jueves, 2 de septiembre de 2010

835.- VÍCTOR FOWLER CALZADA


Víctor Fowler Calzada es poeta, ensayista, crítico, narrador.
Nació el 24 de febrero de 1960 en la Ciudad de La Habana.
En 1987 se graduó como Licenciado en Pedagogía (especialidad Lengua y Literatura Españolas) en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona de La Habana. Ejerció como profesor de la enseñanza media.
En los 80 formó parte del colectivo de autores de la publicación Naranja dulce, en la cual dio a conocer diversos trabajos sobre cultura y erotismo.También se integró al proyecto de promoción cultural Paideia, surgido en 1989. Estos proyectos fueron apoyados por la Asociación Hermanos Saíz, de la cual Fowler fue dirigente en sus inicios.

Ha publicado los poemarios El próximo que venga (1986, Editorial Extramuros), Estudios de cerámica griega (1991, Editorial Letras Cubanas), Confesionario (1993, Editorial Abril), Descensional (1994, autoedición), Visitas (1996, Editorial Extramuros), Malecón Tao (Ediciones UNIÓN, 2001), Caminos de piedra (Centro Provincial del Libro de Ciudad de la Habana, 2001), Historias del cuerpo (2001; Premio de Poesía en el Concurso "Luis Rogelio Nogueras" en 1999, y el Premio de la Crítica Literaria 2001) y El maquinista de Auschwitz (Unión, 2004; Premio UNEAC de Poesía 2003 "Julián del Casal" y el Premio de la Crítica Literaria 2004).

Su poemario La obligación de expresar resultó ganador del Premio Guillén en 2008, convocado por la Editorial Letras Cubanas, la Fundación Nicolás Guillén y el Instituto Cubano del Libro.
Es también autor de tres novelas y cientos de cuentos aún inéditos, así como de los ensayos La maldición. Una historia del placer como conquista y Rupturas y homenajes , y de la antología La eterna danza, contentiva de la poesía erótica de los últimos doscientos años cubanos.
Trabajó en el Programa Nacional de Lectura de la Biblioteca Nacional (su libro La lectura, ese poliedro, recoge sus experiencias e investigaciones en su profesión de promotor cultural) y en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, al frente de la revista electrónica Miradas, especializada en el cine y el audiovisual contemporáneo.














Confesionario

¿Oye alguien mi canción?
José Lezama Lima

Yo que no he visto los sauces
donde supongo cantan aves fabulosas
y que tampoco amo las palmas
ni el sonido del aire entre las cañas

¿Alguien vendrá a cargar con mis baúles,
a jugarse por mí la vida si hace falta
en el riesgoso y prolongado viaje?

Yo no he visto la nieve,
pero tampoco siento excitación
contemplando los animales que poseo
mientras pastan en la llanura inmensa y verde.
Sin embargo, el rumor de lejanas cascadas
me acelera el ritmo de la sangre.
Esa agua que salta en mi imaginación
es más real que ningún otra
porque baña mi espíritu y me calma.
y es el agua más segura que conozco.
Cuando el ave atraviesa los océanos
no piensa que es tan cruel la lejanía.

Yo que no he visto la nieve
he jugado entonces con la nieve,
la he abrazado como se abraza
a una hermana perdida.
Yo que no he escuchado el aullido de los lobos
hay noches en las que tiemblo
mientras pelean a mi puerta.

¿Entiendes ya que los sauces no existen
ni la nieve?
No son más que una sábana lanzada
encima de un animal que duerme.

¿Alguien escucha mi canción,
está dispuesto a jugarse todo por mi canción?

Los rollos de seda chinos
donde aparece dibujado un unicornio
con un carbunclo en la frente,
no son más que la sábana que esconde
al animal que duerme.





De lo perdido

Nada de lo perdido volverá con la lluvia.
Las voces, los gestos de aquellos
a quienes deseábamos
y ahora son un hueco en la respiración.

Quemaduras al borde de las mesas
en las paredes, encima de la piel.
El agua será una purificación
pero no es un regreso.

No vuelven los objetos, ni sonidos,
ni escenas que tuvieron algún significado
o incumplieron su misión.

Tal vez, mientras observamos absortos
la enorme pared de agua que se desploma,
pasa lo Perdido, aunque irreconocible ya.
La memoria lo ha transformado en bucólico.

¿Quién tocaba a la puerta aquella vez?
¿Qué mano recorría los caballos
haciendo breves surcos
y era un placer sentirla?

Sensaciones lejanas, perdidas. Tal vez enfrente de nuestros ojos
todo se repite, pero gastadas las formas,
como en los aquelarres. Quemaduras al borde de las mesas,
en las paredes, encima de la piel.
Quemaduras en el cerebro. Establecer analogías con el agua
es peligroso en este país
donde nunca termina de llover





La cicatriz

Entre las puntadas, semejantes a picotazos
de aves que hubieran descendido a comer
de ti, se escucha el diálogo de la vida y
la muerte, el río de la escritura creciendo
sobre la piel. Los sonidos del cuerpo y el oído
los despierta cuando la cabeza reposa allí:
en la cicatriz. El dolor y los acontecimientos.
Al pasar un dedo sobre ella, igual que en
una página, los signos del sentido
combaten y armas líneas de brillo en la
noche que nos cubre. Es tu historia,
la huella de esas aves en el vientre
como sus patas en arena o nieve, lo que
hayan sido tus alegrías o sufrimiento,
la soledad o la plenitud que esperas.
Las palabras, como pequeños soles,
ardiendo dentro del libro de tu cuerpo
y entonces no hay más oscuridad.






Duele

Al tomarle la mano –sus venas gruesas igual a
caminos– reclama una genealogía; al recorrer tu
dolor o sus marcas. Quiere el trabajo para sí,
lo que hayas padecido cual si pudiese dividirlo
en sorbos que paladea durante días; los días
en los que es poseído por tu visión. Quiere el
páramo, el peso y la noche que atraviesas,
las huellas para sí. Quiere asimilar el desierto.
Pisarías ese cuerpo dejando heridas, corteza de
árboles, y él despejaría el camino para ti, cargaría
las piedras con igual suavidad que a niños al
quedar dormidos, pondría el agua en su pecho
y te protegería. Buscaría el centro, el aluvión,
la semilla que la mano siembra. La mano que
reparte los signos.





Nevada

Ponía el puño de nieve en la boca, la blanca
piedra de los copos. Se adelantaba a la muerte,
jugaba al deslumbramiento mientras rozaba
la piel erizada del invierno. Con pies descalzos,
con las imágenes. Entre montículos de nieve,
el entumecimiento de los dedos hasta que invade
un sueño dulce y final. Se ven escenas irreales
entonces y sí, estabas al final de los países
vertiginosos. Ola y relámpago, manantial, aguijón.
Como si fuera posible la idea de un bosque
placentero dentro de la nevada, encima de
la yerba o el lecho, estabas tú y estaba tu
secreto. Sobre la lengua adormecida a imitación
de la muerte, entre los copos que llenaban
la garganta. Y era tu piel la nieve y el olvido.





El sembrador

He visto el polvo de las celebraciones llenar las calles
antes de que el viento lo desaparezca. Cuando llegaba
la felicidad como una orden, la alegría tejida desde la
semana anterior. Entre el estruendo y la música,
inmensa, de la altura de los edificios, y las sonrisas de
quienes entonces eran mis amigos. Siempre lo quise:
ser uno en la multitud que se aprestaba a confirmar,
que me barrieran, a la mañana siguiente, junto con el
polvo de las celebraciones. Era dueño de esas calles
al caminar por ellas, del cielo desde el cual descendía
la lluvia de papeles recortados, el nombre de la figura
a vitorear. Sabía conjurar cualquier sorpresa, protegido
como me sentía por escudos tan enormes como el país
y el tiempo. Ellos se alejaban, veloces, pero yo seguía
siendo —o, al menos, así lo creía— el Sembrador.



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NADA DE LO PERDIDO VOLVERÁ
CON LA LLUVIA

Nada de lo perdido volverá con la lluvia.
Las voces, los gestos de aquellos
a quienes deseábamos
y ahora son un hueco en la respiración.

Quemaduras al bosque de las mesas,
en las paredes, encima de la piel.
El agua será una purificación,
pero no un regreso.

No vuelven los objetos, ni sonidos,
ni escenas que tuvieron algún significado
o incumplieron su misión.

Tal vez, mientras observamos absortos
la enorme pared de agua que se desploma,
pasa lo Perdido, aunque irreconocible ya.
La memoria lo ha transformado en bucólico.

¿Quién tocaba a la puerta aquella vez?
¿Qué mano recorría los cabellos
haciendo breves surcos
y era un placer sentirla?

Sensaciones lejanas, perdidas.

Tal vez enfrente de nuestros ojos
todo se repite, pero gastadas las formas,
como en los aquelarres.

Quemaduras al borde de las mesas,
en las paredes, encima de la piel.
Quemaduras en el cerebro.

Establecer analogías con el agua
es el peligro en este país
donde nunca termina de llover.






LIBREJUCIONES


Con el repaso del teclado
clarifica, minucia.
Es como acariciar la barbilla
de Hegel que todo lo dejó escrito:
tesis, antítesis, síntesis.

Etapas o estaciones para el descanso
en el ascenso al sol
de una nueva metafísica.
En las alas de ese pájaro me eduqué,
atravesé los países futuros.

He jugado, lo mismo que un niño,
a soplar una pluma;
si cae al suelo, pierdo.

Eran países armónicos como
La construcción de una coral de Bach,
tejidos por arañas fulguraban
cual catedral en el bosque.
(Dios no era visible, se dejaba adivinar tan sólo.)

Regresar del niño alucinado al pájaro
y luego a Hegel empollando el cerebro
lo mismo que una madre-gallina:
sostiene con desesperación y tiene comicidad
de lo patético extremo.

Oh, Dios, qué bella esta rotura
de las catedrales,
qué imponente la música de Bach.






ISLA QUE RESBALA

Traté de sostener entre los dedos
isla que resbala,
su blanca playa parecía incendiarse
bajo el sol,
la noche musical llena de puntos.

Conversación sobre la yerba verde;
el cuerpo de los dioses desnudos,
su alegría. Era redondo el seno
y pleno el sabor;
os juro que lo tuve.

No esta aridez sajando,
mira el polvo cubrir las provincias;
os juro que lo tuve.

Sin vivir ni morir he contemplado,
pero no pude hacer del tiempo un hilo.
Resbaló de mis dedos y se hundió.






MALECÓN TAO

El movimiento del oleaje
y la oscuridad: diálogo estelar.
la ciudad viva disminuye

Para ceder (entidad)
a geometría imaginaria.

Sobredimensión. El agua toca
mis dedos, los sujeta en el balanceo
de dos respiraciones en equilibrio.

¡Me liberé!






LOS SÍMBOLOS MÁS CLAROS

El brazo conducido por las aguas
y la mano crispada en torno al pájaro
que aletea, que desea escapar.

Barroca floración en la corriente:
centenares, miles de cuerpos navegando
inconexos.

Apenas visible el rostro temeroso
de saber la verdad
de aquello que contemplas,
miras cruzar los símbolos más claros.

Encima de tu cabeza el cielo entrega
su transparente azul.
La mano y el pájaro.

(Referencias: El Wrong Side de Daniel J. Montoly)





1 comentario:

  1. Magníficos poemas. Fowler es uno de mis poetas preferidos; por su personal manera de enfrentar y decir, lo cotidiano.

    Muchas gracias por presentárnoslo.

    Saludos,

    José Valle

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