jueves, 19 de agosto de 2010

541.- ANTOLÍN AMADOR CORONA


Nace en Pedrera (Sevilla) el dos de febrero de 1980, pero habita Madrid desde que tiene la edad suficiente para el recuerdo. Es diplomado en Gestión y Administación Pública por la Universidad Rey Juan Carlos, aunque ha sobrevivido como camarero, montador de equipos musicales o recepcionista entre otras cosas.
Escribe desde el instituto, cuando un latigazo le provocó los primeros versos. Desde entonces sabe que su camino es la poesía, y por él camina con todos los sentidos alerta y una buena recámara de tropiezos en el bolsillo.
Ha publicado dos libros: Las letras pequeñas (premio Ciega de Manzanares) y Los peces verticales (Premio La Bufanda), y colabora en varias revistas impresas y digitales. Actualmente trabaja en su próxima obra y escribe la novela on line “Crónicas de La Galbana”




aRoma

No tengo integridad.
Lo sé como lo saben las gotas suicidadas
en la parte trasera de un taxi a la estación.

Lo sé porque he tenido que facturar tus curvas
y me han dado un asiento en el pasillo.

Lo sé porque la luna está en rodajas
y la intento buscar dentro del vaso.

Lo sé porque las cosas se me pierden.

Lo sé porque pregunto
y todos los caminos me llevan a tu aRoma.







SOS

La casa estaba llena.
Cuarto y mitad de asombro colgaba en la pared
y tú no te vestías.

No me quedaban beSOS
en la recámara
ni solidaridad entre las uñas.
Susurraste algo (1)
y al subir la persiana vimos que amanecía.

Un enjambre de polvo cruzó la habitación.

(1) Los dos sabemos
que si amanece limpio y transparente
algo no ha funcionado.







Donde los peces verticales

No había sitio para nosotros en aquel
abril de las delicias.
Tuvimos que comprar otro billete
y viajar más al norte:
donde a las margaritas les falta un cromosoma,
los peces verticales sujetan la marea
y la luna
se depila de estrellas con cuchilla.

No es un lugar muy cómodo
pero no se declaran los bienes racionales
ni se celebran bodas a granel.



Agente secreto

Soy un bohemio extraño,
a mi edad no validan los paseos
ni la sed es excusa para los comunistas.
Tal vez me sepa conformar
con unos pantalones limpios a la semana
y una cerveza fría cada sábado.

A lo mejor un libro cada vez que me caiga…
pero no quiero lujos,
sólo si me hago daño.



The box

Necesito una caja de zapatos.
Tengo la mariposa, los billetes de tren
y el paquete de Lucky
sobre la mesa en la que escribo.
No es un mal sitio, pero
hacen interferencias
y el aire se convierte
en la carta de ajuste de mis letras.

Necesito una caja
donde poner a salvo
las cosas que dejaste a mi cuidado.
Aquí,
al aire libre
y conmigo mirando hasta gastarlas
corren el riesgo
de cambiarse de idioma
para que no las llame por tu nombre.




Como hueso los olivos

Toqué el paisaje y sus heridas
hicieron caso omiso de mis palmas,
volví a tocar más suave
y de su tacto
tan sólo permanece la zalema.

Como hueso el olivo
y carne veterana los tractores,
un poema de infancia se me escribe en la frente.
No puedo
hablar de longitud
ni sentir la vergüenza original
del campo al penetrarse de hierro los caminos.

Un niño en bicicleta no debiera saber
por qué los jornaleros llevan sueltos los ojos;
un hombre a estas alturas
no tendría que hablar sin perder los papeles.



De nada más se habla

No sé de dónde nace este letargo
que me atropella el hueso,
la voz una melliza,
el alma un corre y dile;
ascuas caninas en la boca.
Del aire al aire hay un camino,
en su coito de huellas no hay infancia,
no hay andén a la izquierda;
la piedra es un parnaso de alfileres.

Andan a tientas las palabras.
De nada más se habla en los mares.



PLACEBO

Mañana habré perdido el sentido del olfato
y no recordaré
de qué pieles mi boca hizo trapecios.

Mañana
propondré un ejercicio de memoria a mi tacto
y al apagar la luz
recompondré tu imagen más sabática.

Mañana
cuando seas placebo e intemperie
me desharé del cuerpo del delito.



UNA APARICIÓN DESPAMPANATE

Llegó el silencio como un anfitrión
con retraso, lo mismo que una estrella de cine
con el glamour a punto de ocurrir.
Tengo que confesar
que fue una aparición despampanante,
llevaba un traje negro de etiqueta
y una corbata ilustre sin colores estrictos;
parecía poder llevarse el universo
con una sola mano.
Comenzó el cóctel media hora más tarde,
la ginebra corría de unas bocas a otras
como si el hambre hubiera pasado
de largo
y la sed se escondiera entre los buenos modales.

Lo último que recuerdo
es un humo dorado rondándome los labios
y una apisonadora de carmín
extrayendo mentiras de mi estómago.
Hasta ahí, lo recuerdo todo a la perfección,
el resto es un dolor de cabeza irrepetible
y un sonoro apetito de victoria.




Y ME PASA QUE MIENTO

De vez en cuando llego a tu rincón
y ya no eres como eras hace uno o dos minutos.
Llego a ti con la vista
perdida en una especie de silueta
que sí, se te parece, pero no mueve igual
la sombra de tus pechos,
no hiere como sueles herir cuando te excitas
ni utiliza las mismas herramientas
con las que tú desarmas mi ansiedad.

Y me pasa que miento, que te invento
a mi forma
para encontrar el tacto que tenías
en mitad del verano;
que practico tu lengua en el servicio
y se me caen encima las paredes,
y la piel se me olvida
y me visto de ti los ojos y las manos
hasta hacerte jadeo sin velocidad límite
ni pausas suficientes.

Y el deseo se va por el desagüe.
Y la sed me señala con el dedo
riéndose de mí,
como suelen reírse las sábanas templadas
del armario
cuando decido hacer limpieza de tu cuerpo,
subirme el pantalón
y dejar de pensarte con una ducha fría.





CIEN MIL LITRONAS

Florecieron cien mil litronas aquella noche,
todo un campo de vidrio
se había abierto paso
hasta la carretera. El bochorno
de septiembre empezaba
a desplegar
su abanico instantáneo de hormigas y colores.
Los insectos bebían colosales
cócteles fermentados en la acera
y el sol,
como un cuadrúpedo insolente,
se empeñaba en ladrar temperaturas.

Era uno de esos días
para los que el silencio suele tener guardado
un as bajo la manga.
Porque nunca se sabe
cuando puede ocurrir una huelga de enjambres
o jadeos
o palabras masivas
que impidan la sentencia de unas noches
cansadas de morirse entre litros de cerveza.




TUS MANERAS DE GRETA GARBO

Estabas perfecta en tu papel de Greta Garbo.
Fumabas un Marlboro,
el humo
dejaba adivinanzas en tu pecho
y un ambiente de bar de los sesenta.

Surtes efecto cuando me traicionas.
Cuando ríes y mueres un segundo
y cierras la ventana y te vendes
y desbocas perfiles
que no saben guardar las apariencias.

Y yo te miro,
como si nada
fuese más importante que tu vientre
apretado de olores
o el color de tu boca haciéndose la dormida.
Te miro sin palabras
ni conciencia,
sin valor ni memoria que me puedan culpar
si la noche ejecuta
la expropiación forzosa que es tu cuerpo.



COMO SI HUBIERAS CADUCADO

Tiemblas como si hubieras caducado,
redundando en que no eres para siempre
y, sin embargo, ilesa
como si ya estuviesen preparados
los olores del próximo diluvio,
a sabiendas
de que florecerás en alguna zona protegida.

Se te han ido cayendo
los días que guardabas en la cumbre
hasta dejarlos
a la altura exacta que tienes cuando
estás de puntillas.
Nunca has tenido miedo, porque adoras
las interpretaciones subjetivas
de los sistemas métricos que te hacen
imperfecta. Exacta.

Pero a pesar de todo,
no tengo la más mínima intención
de exponerme a tu esbozo de futuro
sin seguro de vida a todo riesgo.
Te puede parecer superficial,
pero es que, a veces, uno hace las cosas
sin ver a los suicidas
tetraplégicos que ahora colman las azoteas,
y entiende dónde estaban los errores de cálculo.




OTRA VEZ LA MAÑANA

Otra vez la mañana me contiene en un verso
al que no puedo dar explicaciones
debido a la sordera
que le ha diagnosticado mi memoria.

Otra vez la mañana hace de Judas
mientras que las farolas persisten en la idea
de tender a infinito
y el pasado se gasta el presupuesto en bombillas.

Otra vez
la mañana se acuesta entre mis dientes
como el gas de un gin tonic a deshoras.

Otra vez.
La mañana.




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