Francesco Simonelli (Mérida, Venezuela 1963-2004), arquitecto y maestro en filosofía de la Universidad Simón Bolívar, enseñó diseño e historia de la arquitectura en la Universidad José María Vargas.
Estación en tránsito
I
La noche del día séptimo, el amigo de tus sueños despertó tras prolongada faena.
Derramó una mirada mientras recogía oscuridades.
Pronunció:
de bienes y males, todo, imposible.
De verdades y mentiras, todo, seguro.
De mis palabras, otras, y nada.
Eso dijo, eso calló.
II
El día noveno fue rabioso
la llamó hiel
su boca amarga
fugó otros lamentos
ninguno comprendió
III
La primera noche del menguante
logró divisar Venus
no recuerda si era crepúsculo
no recuerda tampoco la mañana
Ese día habló mucho
ejerció la simetría del escaso decir
Pero en el momento exacto
deslizó su mejor silencio
IV
Fue luna nueva
fue creciente
hubo plenilunio
Fue retórico en espejos
derramó palabras plateadas
Sin vergüenza
fue tonto
fue feliz
No se dio cuenta ni le importó
V
El día más largo
prolijo en arenas
decidió contarlo
Lo agotó lentamente sin culminar la tarea
VI
Diez veces pasaron siete días
bajo una tormenta acompañó a la hoja seca
decidió que rayos y grises
el viento rabioso
la noche enconada
propiciaban la herejía
Elucidó fórmulas arcanas mientras la hoja empeñaba
sus nervaduras angostas en savia imposible
Dos días pudrieron su milagro
VII
Despertó sin tiempo ni huella
despertó rizo
despertó onda, sentido frágil
sucesivo verbo
Sé bien que nombras
mis trabajos estériles
Y no ignoras la alegría
de la derrota... ajena
¿acaso así honras al destino?
¿acaso del silencio es la alegría?
Apenas míseros
tu lenguaje, tus feroces escrúpulos
VIII
Se devolvió a un día que quiso otoño
crujir sepia y rojo
voces lentas, ramas filigranas
nebulosos grises acerados
Dejó la lluvia
intimar su piel
se abandonaba a ser agua
paciencia vegetal
nostalgia de arcilla
Aquella era la jornada
llegado el tiempo
de hacerse propicio
hundirse antes del invierno
esperar otro calor
callar, dormir,
abandonar calendarios
insistir en ciclos
demorar un seguro despertar
IX
Un desequilibrio
siempre es necesario
para volver al centro
La poesía de Francesco Simonelli
Patricia L. Boero
Soy un efímero y no demasiado descontento ciudadano
de una metrópoli que se cree moderna…
Arthur Rimbaud
La meta es el olvido.
Yo he llegado antes.
Jorge Luís Borges
La lectura se inclina. La lectura se adentra. No es una cuestión de reverencias sino de disponer el oído. Los pasos se fugan, la fruición va tras ellos. En el medio, el reverbero; errancias que se interceptan. Y la inquietante cercanía, la proximidad extrañada. La fuga del poema insiste en el retorno: el de quien lee al territorio de la justa transparencia, esa condición que no revela sino que deja vislumbrar.
Así las siete estaciones que ofrece De los mismos pasos, de Francesco Simonelli. Siete estaciones que son a la vez tránsito y marca, soliloquio y llamada, pensamiento riguroso y ensayo desanudado.
Es inevitable la paradoja. El sueño de la palabra también produce vértigo. El poeta sostiene el vértigo y hace del sueño de la palabra una epifanía donde decir-se en el rastro y desdecir-se en la afirmación es aún posible: historia que pulsa sustrayéndose, escorzo que redimensiona las virtudes de la mirada pero sobre todo, movimiento de fuga tras las huellas del nombre inasible.
Su virtud es interpelación: poner en juego los bordes siempre elusivos del poema sometiendo las palabras a sus propias fricciones y fruiciones, a su desesperación y su ironía. Decir, como quien edifica con fragmentos: escritura del frágil hacer pie, donde las preguntas devienen interrogantes y las respuestas no eluden su faz provisional.
Francesco Simonelli fue, entre cosas, arquitecto. De allí que De los mismos pasos tiente también a una evocación primera: Babel. El sueño de los constructores de edificios que se derrumban junto con la unidad originaria de quienes se entendían por pulsar la misma música. Más allá de los referentes puntuales, no sólo es tentación sino certeza: la primera edición de este poema, realizada en Internet, ostenta un Bruegel elegido por el autor. La conversación que compartimos en ocasión de aquella, discurrió entre dos orillas: Babel como sentencia, Babel como posibilidad. Creíamos en la segunda: la posibilidad de la diferencia, de la búsqueda, la multiplicación de los registros, los intrincados caminos de la polifonía, la seducción del fragmento.
El poema testimonia. De esos fragmentos nace esta voz. Quebrada a veces, extraña otras, íntima consigo misma. La voz recolectora dibuja su paisaje, la geografía de sus materiales. Se dispone en ‘layers’ como metáfora arquitectónica de la ciudad interior. Nos seduce sin enfatismos, nos vuelve habitantes siempre en vela.
Cuando la voz de un poeta calla para siempre, aún permanece algo de sí que continúa diciéndonos. En el silencio de una noche clara, le soñamos a Francesco un encuentro con la fuente, la cifra revelada. A nosotros, contra el olvido, nos queda el volver a escuchar de su volvernos a decir:
’Poema: materia esquiva, hecha de instantes. Derroche humilde. O escondite alambicado. Para sus amantes, la osadía y, una que otra vez, el don de una comunión afortunada. Dibujos del sentido sentido vislumbrándose promesa’.
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