jueves, 23 de junio de 2011

3969.- NACHO ABAD


Nacho Abad (León, España 1980) es autor de los poemarios De las palabras palomas (ILC, 2001) y Comunicado (Ed. Leteo, 2006), así como de la novela El Empleo (Eclipsados, 2008). Ha sido incluido en distintas antologías de poesía, como Poesía para bacterias (Cuerdos de atar, 2007), 10 nuevas voces de la poesía leonesa (Edilesa, 2007), de narrativa, Hank Over (Caballo de Troya, 2007), Tripulantes (Eclipsados, 2005), Escrito en el año de la fiebre (Ed. Leteo, 2005). Formó parte del consejo editor de The chindrens book of american birds. En 2001 fundó, junto con otros escritores de su generación, el Premio Leteo.



CEGUERA

Siempre estamos bailando al otro lado de la canción
y la lluvia no nos permite ver lo que sucede.
No parece que vaya a escampar.
Me duele la piel y me entretengo con los abalorios del agua.
Tú dices que esta música melancólica se toca con las manos frías.
Hemos perdido el tiempo y la paciencia diciendo
alguien debería hacer algo, venga, a qué esperamos, llenemos los pulmones de
aire y la
[boca de ruido,
pero hoy me siento triste y cansado.
Durante toda la noche hemos hablado, hemos estado hablando mucho, hemos
fumado
[hasta la quemadura la flor azul de Novalis,
y ahora un silencio azul, un mutismo perfecto que se parece a una tregua,
se insinúa por las comisuras de la mañana. Luego
un coche patrulla, como un bisturí
lo desgarra lentamente con su brillo metálico:
ya habrán encontrado el cadáver, envuelto en un chubasquero
o quizás desnudo y radiante. Tenía nombre extranjero y siempre los ojos muy
abiertos
y oscuros. Quizás esperaba constantemente que fuera a pasar algo.
Nos hubiera encantado amarla en secreto,
nos habría hecho felices fumar muy despacio al verla pasar, como
impresionándola,
dejar escapar el humo denso de una calada, igual que un pañuelo que vuela
tras el tren en la estación.
Nunca supe cómo sonaba su voz: como una melodía
que una vez escuché
y no he podido recordar ya, como un adiós
incapaz de salir de la caja torácica, o tal vez
como suenan todas las voces cuando se alejan demasiado
o están demasiado cerca.
Ya da igual. No nos queda de ella
más que de cualquier rostro casual,
la tentación de cederlo al recuerdo
como una traición más,
y esa medicina húmeda
que empeña los cristales de las gafas,
y por algo menos de lo que cuestan las besos,
nos da consuelo.








El sueño americano

¿Qué hacer si un antiguo amor se presenta un día
y te pide que le lleves lejos,
que le acompañes a un país que ninguno de los dos conozcáis?
Ya casi no os queda nada en común,
pero la amaste tanto,
fuiste tan feliz a su lado,
y para colmo está tan guapa últimamente,
que te sientes afortunado,
y deseas revivir aquel tiempo que el recuerdo ahora idealiza,
cuando odiabas a todas las chicas que se llamaban como ella
hasta que oíste su nombre.

Y aunque lo vuestro no salió bien
—ella con sus caprichos, tú con tu desorden—
uno nunca es libre
cuando ama desmedidamente la belleza.
Y además, empieza a llover y no tenéis paraguas
y hay algo que te ha fascinado siempre en el pelo que la lluvia enreda…
—Llévame a Nueva York, te dice,
quiero conocer Brooklyn,
trabajar de camarera en un café
todos los días, hasta la media noche.

Y tú te lo imaginas todo
tan miserable y hermoso,
las calles, el otoño,
el parque
los americanos cool
e insoportables,
un trabajo en la obra,
un piso pobre y mal decorado,
un televisor que cambia solo de canal
justo cuando a la bella emuladora de M
le va a levantar el vestido el extractor del metro.

Y también te imaginas
el sabor a café y pastel de manzana
que ella traerá en las manos cuando regrese,
y que desearías que fuese todo tu alimento.

Y también,
que uno de tus días libres,
cansado de pasear a la deriva,
demasiado cansado de estar solo
contigo mismo
entras en la cafetería
donde ella sonríe a los clientes,
y te sientas en la barra a beber un vaso de cerveza
la miras como si fuese la primera vez que la ves

y entiendes que ella es la causa
de que tu vida sea un desastre
del que no te arrepientes.









Dinero

El dinero ya no es lo que era,
eso creo.

Hace años me gastaba todo mi dinero en beber.
No tenía mucho, pero todo lo invertía en
noches de fiesta con amigos.
Salíamos temprano, no regresábamos hasta las cuatro,
las cinco, a veces, de la madrugada.

Antes de llegar a casa, cuando todos los bares ya habían cerrado,
parábamos en una cafetería de barrio,
a tomar café con aguardiente.

Era una cafetería de obreros,
llena de gente recién levantada,
hombres que apestaban a sudor
y a saliva seca desde primera hora.

Al fondo había un televisor
en que siempre se veían películas porno.

Nosotros nos dedicábamos a fumar un cigarro
tras otro
y a ver a aquellas mujeres fantásticas
capaces de meterse
tres pollas en la boca.

Eran diosas
cuyo resplandor se abría paso
a través del humo de tabaco negro que flotaba en la sala.

Al volver a casa, me metía en la cama
pensando en qué buena había sido la noche
y que era una pena no tener más dinero
para salir de fiesta al día siguiente.
Algún día tendría que buscarme un empleo
como aquellos sucios obreros
que cuando yo me acostaba
empezaban su jornada
con la polla bien dura.



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