sábado, 11 de diciembre de 2010

2420.- ERICK AGUIRRE


Erick Aguirre Aragón (Managua, Nicaragua.1961). Escritor y periodista. Publicaciones: Pasado meridiano (Poesía, 1995). Un sol sobre Managua (Novela, 1998). Conversación con las sombras (Poesía, 2000). Con sangre de hermanos (Novela, 2002). Libros de ensayos y prosa crítica: Juez y parte. Sobre literatura y escritores nicaragüenses contemporáneos (1999). La espuma sucia del río. Sandinismo y transición política en Nicaragua (2000). Subversión de la memoria. Tendencias en la narrativa centroamericana de postguerra (2005). Las máscaras del texto. Proceso histórico y dominación cultural en Centroamérica (2006). Obtuvo el Premio Internacional de Poesía “Rubén Darío” 2009, con su libro La vida que se ama. Es Licenciado en Filología y Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), con Maestría en Literatura Hispanoamericana y de Centroamérica por la Universidad Centroamericana (UCA). Ha sido redactor, columnista, periodista cultural y editor en algunos de los más importantes periódicos de Nicaragua. También fue docente de la Universidad Nacional Autónoma y de la Universidad Centroamericana, en Managua. Actualmente es editor del suplemento cultural de El Nuevo Diario.


Poemas de La vida que se ama
Obra ganadora del Premio Internacional de Poesía “Rubén Darío” 2009





Viajero enfermo

He vivido estos últimos días
en una ciudad reconstruida
hace más de cincuenta años.
Una ciudad de Alemania
que está muy lejos del mar,
donde el recuerdo de un viajero
me trajo a la memoria
un poema de Cesare Pavese
sobre los mares del sur.

He vivido en una esquina quieta
de Halskestrase, en Nüremberg;
en un pequeño callejón
donde a pocos metros abre su boca
y escupe su aliento helado
la estación del metro Maffeiplatz.

Y nada aquí recuerda el mar.
El sol cae demasiado tarde
sobre un horizonte de techos y balcones,
y es imposible despertar a tiempo
para verlo venir de nuevo
desde los verdes campos de Fürth,
más allá de las tierras inmensas
del día y la noche,
donde un aventurero recorrió
isla tras isla:
los paisajes azules y lejanos
que despiertan al viajero
la virginidad de los sentidos;
la gente franca que allí habita
y sonríe fácilmente
como si siempre fuesen niños;
la luz esbelta y tersa magnificando los detalles
en las islas Marquesas o en la bahía de Anaho...

Pero el espíritu de aventura
siempre fue enemigo de la prudencia,
ese hongo venenoso
que paraliza en el hombre
su capacidad de entrega.

Ver el amor llegar,
ver el amor marcharse
en el páramo inhóspito del mundo,
no serviría de nada
si no se obtiene la vida que se ama.

Un cielo y un camino
es todo lo que busca el viajero.
Lo demás puede quedarse a un lado.

Hoy disfruto con pereza
los últimos días de primavera
en esta vieja ciudad,
y la lejanía de mis tierras
al otro lado de los mares
me ha traído a la memoria la extraña voluntad
de ese viajero enfermo
que fue Roberto Luis Stevenson.

Sus versos me recuerdan
que yo también fui joven
y he tenido amigos
(casi todo para ser feliz),
y también extiendo mi vela sin esperanza,
demasiado tarde.

Nüremberg, mayo 2001







Los elíxires del Diablo

“Así vi al Diablo anoche:
posado sobre mi pecho
como un juguete horrible”
(Carlos Martínez Rivas)

En una calle de Bamberg, Alemania,
frente al número 26 de Schillerplatz,
bajo un castaño joven
que mira hacia viejos balcones;
estuve asustado esperando
a que mis colegas salieran
de la vieja casa donde vivió Hoffman.

Ernesto Teodoro Amadeo Hoffman
estaba ahí, mirándonos subir penosamente
los peldaños de su casa,
laberíntica y estrecha,
llena desde hace siglos
con su invisible presencia.

Bogdan Zalewski, mi amigo de Kracovia,
quizás pensó que aquello sólo era un disparate.
Él, que sabe distinguir
la esencia de los sueños,
su misterioso y difícil significado
bordeando los lindes
entre la vida y la muerte;
no sintió el frío espantoso
de su absoluta mirada
que me llevó a salir corriendo hasta la calle,
a buscar en el refugio de un castaño
el sentido de las cosas más allá de la razón.

Fue el destello deslumbrante de la casualidad,
esa revelación trascendente y espontánea
que nos hace arrojar piedras
en la plácida laguna de la lógica;
lo que me enfrentó a su rostro,
a sus ojos de fraile esquizofrénico
mirándonos a todos con cínica inclemencia.

Entonces supe que en esa mirada torva
que recuerda tanto a Baudelaire,
en esos ojos oscuros
que inquietan en lo más íntimo
y provocan desasosiego;
están trenzados los lazos
entre el alma del hombre
y el prodigio del universo:
el sexo reprimido, la locura,
la profanación del amor,
el descenso a los infiernos.

Nüremberg, mayo 2001








Derrumbe

Para Gudrun Sagasser

Hay una Alemania que sufre
el triunfo de la otra Alemania.
Pude verlo yo mismo una mañana de mayo
desde la ventana de mi cuarto
en el apartamento de Gudrun
(esquina de Halskestrase, en Nüremberg;
junto a la estación del metro Maffeiplatz),
mientras contemplaba a la gente
asomando en los balcones,
celebrando la llegada
de un pálido sol primaveral
que los hacía abandonar
el encierro aburrido de sus pisos
para bajar a las calles y entrar a las tiendas.

No parecían, aquellos hombres y mujeres,
cultivadores de flores
y pequeñas plantas exóticas
en el mínimo espacio de sus frágiles balcones;
haber sobrevivido a las peores épocas del siglo.
No parecían, sus viejos labios
aún partidos por el frío del pasado invierno,
haber pronunciado alguna vez
himnos de muerte y de victoria.
No parecían, sus viejas manos atrofiadas
tomando temblorosas los víveres
y hurgando en sus carteras
el dinero de la compra en el mercado,
haber sobrevivido a la destrucción y a la guerra.

Ellos fueron los dioses invisibles
que hicieron posible el gran milagro alemán.
Pero simplemente envejecieron
y heredaron a sus hijos
una nación fuerte y dividida:
el desgarramiento moral del consumismo,
la disidencia política y el silencio,
el materialismo creciente de la vida,
la desesperación inmigrante y la oscura xenofobia.

Los veía desde arriba
moviéndose en las calles como hormigas,
entrando y saliendo de la tienda
o hundiéndose tranquilos
en la garganta oscura de la estación;
y pensaba que nosotros,
al otro lado del océano,
disputamos a otros dioses
la vigencia de otros nombres.
Arrastrados por los sueños y el amor
hasta los más hondos y dulces abismos,
abrimos diariamente otras ventanas
y hablamos con la voz
de otros hermanos perdidos...

Los miraba desde arriba
y recordaba la pregunta
del poeta borracho
en la vieja cantina de Managua:

-¿Deben unirse las alemanias?

Entonces escuché el sollozo
de Gudrun Sagasser en la cocina
(sus pinturas esparcidas en mi cuarto de huésped,
rechazadas por obscenas en las mejores galerías,
reflejaban –según los críticos- la decadencia
de un tiempo abolido que ya nadie quería recordar).
Sabía bien que no era
simplemente soledad
lo que inundaba su llanto,
o el desamor y el abandono de su amante.
Era también el dolor
de no poder abrir ya más la ventana
y dar la cara a un mundo que la acepte.

En la cocina su viejo amigo,
el bueno de Mijail emigrado de Rusia,
acostumbrado a confesar con miedo
la simple verdad de ser homosexual;
le acaricia sus cortos cabellos de hombre
para que ella, inclinada sobre la mesa,
se entregue sin reserva a los sollozos.

-Are you okay?

Y aunque se yergue de pronto
secándose el rostro,
sus ojos celestes me miran
y de nuevo se inundan...

-Nain, nain –me dice por fin.

Y en sus ojos reconozco el derrumbe.

Noviembre, 2002







Arder en el camino

Te han dicho muchas veces
(¿desde hace cuánto tiempo?)
que estás lleno de vida.
Pero yo que te soporto,
yo que soy ese hondo suspiro
que te sostiene desde dentro,
te pregunto sino será muy tarde
cuando aprendas por fin
a no necesitarme,
cuando abraces
definitivamente la tierra
y te fundas con el cosmos.

Polvo estelar, grasa,
carne, huesos, humus humano,
depósito efímero del alma
donde reposa y se concentra
la oscilante energía
de una inteligencia simple,
infinitamente sola
en su atómico tumulto.

No me queda más
que seguir cargando contigo,
con tu pesada y dulce carga,
y dejar que de nuevo la vida,
mientras caminamos y reímos,
nos haga arder a los dos en el camino.











Deserción

Nunca estuve ahí,
donde siempre me quisieron.
Aunque corrí junto a ellos
y cubrí sus espaldas
mientras huían del fuego;
aunque muchas veces fui salvado
por el espíritu alerta
de tantos buenos compañeros,
o por el pecho generoso
de un robusto camarada
interponiéndose entre el mío
y la bala que venía a herirme;
aunque sudé con ellos,
sufrí con ellos, reí con ellos;
aunque nuestras lágrimas
abrieron surcos
y se unieron al torrente salado,
incontenible,
de los amigos muertos;
aunque todos ellos
me llamaran por mi nombre,
repitiéndolo y repitiéndolo,
diciendo sé valiente,
sabemos que nunca le has temido,
que siempre la has retado,
que la has tenido cerca
y la has dejado huir ruborizada,
avergonzada de nosotros,
de nuestras viejas cruces de madera
roídas por el tiempo,
de nuestros cuerpos descompuestos,
agujereados, decapitados,
maniatados por la espalda
a la orilla de los caminos
o en nuestras fosas comunes
o nuestras tumbas clandestinas;
aunque tanto me tentara
volver a oír sus risas, sus canciones
sus cuentos de borrachos
en las horas del descanso;
jamás les hice caso. Me negué
porque siempre estuve bien seguro
de que nunca estuve ahí,
donde siempre quisieron que muriera.










Donde yace mi amigo

A Félix. A Franz.
Al poeta Alvaro Urtecho.

Si como el verso de un amigo anuncia
el pasado es como el mar,
como la joven de pecho agitado
que no duerme ni de día ni de noche,
la tumba donde yacerá el poeta
será esa voluble sucesión de garfios
color verde esmeralda
que los pescadores profanan con sus redes;
ese lugar donde los peces
indagarán incesantemente sus huesos,
esa telaraña de espuma
donde las ondas del agua se suscitan sin pausa,
donde las aves merodean hambrientas
y el latido luminoso de los faros
se vislumbra maltrecho bajo la luna
y el tañir solitario de las boyas
no alcanza en nuestra memoria
y los roídos pies del acantilado
acogen el retorno de las tortugas
y donde todo fluye simplemente
como si la muerte no existiera.

Pronto cesará el delirio del poeta,
ese efímero remanso
donde se refugia decadente
la tosudez del raciocinio,
donde encuentran sosiego
las interminables discordias
entre el tiempo y los recuerdos
que extravían su mirada
en mitad de nuestras pláticas;
esa dura competencia que bulle
en las grises cavidades del pensamiento
donde la historia y la memoria
seguirán siendo enemigas.

Todo eso va a pasar. Y decidido
y apurado procederá el cortejo
(nudillos y gargantas bendecidos
por lágrimas infieles)
a depositar sus restos
sobre una blanca nave de piedra
cerca del istmo inmarcesible.

Pero el lenguaje y la memoria,
fraguados en sus versos
con la más misteriosa substancia,
reconocerán la afinidad del mar y de la piedra,
y el tiempo besará sus pies roídos
y todo fluirá simplemente
como si la muerte no existiera.

Diciembre, 2007









Viejos poetas

He visto algunos poetas
envejecer infelizmente.
Los he visto incluso
recobrar decrépitos su estrella.
Los he visto achacosos,
provocando reverencias
o humillando a sus visitas,
siendo crueles
con los jóvenes ingenuos
que se acercan efusivos
a perturbar su egoísmo.
Los he visto caminar,
visitar a enfermos en los hospitales
para luego sentarse a comer
y al mismo tiempo mentir
o insultar con ferocidad
a sus viejos amigos.
Los he visto esbozar anchas sonrisas
frente a las grandes preguntas del mundo,
y después encogerse de hombros,
con la cabeza gacha,
como intentando decir:
"así están las cosas".

He visto sus ojos, sus iris
flotando en un mar turbulento
donde la esperanza
desgraciadamente hace falta.

Mayo, 2003










Privilegio

Infinito privilegio
el de las cosas invisibles.
Cuando el mar y la montaña,
nubes y astros
parpadeando con sorna
sobre nuestro asombro
estaban ahí,
esperando a ser nombrados,
entonces no había nada
que no fuera disímil.

Fue después,
bajo la tiranía de la semejanza,
cuando empezamos este inútil,
arduo y tedioso esfuerzo
de representar la Nada.









Encuentro

Espacio en ruinas,
encuentros, desencuentros
que agitan esta página,
este sitio imposible
en el que se avecinan las cosas;
figuraciones del aire
que la voz inmaterial de mis dedos
(de estas teclas)
transcribe, clasifica, yuxtapone,
despliega en el espacio impensable,
abierto de nuevo en esta página,
en el súbito relámpago
de mi encuentro con el poema.

Diciembre 2005









Niebla

Cuando los vapores
de estos días se disipen
con la luz de un nuevo sol
y el sacerdote encarcelado,
el fino artesano humilde
o el último agricultor
--el último guerrero—
haya sido exterminado;
cuando se crea que su lengua
o el poder sagrado de sus dioses
ha sido consumido por el fuego,
por el calor de nuevas eras;
entonces vendrá una niña
y con la voz entrecortada
por el cansancio
diseminará entre ellos el mensaje
y extenderá su mano,
sonriendo con vergüenza
frente a la risa de los más jóvenes...

Se marchará por donde vino,
se hundirá en la niebla densa
que permanecerá flotando
muy cerca de nosotros,
en la zona más oscura
de nuestros confines
como en un sitio prohibido,
intransitado: el lugar
sin límites de nuestra culpa.

Nos sonreirá en la distancia
y se quedará por siempre
fija en nuestra memoria,
con la mano extendida
y el pecho agitado,
con la voz entrecortada
por el cansancio.
Como corresponde a un mensajero.

Octubre, 2002








Nuestros poemas

Robert Capa, el fotógrafo,
dijo que hacía sus tomas
como quien escribe un poema.

Pero en realidad no fueron hechas
para cantarse,
sino para mostrarse
en los tiempos más sombríos,
como bálsamo para los sentidos.

Pero nuestros poemas,
querido amigo mío,
aunque modestos,
son algo más que simples pergaminos.

Nuestros poemas están hechos
para recordar el dolor
con que se nos ha dado la vida,
y deberán ser leídos
en el mejor de los tiempos.

Julio, 2003









Saldo

Ella dice que intentó
llamar primero. Después
trató de enviarle
un mensaje de texto
reprochando con dureza
su mal comportamiento,
pero el teléfono celular
ya no tenía más minutos.

El toma su rostro
entre las manos,
y mirándola a los ojos
le responde:
“Y aquí en tu corazón
¿todavía tengo un saldo?”

Septiembre 2007








Fotografía con moleskine

La madrugada me sorprende imaginando
--mientras contemplo esta foto
en la que mis ojos irradian tanta dicha
(la felicidad del hombre
en la caída sin fin de un dulce abismo)
y su rostro sonríe iluminando las sombras
que acechan nuestro abrazo--
si esta noche habrá escrito mi nombre
en las primeras páginas
de su nuevo moleskine.

Me pregunto cuánto tiempo
se habrá sentido sola,
devorada por la nostalgia
en la pequeña habitación de aquel hotel
cerca del Zócalo de México,
mientras yo desde aquí la contemplo,
sonriente como una diosa,
iluminando nuestro abrazo,
perfeccionando esta unión,
sosegando sus turbulencias,
aferrando sus dedos en mi hombro,
viéndome como yo también la miro desde aquí,
enamorado y feliz,
tratando también de nombrarla
con el murmullo seco de mi nostalgia;
imaginándola allá,
en el bullicioso y contaminado valle de México
(la gran Tecnochtitlán asediada por los vendedores),
escribiendo con nostalgia mi nombre
en las primeras páginas de su nuevo moleskine.

Mayo 2007.







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