negro que enloquece de amor.

La tarántula, oh Bécquer,
que vive enamorada
de una tensa magnolia.
Dicen que mata a veces,
que descarga sus iras en conejos dormidos.
Es cierto,
pero muerde y descarga sus tinturas internas
contra otro,
porque no alcanza a morder sus propios miembros,
y le parece que el cuerpo del que pasa,
el que amaría si lo supiera,
es el suyo.


4

Aunque alguien crea que el terror
no es sino el calcetín de la ternura
vuelto al revés,
sus pastos no son esos.
No están ahí los comederos
del terror.
La ternura no existe sino para Onán.
Y nadie es misericordioso
sino consigo mismo.
Nadie es tierno, ni bueno,
ni grandioso en el amor
más que para sus vísceras.
La perra sueña que da su amor al niño,
Goza amamantándolo.
Reino es la soledad de todas las ternuras.
Sólo el terror despierta a los amantes.


5

Para el odio escribo.
Para destruirte, marco estos papeles.
Exprimo el agrio humor del odio
en esta tinta,
hago temblar la pluma.
En estas hojas,
que escupo hasta secarme, arrojo
Todo el odio que tengo.
Y es inútil. Lo sé.
Sólo te digo una cosa:
si estas últimas líneas
fueran gotas,
serían de orines.


6

De pronto, se quiere escribir versos
que arranquen trozos de piel
al que los lea.
Se escribe así, rabiosamente,
destrozándose el alma contra el escritorio,
ardiendo de dolor,
raspándose la cara contra los esdrújulos,
asesinando teclas con el puño,
metiéndose pajuelas de cristal entre las uñas.
Uno se pone a odiar como una fiera,
entonces,
y alguien pasa y le dice:
“vete a cenar, tigrillo,
la leche está caliente”.



IV. Boleros del resentido

5

Amada, no destruyas mi cuerpo,
no lo rompas, no toques sus costados heridos.
No me lastimes más.
Me duele el pelo al peinarme.
Duéleme el aliento.
Duéleme el tacto de una mano en otra.
No destruyas mi cuerpo
pensando en sus miserias:
doliendo a pierna suelta
se destruye él solo, amada,
como si creciera hacia una lanza
clavada en la cabeza.
Ya me destrozo, mira, no hieras,
suelta el arma, detente,
no pienses más, no odies,
dame solo una tregua;
deja de respirar dos líneas de mi aire,
para que corrompa en paz esta carroña.


7

Hay un lejano olor a muerto en todo el aire.
Alguien se muere aquí,
muy cerca, en el jardín de al lado.
Tal vez aquí, junto al umbral,
más bien adentro de la casa, en el pasillo,
y no, más cerca,
en este cuarto donde moríamos juntos.
No, tampoco.
Más cerca aún, junto a mi cuerpo.
Y no, más cerca.


8

Salgo primero de tu cuerpo, amada,
proscrito y torpe,
con mi campanilla de leproso.
Salgo después del cuarto en que respiras
mis humores antiguos
y ocupo una prisión cercana.
Pero apesto:
los hedores se cuelan por el muro,
una cochambre de acero
perfora los tabiques.
Salgo al fin de la casa,
me siguen libros viejos y papeles
como un pueblo de ratas;
arriba canta el aire
sus vidrieras de oxígeno.
Desciendo por las gradas,
y me parece que alguien silba
cuando alcanzo la calle.



LA ZORRA ENFERMA (1974)

I. La zorra

A LA MANERA DE CIERTO POUND

Si yo pudiera decir todo esto en un poema,
si pudiera decirlo, si de verdad pudiera,
si decirlo pudiera,
si tuviera el poder de decirlo.
¡qué poema, Señor!
¿Quién te lo impide, muchachito?
Anda: desnúdate, para qué más remilgos,
qué clase de hipocritón gomoso quieres ser,
lanza la rima y la moral al inodoro,
anda, circula.
¡qué gran poema!
¡qué poemota sería!
Si pudiera, siquiera, si pudiera
poner la letra primera,
lazar como a una vaca ese primer concepto, si pudiera empezarlo,
si alcanzara, malditos,
cuando menos, a tomar la pluma
¡qué poema!



II. ¿Quién invento este juego?

LA BELLA IMPLORA AMOR

Tengo que agradecerte, Señor
-de tal manera todopoderoso,
que has logrado construir
el más horrendo de los mundos-,
tengo que agradecerte
que me hayas hecho a mí tan bella
en especial.
Que hayas construido para mí tales tersuras,
tal rostro rutilante
y tales ojos estelares.
Que hayas dado a mis piernas
semejantes grandiosas redondeces,
y este vuelo delgado a mis caderas,
y esta dulzura al talle,
y estos mármoles túrgidos al pecho.

Pero tengo que odiarte por esta perfección.
Tengo que odiarte
por esa pericia torpe de tu excelso cuidado:
me has construido a tu imagen inhumana,
perfecta y repelente para los imperfectos
y me has dado
la cruel inteligencia para percibirlo.
Pero Dios,
por encima de todo,
sangro de furia por los ojos
al odiarte
cuando veo de qué modo primitivo
te cebaste al construirme
en mis perfectas carnes inocentes,
pues no me diste sólo muñecas de cristal,
manos preciosas -rosa repetida-
o cuello de paloma sin paloma
y cabellera de aureolada girándula
y mente iluminada por la luz
de la locura favorable:
hiciste de mi cuerpo un instrumento de tortura,
lo convertiste en concentrado beso,
en carnicera sustancia de codicia,
en cepo delicioso,
en lanzadera que no teje el regreso,
en temerosa bestia perseguida,
en llave sólo para cerrar por dentro.
¿Cómo decirte claro lo que has hecho, Dios,
con este cuerpo?
¿Cómo hacer que al decirlas,
al hablar de este cuerpo y de sus joyas
se amen a sí mismas las palabras
y que se vuelvan locas y que estallen
y se rompan de amor
por este cuerpo
que ni siquiera anunciar al sonar?
¿Por qué no haberme creado, limpiamente,
de vidrio o terracota?

Cuánto mejor yo fuera si tú mismo
no hubieras sido lúbrico al formarme
-eterno y sucio esposo-
y al fundir mi bronce en tus divinas palmas
no me hubieras deseado
en tan salvaje estilo.
Mejor hubiera sido,
de una buena vez,
haberme dejado en piedra,
en cosa.


BELLÍSIMA

Y si uno de esos ángeles
me estrechara de pronto sobre su corazón,
yo sucumbiría ahogado por su existencia
más poderosa.

Rilke, de nuevo

Óigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.
Si fuera usted un poco menos bella,
si tuviera un defecto en algún sitio,
un dedo mutilado y evidente,
alguna cosa ríspida en la voz,
una pequeña cicatriz junto a esos labios
de fruta en movimiento,
una peca en el alma,
una mala pincelada imperceptible
en la sonrisa…
yo podría tolerarla.

Pero su cruel belleza es implacable,
bellísima;
no hay una fronda de reposo
para su hiriente luz
de estrella en permanente fuga
y desespera comprender
que aún la mutilación la haría más bella,
como a ciertas estatuas.


III. Tres canciones de inocencia

VACA Y NIÑA

Los niños de las ciudades
conocen bien el mar,
                     mas no la tierra.
La niña que no había visto
                     nunca una vaca
se la encontró en el prado
                     y le gustó.
La vaca no sonreía
-está contra sus costumbres-.
La niña se le acercó, pasos menudos,
como a una fuente materna
de leche y miel y cebada.
La vaca a su vez,
rumiando dulce pastura,
miró a la pequeña triste,
como a un becerro perdido,
y la saludó contenta:
la cola en alta alegría,
látigo amable
que festejaban las moscas.



CAZA MAYOR (1979)

I

El tigre real, el amo, el solo, el sol
de los carnívoros, espera,
está herido y hambriento,
tiene sed de carne,
hambre de agua.
Acecha fijo, suspenso en su materia,
como detenido por el lápiz
que lo está dibujando,
trastornada su pinta majestuosa
por la extrema quietud.
Es una roca amarilla:
se fragua el aire mismo de su aliento
y el fulgor cortante de sus ojos
cuaja y cesa al punto de la hulla.
Veteado por las sombras,
doblemente rayado,
doblemente asesino,
sueña en su presa improbable,
la paladea de lejos, la inventa
como el artista que concibe un crimen
de pulpas deliciosas.
Escucha, huele, palpa y adivina
los menores espasmos, los supuestos crujidos,
los vientos más delgados.
Al fin, la víctima se acerca,
estruendosa y sinfónica.
El tigre se incorpora, otea, apercibe
sus veloces navajas y colmillos,
desamarra
la encordadura recia de sus músculos.
Pero la bestia, lo que se avecina
es demasiado grande
-el tigre de los tigres-.
Es la muerte
y el gran tigre es la presa.


II

El bello, finalmente, el poderoso,
por el mayor fue vencido.
No sólo el gran tigre muere,
esta argamasa de brillo y sangre,
este relámpago
de homicida perfección:
muere con él su raza,
la historia de los tigres.
(Dice Sankhala el sabio,
adorador de tigres,
rey del zoológico en Delhi,
que sólo cuatro mil tigres restan
en los bosques y las tundras
de la antigua Hircania,
de Persia o de la India,
de Java o de Sumatra.)
Los batidores sitian a la bestia mayor,
la cercan, guían, acosan
-gritos, golpes, música, tambores-,
y él, último ejemplar, todos el último,
y joya irrepetible, juego, gloria,
de la altivez, el crimen, la hermosura,
lanza el final rugido
y el aire se enrarece
como cuando se desploma una caverna.


IV

El tigre en celo
es como un pozo de semen,
como un brazo de río:
más de cincuenta veces en un día
copula y se descarga largamente en la hembra,
como un cielo encendido en éxtasis perpetuo,
una tormenta de erecciones.
Y la hembra que aúlla o vocaliza
con su voz de contralto,
cómica y dolorosa,
pornográfica y mártir,
espera al tigre que la ronda sin tregua
como una tea, como un astro poseído e hirsuto.
Las fieras se acarician, Rubén,
bajo las vastas selvas primitivas.
Es el gran circo del sexo
en inconsciente y arrobada
soledad acróbata.
Al alba, cuando las bestias lujuriosas duermen,
parece oler a sexo, también a carne macerada,
en dos kilómetros a la redonda
y un resplandor ligero emana de ese Olimpo
en que la prole
del que podría preñar en horas a doscientas tigresas
es grandioso rescoldo y ya se apaga
como un fuego de siglos,
cesa como un viento,
cede como un canto.


V

La tigra sólo alumbra, cada dos años,
una alegre camada de tres o cuatro crías.
A veces la destruye casi a todas:
comparte con el tigre las carnes entrañables
de esos vástagos rubios, solares y graciosos
que pronto serían rudos comensales,
voraces compañeros
en la inconstante mesa selvática.
La tigra sabe
– su lógica está hecha de sangre, no de
olfato-,
que todo se ha perdido para su dinastía.
Un cachorro, muy pocos sobreviven
al filicidio aséptico, ritual,
casi quirúrgico y casi gastronómico
para ser testigos, dejar rastro,
estar ahí cuando se cumpla la condena. 


VI

Me quedo, tigre solo, satisfecho,
hambriento a veces,
aquí en esta cantina
donde el tiempo no pasa.
En esta misma mesa
de la cervecería La Curva
en que gastábamos
la quincena y el tiempo
mi amigo Marco Antonio y yo,
graves y grávidos poetas.
Pido cerveza. Escribo como entonces,
para qué,
unas líneas más o menos jocundas.
Pero pienso en la muerte,
un áspero humor sopla, corre como un frío,
huele a tanino, como un tiempo fermentado,
un vino enfermo.
Comprendo que alguien me persigue,
alguien apunta,
alguno acecha, me caza,
venadea, tigrea, destruye.
Pido otra cerveza.


XXIV

Los tigres mueren
pero las ratas proliferan, bullen y dan flor
(hay cinco por cada hombre, seiscientas mil por cada tigre).
Pero pronto el mar será de ratas, mar de pelo y no de agua;
asaltarán todas las torres, Edgar;
una gran turbonada, una ola negra,
el mar en una ola
de viscosas, grasas, enceguecidas,
salvajes, espantosas, persistentes, fuertes ratas
cubrirán todas las playas y serán pasto suyo las ciudades
-se fraguan, concreto armado, las alucinaciones de Camus-;
las urbes trémulas verán caer ganados, hombres,
trigos, pájaros, libélulas,
y a distancia, la Tierra será un blanco, bello ovoide,
una madeja de huesos
como ciertas rosas o esferas de marfil
talladas finamente por los chinos.


TABERNARIOS Y ERÓTICOS (1989)

CAJA NEGRA

La noche sobre las almas.
Todos los sueños, toda la sangrienta memoria,
las pasiones más pútridas,
los amores más bellos,
las más altas traiciones,
los estupros más viles,
los delitos incruentos y preciosos
de los amantes perseguidos,
los crímenes también de los impuros, toscos
chacales de la urbe,
los secretos más crueles de la felicidad y del dolor,
los crímenes imaginarios, heroicos, bucaneros,
de los adolescentes incestuosos,
la clave de la guerra entre hermanos,
punto fino, el solapado origen de toda la tragedia,
el ojo mismo para contemplarlos,
están todos ahí, en la caja negra,
nuestro centro invisible y expansivo
que vibra entre la válvula cardiaca
y el florecido sexo al que servimos con suerte desigual.
Pero nunca ha de abrirse.
Todo a su alrededor ha de morir si ella se abre,
agujas, cardos ha de volverse el agua que se bebe
si ese turbio corazón se rompe.
Sobre las almas cerraría la noche
si esa caja se abriera en las entrañas
de una sola criatura del frágil universo,
como si se rompiera el corazón de Dios
-la miel enferma del panal está en la caja-.
Freud se traumara con la idea de ese custodio visceral,
ángel interno,
que nos protege como un tumor benigno
de la basta miseria.
Se han de romper las naves,
ha de astillarse el aire como el vidrio corriente,
pero la caja, no.
Dios puede enloquecer y ha de quebrarse al fin
como un volátil superior,
pero la caja, no.


MÁS CAMA SUTRA

Nos damos un concierto de felicidad,
hay veces, sobre pasmosas superficies.
Tú practicas el dórico,
la columna románica,
y yo paso al severo, al neoclásico puro,
al supino perfecto,
a la cubana, al estípite,
al barroco abusivo,
al mudéjar tardío de los alegres nazaritas,
al churriguera profundo.
Redactamos en vivo y labramos en carne
nuestro privado Ananga Ranga.
Un viento suave de sándalo amoroso
inquieta este paisaje de dos médanos,
y las deidades graciosas del Oriente,
siempre menos pacatas y egoístas que las del Oeste,
sonríen tras de la puerta
o bajo las molduras del artesonado.


CHARLIE BROWN EN LA LOMA (TANGO DE OTRO VIUDO)

En la noche asesina, y solo en el montículo,
¡qué soledad a veces, Charlie, pavorosa!,
con casa llena,
y ya en la parte baja de la octava,
y tirando wild pitch –uno tras otro-,
salvaje, eterna soledad, de veras.
Cósmica soledad del lanzador al centro del diamante.
Una mirada al fondo, de ratón acorralado:
toleteros veloces, atentos y enemigos
y tristes jardineros fraternales
a los que ciega el sol bajo las bardas.
Solar, nocturna jornada interminable.
Al frente, el bateador,
la noche arriba.

Lluevan, cielos,
derrúmbense las nieblas sobre el parque.
Viudo en la loma,
como bajo la ducha de esa infancia
que dejábamos ya, soñando en altas diosas
o primas ruborosas e imposibles,
y haciéndose una horrible, deprimente puñeta
en la mañana,
¡qué soledad, de veras, Charlie!
-y falla el doble play, para acabarla-.





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