jueves, 4 de noviembre de 2010

JOSÉ LUIS REY CANO [1.726]


JOSÉ LUIS REY CANO

José Luis Rey (Puente Genil, 3 de abril de 1973) es un poeta, traductor y ensayista español.

Tras realizar estudios parciales de Derecho, se licenció en Filología Hispánica por la Universidad de Córdoba. Se doctoró cum laude con una tesis sobre la poesía de Pere Gimferrer, dirigida por el profesor Pedro Ruiz Pérez, titulada Caligrafía del fuego. La poesía de Pere Gimferrer. Traductor de poesía inglesa, vive en la ciudad de Córdoba dedicado plenamente a la literatura.

Obra

Como poeta, es autor de los siguientes libros: "La luz y la palabra", "La familia nórdica", "Volcán vocabulario (La luz y la palabra II)", "Barroco" , "Las visiones" y "La fruta de los mudos", todos ellos publicados por la editorial Visor. Poemas suyos han sido traducidos a una decena de idiomas, entre ellos al inglés en la Universidad de Harvard. Como ensayista ha publicado "Caligrafía del fuego. La poesía de Pere Gimferrer" en la editorial Pre-textos y ha desarrollado su poética en el ensayo "Jacob y el ángel (La poética de la víspera)", aparecido en la editorial Devenir. Un ensayo más reciente es "Los eruditos tienen miedo (Espíritu y lenguaje en poesía)", publicado por La Isla de Siltolá. Ha traducido también las "Poesías completas" de Emily Dickinson para Visor.

Premios y distinciones

Entre otros, ha obtenido los siguientes premios: Internacional de Investigación Literaria Gerardo Diego, Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma, Internacional de Poesía Fundación Loewe, el Premio Tiflos de Poesía y el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla 2015.

Bibliografía selecta

Poesía

La luz y la palabra (Visor, Madrid, 2001). 144 páginas, ISBN 84-7522-993-X.
La familia nórdica (XVI Premio Internacional de Poesía Gil de Biedma; Visor, Madrid, 2006). 106 páginas, ISBN 84-7522-745-7.
Volcán vocabulario. La luz y la palabra II (Visor, Madrid, 2009). 351 páginas, ISBN 978-84-9895-738-9
Barroco (Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe; Visor, Madrid, 2010). 96 páginas. ISBN 978-84-9895-740-2.
Las visiones (Premio Tiflos; Visor, Madrid, 2012). 117 páginas. ISBN 9788498958164.
La fruta de los mudos (Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla; Visor, Madrid, 2016) ISBN 978-84-9895-946-8

Inclusiones en antologías poéticas

Milenio. Ultimísima poesía española (ed. Basilio Rodríguez Cañada; Madrid, SIAL, 1999). 672 páginas, ISBN 84-8211-235-X.
Pasar la página (ed. Manuel Rico; Cuenca, Diálogos de la lengua, 2001).
Poesía espanhola. Anos 90 (ed. Joaquim Manuel Magalhães; Lisboa, Relógio d'Água, 2000).
Veinticinco poetas españoles jóvenes (ed. Ariadna G. García, Guillermo López Gallego y Álvaro Tato; Madrid, Hiperión, 2003). 480 páginas, ISBN 84-7517-778-6.
Edad presente: poesía cordobesa para el siglo XXI (ed. Javier Lostalé; Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2003). 272 páginas, ISBN 84-96152-09-X.
La otra joven poesía española (ed. Alejandro Krawietz y Francisco León; Montblanc, Igitur, 2003). 276 páginas, ISBN 84-95142-26-0.
Inclusión en el cuaderno Por dónde camina la poesía española. Revista Letra internacional 98. Número 98. Primavera del 2008. Fundación Pablo Iglesias, ISSN 0213-4721
La inteligencia y el hacha, de Luis Antonio de Villena, Visor, Madrid, 2010. 530 páginas, ISBN 978-84-9895-747-1
Con&Versos. Poetas andaluces para el siglo XXI, de Antonio Moreno Ayora, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2014. 414 páginas, ISBN 978-84-16210-00-8
Limen, nº 2, Mehrsprachige Zeitschrift für zeitgenössische Dichtung, Wehrhahn Verlag, Hannover, 2014
El canon abierto. Última poesía en español (1970-1985), de Remedios Sánchez García y Anthony L. Geist, Visor, Madrid, 2015. 498 páginas, ISBN 978-84-9895-908-6
Fugitivos. Antología de la poesía española contemporánea, de Jesús Aguado. Fondo de Cultura Económica de España, Madrid, 2016. 322 páginas. ISBN 978-8437507422
En el nombre de hoy. XXV Aniversario del Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, de Gonzalo Santonja. Visor, Madrid, 2016. 420 páginas. ISBN 978-8498959338
Concierto poético para San Juan de la Cruz, edición de José Antonio González Núñez y Manuel Salinas. Puerta del Mar, Málaga, 2016.
La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (1978-2015), de Vicente Luis Mora. Vaso Roto, Madrid, 2016. ISBN 978-84-16193-37-0

Ensayo

Caligrafía del fuego: la poesía de Pere Gimferrer (1962-2001) (Premio Internacional de Investigación Literaria Gerardo Diego 2005; Valencia, Pre-Textos, 2005). 456 páginas, ISBN 84-8191-712-5.
Jacob y el ángel. La poética de la víspera, (Devenir, Madrid, 2010). ISBN 978-84-92877-10-2
Los eruditos tienen miedo (Espíritu y lenguaje en poesía) (La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015) ISBN 978-84-16469-22-2

Traducción

Nuestra porción de buena suerte, de Ron Butlin (traducción colectiva; Madrid, Hiperión, 2002). Poesía, 96 páginas, ISBN 84-7517-730-1.

Poesías completas, de Emily Dickinson (Visor, Madrid, 2013). 1528 páginas, ISBN 978-84-9895-087-8; (2ª edición, Visor, Madrid, 2016)




BALTIMORE

Para María José

Te quiero porque hay nubes amarillas
tu vestido en la lluvia
campanillas azules en los pies
se quieren cuando entra lentamente la luz

Te quiero cuando llegan los piratas
y la luna y la arena son todo mi tesoro
y acabo de lavar la ropa de los niños
y he perdido un recuerdo
los he visto quererse flotando sobre el mundo

Y ella tuvo la espuma yo la quise en el aire
y cogió él la luz cuando os besabais
nos queremos callando se quisieron a gritos
y las islas subieron y tocaron el sol
sí la quiso desnuda te he querido y dormías
en un mar infinito y un planeta naranja



PLENITUD

Cuando murieron los poetas ingleses y franceses
la rosa florecía.

Cuando murieron los húmedos poetas alemanes
la rosa florecía.

Cuando murió Montale y el cielo se llenó de diamantes asmáticos
la rosa florecía.

La rosa florecía
cuando murió también Whitman el núbil.

Verde siempre el vestido de este aire.
Yo vivo con la rosa que no muere.




EL AZUL CONQUISTADO

y estabas tú esperándome, he venido,
el fuego es del tamaño de tus ojos,
el cielo es del tamaño de tus sueños,
el mar,
la campana dormida que al insomne
le da frutos felices, todo estaba
en ti, porque tú estabas esperándome,
te he visto al recorrer la Vía Láctea
en un coche de espuma, al despertar,
te he visto cuando cantas, cuando miras,
cuando pasas y no quieres quedarte,
no conocí a Goethe, pero siento
que tal vez fue sencillo, que no quiso
ser sólido: ¡más luz, más luz!, decía,
y quizá para él fue sólo el día
un pétalo y no tanta sombra seria,
la tristeza alemana, que no entiendo,
sí conocí el relámpago que hiere,
la noche mineral, la piedra viva,
el día que es inmenso, el delta puro
en el que desemboca la palabra,
el siglo XXI, un día claro,
sí conocí la luna que dilata
las pupilas vacías del poeta,
porque el poeta vive en el no ser,
el no ser nadie para serlo todo,
en una tarde azul cantaba el agua,
libélulas y sol, la ceremonia
para el embajador de la grandeza,
el gorrión que trae luz en su pico,
cuántos hombres viviendo sin saberlo
aunque lleguen mensajes, ignorando
que su casa es el aire, el lugar único,
y ése es el milagro: son hermosos,
andan dormidos, como anda el viento,
simples y buenos, como el mismo día,
pero yo quiero más, quiero tu nombre,
tu nombre, el vendaval lúcido, entero,
tu nombre en el silencio de mi vida,
quiero verte otra vez, en el espejo
marino de las nubes, en el aire,
disuelto en ti, vencido,
después tu ser, después toda la tierra,
este mundo que he visto en estado de gracia,
¿recuerdas, di, la brillantez de junio
que desnuda impulsabas desde el cielo?,
porque entonces te vi, te vi temblando
pasar envuelta en nada, ola de aire,
por los pasillos de un palacio pobre
donde fui tan feliz soñando el mundo,
te vi entre libros, fórmulas y estrellas,
despertaba mi alma y me llamaste,
catorce años, fuego o paraíso,
qué terrible poder acepta el junco,
qué reino tan hermoso era la tierra,
y es difícil vivir siempre en la luz
para quien va creciendo, descielado,
quise vivir y no quise más sueños,
busqué el amor para olvidar tu hechizo
y en él estabas tú, cómo saltaste
de pronto de sus labios, sonriendo,
subiendo hasta la cima de los árboles,
llenando el aire, entrando en tu alta casa,
poniéndola de nuevo limpia y fresca,
si alguna epifanía hay en el mundo
es ésa, es tu existencia: antes, después,
los hombres inventaron teorías,
soñaron a otro dios que los ampare,
curvaron el espacio y fueron tiempo,
ceniza que crepita y después nada,
pero hay diosa, no dios,
y no hay teoría en que no estés,
no hay espacio que tu pie no pise,
no hay otra ciencia que tu voz secreta,
no hay otra fe que no sean tus ojos,
y yo te he visto, y sé que tú vendrás,
vendrás cuando la noche hunda ciudades,
vendrás como una larga madrugada,
vendrás como los barcos de la aurora,
vendrás como la luz enamorada,
te he visto y me has salvado y después de
tanto tiempo viviendo junto a ti,
desde dentro de ti,
después de la campana verde y suave,
de la lluvia en la escuela, de la vida,
después de tantos años tristes, solos,
estabas tú esperándome, he venido,
y ahora es justo el silencio, porque todo
lo tengo ya, soy ya el hombre límite
en altas olas de hermosura y luz,
el hombre que ha cantado y puede ahora
callar para ser canto,
y toda esta vida que yo tuve,
la adolescencia, el agua, el árbol alto,
la tendré siempre, porque estaba en ti,
yo era la semilla y tú la lluvia,
estabas tú esperándome, he venido,
y contigo me quedo, poesía,
en ti me quedo, en ti entro a mi casa,
me quedo en la alta cima de tu ser,
¿cómo puede olvidarte quien te ha visto,
quien a pesar de todo fue feliz,
quien tuvo entre sus manos la mano de la luz,
quien conoció el amor y vio las hojas
temblando de alegría, quien te quiso,
quien tuvo tu presencia, cómo puede
olvidarte quien nace y ha vivido?



CANCIÓN DE CUNA 1870

Un niño se ha perdido.
Por el camino de niebla
son fantasmas los olivos.
La iglesia está cerrada a cal y canto.
Ya no suena la música. Es domingo.
Barco pirata, el pueblo está hechizado.
Del cielo se desprenden los erizos.
Un ángel llora. El puente ya es violeta.
Han muerto los burgueses. Y un suspiro
se escucha al alejarse la carroza.
Rimbaud sueña con lobos y con lirios.



FRAGMENTO NÚM. 8 DE A ORILLAS

DEL GRAN SILENCIO

He vivido en el aire.
Hecho de aire, en el aire estuve.
El mundo era ligero y fui su dueño.
He visto lo más alto.
Vi las lunas de Júpiter florecer y estallar,
vi caer la nieve en Túnez,
la playa azul de Persia.
Los muchachos ahogados en los fríos desvanes,
el invierno y sus botas de luz verde,
la rebelión de pueblos invisibles.
Aquellas escaleras al fondo de mi casa y yo creía que llevaban al cielo.
La infancia como un órgano sonando, como una tempestad.
Y otra vez el día claro, el deseo de ser.
Pero sólo seremos una huella en los árboles.
Libros, tierras, amigos: todo va a la deriva.
Aquellas noches, viernes, a los catorce años,
imposible quedarse, aquel amor tan grande,
aquel proyecto famoso, aquel temblor, abril, aquella mano,
aquel colegio lento bajo el agua,
aquel nombre que creíamos ser,
aquel miedo, aquel cuerpo.
Así me vi pasar.
Quién detiene al que flota, he vivido en el aire.
He visto imperios disueltos en el aire.
Soy príncipe del aire.

Y el poeta con los ojos abiertos vivirá durante cien siglos en el aire.



PARA LAURA

Es la infancia otra vez, su peluca de bosque.
Y así como los pájaros perdonan
he aprendido que el día es un cuarto cerrado.
Ábrelo, tú que sabes.
Y las ciudades saltan y volvemos a ver.

Me he perdido en la casa.

Las estrellas manchadas de betún
no daban nada más a quien todo lo tuvo.
Volé con mis hermanos en la tierra amarilla,

amé el sur de las cosas
y el poder asombroso de un cantante:
dominar lo invisible,
planear invasiones, escribir en el agua,
decretar que eran míos los pasillos del cielo.

El tejado, las ranas croando en otro idioma.
Las cerezas estallan en la frente
y esto es sólo una vez.
Ya tengo treinta años, tú vas a cumplir uno.
Mañana te diré: yo estuve ahí.
Y perdí mi país como tú lo has ganado.
En tus manos Petrarca
es sólo este gorrión.

Pero contigo vuelvo a abrir el mar
y llevo en el bolsillo las llaves de la lluvia,
y el violín de los gatos, y la sal, que sí baila,
y el lápiz del silencio, para pintarle a abril ojos y pies.

Aprende, niña mía.
Los hombres no morimos; solamente
aprendemos a ver
en la ventana rota, mordida por el sol.


De La luz y la palabra:


País Poético en Rochester

Cuando la tierra sea poesía
volaremos despiertos por detrás de las nubes
habrá una estrella en todos los tejados
y veremos las cosas que hasta entonces no vimos
la luna rubia baña los hoteles
hay una fiesta en el ático muchachas con los ojos de cerveza
bailar con ellas mientras se hunde el mundo
en la violeta claridad de junio
con monedas de espuma saltando en el bolsillo deseando volver
y contar la aventura a los amigos
mirad éste es el cielo
os haré un mapa con palabras verdes
aquí está la verdad aquí está la belleza cuidado con el bosque
seguid este camino para entrar en el oro
aquí está la ciudad donde es imposible morir
comprad su luz famosa
llamando a las ventanas llegar tarde después
nuestra vida empapada por la lluvia naranja
ya lo veis ya lo veis
os dije que podíamos cantar
y entraremos cansados de volar
en una casa llena de manzanas
donde todo es muy lento y el mar aún no ha nacido
todo eso será cuando vivamos
cuando la tierra sea poesía



LOS PAÍSES VACÍOS
                                  
Ya no veréis llorar a ningún rey.
El árbol de los pájaros de oro 
está mudo. La luna se ha marchado.
Y las fresas azules envenenan los sueños.
Niños petrificados del jardín.
Solo a veces el búho anuncia una visita.
Y la música suena otra vez en palacio.
Del otro lado de lo eterno llueve.

¿Dónde están las princesas? La niebla araña la calle.
En las ventanas danzan los relojes.
Conoces los hoteles donde duerme la luz.
Y camina desnuda con piernas transparentes.
Ahora son sus ojos más dorados.
Habrá miel, habrá estrellas
en el salón de seda y conferencias.
Y el elegante profesor, señoras 
importantes, banqueros, golondrinas.
Habrá gestos, espumas, y la barca
que ahora cruza la niebla. Una moneda
para aquél que conduce hasta el olvido.

Querido, querido, querido,
con tus ojos de luz y tus labios de pífano.
¿No saldremos en junio? Ya no crecen los niños.
Ya no Quieren oír el cuento de las hadas.
Y hace un día tan bueno.
                                         Cantó el trigo.
Cenicienta enterrada en el fondo del río.
Y los barcos mercantes que traen flores de Holanda,
las dulces cintas, costurera muerte,
el unicornio visto en el colegio,
ejércitos que esperan, ceremonias de viento,
impuestos, hospitales. Todo está preparado.
Y salieron los dos cogidos de la mano.
Cuando Apolo murió dijeron los amigos
que fue su vida intensa la culpable.
Nueve enfermeras lo arrastraron cantando.
Está tendido en la ciudad del humo.
Ahora son sus ojos más dorados.

Ven conmigo, anda, ven
al país de los pinos y las hojas de fe.
Solo queda una playa. Pero ya no hay mensajes.
Qué saben de poesía las sirenas.
Qué sabe del dolor
quien no ha sentido toda la belleza.
Esperamos sentados a la puerta de un rey.
Y las rosas se pudren. Y se incendia el silencio.
Ella es tu sol, la que esperó en la espiga,
aquí tienes a Ruth, pues según Hubble
estallan y se alejan las estrellas.
Compraré esa chaqueta. Me gustan las naranjas.
Cuando llueve en la tarde suelo ver
mariposas de agua en la ventana.
Se murió el pobre Linos. ¿Qué dirán los periódicos?

Pero el dueño del mar fue jubilado.
Y las olas le hicieron un regalo.
La tormenta se agita en el desván,
adivina el futuro, da relámpagos
para el niño y el mago que duerme en la oficina.
A estas horas la tarde se parece a una infancia.

Será cosa de magia, ¿pero has visto?
Su mujer ya se había ido con otro
cuando él regresó. Le traía un jersey,
esplendor de las costas, los hechizos, la luna,
el peligro del agua, de algodón y de oro.
Y su furia no hizo brotar ningún volcán.
En este hotel ahora bebe y vive.
Imagina qué risa, ir al mar a buscar
una oveja de oro. Llega el frío.
Se encienden las ventanas, la calle ya está oscura.
La doncella de sol del sexto piso
se fue a vivir con un ladrón a un sótano.
El cantante del bar irá a buscarla.
No vi trigo más bello que las nubes.

Y así pronto vendrá la primavera.
Deme un poco de luz, porque me he ahogado
y nadie fue a buscarme. En el Tirreno
descansa mi ceniza. Baja al círculo
donde flores y penas son palabras.
Desciende hasta que caigas,
desciende hasta que toques el temblor.
Sí, baja, ve, desciende.
Allí verás las costas del olvido,
edificios vacíos, transparentes,
la playa donde están todos los libros
mojados por el mar,
las coronas hundiéndose en el lodo,
los horribles anillos, el traje roto del ángel,
el viejo abril en que tuviste solo
doce años y un cielo,
el amor con su cola de escorpión,
el diente de cristal del poderoso,
la arena rumorosa donde cae
la basura de todo el paraíso.

Cantará el clavicordio rodeado de llamas.
Y la lluvia entrará por tus ojos dormidos.
Y la tierra ya nunca será nuestra.
Ya nunca será nuestra.
Y seremos guardianes de un castillo encantado,
cuidando los salones, las joyas, el silencio,
los largos trajes que manchó la luna,
esperando unos pasos, muriendo en las cocinas,
hasta que todo sea cubierto por el agua.

                

                    
AN  LÉIM

Quién cantará mi nombre quién dirá que fui trigo
que fui pequeño como el mar más grande
quién retendrá mi alma peregrina
y es así la mañana cuando abro el armario y entro al mar          
es así la tristeza
mis cosas en la arena y en mi pelo las algas amarillas
en mis labios el sol decidme cómo fue
acaso suavemente
como abrir la ventana y ver la infancia
así morimos y el silencio suena
y ya nadie se acuerda de aquel día naranja de aquellos ojos grandes
despertar bajo el agua
aquel abrigo en llamas camino de la escuela
sabía a fruta verde la memoria
un muchacho normal una vida brillante como todas
y después veinte años flotando hacia el azul
pero el azul se queda
así es y si salto
no recuerdo la tierra y he olvidado aquel cuerpo del que amaba beber
nos vamos disolviendo en la belleza
hay niños por el aire ancianos y muchachas levitando
subimos y dejamos atrás bosques ciudades casas días
vamos todos flotando al telar de la luz
qué haréis con mis diez años qué estrella nacerá con mi dolor
qué gran día de octubre abriréis con mi vuelo
y si alguien se enamora será que estoy cantando
y aquella tarde clara en que vimos las nubes mis hermanos y yo
será un poco de agua una risa muy joven
mis mañanas de invierno en la universidad
mi bufanda de pétalos mi deseo en el frío
o la primera vez que tuve alas
todo eso será una época nueva
gesto de agua vivir
en luz nos transformamos y escribimos entonces
y la nueva luz es
vuestra vida 
muchachas y  la fiesta en la terraza
el profesor las clases bajo el mar
los pasillos futuros acaban en el cielo
quién cantará quién cantará
quién guardará mi vida en un poema
así es la alegría
así hasta que saltemos y la tierra se abra y nos demos de frente con el sol
alguien nacerá entonces pero nunca sabrá que su niñez
la dibujan arriba los ausentes
los músicos de mayo
igual que hacen el mar
igual que hacemos cosas como el sol
y esas cosas no acaban



          
EL AHOGADO DEL CIELO

Asia mía qué lento
qué suavemente cruzo estas llanuras
las tierras prometidas que vosotros no veis
están tan altas para ser tan sucias

Y otras cosas haréis yo me ahogué en este cielo
largo como la luz soy una esfinge
por el agua sonámbula de nubes
me tomaron el pelo como a Aguirre

Adiós digo a los barcos que llevan sol y sed
adiós a los delfines de la pena
adiós a los marinos que escupen como Ahab
y ante el Maelstrom se quitan la chistera

Veréis estoy contento porque paso
sobre claros distritos sin impuestos
y espío a las muchachas en el baño
Susanas en Palermo

Y todo lo que he visto será mío
los siglos y los hombres
los labios que labraban los diamantes
las manos que cosían las traiciones

No se está mal aquí todo es muy dulce
cuando llega el verano crece el agua
oh cómo me querían las ballenas
yo fui tan popular entre las algas

Las sirenas abrieron un burdel
los piratas murieron bajo el oro
a veces en bajíos de Venus me detengo
con Magallanes fumo y no estoy solo

Bribones del espíritu dijisteis
que la Florida me estaría esperando
solo Jerusalén suena en mis huesos
ay cuándo cuándo y cuándo

Insectos llegarán y seré un río
de miel absurda y pensaréis que es tarde
pero he visto morir a las manzanas
son mujeres desnudas cuando caen

En vosotros es pleno cuanto acaba
y también cuanto vive y nunca toco
los árboles que veo ya pasaron
los rostros que vendrán ya los conozco

Y qué cerca estaría sí qué cerca
si pudiera deciros lo que he visto
si pudiera contaros
que he envidiado la muerte azul del trigo

Ignoro el día en llamas del abrazo
qué importa ya mi amor será mi espera
seré el que sobrevive a todo abril
la tierra será mi último poema



        
AMANECER EN WALDEN

Como un libro de luz escribir nuestra vida
y describir los pájaros los bosques
sus costumbres hablar de los vecinos
amables del silencio
yo levanté mi casa yo cultivé mi tierra
y mi espera fue solo aprendizaje
el mar de las monedas no pudo contra mí
me gustaba mirar el paso de los trenes
y amaba no pasar
mi puerta estuvo abierta
ábreme tú la tuya América del aire
háblame de tu vida me decías
leñador extranjero tú me viste llorando
háblame de tu vida y recordé
una infancia sin libros deseando un decir
vi a los niños saltando en tejados azules
la escuela de madera donde encierran al sol que jugaba en el río
mi madre en la ventana cosiendo calcetines
el pastel de manzana los zapatos de Huck
el temblor de las cosas y la miel diminuta
no saber quiénes somos y aun así haber estado
a la orilla del agua
haber sido el testigo de la luz
despertar antes que ella
y vi al fondo del cielo las verdes avenidas
música canadiense brotó de las ventanas
y fue dulce vivir un tiempo detenido
entre mapaches y arroz
una vez vino un hombre
a visitarme y le dejé dormir
en mi casa es igual el oleaje
el agua y mi pensar eran lo mismo
yo vi pasar a Walt
un alba de verano
y ahora espero mi día
ahora que hace frío y somos extranjeros
digamos una América callada
una ardilla que suba por el árbol lunar
en los bosques lejanos en todas las ciudades
me susurraba América
me convirtió en pionero de la muerte
me recibió con brasas en los ojos
y me llenó de santos agujeros 
y ha de llegar el día
en mi Walden desnudo
en mi Walden que espera nuestra resurrección
pues yo la oí cantar
oí el canto del carpintero oí el canto
de la muchacha embarazada oí
el canto del herrero y las canciones
de los amigos al callar descalzos
América mi cóndor
que repartes la infancia con tu pico de espuma
que grabas nuestra fe en todas las mañanas
en la piedra fruncida y en las cejas de Lincoln
tú que dejas caer nuestro nombre en los puertos
no temas ven a mí
ven a mí pobre y clara
como yo a ti vine
y le tendí la mano con un poco de pan
y mi ardilla salió de la espesura
así vivimos todos en casas inmortales
nada es nuestro decimos y decir nos da todo
hoy será la leyenda dibujada en el aire
hoy abriré los ojos para siempre
hemos venido para hacer la luz
la laguna brilló yo soy el que despierta
siempre queda más día por venir
solo amanece el día para el cual despertamos





De La familia nórdica:

                
LAS CUCHARAS

Las cucharas flotando en nuestra infancia.
La sopa azul, el sueño. La fruta y los zapatos.
Algo así fue vivir, murmurar la canción que aprendían los árboles,
ser casi como ellos, al final de la tarde, cuando el cielo, de espaldas,
describía un país y su voz era Egipto.
Quién quería viajar: el puerto del tejado se llenaba de estrellas
que venían de allí. A veces envidiábamos su ropa,
las calles enemigas del comercio y la sal, los grandes buques
cuyo destino era hundirse en el aire.
Mi vida marinera, mi pasaje a otro mundo
en las aguas del cielo de diciembre,
esta tímida sed
esperando palabras durante largos años,
pájaros extranjeros que ardían bajo el agua y ya nadie me escribe.
Nadie contesta mi dolor lacrado, los días sin abrir
en el buzón amarillo, al otro lado del mundo.
No queda nadie en este pueblo y las casas
han zarpado hacia el sol.

Solo nosotros nos quedamos solos,
levantando cucharas, corriendo entre las patas de las nubes,
esos muebles tan viejos.
El comedor es grande: allí podremos vivir,
alquilar un rincón al propietario, romper a veces la vajilla roja
que ya no se utiliza, y nunca tener miedo:
somos niños terribles.
Sobre todo, jamás,
para qué salir fuera. La lluvia nos dará la sopa fría,
en la televisión será verano,
y no podremos entrar.
Ranas en el pasillo, un cuaderno con versos y los ojos que amabas,
qué alto mar en el techo, aquí mejor,
aquí debo quedarme.
Y, cuando nos cansemos, sentarnos a la mesa, bien peinados,
esperando la cena,
los cubiertos, las olas, un poema en el postre.
A cucharadas el aire, a cucharadas bebiéndonos el sol.
Y fuimos más ligeros que la muerte.

                   
         
EL NIÑO BUENO

Soy el ángel que estudia en el desván.
En la merienda, a veces,
recorro el sur de África, trafico con diamantes, con esclavos.
Me encierran en la prosa
y vuelvo siempre antes de cenar.
En el burdel dibujo
retratos de madame y del pianista.
Atravieso los siglos encerrado.
Abajo, mi familia
pone la mesa, quita la mañana.

Soy el ángel que estudia en el desván.
Yo soy un Marco Polo.
Pero nadie lo dice y dan tres vueltas
de llave al mediodía.
Y mi libro es el sol, lo tengo subrayado.
Mis hermanos son viejos ya. Yo sé
mi primera lección.

Soy el ángel que aprende
y no baja a comer.
Cuántas veces he visto, sobre el cuaderno húmedo,
vuestras islas estúpidas.
Cuántas veces remé, remontando los ríos, latín y griego arriba,
o luché con nativos en Papeete. 
Oh, yo conozco el Klondike, yo he visto
el fuego de San Telmo brillar sobre el armario.
Las piernas transparentes de muchachas muy altas
me obsesionan aún: sus nalgas en el bosque de raíces cuadradas.
Y oigo aún las ciudades que arderán bajo el mar.
Y también mi aventura en los hoteles,
donde el aire es arroz y los muertos esperan
el día de los pájaros.
Abajo, mi familia
quita la mesa, pone la mañana.

Soy el ángel que estudia en el desván.
Han pasado las épocas. Mi madre ya no sube
con el vaso de leche. Desde el Renacimiento
no cruje la escalera.
Mi padre no me llama para ir a pescar.
Mis hermanos han muerto.
Pero sigo estudiando. 
Conozco ya las fases de la tierra,
la esfera que componen los que parten. No me cuesta aprender.
La historia entera es este tatuaje
ardiendo en mi tobillo.
Muy pronto yo seré
vuestro único alumno.

Soy el ángel que estudia en el desván.
Acaso encontraréis una mañana,
una camisa en llamas, una foto del cielo o de las minas,
un limón en la mesa al abrir mi refugio.
O tal vez jamás venga nadie aquí.
Tal vez no quede nadie
cuando lo sepa todo.
En el fin de los tiempos diré el abecedario.



PRUSIA

La realidad quería anexionarnos.
Estaba encaprichada de nosotros; nos vería tan jóvenes y fuertes.
Abrid grietas en el cielo y pronto,
pronto, pronto, las minas,
la rubia catarata.
¿Qué quisieron quitarnos?
Este don de cantar y hacer océanos.
Y ahora que lo dices qué muchachas vivían en la luna.
Poetas torturados, las corbatas ardiendo sobre el bosque.
Y los buitres que sueñan un lugar junto a ti, bibliotecaria
muerte.
Así era todo entonces y todo estaba allí.
Al zarpar el salón viajábamos al sur,
libélulas felices de la infancia,
mercados amarillos, los ángeles segando el mediodía,
una historia de amor.
Y al volver las patrullas, sus pasos como clavos sujetando las calles,
el desfile del mar.
Los muertos visten uniforme verde, sonríen en silencio, son marciales
y no dudan de nada.
Y en oscuros desvanes la conjura pequeña,
en el metro encendido el país de los ogros.
Los conspiradores tienen ojos de fresa, son los sastres del sol
y nadie nunca les regala nueces.
Pero qué importa, ved
lo que escribe la lluvia, ved las faltas
de ortografía que comete abril.
Qué pocas cosas sabe nuestra niña,
está aprendiendo a hablar
y ha salido mandona, fíjate.
Tú y yo venimos del hotel invierno, los bailes bajo el agua,
las ventanas morenas, la mañana ladrando en el jardín
y le dimos un hueso, un poema famoso.
Ver manzanas subiendo
y pueblos sin historia cenando en la terraza,
pasear por la tarde, buscando el mejor modo
de decorarla y de decir aquí
pondré una infancia, el cuarto del deseo estará allí.
Si yo pudiera con la voz antigua
decir una verdad,
pero toda verdad espera a sus obreros.
Y no ser nada es nuestra juventud,
nuestra fama de pez cosiendo otro futuro.
Las olas han cubierto la escalera dorada que bajaba al olvido.
Allí había una escuela, una mujer con pelo de guisantes,
el pijama del sol en la bañera,
el arpa de los pájaros,
tantas armas inútiles que contarlas sería inventar la tristeza.
Las tropas verdaderas tomaron el país,
el coche del ministro intentando flotar,
las banderas caídas en la hierba, las sábanas del topo,
la versión oficial sobre el ser y el no ser, y siempre chimeneas.
Pero si ahora dormimos veréis la eternidad.
Y la física estalla porque a veces volamos.
Abro los ojos y el verano crece.
Ay cómo salta el mundo cuando canto.




APARICIÓN DE VENUS EN LAS BAÑERAS DE HUNGRÍA

Mis niños con las manos perfectas de robar.
Mi maleta llena de pájaros.
Los ladrones volaban
y esperan cada tarde el momento adecuado,

mi dinero, mi vida,
y espían los milagros y siempre tienen sed.
Y entonces, bajo rosas, a ciegas, entre el cielo,
en todos los tejados, dilo así.
Y di cómo soñábamos,
y quiénes fueron jóvenes,

y quiénes sumergieron sus vestidos
en la harina solar para ver otros días
y nada se les dio.

Y es que a veces las lágrimas incendian los desvanes,
resbalan lentamente, no suenan al caer.
Y los ahogados llegan a las panaderías.
En los cines burbujea un volcán, bailaremos tal vez
un día transparente.
¿Cómo estás?, no conozco
girasoles en tierras submarinas.

Y algo así, sin embargo, una muchacha de luz
abre la puerta del alba
y está desnuda. La borrasca brilla en sus pechos.
El mundo es amarillo, nadie quiere morir.
Pero una raza de ladrones vuela.
Su pulsera, su gracia, sus palabras,
aquel tacón de mayo clavándose en el mar.
Vivir es estar dentro de una huella encendida,
cantar como las sábanas al sol, la hierba en las terrazas.

Qué misterio después: por los grifos abiertos sale el día,
desbordando la tierra sale el día,
sale el día
y no sabemos nadar.
Ay quién querrá subir, quién dirá soy cartero
Y contará la historia,
llevará las palabras más allá de la niebla
y dirá cómo éramos, qué cosas tartamudas nos gustaban,
qué alfabeto de arena en la boca de un príncipe.

En el cuarto de baño se evapora el amor,

un poema es un eco,
un poema es un eco.

¡Nuestra Señora del Verano vive!
Dentro de su tacón están los Andes.
Y cuántos francmasones
se reúnen a oscuras detrás de su rodilla.
En las calles más frías, en su hermosa nariz
nos creímos a salvo, pero ahora
estamos obligados a ser música.
En mi ventana culta seré joven. Allí he visto caer
enormes tulipanes, los pendientes rosados que se puso
y el vestido estampado de la infancia.
Un día volverá
y aquellos que la amaban ya serán su cabello,
saltarán en sus ojos, bajarán por sus brazos.
Su respirar eléctrico será resurrección.
La muchacha amarilla nos ha visto robarle
y nos alza en su mano, quién podrá
resistir un momento, acercarse a su oído y en voz baja
decirle que nosotros, tan frágiles, la hicimos.





De Barroco:


                  
EL POSTRE

La gelatina amarilla que lo ha llenado todo,
las calles, los tejados, las escuelas,
que lo ha cubierto todo con su risa cazada,
y en ella está tu nombre, de modo que muchachas y cerezas
serán salvadas en el último día,
esta gelatina del sol
¿de dónde viene?
No de la infancia, porque entonces siempre
comíamos descalzos, sin esperar nada más.
Tampoco de las islas ni el martín pescador.
Y no puede venir de la belleza,
que es siempre el primer plato.
La gelatina viene del futuro
y es cosa digna de reyes verla llover en las playas vacías
(aunque quedan tan pocas).
Se hacen trajes con ella
y almohadas para los niños,
si bien su aplicación menos costosa
es comerla: así dicen que Pedro entró en el paraíso,
llevando un poco de gelatina para Jesús,
para compartirla con él y contarle aspectos del viaje.
En Inglaterra la estiman mucho
porque es el verano que desciende a la mesa
mientras el cielo sigue en sus cosas.
Una vez tuve unos zapatos de gelatina
y no sé dónde los puse.
Pero recuerdo muy bien su sonido al correr:
sonido de tambor de soldado con uniforme blanco y mosquete,
sonido de mosca golpeando el cristal de la palabra mosca,
ruido de la gracia.
Y si así son las cosas, quién soy yo para cambiarlas.
Aunque vivir es cambiarlo todo.
De modo que seguiré comiendo gelatina
para tener esperanza,
lo mismo que tengo peces en el agua del armario.
Pastelería de los ciegos, cuándo
tus hijos con las manos y la ropa llenas de harina
se dejaron abierto nuestro amanecer.
Con qué azúcar hipnótica que en los cuerpos dormía
hiciste este regreso.
Hundiré mi cuchara en la resurrección.
Es fruta la verdad, aunque antes la llamábamos
amor, adolescencia, yo qué sé.     



       
LAS GIGANTAS Y LA RESPIRACIÓN

Aparecen de pronto, sonriendo en los árboles.
Arde el mapa de Asia entre sus piernas
y tienen el Talmud tatuado en el hombro.
En sus pechos se esconden las legiones romanas y quién pudo
tocarlas otra vez.
Comen épocas verdes
y saltan chispas de su pelo eléctrico.
No será primavera mientras no se desnuden.
Mucho tiempo viví en su boca amarilla, como encerrado en una catedral.
Las cúpulas soviéticas me recuerdan sus nalgas.
Llenaban Arizona con sus cuerpos redondos, con su grupa de hierba,
con sus muslos elásticos.
Y ya nada existía, se apagaba la luz, y luego al pie
de la televisión había nevado.
Viví revoluciones, seguí rutas ardientes: era el fin de la tierra.
Y allí arriba, el castillo. Vampiresas desnudas
se amaban, se estrechaban a oscuras en hondas galerías,
y las llaves de plata sonaban al caer y las placas tectónicas
se movían con cada resfriado.
Ya conoces la moda americana: amar siempre lo grande,
abrazarse a sus piernas y no querer marchar. Morir, último sexo:
los guerreros clavados en las picas.
Pero ellas aparecen otra vez, con peineta, volantes de huracán.
Y meten la nariz en los aparcamientos subterráneos.
Por junio hay fresas en su pelo
y jirafas lentísimas en el fondo del mar.
Ya sabes cómo son: en los viejos armarios, a través de la niebla 
                                                                               de las sábanas,
desde el fondo del mundo,
se escucha ese susurro de sus pies.
Es la invasión del pan en los oídos.
Y los niños que no pueden dormir
piensan en ellas, en el frufrú del bosque
que sale del ropero. Pero ellas se acuestan con los pájaros.
En lo escaparates, en los cines,
en los grandes carteles que flotan en el metro, en este corazón,
en esos autobuses que regresan del mar,
las acecho.
Cada vez que respiro son más grandes.
Cada vez que respiro, cada vez que recuerdo, cada vez
que deseo otra vida,
son más grandes, más fuertes.
Y sus uñas, crujientes como el día,
y su espalda, la nave de los muertos,
pesan ya sobre mí como siglos del sol.
Las acaricio a veces en el baño, en la lluvia que cae sobre el mundo,
en la lluvia que cae sobre el mundo.
Yo nada sé, nada soy.
Cada vez que respiro piden más.
Se pondrán a charlar en el último día
y saltarán los sellos con sus chismes.
En qué infancia perfecta viviré
al entrar en su sexo para siempre.




De Las visiones:


LAS TROPAS NAPOLEÓNICAS ATRAVIESAN MI CUARTO

Estos hombres que vienen a morir
¿por qué pisan mi ropa? Muy al fondo
he visto yo las cúpulas lacadas,
al fondo del espejo, donde siempre es verano.
Y ahora
los pesados cañones, los soldados cayendo, las botas de charol,
una vida tras otra,
hundiéndose en la nieve. ¿Tú te acuerdas?

Yo tuve aquí una vez catorce años,
en esta habitación. Días claros: la estepa
era entonces un mar de trigo eléctrico.
Por la mañana íbamos a clase.
Por la tarde, escuchábamos un disco.
Y en aquella cabaña de la cómoda
vivía Pushkin, padre de los pájaros.

Debajo de la cama pasaba un río alegre.
Aguas primaverales.
Yo era tan delgado que podía nadar,
nadar hacia Moscú. Y del piso vecino
llegaba aquel vapor del blanco samovar.
Mi familia danzaba en el tejado.
Cuarto mío de entonces: las dachas florecientes
se extendían al lado de las sillas.
Turguéniev sonreía en un zapato.
Y el correo del zar galopaba en el techo.

Amor mío, Natasha, míranos.
Los osos saben escapar del miedo.
¿Recuerdas tú los bailes? Aquella ceremonia,
tanto gesto y tú apenas tenías joyas:
solo algunas estrellas en la espalda.
Después todo fue curvo, una aceleración.
Al subir, las palabras moldean el espacio
y esto ocurrió con mis poemas, mira:
aquel verano vino de mi voz.

Pero aquello pasó.
Y dejé de cantar. La humedad ha crecido
y veo un mapa verde en la pared.
Tendremos que llamar a los pintores.
El invierno es muy duro. No se puede dormir
con miles de franceses pisando la almohada.
Hace ya tanto frío que también los caballos
se tienden en la alfombra, dispuestos a morir.
No hay calefacción.
Y el granizo golpea las ventanas.

Nunca más hablaré, nunca más hablaré.
Mi mente estaba llena de una dicha.
El vendaval destrozará el jarrón.
Y yo querré nadar en las cortinas,
pero se habrán helado para siempre.

Y los hombres que pisan estas sábanas
han de morir para aprender a ver.
Ay, yo me fui tan lejos.
Dejé mi habitación por tantos años.
Y ahora mira el desastre: las paredes
están llenas de moho
y las tropas no dejan de pasar.

Yo que todo lo tuve y responde la nieve:
yo que todo lo vi por vez primera.
Nunca más cantaré.
Mi mente estaba llena de una dicha.
La nieve crecerá hasta la lámpara.
Pero nunca diré cómo es posible
vivir entre los muertos de la luna.





De La fruta de los mudos:

           
A LOS HOMBRES  CON CARA DE PÁJARO

Amigos,
vosotros que una vez tuvisteis alas
y pico y la nariz,
la que ahora tenéis, es un recuerdo
de haber estado allí.
Vosotros que entendéis esta lengua sin nido,
mi lengua del amor y del gorjeo,
habladme de los bosques
donde todos vivimos una vez,
habladme de semillas
y del gran Vaticano mojado de las ramas,
decidme lo que no puedo saber
porque yo lo olvidé y mi cara es de químico.
Amigos que miráis como miran los búhos,
con ojos muy abiertos y asombrados
de nuestro andar de azul rinoceronte
tropezando con todo.
Recuerdo que era así como miraban
los viejos catedráticos
cuando uno les hablaba de Balbec.
Amigos que bajáis cortando el aire
y sin pedir permiso, como el águila,
hundís vuestra nariz en todo postre
y tan llena de nata la sacáis,
decidme, por favor,
si en el cielo hay despensas y avenidas
que se llenan de agua cuando el amor desborda
en un cuerpo terrestre.
Yo soy el ornitólogo del ángel.
Pero nada decís y seguís con lo vuestro,
carpinteros monótonos, picando
el alto tronco de los largos días.
Salud, hermanos serios.
Que un día llegue tanta nariz rítmica
a oler el paraíso.



LOS ALBINOS

Blancos y silenciosos,
oscuros blancos de la gran visión.
Vosotros que tan cerca habéis estado,
¿por qué volvéis así?
Así, tan taciturnos
como quien anda a ciegas, tropezando,
y es todo resplandor.
Tan callados vivís
que vuestros trajes flotan sin vosotros,
vuestra ropa de cuáqueros, manchada
por harina de estrellas.
Tan callados vivís
que una campana quiebra el iceberg
y el paciente ratón roe montañas
y tose Santorini.
Un tiempo quise estar
con vosotros y vine
con mi hatillo a llamar a vuestra puerta.
Escondido en mi gorra yo traía
el libro que los pájaros no acaban de escribir
sobre vuestra odisea
en las salinas de San Juan el solo.
Oh sí, yo quise ser el de benditas canas,
el amigo corriente
en el pueblo de todos los que al fin despertaron,
en estas casas de madera iguales, cercadas por espías:
un girasol por cada ojo abierto.
Pero nada habéis dicho desde entonces.
Y el invierno que vive en vuestra espalda
ha creado Siberia
cuando vais y venís a la cocina.
Mis reyes esquimales que con cada pregunta
solo fruncís el ceño
y por eso sale la luna
enfadada y violenta.
Pero si estornudáis
es verano un instante
y entonces os reís y entonces sí es hermoso
el pediros un poco de pan o algún cepillo
para cuidar las crines del caballo que corre
en la tundra de vuestras cejas.
Oh niños tenebrosos.
Sois tantos y tan blancos que no sé
sentarme en los pupitres tan pequeños de Islandia,
daros clase ni hablaros de aquel trópico
donde fuisteis mulatos,
donde nunca dejabais de cantar.







.


No hay comentarios:

Publicar un comentario